0% found this document useful (0 votes)
441 views208 pages

Ashlie Silas: D'Angelo Brothers 03 Contract With The - Mafia - Boss

tercero de la saga Disfruten :)

Uploaded by

8cgjcshsc8
Copyright
© © All Rights Reserved
We take content rights seriously. If you suspect this is your content, claim it here.
Available Formats
Download as PDF, TXT or read online on Scribd
0% found this document useful (0 votes)
441 views208 pages

Ashlie Silas: D'Angelo Brothers 03 Contract With The - Mafia - Boss

tercero de la saga Disfruten :)

Uploaded by

8cgjcshsc8
Copyright
© © All Rights Reserved
We take content rights seriously. If you suspect this is your content, claim it here.
Available Formats
Download as PDF, TXT or read online on Scribd
You are on page 1/ 208

Importante

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, por lo cual no conlleva
remuneración alguna. Es una traducción hecha exclusivamente para fans.
Cada proyecto se realiza con el fin de complacer al lector dando a conocer
al autor y animando a adquirir sus libros. Por favor comparte en privado
y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a solicitar las traducciones
de fans. Preserva y cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
Sinopsis

Un encuentro fortuito me llevó a un contrato de citas... con un mafioso.


Estaba desesperada y necesitaba un novio ficticio. De todas las
personas de la ciudad, choqué con el despiadado millonario Carlo
D'Angelo.
Su corazón es tan frío como el hielo, pero él es tan jodidamente
ardiente que es sorprendente que no se haya derretido.
Al ser confundirlo con mi novio imaginario, me dejé llevar y, para mi
sorpresa. ..... me siguió el juego.
Descubrí que él tiene su propio plan, y necesitábamos tres cosas
sencillas: conocernos para que nunca nos pillaran desprevenidos, hacer
algunas apariciones públicas juntos y... compartir un par de besos.
Al final, él consigue un edificio que ha estado intentando comprar a mi
padre, y yo me libro de un matrimonio concertado.
El plan parecía perfecto.
Somos totalmente opuestos, así que el romance nunca ha sido una
opción.
Yo salvo vidas, y él... las quita.
Así que nada podía salir mal, hasta que empezó a llamarme... suya.
Capítulo 1

Carlo
Puedo decirte cuántos disparos harán falta antes de vaciar la recámara
de un proyectil. Puedo decirte con precisión dónde disparar si quieres
matar a alguien, mutilarlo o simplemente rozarlo. Puedo decirte cómo
provocar los gritos más fuertes cuando se tortura a una persona.
Lo que no puedo decirte es qué se siente al amar a alguien. Lo que no
puedo decirte es qué se siente al estar vivo.

Mi mirada se desvía hacia las personas arrodilladas a mis pies. Dos


hombres, una mujer. Sus bocas se mueven y sé que piden clemencia. Pero
mi cerebro ha bloqueado sus gritos. Lo único que oigo es el rugido de mis
oídos, lo único que siento es el hielo que congela mis venas. Mi mente
está a kilómetros de distancia, fingiendo que ni siquiera estoy aquí. Como
si no existiera.
Vuelvo a la consciencia a tiempo de oír la pregunta dirigida a mí.
―¿Qué piensas hacer con ellos? ―pregunta uno de los capos.
Michael Slade. Ha sido leal a la familia durante años. Mi padre lo salvó
cuando era niño, lo sacó de la calle, lo vistió, lo alimentó y lo envió a la
escuela. Nos lo debe todo.
Durante mucho tiempo, solía pensar que la verdadera lealtad se
ganaba. Pero la lealtad tiene un precio. A veces el precio varía, difiere,
pero en última instancia, no puedes ganar nada sin dar algo a cambio. Así
es la vida.
Lo único que ganas gratis es tu familia. Las personas como Michael
Slade son leales porque su conciencia les impulsa a serlo.
La conciencia, otra cosa que me resulta extraña. Hace años que no
tengo conciencia.
―Las órdenes del Don eran claras ―digo, mirando los ojos azules y
concentrados de Slade. ―Matarlos.
Cuando Slade vacila, cojo mi arma y apunto a la cabeza de la mujer.
Mentalmente, recito todo lo que sé sobre ella.
Clara Jane, 28 años. Se unió a los D'Angelo el año pasado, buscando un
nuevo rumbo. Aceptó traficar con drogas para nosotros como trabajo
extra. Las cosas iban bien. Hasta que fue descuidada, metió la pata y
alertó a la policía que traficaba con drogas para nosotros. En un intento
de escapar de la cárcel, tiró su suministro por el desagüe.
No habría pasado nada si se hubiera detenido ahí. Perder las drogas
fue una estupidez, pero la habríamos perdonado. Pero entonces Clara se
acercó a una banda rival ofreciéndose a intercambiar los secretos de la
familia a cambio de saldar su deuda con nosotros.
Fue una traición. Y es inaceptable.
―Por favor ―grita, las lágrimas le corren por la cara―. Tengo una
hermana pequeña.
―Me ocuparé de ella ―es todo lo que digo, justo antes que una bala
impacte en medio de su cabeza.
Clara cae al suelo. Su muerte hace callar a sus cómplices, que la miran
con los ojos muy abiertos, incrédulos y aterrorizados.
Con los dientes apretados, me vuelvo hacia Slade.
―¿Vas a encargarte tú de ellos, o lo hago yo?
Su garganta se estremece. Me mira y asiente con la cabeza.
―Lo tengo, jefe.
Mi mandíbula tintinea cuando salgo del almacén. Vuelvo a mirar el
cuerpo de Clara, deseando sentir algo, cualquier cosa. Pero solo siento
puro hielo.
Cuando llego al coche, se han producido dos disparos más en rápida
sucesión. Durante todo el trayecto hasta la casa de Christian, mi mente
está en blanco. Llego a la verja y se abre inmediatamente, permitiéndome
el acceso a la mansión.
Cada vez que entro en el recinto, recuerdo una época en la que yo era
normal. Un niño sin preocupaciones ni miedos, inocente y lleno de vida.
Entonces estuve a punto de morir y todo cambió. Los acontecimientos de
una noche me convirtieron en el hombre que soy hoy.
La casa está en silencio cuando subo las escaleras. Normalmente, los
niños están correteando, armando jaleo. Preguntándome dónde estarán,
llego ante el despacho de Christian. Llamo brevemente a la puerta y oigo
la voz de mi hermano pidiéndome que pase. Está sentado en su silla y
Daniella está apoyada en el borde de la mesa frente a él.
Tiene las mejillas sonrojadas y no quiero ni pensar en lo que han estado
haciendo.
―Hola ―digo, entrando.
―Carlo. ―Christian asiente con la cabeza.
―Hola, Lo ―saluda Daniella con entusiasmo.
―¿Dónde están los niños? ―Tomo asiento frente al escritorio.
Ambos se vuelven hacia mí con sonrisas inquietantemente parecidas.
―Los hemos dejado con Toph y Kat por esta noche. O unas cuantas
noches, pero ellos aún no lo saben ―me informa Daniella, con la picardía
brillando en sus ojos azules.
Me encojo de hombros.
―Toph puede encargarse de ellos.
―¿Cómo ha ido? ―pregunta Christian con curiosidad.
―Bien.
Daniella pone los ojos en blanco.
―Puedes hablar de ello. Cuatro años de matrimonio y sigues
intentando ocultarme cosas.
―Porque no te concierne, tesoro ―le dice Christian, con voz sedosa y
suave como solo lo es con su mujer.
A veces es difícil pensar que sigue siendo el mismo hombre de hace
cuatro años. Ha cambiado mucho, y en el buen sentido. Cada sonrisa,
cada mirada a su mujer le humaniza más, muy distinto de cómo era
antes. Me alegra que uno de los dos pueda vivir con su alma intacta. A
Christian le salvó su familia. Dany le dio una razón para vivir que no
estaba ligada a su responsabilidad con la familia.
―Deja de decir que no me concierne ―Dany dice, agitada―. Soy tu
esposa. Es tan asunto de mi familia como tuyo.
―No te incumbe en absoluto llamar a los asuntos de la familia tus
asuntos ―replica Christian, alzando ligeramente la voz.
Dany siempre ha sido la única persona capaz de irritarle, de hacerle
perder los nervios. Sus hijos también consiguen hacerlo en ocasiones.
―¡Eso no tiene ningún sentido!
Interrumpo antes que la discusión pueda avanzar.
―¿Vamos a hablar de los Bianchi o no?
Ambos se vuelven hacia mí, y los ojos de Daniella brillan
inmediatamente ante la oportunidad de participar.
―¿Los Bianchi? ¿La familia que posee al menos una cuarta parte de los
edificios de Manhattan? ―pregunta ella.
Christian me frunce el ceño.
―Al final íbamos a tener que decírselo. La llevarás a la fiesta de
aniversario, ¿verdad?
―Seguro ―murmura Christian, volviéndose hacia su mujer, que está
esperando a ser introducida en la conversación. Suspira―. Dentro de tres
semanas iremos a la fiesta anual de los Bianchi.
―Eso suena divertido. ¿Por qué vamos? Nunca antes habías mostrado
interés ―afirma ella.
―El Sr. Bianchi y nuestro padre estaban muy unidos cuando vivía.
Pero después de su muerte, nunca me interesó mantener esa relación.
―Hasta ahora ―dice Daniella, sus ojos azules inquisitivos―. Quieres
algo de él, ¿no?
Sonrío. Christian refunfuña.
―Más bien necesito ―murmura.
―Nuestra nueva base de operaciones ―le digo―. Necesitamos un
edificio lo suficientemente grande para albergar el nuevo casino que
pensamos abrir, con un sótano lo bastante grande donde podamos llevar
a cabo nuestras actividades más... desagradables.
Daniella pone los ojos en blanco.
―¿Y Bianchi tiene eso?
Christian responde.
―Como tú has dicho, controla una cuarta parte de los edificios de
Manhattan. Tiene un edificio en Bayside que sería ideal para lo que
tenemos planeado, en un distrito que atraería mucho tráfico.
―Si era amigo de tu padre, debería estar dispuesto a venderte el
edificio, ¿no?
―Se podría pensar ―dice Cristian sombríamente.
―Nos reunimos con Bianchi hace una semana y le propusimos
comprarlo. Pero el viejo está decidido a regalar el edificio a su futuro
yerno. Según él, el edificio tiene mucho valor sentimental.
―¿Quién es su futuro yerno?
―No tiene ninguno ―digo yo―. Tiene una hija y es soltera que yo sepa.
Por eso es bastante molesto que reserve algo tan lucrativo para un yerno
que aún no existe.
―No es que puedas obligarle a que te ceda el edificio ―señala Daniella.
Christian y yo intercambiamos sonrisas siniestras.
―Podemos intentarlo.
Una cosa de los D'Angelo es que nunca nos rendimos. Si queremos
algo, vamos a por ello con todo lo que tenemos hasta conseguirlo. Somos
así de testarudos.
Tengo un gran interés en que este acuerdo salga bien. Fui yo quien
sugirió que compráramos el edificio. Lo que significa que me corresponde
a mí ocuparme de las cosas. Mi hermano confía en mi criterio y nunca le
he defraudado.
No importa lo que tenga que hacer, conseguiremos ese puto edificio.
Daniella mira de mí a su marido y suspira suavemente.
―Entonces supongo que iremos a una fiesta.

Los gritos de Cara se acallan cuando acabo. Ni ella ni yo decimos una


palabra mientras caigo sobre la cama a su lado, ambos respirando con
demasiada dificultad y aun disfrutando de la dicha catártica.
Joder, me encanta el sexo. Lo único que me hace sentir profundamente
es el sexo. De acuerdo, esos sentimientos son temporales y acaban
calmándose, pero es agradable tenerlo como desahogo cuando las cosas
se ponen demasiado oscuras.
Me obligo a no estremecerme cuando Cara me da un beso en un
costado del rostro. Mantengo la mirada fija en el techo cuando ella se
levanta y se envuelve en la manta.
―Voy a darme una ducha ―me informa.
No espera a que acuse recibo de sus palabras antes de dirigirse al
cuarto de baño. El sonido de la ducha llena la habitación del hotel.
Sigo en el mismo sitio cuando ella vuelve a salir. Sin mediar palabra,
empieza a ponerse la ropa.
―Carlo ―llama unos segundos después.
Finalmente la miro, la encuentro vestida y completamente arreglada. El
cabello oscuro recogido en una coleta, y ha borrado todos los signos de
haber follado.
―¿Sí?
Parece nerviosa.
―Necesito un favor.
Permanezco callado esperando a que me diga cuál es el favor.
―Mi madre dará una cena dentro de unos días. Estarán allí algunos de
nuestros amigos y familiares. Y me preguntaba si te gustaría venir.
No me mira al terminar la frase. Me incorporo, apoyado en el cabecero,
y esperando que sus ojos verdes encuentren los míos.
―¿Me estás pidiendo una cita?
Cara es hermosa e inteligente, y me gusta que me mantenga alerta. Ella
y yo empezamos esta relación, este acuerdo hace unos años. Nos
encontramos y tuvimos sexo, y el sexo se convirtió en unas semanas de
citas casuales. Pero nunca dejé que fuera más allá, y ella lo terminó.
Desde entonces, han sido encuentros esporádicos y jamás pensé que fuera
algo más.
Creí que era consciente que existía una línea que no se podía cruzar.
―Me estás clavando esos ojos gélidos de asesino ―murmura.
Consigo esbozar una sonrisa.
―Sabes que no puedo.
Suspira. Y, para mi sorpresa, ni siquiera presiona.
―Lo sé. Pero merecía la pena intentarlo.
―¿Qué ocurre? ―pregunto, un poco preocupado.
Es una de las pocas personas, además de mi familia, que realmente me
importan. Trabaja para mi hermano, quien tiene un taller de reparación
de coches. Y aunque a veces las líneas se han difuminado, esta es la
primera que ella ha intentado llevar las cosas más lejos.
―Nada. Parece que últimamente estoy un poco nerviosa. Van a soltar a
mi padre dentro de un par de semanas y supongo que estoy nerviosa.
No me paro a consolarla, pero le ofrezco palabras de ánimo.
―Seguro que se alegrará de verte.
―Sí, pero ¿y si ha cambiado? ¿Y si yo he cambiado? ¿Y si yo no...
Detengo su diatriba antes que se descontrole.
―Es tu padre. La familia es siempre y para siempre.
Puede que no esté seguro de muchas cosas, pero eso sí lo sé. Cara
asiente, dedicándome una sonrisa de agradecimiento.
―Tengo que irme ―me informa.
―Bien.
Hace un movimiento hacia la puerta, pero la detengo llamándola por
su nombre. No se vuelve y sé que sabe lo que voy a decir.
―Esta cosa entre nosotros fue divertida mientras duró, Car. Pero ha
llegado a su fin, ¿de acuerdo?
Sigue sin girarse para mirarme.
―Eres un capullo, D'Angelo.
―Lo sé.
Sale de la habitación del hotel y yo me permito unos minutos más de
dicha solitaria antes de ducharme y salir. Y justo a tiempo, porque recibo
un mensaje de Christian pidiéndome que vaya al casino.
Probablemente quiere hablar de nuestro plan de acción para la fiesta de
Bianchi. Aún faltan semanas, pero Christian es muy meticuloso.
Capítulo 2

Tori
―Dime cuando te duela, pequeña ―le digo dulcemente, colocando mis
manos enfundadas en guantes sobre su estómago.
La niña que tengo delante tiene nueve años. Tiene el bajo vientre
ligeramente hinchado y se estremece cuando la presiono ligeramente.
―Ah ―grita bajito, con los ojos verdes llenos de lágrimas.
―Está bien, cariño. Haré todo lo posible para que te sientas mejor.
¿Cómo te llamas? ―pregunto. Presiono otras zonas de su vientre, pero
parece que los dolores solo se limitan a la parte hinchada de su abdomen.
―Sarah ―responde ella.
―Bien, Sarah. Solo voy a hacer algunas preguntas a papi y mami y a
hacerte un par de pruebas. Después, sabré cómo ayudarte para que te
sientas mejor, ¿vale?
―¿Me lo prometes?
Se me aprieta el corazón al mirarla. Me acerco a ella para alisarle un
poco el cabello castaño.
Sonríe cuando le guiño un ojo. Me pongo en pie y me alejo de la cama
del hospital para hablar con sus preocupados padres.
―¿Cuánto tiempo lleva con dolores?
―Unos días ―responde la madre. Veo claramente el miedo en sus ojos,
tan parecidos a los de su hija―. Se quejó un poco del estómago cuando
llegó del colegio y no le di mucha importancia. Le di un poco de
ibuprofeno y el dolor desapareció. Luego, tres días después, noté la
hinchazón. La llevé a una clínica y le recetaron algunos medicamentos.
Pensé que mejoraría, pero entonces…
La madre hace una pausa, demasiado alterada para continuar.
―Estaba teniendo problemas para ir al baño y noté un poco de sangre
en sus heces. Creo que no le había pasado antes. Le pregunté y me dijo
que no, pero después no pude dormir nada. Y el dolor empeoró durante
la noche. Que fue cuando la trajimos aquí ―termina su padre, con voz
dura y firme.
Asiento, mordiéndome el lateral del labio mientras intento comprender
a qué me enfrento.
―¿Algún otro síntoma que deba conocer?
―Incomodidad estomacal y pérdida de apetito ―responde su madre―.
No ha comido bien.
―¿Vómitos? ―pregunto.
La mujer sacude la cabeza.
―Ha ido varias veces al orinal y estaba muy incómoda cuando lo hacía.
―¿Come mucha comida grasienta?
Los padres intercambian miradas, abriendo mucho los ojos. Su madre
me hace un gesto brusco con la cabeza.
―Tenemos un restaurante de comida rápida.
―Entendido.
―¿Qué le pasa? ―pregunta bruscamente el padre.
―No puedo decirlo por ahora, Sr. Kale. Tendremos que hacer algunas
pruebas para obtener un diagnóstico adecuado, pero ¿se te ocurre algo
más que pueda ayudar?
Sacuden la cabeza.
―Bien. Voy a ponerme a hacer esas pruebas para que podamos ver qué
sucede. Mientras tanto, pediré a las enfermeras que le den algún
medicamento para el dolor. ...
―Pero tienes tus sospechas. Puedes adivinar lo que está pasando. Has
visto algo así antes, ¿verdad? ―presiona.
―Odiaría darte un diagnóstico sin un examen adecuado y pruebas en
las que basarme. Especialmente porque ya habéis estado en una clínica
por este mismo problema. Sé que estáis preocupados por vuestra hijita, y
haré todo lo que esté en mi mano para tranquilizaros, pero por ahora lo
único que puedo pediros es que tengáis paciencia hasta que tengamos los
resultados de las pruebas.
Me doy cuenta que quiere seguir discutiendo, pero entonces suelta un
suspiro. Él y su mujer se colocan junto a la cama del hospital. Una de las
enfermeras se acerca a mí.
―400 miligramos de paracetamol y poner en marcha una vía
intravenosa ―le informo.
―Entendido, Doc. ¿Llamo al doctor Shatt?
―No, podemos llamarle después de hacer un análisis de sangre.
―Muy bien.
Ordeno una batería de pruebas, incluidos análisis de sangre,
diagnóstico por imagen y una ecografía. Sarah se muestra valiente en
todo momento, aferrándose a las manos de sus padres mientras
procedemos a las exploraciones.
Mientras el equipo trabaja en ello, me dirijo a recepción para rellenar
unos papeles. Treinta minutos después, tengo los resultados de las
pruebas. Les echo un vistazo y suelto un suspiro. En lugar de llamar a mi
supervisor directo, me dirijo a la cuarta planta, donde está su despacho.
Tras llamar rápidamente a la puerta, entro.
―¿Doctor Shatt? ―le digo, acercándome a su mesa.
El hombre de mediana edad levanta la cabeza para mirarme. Asiente
una vez.
―¿Qué necesitas, Bianchi?
Coloco los resultados delante de él.
―Una niña de nueve años vino con el abdomen hinchado.
―¿Síntomas? ―pregunta, mirando los resultados.
Le cuento todo lo que me dijeron los padres. Frunce el ceño.
―No es lo que creo que es, ¿verdad?
Su expresión es sombría mientras dice.
―Si lo que estás pensando es en un cáncer gástrico, entonces sí, creo
que es exactamente eso.
Mi corazón se encoge.
―Mierda.
El Dr. Shatt enarca una ceja al oír mi lenguaje. Es el jefe del
departamento de pediatría, formado por mí, un residente de segundo año
y un médico adjunto. A veces me pregunto por qué decidió dedicarse a la
pediatría, ya que puede ser un poco brusco, pero es un buen hombre y he
visto lo bien que trata a los niños. También es un gran médico, y si ahora
mismo está confirmando mi diagnóstico, entonces no podré cumplir mi
promesa a esa niña.
―Deberías informar a sus padres para que podamos empezar a tratarla
―me dice Shatt, entregándome los resultados.
Vacilo.
―¿Podrías hablar con ellos? Tú tienes mucha más... experiencia.
Me lanza una mirada poco divertida.
―Ya hemos tenido esta conversación antes, Bianchi. Dar malas noticias
forma parte del trabajo.
Me muerdo el lateral del labio, resistiendo el impulso de morderme las
uñas. Estoy nerviosa. No puedo pensar en otra cosa que en las caras de
los padres de la niña cuando les diga que su hija tiene un maldito cáncer.
Me imagino cómo se les apagará la luz de sus rostros. Lo destrozados que
estarán.
―Por favor, señor. Tú lo explicarías mucho mejor que yo.
―La respuesta es no, doctora Bianchi. Eres una mujer adulta y madura.
Suspiro, con un argumento ya preparado, listo para empezar. Pero
entonces me lanza esa mirada, la que me reta a cuestionarle, y cierro la
boca. No tengo más opción que ir a dar la noticia a la familia. Cuyas vidas
están a punto de cambiar para siempre.
Tras dar la mala noticia a los Kale, me pongo manos a la obra para
tratar a la niña. El cáncer gástrico, o cáncer de estómago, es un tipo de
cáncer que se desarrolla en el revestimiento del estómago. Este cáncer
puede aparecer en varias partes del estómago y puede extenderse a otros
órganos si no se detecta y trata a tiempo. Por suerte, su cáncer está en las
primeras fases, así que podremos tratarla y podrá volver a su vida
normal. Tras iniciar los tratamientos para ella, termino mis rondas antes
de volver a casa.

Nada más entrar en el recinto de nuestra casa, mis ojos se abren


enormes. Hay un BMW nuevo y reluciente con un lazo rojo encima. Uno
de los empleados se acerca apenas he aparcado.
―Bueno, ¿de quién es ese coche? ―pregunto con curiosidad.
El hombre se encoge de hombros.
―No lo sé, Srta., su padre lo trajo hace un rato.
―¿Papá ha vuelto de viaje?
Él asiente y sonrío. Hace más de un mes que no veo a mi padre. Me
dirijo rápidamente al interior mientras Wellings recoge las llaves para
poder aparcar mi coche en el garaje. Encuentro a mis padres en el salón
viendo un partido de fútbol. Mi padre está gritando a la pantalla,
maldiciendo al receptor por su pésima puntería, cuando me aclaro la
garganta. Ambos se giran para mirarme y sus ojos se iluminan.
Mi padre se levanta y me abraza.
―Aquí está mi niña querida ―me dice ostentosamente, besándome en
ambas mejillas.
Gimo, a pesar de la risa brotando de mí.
―Papá.
―¿Qué? ―¿No echabas de menos a tu viejo?
―Claro que sí ―le digo, mirándole fijamente a sus inquisitivos ojos
castaños.
―Bien porque te he echado mucho de menos, mia cara. ¿Qué tal el
trabajo?
―Es... ―suspiro―. Trabajo.
Tararea como si lo entendiera y tira de mí para que me siente a su lado
en el sofá. Me meto entre él y mi madre, que apoya la cabeza en mi
hombro. El lenguaje amoroso de mi familia es el contacto físico. Y aunque
normalmente me entregaría a una sesión de mimos con mis padres, estoy
bastante agotada. Mi padre protesta cuando intento levantarme.
―No, tenemos que hablar contigo.
Esas palabras nunca van seguidas de nada bueno.
―¿Sobre qué? ―pregunto.
―¿No has visto tu regalo? ―pregunta mamá.
―¿Mi... regalo? Mierda, ¿te refieres al coche?
Ella asiente y yo me vuelvo rápidamente hacia mi padre.
―¿Es para mí? ―pregunto, con los ojos muy abiertos.
―Por supuesto, cariño. Incluso he hecho remodelar el interior para
adaptarlo a tus gustos. Hace tiempo que deberías tener un coche nuevo.
Hay algo en esa frase que me hace dudar, y no es precisamente porque
lo haya remodelado. El coche que conduzco ahora me lo regalaron por mi
cumpleaños hace un año. No es viejo, ni por asomo. Y aunque estoy
inmensamente agradecida, puedo ver la ligera fisura en la expresión de
mi padre que me dice que pasa algo más.
―Quieres algo ―afirmo.
Mi padre se ríe, con las arrugas de la sonrisa dibujándose en su boca.
Se está haciendo mayor, pero mi padre siempre ha tenido una especie de
juventud que me alegra el corazón. Puede que tenga más de sesenta años,
pero podría tirarse al suelo y hacer veinte flexiones ahora mismo. Cuando
pienso en todo lo que ha hecho con su vida, en lo duro que ha trabajado
para llegar hasta aquí, no puedo evitar sentirme orgullosa de él. Son
inmigrantes de segunda generación y siempre me contaba lo dura que era
la vida para él cuando era niño. Mi abuelo trabajó duro para crear la
empresa y papá ha hecho todo lo posible para convertirla en lo que es
hoy. Nuestras vidas distan mucho de cómo él creció.
―Observadora como siempre, cariño ―dice papá riendo.
Mi madre me pasa la mano por el cabello.
―Por eso queríamos hablar contigo, cariño.
―Creemos que ha llegado el momento de que te cases ―dice
rápidamente mi padre, de una forma un tanto rasgada.
Mi mandíbula cae. Me pongo rápidamente en pie en medio de ellos,
colocando las manos en las caderas.
―No.
―Sí ―replica mi madre―. Ya te hemos dejado sola, bastante tiempo,
Astoria.
―No te haces más joven, mia cara.
―Pero ―balbuceo―. Teníamos un trato.
―Sí, lo teníamos. Prometimos que esperaríamos a que terminaras la
residencia, pero ya has terminado el primer año, Tori. ¿Cuánto tiempo
más crees que podemos esperar? Tienes veintiocho años, y la gente de
nuestros círculos empieza a preguntárselo.
―No me importa lo que piensen ―digo bruscamente.
―Pues yo sí ―dice mi padre con firmeza, cambiando su tono de 'padre
cariñoso' a 'hombre de negocios endurecido'―. Es tu responsabilidad
casarte, Astoria, y casarte bien.
Mi madre toma el relevo, con voz todavía suave.
―Entendemos que no hayas tenido tiempo de salir con nadie desde que
trabajas tanto, por eso tu padre y yo tenemos una propuesta.
Inmediatamente desconfío.
―¿Ya tienes a alguien en mente?
―Sí ―dice mi madre alegremente―. Y es alguien que te gustará. Dante
Marino.
Mis mejillas se encienden. Puede que haya confesado que me gustaba
como una colegiala cuando tenía unos trece años, pero no era más que
una fase pasajera. Obviamente, mis padres creen que el que me gustara
hace más de una década significa que aún puedo albergar algún
sentimiento por él ahora, lo cual no podría estar más lejos de la verdad.
De hecho, la última vez que me encontré con él, me sentí bastante
incómoda. No siento nada por él.
Sus corazones están en el lugar correcto. Por lo que sé de Dante, parece
un buen hombre sobre el papel, haciéndose un nombre dirigiendo el
negocio de su familia. Pero eso no significa que quiera casarme con él.
Los matrimonios concertados son habituales en nuestros círculos. Creí
que tenía más tiempo.
―Mamá, no puedo ―digo, con voz áspera.
Los ojos de mi padre se entrecierran.
―¿Por qué no?
―Porque ―busco una buena excusa―. Porque yo...
De repente, mi madre jadea.
―Astoria. ¿Es posible que hayas conocido a alguien?
La expresión de su rostro es casi de vértigo, y mi padre sonríe ante su
insinuación. Lo mejor es seguirle la corriente, así que asiento con la
cabeza.
―Sí. Por supuesto que he conocido a alguien.
―¿Así que tienes novio? ―presiona papá.
Nunca he sido la mejor mentirosa, pero hago lo que puedo para
convencerlo.
―Pues sí, estoy saliendo con un hombre.
Oh, Dios. Estoy jodida.
Los ojos de mi padre se entrecierran y se pone en pie.
―De acuerdo, entonces. Espero que traigas a tu novio para que nos
conozca la semana que viene.
Mis ojos se desorbitan.
―¿La semana que viene?
―Sí, cariño. Es la fiesta de aniversario de la empresa. Me gustaría
conocer allí a mi futuro yerno.
―Papá, he dicho que salgo con él. El hombre aún no se ha arrodillado.
Probablemente porque no existe.
―Sea como sea, me gustaría conocerle la semana que viene.
Trago saliva antes de asentir.
―Disfruta de tu nuevo coche, mia cara ―me dice, besándome la mejilla.
Mi madre apenas puede mantenerse inmóvil al ponerse delante de mí.
Mido apenas unos centímetros más que ella.
―¿Es italiano? ―pregunta ella.
Se me seca la boca al responder.
―Te enterarás en la fiesta, mamá.
Ambos lo descubriremos.
―De acuerdo, entonces ―dice ella―. Estoy deseando conocerle.
―Yo también ―murmuro en voz baja.
Luego sigue a mi padre a la salida y yo vuelvo a desplomarme en el
sofá. Mi mente bulle preguntándome dónde voy a encontrar un novio de
alquiler.
Estoy muy jodida.

Carlo
Todos nuestros planes se han ido a la mierda, y todo gracias a mi
hermano menor y a su mujer.
Aprieto los dientes al observar a todos los que están sentados en la
parte trasera de la limusina. Se suponía que esta fiesta era para hacer
negocios, no un acontecimiento familiar, pero hace treinta minutos hemos
dejado a mis sobrinos en casa de su abuela. Topher y su mujer, de repente
con la agenda libre, optaron por seguirnos, así que todos nos apiñamos en
la limusina.
Nos invitaron a todos a la fiesta, pero me incomoda que más de la
mitad de mi familia vaya al mismo sitio. No hicimos planes para
protegernos.
―Oh, cálmate, Lo ―murmura Toph, lanzándome la sonrisa traviesa que
nunca se aleja demasiado de su cara.
―No me hables ―le digo, con la mandíbula apretada.
―¿Te molesta que ahora seas la quinta rueda? ¿Es eso?
Te juro que quiero a mi hermano pequeño, pero a veces me pregunto
hasta qué punto sería capaz de hacer comentarios burlones si le
atravesara la mandíbula con el puño.
Debe ver algo amenazador en mi expresión, porque se le escapa la
sonrisa. Topher se vuelve hacia nuestro otro hermano, que está
susurrando algo en voz baja al oído de su mujer.
―¿Por qué está tan enfadado? ―pregunta con un mohín, señalándome.
Christian levanta la vista. No parece tan disgustado como yo con
nuestros nuevos rezagados.
―¿Porque os coláis en la fiesta? ―dice Christian como una pregunta.
―Pero es una fiesta Bianchi ―señala Toph―. He estado en más de esas
que todos los de este coche juntos. Salvador me quiere.
Eso me anima y arqueo una ceja.
Daniella es la que expresa lo que estoy pensando.
―¿Lo hace?
Toph asiente.
―Sí. Además, Kat también se ha reunido con él un par de veces. Es
muy amigo del padre de Jameson.
En el Upper East Side, todo el mundo está conectado con todo el
mundo, pero puede que la presencia de Topher y su mujer no sea tan
molesta como pensaba. Me vuelvo hacia mi cuñada y le lanzo una
sonrisa.
―¿Cómo de bien conoces a los Bianchi? ―le pregunto.
Katherine, que en ese momento está en el regazo de Topher, hace una
pausa para considerar la pregunta.
―Su hija fue a mi instituto, aunque era unos años mayor que yo y
apenas hablábamos. Pero Toph tiene razón, he conocido a Salvador. Le
caigo bien.
―Al viejo le cae bien todo el mundo ―afirma Christian―. Necesitamos
que nos haga un favor y está resultando difícil.
Topher frunce el ceño.
―Espera, ¿asistes a esta fiesta para tener una reunión de negocios?
No puedo evitar una mueca autocomplaciente.
―Ahora no te apetece tanto colarte, ¿verdad?
Suspira. ―¿Es demasiado tarde para pedirte que nos dejes en algún
club?
Katherine le da una palmada en el pecho.
―No me voy de fiesta. No seas pesado. ―Se vuelve hacia mí―. ¿En qué
necesitas ayuda?
―Puede que seas mi cuñada favorita, Kat ―le digo, sonriendo.
―¡Oye! ―dice Daniella, molesta.
―Ya llegará tu hora, Dany.
Resopla, inclinándose aún más sobre el regazo de Christian.
―Bien, gente. Nuestra misión hoy es convencer a un hombre muy
testarudo que nos venda un edificio ―anuncio.
Topher resopla.
―¿Haces todo esto por un edificio?
―Cállate, fratello ―afirma Christian, con un deje en la voz, y Topher se
calla felizmente.
―Subid todos, vuestro encanto.
Daniella sonríe.
―Lo dices como si tú o Christian tuvierais algún encanto.
Dejo escapar un suspiro. Quiero a mi familia, pero ahora me planteo si
esta noche será aún más dura con su presencia.
Christian se da cuenta que me estoy frustrando.
―Necesitamos que esta noche salga bien ―me dice con firmeza.
―Pase lo que pase, no nos iremos de ese partido hasta que Bianchi
acepte vendernos.
Nuestro plan fracasa. Llegamos a la fiesta ante las miradas
sorprendidas del resto de invitados, que nunca antes habían visto a tantos
D'Angelo reunidos en un acto de sociedad. Salvo los que organizamos
nosotros, claro.
Las mujeres se pusieron rápidamente a socializar mientras mis
hermanos y yo vigilábamos a Bianchi. Cuando finalmente se acercó a
nosotros, estaba extasiado, incluso abrazó a Daniella y a Katherine y las
felicitó por unirse a nuestra familia. Las cosas se torcieron rápidamente
cuando Topher mencionó sin tacto el edificio.
Nunca ha tenido afinidad con los negocios, pero a veces puede ser un
auténtico idiota. Bianchi se calló y se fue, diciéndonos que disfrutáramos
de la velada. Ahora, estoy irritado delante del bar y me pregunto cómo
podremos convencerle para que venda.
―Tranquilízate, Carlo ―dice Katherine a mi lado.
―Tu marido es idiota ―replico, lo que hace que ella sonría.
―Lo sé.
Se casaron hace poco más de un año, tras el nacimiento de su hijito.
Tuvieron que superar muchos problemas para conseguirlo, sobre todo la
desaprobación de los padres de ella.
Katherine permanece callada a mi lado y observamos a Topher hablar
con algunos de los invitados y, Dany y Christian bailan en medio de la
sala. Puede que bromeara al decir que Katherine es mi cuñada favorita,
pero sin duda es con la que me siento más cómoda. Puede que
tuviéramos un comienzo difícil, pero hemos recorrido un largo camino. Y
me alegro que mi hermano cuente con ella. Es estupenda para mantenerlo
con los pies en la tierra.
―¿Qué vamos a hacer con el edificio? ―pregunta Katherine.
―A menos que me convierta de algún modo en su yerno ―le digo,
señalando a Bianchi. Está conversando con una pareja de ancianos.
Cuando suelta una carcajada, resuena por toda la sala a pesar de la suave
música del cuarteto de cuerda―. Sinceramente, no tengo ni idea.
Capítulo 3

Tori
Miro el móvil y veo cinco llamadas perdidas de mi padre y varios
mensajes de mi madre preguntándome dónde estoy. Respondo
rápidamente a mi madre diciéndole que ya estoy aquí. Llevo treinta
minutos, en mi precioso y flamante coche, con el miedo trepando
lentamente por mis venas.
Es muy probable que acabe la noche prometida a Dante Marino.
No es que no haya intentado encontrar novio. Dejando a un lado la
grave falta de amigos varones dispuestos a fingir una relación conmigo,
también intenté ponerme en contacto con algunas agencias que se ocupan
de asuntos como este, pero decidí no hacerlo en el último momento. Mi
padre tiene un detective privado en marcación rápida. Al final de la
noche, lo sabría todo sobre ese hombre, incluida su ocupación, y yo
estaría jodida. Lo único que desprecian mis padres es que les mienta.
Por un segundo, pensé en cómo reaccionarían si me presentara con una
de mis amigas. Pero lo último que creerían mis padres es que soy gay.
Suspiro, apoyando la cabeza en el volante. Esto es total y absolutamente
infructuoso. Tengo que entrar y dar la cara.
La fiesta ya está en pleno apogeo. Llego dos horas tarde y estoy segura
que mi madre está que echa humo. Veo a los dos en el centro de la sala y
me alejo de allí, dirigiéndome a la barra. Pido tres chupitos de tequila. El
camarero me mira con extrañeza, y yo arqueo una ceja en respuesta. Unos
segundos después me pone las bebidas delante.
No dudo en beber un chupito tras otro. Cuando acabo, siento una
presencia a mi espalda.
―Tranquila, amor ―se ríe alguien.
Me giro y me encuentro cara a cara con Dante Marino. Por supuesto.
Me ofrece una pequeña sonrisa, colocándose a mi lado.
―Hola, Dante ―murmuro.
―Hola, preciosa. Estás increíble.
―Gracias ―le digo, mirando el vestido magenta de Armani.
Fue lo primero que vi en mi armario. Me lo puse y me maquillé
mínimamente antes de venir hacia aquí. Pero por la forma en que Dante
me mira, cualquiera diría que estoy tan maquillada como una modelo de
Victoria's Secret. Es halagador, pero me incomoda su presencia.
Solo confirma que mi padre tiene toda la intención de seguir adelante
con un matrimonio si no aparezco con novio. Lo cual me sienta como un
puñetazo en el estómago.
No es que Dante sea horrible ni nada parecido. Es bastante apuesto.
Piel bronceada, ojos verdes, y si tuviera que adivinar su estatura, diría
que mide al menos, metro ochenta y cinco. En otro mundo, estaría
encantada de casarme con él. Pero no quiero casarme por las razones
equivocadas. Y aunque Dante se comporte como un caballero, hay algo
en él que no me gusta. Sencillamente, no sé qué. Por lo demás, no estoy
preparada realmente para comprometerme con otra persona, ni en
matrimonio ni en una relación.
―¿Qué tal Londres? ―le pregunto al millonario de cabello oscuro.
Esboza una sonrisa al recordar su viaje de dos años por Europa. Había
estado gestionando algunas filiales de su familia, pero también fueron
una especie de vacaciones para él.
―Eso suena estupendo ―le digo cuando me habla de nadar con
delfines y de su visita a Escocia. Los chupitos de tequila finalmente me
han afectado y, antes de contenerme, le hago una pregunta que jamás
debería salir de mis labios―. Solo por curiosidad, ¿qué trato estáis
negociando mi padre y tú?
Parece sorprendido y sé que debería mantener la boca cerrada, pero las
palabras salen disparadas.
―Es decir, tiene que haber algo. De lo contrario, nunca habría sugerido
un matrimonio.
Dante parece ligeramente divertido, y un rubor empieza a subir por
mis mejillas. Tengo cero filtro cuando estoy borracha.
―Eso es algo que nos corresponde saber a tu padre y a mí, preciosa.
Pero me alegra saber que estás pensando seriamente en nuestro futuro
―me dice, con una sonrisita nada agradable en su rostro.
―No estoy considerando seriamente nada ―afirmo.
Arquea una ceja confiado.
―Oh, ¿en serio?
Mi mirada se desvía hacia mis padres, que nos observan a ambos con
sonrisas complacidas. Siento un nudo en el corazón.
―Necesito ir al baño.
No espero su respuesta antes de alejarme de la barra. Varias personas
intentan pararme para hablar, pero las ignoro a todas en favor de aliviar
la presión que se cierne sobre mi pecho. No tengo ni idea cómo detener
este matrimonio, pero no puedo estar con ese tío.
Las cosas empeoran cuando noto que mi madre se acerca.
―Astoria ―llama.
―Oh, mierda ―murmuro, saliendo a toda prisa del salón de baile.
No miro por dónde voy y, antes de darme cuenta, choco contra el
pecho duro como una roca de alguien. Quienquiera que sea jura
coloridamente antes de agarrarme por la cintura y sujetarme. Trago saliva
y alzo lentamente la vista para encontrarme con unos ojos de un color
café oscuro. Todo se detiene cuando lo contemplo fijamente. No sé cuánto
tiempo pasa: unos segundos, un minuto. Parece que no ha transcurrido
mucho tiempo antes de retirar los brazos que me rodeaban.
Me tambaleo un poco antes de encontrar el equilibrio.
Maleducado. Pero entonces vuelvo a fijarme en su rostro. Su dura
expresión, el tic de los músculos de su mandíbula. Y cómo la manifiesta
irritación no empaña su bello rostro. Parpadeo una, dos veces.
―Mira por dónde vas ―suelta.
―Una colisión así requiere dos personas, genio ―replico
instintivamente.
Sus ojos se entrecierran. Vuelvo a mirarle a la cara, preguntándome por
qué me resulta tan familiar. De acuerdo, no puedo conocer a todos los
asistentes a la fiesta, pero hay algo en él…
―¡Astoria! ―vuelve a llamar mi madre y me giro para mirarla.
Me rio nerviosamente, tambaleándome un poco sobre mis pies. Caray,
ese tequila me ha hecho afecto.
―Hola, mamá ―saludo, un poco aliviada que mi padre no la siguiera
fuera.
Los ojos de mi madre estudian mi rostro durante un minuto antes de
dirigirse al hombre situado detrás de mí. Siento su presencia como una
prensa alrededor de mi corazón.
―Señora Bianchi ―dice fríamente.
Mis ojos se dilatan y me giro ligeramente para lanzarle una mirada
confusa. ¿De qué narices conoce a mi madre?
―Carlo ―murmura mi madre.
¿Ella también le conoce?
Ahora me está mirando con una expresión extraña en su rostro. Una
que descifro demasiado tarde.
―Astoria, ¿Carlo es el hombre que querías que conociéramos?
―pregunta ella.
Su expresión es parte preocupación, parte excitación y sorpresa. Pasan
varios milisegundos y sigo mirándola, sin comprender. El hombre que
está detrás de mí no dice una palabra. Entonces caigo en la cuenta como
una flecha sobre el estómago y comprendo finalmente lo que me está
preguntando. Me quedo con la boca abierta intentando encontrar una
respuesta a su pregunta.
Mamá espera pacientemente mientras mi cerebro amenaza con
autoinflamarse.
―¿Astoria?
Una vez más, culpo al alcohol de la respuesta que sale de mis labios.
―¡Sí!
Vuelvo a inclinarme hacia el hombre y parpadeo rápidamente,
tratando de conferirle sin palabras una súplica para que me siga la
corriente. Su expresión es a la vez curiosa y contrariada. Rápidamente se
convierte en confusión cuando le pongo la mano alrededor del brazo.
―Mamá, este es mi novio. Carlo ―anuncio con toda la chulería de la
que soy capaz.
Internamente, me estremezco y me maldigo. De todas las tonterías que
he hecho, esta se lleva la palma. El hombre, por su parte, no retira
inmediatamente el brazo, pero se tensa y, por el rabillo del ojo, veo la
mirada aguda que me lanza. No busco su mirada, me limito a mirar a mi
madre, cuya expresión es de completa sorpresa.
―¿Sales con Carlo D'Angelo? ―pregunta ella, con una nota de asombro
en su voz.
Mis ojos se agrandan y finalmente lo miro. Por eso me resultaba tan
familiar. ¿Es un D'Angelo?
A la mierda mi vida.
No sé mucho sobre la familia, pero lo que sí sé es que son peligrosos y
están muy familiarizados con una vida criminal. Ahora lucho contra el
impulso de soltar mi mano de su brazo. El ritmo de mi corazón se acelera
cuando mi mente finalmente se da cuenta de la realidad de mi situación.
Ahora recuerdo a Carlo. No es la persona más popular de su familia,
pero sin duda es la más infame. Me han llegado muchos rumores. De
todas las personas que podría haber elegido como falso novio.
―Sí, madre ―respondo, pese a que nada me gustaría más que
desmentir rápidamente y salir corriendo muy, muy lejos―. Estoy saliendo
con Carlo. ¿Te sorprende? ―Ofrezco débilmente.
No sonríe. Se limita a mirar a Carlo.
―¿Cómo os conocisteis? ¿Por qué no lo mencionaste cuando hablabas
antes con Salvador? ¿Por qué tantos secretos? ―pregunta ella,
aparentemente ofendida.
Abro la boca para contestar, pero se me adelanta.
―Lo siento mucho, señora Bianchi. Tu hija y yo queríamos mantener
nuestra relación en secreto durante un tiempo. Ya sabes cómo son las
cosas en nuestros círculos ―dice. No hay ni una pizca de engaño en su
voz. Incluso consigue sonar sincero.
¿Me sigue la corriente? Inclino la cabeza para interpretar la expresión de
su rostro, pero está en blanco y vacía. No parece afectado por toda esta
artimaña.
Mi madre asiente con la cabeza.
―Supongo que tienes razón. Qué buena noticia.
Uno pensaría que la desanimaría el que su hija saliera con un miembro
de un conocido sindicato del crimen, pero por lo que recuerdo, mis
padres adoran a los D'Angelo. Algo sobre su difunto padre, gran amigo
de papá y que le ayudó cuando la empresa tuvo problemas.
―¿Cuánto tiempo lleváis saliendo?
―Mamá ―digo rápidamente―. ¿Por qué no vuelves al salón de baile?
Carlo y yo nos reuniremos pronto contigo. Tenemos algunas cosas que
discutir. Ha venido a la fiesta antes que yo y no lo he visto en todo el día.
Tenemos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde.
Mi madre sonríe y, tras echarnos una última mirada, vuelve a entrar,
dejándome a solas con un desconocido que, al parecer, es ahora mi falso
novio. Ni siquiera lo duda. Apenas se ha ido, aparta la mano y se vuelve
hacia mí, con las oscuras cejas ligeramente levantadas en señal de
pregunta.
―¿Qué demonios ha sido eso?
Capítulo 4

Carlo
Mi mandíbula está tensa mientras contemplo a la mujer que está a mi
lado. Está inquieta, sus ojos se mueven de un lado a otro evitando el
contacto visual.
Los últimos minutos han sido de lo más extraño. Salí del salón de baile
para coger algo de la limusina que habíamos traído y al volver me
encontré con ella, literalmente. Me hizo una bonita hendidura en el pecho
antes de balancearse sobre sus pies, una acción que voy a suponer fruto
de su embriaguez. Pero ni siquiera eso puede explicar lo que ocurrió en
los dos minutos siguientes.
―¿Y bien? ―pregunto de nuevo, agotada mi paciencia.
Finalmente suspira, levanta la vista hacia mí, y me obsequia con la
visión de sus ojos. Un ligero color castaño, avellana. Hay algo en ellos que
me atrae, como el canto de sirena a un marinero. Lo cual es
desconcertante y sorprendente a partes iguales.
―Lo siento muchísimo ―suelta―. No quería que pasara eso.
―Esperaba una explicación, Srta. Bianchi. No una disculpa ―afirmo.
Me mira durante un segundo y parpadea lentamente. Sigue estando
ebria, no tanto como para arrastrar las palabras, afortunadamente, pero sí
lo bastante como para confundir a desconocidos con novios que presenta
a sus padres. Aun así, la situación es demasiado extraña como para que
me aleje de ella. Y tengo mucha curiosidad por saber por qué lo ha hecho.
―Te lo explicaría, pero no puedo creer lo que acaba de pasar.
―Créetelo. Porque estamos a punto de volver al salón de baile, y te
garantizo que tus padres tendrán preguntas. Ahora, ¿necesitas que
busque a tu verdadero novio? ―pregunto.
Ella sacude la cabeza y murmura incoherencias en voz baja.
―No tengo ―responde finalmente.
La miro fijamente durante varios segundos, preguntándome de nuevo
qué diablos está pasando. Suspirando, froto el puente de la nariz,
mirándola fijamente.
―¿Por qué me has presentado a tu madre como tu novio?
―Porque necesitaba un novio.
―¿Y no había multitud de pretendientes dispuestos a esa tarea? ¿Por
qué tuviste que involucrarme?
Ella resopla ligeramente.
―No era mi intención. Simplemente estabas allí.
―Empieza a tener sentido ―respondo.
Con un exagerado suspiro, se apresura a contarme la petición de sus
padres de llevar su novio a la fiesta, no vaya a ser que se encuentre
comprometida con Dante Marino. Su nombre me inspira apenas el
recuerdo de algo. Aún estoy esperando que me explique por qué me vi
arrastrado ello.
―Intenté encontrar a alguien a tiempo, pero, sorprendentemente, es
muy difícil encontrar a un hombre que actúe como mi novio y con quien
mis padres crean que estoy saliendo.
―¿Y pensaste que yo era un candidato digno? ―pregunto, sorprendido.
―No. Apenas te conozco. Pero, como he dicho, casualmente estabas
ahí.
Le dirijo una mirada inquisitiva. No sé qué decir en este momento.
―Esto es un desastre ―llora, dejando caer la cabeza entre sus manos.
La miro, asintiendo en silencio, sin dejar de repasar la situación
mentalmente. Puede que sea un desastre, pero de algún modo -y
realmente no puedo creer que haya tenido tanta jodida suerte- la
respuesta a mi apremiante situación acaba de aterrizar en mi puto regazo.
O se estrelló contra mí. En cualquier caso, Astoria Bianchi, aunque es una
mujer torpe e impulsiva, me ha proporcionado una oportunidad
espectacular que tengo toda la intención de aprovechar.
―Lo haré ―anuncio.
Levanta la vista de su ensimismamiento y sus ojos color avellana se
cruzan con los míos, confusos.
―Seré tu novio ―aclaro.
Ella sigue mirando fijamente, con expresión incomprensible.
―¿Cuánto has bebido esta noche? ―refunfuño.
―No mucho. No lo suficiente como para entender, por qué un
completo desconocido accede de repente a algo tan descabellado.
―Pero lo suficiente como para presentar a dicho desconocido a tu
madre, sin ningún plan ni consideración sobre lo que ocurriría después.
Hace una pausa y maldice en voz baja.
―Recuérdame que no vuelva a beber tequila.
―No lo haré.
Entonces me mira, sus ojos más claros, estudiándome.
―Soy Astoria Bianchi. Será mejor que nos presentemos.
―Sé quién eres ―le digo, tendiéndole la mano. Ella pone su pequeña y
delicada mano sobre la mía―. Carlo D'Angelo.
Sonríe, aunque de forma cautelosa.
―Yo también sé quién eres.
Me pregunto brevemente cuánto sabe realmente de mí.
―Bien. Ahora que ya hemos terminado con las presentaciones,
volvamos a entrar ―le digo. Parece alarmada.
―Espera, ¿no tenemos que hablar? ¿Planificar y eso?
Mis ojos recorren su rostro.
―Hemos estado fuera de la fiesta demasiado tiempo. No lo hay para
hacer planes.
―¿Pero qué vamos a decir? Seguro que mi madre le ha contado a mi
padre lo que ha pasado. Y tendrán preguntas.
―Vamos a entrar en la fiesta cogidos de la mano y nos dirigiremos a
tus padres. Déjame hablar a mí.
Ella emite un ruidito disconforme.
―No me siento cómoda con eso.
―Bueno, a mí tampoco me agrada ser arrastrado a planes a medias por
mujeres borrachas, y aun así...
Sus ojos se entrecierran.
―¿Esperas que entre ahí del brazo y sonría como una tonta mientras
cuentas mentiras?
―Tus palabras, no las mías. ―Afirmo.
Parece completamente en contra de la perspectiva. Abre la boca para
discutir algo más, pero la interrumpo agarrándola por la muñeca.
―Quieres convencer a tus padres, ¿no? ―Ella asiente―. Entonces confía
en mí.
―Ni siquiera te conozco.
―Eso es cierto. Pero no lo hago por la bondad de mi corazón. Este
acuerdo podría ser beneficioso para ambas partes.
―¿Cómo? ―pregunta ella, con los ojos color avellana muy abiertos.
―Luego lo sabrás. Relájate.
―Ahora mismo estoy totalmente opuesta a relajada.
―¿Te traigo más alcohol?
Me fulmina con la mirada, pero afortunadamente eso la mantiene
callada cuando nos introduzco de nuevo en el salón de baile. Sigue
repleto de gente y, de algún modo, sigue siendo molesto y ruidoso.
Llamo la atención de Christian nada más entrar y enarca una ceja ante mi
nueva compañía. Le ofrezco un sutil movimiento de cabeza al tiempo que
Astoria y yo nos dirigimos hacia sus padres. Obviamente, nos han estado
esperando y están a un lado, separados del resto. Su padre lanza una
mirada de desaprobación a su mano en la mía.
―Carlo ―dice, con tono de autoridad―. ¿Qué demonios está pasando?
Una pregunta que me he hecho demasiadas veces esta noche. Por
fortuna, Astoria permanece callada cuando le comunico a su padre que
llevo unas semanas saliendo en secreto con su hija. Las emociones de su
rostro oscilan entre la sorpresa, la confusión, un leve resentimiento y
finalmente ira.
―¿Cómo y cuándo ha ocurrido esto?
―No sé si este es el lugar adecuado para entrar en detalles sórdidos,
señor. Nos encontramos en un restaurante y me quedé inmediatamente
intrigado por ella. Volvimos a encontrarnos y no pude evitar invitarla a
salir. Las cosas fluyeron a partir de ahí.
―Pero yo... ―vacila―. No tiene ningún sentido.
Confía en mí, Salvador. Lo sé.
Su madre, sin embargo, parece haberse adaptado bien a la idea. Pone la
mano en el hombro de su marido y sonríe.
―Vamos, amor mío, ya sabes cómo funcionan estas cosas. Los
sentimientos y emociones son aleatorios. Arrastran a una persona.
―Sí, pero ninguno de los dos ha dado nunca a entender que estuvieran
implicados. Ni siquiera sabía que Astoria conociera a alguno de los
D'Angelo.
Afortunadamente, mi novia elige este momento para intervenir.
―Claro que los conozco, papá. Siempre estás hablando de ellos y
cuando conocí a Carlo sentí curiosidad por la clase de persona que es. No
te lo dije porque me preocupaba cómo reaccionarías, pero entonces
empezaste a hablar de comprometerme con Dante. Carlo y yo hablamos y
acordamos que era hora de confesar nuestra relación.
Me pone la mano en el pecho, asegurándose de mirarme
amorosamente. Es una demostración encantadora; sobresaliente por la
actuación.
―Además, nuestra relación aún está en sus inicios. Me ha pedido salir
hace poco.
―Hacen una pareja maravillosa, Salvador ―le dice su madre, radiante.
Gracias a Dios que ella acepta de algún modo esta farsa de relación. De
lo contrario, habríamos encontrado una oposición mucho más fuerte.
Salvador no parece tan dispuesto.
―Seguro ―dice bruscamente. Sus ojos castaños se entrecierran en señal
de sospecha. ―¿Tiene algo que ver tu oferta de compra de mi edificio con
este repentino... acontecimiento?
Absolutamente.
―No. Deliberadamente no mencioné mi relación porque no quería que
interfiriera en las negociaciones. El edificio no tiene nada que ver con lo
que siento ―le digo con total sinceridad.
Sigue sin parecer convencido. Se vuelve hacia su hija.
―Un D'Angelo, Astoria. ¿En serio?
―Está aquí mismo, papá ―me dice sonriendo―. Tú los aprecias.
―Apreciaba a su padre. A todos ellos, sin embargo, ya no estoy tan
seguro ―corrige Salvador, mirándome.
Le ofrezco mi mejor intento de sonrisa encantadora. Él suspira.
―Tenemos que hablar más de esto ―afirma.
―Hoy no ―interviene Camelia―. Carlo, deberías cenar con nosotros.
¿Cuándo estás libre?
Repaso mentalmente mi agenda.
―Tengo asuntos que atender durante la mayor parte de esta semana
―digo disculpándome―. ¿Estaría bien el martes que viene?
Astoria me clava ligeramente el codo en el costado.
―Cariño ―me dice con una risa nerviosa―. Los martes tengo turno de
noche en el hospital, ¿recuerdas?
Por supuesto que no me acuerdo, joder, porque no tenía ni puta idea
que trabajara en un hospital. Recuerdo vagamente que alguien mencionó
que era médico, pero se me pasó.
Rápidamente paso por alto el desliz.
―Bien. ¿Qué tal el miércoles, entonces?
Sus padres asienten y Astoria no pone ninguna objeción. Tras una
última mirada a ambos, Salvador y Camelia se alejan para seguir
haciendo de encantadores anfitriones. Christian llama mi atención desde
el otro lado de la habitación y señala su reloj, señal inequívoca que
tenemos que irnos. Me doy cuenta que ha conseguido atraer a Topher a
su lado y también a mis cuñadas. Todos miran curiosos.
Suspiro interiormente. Esta situación será muy difícil de explicar.
Me vuelvo hacia Astoria.
―Te reunirás conmigo mañana ―le informo.
Ni siquiera discute.
―Estoy libre para comer. ¿Te parece bien a las dos?
Asiento.
―Te enviaré un mensaje con los detalles.
Ella arquea una ceja oscura.
―Ni siquiera tienes mi número.
―Descubrirás, señorita Bianchi, que no hay muchas cosas que estén
fuera de mi alcance. Conseguir tu número será pan comido.
―Probablemente debería haberme buscado un novio con un poco
menos de ego ―reflexiona.
―Mañana ―le digo, ignorando su afirmación. Ella pone los ojos en
blanco y me hace un gesto para que me vaya.
En lugar de marcharme, la acerco y le doy un ligero beso en la frente,
justo bajo los oscuros mechones de cabello. No me extraña que se ponga
rígida ni que respire entrecortadamente.
―Tus padres están mirando ―le explico cuando levanta la vista para
preguntarme. También hemos captado la atención de la mitad de los
invitados de la sala, pero los ignoro―. Buenas noches, señorita Bianchi.
Me alejo sin volver a mirarla, preguntándome de nuevo cómo me he
metido en esta situación.
Capítulo 5

Tori
Por lo que he oído, los mejores sueños son los que se olvidan más
rápidamente. Se desvanecen casi inmediatamente, los sentimientos que
suscitan se desvanecen. A mí me ocurre lo contrario. Mis pesadillas
evocan la misma reacción. Supongo que debería alegrarme. Cuando me
despierto, consigo olvidarlo todo. Cuando me despierto, todo el miedo y
el terror desaparecen. Es como despojarme de una capa de mi piel.
Cuando despierto, consigo ser normal. Cuando despierto, no estoy rota.
La gravedad de mis actos me golpea a la mañana siguiente, mientras
me desvanezco entre la conciencia y el subconsciente. Entonces lo
recuerdo todo y salgo disparada del sueño. Me siento en la cama y gimo.
Joder.
―Voy a sentirme mejor atribuyendo gran parte de la culpa de las
actividades de anoche al tequila ―murmuro en voz alta, mirando el reloj
digital que tengo a mi lado.
Me he despertado cinco minutos antes de lo habitual. Mi cerebro
subconsciente había estado soñando escenarios en los que Carlo D'Angelo
me pegaba un tiro por mi comportamiento de anoche.
Después que él y su familia se marcharan, conseguí encontrar a una
mujer mayor dispuesta a ponerme al corriente de todas las noticias,
cotilleos y todo lo que se sabe sobre la familia D'Angelo. Cuando terminó,
me sentí ligeramente aprensiva, aunque no estoy segura si tuvo que ver
con el tequila o con la historia de los despiadados asesinatos de los
D'Angelo.
Son un grupo temible y, al parecer, Carlo es el peor de todos. No solo
por su crueldad, sino por lo poco que se sabe de él. Es misterioso,
intimidante y probablemente el peor candidato que podría haber elegido
para novio falso. Aún no sé por qué aceptó la treta.
Pasé el resto de la noche esquivando las preguntas de mis padres.
Después de la fiesta, nos dirigimos a casa y me retiré a mi habitación,
quedándome dormida inmediatamente.
Con un suspiro, me dirijo a la ducha y me preparo para el día. Por
suerte para mí, a mis padres les gusta dormir hasta tarde, así que puedo
desayunar rápidamente y salir de casa antes que me bombardeen con
más preguntas. Preguntas para las que no tengo respuesta.
El hospital está abarrotado, y pronto estoy demasiado agobiada por el
trabajo para pensar en mi nueva situación. Hasta que recibo un mensaje
de un número desconocido.
Café Reese's, Avenida Oakland. 2 p.m., Srta. Bianchi. No llegues
tarde.
No hace falta preguntar quién es, pero lo hago de todos modos. A mi
mensaje le sigue rápidamente una respuesta anodina.
Carlo D'Angelo. Guarda mi número.
No se me escapa que la cafetería que ha elegido está suficientemente
cerca del hospital como para poder ir andando. Me alegro. Me
preocupaba tener que luchar contra el tráfico de Nueva York para llegar a
donde él eligiera.
¿Cómo has conseguido mi número?
Para alguien que no hizo ninguna pregunta antes
de arrastrarme a una mentira terriblemente urdida,
seguro que tienes muchas preguntas para mí.
El Sr. D'Angelo es ciertamente un tipo sarcástico, y tengo la sensación
que es de esos que guardan rencor.
Parece que ahora no te importa que te arrastre a mi mentira.
Quiero saber por qué.
2 p.m., Srta. Bianchi.
Resoplo ante la respuesta evasiva y me consuelo sabiendo que al
menos tendré respuestas a mis preguntas cuando nos encontremos.
Carlo es sorprendentemente puntual y me lo encuentro ya sentado y
con cara de impaciencia cuando llego al café, con diez minutos de retraso.
―Soy médico ―le digo cuando sigue mirándome con aire crítico―. Las
emergencias surgen a menudo en mi trabajo. No pretendía llegar tarde.
―Tomo nota ―dice secamente―. Siéntate.
Mis ojos recorren las solapas puntiagudas de su traje negro, sin
corbata, el cuello abierto de su camisa blanca y la piel bronceada visible.
Rápidamente desvío la mirada.
―¿Por qué vas vestido tan formal? ―pregunto, incapaz de contenerme.
Voy vestida de uniforme, pero me doy cuenta que debería haber
optado por un look informal y una bata blanca que podría haberme
quitado sin más antes de reunirme con Carlo. Parece a punto de presentar
un pase de diapositivas ante una junta de ejecutivos, pero está
increíblemente apuesto.
Odio haberme dado cuenta de lo atractivo que es.
Sus ojos parpadean hacia mi cara.
―Trabajo para la mafia, señorita Bianchi. Este atuendo es adecuado
para mi trabajo.
Me tenso ante la displicencia con la que acaba de admitir su vida
delictiva y empiezo a preguntarme si es buena idea seguir por ese camino
posiblemente destructivo. Entonces advierto que Carlo sigue mirándome
fijamente. Está esperando una reacción.
Me aclaro la garganta, fingiendo calma y negándome a darle la
satisfacción de una.
―De acuerdo ―digo―. Acabemos con esto de una vez.
―Esto no es algo para acabar de una vez, teniendo en cuenta lo
delicado de la situación. Si vamos a hacer esto, tenemos que hacerlo bien.
¿Queda claro, Srta. Bianchi? Nada de tirarte a desconocidos al azar.
Me siento como una colegiala a la que regañan. El calor florece en mis
mejillas.
―No me he lanzado sobre ti. ¡Y deja de llamarme así!
―¿Qué?
―Señorita Bianchi. Me llamo Astoria. Aunque todo el mundo me llama
Tori.
―Tori, entonces. Tendré que familiarizarme con él, teniendo en cuenta
que vas a ser mi novia. Puedes llamarme Carlo.
―Oh, me complace tanto tener tu permiso para llamarte por tu nombre
de pila legal por el que te llama todo el mundo. Qué privilegio ―digo
sarcásticamente.
Es la viva imagen de la elegancia relajada reclinándose en su asiento,
con sus ojos castaños penetrantes.
―Explícame otra vez por qué necesitas un novio falso.
No estoy segura de querer contarle todos los detalles sucios de mi
situación, pero algo en su mirada me suelta la lengua y me encuentro
contando toda la historia.
―¿Qué tiene Marino de desagradable? ―cuestiona Carlo.
Me encojo de hombros.
―No sabría decirlo. En realidad, no conozco a ese hombre. Pero he
tenido algunos encontronazos con él y mi instinto me dice que es alguien
de quien debo alejarme. Siempre hago caso a mis instintos.
Carlo me lanza una mirada ponderada.
―¿Y qué dicen de mí esos instintos?
―No hormiguean tanto como cerca de Dante ―admito.
Ahora parece divertido.
―Interesante. ―No insiste en el tema, sino que pasa a otros problemas
relacionados con nuestra situación―. Necesitamos una buena historia.
¿Cómo nos conocimos? ¿Dónde? Necesitamos averiguar los pequeños
detalles sobre los que tus padres o cualquier otra persona podrían
preguntar.
Me recoloco un rizo suelto que se ha soltado en mi desordenado moño,
pensando en ello.
―Normalmente estoy ocupada con el trabajo entre semana, así que ¿un
sábado? Hace un mes cené con una amiga en La Vie. Podríamos decir que
nos conocimos entonces.
Asiente con la cabeza.
―De acuerdo. Nos conocimos en La Vie. Entonces, ¿qué pasó?
―¿Te deslumbró tanto mi bello rostro que me pediste una cita?
Su expresión es anodina mirándome fijamente.
―Improbable. No me conoces, señorita Bianchi, pero créeme, ese no
sería el caso.
―¿Qué sugieres, entonces?
Se inclina más cerca, sus ojos siguen neutros, pensativos.
―Te acercaste a mí porque siempre has querido conocerme. Después
de tantos años oyendo hablar de mí y mi familia, sentías curiosidad.
Mantuvimos una conversación, hubo chispas, pero no volvimos a vernos
hasta unos días después.
Hago una mueca, pero cuando sus ojos se cruzan con los míos,
desafiándome a ofrecer una opción alternativa, cierro la boca.
―De acuerdo. ¿Así que quedamos unos días después y empezamos a
salir?
Carlo niega con la cabeza.

―No, si esto va a funcionar, no podemos llevar saliendo más de dos


semanas. Anoche lo medité.
―¿Qué? ¿Por qué?
Sus ojos recorren mi rostro y se toma su tiempo para responder a la
pregunta.
―Porque por aquel entonces estaba liado con otra persona.
―Oh ―murmuro. No sé por qué me sorprende tanto. Claro que puede
haber tenido una relación. Solo que nunca me lo había planteado.
Además, parece tan cerrado que no me lo imagino saliendo con nadie―.
De acuerdo. Estoy un poco preocupada. Se supone que mis padres tienen
que creer que esto entre nosotros es real y serio, aunque solo nos
conocemos desde hace unas semanas.
―Se lo creerán.
―¿En serio? Porque, por alguna razón, mi padre ya sospecha mucho.
Lo que nos lleva a mi siguiente pregunta ―afirmo―. ¿Por qué haces esto?
Se encoge de hombros.
―No hay ninguna razón. Lo hago por la bondad de mi corazón,
señorita Bianchi.
―Ja, ja, muy gracioso.
Su expresión impasible no vacila cuando finalmente responde.
―Necesito algo de tu padre. Mi hermano y yo hemos intentado
conseguir un edificio suyo. Pero dice que solo se lo dará a su yerno como
regalo de bodas.
―¿El edificio de Bayside? ―digo con cautela, recordando
conversaciones anteriores con mi padre al respecto. Carlo asiente.
Es un edificio bastante grande, en un vecindario muy bueno. Mi padre
ya me había hablado antes de sus planes con el edificio, pero nunca había
pensado realmente en ello. Supongo que tiene sentido que lo quieran,
pero mi padre puede ser bastante testarudo. Una vez que se decide por
algo, es casi imposible hacerle cambiar de opinión.
―De acuerdo, tus razones son ciertas. Sin embargo, hay un pequeño
resquicio en tu plan, no hay ninguna posibilidad de caminar hacia el altar
y convertirte en su yerno.
Una sonrisa se dibuja en su boca.
―No te preocupes, señorita Bianchi. Lo único que tienes que hacer es
comportarte como mi cariñosa novia. Yo me ocuparé del resto.
No estoy segura de lo que piensa hacer exactamente. Pero tengo la
sensación que con él, cuanto menos sepa, mejor.
―Bien. Supongo que vamos a hacerlo. Además, es Tori. T-O-R-I, Tori
―le recuerdo, ligeramente exasperada.
Pone los ojos en blanco.
―Necesitamos un acuerdo formal.
―¿Como un contrato escrito con respecto a nuestra falsa relación?
―pregunto. Él asiente una vez y yo resoplo―. ¿Es realmente necesario?
Carlo arquea una ceja.
―Nunca hago un trato sin exponerlo todo cuidadosamente.
―Podemos hacerlo. Pero un contrato escrito es exagerado. Estamos
empezando una relación falsa, no me estás reclutando para la mafia.
Su fría mirada recorre mi rostro.
―Definitivamente, no.
―Vamos a establecer las reglas. En primer lugar, hay que cubrir el
contacto físico ―empiezo, sintiendo que mis mejillas se acaloran―.
Tendremos que tocarnos mucho y tal vez un beso o dos.
―Un beso o dos ―repite Carlos con indiferencia, aunque sus ojos
castaños parpadean divertidos.
―Sí. No habrá sexo en absoluto ―digo con firmeza.
―No te preocupes, Srta. Bianchi. No tengo ningún interés en acostarme
contigo.
Ignoro la ligera punzada de decepción que me producen sus palabras.
No tenía por qué ser tan directo.
―Bien. ¿Tienes alguna condición propia?
―Nada de fotos. Ni publicarme en las redes sociales.
―Eso no es un problema. ―Pienso mis siguientes palabras, vacilando
ligeramente―. Nada de violencia ―digo con cuidado. Cuando arquea una
ceja, le explico―. Soy médico, Carlo. No me siento ni me sentiré nunca
cómoda viendo cómo le das una paliza a alguien.
―Sí, porque tiendo a hacerlo a menudo ―bufa.
―¿No es así? ―contesto, a lo que él se encoge de hombros.
―Nada de violencia cuando estés cerca, salvo circunstancias especiales
que lo justifiquen ―afirma, ofreciéndome un compromiso.
Supongo que es lo mejor que voy a conseguir. Hablamos un poco más
sobre los resquicios más delicados de nuestro plan.
―Necesitamos sentirnos más cómodos el uno con el otro. No puedes
ser tan... rígido todo el tiempo ―le informo.
―No tengo idea de lo que estás hablando ―dice, con la tensión
recorriendo sus hombros.
Tengo la sensación que Carlo D'Angelo nunca se relaja, jamás. Siempre
tiene que tener el control y estar por encima de todo.
―Esto no va a funcionar si no puedes actuar como si me quisieras
―afirmo.
Parece consternado por la idea, y suspiro. Puede que esto no salga tan
bien como esperamos.
―¿Te has enamorado alguna vez? ―pregunto.
Carlo pone los ojos en blanco antes de ponerse en pie.
―Hemos terminado por hoy ―me dice, ignorando mi pregunta.
Es evidente que ha levantado un muro, puedo ver el cambio en su
lenguaje corporal. Yo también me pongo en pie.
―Volveremos a vernos mañana ―me dice Carlo, y arqueo una ceja―.
Así podremos practicar para sentirnos cómodos el uno con el otro antes
de ver a tus padres ―aclara.
―Correcto. Una semana debería ser tiempo suficiente para
acostumbrarnos el uno al otro.
Asiente.
―Pero no podré volver a verte después de mañana. Estaré hasta arriba
de trabajo.
―No hay problema. Pero puedo elegir la hora y el lugar de mañana ―le
digo, sonriendo.
―Házmelo saber esta noche.
Y con eso, se marcha, sin decir ni siquiera una palabra de despedida.
Podría mejorar sus modales. Tacha eso, podría trabajar en su propio
sentido del humor. A pesar de todo, siento curiosidad.
Carlo no me parece un hombre que deje ver más allá de la superficie.
Pero si esto va a funcionar, tendrá que ceder al menos un poco en ese
aspecto.
Podría ser interesante verlo derrumbarse.
Capítulo 6

Carlo
El club está en silencio cuando atravieso los pasillos, dirigiéndome a
las puertas dobles que conducen a la sala de descanso. Hay una mujer
delante, con pantalones cortos y una camiseta que no deja nada a la
imaginación. Sus ojos azules están inexpresivos al dedicarme una
inclinación de cabeza y una sonrisa. Me tiende un vaso de whisky, ya
acostumbrada a mi pedido, y se marcha.
Vengo a este lugar desde hace más de cinco años. El secreto es la clave
entre los miembros. Es un club clandestino donde los hombres pueden
venir y satisfacer sus deseos degradados sin ser juzgados. Hombres con
algo que ocultar. No estoy seguro quiénes son la mitad de los demás
miembros y, francamente, no me importa. Empecé a venir aquí para
conseguir un poco de paz y tranquilidad. Además, me daba tiempo para
pasar el rato con una de las pocas personas del mundo, aparte de mi
familia, a la que tengo algún tipo de aprecio.
Unos fríos ojos verdes clavados en un teléfono se elevan para mirarme
fijamente. Khalil me ofrece una pequeña sonrisa cuando tomo asiento
frente a él. Hay un vaso lleno con hielo, una botella de champán y una
copa sobre la mesa, entre nosotros. Ha empezado sin mí.
―Llegas tarde ―me dice, o más bien me acusa, porque para él la
puntualidad es lo más importante.
―Me retuvieron.
Me lanza una mirada irónica.
―Por la chica Bianchi, supongo.
No me sorprende que lo sepa. Khalil Larsen es una leyenda en nuestro
mundo. No por quién es, sino por lo que es. Y lo que es, es prácticamente
un fantasma. Es un genio cuando se trata de mantenerse invisible. Tiene
una empresa de investigación privada, pero lo que hace es casi todo
extraoficial. Puede mantener su estilo de vida porque es, francamente, el
mejor hacker que he conocido.
Christian se asombraría de lo que puede hacer Khalil. Nunca se han
visto antes. Khalil valora el anonimato, y nunca sale de las sombras a
menos que quiera hacerlo. Por eso esta amistad funciona tan bien.
―¿Qué has averiguado?
―Hay susurros por todas partes, por supuesto. Un D'Angelo con una
Bianchi. Podrías aparecer en las portadas de las principales revistas de
cotilleos.
Mis labios se curvan con desagrado.
―Preferiría no hacerlo.
―Me lo imaginaba. Hice unas cuantas llamadas, limpié unos cuantos
servidores y detuve todos los artículos. Al menos los relevantes. Ahora
me debes un favor.
―Por supuesto ―le digo, haciéndole un gesto con el vaso para que
continúe.
―Explícame esta farsa de relación ―me incita.
Pongo los ojos en blanco, sin sorprenderme. Le ofrezco los detalles
rápidos y, para cuando termino, se muestra divertido.
―Así que te estás atando a ella para conseguir un edificio.
―Es mutuamente beneficioso ―digo encogiéndome de hombros.
―Por lo que sé, las relaciones falsas nunca acaban bien.
―¿Y eso por qué?
―Porque de alguna manera las partes implicadas siempre se enamoran
la una de la otra.
Me estremezco ligeramente antes de mirarle a los ojos.
―Estoy seguro que eso no va a ocurrir.
Khalil sigue divertido. Sus ojos oscuros recorren mi cara. ―Iba a irme a
Londres una temporada, pero quizá me quede por aquí. A ver cómo va
esto.
Arqueo una ceja ante eso.
―Vas a quedarte porque esperas que de algún modo me enamore de
una mujer a la que apenas conozco y con la que no tengo ningún interés
en mantener una relación.
―Me quedo porque estás jugando con fuego y será gracioso si el señor
de acero se quema.
―¿Por qué demonios te mantengo cerca, Larsen? ―pregunto
llevándome el vaso a los labios.
―Porque serías prácticamente inútil sin mí. Incluso ahora quieres que
haga algo por ti. ―Sonríe.
Me encojo de hombros. Me conoce bien.
―Necesito información sobre Salvador Bianchi.
―¿Qué clase de información?
―De la clase condenatoria.
Esta vez, cuando Khalil sonríe, lo hace con picardía.
―¿Piensas chantajear a tu futuro suegro?
―Cállate. Solo es un plan alternativo. Por si acaso. Y no es mi futuro
suegro ―añado.
―Mmm ―dice Khalil.
―¿Así que lo harás?
―Bien. Solo lo hago porque te ocupaste del caso McLaren por mí.
Asiento con la cabeza.
―Considera que estamos en paz.
Nunca lo estamos durante mucho tiempo. Al final, uno de los dos está
en deuda con el otro. Hemos fundado una relación basada en la utilidad
mutua y algo más: la confianza. Porque podría contarle a Khalil mis
secretos más profundos y oscuros y el muy cabrón no pestañearía. No se
lo cuento todo, pero es muy reconfortante tener un confidente.
―Entonces, cuéntame más cosas sobre la chica Bianchi. Te parece que
está buena, ¿no?
Mis cejas se levantan.
―Vete a la mierda, Larsen.
―No, en serio. Tengo curiosidad por saber exactamente qué piensas de
ella.
Mi mente vuelve a nuestra conversación en el café. Astoria Bianchi no
es como la mayoría de las mujeres. Con ella, nunca sabes qué esperar. Lo
cual, más que nada, es lo que me disgusta de ella. Valoro las líneas claras
y la precisión. Es un desastre en estado latente.
Y, sin embargo, la necesito para conseguir lo que quiero.
―Ella es un medio para un fin ―le digo a Khalil.
―Pero crees que es hermosa. He visto algunas fotos y uf. ―Silba.
―Por supuesto, creo que es hermosa. Tengo ojos ―le digo, solo para
quitármelo de encima. Khalil es un perro con un hueso cuando quiere
algo. Implacable.
Parece complacido por mi admisión.
―Sí, tienes ojos. Pero me pregunto si aún tienes un corazón enterrado
bajo todo esto.
Tengo un corazón; probablemente esté raído y desgastado, pero está
ahí. Hago caso omiso de la afirmación de Khalil y seguimos tomando una
copa, en un silencio apacible entre nosotros. Una hora más tarde, me
dirijo a casa y, cuando entro en mi casa, suena un mensaje en el móvil. Es
de Astoria.
18 h, Bar Earling. No llegues tarde. Solo puedo estar allí una hora
antes de tener que volver al hospital.
Tecleo rápidamente una respuesta y la envío.
No voy a ir a un bar, Srta. Bianchi.
Me contesta en mayúsculas para acentuar su frustración.
¡¡¡TORI!!!
Sonrío. Es divertido hacerla enfadar.
¿Qué tiene su alteza real contra los bares?
Prácticamente puedo oír su tono seco. Mi respuesta es breve.
No me gusta estar en público.
Claro que no. Aguántate, Carlo. Solo es un bar.
¿Por qué tu primera elección es un lugar cargado de alcohol?
Empiezo a pensar que tienes un problema.
No me gusta nada lo que insinúa, Sr. D'Angelo. ¡Ni que pensara
beber!
A mi pesar, sonrío.
¿Contrapropuesta? Puedo arreglármelas, Srta. Bianchi.

Bien, oigámoslo.
¿Qué te parece si te recojo después del trabajo?
Has dicho que tienes el turno de noche.
Puedo dejarte en casa de tus padres.
No responde durante varios segundos. Dejo caer el teléfono sobre la
cómoda y empiezo a desvestirme. Cuando me contesta, lo cojo.
Terminaré bastante tarde. Sobre las 2 de la madrugada. ¿Seguro
que quieres renunciar a dormir por esto?

De acuerdo. Puedes recogerme en el hospital. Te diría dónde está,


pero seguro que ya lo sabes.
Mujer inteligente.
Hasta mañana, Carlo.
Dudo antes de contestar.
Buenas noches.
Hasta ahora todo va bien. Puede que este acuerdo no sea el dolor de
cabeza que tanto me preocupaba. Mientras Astoria y yo sigamos
comportándonos civilizadamente, puede que las cosas salgan bien.
El día siguiente llega con una lista de problemas. Algunos de nuestros
hombres son detenidos en medio de un lucrativo acuerdo. La anulación
del trato nos cuesta mucho dinero y la comisaría donde están detenidos
se niega a liberarlos. Algo sobre órdenes de los superiores. Alguien del
FBI está vigilando el caso.
Con los dientes apretados, envío un mensaje de texto a mi hermano
menor.
Dile a tu suegro que nos deje en paz.
Su respuesta es instantánea.
Veré lo que puedo hacer, pero ya sabes cómo es. Sea lo que sea lo
que pasa, estoy seguro que tú y el Don lo solucionaréis.

Suspiro. No es un asunto que podamos resolver esta noche. James


Malone es un hombre duro e implacable. Uno esperaría que la
incorporación de su hija a nuestra familia le hiciese ser un poco más
indulgente, pero ha sido todo lo contrario. Se esfuerza aún más por
golpearnos desde todos los ángulos. Está empezando a cabrearme de
veras. Puede que los hombres detenidos tengan que contentarse con
pasar algún tiempo en la cárcel. Me aseguraré de compensarles
adecuadamente.
Informo a Christian de la novedad y me dice que se ocupará de ello.
Cuando puedo salir de la comisaría, es hora de recoger a Astoria. Me
pregunto brevemente si es buena idea siquiera verla. Estoy nervioso,
teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido hoy, y un poco enfadado.
Aun así, ya es demasiado tarde para cancelar nuestros planes.
Nada más llegar al aparcamiento, le envío un mensaje informándole de
mi llegada. Pero ella no responde. Espero diez minutos hasta que se me
agota la paciencia. Me dirijo a recepción. La mujer que está detrás enarca
una ceja cuando me acerco.
―¿Puedo ayudarte? ―pregunta ella.
―¿Me gustaría saber dónde está la Dra. Bianchi?
Llamarla doctora me resulta extraño. Me sorprende que realmente
haya separado una parte de su vida de mi sentido general de quién es
ella.
La mujer abre mucho los ojos. ―Perdona y ¿tú eres?
―Su novio ―respondo, satisfecho porque la mentira fluya fácilmente
por mis labios.
Sus ojos se abren aún más.
―Lo siento, ¿qué?
No me repito.
―¿Vas a decirme dónde está o no? ―pregunto cansado.
Asiente, aunque sus ojos se entrecierran sospechosamente.
―Cuarta planta. Ya debería estar terminando sus rondas. Su despacho
es la tercera puerta a la derecha.
Me dirijo al ascensor. No hay nadie por los pasillos de la tercera planta
cuando llego, e inmediatamente me dirijo a la puerta que me indicó la
recepcionista. La placa de delante dice, 'Despacho del residente'. Sin
embargo, cuando llamo, no hay respuesta. No puedo entrar sin más. La
llamo, pero no coge el teléfono.
Con un resoplido frustrado, salgo al pasillo y finalmente me encuentro
frente a la sala infantil. Una voz hace que mis pasos se detengan. Su voz.
Así que me mantengo oculto junto a la entrada de la sala y escucho.
―¿Así que tengo que tomar medicinas todos los días para siempre?
―suena una vocecita femenina.
Astoria se ríe. Se oye un murmullo y luego le habla a la niña, con voz
suave.
―Claro que no. Solo hasta que te mejores, cielo.
―¿Y cuánto tiempo tardé? ―contesta la niña.
Astoria no responde durante un largo instante. ―Todo el tiempo que
haga falta, Sarah. Lo que haga falta hasta que te sientas mejor y ya no te
duela la barriguita.
Sarah suspira dulcemente.
―Odio estar enferma.
―Síp, no es un día de campo. ―Astoria se ríe.
―Gracias, doctora Tori.
―¿Por qué?
―Por cuidar de mí ―responde la niña.
―Soy tu médico, cariño. Ese es mi trabajo. El tuyo es relajarte y
centrarte en mejorar, ¿vale?
Hay silencio durante uno o dos minutos antes de escuchar más
murmullos.
―Ahora tengo que irme a casa. Es muy tarde y deberías estar
durmiendo. Ahora mismo, probablemente haya un hombre muy
enfadado esperándome abajo.
Sarah se ríe.
―¿Por qué está enfadado?
―Porque llego tarde. Odia que llegue tarde, pero entre tú y yo, lo odia
todo ―se ríe.
―Pero estás haciendo tu trabajo. Debería entenderlo.
Astoria suspira.
―Debería, pero dudo que lo haga.
Estupendo. Qué manera de hacerme sentir bien conmigo mismo.
―Tú, en cambio, eres una joven brillante que hace demasiadas
preguntas cuando debería estar descansando. Buenas noches, mañana
vendré a ver cómo estás ―dice.
Tardo un momento en darme cuenta que Astoria ya está saliendo.
Cuando sus ojos se posan en mí, se agrandan. Rápidamente cierro la
mano sobre su boca abierta antes que pueda gritar. Dudo que Sarah sea la
única niña ahí dentro. Tiro de ella hacia la pared y me pongo delante. Al
cabo de unos segundos, enarco una ceja en señal de pregunta, y ella
asiente para decirme que se ha calmado.
Suelto la mano que cubre su boca e inmediatamente se golpea contra
mi pecho. Mis ojos se entrecierran.
―¿Qué demonios haces aquí? ―grita susurrando.
―No cogías el teléfono.
―¿Así que decidiste acechar en un hospital?
―Te estaba buscando.
―Y estabas escuchando a escondidas. ¿Qué oíste?
―Nada. Vamos ―le digo―. Puedes explicarme por qué decidiste dejar
el teléfono donde diablos lo dejaste.
Me sigue y empiezo a caminar por el pasillo hacia su despacho.
Cuando llegamos, me cruzo de brazos y espero a que lo abra. Abre. No la
sigo dentro, pero cuando sale, se ha quitado la bata blanca y lleva un
bolso colgado del hombro. Me mira.
―Aún quiero saber lo que has oído.
―Vamos, doctora Bianchi.
―Oh, así que ahora soy doctora Bianchi, ¿no?
―Sí ―le digo sin mirarla dirigiéndome a los ascensores.
Por alguna razón, después de escuchar su conversación con esa niña,
ya no sé cómo comportarme con ella.
Capítulo 7

Tori
El viaje en coche a casa es silencioso y sofocante, y lo odio. Carlo parece
el tipo de hombre que se crece con el silencio, pero yo empiezo a sentirme
asfixiada. Cuando decido que ya no puedo más, agarro el estéreo del
coche y él me aparta la mano de un manotazo.
―¡Ay! ―grito indignada.
―No ―me dice con esa sequedad suya―. La única persona que puede
poner música en mi coche soy yo.
Le fulmino con la mirada.
―Eres un imbécil.
Me responde tarareando. Empiezo a pensar que este viaje en coche ha
sido una mala idea. Él está irritable y yo estoy agotada.
Unos minutos después, pregunta Carlo.
―¿Qué le pasa a la niña de ahí atrás?
Mis ojos parpadean hacia su cara, pero su expresión es ausente.
―¿Sarah?
Asiente con la cabeza.
―Tiene Cáncer. Cáncer de estómago.
―¿No hay cura? ―pregunta Carlo.
Sacudo la cabeza y algo doloroso se apodera de mi corazón―. No. Está
localizado, pero está teniendo dificultades con el tratamiento, así que
estamos probando diferentes enfoques.
Es tan frustrante. Odio que tenga que pasar por todo eso.
―Estoy seguro que lo haces lo mejor que puedes.
―Estás siendo extrañamente amable ―le digo, lanzándole una mirada.
Pone los ojos en blanco.
―Eres imposible de complacer. ¿Qué quieres exactamente de mí?
Me encojo de hombros.
―Solo quiero conocerte.
Eso le da que pensar.
―¿Por qué?
―Porque nos ayudará con nuestro trato. Además, tengo la sensación
que podríamos ser amigos.
Ahora está visiblemente sorprendido.
―¿Amigos? Somos completamente opuestos. Lo que acabo de
presenciar en el hospital es una clara prueba de ello.
―¿Cómo puedes estar tan seguro? Que somos opuestos ―cuestiono.
―Confía en mí, nuestras brújulas morales apuntan en direcciones
completamente distintas.
Puede que tenga razón en eso. Pero estoy segura que podríamos
encontrar un terreno común.
―Aun así, podríamos intentarlo.
Puede parecer un poco tosco, pero sinceramente eso hace que sienta
aún más curiosidad por él.
―De falsa novia a amiga, ¿eh? ―pregunta, con la mirada aún fija en la
carretera.
―Nuestra relación progresa de maravilla.
De algún modo, eso consigue arrancarle una sonrisa. Y hacerle sonreír
se siente como una victoria personal. Llegamos a casa de mis padres y
salgo del coche, mirándole por la ventanilla.
―¿A qué hora debo llegar para cenar la semana que viene? ―pregunta.
―Siete. Y ponte corbata. Te hará parecer responsable.
―Siempre parezco responsable ―argumenta.
―No, siempre pareces un jefe mafioso enfurruñado. Que es lo que eres.
―Cristian es el Don ―me recuerda.
―Ya, pero está claro que tú eres el verdadero jefe. Además, estamos
intentando ganar puntos con mi padre. Ponte corbata.
Suspira como si fuera la peor sugerencia del mundo.
―Bien.
―Mira, la vida sería mucho más fácil si fueras más receptivo a mis
sugerencias.
―No aguantes la respiración, Astoria.
Sonrío. Me gusta el sonido de mi nombre en sus labios.
Antes de alejarse, mis ojos se cruzan con los suyos castaños.
―Lamento haberme dejado el teléfono. Debería haber sabido que
llamarías, pero perdí la noción del tiempo. A partir de ahora intentaré ser
mucho más eficiente a la hora de comunicarme, siempre que no interfiera
con mi trabajo. En todo caso, la próxima vez enviaré un mensaje rápido.
Los ojos de Carlo brillan de sorpresa. Arranca el coche, no sin antes
lanzarme una última mirada.
―La vida sería mucho más fácil si siempre fueras así de agradable y te
disculparas.
―No aguantes la respiración, Carlo.
Me hace un gesto con la cabeza antes de marcharse. Observo cómo su
vehículo sale de la finca antes de entrar en casa. Afortunadamente, mis
padres aún están despiertos cuando entro. Están en el salón, viendo un
programa. Puedo presumir porque mi increíble novio me ha recogido del
trabajo y me ha dejado en casa. Mi madre sonríe, pero mi padre me lanza
una mirada muy suspicaz.
Espero que cuando lo conozcan oficialmente, sus dudas se acallen y
podamos convencerle finalmente que esto es real.
No bromeaba cuando le dije a Carlo que intentaría mantener una
buena comunicación. Los pocos días que no nos vemos los pasamos
enviándonos mensajes de texto. Al principio, solo intentaba averiguar
información aleatoria sobre él, su cumpleaños o cosas que pudieran
surgir sobre su familia. Luego empezamos a hablar de intereses comunes.
Le gusta jugar al billar. Juega de vez en cuando, lo cual no me sorprendió.
En realidad, no es tan desagradable cuando llegas a conocerlo. Es
divertido de una manera graciosa, e inteligente, y... Me obligo a dejar de
pensar en Carlo e intento esperar con ilusión esta noche.
Llegará en unos minutos.
Una cena familiar como esta ocurre una vez cada dos semanas. En
realidad nunca tenemos mucho tiempo para pasar el rato juntos. Mi
padre está ocupado dirigiendo una de sus empresas, mi madre trabaja
como vicepresidenta en el Union Bank y yo estoy ocupada en el hospital.
Pero nos hemos impuesto la norma de sentarnos a cenar al menos dos
veces al mes y mantener una conversación en familia. Por lo general, me
encantan nuestras cenas familiares.
Sin embargo, tengo la sensación que la cena de hoy no va a ir tan bien
como de costumbre.
Como siempre, Carlo es irritantemente puntual. A las siete de la tarde
ya está entrando en el recinto, así que salgo a su encuentro. Tengo una
sensación desagradable en las tripas cuando le recibo. Lleva un traje azul
marino perfectamente entallado, de líneas nítidas, aunque siento una
pequeña decepción cuando veo que no lleva corbata.
―Hola ―le digo, acercándome a él.
Me ofrece una pequeña sonrisa antes de extender un dedo.
Rápidamente introduce la cabeza hacia el interior del coche para coger
algo, y cuando se retira, lleva una corbata en las manos. Así de repente,
mi humor se anima.
―No sé muy bien cómo hacer el nudo. Podría haber aprendido, pero
pensé que, ya que eres el artífice de esta situación, podrías encargarte tú.
―No puedo creer que admitas que no puedes hacer algo.
―Nunca he dicho que no pueda. Simplemente no quiero.
―Ya, ya.
No consigo ocultar mi sonrisa cuando le arrebato la corbata de la mano
y me acerco hasta situarme frente a él. Nunca habíamos estado tan cerca.
Me da un vuelco el corazón cuando observo su rostro. Tiene una pequeña
cicatriz en la mandíbula en la que no había reparado. Y tiene la nariz un
poco torcida, como si se la hubieran roto antes. Pero esas pequeñas
imperfecciones solo sirven para hacerlo más atractivo.
Cuando Carlo levanta una ceja, me doy cuenta que he estado mirando
fijamente, y rápidamente me pongo a trabajar para anudar la corbata. Él
se inclina ligeramente para que pueda hacerlo, teniendo en cuenta que es
mucho más alto que yo.
―Estás preciosa, por cierto ―me dice bruscamente.
Elegí un vestido negro y me lo puse sin pensarlo mucho ya que estaba
nerviosa por lo de esta noche. Pero a pesar de todo, su comentario alerta
mi corazón.
―Gracias ―murmuro, odiando cómo se me acaloran las mejillas al oír
sus palabras.
Una vez que he terminado con la corbata, doy un paso atrás para
admirar mi obra.
―Ahí tienes, ahora pareces el hombre de mis sueños ―le digo
sarcásticamente.
Parece una criatura de la noche saliendo a la luz. Pero me lo guardo
para mí. Solo reforzará su creencia de ser opuestos, y yo creo firmemente
que nada es blanco o negro. Hay zonas grises, y Carlo también tiene las
suyas.
―Vamos, dolcezza. Vamos a reunirnos con tus padres ―dice.
Con sorprendente facilidad, me rodea la cintura con la mano. El
contacto me quema, pero no me sobresalto. Realmente me he sentido
cómoda con él. Mientras que la mayoría de la gente sería incapaz de
relajarse en su presencia, yo descubro que puedo hacerlo con bastante
facilidad. Es curioso.
Mis padres están en la cocina cuando entramos. La noche familiar
significa la única noche en la que mi madre utiliza realmente la cocina. El
personal normalmente se desentiende mientras nosotros nos ocupamos
de la cena por nuestra cuenta.
Les pillamos hablando.
―Sé bueno, Salvador ―está diciendo mi madre, pero se calla cuando se
da cuenta que estamos en la puerta.
―Mamá, papá ―digo, mirando a cada uno de ellos.
Sus ojos están fijos en Carlo, y no se me escapa la mirada hostil que le
dirige mi padre. Maldita sea, no se lo está tomando nada bien.
―Señores Bianchi ―saluda Carlos cortésmente―. Tenéis una casa
maravillosa.
―De pequeño pasabas mucho tiempo aquí ―le dice mamá, avanzando
y tirando de él para abrazarlo―. Aunque dudo que te acuerdes. Entonces
estaba embarazada de Tori. Tú solo tenías cuatro años. Christian era un
bebé, así que normalmente estaba con tu madre, pero tú siempre solías
seguir a tu padre a todas partes. ¿Te acuerdas, Salvador? ―pregunta ella,
clavando el codo en el estómago de mi padre.
La mira brevemente antes de volverse hacia nosotros.
―Cierto. Según recuerdo, tú y Carman erais prácticamente
inseparables durante vuestra infancia.
Cuando miro a Carlo, me doy cuenta que está tenso. No es
especialmente evidente. Su rostro sigue siendo una máscara inexpresiva y
educada, pero me doy cuenta que se siente incómodo con el tema de
conversación. Lo cambio rápidamente.
―Entonces, ¿qué vamos a cenar?
Entro más y mi madre y yo empezamos a discutir qué podríamos
cocinar. Rápidamente ponemos a los hombres a trabajar cortando
verduras y poniendo la mesa. Cocinar juntos es nuestra forma de
estrechar lazos. Carlo no da muestras de sentirse incómodo con ello. Hace
todo lo que le pide mi madre sin protestar. La cena está lista en una hora
y todos nos trasladamos a la mesa del comedor para comer.
―Entonces, Carlo ―empieza mi padre―. ¿Cómo va el trabajo en la Cosa
Nostra?
Le lanzo una mirada sutil. ¿En serio? ¿En qué mundo es eso una
conversación educada durante la cena?
Por su parte, Carlo se limita a encogerse de hombros, mirándole a los
ojos y respondiendo.
―La mayoría son tareas de dirección, señor. Christian se encarga de
dirigir la familia, yo solo le ayudo en la medida de mis posibilidades.
―He oído hablar de tus aportaciones a lo largo de los años. Puede que
Christian esté al mando, pero tú has llevado las cosas con mano firme.
―Hago lo que puedo ―dice con sencillez.
No parece molestarle que la gente saque a relucir lo que hace o lo que
implican los negocios de su familia. La mayoría de la gente rehuiría
hablar de una profesión así, pero Carlo parece casi orgulloso.
―Papá, ¿no vas a preguntarme por mi trabajo? ―pregunto yo,
cambiando de nuevo el tema de conversación.
Mi padre se vuelve hacia mí, sus ojos se vuelven cálidos.
―Por supuesto, cariño. ¿Cómo van las cosas en el hospital?
Mi madre interviene antes de poder replicar.
―A veces sigo sin creerme que estudiara medicina y se dedicara a ello
―le dice a Carlo con una sonrisa―. Siempre nos decía que algún día sería
médico, pero su padre y yo pensábamos que era solo una fase. Sin
embargo, no se rindió. Cuando quiere algo, Astoria puede ser implacable.
―Deberías estar orgulloso de ella ―dice Carlo―. Es una doctora
maravillosa, amable y desinteresada. Se preocupa de verdad por sus
pacientes.
Las palabras son una exageración, ya que Carlo solo me conoce desde
hace unos días, pero aun así es agradable oírlas. Le lanzo una pequeña
sonrisa y él me la devuelve con ternura. Al verlo, me da un vuelco el
corazón, así que busco un poco de agua para distraerme de él. Mis padres
nos miran con curiosidad. Bueno, sobre todo mi padre. Respecto a mi
madre, se ha hecho a la idea de esta relación.
―Estamos más que orgullosos de los logros de Astoria ―dice―. Debo
admitir que su padre y yo solíamos estar muy preocupados. Durante
mucho tiempo, ella solo se preocupaba de su trabajo. Imagínate nuestra
sorpresa cuando nos dijo que salía con alguien. Pero juntos os veis de
maravilla. Me alegro que os hayáis encontrado.
Y ahí está. Siento algo parecido a un puño apretándome el pecho.
Culpa. En el fondo, es una buena idea; si no estuviera haciendo esto con
Carlo, mis padres habrían seguido presionando para que me
comprometiera con Dante Marino. Pero eso no significa que me guste
mentirles. Mamá parece genuinamente feliz y odio que todo sea falso.
La conversación pasa a otros temas, la historia de cómo nos conocimos,
cómo Carlo me invitó a salir. Es bastante hábil mintiendo, adornando las
historias en los momentos adecuados e incluso colando algún chiste para
hacer reír a mi madre. Al final, hasta mi padre empieza a relajarse.
Cuando terminamos de cenar, ambos nos ofrecemos a fregar los platos,
pero mi madre insiste en que lo dejemos para el personal y podamos
disfrutar de nuestra noche juntos. Ya habíamos entrado alegremente en la
cocina cuando lo dice.
No tardamos en reunirnos con mis padres en el salón. Carlo se aparta
para poder sentarme y toma asiento a mi lado. Le rodeo el cuello con los
brazos y sonrío, como una pareja feliz.
―¿Dónde vives, Carlo? ―pregunta mi madre.
Le dice y ella sonríe, su expresión se vuelve de repente traviesa.
―Tengo una idea ―anuncia―. Tori, cariño, siempre estás hablando de
lo difícil que es ir al hospital todos los días, ya que la casa está muy lejos.
¿Por qué no te mudas con Carlo? Llevas tiempo hablando de irte de casa
―me dice, pero no sé si intenta bromear o no.
Me quedo con la boca abierta. Carlo se queda paralizado.
―Mamá ―digo sorprendida.
―¿Qué? ―pregunta inocentemente―. Solo estoy bromeando.
―Solo llevamos saliendo oficialmente unas dos semanas. Intentamos
tomarnos las cosas con calma, madre.
Papá interviene.
―Tiene razón. Las relaciones no deben precipitarse, mi amor.
Eso es mucho decir viniendo de una persona que quería
comprometerme con un hombre al que apenas conozco. Capto el brillo
burlón en los ojos de Carlo, diciéndome que está pensando exactamente
lo mismo. Me acerco más y le susurro al oído.
―¿Quieres salir de aquí? Podríamos ir a ver mi dormitorio ―sugiero,
sintiéndome como una adolescente con su primer novio.
Solo necesito que salgamos de aquí antes que mis padres saquen el
tema del matrimonio.
―Claro―dice con facilidad.
Me levanto, momentáneamente decepcionada por la pérdida de calor
al sentarme tan cerca de él. Informo a mis padres que voy a dar una
vuelta a Carlo para que vea las mejoras que hemos hecho desde que era
niño. Llevo a Carlo escaleras arriba y abro la puerta de mi dormitorio. Un
aliviado jadeo me abandona y me dejo caer sobre la cama con un suspiro.
―Has hecho bien ―murmura, cerrando la puerta y apoyándose en ella.
Me incorporo.
―¿Tú crees? Creo que papá ha llegado a aceptarlo.
―Sí, había muchas menos miradas de él hacia el final.
Me rio antes de recuperar rápidamente la sobriedad.
―Siento haberte metido en todo esto. Sé que es mucho.
―Mutuamente beneficioso, ¿recuerdas?
Le doy unas palmaditas en un lado de la cama, haciéndole un gesto
para que venga a sentarse. Arquea una ceja divertido, se acerca
arrastrando los pies y se sienta.
―Bonita habitación ―dice Carlo, observando el entorno.
―No juzgues. Esta ha sido mi habitación durante la mayor parte de mi
existencia ―le digo.
―Es bonita. ―Sonríe cuando se fija en el póster de Hannah Montana
que hay en una esquina.
Gimo suavemente.
―Mi madre tenía razón cuando decía que estaba considerando la
posibilidad de mudarme de casa. Llevo considerándolo desde que
empecé la residencia. El único problema es que no me gustan mucho los
cambios. Cada vez que miro pisos, consigo convencerme que no son lo
que quiero o no son lo bastante buenos.
―Podría ayudarte a buscar si quisieras ―ofrece Carlo―. O podríamos
pedir ayuda a mi madre. La mujer es un tiburón. Ponla al mando y
arrasará con todo el proceso, llegando incluso a elegir todos los muebles.
Ella es la que me ayudó con mi piso.
―Nunca hablas de tu familia ―le digo sonriendo.
Se encoge de hombros.
―Soy un tipo reservado.
―Subraya. Pero, ¿cómo está tu madre? ¿Sabe algo de todo esto?
―No, no le he dicho nada. Actualmente está fuera del país. Ahora pasa
la mayor parte del tiempo en Milán. Se fue hace un mes. Su hermana vive
allí. Mamma se siente un poco sola cuando está aquí.
Hay calidez en su voz cuando habla de su madre.
―¿Pero el resto de tu familia lo sabe?
―No les dije gran cosa. Aquella noche, después de la fiesta, todos me
acosaron para que les diera detalles hasta que les dije que estábamos
llegando a un acuerdo. Al final le expliqué lo que pasaba a Christian.
Seguro que él les puso al corriente.
―Oh, bien, así que saben que es una relación falsa. Me preocupaba que
también tuviéramos que guardar las apariencias con ellos.
―Eso no es necesario ―me informa
Nos quedamos en silencio y me tumbo, mirando al techo. Siento
curiosidad por algo y, aunque una parte de mí sabe que no debería, la
pregunta sale de mis labios a pesar de todo.
―¿Cómo era la relación con tu padre?
Carlo se tensa. No me mira y me reprendo internamente. Esta noche
iba tan bien.
Capítulo 8

Carlo
Carman D'Angelo fue un gran hombre. Vivió su vida para ser grande
en todos los sentidos. Mi padre nunca hizo nada ni se embarcó en nada
que no tuviera éxito. Dejó su huella en todos, de muchas maneras
diferentes.
Christian se volvió como él, persiguiendo siempre su legado e
intentando por todos los medios ser como él. Por otro lado, Topher hizo y
sigue haciendo todo lo posible por alejarse exactamente de eso. Supongo
que me encuentro en algún punto intermedio. La única diferencia es que
mi padre me preparó de forma diferente. Me enseñó y mostró cosas que
mis hermanos no podían comprender. Quería que viviera la vida sin
miedo, pero que fuera temido y despiadado para poder proteger siempre
a los demás. Como primer hijo del Don, aprendes rápidamente que la
vida está llena de maldad y oscuridad. Lo peor de todo es que gran parte
de ello viene de nosotros. Ya de niño era la mano derecha de mi padre y
cuando te pasas toda la vida siendo la puta de tu padre, su muerte te
libera.
Quería a mi viejo, pero perderle me liberó de las expectativas que
siempre he sentido como una soga alrededor del cuello. Todos pensaban
que me disgustaría que eligiera a Christian como sucesor, incluso que me
enfadaría. Lo único que sentí fue alivio. Christian siempre fue más
adecuado para el puesto. Y yo siempre he sido más adecuado entre las
sombras. Haría cualquier cosa por mi hermano pequeño, cualquier cosa
menos cargar con su responsabilidad. Supongo que ese era el plan de
papá desde el principio.
Sin embargo, no le cuento nada de esto a Astoria. Comprendo la
curiosidad de sus padres, pero ella debe saber que hay una línea que no
se debe cruzar.
―Eso no es asunto tuyo, dolcezza ―afirmo.
Sus ojos se entrecierran. ―Fue una pregunta inofensiva. No hay
necesidad de ponerse así.
Su tono me molesta y me pongo en pie.
―Vamos, vayamos a ver a tus padres. Tengo que irme.
Está visiblemente disgustada mientras nos dirijo de nuevo escaleras
abajo. Aunque una parte de mí se siente mal por haber estropeado la
calma y la facilidad con la que habían ido las cosas, otra parte se alegra.
Los límites se estaban difuminando demasiado rápido y me estaba
sintiendo demasiado cómodo en su presencia. Necesito mantener la vista
en el objetivo.
La familia Bianchi me acompaña fuera. Sus padres se quedan en la
puerta mientras Astoria me acompaña hasta mi coche. Cuando vuelvo a
mirar a sus padres, cuyos ojos están fijos en nosotros, me doy cuenta que
la noche aún no ha terminado y que hay algo más que tenemos que hacer.
―No te asustes, ¿de acuerdo? ―le digo suavemente, acercándome a
ella.
Ella arquea una ceja, mirándome curiosamente. Cuando coloco una
mano en su mejilla, respira entrecortadamente. Mis ojos se clavan en los
suyos y, no por primera vez, me pregunto cómo pueden ser tan bellos.
Solo son ojos, pero me atraen.
Mi garganta se seca.
―¿Recuerdas cuando hablamos de las condiciones de este acuerdo y
mencionaste un beso o dos? ―No espero su respuesta―. Este es el
primero.
Sus ojos se amplían y, en lugar de esperar a que comprenda lo que
estoy diciendo, inclino la cabeza y rozo su boca con la mía. Su cuerpo aún
está un poco rígido, pero cuando separa los labios con una fuerte
inhalación, saboreo algo dulce y mentolado al mismo tiempo. Mi sangre
vibra.
Lo que pretendía ser solo un beso rápido para sus padres se convierte
en algo más. Su boca es cálida y suave y no puedo resistirme a probarla
otra vez. Y otro más. Ella me responde rodeándome el cuello con los
brazos. Mis manos se deslizan hasta su cabello, sintiendo el impulso
irrefrenable de profundizar el beso, de enroscar mi puño alrededor de su
cabello y tirar de él hasta que su boca se abra completamente para mí.
Hasta que pueda tomar todo lo que tiene que dar.
Mi corazón empieza a latir con fuerza. Estoy a punto de inclinar aún
más la barbilla de Astoria cuando el sonido de un carraspeo atraviesa la
bruma de mi mente. Nos separamos bruscamente como si alguien
hubiera disparado un arma. Ni siquiera la miro, sino que me vuelvo hacia
sus padres. Su madre está radiante, su padre solo parece molesto.
―Buenas noches, Carlo ―dice en voz alta.
Saludo con la cabeza, a punto de entrar en el coche, pero consigo
echarle otra mirada furtiva. Tiene el cabello oscuro revuelto por los
tirones y los labios hinchados. La visión evoca algo visceral en mí,
caliente y posesivo. Aprieto los dientes e intento quitármelo de encima.
―Te llamaré, ¿de acuerdo?
Astoria asiente con la cabeza, pero no consigue establecer contacto
visual. No es que la culpe. Me meto en el coche y me alejo de la mansión
Bianchi.
Misión cumplida. Pero, ¿por qué tengo la sensación de haber cambiado
las reglas del juego?

Estoy agotado cuando entro en mi edificio de apartamentos, subiendo


en ascensor hasta la quinta planta. Apenas presto atención a lo que me
rodea al abrir mecánicamente la puerta de mi casa. Mi mente está en otra
parte al quitarme la chaqueta y desabrocharme los primeros botones de la
camisa. Las luces de la vivienda se encienden de repente. Apenas registro
la sorpresa antes que mi mano se cierre en torno a mi pistola y apunte en
dirección al cuerpo que hay en la habitación.
―Buenos reflejos, fratello ―sonríe Christian.
Exhalo un suspiro antes de volver a guardarme la pistola en la parte
trasera de la camisa.
―¿Qué mierda, Chris? No te di una llave para que pudieras acercarte
así a hurtadillas.
―No, me la diste para que pudiera entrar cuando quisiera. Cosa que
hice ―afirma, dejando caer de nuevo sobre la mesa el mando a distancia
que controla todas las luces. Se acerca a mí, con las cejas levantadas―.
¿Por qué estabas tan ensimismado?
―Por nada ―murmuro, hundiéndome en el sofá.
Me froto ligeramente la frente, sintiendo cómo se apodera de mí un
dolor de cabeza. Christian sigue de pie, observándome con curiosidad―.
¿Dónde estabas?
―Con Khalil ―respondo.
Aunque Christian y él nunca se han visto de forma oficial, sabe de él y
viceversa.
―¿En serio? Creí que estarías con Astoria Bianchi.
Odio la forma en que mi cuerpo reacciona al oír su nombre. Hace más
de una semana que no veo a Astoria. Hemos intercambiado algunos
mensajes, pero han sido ligeros y directos. Es evidente que nos estamos
evitando, lo cual, sinceramente, es lo correcto. Porque no tengo idea cómo
actuaría en su presencia.
―¿Y? ―me incita Cristian y le miro, con las cejas levantadas―. ¿Cómo
van las cosas con ella?
―Bien ―respondo.
Se me cierran los ojos al aumentar el dolor de cabeza. No los abro ni
siquiera cuando siento que toma asiento a mi lado en el sofá.
―Sabes, cuando dije que teníamos que adquirir el edificio a toda costa,
esto no era lo que tenía en mente.
―Mmm.
―Ni siquiera la conoces. Y no te gusta la mayoría de la gente. Según tus
palabras, prefieres mantener el contacto humano al mínimo. Solo digo
que quizá sea una mala idea.
Lanzo otro tarareo carente de intención. Ya dijo todo esto cuando le
conté mi plan, pero deja que mi hermano reitere continuamente sus
argumentos cada vez que ocurre algo que no está bajo su control.
―Vamos, Lo. ¿Me estás escuchando siquiera? ¿Y si Salvador se entera?
Puede que sea un buen hombre, pero ambos sabemos cómo ha tratado a
los que se le han cruzado en el pasado. No era el mejor amigo de pappa
sin ninguna razón.
―No se enterará ―digo, con los ojos aún cerrados.
―Sigo pensando que es una mala idea.
―Lo sé. Ahora vete. ¿No tienes una mujer a la que molestar?
―pregunto. Ha sido un día muy largo y estoy agotado.
―Está cabreada conmigo. ¿Por qué crees que estoy aquí? Me ha echado
de casa.
―¿Qué has hecho?
―Compré uno de sus cuadros a sus espaldas. No se vendió en la última
exposición de arte y ella parecía disgustada, así que le pedí a alguien que
me lo comprara.
―No veo por qué eso es un problema.
―¡Exactamente! ―exclama Christian―. Pero, según parece, que yo lo
comprara a sus espaldas fue un engaño y ella quería venderlo porque a
alguien le encantara, no porque su marido se compadeciera de ella.
Me burlo.
―Eso es ridículo. Estoy seguro que no lo compraste por lástima, sino
para hacerla feliz. Por otra parte, no entiendo tu relación, ni ninguna
relación en absoluto. Aguántate, hermano. Cómprale flores o algo y se le
pasará.
―Solo dices lo que crees que quiero oír. ―Suspira―. Debería haber
acudido a Toph. No eres de ayuda.
Vuelvo a cerrar los ojos.
―Mmm ―digo, volviendo a dar respuestas sin comprometerme.
―En serio, en vez de esta farsa de relación, ¿no te has planteado al
menos una de verdad? ¿Y Cara?
―Cristian, te quiero, de verdad. Pero cállate un rato, ¿vale?
Se queda en silencio. Durante diez segundos.
―¿Estás bien?
―No ―digo, gimiendo―. Me duele la puta cabeza.
―¿Qué ha pasado?
―Hubo un enfrentamiento en el casino. Lo apacigüé, pero uno de los
cabrones borrachos me golpeó en la cabeza con una silla. Antes estaba
bien, pero está empezando a molestarme.
―Mierda. ¿Te traigo algo de medicación? ―pregunta Christian, con un
tono preocupado.
―No, estoy bien. Vete a casa, ¿vale?
―¿Estás seguro?
Asiento con la cabeza.
―Me tomaré una aspirina y dormiré.
Se pone en pie, y siento que se demora unos segundos más antes de
dirigirse a la puerta. El silencio llena el apartamento cuando la oigo
cerrarse. Me alegra que haya sido él. Es el único miembro de mi familia
que habría atendido mi petición. Mamá se habría ensañado conmigo,
Topher habría sido un imbécil molesto. Pero Christian siempre entiende
cuando necesito que me dejen solo. Que es casi siempre.
Consigo ducharme y recalentar algunas sobras. Después de cenar y
tomar algunos medicamentos, el dolor de cabeza disminuye. Mi teléfono
recibe un mensaje de Astoria cuando me dirijo a la cama.
Hola.
Nada más, solo hola. Debería dormir, pero quiero saber qué quiere.
Hola.
Dos pueden jugar a ese juego.

¿Cómo estás?
Ahora tengo mucha curiosidad por saber qué necesita.
Una mujer de muchas palabras. Estoy bien.
Acabo de volver del trabajo. ¿Y tú?
Sigo en el trabajo. Es martes.
Bien. ¿Cómo está Sarah?
Está mejor. Estoy pensando en darle el alta pronto.
Eso está bien, la niña debería volver a la escuela.
¿Quieres conocerla? Pareces curioso. Siempre estás preguntando por
ella.
Lo considero por un momento. ¿Realmente quiero conocer a una
paciente suya? No exactamente, pero la conversación que escuché por
casualidad nunca se me ha ido de la cabeza.
No estoy seguro que sea una buena idea.
Pero Sarah también quiere conocerte. Le he hablado mucho de ti.
¿Le contaste a tu pequeña paciente lo de tu falso novio?
Sí. A ella y a su madre.
Suspiro.
De acuerdo. Mañana iré al hospital.
Vale, estupendo. Nos vemos entonces.
¿Por eso has mandado el mensaje?
Algo así.
Solo me permito dudar un instante antes de contestar.

Si no te conociera, pensaría que me echas de menos.


Menos mal que me conoces.
Sonrío.
Buenas noches, dolcezza.
Buenas noches.
Por extraño que parezca, cuando dejo el teléfono en la mesilla de
noche, el dolor de cabeza ya ha desaparecido y consigo dormirme
fácilmente. La cara de Astoria está en primer plano en mi mente al
hacerlo. Supongo que eso explica por qué sueño con ella.
Cuando me despierto a la mañana siguiente, solo tengo el recuerdo de
su sonrisa. El sueño ya está desapareciendo de mi cerebro, pero a pesar
de todo estoy irritado. Joder, realmente me está confundiendo.
Los hombres me notan más cortante y Christian levanta una ceja.
―¿Qué te pasa? ―pregunta.
―Nada.
―¿De verdad? Porque pareces cabreado. ¿Cómo va el dolor de cabeza?
―Se ha ido ―le digo.
―Si sigues teniendo dolor, será mejor que vayas a que te examinen en
un hospital.
―Christian, estoy bien ―le aseguro.
No creo que merezca la pena mencionar que ya estoy planeando ir a un
hospital. No es que vaya allí para una revisión. Además, ya no me duele
nada. Christian parece apaciguado y pasa a nuestro tema de
conversación.
―¿Crees que los Santos planean algo? ―pregunto a mi hermano.
Hemos observado algunas sublevaciones entre los miembros de
nuestro grupo. Pequeñas cosas, como labrarse un territorio y reclamar
beneficios que no son suyos. Los Desantos eran un grupo independiente
hasta que Christian hizo un trato con su líder. En lugar de acabar con
ellos, los absorbimos en nuestra familia. La convergencia fue perfecta y,
durante los últimos años, las cosas han estado bastante tranquilas. Pero
Romano Santos parece estar mordiendo más de lo que puede masticar en
este momento y empieza a ser preocupante.
La mandíbula de Christian se tensa.
―Me está cabreando. Nos enfrentamos a un problema tras otro. James
Malone, Romano Santos. Maldita sea, incluso Salvador Bianchi.
―Cálmate, Chris ―le digo. Pero comprendo su enfado.
―Estamos encontrando oposición dentro de nuestras filas, Carlo.
Desde fuera, puede no parecer gran cosa, pero podría estallar en
cualquier momento.
―Yo me ocuparé de Romano ―le digo, pero Christian niega con la
cabeza.
―No, ya tienes mucho entre manos. Necesito que te centres en Bianchi.
Yo me ocuparé de Romano. Y aunque odio meter a Topher en esto, él y
Kat van a tener que ayudarnos con su padre. Tiene que dejarnos en paz.
Es hora de hacer las paces.
―James Malone es un hombre obstinado y orgulloso, con un ego
desmesurado y un fuerte sentido de la justicia. Somos una organización
mafiosa. Dudo que tenga planes para hacer las paces.
―Claro, pero vamos a utilizar a su hija y a su nieto para llegar hasta él.
Chantaje emocional ―dice Christian, con un brillo en los ojos.
Me encojo de hombros. Estoy seguro que él se encargará. Como él ha
dicho, tengo que centrarme en los Bianchi. Recibo un mensaje de Astoria
unos minutos después de salir de la oficina, preguntándome si estoy de
camino. Una parte de mí aún no está preparada para enfrentarse a ella,
pero como ha dicho mi hermano, tengo que centrarme en conseguir el
edificio. Así que me dirijo al hospital, esperando que lo que sea que me
está jodiendo la cabeza acabe desapareciendo.
Capítulo 9

Astoria
Debo haber repasado el beso un millón de veces en mi cabeza, cómo se
sintió, cómo reaccioné ante él, la sensación de sus manos sobre las mías.
Pero, al final, he llegado a un punto en el que me reprendo por haber
pensado siquiera en ello. Me besó porque mis padres estaban allí. Para
que nuestra relación pareciera real. Solo era eso. El hecho en sí que me
gustara y mucho, es intrascendente.
Mi mente vuelve al presente e intento concentrarme en el libro que
tengo delante. Pero un golpe seco en la puerta de mi despacho hace que
me incorpore inmediatamente. Pido a la persona que entre y la puerta se
abre.
Carlo está ahí de pie.
Me pongo en pie, observando lentamente su atuendo, una impecable
camisa negra abotonada y unos vaqueros oscuros. Me quedo un
momento frente a él, indecisa sobre cómo saludarle.
¿Nos abrazamos? Por otra parte, aquí no hay nadie más y todo lo que
hacemos es para aparentar. ¿No es cierto?
No hace ningún movimiento hacia mí, así que me quedo quieta y le
miro fijamente.
―Te veo diferente ―afirmo a falta de algo mejor que decir.
Hace un pequeño ademán asintiendo.
―No siempre parezco... ¿cómo lo llamaste? ¿Un mafioso
malhumorado?
Sonrío.
―Lamentablemente, sigues pareciéndolo. Es tu aura.
―Puede que tenga que trabajar en eso ―reflexiona.
El aire entre nosotros es un poco incómodo, pero como él parece
decidido a ignorarlo, le sigo la corriente. Después de todo, decidió cortar
las líneas de comunicación durante una semana, trazando una línea clara.
Soy perfectamente capaz de captar una indirecta.
Me aclaro la garganta.
―Y...
Carlo arquea una ceja, divertido.
―¿Y? ¿Qué te pasa, Tori?
―Nada ―digo rápidamente―. Estoy perfectamente.
―De acuerdo. ¿Vas a llevarme con la niña o no?
Suspiro interiormente. Está perfectamente sereno. Ojalá yo fuera la
mitad de hábil compartimentando mis emociones. Nunca sabes lo que
está pensando. Es una buena habilidad.
―Claro, vamos a conocerla. Aunque puede que no esté del todo
receptiva.
―¿Por qué no?
Aparto la mirada.
―Podría haberme pasado la semana quejándome de lo imbécil que
eres.
Pone los ojos en blanco.
―No soy imbécil. ―Me encojo. Suspira―. Bien. Espero que el regalo lo
compense.
Mis ojos se amplían.
―¿Has traído algo? Eso es tan... ―Me callo ya que tengo la sensación
que a Carlo D'Angelo no le gustaría que se refirieran a él como dulce.
Por primera vez, me doy cuenta que lleva una bolsita en la mano. La
extiende y saca de su interior una caja de bombones. Se me derrite el
corazón.
―Oh ―Me las arreglo.
―Sí. Pensé en llevarle un regalo a la niña. ¿Crees que los bombones
están bien? No sabía muy bien qué regalarle. ―Parece un poco fuera de
lugar.
Maldita sea, nunca pensé que vería esto. Parece nervioso. Es adorable.
Otro adjetivo que dudo que le guste que se utilice en relación con él.
Sacudo rápidamente la cabeza.
―No hay apuro, Carlo. Es una caja bastante grande ―le digo,
sonriendo.
―¿Estás segura?
―Sí, seguro que le encantará.
Parece a punto de sacar otro tema, así que rápidamente enlazo mi
brazo con el suyo y lo saco del despacho. Ignoro lo bien que se siente su
brazo, grande y fuerte. Sus músculos prácticamente se flexionan con cada
movimiento.
Se me escapa un suspiro silencioso. En retrospectiva, probablemente
debería haber elegido un novio falso que fuera menos sexy.
Me aclaro la garganta al entrar en la sala. Aquí hay seis camas de
hospital y tres de ellas están ocupadas. Los padres de los otros dos niños
están con ellos, con las cortinas echadas alrededor para proporcionarles
intimidad. Caminamos hacia la cama de Sarah. Sus padres no están en
este momento, pero su madre ha participado en nuestras conversaciones
y sabían que íbamos a pasar por aquí.
―¡Doctora Tori! ―Sarah sonríe. Está mucho mejor que hace una
semana. Sus constantes vitales son estupendas y ya no le duele nada.
―Hola, cielo. ¿Qué tal estás?
―Bien ―dice rápidamente. Mira fijamente a Carlo―. ¿Es tu novio?
Prácticamente tengo que tirar de él hacia delante.
―Síp. Sarah, te presento a Carlo. Carlo, Sarah ―les presento.
Carlo ofrece obedientemente su mano a la niña para que se la estreche.
Ella se sonroja y le da la mano.
―Hola, Sarah ―saluda.
―Eres muy guapo. ―Suelta una risita.
Ahora me toca a mí sonrojarme. Resulta que las adolescentes no tienen
filtros.
―Gracias ―dice Carlo, divertido―. Tú tampoco estás tan mal.
Ella se ruboriza aún más y su rostro enrojece.
―Gracias. Aunque se supone que no debes gustarme.
―¿En serio? ―Carlo sonríe―. ¿Por qué?
―Porque has entristecido a la doctora Tori.
―¿Lo hice?
―Sí. Decía que os habíais peleado y que luego no le hablabas. Creo que
te echaba de menos.
―Lo hizo, ¿eh? ―pregunta Carlo, sonando complacido.
Su mirada sobre mi rostro es prácticamente abrasadora, pero no le
miro. En lugar de eso, miro fijamente al pequeño demonio de la cama.
―Nunca he dicho eso ―afirmo.
Sarah se encoge de hombros.
―Sí, pero viniste aquí con una tarrina de helado y no dejabas de hablar
de lo disgustada que estabas porque habíais discutido, así que sumé dos
y dos.
Carlo se está riendo ahora. Quiero desaparecer.
Vale, puede que estuviera un poco enfadada. Tuvimos una pequeña
discusión, me besó y desapareció. Al día siguiente, me apetecía un
helado. Puede que Sarah tenga nueve años, pero también es buena
compañía. La echaré mucho de menos cuando le den el alta.
―De acuerdo señorita listilla, se acabaron los secretos para ti ―le digo,
bromeando.
―No le hagas caso ―dice Carlo, todavía sonriendo―. Toma. Tengo algo
para ti.
Le entrega la caja de bombones y todo mi enfado se desvanece ante la
impagable expresión de su rostro. Sus grandes ojos azules lagrimean
mientras mira fijamente su regalo.
―¿Es para mí?
Carlo asiente.
―Gracias.
―De nada. Solo quería ayudarte a sentirte mejor. No llores ―le dice,
sonando completamente desconcertado por lo que ve.
Afortunadamente, Sarah no llora, pero se incorpora y rodea con los
brazos el abdomen de Carlo. Él se pone un poco rígido, pero consigue
relajarse lo suficiente como para acariciar su cabeza. Es todo tan adorable
que ojalá pudiera hacer una foto.
―Me parece perfecto que salgas con la doctora Tori ―le dice Sarah,
levantando la vista hacia él.
―¿Ah, sí? ―pregunta Carlo.
Ella asiente con entusiasmo.
―Sí.
―Pequeña descarada. Te has cambiado tan rápido por una caja de
bombones ―le digo bromeando.
Ella me ignora.
―No puedes romper con la doctora Tori, ¿vale? Prométemelo. Y
prométeme que no volverás a pelearte con ella.
Incluso alarga el meñique para dar efecto. Carlo me mira, y algo
parpadea en su expresión. Luego vuelve a mirar a la niña y une sus dedos
meñiques.
―Te lo prometo.
Los adultos son geniales haciendo promesas que no pueden cumplir.
Sarah le hace un par de preguntas más y luego tenemos que irnos. Carlo
me sigue hasta mi despacho. La mayoría de los residentes no tienen
despacho, pero debido a la escasez de médicos pediatras, tuve suerte de
conseguir uno.
Los ojos de Carlo recorren el desorden de la mesa cuando toma asiento
frente a ella. Inmediatamente me cohíbo y me muevo para ordenar
algunos libros y carpetas.
―Investigo mucho ―murmuro.
―No he dicho nada, dolcezza ―dice, divertido.
―Estabas juzgando. ―Agarro el libro que estaba leyendo
anteriormente, antes de sentarme―. Entonces, ¿qué te ha parecido Sarah?
―Creo que pasas demasiado tiempo hablando con niños pequeños
―afirma―. Pero es una monada de niña. ¿Y sus padres?
―Están muy ocupados. Tienen un restaurante de comida rápida. Es la
única fuente de ingresos de la familia, así que tienen que estar mucho allí.
Por eso paso tanto tiempo con Sarah, para que no se sienta sola. Sus
padres hacen todo lo que pueden.
―Está bien. ―Asiente―. ¿A qué hora sales del trabajo?
―En unos treinta minutos. ¿Por qué?
―Iba a llevarte a casa.
―Oh, claro ―digo, riéndome nerviosamente―. Sobre eso...
Arquea una ceja y me quedo callada.
―Dilo de una vez, Astoria.
―La razón por la que te envié un mensaje ayer fue porque mis padres,
um, me señalaron algo en relación con nuestra falsa relación.
―¿Qué? ―pregunta, su mirada se vuelve aguda.
Estoy convencida que mis mejillas se han ruborizado al explicárselo.
―Bueno, sospecharon porque sigo llegando a casa más o menos a la
misma hora todas las noches y paso todas las noches en casa, así que
tienen curiosidad por saber cuándo pasamos realmente tiempo juntos. Mi
madre me preguntó a bocajarro por qué no he pasado mucho tiempo
contigo. Así que, básicamente, creo que es mejor que no vaya a casa esta
noche para que piensen que estamos estrechando lazos.
Carlo no dice nada. Como siempre, su expresión no delata nada.
Finalmente, tras varios segundos, habla.
―Cierto. La verdad es que nunca lo había pensado.
―Yo tampoco. No es que tengamos un manual sobre cómo fingir una
cita. Pero sí, es un descuido bastante grande ―digo, mordiéndome una
uña―. De hecho, me planteé ir a dormir a casa de una amiga en lugar de
pedírtelo, pero me preocupaba que se supiera de algún modo y todo se
echara a perder.
―Astoria, no pasa nada ―afirma Carlo―. Claro, puedes quedarte a
dormir en mi casa. Hay dos dormitorios, aunque el de invitados no tiene
cama. Pero puedes quedarte con mi cama y yo dormiré en el sofá.
Mis mejillas, arden.
―Lo siento mucho. No quería molestarte.
―Oye ―me dice, cruzando sus ojos con los míos―. Esto es tanto mi
problema como el tuyo. Estamos juntos en esto, ¿vale?
Asiento con la cabeza.
―Ya. Gracias.
―Así que puedes terminar de leer o lo que sea que estés haciendo y
luego podemos irnos.
―Muy bien.
Se echa hacia atrás en la silla y saca el teléfono mientras yo intento
concentrarme en el libro de texto que tengo entre las manos. Pero me
distraigo. Está demasiado cerca y mis ojos no dejan de desviarse en su
dirección. Al final, me rindo y me pongo en pie.
―Vámonos ―anuncio, quitándome la bata de laboratorio.
Carlo no dice ni una palabra mientras recojo mi bolso y otros objetos
esenciales. Cuando termino, se pone en pie. Estamos a punto de salir
cuando alguien irrumpe sin llamar. Los ojos azules se abren de sorpresa.
―Lo siento, Tori. Debería haber llamado a la puerta ―dice Nora
disculpándose mirando de mí a Carlo.
Suspiro.
―Está bien. ¿Qué te pasa?
Sus ojos se desvían hacia Carlo. Le ofrece una pequeña sonrisa.
―Hola, probablemente no te acuerdes de mí, pero nos conocimos hace
tiempo. ¿Te di indicaciones para llegar a la oficina de Astoria?
El tono de Carlo es anodino.
―Claro. Me alegro de volver a verte.
Nora se vuelve de nuevo hacia mí. Aún lleva la bata de enfermera y
tiene sombras oscuras bajo los ojos. Supongo que ha tenido un turno en
Urgencias y está agotada. Nora es la única amiga de verdad que he
conseguido hacer desde que empecé a trabajar aquí. Pero las dos estamos
tan ocupadas que apenas tenemos tiempo para hablar.
―Espera, ¿de verdad es tu novio? Quería preguntártelo, pero ha sido
una semana de locos ―me dice.
Dudo. Podría decirle la verdad. Sería una persona menos con la que
mantener esta farsa. Pero es arriesgado, y estoy segura que Carlo lo
desaprobaría.
―Sí. Quería decírtelo. Carlo y yo empezamos a salir hace poco.
Hay una mirada dolida en los ojos azules de Nora
―¿Hace cuánto?
―Unas tres semanas. Lo siento, Nora. Debería habértelo dicho, pero
hemos estado...
―Ocupadas. Sí, ya lo sé. En fin, encantada de conocerte, novio de Tori
―dice, encarándose con Carlo. Su tono es un poco desagradable.
―Carlo ―corrige. ―¿Y tú eres?
―Nora. Soy amiga de Tori. Seguro que me ha mencionado.
Hay cierta animosidad en su interacción, así que me interpongo
rápidamente antes que las cosas vayan a más. Nora es conflictiva y muy
desconfiada. No dudo que empezará a lanzar una pregunta tras otra si se
lo permito.
―Ya nos íbamos, Nora. ¿Qué necesitabas?
―Iba a pedirte que me llevaras a casa para que pudiéramos hablar,
pero supongo que no es posible ―dice mirando a Carlo.
―Sí, lo siento. Hablaremos mañana, te lo prometo.
―Adiós, Tori. ―Me abraza brevemente antes de alejarse.
―No creo que le caiga muy bien ―observa Carlo.
―Me pregunto por qué ―digo secamente.
Sonríe antes de ponerme una mano en la cintura para acompañarme. El
tacto es ligero y emocionante al mismo tiempo. No recordaba la última
vez que deseé el tacto de un chico, pero Christian parece ser genial
provocando sentimientos que antes creí latentes.
Nuestro beso vuelve al primer plano de mi mente y mi cuerpo rebosa
energía. Afortunadamente, él no se da cuenta, demasiado concentrado en
conducirnos hacia el ascensor. Pulsa el botón de la primera planta. Estar
en un lugar cerrado con él es sofocante y no puedo salir lo bastante
rápido.
Nos dirigimos al aparcamiento, y ya estoy temiendo la noche que
tendremos que pasar juntos. Pero Carlo es la personificación de la
profesionalidad. Incluso si tengo pensamientos insensatos y estúpidos,
puedo contar con que mantendrá la cabeza sobre los hombros.
El trayecto es tranquilo hasta que empiezo a sentir que me va a dar
urticaria.
―Hoy has estado muy bien con Sarah. ¿Has pensado alguna vez en
tener hijos? ―pregunto para llenar el silencio―. ¿O eso no es asunto mío?
Con amargura, recuerdo la forma en que desestimó mi inocente
pregunta sobre su padre. Podría haberme dicho que no se sentía cómodo
hablando de ello. En lugar de eso, se calló y me ignoró. Lo había
olvidado, pero ahora vuelvo a enfadarme.
―Me preguntaba cuándo sacarías el tema ―dice Carlo.
―¿Quieres decir que estás siendo un completo capullo?
Ante mi irritación, sonríe.
―Siento haberte hecho callar así ―me dice en el tono menos
arrepentido.
Mis ojos se entrecierran.
―No se te da muy bien esto de disculparte, ¿verdad?
―Nop.
Mis labios se crispan. Sinceramente, ya he superado lo que pasó. Una
conversación con Sarah y una tarrina de helado ayudaron, pero aun así...
Ojalá no me hubiera hecho callar. Por otra parte, no me debe nada. Dije
que quería que fuéramos amigos, pero él nunca ha expresado un
sentimiento similar.
―Adoro a mis sobrinas y sobrino. Son lo más precioso del mundo para
mí. Y nunca he tenido aversión a los niños ―comienza Carlo. Mis ojos se
desvían hacia un lado de su cara y me doy cuenta que se está
sincerando―. Aunque tampoco he pasado nunca mucho tiempo
preguntándome si algún día los tendría.
―¿Por qué no? ―pregunto.
―Bueno, en primer lugar, en realidad no depende de mí. No sería yo
quien estuviera embarazada. Supongo que, si mi pareja quisiera tener
hijos, no tendría nada que objetar ―me informa, e inmediatamente me
quedo alucinada. Cada vez que creo que lo tengo claro, me sorprende―.
Pero antes tendría que encontrar una pareja. Y las probabilidades no
están a mi favor.
―¿Qué? ¿No hay montones de mujeres clamando por la atención del
mismísimo Sr. Engreído Jefe de la Mafia? ―bromeo.
Se ríe.
―Me han dicho que no tengo la mejor personalidad. Además, a la
mayoría de las mujeres les desagrada tanto asesinato.
―Dudo que eso sea cierto. Eres mucho más que eso.
Carlo se vuelve brevemente para mirarme. En sus ojos relampaguea
una emoción que no comprendo.
―Solo tienes que exponerte, Carlo. Seguro que te sorprendería saber
cuánta gente estaría dispuesta a conocerte.
Capítulo 10

Carlo
Astoria huele a lavanda y fresas. Notar su olor o ser hiper consciente
de él no es algo que hubiera previsto, pero ahora que lo he hecho, es en lo
único que puedo pensar. Es embriagador, casi como si pudiera
emborracharme con él.
Está callada entrando al apartamento. Intento ver el lugar a través de
sus ojos. Como le dije, mi madre eligió todos los muebles. Algunas de las
obras de arte que cuelgan de la pared son de Daniella. Las compré para
hacerla feliz, no porque me importara. Astoria sonríe ligeramente
asimilándolo todo.
―Parece el típico piso de soltero ―dice.
No estoy seguro si eso es bueno o malo. No pregunto.
―Correcto. Entonces, ¿qué necesitas? ¿Tienes hambre?
Ella sacude la cabeza.
―No, solo estoy agotada. Ha sido un día muy largo.
Estoy completamente de acuerdo.
―Está bien, entonces. A dormir.
Me sigue cruzando los suelos de mármol hasta mi dormitorio. No
estoy acostumbrado a que haya gente aquí dentro, pero ignoro la ligera
incomodidad. Nuestro acuerdo es beneficioso para mí y voy a tener que
aguantarme.
Hago un gesto hacia la puerta negra. ―Eso lleva al cuarto de baño.
¿Necesitas algo?
Se lo piensa y luego vacila. Espero a que hable.
―¿Tal vez algo para cambiarte? Lo siento, debería haberlo pensado un
poco mejor. No he metido nada en el bolso.
Resoplo.
―Está bien. ―Me dirijo al armario y saco una camisa negra. Creo que
deberíamos prepararnos por turnos para ir a la cama. Tú puedes ir
primero.
Salgo de la habitación sin mirar atrás y me dirijo al salón. Cojo más
mantas y me hago una cama improvisada en el sofá. Mi boca se tuerce
desagradable al mirarla. Estoy medio tentado de preguntarle a Astoria si
podemos compartir mi cama, pero no me atrevo a hacerlo. Incluso la idea
de dormir a su lado, provoca un hormigueo en mi sangre.
En cierto modo, entiendo que sentirse atraído por ella es normal. Es
hermosa y jodidamente inteligente. Eso no significa que no me reprenda
con cada mirada y cada pensamiento indecente. Esto es puramente
comercial.
Sin embargo, cuando sale de la habitación diez minutos después, me
resulta imposible recordar cómo ser profesional. Se me seca la boca al
mirarla. Lleva el cabello oscuro suelto, sus mechones rizados ondeando
detrás de ella.
Lleva puesta mi camiseta, tan grande que prácticamente se la traga y se
detiene a mitad del muslo. Nunca pensé que me excitaría ver algo tan
sencillo como mi ropa en otra mujer. Se levanta arrastrando los pies y mis
ojos se fijan inmediatamente en la expresión incómoda de su rostro. Llevo
demasiado tiempo mirándola.
Sin mediar palabra, me dirijo a la habitación y decido que tal vez me
convenga darme una ducha. Me desnudo. Tengo los músculos tensos y su
proximidad me está jodiendo la cabeza. Cuando termino, tengo la cabeza
mucho más despejada. Me pongo unos pantalones cortos y una camiseta
negra antes de volver a salir.
No hago acto de presencia de inmediato, sino que prefiero observar a
Astoria paseando por el salón. Cuando se detiene ante una vitrina que
contiene algunas de mis posesiones más preciadas, me pongo rígido. Hay
un compartimento oculto que contiene todas mis armas y que ella no
debería poder ver. Es otra cosa lo que llama su atención. Alcanza una
cajita de madera y apenas la ha abierto cuando se la arranco de las manos.
Suelta un pequeño chillido, sorprendida y se gira para mirarme.
―No toques eso ―digo, con la voz más aguda de lo que pretendía.
Alargo la mano para colocar la caja en su sitio.
Astoria palidece.
―Lo siento mucho. No me di cuenta que era... ―Se calla.
Respiro hondo, frotándome la cara con una mano enfadado. Estoy
nervioso.
―No, perdona por haberme puesto así.
Ella asiente y de repente soy plenamente consciente de nuestra
proximidad. Está justo delante de mí, y ahora su olor empieza a
aguijonear mis sentidos. Retrocedo un paso, luego otro.
―Lo siento mucho ―vuelve a decir Astoria.
―Está bien, Tori.
―No solo eso. Quiero decir por todo. Has tenido que dejar tu cama y
yo estoy aquí y estoy tocando tus cosas. Solo siento que estemos en esta
situación.
―No es culpa tuya, dolcezza.
―En realidad, sí que lo es ―murmura―. De todas formas, ahora me voy
a la cama. Buenas noches, Carlo.
Se dirige hacia la puerta.
―Era de mi padre.
Ella se queda inmediatamente inmóvil, pero no se da la vuelta.
―La cosa de la caja era de mi padre. Por eso yo... ―dejo de hablar. Ya
he revelado mucho más de lo que me resulta cómodo.
―Comprendo.
Libero una lenta respiración.
―Buenas noches, Tori.
Entra en el dormitorio y me quedo solo. Me froto la nuca, dejando
escapar un suspiro frustrado. Va a ser una noche larga.

Me despierto con el sonido de suaves llantos. Enarco las cejas, me


incorporo y miro la hora. Son las dos de la madrugada. Solo llevo
durmiendo dos horas. Cuando los llantos se convierten en gritos
silenciosos, me levanto de un salto y me dirijo inmediatamente a mi
dormitorio. Abro la puerta apresuradamente.
Astoria está en medio de la cama. El hielo inunda inmediatamente mi
cuerpo al verla. Se agita intranquila en sueños, grita suavemente mientras
suplica que no la toquen. Mis manos se cierran en un puño al acercarme a
la cama. Pequeños escalofríos sacuden su cuerpo y su respiración es
errática. Tengo que despertarla, pero no sé cómo hacerlo. Me subo a la
cama, me siento a su lado y apoyo mi mano en su mejilla.
―Astoria ―digo delicadamente.
―Por favor ―ella llora.
―Vuelve conmigo. Vamos ―le insto.
Le quito una lágrima de los ojos con el pulgar antes de volver a
pronunciar su nombre. Esta vez abre los ojos. Se estremece, parpadea una
vez y me mira fijamente. Pasan unos instantes antes de incorporarse
bruscamente, mirando a su alrededor asustada.
―Oh, Dios ―dice ella, horrorizada.
―Ey, no pasa nada. ―La acerco hasta que está en mi regazo y acaricio
su cabello.
La abrazo fuerte hasta que su cuerpo deja de temblar y me convenzo
de haberse calmado. Astoria levanta la cabeza y sus ojos color avellana se
clavan en los míos. Odio mirarla a los ojos, porque a veces siento que
nunca podré dejar de hacerlo. Levanto la mano y enjugo suavemente
algunas lágrimas.
No dice una palabra, pero noto que sus mejillas se sonrojan
lentamente. Se zafa de mi abrazo, desplazándose hasta que quedar
espacio entre nosotros en la cama.
Abre la boca.
―Estoy tan...
―No te disculpes ―la interrumpo bruscamente―. Dime quién te ha
hecho daño.
Mi mandíbula se tensa al recordar el sonido de sus gritos. Lo único que
deseo es dar caza al artífice de su sufrimiento y meterle una bala en la
cabeza. La expresión de Astoria oscila entre el pavor y la mortificación.
―Astoria... ―le digo.
Cierra los ojos brevemente.
―Se suponía que no debías oírme. No sabía que iba a tener una
pesadilla.
―Eso no fue una pesadilla ―corrijo bruscamente―. Ha ocurrido algo.
―Hace tanto tiempo ―dice con impotencia―. Hace siglos que no tengo
una pesadilla. Creo que es... probablemente porque duermo en un lugar
desconocido. Ya te he dicho que no me gustan los cambios. Mi cerebro
está programado para sentirse cómodo en determinados lugares, y
cuando no lo está, debe haber desbloqueado recuerdos que he reprimido
y yo no... eso no debería haber sucedido.
Verla luchando y sintiéndose mal por algo sobre lo que obviamente no
tiene ningún control hace que apriete la mandíbula.
―Dime qué pasó ―vuelvo a preguntar.
Aspira antes de levantar la mano y morderse una uña. Me acerco y
deslizo la mano por su cabello.
―Sé que es mucho pedir que confíes en mí, pero nunca te haría daño,
Tori. Te lo juro. Solo quiero saber qué pasó. Por favor.
―No es... ―vacila―. No es algo de lo que pueda hablar así, sin más.
Intento transmitirle cuánto deseo estar aquí para ella. Para ayudarla o,
como mínimo, para meterle una bala en la cabeza al agresor. Me mira a
los ojos buscando algo. Finalmente, suspira. Observo cómo inspira
profundamente antes de armarse de valor. Habla en voz baja y distante.
―Estaba… ―se detiene un momento.
Me doy cuenta de lo incómoda que se siente.
―Realmente, quizá puedas contármelo en otro momento y te prometo
que si puedo ayudarte, lo haré. ¿Quieres... ver una película o algo?
―pregunto intentando cambiar de tema...
―Me agredieron sexualmente en mi primer año de universidad.
Respiro agitadamente pero no hablo, dejándola continuar. Aunque me
invade una rabia asesina y me veo contando hasta diez mentalmente para
no perder los estribos.
Los ojos de Astoria adoptan una mirada lejana como si se esforzara en
no pensar en ello.
―Está bien Tori, podemos hablarlo en otro momento, no quiero joderte
la noche con mis preguntas.
―No, yo ummm... fui drogada en una fiesta por mi cita. Me dio algo
que me dejó noqueada, aunque yo seguía siendo muy consciente de lo
que estaba pasando. Me metió en una habitación, me quitó la ropa y
empezó...
Sus ojos se cierran y una lágrima resbala por ellos. Se la limpio con el
pulgar. Sigo contando hasta diez en mi cabeza.
―Me manoseó por todas partes, y lo peor es que yo era consciente. Era
plenamente consciente de todo lo que hacía contra mi voluntad. No podía
detenerle. Luego se quitó la ropa e iba a violarme. Estuvo muy cerca, pero
otro chico entró en la habitación e inmediatamente se dio cuenta de lo
que estaba pasando. Me lo quitó de encima y lo detuvo antes que pudiera
ir más lejos.
―Me alegra que estés bien. Y no es culpa tuya que no pudieras
detenerlo. Puede que seas preciosa, inteligente y un grano en el culo, pero
estoy seguro que él sabía que era más fuerte que tú o no habría intentado
esa mierda. ¿Cómo se llama? ―pregunto, con una voz extrañamente
tranquila, a pesar del tornado de emociones que me invade.
―Kyle Sanders ―susurra.
Kyle Sanders es hombre muerto.
―¿Qué mierda pasó con él?
Astoria finalmente me mira a los ojos. La oscuridad ha retrocedido
ligeramente, como si volviera en sí.
―Mi padre, Salvador Bianchi, cuando se enteró de lo ocurrido,
encerraron a Sanders. Le juzgaron y le condenaron a cuatro años de
cárcel.
La indignación me invade ante la mísera sentencia y empiezo a calcular
mentalmente cuánto tiempo hace de eso y si ya ha salido.
―Puedes dejar de poner esos ojos de asesino en serie. Sanders murió a
los dos años de cumplir su condena. Fue apuñalado por otro preso. Me
gusta pensar que mi padre no tuvo nada que ver, pero tampoco soy
ignorante ni estúpida. Papá estaba furioso. Sin embargo, no me alegro
que muriera en la cárcel. Aunque la gente como Kyle simplemente no
debería existir, creo en las segundas oportunidades ―dice suavemente.
Es demasiado dulce. Me molesta ligeramente no poder infligir el
castigo que se merece ese cabrón. Debería ser torturado durante días
antes de encontrarse finalmente con su creador. Me habría encantado ser
su verdugo. Sobre todo ahora que puedo ver los efectos de sus actos en
ella. Se esfuerza tanto por ser valiente.
Tiro de ella y la abrazo. No sé qué decir ni cómo consolarla. Es un
territorio nuevo para mí.
―No dejo que me afecte lo que hizo ―me dice Astoria en voz baja―. Fui
afortunada. Realmente afortunada, y soy lo bastante fuerte como para
seguir adelante cada día sin dejar que lo que pasó me afecte. Al principio
fue duro, pero conseguí encontrarme a mí misma. Y vivo cada día
decidida a no dejar que Kyle Sanders me afecte. Ni siquiera pienso en él.
Fue hace mucho tiempo y lo he superado. Excepto por las pesadillas.
No menciono que me parece que podría estar reprimiendo lo que
realmente siente sobre la situación en lugar de afrontarla directamente.
Pero ya me ha contado muchas cosas esta noche y no quiero presionarla
más. La gente tiene formas distintas de afrontar los traumas.
Con cuidado, alzo su barbilla de forma que me mire.
―Eres jodidamente valiente, Tori. Es admirable cómo te has manejado
y sigues manejándote. No dejes nunca que una basura como Sanders se
meta en tu cabeza. No merece tu tiempo.
Ella asiente apoyándose en mi pecho.
―Lo sé ―me dice somnolienta―. Me da miedo dormirme. No quiero
volver a soñar.
―No lo harás ―digo con seguridad―. Túmbate, dolcezza.
Lo hace y, antes de poder pensarlo mejor, me tumbo a su lado. Me
acerco para apartarle el cabello de la cara. Durante varios segundos,
ninguno de los dos respira mirándonos fijamente.
―Duerme ―insto en voz baja, rompiendo el hechizo que proyecta su
mirada.
Cierra los ojos obedientemente y finalmente consigo respirar. Estoy
convencido de estar demasiado nervioso para dormirme, pero estar tan
cerca de ella, rodeado de su aroma, es suficiente para adormecerme.
Me despierto con la luz del sol y el olor a lavanda y fresas. Astoria
sigue profundamente dormida y, de algún modo, mientras dormíamos,
ha acabado con la cabeza sobre mi pecho. Escucho su suave respiración
durante más tiempo del que debería considerarse normal antes de apartar
lentamente su cabeza de mí y salir de la habitación.
Anoche no debería haber ocurrido. Nunca debí pedirle que me contara
lo que le había sucedido. Porque ahora, cada vez que pienso en ella, es
como si se encendiera una cerilla dentro de mí. Un impulso posesivo de
asegurarme que siempre esté a salvo. Todas las líneas que he intentado
establecer han quedado prácticamente incineradas.
Con los dientes apretados, me pongo a preparar el desayuno para los
dos. Astoria aparece haciendo unos huevos revueltos.
―Hola ―dice en voz baja, entrando en la cocina.
―Buenos días ―saludo sin levantar la vista.
No dice nada durante uno o dos minutos, se limita a mirarme,
terminando de preparar los huevos. Cuando me muevo para poner la
pequeña mesa de la cocina, ella coge los platos y lo hace por mí.
Desayunamos en silencio. El aire es incómodo y está lleno de palabras
no dichas, conversaciones que parece que no podemos abordar.
―Gracias por el desayuno. Estaba delicioso ―dice Astoria cuando
terminamos.
―De nada.
Insiste en fregar los platos, así que miro mientras me apoyo en la isla
de la cocina. Son las siete, pero ayer me dijo que no tenía que ir a trabajar
hasta las nueve. Quizá antes, si hay una emergencia. Cuando termina con
los platos, se seca las manos y viene a ponerse delante de mí.
―Bueno, he estado pensando... ―comienza mordiéndose el labio
inferior con nerviosismo.
Ojalá no hiciera eso. Me distrae, y ahora pienso en sus labios y en lo
suaves que eran la última vez, y en lo dulce que sabía. Mi polla se
estremece.
―Y definitivamente no debería haberme descargado contigo así
anoche. Quiero decir, esta situación ya es lo bastante delicada. No
necesitabas oír mi triste historia. Es solo que... hace tiempo que no…
―Deja de hablar ―le ordeno―. No te disculpes por algo que hizo otra
persona. Necesitaba absolutamente oír eso, y ahora que lo he oído, voy a
asegurarme absolutamente que nunca vuelva a pasarte nada parecido.
―Pero yo... esto no es... ―Se detiene, incapaz de articular bien sus
palabras.
Me aproximo y sujeto su mano con suavidad. Inclina la cabeza hacia
atrás para poder mirarme a los ojos.
―No vuelvas a disculparte por ello. No hiciste nada malo, ¿vale?
Ella asiente una vez. Entrecierro los ojos cuando vuelve a apretar el
labio inferior entre los dientes. Las ganas de besarla anulan cualquier otro
pensamiento. Observo lo cerca que estamos y nada me apetece más que
salvar la pequeña distancia y apretar mis labios contra los suyos.
No sé si es algo en mi expresión, pero Astoria respira
entrecortadamente y se acerca, abierta, invitadora.
A la mierda. ¿Qué más da saborearla una vez más?
Me inclino para atrapar su boca en la mía. Entonces suena el timbre de
la puerta, adelantándose a nuestras acciones y separándonos.
―Joder ―digo en voz baja, mirando a la puerta de mi casa.
Vuelve a sonar y me dirijo hacia ella, deteniéndome para confirmar
quién está allí. Maldigo en voz baja cuando las cámaras revelan quién
está al otro lado. La abro y me encuentro con el rostro totalmente
inoportuno de Khalil. Levanta una mano en señal de saludo.
―¿Qué pasa, D'Angelo?
―Son las siete de la mañana. ¿Qué haces aquí? ―pregunto
bruscamente.
Arquea una ceja oscura, aparentemente divertido.
―He venido a ver a mi amigo. ¿Qué? ¿Estás ocupado?
No respondo, mi cabeza se llena de escenarios en los que lo estrangulo
o lo ahogo hasta la muerte. Entonces su mirada se desplaza detrás de mí
y su boca se curva en una sonrisa.
―Bueno, esto es interesante.
Cabrón.
Capítulo 11

Astoria
Parpadeo lentamente asimilando al hombre que entra en el
apartamento. No me extraña nada la protesta sonora que hace Carlo ni la
forma resignada con que cierra la puerta. Frunzo el ceño cuando el
hombre se dirige hacia mí.
―Hola, Astoria, ¿verdad? ―pregunta―. Soy Khalil. Amigo de Carlo.
Khalil no es tan alto como Carlo. Calculo que mide alrededor de metro
ochenta. Su boca esboza una sonrisa encantadora y traviesa, tiene su piel
oscura y unos penetrantes ojazos negros. Objetivamente, me doy cuenta
que es bastante atractivo, con su mandíbula cuadrada y sus hombros
anchos. Pero mis ojos se desvían hacia el hombre que tiene detrás y me
interesa más saber por qué Carlo tiene la mandíbula tan apretada.
Estoy ligeramente sorprendida, pero me encuentro diciendo.
―Es curioso, no creí que Carlo fuera capaz de hacer amigos.
Khalil se ríe.
―Síp, definitivamente no me equivocaba contigo.
―¿Perdona?
―Khalil, cállate ―dice Carlo, dando un paso adelante. Se interpone
subrepticiamente entre su amigo y yo.
Dicho amigo está visiblemente divertido y parece estar disfrutando
cada momento de esta situación. Siento aún más curiosidad por la
dinámica entre ambos.
―Oh, deja de ser un capullo posesivo. Solo hablaba con ella. ―Khalil se
mueve hasta situarse a mi lado―. En realidad, quería conocerte. Tengo
mucha curiosidad por conocer a la novia de Carlo.
―Bueno, encantada de conocerte ―le digo, mirando a Carlo y
preguntándome cuánto sabe Khalil y si se supone que ahora mismo
estamos actuando como una pareja de enamorados.
―Lo sabe ―gruñe Carlo, leyendo con precisión la expresión de mi
rostro―. Sabe que la relación es falsa.
Miro a Khalil, que se encoge de hombros inocentemente.
―¿Qué? Yo no he hecho nada. Pero gracias por recordarme que está
soltera, Lo. ―Me pone una mano en el hombro―. Vamos, Srta. Bianchi.
Quiero saber más de ti. He oído que eres médico, y creo que los médicos
están muy buenos.
Empieza a alejarme, pero apenas nos hemos movido cuando la mano
de Carlo aprieta la de Khalil, que rodea mi hombro. Carlo la aparta y
vuelve a interponerse entre Khalil y yo. Suspiro, cansada de la situación.
―Cuidado, Carlo. Si no te conociera, pensaría que estás jugando con
fuego ―dice Khalil.
Estoy muy confusa. ¿De qué están hablando?
―Astoria estaba a punto de ir a vestirse ―suelta Carlo.
―¿Yo?
Se vuelve para mirarme con expresión de no me jodas. Le fulmino con
la mirada, pero tiene razón. Solo llevo su camiseta, y ni siquiera es un
atuendo medio apropiado para llevarlo delante de Khalil.
Una voz en mi cabeza me susurra que tampoco es un atuendo
apropiado para Carlo, pero la ignoro y empiezo a caminar hacia el
dormitorio. Carlo ha apartado a Khalil y su conversación se ha reducido a
susurros. Les lanzo una última mirada antes de desaparecer en la
habitación.
Una vez dentro, me siento en la cama y me tomo unos momentos para
pensar en todo lo que ha pasado desde que entré ayer en esta casa.
Sinceramente, son muchas cosas y no sé por dónde empezar a
desentrañarlas. Ni siquiera estoy segura de poder hacerlo. Durante todo
el tiempo que paso vistiéndome, lo único que consigo es hacerme una
pregunta una y otra vez.
Antes que llegara Khalil, ¿Carlo iba a besarme?
Incluso si lo hizo, probablemente fue en respuesta a lo que oyó anoche.
La parte cohibida de mi mente piensa que es probable que ahora me vea
como alguien de quien compadecerse. Estaba siendo inusualmente
amable. Tanto anoche como esta mañana. Puede que esté dando
demasiada importancia a todo. Y aunque estuviera a punto de besarme,
me vendría bien recordar que estamos en una relación falsa.
Las cosas ya son bastante complicadas.
Cuando salgo de la habitación, Carlo y Khalil siguen hablando en
susurros. Están frente a las ventanas, y yo espero unos segundos,
revoloteando en el umbral. Entonces los ojos de Carlo encuentran los
míos y el estremecimiento que recorre todo mi cuerpo es una señal
evidente que quizá esté jodida.
¿Cuándo empecé a responderle de forma tan instintiva?
Pone fin a la conversación y se coloca frente a mí.
―Tienes que ir a trabajar, ¿verdad?
Asiento una vez, viendo cómo giran las ruedas en su cabeza.
―No puedo llevarte. Larsen y yo tenemos asuntos de los que
ocuparnos.
Khalil sigue de pie junto al ventanal, con una leve sonrisa en la cara.
Supongo que Carlo le ha amenazado de alguna manera, porque ni
siquiera intenta acercarse.
―Está bien. Puedo coger un taxi ―le digo.
Será estupendo tener algo de tiempo para pensar antes de ir a trabajar.
―No ―me dice―. Puedes llevarte mi coche.
Mis ojos brillan. Carlo conduce un McLaren negro. ¿No suelen ser los
hombres súper posesivos cuando se trata de sus coches? Parece que él no,
ya que ni siquiera pestañea ante la oferta.
―Pero entonces... ―tartamudeo, interrumpiéndome―. ¿Qué
conducirías?
―Tengo otro coche, Astoria. ―Sonríe―. Solo llévate mi coche al trabajo.
Ya pensaré cómo recuperarlo más tarde.
―Bien. Gracias ―le digo agradecida.
Ha sido de gran ayuda. Se me ocurre lo lejos que hemos llegado en solo
cuestión de semanas. Cuando nos conocimos, era frío e implacable. Ahora
todo lo que siento en su presencia es calidez.
―Aquí tienes las llaves. Conduce con cuidado.
Ah, ahí está. A pesar de su fachada imperturbable, le cuesta
desprenderse de su coche. Sus ojos destilan inquietud. Sonrío, aceptando
las llaves. Quiero abrazarle, pero no sé si sería aceptable. Los límites de
nuestra relación son tan difusos ahora mismo. ¿Cómo se pasa de
dormirse abrazados a ser conocidos ocasionales y falsos novios?
―Espero volver a verte pronto, Astoria ―dice Khalil.
―Yo a ti también.
Miro a Carlo una vez más antes de dirigirme a la puerta. Me aseguro
de conducir con el mayor cuidado posible, dirigiéndome al hospital. A
pesar de lo amable que se comporta, no dudo que Carlo me mataría si le
pasara algo a su coche.
Vale, lo de asesinar puede ser una exageración. No creo que llegara a
hacerme daño. Pero seguro que se cabrearía.
Tan pronto llego al hospital, es evidente que será uno de esos días. Los
días que hacen que me encante ser médico. Estamos inundados de
pacientes y me paso la primera mitad del día atendiendo a niños
pequeños con distintos grados de dolencia. Un pie roto, quemaduras de
segundo grado, cortes que hay que coser. Estoy tan absorta que apenas
pienso en otra cosa. Finalmente, llega la hora de comer y tengo un
respiro.
Prácticamente voy a la deriva por los pasillos del hospital. Hasta que
me aborda una mujer de metro setenta, cabello rubio y ojos azules.
―¡Nora! ―grito cuando me tira del brazo.
―Vamos a la cafetería a tomar café y comida. Y luego vamos a hablar.
No discuto cuando me arrastra hasta allí. Me sienta en una mesa vacía
antes de traernos café. Vuelve a la mesa, sus ojos azules son fieros.
―Bebe ―ordena.
Engullo obedientemente un poco de café.
―Ahora, dime cómo es que has llegado a salir con Carlo D'Angelo.
Porque no me lo creo ni por un segundo.
Abro la boca para contarle la historia que les contamos a nuestros
padres y luego la cierro. Con un pequeño suspiro, pregunto.
―¿Cómo sabes siquiera quién es?
―Su familia es bastante conocida.
―Cierto ―digo.
Siempre me olvido de la popularidad de los D'Angelo, que no es por
las razones correctas. Supongo que cuando estás en mi mundo, aprendes
a insensibilizarte ante ese tipo de cosas. Antes de conocer a Carlo, yo
también le juzgaba por lo que había oído. Pero él es mucho más que eso.
―¿Alguna razón por la que supuestamente sales con un asesino?
Me estremezco.
―No le llames así.
Nora se encoge de hombros.
―Oye, solo estoy diciendo. Eres médico. ¿No debería ir en contra de tu
código ético relacionarte con alguien así?
―No es tan sencillo, Nora. Deja de juzgar tanto.
Murmura algo en voz baja.
―¿Y bien? Sigo esperando que me cuentes cómo os conocisteis.
Debería empezar a contarle todas las mentiras, pero algo me lo impide.
Nunca se me ha dado bien hacer amigos, y después de lo que me pasó en
la universidad, dejé de confiar en la gente por completo, manteniéndome
a distancia de todos. Pero Nora y yo nos conocemos desde hace tres años,
y para mí ha sido una buena amiga. Es fiable y feroz, y sinceramente
necesito a alguien con quien hablar.
―No es una relación real ―confieso.
Se queda con la boca abierta.
―Lo siento. ¿Qué?
Le explico rápidamente mi acuerdo con Carlo y cómo empezó. Nora
tarda unos minutos en comprender mis palabras, pero luego se echa hacia
atrás en la silla, con una expresión de asombro evidente en el rostro.
―Huh. La verdad es que tiene sentido. Es imposible que salgas con un
hombre tan engreído. Y como no sales con él, puedo decir con seguridad
que es un maleducado. Parece intimidante y no es tu tipo.
―Bueno.... ―me callo.
―¿Qué? ¿Es tu tipo? ―pregunta ella, sorprendida.
Suspiro.
―Estaba llegando a esa parte. Las cosas se han ido complicando.
―Define complicado ―Pide Nora.
―Anoche, dormimos juntos en la misma cama. Y esta mañana, después
de desayunar, estoy segura que estaba a punto de besarme. Las líneas se
están volviendo borrosas y no estoy segura de lo que está pasando.
La expresión de Nora se vuelve un poco compasiva.
―Oh, cariño, sin duda deberías haber acudido a mí antes de meterte en
una relación falsa. Éstas casi siempre están condenadas al fracaso.
―¿De qué manera?
―Es bastante obvio que ya te estás enamorando de él. No estoy segura
cuáles son las intenciones de ese neandertal ―resoplo un poco ante el
apodo―, pero lo que sí sé es que, si continúas, podrías salir herida. Y no
me gustaría que te hicieran daño.
Suspiro y bebo un sorbo de café.
―Quizá estoy leyendo cosas que en realidad no existen. Anoche estaba
bastante alterada y Carlo me consoló. Fue la decencia humana básica.
Dudo que tenga sentimientos. Siempre es muy profesional cuando se
trata de nuestro acuerdo.
Nora se ríe.
―Claro, porque dormir a tu lado en la misma cama es muy profesional.
―No lo había planeado. Simplemente ocurrió ―murmuro.
―Escucha, Tori. Sabes que creo que eres una mujer de acero y muy
fuerte, pero me parece que te tiene atrapada. Y odiaría que se
aprovechara de ello.
―No lo hará ―le digo con firmeza―. Soy adulta, Nora. Puedo valerme
por mí misma.
―Tú sientes algo por tu falso novio ―argumenta ella.
―Creo que siento algo por él ―corrijo―. Puede que solo sean hormonas
o feromonas y eso. Seguro que no pasa nada.
―Hace mucho tiempo que no tienes relaciones sexuales ―musita
Nora―. ¿Crees que estás sexualmente frustrada?
Me rio.
―Quizá.
La conversación cambia de tema y disfruto del resto de mi descanso en
compañía de alguien a quien agradezco tener en mi vida. Justo antes de
salir de la cafetería, Nora me pone una mano en el hombro.
―Puedes hablar conmigo cuando quieras, Tori. Te escucharé e
intentaré ser menos crítica.
―Gracias.
―Además, no te enfades, pero también guardaré el helado hasta que
acabe rompiéndote el corazón, porque tengo la sensación que lo hará y
necesitaremos mucho.
Pongo los ojos en blanco.
―Estás haciendo el ridículo.
―Oh, mi dulce, dulce amiga ―dice Nora, inclinándose para abrazarme.
Me rio mientras ella se aleja en dirección a urgencias. Sin duda fue una
buena idea decirle la verdad. Siento como si me hubiera quitado un peso
de encima. Al menos tengo a alguien en quien puedo confiar. Aun así,
una parte de mí está preocupada. Con lo que pasó anoche con Carlo y yo
confiando la verdad a Nora, me preocupa perder todas las cartas que
guardo cerca de mi corazón. De repente están en la posición perfecta para
golpearme donde más me duele.
Consigo aguantar una hora más antes de ceder a algo que me ha estado
dando la lata todo el día. Antes de poder contenerme, cojo el móvil y le
envío un mensaje.
¿Dónde estás?

Me responde diez segundos después. Ignoro la emoción que me


recorre al leer su respuesta.
En el trabajo.
Vale. ¿Cómo piensas coger el coche?
Iba a ir a recogerlo más tarde. Quizá te deje en casa ya que estoy.
¿A qué hora sales?
Ocho y pico.
Puede que no haya terminado para entonces.
Tengo muchas cosas que hacer.
Está bien, Carlo. Tengo mi propio coche. Puedo llevarlo a casa y
luego puedes venir a recoger tu coche aquí. Le dejaré la llave al
guardia de seguridad.
Aun así...
Me esfuerzo por no sonreír ante su evidente vacilación.
No eres mi chófer, D'Angelo. Soy perfectamente capaz de conducir
yo sola hasta casa.
Bien. ¿Nos vemos pronto?
Por supuesto.
Dejo caer el teléfono, ignorando el vértigo que me invade por dentro.
Vaya, cualquiera diría que soy una adolescente teniendo su primer
flechazo.
Al finalizar el día, estoy dispuesta a meterme en la cama y no
levantarme en varios días. Después de asegurarme que el coche de Carlo
está bien cuidado, me dirijo a casa.
Mi madre está en el vestíbulo cuando llego. Me sonríe alegremente.
―Hola, cariño. ¿Qué tal el trabajo?
―Bien ―le digo.
―Veo que anoche no volviste a casa. Sé que estuviste pasando un rato
con Carlo, pero no pensé que fueras a quedarte toda la noche. ¿Cómo
fueron las cosas en casa de Carlo?
Recuerdo que ella es la razón por la que anoche estaba en la situación
en la que estaba y me invade la irritación. Si ella no hubiera insistido en
que pasara más tiempo con él, no habría tenido esa pesadilla y no se lo
habría contado todo. Por otra parte, tengo la sensación que eso fue lo que
nos acercó, así que no puedo enfadarme. Mi madre lo hace lo mejor que
puede, animándome a perseguir lo que me hace feliz. Me alegra que me
apoye tanto.
―Estuvo muy bien, mamá. Me ha preparado el desayuno. La verdad es
que cocina muy bien ―admito.
Se ríe.
―Es de esperar. Su madre y yo éramos íntimas y Martina es una
pésima cocinera. Seguro que Carlo tuvo que aprender algunas cosas a lo
largo de los años.
―Oh, no sabía que también eras íntima de su madre.
―Lo era. Todos éramos amigos, pero la muerte de Carman nos cambió
a todos, supongo. Martina nunca se recuperó del todo. Se alejó y no la he
visto desde el funeral. ¿Sabes dónde está, Cara?
―Carlo me ha dicho que está en Milán visitando a su hermana.
―Oh. Bueno, espero que vuelva pronto. Es probable que tengamos una
boda que planear ―dice mi madre emocionada.
―No nos adelantemos ―le recuerdo.
―¿Por qué no? Los dos hacéis una pareja increíble y, sinceramente,
cariño, no vas a rejuvenecer. Tienes que empezar a trabajar para darme
nietos.
Juro que si tengo que oírla decir eso una vez más.
―Lo cual me recuerda... ―Mi madre se interrumpe, yendo en busca de
algo.
Espero pacientemente y, cuando vuelve, lleva en la mano tarjetas de
invitación con relieve dorado.
―The Queens están organizando una exposición de arte. Estamos todos
invitados. Deberías traer a Carlo contigo.
Falta una semana para el acontecimiento. Hago girar las tarjetas en mi
mano, preguntándome, esperando.
Capítulo 12

Carlo
―Es una estúpida exposición de arte y desde luego no tenemos por qué ir
―dice Astoria.
Me rio cogiendo algo de la mesilla de noche, asegurándome que el
teléfono permanece colocado contra mi oreja.
―Dany resulta ser una de las organizadoras de esa estúpida exposición
de arte ―le informo.
Jadea.
―Oh, mierda. Lo siento, no tenía idea.
―Está bien. Tiene su propia galería y también pinta. Puede que hayas
visto uno o dos de sus cuadros colgados en mis paredes.
―Eran preciosos ―murmura Astoria.
―Sí, bueno, ella colabora en la exposición de arte, así que siempre iba a
tener que ir. De hecho, pensé en invitarte, pero parece que tu madre se
me adelantó.
―Sí. Así es mi madre, siempre corriendo hacia la meta. Ya está
deseando que llegue nuestra boda.
―Qué interesante ―arrastro entre dientes.
―Más bien aterrador. ―Oigo la sutil duda en su voz.
―¿Dónde tienes la cabeza, dolcezza?
―Oh, no es nada. Solo lo estaba considerando todo. Nunca
establecimos explícitamente una fecha límite para nuestro acuerdo.
El que saque a relucir que nuestra relación es falsa acaba con mi buen
humor. Pero también me sirve de recordatorio para no dejarme llevar. Y
sobre todo para no pasarme el día pensando en ella y en cómo se sentía
entre mis brazos.
―Creí que habíamos acordado mantenerlo hasta que ambos
consiguiéramos lo que deseábamos.
―¿Lo hicimos? Bien, ¿Y si no estoy segura de lo que quiero?
Es una pregunta interesante. Yo tampoco estoy seguro de lo que ella
quiere. Esto que está haciendo conmigo es temporal en el mejor de los
casos. Si acabáramos, sus padres le estarían poniendo en bandeja otro
soltero voluntarioso con una herencia considerable. Hacer esto conmigo
es una solución a corto plazo para ella.
―Seguro que lo resuelves.
Tararea suavemente.
―Al menos nos queda la estúpida exposición de arte ―digo en tono
seco―. Mañana tengo que salir de la ciudad y estaré fuera unos días.
―¿Oh, pero volverás a tiempo para la exposición?
―Por supuesto. Probablemente no podré verte hasta entonces.
Me siento aliviado y molesto al mismo tiempo. Aliviado porque estoy
bastante seguro que un tiempo separados nos vendría bien, pero una
parte de mí no quiere estar lejos de ella. Es un enigma. No sé cómo
resolverlo.
―No pasa nada. Seguro que puedo sobrevivir unos días sin ver tu
malhumorada cara ―bromea.
―Muy graciosa ―digo secamente―. Tengo que dejarte, ¿vale? Estoy
muy ocupado.
―Claro. Será mejor que me vaya a la cama. Estoy agotada. Buenas
noches, Lo.
Mi corazón se caldea cuando utiliza mi apodo. Si fuera cualquier otra
persona, le advertiría que no lo hiciera. Solo los familiares y los amigos
íntimos pueden llamarme así. Pero Astoria no es cualquiera. Ya no lo es.
Cuelgo la llamada y hago ejercicio rápidamente antes de volver a hacer
algunas llamadas. Romano Santos hizo ayer un movimiento, y tenemos
razones para creer que puede estar planeando una guerra de bandas.
Christian me tiene haciendo llamadas a todos y cada uno de nuestros
asociados para alertarles de la situación. Y mañana tengo que ir a
Connecticut a hablar con un socio.
Esta semana va a ser larga de cojones.

Vuelvo a la ciudad a tiempo para la exposición de arte, pero me he


pasado los últimos quince minutos sentado en el coche, esperando a
Astoria. Finalmente, ella considera oportuno aparecer unos minutos más
tarde, con un aspecto digno del sueño de cualquier hombre. Lleva el
cabello oscuro recogido en un moño, con algunos rizos enmarcando su
rostro, y un vestido negro ciñendo sus curvas con una abertura delantera.
Cuando se desliza en el asiento del copiloto del coche, la visión de toda
su piel expuesta me hace desear hacer algo completamente inapropiado.
En lugar de eso, fuerzo la mirada hacia delante y me aclaro la garganta.
―¿Cuál es tu excusa esta vez, dolcezza? Llegas más de quince minutos
tarde. Y no puedes utilizar el que eres médico, ya que hoy no has ido a
trabajar.
Sonríe, mirándome.
―Se me fue el tiempo.
No me hace gracia. La fulmino con la mirada para transmitírselo y ella
pone los ojos en blanco.
―Hace días que no te veo. No seas gruñón.
Sin decir una palabra más, salgo del camino de entrada de la casa de
sus padres, en dirección a las grandes puertas plateadas.
―Tus padres ya se han ido, ¿verdad? ―pregunto.
Ella asiente.
―Llegaron hace una hora. Mamá es jefa de algún comité y tuvo que
venir antes.
―Lo dices como si fuera algo negativo.
―Es innecesario. Además, está de moda llegar tarde a actos como este.
―Estoy casi seguro que la persona que hizo esa regla era un alma
gemela tuya. Siempre tarde.
Me lanza una mirada de indignación. Su teléfono suena con un
mensaje y ella sonríe antes de responder. Cuando vuelve a sonar, decido
que ya me he contenido suficiente.
―¿Quién te envía el mensaje? ―pregunto, intentando no sonar
demasiado cortante.
Su cabeza gira en mi dirección.
―Oh, es Nora.
―¿Tu amiga del hospital?
―Sí, justo me estaba hablando de esta noche. Lo que me recuerda que
probablemente debería decirte…
―¿Decirme qué?
―Le dije la verdad a Nora. Sobre nosotros.
Se hace el silencio. No sé cómo tomármelo.
―¿Estás enfadado? ―pregunta Tori cuando permanezco callado.
―No ―le informo―. Me sorprende que confíes tanto en ella.
―Yo misma estoy sorprendida. Pero Nora es increíble. No tengo
muchos amigos. Suelo ser muy hermética. No solo por lo que me pasó en
la universidad ―se apresura a decir―. También pasé por algo bastante
desagradable en el instituto.
―¿Qué pasó?
―Mi novio me engañó con mi mejor amiga de entonces. Fue como una
bofetada en la cara porque confiaba en ambos. Supongo que desde
entonces he ido por la vida esperando a que todo el mundo me
traicionara. Pero ahora estoy preparada para abrirme. Con Nora. Y puede
que incluso contigo.
Me pongo rígido. No hay nada inherentemente malo en lo que está
diciendo, pero las palabras se desvían en una dirección que ambos hemos
intentado evitar durante una semana. Aun así, no estoy preparado para
afrontarlo ahora. De modo que me centro en la otra parte de su
conversación.
―A veces, desprecio verdaderamente a la gente ―murmuro. Los ojos
de Astoria se abren y aclaro rápidamente―. Me refiero al cabrón de tu ex
y a tu antigua mejor amiga. Son gente basura. Y punto.
Se ríe.
―Sí, son gente basura. ―Se tranquiliza y siento su mirada en un lado de
mi rostro―. ¿Seguro que no estás enfadado porque se lo haya contado a
Nora?
―Claro que no. Es tu amiga y confías en ella. Confío en su juicio.
Parece apaciguada y pasamos el resto del trayecto en silencio.
Llegamos a la galería de arte y me doy cuenta que he olvidado un detalle
importante. Aquí hay paparazzi. Muchos. Astoria debe darse cuenta al
mismo tiempo porque se pone rígida.
―Nunca hablamos de hacer tan pública nuestra falsa relación ―dice
con cuidado.
Me encojo de hombros, quitándome el cinturón.
―Mejor nos dejamos llevar.
Salgo del coche e inmediatamente me acerco a su lado para ayudarla.
Enlaza su brazo con el mío. Destellos de luz y el chasquido de las cámaras
suenan a nuestro alrededor, pero nos dejan espacio suficiente para cruzar
al interior del recinto. Contengo mi irritación. Odio estar en el ojo público
y esto me mantendrá allí durante un tiempo.
La única señal evidente que demuestra que a Astoria le molesta todo
esto es su fuerte agarre de mi brazo.
Me giro para mirarla.
―Todo irá bien.
―No puedes asegurármelo todo ciegamente. No eres un superhéroe,
Carlo. Y no hay ninguna varita mágica que puedas agitar para que todo
vaya bien.
―Estoy oyendo muchas dudas sobre mis capacidades. Puedo hacer
cualquier cosa.
Suspira.
―Excepto mantener tu ego bajo control.
Mis labios se curvan, pero no sonrío. Me inclino más hacia ella para
susurrarle al oído.
―¿Te he dicho lo bella que estás esta noche?
Se estremece ligeramente.
―No, pero me encantaría oírlo.
―Estás prácticamente resplandeciente, dolcezza.
Le rozo ligeramente la curva de la oreja con los dientes para
demostrarle algo. Se estremece ligeramente. Cuando me alejo, sus mejillas
se tiñen de rosa y sonrío satisfecho.
Atravesamos la multitud y nos dirigimos en dirección al lugar donde
están mi hermano y su mujer. Daniella sonríe al ver a Astoria y la abraza
como si fueran amigas de toda la vida. Tori parece un poco incómoda,
pero en el momento en que Dany empieza a charlar con ella sobre su
vestido, se relaja.
―¿Qué tal el viaje? ―me pregunta Christian.
Aprieto los dientes al recordar lo terriblemente mal que fueron las
cosas.
―No preguntes.
―Bien, tengo buenas noticias. Quizá podamos contener a Romano
antes de una guerra total entre bandas. Actualmente se esconde en algún
lugar de Manhattan, pero sé cómo hacerle salir.
―Bien por ti, hermano ―le digo.
―Sí. Puede que las cosas vayan mejor. Malone también firmó la
liberación de nuestros hombres que tenía bajo custodia.
―¿Lo hizo? ―pregunto con recelo.
―Según Topher, Katherine habló con él y llegaron a un acuerdo. Ha
prometido dejar de respirarnos en la nuca y buscar otra cosa en la que
ocupar su tiempo. Siempre que no cometamos ningún delito en su
ciudad.
―Bueno, ¿y cómo demonios vamos a hacerlo? Nosotros dirigimos esta
ciudad.
―Sí, bueno, tenemos que retroceder y permanecer fuera del radar del
FBI durante un tiempo.
―Supongo que lo único que queda es ocuparse de Bianchi ―afirmo, mi
mirada se desplaza hacia los padres de Astoria, al final de la sala.
Están rodeados por un grupo de personas que gesticulan con
entusiasmo ante los cuadros. Me preocupa mucho más la sensación de
incapacidad que siento en las tripas. Christian cuenta conmigo. Tengo
que acelerar las cosas con el edificio.
Daniella nos conduce por el pasillo, mostrándonos los distintos
cuadros que se exponen. Solo escucho a medias. Astoria se ha colocado a
mi lado y, cuando entrelaza nuestros dedos, no me opongo al calor de su
mano en la mía. Me digo a mí mismo que todo es para aparentar, pero
sinceramente ya no lo sé.
Mis sentimientos son un caos.
Me detengo bruscamente al reconocer a alguien delante de nosotros.
Astoria también se detiene, y luego Christian y Dany, que están detrás de
nosotros. Al ver a Cara Oshiro, aprieto los dientes.
Hace más de un mes que no la veo. No desde el hotel. He intentado
darle algo de espacio.
Me dirige una sonrisa tensa. Entonces sus ojos se posan en los míos y
en las manos de Astoria y se le escapa la sonrisa.
Comprendo lo que debe parecerle esto. Desenlazo lentamente los
dedos de Astoria e intento sonreír, aunque estoy seguro que es más bien
una mueca. Técnicamente, no le debo nada, pero después de cómo
terminó nuestro último encuentro, me parece una mierda arrojarle a la
cara una nueva relación.
―Hola, Cara. Me alegro de verte por aquí.
Hay dolor en su expresión cuando me mira. Con los ojos verdes
entrecerrados, mira a Astoria antes de fulminarme con la mirada.
―¿He mencionado ya que eres un capullo?
Esto es una jodida mierda.
Capítulo 13

Astoria
Así que esta es ella. La mujer con la que Carlo tuvo una relación antes de
conocerme. Es preciosa, y aunque nunca seré esa chica que se compara
con otras chicas y se rebaja en el proceso, es un poco duro ver a mi
«novio» reencontrarse con su ex.
Y mentiría si dijera que no me dolió cuando me soltó la mano de esa
manera. Pero vi la expresión de su cara y tengo la sensación que no
rompieron porque los sentimientos se desvanecieran. Probablemente él
no se da cuenta, pero sus ojos se ablandan cuando la mira. Nunca le había
visto mirar así. Carlo ni siquiera se da cuenta cuando retrocedo y
empiezo a alejarme.
Oigo el ligero repiqueteo de unos tacones detrás de mí y, cuando me
giro, Daniella está allí. No dice nada, simplemente me conduce a un
pasillo vacío. Me apoyo en la pared, esforzándome por no imaginarme la
expresión de Carlo al mirar a Cara.
―No le des demasiadas vueltas ―dice Daniella.
Alzo la vista cuando ella se aparta el cabello pelirrojo de la cara. Ha
sido bastante amable conmigo toda la noche, a pesar de saber que mi
relación con Carlo es falsa.
―¿De qué estás hablando?
―Ahora mismo. Estás pensando demasiado en lo que acabas de ver.
No lo hagas. Si lo piensas demasiado, empezarás a ver cosas que en
realidad no existen.
―Estoy bastante segura haber visto lo que ocurría con toda claridad.
Suspira y murmura para sí.
―Esta vez sí que no iba a entrometerme.
―¿De qué estás hablando?
―Escucha, Tori, Carlo es un hombre complicado. Le conozco desde
hace años y ni siquiera yo lo entiendo. Pero le quiero como a un hermano
y quiero que sea feliz, por eso voy a aconsejarte que seas sincera con él.
Puede que sea algo inconsciente. Si quieres que sepa algo, tendrás que
arrojárselo literalmente a la cara.
Parpadeo, miro fijamente y parpadeo un poco más.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
Sonríe.
―Creo que he sido bastante clara. Créeme, estuve en una situación
parecida con otro hermano D'Angelo. Pueden ser tontos cuando se trata
de lo que sienten. A veces necesitan un empujoncito.
Suspiro cuando me doy cuenta de lo que insinúa.
―No, Daniella. Yo no... Carlo y yo no somos... ―Me esfuerzo por
decidir cuál es la mejor manera de explicar nuestra situación.
―Creo que deberías hablarlo con él ―me dice Daniella en voz baja. Me
dirige una mirada alentadora antes de enderezarse―. Bien, voy a enviarlo
aquí para que podáis hablar.
Asiento y se marcha. Le doy vueltas a su consejo en mi mente. Estoy
bastante segura que acaba de pedirme que le diga a Carlo cómo me siento
realmente. El único problema es que yo misma no estoy tan segura. El
único sentimiento que tengo claro ahora mismo son los celos que
amenazan con estallar en mis entrañas.
Pasan unos minutos antes que Carlo aparezca. Se acerca y me permito
admirarle un momento. Es realmente atractivo. Su cara es la encarnación
del chico malo con moto del que te advierten tus padres en el instituto.
Pero no me imagino a Carlo conduciendo una moto. Valora el orden y el
control. Es muy estirado.
Como siempre, su expresión es cuidadosamente inexpresiva mientras
se acerca, aunque capto una ligera preocupación parpadeando en el
fondo castaño de sus ojos.
―Eh, ¿estás bien? ―pregunta, recorriendo mi rostro con la mirada.
Dejo escapar un leve soplido. Y decido entrar al estilo de 'arrancar la
tirita'. Me mira con curiosidad cuando me planto delante de él.
―¿La sigues queriendo?
Carlo me mira fijamente durante varios segundos, sin comprender.
Cuando finalmente lo entiende, frunce las cejas.
―No. Ya te he dicho que nunca he estado enamorado de nadie.
―Pero saliste con ella ―argumento―. Te preocupas por ella.
Ahora parece incómodo.
―Cara y yo nunca salimos juntos. Estábamos juntos, pero nuestra
relación rara vez superaba los límites de la gratificación física.
Doy vueltas a esas palabras en mi cabeza.
―Así que... ¿erais follamigos?
Carlo hace una mueca.
―En cierto sentido, sí.
―Pero te preocupas por ella ―produzco.
Suspira.
―Lo de Cara y yo es complicado.
Eso no alivia en nada la sensación que tengo en el pecho. Lo último que
quería era que se refiriera a su relación con ella como 'complicada'.
Quería que negara tener ningún tipo de relación.
Debe notar la expresión de mi cara porque sus cejas se fruncen.
―¿Qué pasa por esa cabeza tuya?
Trago saliva y le miro.
―Si tú y yo no mantuviéramos esta... relación falsa, ¿estarías con Cara?
Ahora parece aún más incómodo.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
―La tienes ―le digo con delicadeza―. Solo sé sincero. Si tú y yo no
tuviéramos una relación falsa, estarías con Cara, ¿no?
―Astoria. ―Suspira de nuevo.
Ya está. Se limita a suspirar, pero no me da una respuesta. Aprieto la
mandíbula.
―Carlo, necesito que me digas la verdad. Porque si estamos haciendo
esto y tú... ―titubeo.
Carlo me mira fijamente. La mirada de sus ojos es intensa, y no tengo
la menor idea de lo que pasa por su cabeza en este momento. Respiro
hondo.
―Si te alejo de alguien por quien sientes algo, tenemos que dejarlo. No
está bien. Me dijiste que no creías que nadie pudiera mirar más allá de la
superficie y ver tu verdadero yo. Cara podría ser eso para ti. No dejes que
esta relación falsa te frene. No puedo ser la razón por la que...
―Astoria ―interrumpe Carlo. Su mano se desliza hasta mi cabello,
empuñándolo―. Cállate ―susurra, y entonces sus labios se posan en los
míos y todo pensamiento se evapora.
El beso es suave al principio, me produce escalofríos cuando su otra
mano desciende hasta mi cintura. Su boca se burla de la mía y la abre
suavemente hasta que se me corta la respiración y le permito un mejor
acceso. Mi estómago se aprieta cuando me agarra el cabello con más
fuerza. El beso se vuelve más profundo, más áspero. Mis manos rodean
su nuca, acercándonos.
Podría besarle eternamente.
Pero el beso termina demasiado pronto y Carlo se aparta bruscamente.
Los dos respiramos con dificultad. Le miro, pero sus ojos no se
encuentran con los míos. Está mirando algo detrás de mí. O a alguien.
―Señora Bianchi ―retumba.
Me alejo de un salto y me giro para mirar a mi madre. Nos mira a los
dos con los ojos muy abiertos. Me llevo la mano a la boca cuando me doy
cuenta que nos ha visto.
―¡Mamá! ¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie?
Ella parpadea.
―Lo siento, cariño. He visto a Carlo caminando hacia aquí y me
preguntaba si tú también estarías. Acabo de llegar, te lo prometo.
―Oh ―digo, aliviada por que no haya oído nuestra conversación. Me
vuelvo rápidamente hacia Carlo y trago saliva. ¿Me ha besado porque se ha
dado cuenta que mi madre se acercaba?
Su expresión no delata nada. La decepción se acumula en mis entrañas.
Y dolor.
―No quería interrumpir. Puedo irme.
―No, está bien ―le digo―. ¿Me necesitas para algo?
―Sí, cara. Una amiga mía quería conocerte. Pero no pasa nada. Puede
quedar contigo más tarde ―me dice mi madre, sonriendo.
―No, la puedo conocer ahora. Te veré dentro, Lo ―murmuro sin
mirarle.
Solo necesito salir de aquí. Camino hacia mi madre y la acompaño
fuera.

Pasa el resto de la noche y apenas estoy presente. Sigo repitiendo el


beso y nuestra conversación una y otra vez en mi cabeza. Más que nada,
odio lo impreciso que fue sobre su relación con Cara. No respondió a mis
preguntas, y eso me molesta aún más porque, sobre todo, siempre he
sabido que Carlo era sincero conmigo.
A mí tampoco me ha dicho apenas nada. Hemos estado dando vueltas
por la fiesta, saludando a los conocidos y fingiendo ser una pareja
cariñosa. Pero estoy segura que deben darse cuenta de lo rígidos que
actuamos, sobre todo yo, ya que tengo la mente a kilómetros de distancia.
Capto las miradas preocupadas que Daniella me lanza, pero no dice nada.
Me alegro que Cara ya no esté aquí. No estoy segura cómo actuaría con
ella.
Finalmente, la exposición termina y podemos marcharnos. Daniella me
da un abrazo antes de salir.
―Si necesitas hablar, dame un toque, ¿vale? ―me dice.
Asiento, ofreciéndole una sonrisa agradecida. Después Carlo me lleva
hasta su coche. No conduce inmediatamente una vez estamos dentro.
Cuento cinco respiraciones hasta que habla.
―¿Qué ocurre, Astoria?
Lo miro. Ya me está mirando, con la mandíbula tensa y el ceño
fruncido.
―Esta noche no, ¿de acuerdo? Estoy cansada ―digo suspirando.
―Bien. Pero te llevo a mi casa ―anuncia.
―¡No! ―me apresuro a decir―. Llévame a casa de mis padres.
―Astoria...
―Carlo, te prometo que hablaré contigo cuando esté preparada. Pero
ahora necesito un tiempo a solas.
Parece que quiere discutir, pero se abstiene, apartando la mirada antes
de arrancar el coche. Entonces nos ponemos en marcha. Suelo odiar los
silencios largos, pero es una dicha mientras conducimos.
Cuando llegamos, murmuro un adiós antes de bajar del coche. Se
marcha sin decir nada más. Me doy cuenta que está enfadado.
Bien. Yo también estoy enfadado. Pero conociéndole, su enfado estaría
más controlado y no llegaríamos a ninguna parte si discutiéramos
verdaderamente. No está preparado para ser sincero conmigo y necesito
un tiempo lejos de él para ordenar mis pensamientos.
Solo necesito saber lo que es real o no.
Mis padres están conversando junto a las escaleras cuando entro, y mi
madre levanta una ceja.
―No te esperaba en casa esta noche, cara. Pensé que pasarías la noche
en casa de Carlo.
Por supuesto que sí.
―No, he decidido volver a casa ―les informo.
Mi padre entrecierra los ojos.
―¿Tuvisteis una pelea?
Parece que quiere que la respuesta sea afirmativa. Puedo decir que mi
padre está buscando una razón para desaprobar a Carlo y poner fin a
nuestra relación.
―Claro que no, papá.
Mi madre le da una ligera palmada en el estómago.
―No seas tonto, cariño. No se han peleado.
―¿Entonces por qué no salió con él? Estaban de fiesta, parece una
buena noche para salir con la persona a la que quieres y ver una película
o quizá dar un paseo ―le responde papá.
Busco rápidamente una excusa.
―Carlo tenía trabajo que hacer y tengo que ir al hospital mañana
temprano ―miento.
Mi padre frunce el ceño.
―Nunca trabajas los domingos.
―Sí, pero hay un paciente al que tengo que ver por la mañana. Como
Carlo está ocupado, he pensado venir a casa e ir mañana al hospital por
mi cuenta.
―Hmm ―es todo lo que dice.
Sin embargo, mi madre se lo cree.
―Está bien, cara. Es tarde, deberías irte a la cama.
Los dejo en la escalera y me dirijo a mi dormitorio. Apenas cierro la
puerta, me dejo caer en la cama con un suspiro. No bromeaba con lo de
estar cansada. Dormir es siempre mi primera reacción ante cualquier cosa
estresante o problemática.
Lo último que veo antes de cerrar los ojos es la expresión de Carlo al
mirar fijamente a Cara. Algo doloroso golpea mi pecho y no puedo evitar
preguntarme si ya estoy condenada.
Capítulo 14

Carlo
El sudor se adhiere a mi frente cuando mi puño choca con el saco que
tengo delante. Mis puñetazos son medidos, controlados, cada uno
diseñado para caer con la fuerza justa. Mi padre siempre decía que todo
debe ser moderado, incluso pegar a la gente.
Control y disciplina. Incluso ahora, sigue susurrándome al oído. Todo lo
que hago, cada acción que emprendo. Estoy seguro que estaría muy
jodidamente orgulloso de lo bien que me ha moldeado.
Mi concentración se rompe cuando oigo pasos detrás de mí. Entonces
Topher me agita el teléfono en la cara, con la boca estirada en una amplia
sonrisa. Dejo de golpear el saco, respiro agitadamente y me vuelvo hacia
él.
―¿Has visto esto? ―pregunta entusiasmado, entregándome su teléfono.
Mis ojos se desvían hacia las fotos. Astoria esboza una ligera sonrisa
mirando fijamente a las cámaras. Mientras, yo estoy a su lado, con los
brazos alrededor de su cintura y una expresión imperturbable. No puedo
creer lo perfecta que se ve a mi lado.

El Caballero Negro y la Princesa Bianchi

¿Son Carlo D'Angelo y Astoria Bianchi la nueva pareja de moda de Nueva


York? A primera vista, podrían parecer una pareja extraña, pero la pareja estaba
sencillamente deslumbrante cuando salieron juntos anoche en una exclusiva
exposición de arte de Queens.

El artículo continúa explicando lo unidos que parecíamos anoche y lo


interesante que resulta haber empezado a salir teniendo en cuenta que
nunca antes nos habían visto en público. Pongo los ojos en blanco antes
de devolverle el teléfono.
―¿Qué? ¿Sin comentarios? ―pregunta Topher con un mohín.
Me encojo de hombros.
―Me lo esperaba. Ojalá hubieran elegido un titular menos cursi.
Se ríe divertido.
―Creo que eres un caballero maravilloso, fratello.
―Vete a la mierda ―digo, llevándome la mano a la nuca para
masajearme la tensión.
―¿Estás bien? ―pregunta Topher, mirándome con curiosidad.
―¿Por qué lo preguntas?
Sonríe nerviosamente.
―Podría haber tenido una conversación con Dany antes de venir aquí.
Mi mandíbula me tensa.
―Uno de estos días voy a tener una conversación con nuestra cuñada
sobre los límites adecuados y sobre no contarle a todo el mundo mis
asuntos.
―Tranquilo, Lo. Solo me lo dijo porque sabía que venía a verte.
―¿Qué te dijo exactamente?
―Bueno, me ha dicho que estaba preocupada. Al parecer, tú y tu novia
os peleasteis anoche.
Pongo los ojos en blanco.
―No nos hemos peleado.
―Pero ha pasado algo. Vamos ―presiona―. Puedes hablar conmigo.
―No hay nada de qué hablar, Toph.
―¿De verdad? Porque parece que necesitas hablar con alguien.
Lo fulmino con la mirada. Aunque quisiera hablar con alguien, que no
es el caso, él no sería mi primera opción. Quiero a mi hermano pequeño,
pero Topher no es conocido por dar los mejores consejos.
Crujo mis nudillos al pensar en la mirada distante de Astoria tras
nuestro beso de ayer. Me doy cuenta que cree que la besé porque su
madre estaba allí, y también entiendo que debería haber desmentido
inmediatamente esa idea. Pero una parte de mí quiere que siga
creyéndolo.
Odio que probablemente esté dolida y confusa ahora mismo. Quiero
encontrarla y decirle la verdad, pero no sé cuál es la verdad. Además, me
ha pedido que le dé algo de espacio. Ambos lo necesitamos ahora mismo.
Quizá entonces pueda poner en orden mis sentimientos.
―Bien. Si no quieres hablar de Astoria, hablemos de Cara. He oído que
estuvo en la exposición.
Mi mirada se intensifica, pero Topher no afloja.
―Antes que digas algo amenazante, Cara es mi empleada. Estoy en mi
derecho de comprender esta situación para asegurarme que mi entorno
de trabajo siga siendo manejable.
―Eso es una completa gilipollez.
―Hablo en serio ―dice sagazmente―. Una mujer emocional y cabreada
es mala para los negocios, Lo. Dime qué está pasando.
Suspiro porque sé que no lo dejará pasar.
―Es complicado.
Topher resopla.
―Bueno, obviamente. En serio, Carlo, tienes que mejorar tu capacidad
de comunicación. Te he pedido una explicación y me has dado dos
palabras.
Le ignoro y cojo una toalla para secarme el sudor de la cara. Topher se
pellizca el puente de la nariz, frustrado.
―Vamos, hermano. Dime algo. Tengo curiosidad. Cara y tú tenéis algo
desde hace unos años. Ella no habla de ello y tú tampoco, pero sé que los
dos os ensuciáis regularmente en las sábanas ―dice moviendo las cejas.
Mis labios se tiemblan, aunque realmente quiero pegarle. Tarado.
Topher continúa.
―De todas formas, siempre pensé que finalmente aceptarías a salir con
ella o algo así, pero eso no sucedió. En su lugar, empezaste a tener citas
con Astoria...
―Citas falsas ―aclaro, aunque algo oprime mi pecho al hacerlo.
―Claro, citas falsas ―recalca―. Pero Daniella jura que hay algo más
entre tú y ella, y ahora estoy confundido sobre cuál es tu posición y la de
Cara. ¿Por quién sientes realmente algo, fratello?
Parece genuinamente disgustado, y si fuera cualquier otro tema de
conversación, su expresión sería divertida. Pero no me hace gracia su
desglose de mi vida amorosa.
―Eso me corresponde a mí saberlo, Toph, y a ti ocuparte de tus
asuntos.
Topher se frota la frente con un gemido.
―Si yo estoy tan confuso, me pregunto cómo se sentirán las mujeres en
cuestión.
Buena observación, admito de mala gana interiormente. Pero no lo digo
en voz alta.
Topher me mira con expresión seria.
―No juegues con sus sentimientos, Carlo. Tampoco les des largas.
―No lo hago ―digo apretando los dientes.
Ahora mismo, estoy intentando dar sentido a la mierda que se
arremolina en mi cabeza. No tengo ni idea de lo que quiero.
―Toma la decisión correcta ―continúa.
―¿Quieres dejarlo? ―murmuro, empezando a enfadándome.
Sonríe.
―Tengo que decir que esto me está gustando mucho. Hacía tiempo que
no te veía tan molesto por algo, bueno... ¡nunca! ―Se ríe. ―Esto es genial.
―Ahora que has terminado de cabrearme, puedes irte ―le digo,
señalando las puertas del gimnasio.
Ya ha reducido mi tiempo de entrenamiento. Solo lo hago algunas
veces a la semana por las tardes para desconectar de mi rutina de
entrenamiento.
―Bien, bien, me voy ―me dice, sin dejar de sonreír. Pero antes de
marcharse, me lanza una mirada con los ojos bien abiertos―. Me acabo de
dar cuenta de algo.
―¿De qué?
―Mamá definitivamente va a ver ese artículo.
Mis ojos se agrandan al procesarlo.
―Mierda.
―Y la trama se complica. Bien hecho, Carlo. ―Topher se ríe alejándose.
Me apoyo en la pared y suelto un suspiro. ¿Cuándo se complicaron tanto
las cosas, joder?

Estallan ovaciones apenas atravieso las puertas de nuestro pub.


Uno de los capos me da una palmada en el hombro.
―Bien hecho, jefe ―me dice, sonriendo.
Le lanzo una mirada fulminante y se aleja. Todos se esfuman cuando se
dan cuenta de mi estado de ánimo. Aprieto la mandíbula y le hago señas
a Slade para que se acerque.
―¿Qué mierda está pasando?
Se encoge de hombros, frotándose la nuca.
―Supongo que todos están entusiasmados contigo y con la 'princesa
Bianchi'.
―¿Y por qué demonios iban a estar entusiasmados por eso? ―pregunto,
caminando hacia mi despacho.
Michael sigue.
―No todos los días se oye algo así. La historia está en todas partes.
Además, siempre eres tan cauto y reservado, Carlo. Se alegran por ti.
―Hmm ―es todo lo que digo.
Tomo asiento en mi escritorio, mirando fijamente los documentos que
me esperan. Les hago un gesto con la barbilla, y Michael me explica
rápidamente.
―Necesitas firmar la venta del almacén esta noche. Los chicos y yo
retiramos algo de dinero. Necesitamos que lo revises.
Mi mirada se desliza sobre los papeles y, una vez que he terminado,
hago una breve inclinación de cabeza.
―Adelante ―le digo―. Y Michael, ten cuidado....
―Entendido, jefe ―me ofrece un saludo.
Me reclino en la silla cuando sale del despacho. Pero vuelve cinco
minutos después.
―¿Qué pasa? ―pregunto.
―Ha habido un problema hoy en una de las salas de juego.
―Sala de juegos ―es el código de las salas donde nuestros clientes VIP
pueden realizar todo tipo de actividades indecorosas a nuestra discreción.
―¿Qué ha pasado?
―Alguien coló una cámara dentro.
Me pongo en pie, con la mandíbula apretada.
―¿Quién?
―Un trabajador a tiempo parcial que contratamos hace poco. Se llama
Ricky, tiene 24 años. Estaba sirviendo bebidas en la sala, y la cámara
estaba en su camisa. Por suerte, uno de los capos lo pilló.
―¿Christian lo sabe?
―No. El Don no ha venido hoy.
―De acuerdo. Nos ocuparemos discretamente. ¿Qué tiene que decir el
VIP sobre la situación?
―Nos está dejando que nos encarguemos de ello. Creo que Ricky
intentaba conseguir trapos sucios del VIP, probablemente contratado por
alguien. Le estamos reteniendo ahora mismo, pero se niega a hablar.
Una sonrisa irónica se dibuja en mis labios.
―Yo me encargo ―le digo a Michael―. Tú ocúpate que el trato con el
almacén se desarrolle sin problemas.
―Entendido, jefe.
Algo me canta en el pecho al dirigirme a la habitación donde tienen a
Ricky. Como decía mi padre, debe haber moderación en todas las cosas,
incluso en pegar a la gente. Sin embargo, nunca me enseñó el arte de la
tortura. Todo eso lo aprendí por mi cuenta.
Además, ahora mismo necesito distraerme. Cualquier cosa que me
impida coger el teléfono y enviar un mensaje a Astoria. Máxime cuando
no tengo ni puta idea de qué decirle.
Capítulo 15

Astoria
Nora tenía razón. Estoy sexualmente frustrada. Si añado eso a la
frustración general que he sentido estos últimos días, me doy cuenta que
necesito algún tipo de liberación. Me apoyo en el cabecero de la cama,
intentando ignorar el persistente dolor palpitante de mi núcleo. Pero no
desaparece.
Finalmente cedo y deslizo la mano hacia la pierna. Mi boca se separa
en un jadeo silencioso cuando mis dedos rozan mi clítoris. Un solo roce
enciende todos los sentimientos reprimidos en mi interior, y ahora lo
único que importa es perseguir alguna forma de satisfacción y alivio. Me
levanto la camiseta que llevo puesta para jugar con mi pecho mientras la
otra mano empieza a masajear ligeramente mi clítoris.
Destellos de placer recorren mi cuerpo, suaves gemidos resuenan en la
habitación. Como siempre, una serie de imágenes se despliegan en mi
mente. Yo, boca abajo en una cama, con el culo levantado mientras
alguien imaginario me lo golpea repetidamente hasta dejármelo en carne
viva. Entonces él empuja hacia dentro, marcando un ritmo duro e
implacable, arrancando gemidos de lo más profundo.
La humedad empapa mis dedos cuando sigo acariciándome. Entonces
empujo un dedo en mi interior, justo cuando las imágenes de mi mente se
distorsionan. Siento el comienzo de mi orgasmo a punto de arraigar
cuando el rostro del hombre aparece. Oigo sus susurros en mi oído, veo
sus ojos castaños oscuros contemplar mi piel desnuda. Siento el roce de
sus labios contra los míos y la forma en que me llena tan bien una y otra
vez.
Y entonces me corro, la presión explota dentro de mí, mi orgasmo casi
me hunde. Me duermo y, por supuesto, sueño con él. Carlo es como una
droga. Y creo que poco a poco me estoy volviendo adicta.

Nora se lleva un buen susto cuando a la mañana siguiente enciende las


luces de su piso y me encuentra en su sofá. Estoy acurrucada en una
manta, con los ojos bien cerrados, pero no estoy dormida. Me he
despertado hace una o dos horas y he venido aquí a pensar.
―¡Tori! Me has asustado.
―Lo siento ―murmuro―. Buenos días.
Me pongo en pie y bostezo suavemente, observando a mi amiga de pie
en la puerta que da al salón. Lleva pantalones cortos y una camisa oscura
desteñida, con marcas de sueño en la cara.
―Buenos días. ¿Qué demonios haces aquí? Te dejé una cama, ¿no?
―Sí ―digo, sonriendo―. Me acabo de levantar temprano y he decidido
venir aquí.
―Bien...
―Gracias por dejar que me quede a dormir, Nora. ―Me paso la mano
por el cabello.
Me he quedado en su casa las dos últimas noches para despistar a mis
padres y que no se pregunten por qué no estoy con Carlo.
―No pasa nada, cariño. Siempre estoy aquí para ti si te peleas con tu
falso novio.
Suspiro en respuesta. Nora se mueve y se sienta a mi lado.
―¿Ya has terminado de evitar la situación?
―No estaba evitando la situación ―digo con rigidez―. Estaba ideando
un plan de juego.
―Un plan de juego ―repite con indiferencia.
―Sí. Un plan, una forma de avanzar.
―¿Cuál es?
―Voy a acabar con esto ―anuncio con falso entusiasmo.
Nora me lanza una larga mirada de reojo.
―Vale ―dice con cuidado―. ¿Cómo funcionaría eso, exactamente?
―Fácil. Carlo y yo llegamos a un acuerdo. Y ahora voy a rescindirlo.
―¿Estás segura que es una buena idea?
―Sí.
Nora suspira.
―Vamos, Tori. No me engañas. Dime lo que piensas.
Dejo escapar un leve suspiro.
―Ya he terminado. Empezamos todo esto porque pensamos que sería
beneficioso para ambas partes. Y ahora parece que está haciendo más mal
que bien. Así que es hora de terminarlo.
―¿Estás segura que eso es lo que quieres?
―En realidad no ―digo―. Pero creo que es lo mejor.
―¿Y crees que eso es lo que quiere Carlo?
―No sé lo que quiere Carlo ―digo rígida.
―Por eso tienes que hablar con él. Los dos necesitáis tener una
conversación. No podéis decidir acabar, así como así. Además, vuestra
falsa relación no solo os involucra a vosotros. Piensa en tus padres. Tu
madre estará destrozada.
―Vivirá ―murmuro.
―¿Y Carlo? Su familia aún necesita ese edificio, ¿no?
―Sí, sobre eso... Creo que hablaré con mi padre al respecto. También
pediré ayuda a mi madre. Quizá si unimos nuestros esfuerzos, podamos
convencerle para que venda el edificio a los D'Angelo.
―¿Eso es antes o después de romper con Carlo?
Gruño, echando la cabeza hacia atrás.
―No tengo ni idea.
Nora me frota los hombros.
―Ya lo descubrirás, Tori.
Me encanta que me haya apoyado tanto en esto. Y me encanta que, a
pesar de lo mierdosas que parecen las cosas ahora mismo, tengo a alguien
a quien puedo recurrir. Es lo que he echado de menos todos estos años.
Una verdadera amiga.
―Te debo una noche de chicas. Todos los gastos corren de mi cuenta
―le digo.
Sonríe, sus ojos verdes se iluminan.
―Yo diría que no hace falta, pero, sinceramente, me parece una idea
estupenda. Ahora vamos, levántate. Vamos a llegar tarde al trabajo.
Me arrastra del sofá y nos vestimos para la jornada antes de ir al
hospital en mi coche. Desgraciadamente, nuestros planes de ver unas
películas y relajarnos tras un largo día de trabajo se estancan cuando
recibo un mensaje de mi padre pidiéndome que vuelva a casa.
Cuando llego, está sentado en una tumbona frente a la piscina, en la
parte trasera de la casa. Respiro hondo antes de acercarme y sentarme en
la silla junto a él. Será mejor que saque ahora el tema del edificio.
―Hola, papá. Un poco tarde para las gafas de sol ―digo,
acomodándome.
Se inclina las gafas hacia abajo para mirarme. ―Intento estar a la moda,
cariño. He oído que esto está de moda últimamente.
―Seguro que no.
―¿Cómo vas a saberlo? Te pasas todo el tiempo en el hospital ―le
responde.
―Confía en mí, papá. Lo sé.
Tararea suavemente, con una ligera sonrisa en los labios.
―Entonces... ¿por qué me has pedido que vuelva a casa esta noche?
―pregunto yo.
―¿Qué? ¿Demasiado ocupada con tu novio para pasar tiempo
conmigo?
―No...
―Tu madre está trabajando toda la noche en el banco. Tienen algún
problema y quería compañía.
―Oh, así que soy la sustituta de mamá.
―Lo eres.
―¿En serio papá? ―digo riéndome―. Entonces, ¿qué tal la compañía?
―pregunto, decidiendo que es un tema lo bastante seguro como para
entrar con mi petición.
―Está bien. Lo de siempre, comprar edificios, derribar edificios, vender
edificios. Estoy pensando en convertir uno de nuestros edificios en un
centro para mujeres. Tu madre me dio la idea. Podría ser un lugar para
prestar servicios médicos o sociales. Podría haber una clínica, un
gimnasio, ayuda las 24 horas del día para cualquier mujer que entrara por
la puerta.
―Eso suena increíble, papá ―le digo, sintiéndome extremadamente
orgullosa.
Una cosa de mis padres es que buscan cualquier medio para devolver
algo a la sociedad. Mi padre, a pesar de su riqueza, siempre ha sido
humilde y me enseñó a ser igual.
―Sí. Debería despegar el mes que viene. Avísame si tienes alguna
aportación.
―Claro. Además, papá, me preguntaba... ―me interrumpo.
Parece que está de buen humor, pero siempre cabe la posibilidad que
pierda los papeles. Se vuelve hacia mí, con expresión expectante.
―Carlo me habló del edificio que su familia quería comprarte. El de
Bayside ―empiezo. La expresión de mi padre no vacila, así que
continúo―. Y me preguntaba si habías cambiado de opinión sobre
vendérselo.
―¿Te ha metido en esto?
―No ―discrepo inmediatamente―. No tiene ni idea. Solo me lo
mencionó de pasada una vez y pensé en preguntártelo de nuevo en su
nombre.
―Ese edificio es para mi futuro yerno, cara.
―Ya lo sé. Pero Carlo es mi novio. Y no pensamos casarnos pronto...
―Díselo a tu madre.
―De todos modos, los D'Angelo necesitan el edificio ya. Esperar parece
un desperdicio. Les conoces y sabes que lo utilizarían bien. Seguro que
estarían dispuestos a pagar cualquier precio. Así que, ¿podrías, por favor,
vendérselo?
No habla durante varios segundos. Luego se encoge de hombros.
―Me lo pensaré.
Mis ojos se abren de par en par. ― ¿De verdad? ―pregunto
emocionada.
―No he dicho que se lo vendería. He dicho que me lo pensaré. Hay
varias cosas que tendría que considerar. Ese edificio es un gran activo. Y
tiene un valor sentimental para mí.
―Lo sé, papá. Pero estoy segura que los D'Angelo se ocuparán de ello.
Esto va sorprendentemente bien. O está de muy buen humor o
finalmente se siente cómodo con mi relación con Carlo.
―Eres el mejor ―le digo, poniéndome en pie―. Ya vuelvo. Solo tengo
que ir a cambiarme.
Él asiente.
―Puedes contarme todo sobre tu día cuando vuelvas. Y Astoria ―me
llama mi padre, haciendo que me detenga―. Si las cosas no funcionan con
D'Angelo, Dante Marino me llamó hace unos días para decirme que
seguía interesado.
No me giro para mirarle, pero aprieto los dientes. Por el amor de Dios.
―Vale, papá ―le digo antes de alejarme.

Al día siguiente, después del trabajo, me dirijo al apartamento de


Carlo. Por suerte, está en casa, no le llamé ni le envié un mensaje de texto
con antelación. Pero llamo al timbre y, unos segundos después, se abre la
puerta.
―Hola ―dice, con una clara expresión de sorpresa.
Su cabello húmedo y unos mechones colgando sobre sus ojos le dan un
aspecto jodidamente atractivo. Lleva unos joggers negros y una camiseta
de tirantes negra, y la visión de sus musculosos brazos al descubierto
hace que se me seque la boca. Inmediatamente me acuerdo del sueño que
tuve.
Disipo rápidamente los pensamientos antes que él los vea en mi cara.
―Hola, ¿puedo pasar?
Me hace un gesto para que entre y así lo hago. Luego la puerta se cierra
y hay silencio durante unos segundos. Miro alrededor de la sala de estar,
observando su espacio. Puede que sea la última vez que venga aquí.
―Astoria ―me dice Carlo, y me giro para mirarle―. ¿Por qué has
venido sin avisarme antes?
―Yo... yo... ―Mi mandíbula se tensa. En serio, una mirada a sus ojos y
soy un desastre―. ¿Cómo está Cara? ―suelto a falta de algo mejor que
decir.
Tan pronto la pregunta sale de mis labios, me arrepiento. Sobre todo,
cuando veo una sombra cruzar su rostro.
―¿De verdad? ¿Por eso estás aquí?
―No. Quiero decir, no realmente.
Cruza los brazos sobre el pecho, la acción hace que sus músculos se
flexionen. ¿Puede dejar de distraerme por un segundo?
―Vamos, dolcezza, escúpelo. ¿Qué haces aquí?
Se me cierran los ojos cuando finalmente digo las palabras.
―Estoy aquí para poner fin a nuestra falsa relación.
Los ojos de Carlo se oscurecen.
―¿Por qué?
―¿Cómo que por qué?
―Me has oído, Astoria. ¿Por qué? Dame una buena razón por la que
debamos acabar con esto.
Se me escapa una carcajada.
―¿Estás de broma? Hay montones de razones. Empecemos por la
jodidamente más evidente. Hay otra mujer. Y ni siquiera puedo decir que
entiendo qué es o quién es para ti, ¡porque no me lo dices, joder! ―Mi voz
sube una octava o dos―. Lo que me lleva al siguiente punto, nunca hablas
de lo que piensas. Eres como el hielo, hielo sólido e inamovible y tengo
tantas ganas de atravesarlo, pero es literalmente imposible y estoy
cansada, vale. Estoy cansada. Ya no puedo más.
Por dentro, grito otras razones que no puedo expresar. Las que no
puedo decirle a la cara. El que siento algo por él y el miedo a que él no
sienta lo mismo. Y me aterra que al final me haga daño.
Durante todo mi arrebato, Carlo se queda de pie y escucha. No se
mueve, no parpadea. Se limita a mirarme fijamente. Me siento incómoda
bajo el peso de su mirada.
―Así que... sí. Por eso creo que esto tiene que acabar.
Finalmente, suelta un suspiro. Su voz es grave cuando habla.
―Tienes razón. Soy hielo. Se supone que soy hielo porque es fuerte y
frío y mantiene a todos alejados. Porque a lo largo de mi vida, eso es lo
único que he podido ser. Así que dime por qué cada vez que estoy
contigo, siento que me descongelo. No sé qué es ni por qué, pero me
haces sentir, Astoria. ¿Lo entiendes? Me haces jodidamente sentir.
Mi respiración se entrecorta. Mi garganta se seca y no sé qué decir. No
sé qué debo decir. Carlo da un paso adelante. Su mano se dirige a mi
cuello y alza mi rostro. Mis ojos se encuentran con los suyos, castaños y
ardientes.
―No siento nada por Cara ―dice bruscamente.
Mis ojos se abren de par en par.
―¿No sientes nada por ella?
―No. Cara y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Si hubiera
querido empezar algo con ella, lo habría hecho. Siempre voy a por lo que
quiero.
Hay una promesa en esas palabras, un desafío. Y, sin embargo, una
parte de mí no puede evitar preguntarse si está realmente seguro de lo
que dice. Pienso en nuestro encuentro con Cara en la fiesta y algo
intranquilo me oprime el estómago.
Carlo debe intuir adónde ha ido mi mente, porque me agarra del cuello
suavemente. Frota contra los puntos de presión de mi garganta.
―No puedo romperme, dolcezza ―dice en voz baja―. No estoy seguro
de saber cómo hacerlo. Pero el hielo se derrite. Puede que sea un proceso
lento y gradual, pero lo conseguiré.
Dejo escapar un suspiro.
―Te ayudaré.
―Sé que lo harás, preciosa.
Nos quedamos unos instantes mirándonos fijamente. Entonces los ojos
de Carlo se cierran brevemente y, cuando vuelven a abrirse, bajan hasta
mis labios.
―Cuando te besé en la fiesta, lo hice porque quería. No por tu madre.
No me di cuenta que estaba allí.
Y así, el peso en mi pecho disminuye.
―¿Lo hiciste?
Asiente con la cabeza.
―¿Por qué? ¿Por qué me besaste?
Una expresión torturada pasa por su rostro.
―Porque besarte puede ser la cosa más jodidamente adictiva del
mundo.
Y así, sin más, olvido cómo respirar. Carlo me roba el aliento. Y más
cuando sus labios se posan en los míos en el segundo siguiente.
Puede que haya un desastre esperándonos al otro lado. Pero quizá el
desastre no sea tan malo.
Capítulo 16

Carlo
Todos los pensamientos de mi cabeza desaparecen cuando agarro a
Astoria y tiro de ella hacia mí. Se pega a la parte delantera de mi camisa,
aferrándose a mí, y mi otra mano serpentea a su alrededor, estrechándola
contra mi cuerpo. El beso es duro, profundo y áspero, lleno de tanto
anhelo que me resulta imposible respirar.
Tori suelta un gemido grave que provoca un gruñido en lo más
profundo de mi garganta. La agarro con más fuerza. Retrocedemos,
tropezando, mis manos se mueven sobre ella, descendiendo por su
espalda y subiendo hasta su cabello. La apoyo contra la pared,
presionando mi cuerpo contra el suyo, y es la sensación más increíble que
jodidamente haya sentido nunca.
Mi boca se desliza por su mandíbula hasta su cuello, mordisqueando la
piel. Tori suelta un pequeño jadeo cuando me aferro a un punto sensible
justo debajo de su oreja.
―Oh, Dios ―gime ella.
Me rio contra su cuello.
―Dios no tiene nada que ver con esto, cariño.
La beso de nuevo y ella responde, sus dedos se anudan en mi cabello,
tirando de él, haciéndome saber cuánto desea esto. Ambos respiramos
con dificultad cuando de repente me aparto, mirándola fijamente,
memorizando cada centímetro de su perfecto rostro. Tori me mira,
nerviosa, y de algún modo sé por qué. Le preocupa que esto termine.
Ella no tiene idea. Lo único que podría detenerme ahora mismo es ella.
Todo mi cuerpo se estremece al mirarla. Está inmóvil, esperando que
haga algún movimiento. Trazo un dedo desde la parte baja de su
garganta hasta sus pechos. Están molestamente fuera de mi alcance. La
miro, intentando comunicarle en silencio lo que quiero. Cuando asiente
una vez, no pierdo ni un segundo. Introduzco mi mano por el dobladillo
de la camisa y la arrastro por encima de su cabeza, dejándola solo con un
sujetador rosa de encaje.
―No tienes ni idea de lo hermosa que eres, dolcezza ―le digo, mi voz
enronquecida.
―Por favor ―susurra―. Te deseo, Carlo.
No imaginaba que esas cuatro palabras pudieran ser tan devastadoras.
No deseo sino rasgarle la ropa y tomar todo lo que tiene para dar. Y aun
así espero.
―¿Cuánto?
―¿Qué?
―¿Cuánto me deseas, Tori? ―pregunto, diciendo las palabras contra su
cabello.
Gime suavemente cuando mordisqueo su oreja.
―Sueño contigo ―confiesa.
―¿Qué tipo de sueños?
Sus ojos color avellana se alzan hacia los míos. Se muerde el labio
inferior, vacilante.
―Tori ―murmuro contra su piel, mi mano recorriendo la turgencia de
su pecho. ―¿Qué hago en tus sueños?
―Tus dedos. Soñaba con tus dedos de mi interior ―dice finalmente, sus
ojos se cierran cuando las palabras salen de sus labios.
Mis labios se curvan en una sonrisa.
―¿Ah, sí? ¿Qué tal si hago realidad esos sueños? ¿Cómo estás de
húmeda, cariño? ―Toco el dobladillo de su falda.
Es fácil elevarla, y mi mano se desplaza hasta sus bragas. La retiro
hacia un lado, y las yemas de mis dedos encuentran inmediatamente su
clítoris. Tori se sacude violentamente contra mí.
―Joder ―gimo mientras le meto lentamente un dedo.
―Oh, Dios ―jadea Tori.
Rodea mi cuello con los dos brazos, presionando las caderas contra mi
mano, subiendo y bajando con cada lento bombeo de mis dedos. Vuelvo a
gruñir, sintiendo cómo se aprieta a mi alrededor y deseando que fuera mi
polla y no mis dedos. Quiero hundirme en ella y enterrarme
profundamente, pero también necesito tomarme las cosas con calma.
Sobre todo, con ella. Ella controla el ritmo.
Me inclino hacia delante para besarla, desesperado por volver a
saborearla. Tori responde al beso, gimiendo cuando mi dedo sigue
penetrándola. Se estremece contra mí, soltando un suspiro agudo cuando
añado otro dedo antes de acariciar su clítoris con el pulgar.
―Oh, mierda. Carlo, me voy a correr ―gime.
Aumento el ritmo, haciendo todo lo posible por volverla loca. Cae
contra mí al correrse, su boca abierta en un grito silencioso. Todo su
cuerpo se estremece y la sostengo. La abrazo hasta que cesa, me mira de
nuevo, sus ojos color avellana parpadeando asombrados. Agarra mis
hombros con fuerza hasta el punto de dolerme y, aun así, no la suelto.
Entonces, antes de dudar, me inclino para besar su frente. Es una
acción tierna, demasiado suave. Especialmente cuando se trata de ella.
Tori responde inclinando la cabeza hacia arriba y dejándome besarla de
nuevo. Y de nuevo, es adictivo y devastador, no queriendo parar nunca.
Arrastro mi lengua por la suya, carnal, húmeda, obscena. A Tori le
tiemblan las piernas. La sostengo contra la pared sin apenas esfuerzo.
Sus manos serpentean hasta el fondo de mi camiseta y me inclino
ligeramente para que pueda quitármela. Pero no se detiene ahí. Va a por
mi pantalón. Un solo toque sobre la tela y aparto su brazo, mirándola
―No es necesario ―digo con firmeza―. No necesitamos tener sexo.
Los ojos de Tori se entrecierran.
―¿Por qué no?
―Porque... ―digo, sintiéndome de repente incapaz de expresarme. No
sé por qué me detengo ahora.
―¿No quieres? ―pregunta Tori en voz baja.
Oh, mierda. Cojo su mano y la pongo contra la protuberancia de mi
pantalón.
―¿Te parece que no quiero? ―le pregunto, casi con dureza.
―No ―responde ella―. Pero se siente bien. Muy bien.
Me acaricia a través del material de mi pantalón. Mi cuerpo está tenso
y Tori lo empeora cuando introduce la mano y extrae mi polla. Sus manos
se mueven sobre mi longitud, una, dos veces. Es una tortura. La mejor
tortura. Recoge parte de la humedad que gotea en la punta y la utiliza
para acompañar sus movimientos, moviendo sus manos sobre mí.
―He soñado que me follabas ―dice jadeando, mucho más atrevida que
antes―. Quiero que me folles, aquí contra la pared.
Un fuego se enciende en mi interior. La miro a los ojos, brillantes de
lujuria y deseo. Es imposible negarme a eso.
―Tus deseos son órdenes para mí.
En un momento, nos estamos mirando fijamente y, al siguiente, suelto
un gruñido áspero, antes de alcanzarla por detrás para desabrocharle el
sujetador. Se lo quito y me zambullo como un hombre hambriento,
llevándome a la boca un pezón oscuro y fruncido. Tori gime, clavando
sus uñas en mis brazos cuando cambio mis caricias de un pecho al otro.
Palmoteo el otro con la mano, burlándome de él, mordiéndolo,
levantándolo y disfrutando de su maravilloso volumen.
―Carlo ―gime. Es una súplica. Puedo sentir cuánto me desea. Yo
también estoy prácticamente vibrando por la intensidad de mi necesidad.
Empujo mi pantalón hasta el suelo, me los quito antes de alcanzar sus
bragas. Tiro del material hasta que se desgarra, lo que me vale un grito
ahogado de Tori justo antes de penetrarla de una sola embestida. Me
quedo sin palabras, apenas estoy en su interior. Suelta un gritito, su
cuerpo se tensa y se contrae. Entierro la cara en su cabello por un
momento, inmóvil, sintiendo como un fuego asciende por mis huesos.
Se siente... mierda. Nunca habría imaginado que se sentiría así.
Entonces recuerdo algo y me retiro.
―Mierda. Tori, preservativo ―digo, con el corazón acelerado en mi
pecho.
Me agarra con fuerza del brazo.
―Estoy tomando anticonceptivos. Fóllame, por favor.
Mis ojos se cierran, asimilando sus palabras. Me parece una mala idea,
pero últimamente están fluyendo muchas.
―Joder, me encanta cuando me suplicas.
―¡Carlo!
Suelto una risa, empuñando mi polla, dirigiéndola lentamente hacia su
entrada. Ambos contenemos la respiración, observando cómo me deslizo
dentro de ella. Está tan húmeda que mi polla apenas encuentra
resistencia, y entonces vuelvo a estar dentro de ella y es una puta
maravilla. Soltamos suspiros simultáneos de placer.
―Mierda ―gime Tori. Cierra los ojos y acerco mi mano a su culo,
palmeándolo una vez.
―Mantén los ojos abiertos y en mí cuando te folle. ¿De acuerdo?
Ella asiente una vez, con los ojos muy abiertos, cuando marco el ritmo.
Deslizándome dentro de ella, luego fuera, dándole caricias lentas y
superficiales, diseñadas para volvernos locos a los dos. Las manos de Tori
vagan por todas partes, mi pecho, mis brazos, y enreda los dedos en mi
cabello, agarrándolo, sujetándolo con fuerza.
―Me estás tomando tan bien, nena ―le digo dulcemente, al tiempo que
me introduzco en ella―. ¿Quieres correrte otra vez?
Hace un ruido débil, sus ojos me agarran con fuerza.
―Voy a necesitar que seas más expresiva con esa respuesta, cariño ―le
digo, mi voz suave como la seda al deslizarme dentro y fuera de ella.
―S-sí ―gimotea―. Sí, por favor.
No pierdo un instante. Mi ritmo lento desaparece y ella lo toma todo,
absorbiendo la fuerza de mis furiosas embestidas. El placer arde en mi
interior. Gruño mientras me la follo, a punto de llegar al límite. Busco el
clítoris de Tori, masajeándolo suavemente.
―Córrete para mí, cariño ―susurro contra su oído.
Mis palabras son un detonador. Ella explota a mi alrededor, su coño
agarra mi polla como una mordaza y se corre con mi nombre en los
labios. Tengo que frenar un poco, sosteniéndola cuando sigo
embistiéndola, persiguiendo mi propia liberación.
Me corro con un gruñido ahogado. Cada hueso de mi cuerpo se licua.
Menos mal que estamos contra la pared o no habría podido sostenernos a
ambos. Tori estrecha mi cuerpo contra el suyo. Los dos respiramos con
dificultad, el sudor se desliza por nuestros cuerpos. Apoyo la frente en la
suya, mis ojos cerrados intentando comprender lo que acaba de suceder.
Fue alucinante. Jodido e increíble sexo alucinante.
―¿Carlo? ―susurra Tori tras haber pasado una eternidad.
―¿Sí, dulzura? ―le digo, apartándome y retirando el cabello de la
frente.
―Cuando te recuperes, creo que quiero volver a hacerlo.
Mi boca se ensancha en una sonrisa y le palmeo suavemente su trasero.
―¿Todavía estoy dentro de ti y ya quieres que te folle otra vez? No me
imaginé que pudieras convertirte en una zorrita tan buena, Bianchi.
Me mira, alzando su barbilla confiada, un destello en sus ojos color
avellana.
―Ahora ya lo sabes.
Suelto una risotada antes de deslizarme finalmente fuera de ella.
Sintiendo que recupero algo de fuerza, la levanto en mis brazos,
ganándome un débil jadeo. Me da una palmada en el brazo.
―¡Oye!
―Vamos al dormitorio, cariño. Será mejor que cumpla tu petición.
Acabo de tenerla y ya la quiero otra vez. Es una locura. Una hora
después, estamos los dos tumbados en mi cama, sin fuerzas, sin aliento y
completamente saciados. Tori sonríe y se acerca a besarme la mejilla.
―Necesito ducharme ―me dice.
―¿Quieres que te acompañe? ―Sonrío.
―No. ―Sacude la cabeza―. Tú estás cansado y yo estoy dolorida.
Un sentimiento de inmensa satisfacción me invade al verla ir
prácticamente tambaleándose hacia el cuarto de baño. Desaparece dentro,
dejándome solo. Miro fijamente al techo, mis pensamientos totalmente
desordenados. No le encuentro sentido a otra cosa que no sea lo increíble
que ha sido.
Cuando Tori vuelve, lleva puesto uno de los albornoces blancos que
guardo en el cuarto de baño. Frunzo el ceño al perder de vista su cuerpo
desnudo.
―Quítate eso.
―No. ―Ella sonríe―. No voy a acostarme desnuda.
―¿Por qué no?
Se encoge de hombros.
―Porque no me siento cómoda. ―Se acerca a mi armario y saca una de
mis camisetas negras.
Asiento y vuelvo a ver su culo desnudo antes que mi camiseta lo cubra.
Puedo tocar su trasero de nuevo, cuando vuelve a meterse en la cama,
por lo que no está tan mal. Nos quedamos en silencio unos segundos
hasta que Tori habla.
―Eso fue... ―Se queda a medias.
Tiene la cabeza apoyada en mi pecho. Ni siquiera tengo que verle la
cara para saber que se está mordiendo el labio inferior.
―No tengo palabras, dolcezza ―digo, exhalando.
Ella mueve la cabeza en señal de acuerdo.
―Probablemente estés agotado. Deberías dormir.
―Si al menos pudiera dormir cuando me lo ordenas ―musito.
―¿Por qué? ¿Tienes problemas para dormir? ―pregunta con
curiosidad.
―No exactamente. Mi cuerpo está programado para acostarse a una
hora determinada. También me despierto a una hora determinada.
―Sabes que es porque eres muy rígido, ¿verdad? En serio, tienes que
relajarte.
Le doy una palmada en el culo por el comentario, lo que me vale un
aullido. Levanta la cabeza para mirarme, y le sonrío arrogantemente.
―Háblame. Puede que me ayude a dormirme más rápido ―le digo.
Ella asiente y vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho.
―¿De qué quieres que hable?
Lo medito durante unos segundos.
―Nunca te he preguntado por qué te hiciste médico. Concretamente
pediatra. ¿Qué te hizo elegir esa especialidad?
Tararea suavemente.
―Estuve muy enferma de pequeña. Los síntomas empezaron cuando
tenía unos siete años. Tuve endocarditis infecciosa. Es una infección que
daña las válvulas cardíacas e interrumpe el flujo normal de sangre al
corazón. Ahora no lo sabrías, pero pasé la mayor parte de mi infancia de
un hospital a otro. La endocarditis suele curarse con antibióticos, pero
tardaron en detectarla y, cuando me llevaron al hospital, ya se había
extendido. Tuve una insuficiencia cardíaca aguda y me tuvieron que
operar un par de veces. Puso en peligro mi vida. Me operaron para
reparar el corazón y tuve un largo período de recuperación, pero
finalmente empecé a mejorar. Después no hubo complicaciones y ahora
estoy bien.
Mi voz suena ronca cuando hablo.
―No tenía la menor idea.
―Sí, mis padres lo mantuvieron bastante en secreto ―dice en voz
baja―. De todos modos, crecer así, rodeada de médicos y enfermeras que
se esforzaban por salvarme la vida, supongo que reforzó mi interés por la
medicina. Soy una superviviente y tenía muchas ganas de devolver algo.
Le froto el brazo para reconfortarla.
―Una de las doctoras que participó en mi operación era una mujer
increíble, una de las mejores cirujanas pediátricas del mundo. Así que, ahí
lo tienes. Esa es mi historia, la razón por la que me hice médico.
No tengo idea qué decir ahora mismo.
Levanta la cabeza para mirarme. Cuando se da cuenta de mi expresión,
sonríe.
―No puedo creer que te haya dejado sin habla.
Trago saliva.
―No tienes idea de lo asombrado que estoy de ti, Tori Bianchi. Eres
jodidamente increíble.
―Lo sé ―me dice radiante. Se acerca para darme un suave beso en los
labios―. Pero no me duele oírlo.
Nos quedamos dormidos así, ella contándome historias de su
experiencia como médico y yo escuchando en silencio, pensando que
nunca nada me ha parecido tan bueno como estar con ella.
Sin embargo, hay una duda persistente arraigándose en mi interior.
Campanas de advertencia empiezan a sonar en mi cabeza.
Advirtiéndome que no me encariñe demasiado.
Después de todo, crecí viendo a mi padre, arrancarme todas las cosas a
las que me apegaba.
Capítulo 17

Astoria
Un beso en la mejilla es lo que me despierta por la mañana, seguido de un
Carlo D'Angelo sonriente.
―Hola ―me dice con voz somnolienta pero sexy, provocándome un
hormigueo.
―Hola ―digo en voz baja.
―Son las siete de la mañana y tienes que prepararte para ir a trabajar.
Me besa en los labios. Un beso apenas perceptible y se desliza fuera de
la cama. Intento ocultar mi decepción, sin conseguirlo, frunciendo el ceño
a su espalda.
―Podríamos arreglarnos juntos en la ducha ―sugiere, dándose la
vuelta, lanzándome un guiño coqueto.
Mis mejillas se acaloran y mi humor se ilumina.
―¿Quién dice que quiero? ―replico burlonamente.
Sonríe antes de alcanzarme y tirar de mí hasta el borde de la cama.
―¿Y por qué no ibas a querer?
Me encojo de hombros.
―No sé. A lo mejor no estoy de humor para ducharme contigo.
Comienza a masajearme un punto del cuello y hago un gran esfuerzo
para no gemir en voz alta.
Carlo me lanza una mirada cómplice.
―¿Quieres que te ponga de humor? Tengo algunas ideas.
No hay duda de lo que piensa hacer. Sonrío y asiento con la cabeza.
―No sería mala idea.
Finge pensárselo un segundo. ―Túmbate, dolcezza.
El tono de su voz me estremece y obedezco de inmediato. Sus ojos
prácticamente brillan, mirándome fijamente.
―Jodido infierno, Tori, no tienes idea de tu aspecto.
Se sube a la cama, deteniéndose justo delante de mis piernas. Solo llevo
puesta su camiseta y mis bragas, pero no pierde un segundo antes de
deshacerse de ellas. Después clava su mira en mi coño. Mi ritmo cardíaco
se acelera.
―Tan mojada ya y decías que no estabas de humor ―se burla.
―Quizá es que no estoy de humor para acostarme contigo ―le contesto.
Sus ojos se oscurecen.
―No te equivoques, cariño, esto ―no estoy preparada cuando
introduce un dedo en mi interior, su pulgar acaricia mi clítoris y un
gemido sale de mi garganta―, es mío. Soy el único que puede hacer esto.
La única persona que puede follarte. ¿Entiendes?
Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada y me resisto a gemir de
placer. Sigue empujando dentro de mí mientras su pulgar me acaricia el
clítoris con rudeza. Entonces se detiene de repente y suelto un suave
gemido de decepción.
―¿Entiendes? ―repite Carlo.
―S-sí ―consigo decir.
Carlo sonríe.
―Perfecto.
Al instante, entierra su rostro entre mis piernas y su lengua pasa a la
ofensiva, abriéndose camino dentro de mí. Me sacudo y me retuerzo
contra él sin poder evitarlo. Carlo me besa ampliamente, con su boca
abierta y húmeda, siendo lo más erótico que he experimentado nunca.
Los sonidos que hace... ¡Dios! Mi cerebro prácticamente se desboca.
Mis muslos tiemblan y la respiración me abandona, abrumada por una
oleada de estremecedora energía. Su lengua se desliza hacia abajo,
burlándose de mi entrada antes de penetrarme.
―Oh, mierda. ¡Carlo! ―grito jadeante.
Siento cómo sonríe contra mí. Los dedos de mis pies empiezan a
curvarse y la presión de mi interior estalla cuando aparta su boca y su
dedo se desliza dentro de mí. Añade un segundo dedo antes de aferrar su
lengua a mi clítoris, y entonces grito. Mi orgasmo me golpea con toda su
fuerza. Me sacudo y retuerzo, por lo que Carlo me sujeta durante las
oleadas de placer.
Cuando recupero la respiración, Carlo está mirándome fijamente. Me
ruborizo al ver sus labios húmedos y brillantes.
―Eso sí que te ha puesto de buen humor, ¿verdad? ―Sonríe.
Mi cuerpo está completamente desfallecido y sigo jadeando.
―Vas a tener que llevarme al baño.
Llego al trabajo con treinta minutos de retraso y, para desgracia, me
encuentro con Nora nada más llegar. Exhalo un suave suspiro.
Maldita sea.
Tiene una sonrisa en la cara cuando me acerco a ella.
―Hola, Nora ―le digo, buscando un tono indiferente.
Ella arquea una ceja.
―Corta el rollo. ¡Sé que os habéis acostado!
Me quedo con la boca abierta.
―¿Cómo lo sabes?
―¿Estás de broma? Tienes ese brillo posterior al sexo. Y sonríes tanto
que se te van a caer las mejillas.
Frunzo el ceño.
―¿Se da cuenta todo el mundo?
―No, simplemente lo sé porque me consta que ayer fuiste a su casa.
―Se cruza de brazos ―. Así que... supongo que tu plan para terminar la
relación no funcionó, ¿eh?
Suspiro.
―Carlo es muy persuasivo.
―Me lo imagino. ―Nora sonríe―. Demonios, chica. ¡Dame los detalles!
―Lo haré, lo prometo. Pero después. Ya llego tarde. Shatt me va a
matar.
―De acuerdo.
Espero verte para comer.
Salgo, corriendo hacia los ascensores. Desgraciadamente, el Dr. Shatt
ya ha empezado las rondas cuando llego. Me dirijo rápidamente a mi
despacho para ponerme la bata antes de correr hacia la sala. Por suerte,
están a punto de acercarse a la primera cama cuando llego. El Dr. Shatt
enarca una ceja a mi entrada y se vuelve hacia el residente de segundo
año que está a su lado.
―¿Quieres mirar eso? Bianchi se ha dignado a acompañarnos esta
mañana ―dice, frunciendo el ceño.
―Lo siento mucho, señor. Había tráfico en el camino.
Me lanza una mirada poco impresionada.
―Si vas a darme una excusa, Bianchi, que sea buena.
―De acuerdo ―murmuro.
Nos dirigimos a la primera cama.
―Carta ―Dice Shatt, extendiendo la mano.
Kelvin, el residente de segundo año, le entrega inmediatamente un
expediente, que ojea durante un minuto o dos.
―Hola, Calden. ¿Cómo te encuentras hoy? ―pregunta al niño de ojos
azul claro.
Su madre, sentada a su lado, responde.
―Me ha dicho que le dolía la garganta y apenas habla, doctor.
―Hmm ―dice Shatt, hojeando el expediente―. Tú administraste los
antibióticos, ¿verdad?
No nos mira a ninguno de los dos, ya que sigue hojeando el
expediente. Pero me han puesto a cargo del chico, así que respondo.
―Sí, señor.
Calden tiene amigdalitis aguda. Tenía mucho dolor cuando lo trajeron
hace dos días y ha mejorado ligeramente, pero sigue bastante débil.
El chico abre la boca. Su voz es seca y áspera cuando habla.
―Me duele.
―Sé que sí ―Shatt dice amablemente―. Pero ya eres mayorcito,
¿verdad?
Calden asiente, con el largo cabello castaño cayéndole sobre los ojos. Su
madre se acerca para apartárselo.
―Bien. ¿Has comido bien?
Su madre abre la boca para hablar, pero el doctor Shatt se le adelanta.
―Lo siento, señora Marn, pero preferiría que Calden me contestara.
Quiero ver si puede hablar un poco mejor.
Ella asiente, mirando a su hijo expectante. El niño nos dice, con gran
esfuerzo, que anoche tomó un poco de sopa, pero que esta mañana no ha
tomado nada. También consigue informarnos que apenas tiene apetito.
―De acuerdo, Calden. Te recetaré más medicamentos. Solo tienes que
comer algo y tomártelos. Quiero que te den el alta el viernes. ¿De
acuerdo?
Asiente e incluso nos ofrece una sonrisa. Nos alejamos, dirigiéndonos a
la cama de al lado, donde hay una niña dormida. Ashley se dio un fuerte
golpe en la cabeza, jugando en el parque. La trajeron hace dos días con
una conmoción cerebral. Ahora está estable, pero anoche lo pasó mal. El
Dr. Shatt hace unas preguntas a sus padres y luego seguimos adelante.
Pronto terminan las rondas y tengo unos momentos de respiro en mi
despacho antes de tener que dirigirme a urgencias.

―Entonces... ―pregunta Nora expectante―. Háblame. ¿Qué tal ha ido?


Muerdo el bocadillo, me tomo mi tiempo para masticar antes de
responder.
―Fue bastante sorprendente ―digo, un tanto triste―. Estoy arruinada
para todos los demás hombres, Nora. Te juro que su polla es mágica.
Prácticamente se ríe cuando suelto un suspiro.
―Así de bien, ¿eh?
Doy un sorbo a mi bebida, asintiendo.
―Me alegro por ti, chica. No puedo creer que hayas pasado de querer
acabar con tu falsa relación a empezar una nueva.
Eso me hace reflexionar. Me muevo incómoda en mi asiento.
―En realidad, Carlo y yo no tuvimos esa charla ―admito en voz baja.
―¿Qué charla?
―Ya sabes, la charla. Sobre lo que somos y demás.
Los ojos azules de Nora se desorbitan.
―¿Quieres decir que no habéis tenido una conversación sobre si tenéis
o no una relación? Tori, ¿qué demonios?
―No salió el tema ―murmuro cohibida. ―¿Cuándo se supone que iba a
sacar el tema?
―No sé, tal vez antes de saltar sobre su polla.
¡Ay! La fulmino con la mirada.
―Lo siento. No quería decir eso. Solo quiero decir que vuestra relación
ya es delicada. Y ahora le has añadido sexo sin saber a qué atenerte.
También está la otra chica.
―Ha dicho que no siente nada por ella ―digo a la defensiva.
―¿Y tú le crees? ―pregunta Nora, con voz suave.
Suspiro, me reclino en la silla y dejo caer la hamburguesa en el plato.
De repente no tengo apetito.
―Creo que sí. No lo sé, ¿vale? Es todo muy confuso.
―Por eso los dos deberíais haber hablado antes de tener relaciones
sexuales.
Hablamos mucho. Solo que me dio la sensación que ambos estábamos
bordeando los límites de la conversación. Además, estoy muy
preocupada. Como ha dicho Nora, nuestra relación es frágil. ¿Y si
presiono demasiado? No quiero dañar lo que tenemos.
Me incorporo, aclarándome la garganta. ―Confío en él. Si dice que no
siente nada por ella, le creo.
―Muy bien. Dejando a un lado a la otra mujer, todavía tenéis que
definir claramente vuestra relación. ¿Qué quiere de ti? ¿Quiere que seas
su novia? ¿Quieres ser su novia? ¿Estás preparada para una relación
seria, Tori? Porque la última vez que lo comprobé, la razón por la que
luchaste tanto contra el matrimonio concertado con Dante Marino fue
porque no querías cargar con una relación.
Me muerdo el labio inferior, dándole vueltas a las palabras de Nora en
mi cabeza. Finalmente, tomo una decisión.
―Creo que... voy a tomarme las cosas con calma y ver adónde va.
Nora me mira fijamente, con expresión estudiosa.
―¿Crees que es una buena idea?
―Estoy segura que eso es lo que Carlo también quiere. Puedo disfrutar
de esto. No es frecuente que pueda simplemente disfrutar. No tenemos
que complicar demasiado las cosas.
Carlo no es un tipo de sol y flores. Es duro, de líneas irregulares y
hielo. Finalmente me está dejando ver las partes de él que mantiene
ocultas, y no estoy dispuesta a presionar demasiado y alejarlo.
Nora parece querer discutir, pero no lo hace. Se limita a sacudir la
cabeza.
―Está bien, entonces. Espero de verdad que sepas lo que haces, nena.
Para nada.
Continuamos con nuestro almuerzo, pero me distraigo cuando mi
teléfono se ilumina con un mensaje. Se me ilumina la cara cuando veo
que es de Carlo. No me extraña que Nora entrecierre los ojos, pero
sabiamente se guarda sus comentarios para sí misma cuando cojo el
teléfono.
Hola.
Hola a ti también.
¿Cómo va el trabajo?
Muy bien. Aunque esta mañana me han regañado gracias a ti. Me
has hecho llegar tarde.
Estoy casi seguro que fue un trabajo de equipo, preciosa.
Me entran mariposas en el estómago y se me dibuja una amplia sonrisa
en la cara.
Lo que tú digas. Bueno, ¿qué pasa?
Me preguntaba si vendrías esta noche.
Eso depende. ¿Quieres que vaya?
La verdad es que no.
Me desinflo como una burbuja. Juro que siento como si alguien hubiera
cogido una aguja y me la hubiera clavado. Consigo enviar un mensaje de
respuesta.
Ah, vale.
Carlo, No, Tori. Mierda, no quería decir eso.
Has dicho literalmente que no quieres que pase la noche en tu casa.
Está bien, Carlo. Mensaje recibido.
No había ningún puto mensaje, mujer. Es que ahora estoy mal.
Mis cejas se fruncen en señal de confusión.
¿De qué demonios estás hablando?
Hubo un altercado en el pub y tuve que intervenir.
Puedo decir que no estoy en mi mejor momento.
Mis emociones cambian rápidamente a preocupación.

¿Por qué? ¿Te has herido? Puedo ir a verte. ¿Dónde estás?


No. Está bien. No hace falta que dejes el trabajo.
Unos cabrones se me echaron encima y me dieron
unos cuantos puñetazos en la cara, eso es todo.

Jadeo.
¡Podrías tener una conmoción cerebral, eso parece grave!
Tori, te prometo que no es la primera vez que ocurre algo así.
Sobreviviré. Pero mi cara no es bonita ahora mismo.
Por eso no quieres que vaya.
Sí. Nos vemos mañana.
No. Voy a ir.
Tori...
No me vengas con Tori. Voy a ir después del trabajo para ver yo
misma el alcance de los daños.
Pasan uno o dos minutos antes que envíe una respuesta.
Por favor, trae ibuprofeno cuando vengas.
Algo se agita en mi corazón. ¿Y si está realmente herido? Podría estar
minimizando el alcance de sus heridas. Decido no dejarme llevar por el
pánico y mantener la calma hasta que pueda verle.
Paso el resto del día pensando en él. Apenas salgo del trabajo, me dirijo
a mi coche y conduzco hasta su casa. Había planeado ir a casa a
cambiarme y preparar algo de ropa, pero puedo ponerme su ropa esta
noche e ir a casa mañana temprano.
Carlo tarda un buen rato en abrir la puerta cuando llamo al timbre, y
tengo que reprimir un grito ahogado cuando miro su cara.
Objetivamente, sé que no está tan mal. Tiene un ojo morado y un
hematoma en un lado de la cara. Heridas mínimas. Y, sin embargo, algo
me oprime el corazón al verlo.
―¿Qué te ha pasado?
Sonríe.
―Ya te lo he dicho. Me he peleado.
―¿Y eso es algo de lo que estar orgulloso? ―Suelto un chasquido, un
poco enfadado por haberse herido.
La expresión de Carlo se ensombrece.
―Son gajes del oficio, Tori. En ocasiones salgo herido. Creo que has
olvidado que mi trabajo no es un puto picnic.
Cierro los ojos y me froto la frente. Esto no es lo que quería. Ahora
mismo no quiero pelearme con él.
―Tienes razón, lo siento. Deja que te eche un vistazo.
Entramos los dos en casa. Él toma asiento en el sofá y yo dejo caer la
bolsa que llevo en la mano sobre la mesa. Carlo mira de mí a la bolsa con
recelo cuando me pongo delante de él.
―¿Qué hay en la bolsa?
Le toco con delicadeza el hematoma de la cara y hace un leve gesto de
dolor.
―Lo siento ―susurro.
Me giro hacia la bolsa, la abro y saco algunas gasas, pomadas,
medicamentos y otras cosas. Cuando me vuelvo hacia Carlo, lo está
mirando con los ojos muy abiertos.
―¿Qué demonios es todo eso? He pedido ibuprofeno, dolcezza, no todo
el maldito hospital.
Sonrío.
―No sabía el alcance de tus heridas. Además, soy médico. ¿Qué
esperabas?
Refunfuña algo en voz baja que no consigo discernir. Me pongo manos
a la obra para limpiarle la zona alrededor del hematoma antes de
aplicarle un ungüento, y apenas se inmuta por el dolor. Cuando termino,
saco algunos medicamentos.
―¿Has cenado?
Asiente una vez, mirando las pastillas que tengo en la mano.
―¿Qué son?
―Es el ibuprofeno que pediste, y paracetamol. Son analgésicos.
―¿Es realmente necesario? ―exclama Carlo.
―Te duele la cabeza, ¿verdad?
―Un poco.
―Entonces lo estás utilizando. Vamos.
Le doy dos pastillas antes de ir a la cocina a por un vaso de agua.
Obedientemente, se traga las pastillas y bebe un poco de agua. Recojo el
vaso y lo dejo sobre la mesa antes que mis ojos vuelvan a recorrer su
rostro.
―Sabes, ahora mismo estás buenísimo. ―Sonríe con satisfacción.
Pongo los ojos en blanco.
―Tienes que tumbarte.
―En realidad, tenía otras cosas en mente ―me dice con una sonrisa
coqueta.
―Esas 'otras cosas' no están ocurriendo. Necesitas descansar.
Gime suavemente.
―Vamos, Tori.
Sacudo la cabeza.
―No. Órdenes del médico. Vas a dormir un poco, ¿vale?
Suspira, poniéndose en pie.
―Pero vas a dormir a mi lado, ¿no?
Algo me oprime dolorosamente el pecho y le miro fijamente.
―Por supuesto.
Me coge de la mano y dejo que me lleve al dormitorio. Nos quedamos
dormidos juntos. Sé que le dije a Nora que lo que ocurriera entre nosotros
dos no tenía por qué ser serio, pero ahora mismo me parece jodidamente
serio.
Capítulo 18

Carlo
El otro lado de la cama está frío. Tardo un momento o dos en darme
cuenta que es porque Tori ya no está. Abro los ojos y me incorporo,
frotándome la cabeza y gimiendo suavemente.
Un vistazo al reloj que tengo al lado me dice que son las 7 de la
mañana, lo que significa que me he quedado dormido. O, al menos, no
me desperté cuando Tori se levantó. Es extraño, normalmente tengo el
sueño muy ligero.
Me bajo de la cama y camino por el suelo radiante de mi habitación. En
lugar de ir primero en busca de Tori, me dirijo al baño. Me miro la cara en
el espejo. La hinchazón de mi ojo ha bajado considerablemente e incluso
el hematoma tiene mejor aspecto. Eso me hace apreciar lo que demonios
haya usado Tori.
Me refresco rápidamente antes de salir de mi dormitorio, momento en
el que escucho una música suave. Rastreo la música hasta la fuente y es
Tori. Está cantando bajito mientras prepara algo en la cocina.
No se da cuenta de mi presencia, así que me apoyo en la puerta, la
miro fijamente y veo cómo su rostro se contrae concentrado cocinando. Es
adorable. Sin embargo, mi embobamiento termina cuando levanta la
cabeza y me ve. Salta sorprendida y se lleva la mano al pecho.
―¡Carlo! ―grita.
―Hola ―saludo, entrando en la cocina hasta situarme frente a ella―.
Buenos días.
Me mira con sus grandes ojos color avellana, y algo en mi pecho
tartamudea. Creo que se me para el corazón. Cuando vuelve a ponerse en
marcha, la sujeto por los brazos y la acerco a mí, estrellando mis labios
contra los suyos. Tori jadea en mi boca, sorprendida. Pero solo dura un
segundo o dos antes que empiece a responder, devolviéndome el beso
con el mismo fervor.
Cuando la empujo hacia la isla, algo cae al suelo. Apenas lo oigo,
demasiado absorto en su sabor y su tacto. Mi mano desciende hasta su
trasero y le toco el culo con la mano antes de apretarlo con fuerza.
Estoy empalmadísimo y Tori lo empeora cuando gime dulcemente en
mi boca. Sus uñas se clavan en mi brazo y es el tipo de dolor que me
vuelve loco. Sus caderas se restriegan contra mí, en busca de algo de
fricción, y yo estoy encantado de complacerla.
―Te deseo ―respira contra mis labios.
Al instante siguiente la subo a la encimera. De algún modo, consigo
quitarle las bragas y extraer mi polla del pantalón para penetrarla de un
solo envite. Tori grita mientras yo gruño, estrechándola contra mí.
Entonces me tomo el tiempo de mirarla, de observarla de verdad: su tez
sonrojada, la forma en que se estremece contra mí, y casi empiezo a
sentirme culpable por haberla atacado como un cavernícola. Apenas le di
tiempo a respirar.
―Carlo ―Tori dice apretando los dientes―. Si no te mueves ahora
mismo...
Eso me hace reír. Es evidente que lo desea tanto como yo. Me inclino
para darle un beso antes de retirarme lentamente y volver a penetrarla.
Pronto marco un ritmo que le obliga a agarrarme con fuerza de los
brazos. Mi mente se nubla al follarla una y otra vez, hasta que de repente
se detiene contra mí.
Me mira con la boca abierta de éxtasis y se corre. Y es jodidamente lo
mejor que he visto nunca. Sigo persiguiendo mi propia liberación. Unos
minutos después, la sigo hasta el borde. Me estrecha contra ella,
sujetándonos mientras recupero los sentidos.
―Sabes ―dice Tori en voz baja unos minutos después―. No estoy muy
segura de lo que tu médico diría sobre esto.
Me aparto para mirarla a la cara, apartando algunos de sus mechones
oscuros.
―Acabo de follarme a mi médico. Puede relajarse.
Me da una palmada en el brazo antes que sus ojos se abran de repente.
―Oh, mierda, la pasta.
Me retiro a un lado y ella salta de la encimera, dirigiéndose a la olla
que está humeando débilmente. Ahora que la neblina sexual de mi cabeza
se ha disipado, puedo oler la comida quemándose. Me acerco y me coloco
detrás de ella cuando inspeccionamos la comida.
―Tenías que distraerme, ¿no? ―dice, dándose la vuelta y mordiéndose
el labio inferior.
Parece realmente angustiada por nuestra comida arruinada. Casi me
hace sentir mal. Hago girar un mechón de su cabello alrededor de mis
dedos.
―Lo siento, cariño ―le digo―. No sabía que supieras cocinar.
―Bueno, apenas lo hago. Aunque mi madre ha intentado enseñarme y
he aprendido algunas cosas.
Eso no suena muy alentador. Aun así, me enfrento a las
probabilidades.
―En realidad, aún parece salvable. Estoy seguro que, si lo arreglamos,
saldrá bien.
Asiente y va a coger unos platos mientras yo la ayudo a limpiar la
zona. Resulta que la comida está muy lejos de estar bien. Y apenas tiene
nada que ver con el que esté ligeramente carbonizada. Un bocado me
hace ir a por un vaso de agua, pero espero a que ella dé un mordisco.
Inmediatamente empieza a toser y a beber su propia agua para tragarlo
todo.
―¿Qué demonios? ―dice ella, como si no fuera quien lo ha cocinado.
Me rio divertido.
―Creo que has usado demasiada sal, dolcezza. Y especias y la salsa
está...
―Es suficiente, gracias ―interrumpe. Sus ojos color avellana se
entrecierran―. Es culpa tuya.
―Por supuesto ―digo con grandilocuencia, poniéndome en pie y
cogiendo los dos platos―. Vamos, nos prepararé unos huevos con beicon.
Y Tori, nos convendrá a los dos que reduzcas al mínimo tus intentos de
cocinar.
―Imbécil ―murmura.
Hace un mohín con la boca cuando se levanta y se acerca arrastrando
los pies para ayudarme. Coloco mis manos sobre su barbilla, inclinándola
hacia arriba para mirarme a los ojos.
―Gracias por intentar cocinar para mí. Eres increíble ―le digo.
―Seré más increíble cuando no me distraigas. ―Sonríe.
―Seguro ―le digo antes de besarla suavemente―. ¿Por qué no vas a
ducharte? Cuando vuelvas, ya habré terminado.
―Muy bien.
Le doy una palmada en el culo mientras empieza a alejarse. Entrecierra
los ojos con lo que estoy convencido que considera una mirada
intimidatoria, pero lo único que consigue es hacerme sonreír y sentir
calor en mi interior. Una vez se ha ido, me concentro en terminar el
desayuno.
―Bueno, tengo que hablarte de dos cosas ―me dice Tori desde el
asiento a mi lado en el coche.
La llevo al trabajo, ya que tengo que hacer algo cerca del hospital.
―¿Oh, sí? ¿Qué? ―pregunto, un poco distraído.
Mi mente está en las personas con las que tengo que reunirme. Nos
deben dinero, y espero que podamos resolverlo de forma ordenada sin
tener que recurrir a la violencia. No creo que a Tori le parezca bien que
me meta en una pelea dos días seguidos, a pesar de ser lo habitual.
―Pues, hablé con mi padre. Sobre el edificio que tú y tu hermano
queréis comprar.
La miro fijamente. Ahora tiene toda mi atención.
―Continúa ―le digo, volviendo la mirada al volante.
―Le dije que os lo vendiera a vosotros. Después de todo, lo necesitáis,
y el yerno para el que lo guarda en realidad no existe. Me dijo que se lo
pensaría, y conociendo a mi padre, probablemente lo haga. Seguro que
pronto se pondrá en contacto contigo o con Christian ―dice emocionada.
―Hmm ―es todo lo que consigo, sin apartar los ojos de la carretera.
―Espera, ¿qué? ¿Eso es todo lo que consigo?
La miro y veo la expresión de disgusto en su cara.
―Hubiera preferido que no hicieras eso, dolcezza.
―¿Y por qué no?
―Porque es mi problema y habría encontrado la forma de solucionarlo.
No tenías por qué entrometerte.
Una parte de mí se da cuenta que esto es exactamente lo que quería
cuando acepté por primera vez nuestra falsa relación. Pero hemos
recorrido un largo camino desde entonces y, sinceramente, conseguir el
edificio de esta manera me parece mal.
―No me he entrometido ―dice Tori con frialdad―. Te estaba ayudando.
La mayoría de la gente daría las gracias para demostrar lo agradecida que
está.
―Te lo agradezco ―digo apelando―. Pero déjame que me ocupe de mis
propios asuntos a partir de ahora, Tori.
No dice nada más. Se cruza de brazos y se reclina aún más en su
asiento.
―¿Qué es lo otro? ―pregunto cuando ella sigue callada. Ella sigue sin
contestar―. Vamos, Tori. Lo siento, ¿vale?
Resopla y se remueve en el asiento.
―He recibido un mensaje de Christopher.
―¿Mi hermano Christopher? ―pregunto, con una sensación
premonitoria apoderándose de mí.
―¿Cuántos Christopher conoces?
―Te sorprenderías. ¿Qué quería? ―digo soltando una risita.
―Quería invitarme a una fiesta mañana por la noche. Por lo visto, él y
su mujer la organizan para el cumpleaños del mejor amigo de su mujer y
cuñado.
Eso no es nada confuso. Ya lo he entendido.
―¿Dan una fiesta para Jameson?
―Sí. Y nos invitaron. Bueno, en realidad, él me invitó a mí. Me dijo que
te arrastrara si podía.
Pongo los ojos en blanco.
―No puedes porque no vamos a ir.
La mirada que Tori me lanza es fría y amenazadora. Mierda, puede dar
miedo con tan poca cosa.
―No puedes decidirlo tú. Yo quiero ir. Además, dijo que sería una
fiesta pequeña.
Me burlo.
―Confía en mí, nena, no existe lo pequeño cuando se trata de Topher
D'Angelo y las fiestas.
―Sea como sea, vamos a ir.
―No, no lo haremos. Estaré ocupado, Tori ―le digo, buscando
torpemente una excusa.
Me lanza una mirada como diciendo que no se traga mis chorradas.
―En serio, no quiero ir.
―Vamos a ir ―dice, decidiendo por ambos a pesar de lo que acababa de
decir hace unos minutos―. Por favor ―añade.
Cuando la miro, capto su expresión suave y la súplica en sus ojos.
Como si pudiera decir que no a eso. Suspiro.
―Bien. Iremos.
Su efecto sobre mí necesita ser estudiado seriamente. Te juro que no es
normal.
Por desgracia para mí, Christian y Daniella no asistirán a la fiesta. Se lo
pregunto en cuanto llego al pub, pero me dice que pudieron librarse de ir
porque optaron por cuidar a los niños. Luego intenta preguntarme por
Tori, momento en el que me retiro de la conversación.
Supongo que no tengo más remedio que ir a la fiesta. Y esperar que
Katherine sea capaz de controlar las tendencias más excéntricas de su
marido.

La pareja nos saluda apenas entramos en su casa. Beso a Katherine en


la mejilla antes de dar un rápido abrazo a mi hermano. Llegamos un poco
tarde y la fiesta está en pleno apogeo. Me sorprendo increíblemente
cuando me fijo en la banda que toca una suave música de jazz en un
rincón. No es ruidosa ni bulliciosa. De hecho, es bastante tranquila.
Sonrío, mirando a mi hermano.
―¿Quién es el responsable de todo esto?
Me hace un gesto hacia su mujer.
―Ella y su hermana lo planearon todo. Queríamos una bola de
discoteca y strippers, pero nos vetaron ―dice con un mohín.
Supongo que el 'nosotros' al que se refiere es a él mismo y a Jameson.
Topher sonríe.
―Pareces feliz.
Pongo los ojos en blanco.
―No empieces. Voy a por una copa.
Tori está hablando con Katherine, así que la dejo un rato para ir a por
bebidas. Por desgracia, cuando vuelvo con ella, me encuentro con una
cara conocida. Ojos verdes, ojos oscuros y una mirada que podría derretir
el hielo.
―Cara ―digo al saludar―. ¿Cómo estás?
Se ríe desagradablemente.
―¿Cómo estoy? Déjate de tonterías, Carlo.
Suspiro suavemente.
―Escucha, sé que te debo una explicación.
―Me la debes. ―Asiente―. Y me la estás dando, ahora mismo.
Titubeo.
―Podría llamarte y...
―Me debes al menos esto, Carlo ―dice con tristeza.
Tiene razón. La tengo. Vuelvo a mirar a Tori y descubro que sus ojos ya
están puestos en mí.
Tengo que hablar con ella.
―Solo serán unos minutos ―gesticulo con la boca, pero no estoy seguro
que sea capaz de entender las palabras. Ella asiente como si lo entendiera,
aunque noto que sus ojos parpadean nerviosos hacia Cara. Ella y yo
salimos al patio. El aire frío golpea mi rostro cuando me vuelvo para
mirar a la mujer que está a mi lado.
―Sabía que acabaría ocurriendo ―dice tajante―. Pero creí que te
gustaba de verdad.
―Me gustas, Cara ―digo decidiendo para ser sincero―. Solo que no me
gustabas lo suficiente...
Me veo forzado a hacer un gesto por cómo ha sonado eso. Mierda, esto
no va bien.
Sorprendentemente, Cara asiente como si lo entendiera.
―Sin embargo, ella te gusta lo suficiente. Lo suficiente como para
pasearla como si fuera tuya. Lo deseaba tanto. Aún lo deseo ―dice en voz
baja.
Ah, mierda.
Para ser sincero, si Tori y yo hubiéramos comenzado nuestra relación
de forma normal, probablemente habríamos acabado aquí... y yo habría
tenido que romperle el corazón porque no sé cómo podría confiar en
alguien lo suficiente como para darle mi corazón.
Pero no lo hicimos. Nuestra relación está al revés. Se coló en mi
corazón sin que me diera cuenta y no puedo sacarla.
Cara era mi amiga. Y teníamos algo muy bueno, pero nunca habría
permitido que fuera más allá de eso. Levanté demasiados muros para
permitirlo. No hay forma de explicárselo sin empeorarlo todo, así que
simplemente le digo que lo siento.
―Odio haberte hecho daño ―le digo.
Ella asiente, rodeándose el cuerpo con los brazos.
―Se me pasará.
Intuyendo que quiere estar sola, empiezo a caminar hacia la puerta.
―Y Carlo ―me llama―. Me alegro por ti. Realmente pareces humano a
su lado.
No sé qué decir, así que asiento y le sonrío antes de volver a la fiesta.
No estaba preparado para ver a mi novia hablando con nada menos que
Dante Marino. Cuando levanta las manos para tocarle suavemente el
cabello, la ira se apodera de mí.
A la mierda.
Capítulo 19

Tori
Es muy difícil no sentirse insegura cuando un hombre con el que estás
saliendo mantiene una conversación privada con su antiguo ligue. Carlo
y Cara han desaparecido hace solo un minuto y estoy luchando contra el
impulso de ir tras ellos. Pero es ridículo. Nunca me había sentido así. Solo
es una conversación, y si no puedo confiar en él, esta relación no va a
ninguna parte.
Katherine se excusa para ir a hablar con alguien y yo me quedo sola.
Normalmente se me da mejor socializar en fiestas y eventos como este,
pero estoy de los nervios. Estoy a punto de dirigirme al bar a por una
copa cuando Dante Marino aparece delante de mí.
―Hola, princesa ―saluda, con su familiar sonrisa burlona.
No me extraña la forma en que sus ojos recorren mi cuerpo. La
irritación me invade.
―Dante, hola. ¿Qué haces aquí?
Su boca se curva hacia arriba.
―Conozco a los anfitriones de la fiesta. ¿Y tú?
―Lo mismo ―murmuro, preguntándome cómo puedo hacer una salida
rápida. Realmente no me siento cómoda con él.
―¿Hmm? ¿Solo conocida? Juraría que te vi entrar aquí del brazo de
Carlo D'Angelo.
―¡Claro que sí, es mi novio! ―suelto.
―¿En serio? Así que los rumores son ciertos. Realmente estás saliendo
con un D'Angelo.
―¿Tiene algún sentido este interrogatorio?
―Solo quiero saber si realmente me tenías tanto miedo que corriste a
los brazos del primer chico que te hizo caso.
Mi mandíbula se tensa.
―¿De qué mierda estás hablando?
Me ofrece una sonrisa babosa y se acerca para tocar mi cabello. Luego
se inclina para susurrarme al oído.
―No te preocupes, princesa. Te estoy esperando.
Siento una presencia detrás de mí justo antes que Dante sea empujado
hacia atrás. Con fuerza. Jadeo y me giro para encontrar a Carlo, con una
expresión amenazadora en el rostro. No me mira a mí, sino a Dante. Me
aparta con cuidado, asegurándose de ponerme la mano en la cintura de
forma posesiva.
―Aléjate de mi chica ―afirma Carlo, con la voz peligrosamente baja.
Me debato entre desmayarme porque me haya llamado su chica y
poner los ojos en blanco ya que la postura machista es un poco exagerada.
Dante sigue sonriendo, con una expresión fácil en el rostro.
―Casi era mi chica.
Oh, por el amor de Dios.
―Cierra el pico, Marino. O te romperé la mandíbula yo mismo.
A Dante no le afecta lo suficiente la amenaza. Tengo que reconocerlo, si
hubiera sido otro hombre, les habrían temblado las piernas. Carlo puede
dar miedo cuando quiere.
―Ya, ya A los D'Angelo sí que os gusta actuar como los lobos feroces
―dice Dante.
―¿Qué demonios haces aquí?
―No es asunto tuyo.
―Viendo que esta es la casa de mi hermano y que acabas de tocar a mi
chica sin permiso, es asunto jodidamente mío ―le replica Carlo.
¿Sin permiso? Casi me rio a carcajadas. Esto es divertidísimo.
Como si le hubieran llamado, el hermano de Carlo se acerca a él,
tomando rápidamente nota de la situación. Me lanza una mirada de
disculpa.
―Yo le invité. No me di cuenta que habría roces ―dice Topher,
mirando de mí a Carlo, a Dante―. ¿Podéis por favor ser amables? Es la
fiesta de Jameson.
Señala al cumpleañero y a su mujer, paseando por la fiesta, hablando
con los invitados.
―No habrá problemas mientras Marino se vaya ―afirma Carlo.
A Topher se le cae la cara de vergüenza.
―Oh, vamos, Lo.
―No, sácalo de aquí.
La expresión de Dante es divertida.
―No hace falta. Hablaré un momento con el cumpleañero. Iba a
marcharme de todos modos.
Casi me siento mal. Puede que sea un gilipollas baboso, pero no se
merece que le echen así.
Me lanza un guiño.
―Hasta luego, princesa. ―Luego se aleja.
La mano de Carlo se estrecha en torno a mi cintura. La tensión
prácticamente vibra en él. Creo que está a un segundo de ir a por Dante.
Lo cual sería ridículo.
Una vez que Topher está seguro que se ha controlado la situación, se
marcha. Me arranco de los brazos de Carlo.
―Escúpeme la próxima vez, ¿quieres? Me marcará mejor como de tu
propiedad ―digo enfadada.
Me lanza una mirada sombría antes de cogerme de la muñeca y
arrastrarme hasta un pasillo vacío. Tiene la mandíbula apretada y los ojos
brillantes de ira.
―No vuelvas a acercarte a él. No estoy bromeando.
―Estoy capacitada para tomar mis propias decisiones sobre a quién
puedo o no acercarme ―digo obstinadamente.
Frunce el ceño.
―No es el momento de obstinarse.
―¿Pero si el de tratarme como a tu juguete?
―Eres mía, Astoria. Mía ―dice posesivamente.
―No soy tuya. Soy mi propia persona, Carlo. No puedes reclamarme
sin más.
Parece que Carlo ha llegado a un punto de ruptura. Da un paso hacia
mí y yo retrocedo automáticamente. Mi espalda choca contra la pared.
Trago saliva y lo miro. Sus ojos brillan, oscuros y peligrosos. Sin embargo,
siento un estremecimiento en el bajo vientre. Aprieto los muslos.
Pierdo el hilo de mis pensamientos cuando me rodea el cuello con el
brazo. Es un contacto suave, casi reverente.
―Tus labios jodidamente me distraen ―es todo lo que dice antes de
besarme.
Sabe a vodka y especias. Levanto la cabeza para facilitarle el acceso y
Carlo responde metiéndome la lengua en la boca. Su mano me aprieta el
cuello y la otra desciende hasta mi muslo, acercándome más. De repente,
Carlo se aparta y yo gimo por la pérdida de su boca en la mía.
Apoya la frente en la mía. Su mano sigue alrededor de mi cuello. Es
carnal y posesivo al mismo tiempo.
―Nadie te toca salvo yo ―dice con firmeza―. Dilo, dolcezza.
Mis ojos se entrecierran.
―Estás haciendo el ridículo.
Porque a pesar de ese beso apasionado y estremecedor, aún necesita
saber que no soy su posesión.
―Dilo, Astoria ―repite, sus ojos ardiendo como carbones.
―Muévete, Carlo ―es todo lo que digo antes que retire la mano de mi
cuello y retroceda.
―Tori, nunca te haría daño.
―Lo sé ―le aseguro y él hace una seña aliviado―. Pero no soy tu
juguete.
Se acerca a mí y empiezo a retroceder hasta que mi espalda está contra
la pared.
―No quiero que seas mi juguete. Quiero que seas mi chica. Quiero que
seas mía. Y no quiero que nadie te toque excepto yo.
―No quiero que nadie toque tus labios, no quiero que nadie toque ese
culo.
Luego desliza la mano hasta mi centro y empieza a trazarlo con el dedo
a través de mi vestido.
―Y definitivamente no quiero que nadie toque mi coño. ―Levanta
suavemente mi barbilla para que le mire, mordiendo ligeramente mi labio
inferior mientras presiona su dura polla contra mi coño, ahora muy
mojado.
―Dilo ―ordena.
Trago suavemente. La presión en el bajo vientre aumenta y tengo que
apretar los muslos. Carlo se da cuenta, capto el brillo oscuro de sus ojos.
―Nadie me toca salvo tú ―susurro, sintiendo la necesidad de ceder.
―Buena chica.
Su mano serpentea hacia abajo, levantándome el vestido.
Automáticamente la aparto.
―¡Estamos en un pasillo! ―digo, con la voz aguda.
Sonríe, me coge de la mano y me lleva escaleras arriba hasta un
dormitorio.
―¿Podemos estar aquí? ―pregunto yo.
Me lanza una mirada.
―Es la casa de mi hermano. Esta es una de sus habitaciones de
invitados. Súbete a la cama, Tori.
Sinceramente, haría cualquier cosa que me pidiera si sigue hablándome
en ese tono. Me subo a la cama y puedo decir que no volvemos a bajar a
la fiesta.

Está anocheciendo y estoy sola en el apartamento de Carlo. Llevamos


juntos más de dos semanas. Oficialmente juntos, o todo lo oficialmente
que puede ser sin que nos llamemos novio y novia o tengamos una
conversación al respecto.
Sin embargo, sé que estamos saliendo. Me llama 'suya' y paso aquí la
mayoría de las noches. Incluso me dio una llave de su apartamento, y así
pude entrar y esperarle. Ya me dijo que podría llegar tarde a casa.
Me pongo unos pantalones cortos antes de coger una de sus camisetas
y ponérmela. Tengo algo de mi ropa aquí, pero me encanta llevar sus
camisetas, que son de gran tamaño y me resultan increíblemente
cómodas. Consigo entretenerme con un programa de televisión durante
una hora antes de aburrirme. Yo nos prepararía la cena, pero él me dio
instrucciones estrictas de 'no entrar nunca en la cocina sin la supervisión
de un adulto'. ―Puse los ojos en blanco con fuerza cuando dijo eso.
Atravieso la sala de estar y finalmente me encuentro frente a la vitrina
que está fijada a la pared. Me muerdo el labio inferior mientras la
contemplo, mis ojos se dirigen automáticamente a la caja de madera.
No, no debería.
Aparto los ojos y se posan en una camiseta deportiva que cuelga
dentro de una caja de cristal. Tiene el número 11 y una firma. No tenía
idea que a Carlo le gustaran los deportes. Nunca habla de sí mismo. Algo
que realmente tiene que cambiar.
Sin darme cuenta, mi mirada se desvía de nuevo hacia la caja de
madera. Cierro los ojos y suspiro.
A la mierda.
La cojo y, tras dudar un momento, la abro para ver qué hay dentro.
Jadeo en cuanto lo hago, cierro la caja y la devuelvo rápidamente.
Después, rodeo la cintura con mis brazos, intentando encontrar algo de
consuelo y comprender lo que he visto.
No puedo hablar de ello con Carlo. Se pondría como una fiera. Tengo
que guardármelo para mí, al menos hasta que me lo cuente y me ayude a
comprender lo que he visto.
Llega con Khalil media hora más tarde, riéndose cuando los dos
atraviesan las puertas. Los ojos de Carlo encuentran los míos
inmediatamente. Me ofrece una sonrisa de ensueño y prácticamente me
derrito. Me encanta lo lejos que hemos llegado. Sus sonrisas solían ser
escasas y poco frecuentes, pero ahora apenas me cuesta esfuerzo
arrancarle una.
―Hola, cariño ―saluda, inclinándose para besarme suavemente en los
labios. Khalil suelta una serie de toses y Carlo pone los ojos en blanco―.
Cállate, Larsen. ¿Cómo te ha ido el día? ―me pregunta.
―Estuvo bien ―le digo.
Vuelve a mirar a Khalil, quien le dirige una mirada expectante, antes
de hablarme.
―Vamos a tener una conversación rápida en mi estudio.
―No hay problema. Iba a trabajar en una investigación.
Él y su amigo salen del salón. Vuelven poco después y pedimos
comida china para cenar. Aprovecho el tiempo para conocer a Khalil,
quien es bastante seductor, aunque pícaro. Tiene el aura de una persona
acostumbrada a las sombras. Igual que Carlo, pero Khalil parece más
intencionado al respecto.
Más tarde, esa misma noche, estamos tumbados en la cama y sé que
decidí no sacar el tema, pero tengo un problema. Cuando algo me
preocupa o tengo algo en mente, simplemente tengo que hablar de ello.
Por mucho que lo intente, tengo que desahogarme.
Carlo me lanza una mirada.
―Lo que tengas que decir, escúpelo, dolcezza.
Suspiro suavemente. Mis pensamientos deben estar escritos claramente
en mi cara.
―Bien, de acuerdo. No te enfades... ―empiezo.
―Intentaré no hacerlo ―responde.
Joder.
―Bien, antes estaba aburrida y acabé en la vitrina del salón. Puede que
husmeara un poco y acabara mirando la caja.
La expresión de Carlo se ensombrece ligeramente.
―¿Qué caja?
Estoy segura que sabe exactamente de lo que hablo, pero me va a
obligar a decirlo.
―La caja de madera. La que decías que era de tu padre.
―La caja que te dije expresamente que no tocaras ―me dice, con la voz
peligrosamente baja.
―Sé que lo hiciste, y lo siento. Solo fue curiosidad.
―La has abierto.
―Sí, lo hice.
Carlo no dice nada. Se levanta de la cama y se dirige a su armario. Yo
también salto de la cama. Ya se está poniendo una camisa y unos
pantalones. Me mantengo firme frente a él.
―¡No! Grítame si estás enfadado, pero no te irás.
―Astoria ―dice apretando los dientes.
―He dicho que no. Si esta relación va a funcionar, vas a decir
exactamente lo que piensas. ¡Dilo!
Me mira, sus ojos oscuros brillantes de ira.
―¿Qué coño quieres que te diga? Lo viste, ¿verdad? Viste lo que había
ahí dentro.
Mi corazón se aprieta y mi voz se suaviza.
―¿De quién es la sangre?
Entonces se ríe. Una risa cruel y horrible.
―¿En esa bala? Mía.
Me sorprende, pero hago lo que puedo para mantener la compostura.
―¿Creí que habías dicho que te lo había regalado tu padre? ¿Por qué
tenía tu padre un collar de balas con tu sangre?
Su semblante se ablanda y un destello de vulnerabilidad atraviesa su
duro exterior.
―Cuando tenía quince años, acompañé a mi padre en una aventura
empresarial. Iba a ser un negocio rutinario, pero aquellos otros tipos se
volvieron demasiado codiciosos. En cuanto pisamos su territorio, se
desató el infierno. El propio John Luciano me disparó, justo en el pecho.
―¿Es por eso por lo que tu familia desató una lluvia de balas dentro del
santuario de su mansión privada? Recuerdo haber oído todo eso en las
noticias y me pareció horrible.
―Su familia, y hasta el último pariente consanguíneo que tenía. Tenía
la oportunidad de acabar con mi viejo y conmigo, y no íbamos a dejarla
escapar sin luchar. Nos ensañamos con ellos y, desde entonces, nuestras
familias se han enzarzado en una amarga disputa. Bueno, al menos lo que
queda de ellas. ―La forma en que lo dice es fría y despiadada.
―¿No te corroe la conciencia quitar vidas así?
Me mira a los ojos y veo que se siente incomprendido.
―Tori, no es tan sencillo como quitar vidas. No lo hacemos
casualmente. Siempre hay una razón detrás. En nuestra familia
apreciamos la vida humana, pero sobre todo valoramos la lealtad. Por eso
mi viejo me dio ese collar cuando cumplí dieciocho años. Lo guardaba
como recordatorio, para que no bajara la guardia. Se culpaba por
haberme llevado a aquel viaje en el que casi encontré mi final, pero aquel
collar le servía de recordatorio constante. Le recordaba que siempre debía
ser la presencia más temida en cualquier habitación, en cualquier
situación. Para que cualquiera que pensara siquiera en cruzarse con los
D'Angelo se lo pensara dos veces, porque nosotros no jugamos. Si quieres
pelea, prepárate para la guerra.
―Si miras más de cerca, encontrarás otra bala ahí, pero, por supuesto,
se ha eliminado la sangre.
Me planteo ir a echar otro vistazo, pero de algún modo sé que
empeoraría las cosas teniendo en cuenta que no debí ver el primero.
―¿Cuál es la historia de la segunda bala? ―pregunto, mi curiosidad en
guerra con mi aprensión.
―Es de mi primer asesinato. John Luciano ―revela.
Estoy conmocionada por su confesión.
―Pero las noticias informaron que huyó del país.
Carlo se ríe.
―Me acuerdo de eso. Pero no, en realidad mi padre lo mantuvo oculto
hasta que me recuperé. Me dijo que, si no estaba dispuesto a vengarme
del hombre que ya me había disparado, daba igual que estuviera muerto.
Me dio una pistola y disparé por primera vez. Justo en su puta cabeza.
Mis ojos se abren sorprendidos. Casi no puedo creer lo que acabo de
oír. Miro fijamente a Carlo, sin saber qué mierda decirle. ¿Mató a alguien
cuando solo tenía quince años? Era un niño. Poner una pistola en manos
de un niño es una barbaridad.
Carlo debe ver el pensamiento que se pasa por mi cabeza, porque
aprieta la mandíbula antes de hacerme a un lado y salir de la habitación.
Estoy desorientada y tardo uno o dos minutos en apresurarme a seguirle.
Está cogiendo las llaves del coche en el salón.
―¡Carlo! ―grito―. Es la una de la madrugada, ¿adónde vas?
No responde. De nuevo, me veo obligada a detenerle físicamente
interponiendo mi cuerpo entre él y la puerta.
―Lo siento, ¿vale? No debería haber mirado. Fue una invasión de la
intimidad. Todo es culpa mía. Por favor, por favor, por favor, no te vayas
―te ruego.
Me mira y su expresión parpadea un segundo antes de endurecerse de
nuevo.
―Solo necesito alejarme un rato. Volveré por la mañana.
―No ―digo con firmeza―. No te vas.
―Tori.
No ha levantado la voz ni una sola vez. Su tono es controlado, muy
enfadado, pero controlado.
―Me siento fatal, ¿vale? Me arrepiento de haber mirado. Diablos, me
arrepiento de haberte dicho que miré, pero lo vi y quería saber la historia
que había detrás. Quiero llegar a conocerte Carlo. Sé lo que haces y sé que
hay cosas que nunca entenderé, pero no puedo evitar lo que siento por ti.
Tenía tantas ganas de romper de algún modo ese duro exterior para que
me dejaras entrar.
Y ahora lo sé y es sinceramente morboso. No puedo ni empezar a
comprender por qué su padre haría algo así. Nunca conocí realmente a
ese hombre, pero mis padres hablan de él como si fuera un santo. Tal vez
fuera una buena persona, pero no sé si dar voluntariamente a tu hijo un
arma para matar.
―¡No me mires así! ―suelta.
―¿Cómo te estoy mirando?
―Con lástima.
―No estoy compadeciéndote, Carlo. Solo... ―Titubeo―. Me gustaría
que me hablaras de ello. Nunca lo habría hecho si me hubieras hablado
de ti. Sobre tu relación con tu padre. Cada vez que intento preguntar,
cambias de tema. Es difícil, ¿vale? No puedo darte el cien por cien y tú no
darme nada.
―Nunca te he pedido que me des el cien por cien.
Le fulmino con la mirada.
―No se trata de lo que se pide. Se trata de lo que le das a tu
compañero. ―Hago una pausa al darme cuenta de algo―. ¿O no soy tu
compañera?
Algo se rompe en mi pecho. Quizá he estado alucinando y él no piensa
en mí más que como una chica con la que se acuesta. Su juguete.
La expresión de Carlo se suaviza. Me mira y su mano roza ligeramente
mi mejilla.
―Duermes en mi casa todas las noches, Tori.
―Cierto, pero...
―Eres mi novia. Mi compañera. Mía. ¿Vale? ―dice, con un tono
definitivo que no admite discusión.
Asiento con la cabeza. Algo se afloja en mi pecho, permitiéndome
respirar correctamente.
―Perdóname, por favor ―le digo con seriedad―. Nunca volveré a hacer
algo así. Te lo prometo.
Me mira fijamente a los ojos durante el instante más largo antes de
dejar escapar un suave suspiro.
―Te perdono.
―Háblame de ello ―le digo, con tono suplicante―. Puedes hablar
conmigo. Te escucharé.
La expresión de Carlo se vuelve dolida.
―Es que... ―Exhala un suspiro―. No estoy preparado, Tori. No sé cómo
estar preparado para... hablar de esta mierda. Soy Carlo D'Angelo, no me
siento a hablar.
Lo sabía. Sabía, cuando todo esto empezó, que no era un hombre que
se abriera tan fácilmente sobre sus sentimientos.
―Puedo esperar ―susurro―. El tiempo que haga falta.
Asiente, tirando de mí hacia sus brazos, y dejo que me abrace. Me hace
sentir segura, como si nada pudiera hacerme daño mientras esté con él. Y
yo también quiero ser esa persona para él.
Pero Carlo tiene muchas cicatrices y algunas de ellas aún no se han
curado del todo. Lo que significa que tengo que darle tiempo para que lo
supere todo.
Ojalá me dejara ayudarle.
Capítulo 20

Carlo
Estoy trabajando en uno de nuestros casinos cuando Tori me llama
para informarme que su padre quiere verme. Está segura que tiene que
ver con el edificio. Me dirijo a su empresa, ligeramente nervioso por
encontrarme con Salvador. Y yo nunca estoy nervioso.
Pero Salvador Bianchi es un hombre formidable, y estoy saliendo con
su hija. Antes no me importaba porque no era real. Pero ahora sí lo es.
Ahora que la tengo, existe la posibilidad de perderla por culpa de su
padre, y no voy a dejar que eso ocurra.
De camino a su despacho, recibo un mensaje de Thoper.
Mamá va a volver.
Me aparco a un lado de la carretera para responder.
Yo, ¿Qué quieres decir con volver?
Quiero decir que vuelve de su viaje a Europa, genio. Volverá a
EEUU en unos días.
Pongo los ojos en blanco.
Catzo.
Dice que tendremos una cena familiar al día siguiente de su llegada.
Y también me ha dicho que te diga que traigas a tu novia.
Joder.
Síp. Buena suerte, fratello.
No me detengo demasiado en el regreso de mi madre, ya que primero
tengo que lidiar con otro padre. Nada más llegar, me hacen pasar al
despacho de Salvador. Se levanta de detrás de su escritorio con una
amplia sonrisa en la cara.
―Ah. Carlo. Gracias por reunirte conmigo, hijo ―me dice.
Le doy la mano y me hace un gesto para que tome asiento.
―¿Cómo va todo? ―pregunta Salvador.
―Muy bien, señor.
Arquea una ceja.
―¿Señor? Estás saliendo con mi hija, Carlo. Llámame Salvador. Pronto
seremos familia, podemos dejar las formalidades.
―De acuerdo. ―Asiento, acomodándome en la silla.
―He oído que tienes problemas con Desantos. Ese viejo murciélago no
quiere dejarlo, ¿eh?
―Estábamos teniendo algunos problemas con él, pero Christian se
encargó de solucionarlo ―le informo.
―Ah, claro que sí. Tu hermano es un buen hombre. Tu padre dejó la
familia en manos capaces. A ambos os ha ido bien.
―Gracias.
―Lo que me lleva al siguiente punto. Creo que ha llegado el momento
de ceder finalmente el edificio. Al principio estaba preocupado por ti y
por Astoria, pero ahora veo que mis temores eran infundados. Nunca
había visto a mi hija tan feliz. Por eso voy a entregarte el edificio. Os lo
habéis ganado. Y estoy seguro que os irá bien con él.
―Gracias, Salvador ―le digo, sintiendo que un peso se desliza por mi
pecho.
Al menos continúa resolviéndose como necesitábamos.
―Hablaré con Christian para que venga, podamos negociar el precio y
firmar los documentos.
Salvador agita una mano en el aire.
―No, no. ¿No has oído lo que he dicho, hijo? Estoy cediéndote el
edificio. Esto no es una venta. Es un regalo.
Lo miro sorprendido.
―No lo considero necesario, Salvador.
―Por supuesto que lo es. ¡Eres mi futuro yerno! ―Se ríe―. Puedo darte
esto, al menos. Considéralo un regalo de boda anticipado.
Trago saliva. Joder. Si no acepta dinero por el edificio, me sentiré aún
peor por el engaño que nos ha traído hasta aquí.
―Salvador, déjanos pagar. Es un inmueble caro.
―Por eso te lo regalo ―dice el hombre obstinado―. Tómalo, Carlo. Deja
de ser modesto. Ya tenía preparados los documentos para el traspaso.
Solo falta que lo firmemos.
Mis manos se cierran en puños mientras lo debato en mi cabeza. Mi
instinto me dice que conseguir el edificio gratis podría volverse en mi
contra. Pero miro la expresión seria de Salvador y suspiro. No va a
dejarlo pasar.
―Muy bien. Muchas gracias, Salvador.
Al menos conseguiremos el edificio. Ya está. Firmamos los documentos
y, sin más, mi familia ha conseguido algo que hemos necesitado tan
desesperadamente todo este tiempo. Salvador me estrecha la mano para
cerrar el trato.
―Bienvenido a la familia, hijo.
―Gracias.
La expresión de la cara de Christian no tiene precio cuando le entrego
la escritura ese mismo día.
―¿Te lo dio gratis?
―Sí ―respondo antes de desplomarme en el sofá de su despacho.
―Eso es peligroso. No me fío de las cosas gratuitas ―murmura
Christian.
―Exactamente lo que pienso.

Por la noche, me acurruco en la cama con Tori después de contarle la


noticia de la cena familiar. Ya está nerviosa y odio aumentar su estrés,
pero también necesito hablar con ella de esto.
―Creo que deberíamos decirles la verdad a tus padres ―digo.
Tori se gira para mirarme, con las cejas fruncidas.
―¿De qué estás hablando?
―Creo que deberíamos decir la verdad sobre toda la relación falsa. Se
enfadarán, pero al final se les pasará.
Tori se muerde el labio inferior, con expresión pensativa.
―Se lo diré ―dice con cuidado―. Pero todavía no. Es imposible que mi
padre no reaccione de forma exagerada y saque las cosas de contexto.
Suspiro.
―Tori, realmente no me siento cómodo que ellos no lo sepan.
Sonríe, inclinándose hacia delante para besarme en la mejilla.
―Todo irá bien. Te lo prometo.
―Realmente lo espero ―digo a regañadientes.

Tori está hecha un manojo de nervios cuando la llevo hacia la casa de


Christian para la cena familiar, moviéndose en su asiento y mordiéndose
las uñas. Pongo los ojos en blanco antes de mirarla.
―Todo irá bien, Tori.
Me mira bruscamente.
―No lo sabes.
―Claro que sí. Es mi madre. Le gustarás. Además, eres italiana.
Siempre decía que le encantaría que uno de nosotros se casara con una
italiana.
Por desgracia, eso no la hace sentirse mejor.
―Soy la peor clase de italiana, Lo. Ni siquiera sé cocinar nuestra
comida.
Se me escapa una carcajada.
―Créeme, a mi madre no le importará.
―Que no sepa cocinar no significa que no quiera que la novia de su hijo
pueda hacerlo.
Vuelvo a mirarla.
―¿Cómo sabes que no sabe cocinar?
―Ella y mi madre eran amigas ―me recuerda.
―Oh sí ―murmuro―. Deja de estresarte. Ella te querrá. Mi madre
quiere a todo el mundo.
Finalmente se calma lo suficiente como para dejar de hablar hasta que
llegamos a la casa. Tomo su mano y la acompaño al interior.
Probablemente el chef aún esté preparando la cena, pero casi toda la
familia está aquí. Aunque los niños no, supongo que estarán en su cuarto
de juegos.
―Hola, Lo. Astoria ―dice Christian, señalando con la cabeza a Tori, a
mi lado.
Ella le ofrece una sonrisa. Hay un rápido intercambio de saludos, al
tiempo que Katherine y Daniella se acercan para abrazarla. Hay una
expresión incómoda en los rostros de ambas. No sé muy bien el motivo,
entonces capto la mirada de mi madre.
Está de pie en la puerta que da al salón. Tori y yo nos acercamos a ella.
No estoy seguro que me guste cómo mira a Tori, pero lo ignoro para
hacer las presentaciones.
―Mamá, esta es Astoria. Astoria, mi madre. Martina D'Angelo.
―Es un placer conocerla, señora D'Angelo ―le dice Tori con calidez.
Me vuelvo hacia mi madre expectante, esperando sus palabras amables
y su exagerada alegría por conocer a mi novia. En su lugar, mi madre
coloca su mano en la cadera y su fría mirada pasa de mí a Tori. No dice
nada durante varios segundos. Le arqueo una ceja.
―¿Y Cara?
Mis ojos se amplían.
―¡Mamá! ―¿En serio está mencionando ahora a Cara? Le estoy
presentando a mi novia, joder.
Se encoge de hombros, con una expresión aparentemente inocente.
―Solo sé que es la única mujer que te importa. Me sorprende conocer a
una nueva, eso es todo.
Tori empieza a retorcerse a mi lado. Ya estaba bastante nerviosa por
venir aquí y el comportamiento de mi madre solo va a hacer que se sienta
peor.
―¿Cómo sabes siquiera lo de Cara? ―pregunto apretando los dientes.
―Topher me lo contaba todo sobre vosotros dos. Estaba esperando el
día en que me dejaras conocerla ―me informa.
Miro a mi hermano menor, que parece hacer todo lo posible por
hundirse en su silla y perderse de vista. Estoy seguro que la expresión
que le dirijo es poco menos que asesina. Me lanza una mirada de
disculpa.
―Bien, ahora vas a conocer a Astoria. Mi novia. Sé amable ―le digo,
tratando de mantener el tono de mi voz.
Entrecierra los ojos, lo que significa que he fallado. Me pone su mejor
expresión de ‘vete a la mierda’, pero me mantengo firme. Sinceramente,
esto es ridículo. ¿Por qué demonios la trata así?
Suelto un rápido suspiro. ―Mamá, ¿puedo hablar contigo en privado?
Ella asiente, saliendo del salón. Aprieto el brazo de Astoria y le ofrezco
lo que espero sea una sonrisa tranquilizadora, dirijo una mirada a
Daniella para que se ocupe de ella, cuando sigo a mi madre. Está al pie de
la escalera.
Nunca he dudado que Martina D'Angelo sea una mujer formidable, y a
menudo he simpatizado un poco con cualquiera que se encontrara en el
otro extremo de su desconfianza o ira. Solo que nunca pensé que fuera
dirigida contra una mujer que me importa, sin ninguna jodida razón.
―¿Por qué no te gusta? ―pregunto secamente.
Me mira.
―Porque no estoy segura que esta ‘relación’ tuya sea una buena idea.
Parece muy sospechosa.
―¿De qué estás hablando?
―Topher me lo contó todo. Según él, los dos empezasteis una relación
falsa para engañar a los padres de ella. Y luego empezasteis a salir de
verdad. ¿Cómo voy a saber lo que es real o no en esta situación? Podríais
seguir engañando a todo el mundo.
Aprieto los dientes y me paso la mano por el cabello, agitado. ―Voy a
matarlo ―refunfuño en voz baja.
―No harás tal cosa.
Topher es hombre muerto. Juro que lo mataré. Es una pena que Ángel
se quede sin padre en el proceso.
Camino delante de mi madre, intentando organizar mis pensamientos.
―¿Por qué no me lo preguntaste? Podrías haber hablado conmigo en
lugar de dejar que Topher cotorreara sobre mi vida personal ―cosa que
no tenía derecho a hacer, por cierto ―afirmo.
―Si hubiera hablado contigo de ello, ¿te habrías sincerado? No. Me
habrías dicho que no es nada y luego me habrías dejado fuera. De todos
mis hijos, eres el que menos habla conmigo. Eres el que menos me busca.
Nunca has parecido necesitarme, ni siquiera cuando eras niño, Carlo.
―Eso no es cierto. Y aunque lo fuera, eso no es lo importante aquí
―digo yo.
―Tienes razón, no lo es. Tu relación con esa mujer sí lo es.
―Esa mujer ―digo, haciendo un gesto en la dirección de la que
venimos―. Es mi novia, mamá. Es mi novia y me preocupo por ella. Es
una mujer con la que quiero pasar cada segundo de cada día. Pienso en
ella todo el tiempo e incluso seguro que estoy obsesionado. Te prometo,
mamá, que nuestra relación es muy real.
Me mira fijamente durante un tiempo incómodo antes de suspirar.
―Solo quiero que seas feliz, mio caro. Sois todo mi corazón, tú y tus
hermanos. Tras la muerte de tu padre, me sentí tan vacía. Entonces tus
hermanos conocieron a sus esposas y me dieron a mis nietos, y mi
corazón se llenó tanto que casi estalló. Pero siempre ha habido una parte
de él reservada para ti y tu felicidad.
―Soy feliz, mamma ―le digo bruscamente―. Muy feliz con ella.
Ella se adelanta, alzando la mano hacia mi rostro.
―¿Estás seguro que ella es lo que quieres? Sin engaños ni mentiras.
Asiento una vez, con expresión seria.
―¿Y ella te quiere también?
―Síp, lo hace.
Mi madre sonríe.
―¿La has tratado bien?
―Me he esforzado al máximo ―digo sonriendo.
Se le escapa la sonrisa.
―Oh. ¿Qué he hecho? Me va a odiar.
―Tori nunca podría. Te lo prometo ―le aseguro―. No te preocupes. Se
lo explicaré todo.
―No hace falta. Yo lo haré. Me disculparé y me explicaré ―me dice―.
Tengo que empezar a conocer a mi futura nuera. Y ella es italiana. Lo has
hecho muy bien, mi amore.
Y sin más, está eufórica.
―Eso es adelantarse al futuro. Tori tiene que terminar la residencia
antes que nos planteemos el matrimonio. Tiene los exámenes el año que
viene.
Joder. No tengo idea de dónde ha salido eso. Ella y yo nunca hemos
hablado de matrimonio. Pero quiero hacerlo. Con ella. Lo quiero todo con
ella.
Mamá sonríe como si pudiera leerme el pensamiento.
―Estoy muy orgullosa de ti, Caro. ¡Y no puedo creer que estés con un
médico!
―Síp, es una jodida locura.
―Y sorprendente. Es increíble ―me dice en voz baja. Me inclino de
modo que pueda besarme la mejilla―. ¿Y Carlo? Tienes que decirles la
verdad a sus padres. No puedes seguir engañándoles. No está bien.
Suspiro.
―Lo sé, mamma.
Capítulo 21

Tori
―Todo irá bien, Tori ―me dice Daniella, frotándome los brazos de forma
reconfortante.
Sin duda, no irá bien. Una mujer que bien podría ser mi suegra me
desprecia claramente, y no tengo ni idea de qué hacer. Ni siquiera sé por
qué. Estoy así de cerca de perder la cabeza ahora mismo.
Carlo y su madre regresan y yo me pongo en pie. La Sra. D'Angelo me
sonríe. Es una sonrisa incómoda, torpe. Pero cuando miro a Carlo, lo
único que me ofrece es un rápido pulgar hacia arriba, antes que sus ojos
recorran la estancia y se posen en su hermano.
―¡Topher! ―ladra―. Fuera, ahora.
Topher traga saliva y se pone en pie, haciendo lo que le pide su
hermano. Estoy ligeramente preocupada cuando veo la expresión asesina
en la cara de Carlo. Por suerte, Christian va con ellos, así que estoy segura
que lo que esté pasando no irá a más.
La Sra. D'Angelo sigue de pie junto a la puerta. Me mira.
―Astoria, querida, siento mucho mi comportamiento de antes. ¿Puedo
hablar contigo?
―Lo ves, te dije que entraría en razón ―me susurra Daniella al oído.
―Nos has asustado, Martina ―le dice Katherine.
La Sra. D'Angelo sonríe cálidamente. Sigue esperándome, de modo que
camino hacia ella y me dejo arrastrar hasta un pasillo. Cuando la tengo
delante, me doy cuenta que es muy pequeña. No llega a medir metro
sesenta, pero eso no impide que sea intimidante como el infierno. Apenas
puedo mirarla a los ojos.
―Te pido disculpas nuevamente, cara. No era mi intención ser tan
grosera. Solo que... estaba preocupada porque había oído cosas
indecorosas sobre tu relación con mi hijo.
―¿Indecorosas? ―pregunto educadamente.
―Sí. He oído que empezasteis fingiendo una relación falsa.
Oh. Sí, eso tiene sentido. Ya veo por qué le han salido las garras. Abro
la boca para explicarme, pero ella me interrumpe.
―Carlo ya me lo ha explicado y confío en que ambos sintáis algo
sincero el uno por el otro. ―Toma mis manos entre las suyas―. Y además,
muy agradecida.
Sonrío, una sensación cálida envuelve mi pecho.
―No hay problema, señora.
Suspira.
―Tengo que repetirlo con cada una de vosotras ―murmura en voz
baja―. No es necesario que me llames señora. Soy Martina, ¿de acuerdo?
¿Está claro?
―Perfectamente ―le aseguro.
Ella sonríe.
―Mírate. Eres tan hermosa y te pareces tanto a tu madre.
―¿De verdad? La mayoría de la gente dice que me parezco a papá
―musito.
―Tonterías. Salvador es un bruto. ―Martina se ríe―. De todos modos,
debo hablar pronto con tus padres. Tendremos que planear una boda.
Carman debe estar bailando ahora mismo dondequiera que esté. Era un
sueño que secretamente deseaba el que te casaras con uno de sus
muchachos.
―¿Lo era? ―pregunto, sorprendida.
No estoy segura cómo sentirme al respecto. Intento no juzgar, pero
después de todas las locuras que veo en urgencias, es difícil no sentirse
un poco molesta con un hombre que puso una pistola en manos de un
chico de quince años.
―Carman tenía sus defectos ―dice Martina, y mis ojos se abren. ¿Es
que todos los miembros de esta familia leen la mente o algo así? ―Pero de
lo que estoy segura es de lo mucho que quería a sus hijos y deseaba lo
mejor para ellos.
No puedo preguntarle por el collar de balas por si no tiene ni idea.
Pero hay otra cosa por la que tengo mucha curiosidad.
―Si no le importa que le pregunte, señora D'Angelo... ―Me mira
bruscamente y me apresuro a enmendar mis palabras―. Martina. ¿Cómo
murió? El padre de Carlo.
Es impensable que se lo pregunte a él . No después de lo sucedido la
última vez.
―Oh, tuvo un accidente de coche, cariño. Volvía a casa nevando. Las
carreteras estaban heladas y su coche acabó saliéndose de la carretera,
chocando contra un árbol. Todavía estaba consciente cuando lo llevaron
al hospital y pensamos que se pondría bien, pero tenía una hemorragia
cerebral interna. Falleció unos días después.
―Eso suena fatal ―respiro.
―Todo fue tan repentino. Seguro que Carman odió la forma en que se
apagó. Probablemente le habría encantado morir en medio de un tiroteo o
algo así. No en un accidente de coche del que no pudo controlar la
situación.
―Lo siento mucho.
Me ofrece una cálida sonrisa. ―No es preciso que digas lo sientes,
cariño. Fue hace mucho tiempo. Ahora estoy mejor.
―Aun así, no puede haber sido fácil. No puedo imaginarme perder a
Carlo. Me destrozaría.
La sonrisa de Martina se ensancha.
―Viendo que comparas perder a mi marido después de más de veinte
años con perder a tu novio, deduzco que va en serio.
Me quedo con la boca abierta.
―Oh, no. Martina, no pretendía...
―No pasa nada, Astoria. Me alegro mucho que haya encontrado a su
persona. Si las cosas se ponen difíciles, siempre puede acudir a mí. Yo le
pondré las cosas en su sitio. Puede ser muy testarudo y nunca escucha a
nadie.
Exhalo un suspiro.
―Dímelo a mí.
Martina se ríe.
―Te irá bien. Ten paciencia con él.
―Intento tenerla.
Sus ojos marrones se deslizan por mi rostro, su expresión estudiosa. Su
mirada es cálida y amables cuando vuelve a hablar.
―Carman siempre fue muy ambicioso cuando estaba vivo. Nunca se
echaba atrás. Adoraba y mimaba a todos sus hijos, pero empleó una
mano mucho más firme con Carlo. Carlo era su primer hijo y Carman
quería moldearlo a su imagen y semejanza, supongo. Con Christian no
tuvo que esforzarse tanto porque Christian es exactamente igual que él.
Pero con Carlo tuvo que esforzarse mucho más. ―Me da unas palmaditas
en la mano―. Te lo digo porque tengo la sensación que no se ha sincerado
contigo sobre la relación con su padre.
Me quedo mirando, con los ojos muy abiertos. Lectores de mentes, lo
juro.
―Lo hará en su momento. Carlo tiene muchos sentimientos reprimidos.
Sé que acabará sacándolos.
―Haré lo que pueda.
Ambas nos distraemos cuando oímos pasos bajando las escaleras.
Salimos al pasillo y encontramos a unos niños que seguramente son
sobrinos de Carlo. El niño es el mayor. Parece tener unos cinco o seis
años. Tiene el cabello castaño rojizo y unos ojos marrones muy parecidos
a los de su padre. No hay duda que es hijo de Christian.
Carga con una niña que no puede tener más de dos años. Martina se
mueve rápidamente para cogerla.
―Tranquilo, Danny. La dejarás caer ―dice con una cálida sonrisa. Se
vuelve hacia mí. ―Astoria, este es Daniel. Es el hijo de Christian y
Daniella.
―Sí, me lo imaginaba ―le digo con una sonrisa―. Encantada de
conocerte.
El chico parece estar evaluándome. Luego acepta mi mano extendida
encogiéndose de hombros.
―Hola, esta es mi prima Angélica, pero todos la llamamos Ángel
―dice, señalando a la niña que prácticamente se esconde detrás de él.
Ella asoma la cabeza para mirarme antes de volver a esconderse
rápidamente detrás de su primo. Vislumbro sus preciosos ojos azules y a
su largo cabello rubio. Es una copia de su madre en toda la extensión de
la palabra.
―Hola, Ángel ―le digo bajito.
Martina toma el relevo y me presenta al último miembro de la familia
D'Angelo.
―Esta pequeña es Catherine ―me dice.
Catherine tiene el cabello pelirrojo de su madre y una hermosa sonrisa.
Se ríe juguetonamente.
―¡Abuelita! ―dice, con voz aguda y adorable―. ¿Quién es?
―Niños, esta es vuestra tía Astoria. Es la novia de Carlo.
Los ojos de Daniel se agrandan.
―¿Tío Carlo tiene novia?
―Sí, la tiene. Sed buenos con vuestra nueva tía. ¡Ángel! Deja de
esconderte detrás de Dan y conoce a Astoria.
―Oh, no, está bien ―me apresuro a decir―. Tómate tu tiempo, Ángel.
Ven a verme cuando quieras ―le digo a la niña. No responde, pero sonrío.
Seguro que con el tiempo se le pasará la timidez.
Daniel, en cambio, es una mariposa social que rápidamente se pega a
mi lado cuando nos dirigimos al comedor para cenar. Es un niño curioso
y también inteligente.
Los hombres reaparecen cuando empezamos a tomar asiento en la gran
mesa del comedor. Noto que Topher se frota el costado. Hace una
pequeña mueca de dolor cuando se sienta junto a su mujer y coge a su
hija en brazos. Carlo se acerca a mí, con una expresión desenvuelta en el
rostro, y se fija en Daniel, a mi lado. El chico me habla de su rana
mascota.
―Hola, hombrecito ―saluda Carlo, tomando asiento a mi otro lado.
―¡Tío Carlo! ―dice alegremente―. He conocido a tu novia.
―Sí, ya lo veo. ¿Te gusta?
Daniel asiente con entusiasmo. ―Es muy guapa. Le estaba hablando de
mi rana, Leo.
―Continúa ―dice Carlo con grandilocuencia. Se inclina para
susurrarme al oído―. ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza.
―Estoy muy bien.
Sonríe. Nunca lo había visto sonreír tanto. Es evidente que quiere
mucho a su familia. Se siente completamente a gusto con ellos. Cuando
mete la mano por debajo de la mesa y entrelaza nuestros dedos, le sonrío,
con el corazón a punto de estallar.
Martina decía que no se hacía ilusiones que Carlo fuera un hombre
fácil de amar, pero cada día me encuentro resbalando por grietas ya de
por sí resbaladizas. Grietas que me conducen directamente a un amor
desmesurado por este hombre.
Sacan la cena. Martina le pide a Christian que dé las gracias y
empezamos. La conversación fluye y me alegra haber formado parte de
algo tan especial.

Carlo y yo vamos a pasar una noche de cine. En principio íbamos a salir


al cine, pero su aversión a estar en público sigue vivo y fuerte y me ha
convencido para quedarnos en casa. Está preparando la cena para
compensar. Estoy tumbada en el sofá bajo una manta esperando a que
termine.
Mi teléfono empieza a sonar, timbrando incesantemente, y lo cojo,
preguntándome qué está pasando. Carlo entra en el salón un segundo
después. Me giro para mirarle y veo una expresión pétrea en su rostro.
Frunzo el ceño y pongo el móvil en silencio antes de ponerme en pie.
Una sensación de inquietud se instala en mis entrañas. ―¿Qué ocurre?
―Tenemos un problema ―responde, entregándome su teléfono.
El titular de un artículo capta mi atención.

MATRIMONIOS ACORDADOS ENTRE LA ELITE


¿Hasta dónde llegarán los ricos para abraza, o eludir una unión
predestinada? El falso romance de Astoria Bianchi y Carlo D'Angelo, cortesía de
The Metropolitan Gazette.

Doy un respingo torpemente, con mi teléfono, pero la rapidez de


reflejos de Carlo, me salvan. Cruzo los ojos con su intensa mirada oscura.
―¿Cómo lo descubrieron?
La mandíbula de Carlo se tensa.
―Estoy tratando de entenderlo.
―Pero nadie debería saberlo. Tu familia nunca lo revelaría. Oh, Dios.
―Se me escapa otro grito ahogado―. Mis padres van a ver esto.
La preocupación parpadea en los ojos de Carlo.
―Lo sé. El artículo se publicó demasiado rápido para que pudiera
detenerlo. Larsen suele estar al tanto de este tipo de cosas, especialmente
las que afectan a mi familia, pero ni siquiera él lo supo hasta que se
publicó el artículo.
Tomo asiento en el sofá, exhalando temblorosamente. ―Mis padres se
van a volver locos.
Carlo se arrodilla delante de mí. Su pulgar roza mi mejilla.
―Todo irá bien. Yo me ocuparé de ello.
Suelto una breve y amarga carcajada.
―Realmente no creo que este sea un problema del que puedas
ocuparte, Lo.
Frunce el ceño y está a punto de decir algo más cuando empieza a
sonar su teléfono. Se levanta y contesta a la llamada.
―Khalil, por favor, dime que sabes cómo se enteraron.
Le miro, captando cómo su postura se vuelve rígida. Lo que le haya
dicho Khalil debe haber sido sorprendente. Vuelvo a ponerme en pie y
me coloco frente a él.
―¿Qué pasa? ¿Quién ha sido? ―pregunto con urgencia.
Carlo suelta un suspiro, pasándose la mano por el cabello.
―Te volveré a llamar luego, Khalil. ―Suelta el teléfono y me mira―.
Fue Nora, cariño. Ha vendido la historia al Met Gazette.
Tardo un segundo en comprender lo que me está diciendo.
―No. De ninguna manera ―digo moviendo la cabeza con
incredulidad―. No lo haría.
―Tori ―me dice suavemente, acercándose a mi hombro.
Me zafo de su agarre.
―¡Carlo, no lo haría!
Me lanza una mirada comprensiva.
―Puedo demostrarlo ―digo, cogiendo el teléfono. Hay unas diez
llamadas perdidas de mis padres, pero las ignoro, así como los
numerosos mensajes y notificaciones, para marcar el número de Nora.
Suena y suena, pero no contesta. Se me llenan los ojos de lágrimas.
Vuelvo a llamarla.
―Hablé con ella hace unos días. Parecía muy ilusionada cuando le dije
que llevábamos juntos un mes. Ella no... no haría esto.
Cuando vuelvo a llamar a Nora y sigo sin obtener respuesta, me dejo
caer en el sofá, con el cuerpo tembloroso. Un sollozo sube por mi
garganta. Carlo está allí en un instante, tirando de mí hacia su regazo. Me
abraza como a un bebé mientras lloro.
―Confié en ella ―digo cuando finalmente dejo de llorar. Mi voz está
ronca.
Carlo limpia las lágrimas de mis mejillas.
―Lo sé, cariño.
―Se suponía que era mi amiga.
―Lo sé ―dice en voz baja.
―Carlo, esto es un desastre. ¿Qué vamos a hacer?
―Sinceramente, dolcezza, aún no estoy seguro. Pero lo averiguaré, te lo
prometo.
Gimo antes de bajar de su regazo.
―Necesito irme. Tengo que hablar con mis padres.
Él asiente.
―¿Quieres que vaya contigo?
―No. Será mejor que vaya sola. Mi padre podría matarte si apareces
conmigo antes de tener la oportunidad de explicárselo ―digo. Las
palabras parecen una broma, pero no lo son.
Carlo asiente, con los ojos entornados y cerrados.
―Me pondré a trabajar en el control de daños.
Me besa.
―Conduce con cuidado, ¿vale?
Asiento y me suelta. Siento mi corazón como plomizo al dirigirme a
casa de mis padres. Ni siquiera sé si estoy en el estado de ánimo
adecuado para explicarles lo que ha sucedido, pero tengo que hacerlo
antes que saquen demasiadas conclusiones por su cuenta.
Carlo y yo hemos llegado demasiado lejos como para dejar que algo así
nos arruine.
Capítulo 22

Carlo
Estoy a punto de perder los nervios. Voy de un lado a otro del salón,
con la tensión enroscándose en mis venas. Hace dos días que no veo a
Tori. No desde que se fue la noche que se publicó la historia.
―Me estás dando dolor de cabeza ―gruñe Khalil.
Levanto la cabeza para mirarle.
―Estoy de acuerdo con Larsen. Siéntate, Carlo. Preocuparte por ello no
te no te servirá de nada ―añade Christian.
―Tienes razón. Debería ir a su casa a buscarla.
Christian se apresura a rebatir eso.
―No. En primer lugar, la mansión Bianchi está bien vigilada. En
segundo lugar, estoy casi seguro que Salvador desea tu sangre, así que
retírate y deja que Larsen haga lo suyo.
Me despierto y no hay nadie en la habitación. Me incorporo, gruñendo
por lo bajo y agarrándome el estómago. Echo un vistazo al despertador
digital de la mesilla de noche y veo que es mediodía. Una mirada a mi
teléfono y me doy cuenta que llevo inconsciente todo un día. Tengo una
vía intravenosa en el brazo. Me la arranco. Ya no me duele nada y
necesito encontrar a mi chica.
Estoy a punto de levantarme cuando alguien irrumpe en la habitación.
Levanto una ceja y miro a Khalil.
―¿Cómo te encuentras? ―pregunta.
―He estado mejor ―logro decir, sintiendo un pinchazo agudo y
doloroso en las costillas.
Estoy casi convencido que los cabrones me han roto una de ellas.
―Te dijimos que no fueras a la mansión Bianchi. ¿Creías que podías
acabar con todos esos putos guardias, tu solo?
―Seguro que lo intenté. Tengo que encontrar a mi chica.
―Lo sé. De eso he venido a hablarte Carlo. Tenemos un problema.
Astoria ha sido secuestrada ―me dice Larsen, con expresión tensa―.
Dante Marino la tiene.
Juro que se me para el puto corazón.
―¿Qué mierda acabas de decir?
―No estoy seguro de lo sucedido. Salvador se ha puesto en contacto
con mi empresa hace unos minutos, frenético. Al parecer, Astoria salió de
casa con Dante hace dos días. Salvador organizó la reunión intentando
que continuaran con su original acuerdo, pero le salió el tiro por la culata.
Tenían reserva para cenar, pero nunca llegaron al restaurante. En lugar
de eso, la llevó a un lugar desconocido y luego llamó a Salvador,
pidiéndole que aceptara un trato comercial si quería recuperar a su hija.
Asimilo todo eso en silencio. Imagino la cara de Dante Marino y veo
rojo. No pienso con claridad cuando agarro el cuello de la camisa de
Khalil, tirando de él para acercarlo.
―Encuéntrala ―digo apretando los dientes―. ¡Encuéntrala ya!
Khalil pone los ojos en blanco antes de extraer con calma mi mano de
su camisa. Alisa todas las arrugas antes de mirarme.
―No te preocupes, ya estoy en ello.
Asiento, mirando fijamente a la pared e intentando por todos los
medios no imaginarme a mi chica en este momento. Probablemente esté
muerta de miedo. Lo único que me queda ahora es una furia glaciar en
mis venas y miedo por ella.
Entro en mi salón y encuentro a mi leal equipo reunido esperando mi
próxima orden.
―Llama a Salvador por teléfono ―ordeno.
El ambiente de la sala se tensa cuando me enfrento a su padre.
―¿Por qué no contactaste cuando ella desapareció?
―No te debo ninguna explicación, Carlo. No después de esa farsa
destinada a deshonrar a mi familia ―replica bruscamente. Pero luego
respira hondo y su voz contiene una nota de arrepentimiento―. Pensé
que hacía lo mejor para ella. Un grave error, que ahora pesa sobre mi hija.
La frustración aflora en mi interior.
―Ella está conmigo, Salvador. ¿Por qué organizaste un encuentro con
el cabrón de Dante?
―¿Te refieres a esa actuación digna de portada?
―Comenzó así ―admito―. Pero ahora ni siquiera puedo pensar sin tu
hija en mi vida.
Salvador desecha mis palabras.
―Es un poco tarde para una explicación D'Angelo, encuentra a mi hija.
Antes de colgar, con inquebrantable determinación, juro.
―Encontraré a mi chica.
Khalil me estudia un momento.
―¿Qué vas a hacer cuando los encuentres?
Entonces lo miro, con una sonrisa cruel en mis labios.
―Voy a hacer que Dante Marino desee no haber nacido nunca. Y luego
lo mataré.
Nadie toca lo que es mío.

Hice un curso de anatomía en la universidad movido por una morbosa


curiosidad. Quería aprender cómo funcionaba el cuerpo. En ese
momento, ya sabía exactamente el rumbo que tomaría mi vida, de modo
que siempre buscaba conocimientos, buscando formas de ser mejor en
aquello que se esperaba de mí.
Aprendí sobre las terminaciones nerviosas de cada parte del cuerpo.
Aprendí exactamente dónde disparar y apuñalar sin matar a una persona.
Sé exactamente dónde apuñalar para que un hombre adulto sienta más
dolor del que pueda imaginar.
En este momento, mi cuchillo está enterrado en el nervio femoral
anterior de Marino. Acaba de perder todas las funciones sensoriales de la
parte anterior y media del muslo. El grito que suelta está prácticamente
silenciado cuando llega a mis tímpanos.
―Cierra la puta boca. Ni siquiera he empezado ―murmuro.
No puedo dejar de verlo. Pudimos rastrear a Marino hasta este hotel
gracias a las cámaras de CCTV de la carretera, ya que no pudimos
rastrear su teléfono. Fue un proceso largo en el que estuve a punto de
perder la cabeza cuando Khalil finalmente lo encontró. El hotel es
bastante discreto, está bien escondido. Entramos sin apenas esfuerzo,
pero tuvimos que pagar un montón de jodida pasta para conseguir que
nos dieran el número de su habitación.
Hubo otro contratiempo en la puerta. Al parecer, Marino lleva
alojándose aquí desde que llegó a Estados Unidos, y tuvo la previsión
suficiente para instalar una cerradura biométrica protegida con
contraseña. Esta debe ser su habitación privada. Por suerte, tuve la
previsión de traer al mejor hacker que conozco. Khalil abrió la puerta en
menos de cinco minutos. Sin embargo, nada podría haberme preparado
para lo que había al otro lado.
Pateo al hombre que se lamenta en el suelo antes de inclinarme.
―¡Tenías a mi chica atada como un animal! ―gruño.
―Lo siento ―Llora Dante―. Lo siento, joder.
Sonrío.
―No, no lo sientes. Pero confía en mí, Marino. Cuando acabe, estarás
más que jodidamente arrepentido.
Levanto la vista a tiempo para captar el respingo de Tori. Mierda, no
puede estar aquí para esto. Miro a Khalil y le digo que la saque de aquí.
Intenta cogerla del brazo, pero ella lo aparta y niega con la cabeza. Me
mira con decisión.
―Me quedo.
Nuestras miradas se conectan. Pasan varios instantes. No sé en qué
mierda está pensando ahora. Apenas puedo pensar en nada, excepto en el
aspecto que mostraba sometida a Marino. Si hubiera llegado solo unos
segundos después... No quiero ni imaginármelo ahora mismo. Solo
conseguiría enfurecerme más y ya estoy tan jodidamente furioso que
apenas puedo respirar.
No tengo tiempo de convencer a Astoria para que se vaya, así que me
vuelvo hacia Dante. Se está agarrando el muslo, mirando la sangre que se
acumula en él.
―Quítate la camisa ―Ordeno―. Utilízala para ejercer presión.
Me mira fijamente, sin comprender.
Ladeo la cabeza hacia un lado.
―¿Quieres morir? ―pregunto con calma. Él niega apresuradamente con
la cabeza antes de hacer lo que le he pedido. Sonrío―. Bien hecho. Lo
siguiente son tus brazos.
―Duele, ¿verdad? ―pregunto, mirándole fijamente―. Deberías haber
pensado mejor las cosas antes de ir a por mi chica.
―¡No! ―grita Tori, distrayéndome. Levanto la vista hacia mi chica,
sintiendo que algo me oprime el pecho. Joder. No puedo creer que casi la
pierdo―. Es suficiente.
―No, realmente no lo es ―digo, sacudiendo la cabeza.
―Por favor, no lo mates ―me dice, sus ojos se llenan de lágrimas.
Aprieto la mandíbula
―Por supuesto que voy a matarlo. No ha sufrido lo suficiente y no me
gustaría que se desangrara antes de tiempo.
―Carlo, ya lo has hecho. Ya le has torturado bastante. Mírale.
Aprieto los dientes. Esto no era lo que tenía pensado para Marino. Pero
oigo la histeria en su voz, cómo tiembla. Ya ha sufrido bastante. Y es Tori.
No hay muchas cosas que no haría por ella, pero dejar vivir a este cabrón
no es una de ellas.
Me alejo de Marino. Está gimiendo de dolor en el suelo.
―Por favor ―suplica, pero es demasiado tarde. Ya estoy en trance y no
escucho sus súplicas.
Saco mi pistola y le apunto a la frente.
―Antes de matarte, discúlpate ―grito.
―¡Por favor, no, lo siento! ―grita.
―No a mí. A ella.
Dante gira la cabeza para mirar a Tori. Tiene las manos apretadas.
―Lo siento ―dice, con lágrimas en los ojos.
Y entonces, apunto para disparar, pero Tori se acerca corriendo y se
pone delante de mí, colocando una mano suave en mi mejilla.
―Por favor. Por favor, no le mates ―suplica.
Nunca he estado tan cerca y he retrocedido ante una muerte, no hasta
ahora. Cuando Tori me toca, es como si despertara algo dentro de mí.
Puedo oír los gritos de dolor de Marino y su miedo.
―Tengo una hija. Lo siento. Por favor, déjame intentar ser un padre
para ella. Por favor, no me mates ―suplica.
Sigo queriendo matarle, pero no puedo. La mano de Tori sobre mí me
ha aportado una sensación de calma sin precedentes.
―Hay que llevarle al hospital ―dice.
―No haré tal cosa.
―¡No puedes dejarle aquí así, morirá!
―Te lo suplico. Por favor ―grita.
De mala gana, doy instrucciones a mis chicos para que lo lleven a un
hospital.
Dejo escapar una bocanada de aire antes de caminar hacia mi chica.
Tiene los ojos muy abiertos y temerosos. Me detengo delante de ella,
preguntándome si parte de ese miedo va dirigido a mí. Pero no me mira a
mí, sino a la sangre que mana del cuerpo de Dante.
―Cariño ―la llamo en voz baja. Se sobresalta y me mira―. Siento que
hayas tenido que ver eso.
―Gracias. Por venir a rescatarme, pero... por favor. Llévame a casa.
―Yo me ocuparé aquí ―me informa Khalil.
―Gracias ―le digo agradecido.
Sinceramente, no sé qué habría hecho sin él. Me acerco a Tori y me la
llevo.
Conducimos a casa en silencio. Apenas llegamos, me pide el teléfono
para hablar con sus padres. Se le saltan las lágrimas mientras les asegura
que está bien. Cuando termina la llamada, se dirige al baño.
Me quedo en el salón, pasándome la mano por el cabello con agitación
y deseando saber lo que está pensando ahora mismo.
Tori vuelve a salir treinta minutos después. Se ha duchado y se ha
puesto una de mis camisetas. Tiene mucho mejor aspecto y me alegro.
Mis ojos serpentean hasta el botiquín que tiene en la mano. Lo trajo a casa
hace unas semanas. Levanto una ceja, interrogante.
―Tengo que cambiarte el vendaje y revisarte las heridas.
La miro fijamente un momento antes de hablar.
―Preferiría que descansaras. Has tenido un día muy largo, dolcezza.
―Carlo, no luches contra mí en esto.
Suspiro antes de sentarme y dejar que haga lo suyo.
―¿Has ido a un hospital? ―pregunta ella mira el vendaje alrededor de
mis costillas.
Sacudo la cabeza.
―Tenemos un médico de guardia. Me ha puesto un parche.
―Bueno, ha hecho un buen trabajo ―contesta Tori.
Cuando termina de revisarme las heridas, me dice que pida algo de
comida para que cenemos. Se comporta de forma extraña y empiezo a
preocuparme. La miro con recelo, esperando que caiga el otro zapato. Es
imposible que no tenga nada que decir sobre lo que vio en el hotel.
Después de comer, limpio la cocina. Cuando vuelvo, está acurrucada
en el sofá, con la mirada perdida en la pantalla del televisor. La observo
durante unos segundos. Lleva el cabello recogido en un moño
desordenado y la cara desmaquillada, y sin embargo es lo más hermoso
que he visto nunca.
Después de lo que ha pasado hoy, no pienso dejarla marchar nunca
más.
Topher me dijo una vez que enamorarse es como si te quitaran una
alfombra de debajo de los pies. No tienes más opción que caer. La
gravedad te arrastra. Por mucho que te resistas, siempre es mejor aceptar
lo que sientes. Aunque duela.
Sin embargo, enamorarse de Tori no duele. En lugar de sentir que me
quitan una alfombra de debajo de los pies, me siento como si cayera en
caída libre desde un acantilado a una masa de agua. Me traga por
completo. Lo siento en cada latido, en cada poro, en cada fibra de mi ser.
La amo. Y no puedo perderla. Aunque una parte de mí sabe que
intenta alejarse. Puedo sentirlo.
Me acerco al sofá y me coloco frente a ella. Me mira y, sea lo que sea lo
que ve en mi expresión, se incorpora.
―Tienes que hablarme, cariño ―le digo bruscamente―. No puedo saber
lo que piensas si no me hablas.
―Creí que leías la mente ―murmura.
Mi expresión no cambia. Finalmente, suspira, rodeándose el cuerpo
con los brazos. Palmea el espacio que hay a su lado y me siento,
atrayéndola instintivamente hacia mí. Siento un gran alivio cuando se
relaja y apoya la cabeza en mi pecho.
―Quiero que me hables de tu relación con tu padre ―me dice Tori.
Me pongo rígido y ella se aparta. Sus ojos se encuentran con los míos.
―Me lo vas a contar, Lo. Porque hoy he visto a un hombre y se parecía
a ti, pero en realidad no eras tú. Quiero saber por qué.
Capítulo 23

Tori
Carlo no dice nada. Su nuez se balancea, mirándome fijamente.
―Carlo ―digo en voz baja.
Sus ojos se cierran y se pasa una mano por el cabello.
―No tiene importancia, Tori ―me dice.
Inmediatamente sacudo la cabeza.
―Importa mucho. No sabes cuánto importa. Para mí, para ti. Así que,
por favor, respóndeme sinceramente. Te lo suplico.
Unos ojos castaño oscuro rozan mi rostro. Por un momento, creo que
va a pasar de mí y ocultarlo todo de nuevo. Entonces abre la boca,
sorprendiéndome.
―Como sabes, soy el primer hijo de mi padre. Los primeros hijos
normalmente se juegan mucho, y en mi familia no era diferente. Tenía
muchas expectativas puestas en mí. Quería que fuera el mejor porque
estaba destinado a ser su legado. Su sucesor. Al crecer, tenía que ser el
mejor en el colegio, el más grande, el más fuerte. Me empujaba a superar
todas sus expectativas, y yo me esforzaba al máximo, pero nunca era
suficiente. Mis hermanos pequeños siempre han sido más listos que yo.
Joder, Topher es un puto genio. ―Suelta una risa irónica.
Contengo la respiración. No digo ni una sola palabra porque esto es lo
que he necesitado todo este tiempo. Que se abriera a mí. Solo quiero saber
quién es realmente.
―Era como si nunca pudiera estar a su altura. Pero lo que sí podía
hacer era esforzarme al máximo cuando se trataba del negocio familiar.
Cuando era más joven, creí que sería el próximo Don. Entonces mi padre
me puso aquella pistola en la mano cuando tenía quince años y me dijo
que disparara. Christian tuvo que hacer lo mismo cuando tenía dieciséis.
Es una especie de tradición de la familia D'Angelo, salvo por Topher, que
quedó exento ―dice con amargura.
―Después de disparar al hombre, me desmayé. Estaba tan
conmocionado que creo que incluso reprimí el recuerdo durante un
tiempo. Pero cuando me di cuenta que podía bloquear los gritos, no fue
tan grave. Mi padre me dijo que tenía que estar en la cima de la cadena
alimentaria o arriesgarme a que me comieran. El fracaso no era una
opción. Dejó claro que, si le ocurría algo, toda la familia era mi
responsabilidad y me lo tomé muy en serio. Estoy casi seguro que mi
padre decidió que Christian sería mejor sucesor que yo después de
aquella noche. Así que podía permanecer en la sombra y hacer lo que
fuera necesario para mantenerlo todo cohesionado. Había expectativas y
yo tenía que estar a la altura. Me llevaba a todos los trabajos, y cada vez
que alguien merecía morir, tenía que ser yo quien le arrebatara la vida.
Me alejé de todos los amigos que tenía. Incluso tenía una novia, con la
que tuve que romper. Poco después, no había vuelta atrás. Me vi obligado
a convertirme exactamente en lo que mi padre quería que me convirtiera.
―¿Cómo pudo hacerte eso? ―pregunto con voz temblorosa.
Me mira fríamente.
―No te equivoques, Tori, mi padre no era un buen hombre. Pero era
bueno con su familia, con sus amigos, con la gente que le importaba. Era
honorable en lo que contaba, pero en el mundo en que vivimos, a veces
necesitas un fantasma. Todo lo que me hizo, cada lección, cada acción, fue
para hacerme más fuerte. Quería que fuera lo bastante fuerte para cuidar
de mi familia, y eso es lo que he hecho cada día desde que murió.
―No ―digo―. ¡Tu padre te convirtió en lo que eres! No conozco muy
bien a tus hermanos, pero tengo la impresión que ellos tomaron sus
propias decisiones. Se convirtieron en lo que estaban destinados a ser,
mientras que a ti te obligaron a convertirte en alguien que realmente
jamás estuviste dispuesto a ser.
Carlo me lanza una sombría mirada.
―¿De qué estás hablando, dolcezza?
―Necesito que me escuches ―le digo desesperadamente―. Eres mucho
más que la persona en la que él te convirtió.
Carlo se pone en pie. Me doy cuenta que está llegando a su punto de
ruptura.
―He sido esta persona durante más de la mitad de mi vida, Tori. Esto
es lo que soy.
―No. No puedo aceptarlo ―le digo, incapaz de impedir que las
palabras fluyan por mis labios. La expresión de Carlo no cambia. Vuelve
a esconderse tras sus muros―. Hoy te he visto torturar a un hombre casi
hasta la muerte, y lo peor es que parecía disfrutarlo.
Aparta la mirada.
―Lo sabías, Tori. Sabías quién era yo cuando te hiciste mía.
―Tienes razón, tal vez en el fondo lo sabía. Y tal vez podría haberlo
ignorado, pero lo vi. Hoy lo he visto todo y eso no es lo que quiero para
mí.
Las palabras salen de golpe. Mi corazón empieza a latir con fuerza
porque, aunque llevo pensando en ello desde que salimos de la
habitación del hotel, una parte de mí aún no puede creer las palabras que
le estoy diciendo.
Los ojos de Carlo parpadean heridos.
―¿Qué se supone que significa eso?
―Carlo, soy médico. Trabajo para salvar la vida de la gente. No puedo
volver a casa contigo todos los días sabiendo que podrías haber matado a
alguien de la forma más brutal imaginable.
La tensión recorre su cuerpo. Su mandíbula se tensa.
―Te secuestró Tori, podría haberte herido. Debería haber matado a ese
cabrón ―dice con frialdad.
Me levanto y alzo la mano para ponerla en su mandíbula, forzando el
contacto visual.
―Te digo ahora que no tiene por qué ser así.
Se aparta enfadado.
―¿Qué quieres de mí, mujer?
―Quiero que te detengas ―digo suavemente―. Quiero que me elijas.
Sigue mirándome sin comprender.
―Aléjate de esto, Carlo. Quiero que te alejes de la mafia ―le digo
finalmente.
No dice nada durante varios segundos. Luego sus párpados se cierran.
Cuando vuelve a hablar, sus palabras son huecas, aplastadas.
―No puedo hacerlo.
―Entonces no puedo estar contigo ―le digo, odiando con toda mi alma
estar dándole un ultimátum.
Pero no tengo elección. No puedo estar con un hombre capaz de hacer
algo tan horrible sin pensárselo dos veces. Él guarda su corazón en lo más
profundo de su ser, y yo quiero ayudarlo a sanar. Pero para que pueda
hacerlo, tiene que dejar atrás toda la rabia y el dolor.
Carlo no habla después de eso. Observo cómo coge las llaves de su
coche. Tras mirarme por última vez, sale del apartamento. Algo se rompe
en mi pecho, pero me consuelo sabiendo que tiene que volver y darme
una respuesta.
Me dirijo a nuestro dormitorio y me meto en la cama. Me siento tan
vacía sin él, pero al menos me siento como él. Una parte de mí no puede
creer que acabe de decirle que me marcharía. Porque, a fin de cuentas, no
estoy segura de poder hacerlo.
Le amo, pienso, justo antes de dormirme.

Cuando abro los ojos, Carlo está de pie en la habitación. Está rodeado
por la oscuridad, que se adhiere a él de un modo que me preocupa. Le
miro a los ojos, intentando vislumbrar algún indicio de lo que ha
decidido, pero está cuidadosamente oscuro. Compruebo el reloj digital
del lado de la cama y son las cuatro de la madrugada.
―¿Dónde estabas? ―pregunto en voz baja.
―Estuve hablando con mi hermano.
―¿Cuál?
―Christian ―responde antes de tomar asiento en la cama. Yo también
me siento, subo las rodillas y apoyo la cabeza en ellas mirándolo. Hay
mucho espacio entre nosotros―. Tuvimos una larga conversación.
Teníamos que decidir cosas muy importantes.
―¿Y qué has decidido? ―pregunto, con el corazón latiéndome en el
pecho.
No responde. En lugar de eso, empieza a hablar de otra cosa.
―¿Sabes que te has colado en mi vida? Literalmente, te estrellaste
contra mí aquel día en la fiesta de tus padres y nada ha vuelto a ser lo
mismo desde entonces. Odio lo mucho que ha cambiado. Antes la vida
era tan fácil. Sabía lo que quería y me sentía satisfecho. Puede que no
fuera feliz, pero al menos podía vivir cada día sin esta sensación dolorosa
en el pecho que tengo cada vez que te miro.
Lanzo una exhalación
―Siento haberte lastimado tanto.
―Déjame terminar. ―Me fulmina con la mirada―. ¿Quieres saber qué
es ese dolor? Lo siento cada vez que te miro. Lo siento cada vez que te
veo sonreír, cada mirada, cada aliento, cada beso. Está incrustado en mi
corazón, el modo en que me haces sentir. Me vuelve jodidamente loco.
No me has lastimado, Tori. Porque ese dolor, es un recordatorio que aún
sigo vivo. Me haces sentir jodidamente vivo.
Entonces me mira, sus ojos brillan con tanta emoción que me deja sin
aliento.
―Una vez te dije que soy hielo y que tú estabas haciendo que me
descongelara. Te dije que tuvieras paciencia. Pues enhorabuena, mi amore.
Porque ya no me siento como el jodido hielo. Me has hecho añicos. Me he
derretido completamente. Sin embargo, nos has condenado a ambos en el
proceso. Mi corazón, mi alma, todo mi ser te pertenece ahora. Porque
jodidamente te amo. ¿Me entiendes, Astoria? Te amo.
Juro que he dejado de respirar. Lo único que puedo hacer es mirar
fijamente a Carlo y preguntarme si esas palabras han salido realmente de
sus labios.
―¿Podrías decir algo, por favor? Estoy perdiendo la cabeza ―murmura.
―Y qué hay de... ya sabes, matar. ―Le pregunto, con la voz teñida de
preocupación.
Me mira a los ojos y me tranquiliza.
―Prometo discernir mejor cuando se trate de eso.
Le dirijo una mirada escéptica.
―Bien, seamos claros, un poco menos no sirve ―replico.
Suelta una risita
―Bien, ¿qué tal si prometo reducirlo significativamente? ¿O te llamo y
hablamos de cada asesinato antes de apretar el gatillo? ―Sugiere.
―¿Qué? No. Por favor, no hagas eso. ¿Por qué no puedes llamar a la
policía cuando las cosas se tuercen, como la gente normal? No todas las
transgresiones merecen una sentencia de muerte ―sugiero.
Levanta una ceja, con una pizca de sarcasmo en el tono.
―Oh, pues claro. 'Oiga, agente, este tipo me debe 20.000 dólares de
unos negocios ilícitos de por aquí'. Seguro que funcionaría.
No puedo evitar reírme ante lo absurdo de la idea.
―Bien, de acuerdo, entiendo lo que quieres decir. Pero sigue sin ser
suficiente.
―Bien, hablaré con Christian para ver si podemos externalizar
nuestra... resolución de problemas.
Mis ojos se abren de par en par.
―¿Qué?
Se ríe y pone una mano sobre la mía, su tono ahora es serio.
―Es broma, amor. Estoy de broma. Quiero que te sientas segura
conmigo. Lo solucionaremos, ¿vale? Te lo prometo.
―¿De acuerdo? ―pregunta.
No hablo. En lugar de eso, me subo a su regazo, con cuidado de evitar
sus heridas. Le rodeo el cuello con los brazos y le miro fijamente a los
ojos.
―Yo también te amo ―susurro, diciendo las palabras por primera vez.
Mi corazón se dispara y, cuando Carlo sonríe, siento que me ahogo.
Entonces le beso. Como si él fuera el aire que necesito para sobrevivir.
Me devuelve el beso, clavándose en mi corazón y en mi alma. Los
momentos siguientes transcurren con ambos intentando quitarnos la ropa
a toda prisa. Cuando se quita la camisa, miro el vendaje que tiene en el
estómago y mordisqueo mi labio inferior.
―No creo que debamos acostarnos ―le digo―. Estás herido.
―No hay forma alguna que me impidas introducirme en tu interior
―murmura Carlo al tiempo que alarga la mano y pellizca mi pezón.
Me rio, apartándome.
―Bien, de acuerdo. Pero primero...
Mis manos se deslizan hasta su dura polla. Antes que pueda
detenerme, rodeo toda su longitud con las manos, un puño sobre el otro,
bombeando con fuerza y arrastrando la piel de un lado a otro. De vez en
cuando paso el pulgar por la punta para recoger el semen que sale de ella.
Carlo respira agitadamente, inmóvil como una piedra. Sonrío dulcemente
antes de arrodillarme en la cama.
―¿Quieres que la chupe, cariño? ―pregunto con una sonrisa burlona,
sin dejar de mover las manos arriba y abajo.
Asiente con un movimiento de cabeza entornando los ojos cuando
cierro la boca sobre su polla. Es demasiado grande y me intimida, así que
me conformo con lamerlo despacio antes de intentar tragarlo. Al final
consigo llevármela hasta el fondo y permanezco allí un minuto, con los
labios bien abiertos contra la base de su pene.
Carlo suelta una palabrota, enredando sus manos en mi cabello. Me
acomodo a su ritmo, lamiendo y chupando hasta que noto que sus
músculos se tensan.
―Joder, Tori ―gruñe Carlo cuando chupo suavemente la cabeza antes
de deslizarlo de nuevo hasta el fondo de mi garganta.
De las comisuras de mi boca atiborrada se escapa baba, resbalando por
mi barbilla, pero no me detengo. Nunca me ha gustado hacer mamadas,
simplemente porque los hombres con los que he estado en el pasado me
lo han hecho sentir como una obligación. Pero Carlo nunca me lo ha
pedido. Y ahora mismo, arrodillada ante él, solo siento un inmenso placer
por el poder que ejerzo sobre él.
―Eso es, cariño. Toma cada puto centímetro. Justo así ―me alaba Carlo.
Vuelvo a tragármelo y me dan arcadas cuando empuja contra mi
garganta. Entonces Carlo me detiene. Me agarra del brazo y tira de mí
hasta colocarme en su regazo.
―Quiero correrme con mi polla en tu coño, dolcezza.
Parpadeo, aun intentando inhalar todo el aire posible. Me limpia parte
de la humedad de la boca antes de arrancarme las bragas. Gimo.
―Carlo, te juro que si rompes otra de estas...
―Te compraré todas las que quieras, joder, con tal de montarme ahora
mismo. Quiero sentir tu coño apretándome fuerte. Justo para lo que fue
creado.
Sus palabras van directas a mi coño y el deseo se agolpa entre mis
piernas. Me levanto antes de hundirme lentamente sobre él, jadeando y
tomando cada centímetro de él. Permanezco así varios segundos. Ambos
nos miramos fijamente, sintiendo un placer alucinante.
Las manos de Carlo están en mi culo.
―Muévete ―me ordena.
No lo hago. Me desplazo con él aún dentro de mí y él me agarra el
culo, manteniéndome en mi sitio. Sonrío ante su torturada expresión.
―Juro por Dios, mi amore, que si no te mueves jodidamente ahora
mismo…
―Vale, vale ―murmuro antes de levantarme y volver a hundirme
lentamente sobre él.
Me deja marcar el ritmo. Siento la mordedura de sus dedos en mi culo,
empujándome hacia abajo con cada embestida hacia delante. Aprieto los
muslos en torno a él, sintiendo su polla palpitar dentro de mí. Cuando me
deslizo sobre él, una expresión salvaje se dibuja en su rostro y es evidente
que Carlo no me permite tener el control. Su mano se aprieta contra mi
culo, impulsándose hacia arriba, penetrándome una y otra vez hasta que
soy un desastre tembloroso y sin sentido.
Sus dedos encuentran mi clítoris, acariciándolo y provocándome hasta
que exploto como un cohete, temblando tan fuerte que apenas puedo
mantenerme encima de él. Me estrecha contra su pecho y continúa
penetrándome hasta que es él quien se estremece. Se corre con un suave
jadeo.
Ambos permanecemos inmóviles durante varios minutos, la habitación
en silencio salvo por nuestros jadeos. Cuando recupero la compostura,
me aparto, mirándole a los ojos.
―Quiero hacerlo para siempre. Quiero estar contigo para siempre
―digo en voz baja.
Entonces dice las palabras que quería oír desde que abrí los ojos y lo vi
en la habitación.
―Te elijo a ti, Tori. Siempre te elegiré ―promete.
Una lágrima resbala por mi mejilla al oírlo. Aún nos queda mucho
camino por recorrer, a ambos. Pero no tengo ninguna duda que al final
saldrá bien. Porque yo soy suya y él es mío. Estamos hechos el uno para
el otro. En el momento en que choqué con él, nuestros destinos quedaron
sellados.
Y no se puede ir contra el destino.
―Te amo. Tanto, Carlo.
Desliza una mano por mi cabello.
―Lo sé, dolcezza.
―¿Qué vamos a hacer con nuestro contrato? ―pregunto yo.
Responde con una sonrisa confiada.
―No te preocupes, lo sustituiré por otro.
Sus palabras pasan a un segundo plano cuando sus labios se
encuentran con los míos, haciéndome olvidar momentáneamente mi
contrato con el jefe de la mafia.

Carlo
UN AÑO DESPUÉS

Los bancos de la iglesia están abarrotados de familiares, amigos y


conocidos. Estoy de pie ante el altar con Topher, Christian y Khalil a mi
lado, y estoy nerviosísimo. Capto los ojos de mi madre. Está sentada
delante. Me dedica una sonrisa alentadora y me lanza un beso.
Entonces empieza la música y se abren las puertas de la iglesia. Mi
novia se desliza dentro del brazo de su padre. Parece un sueño hecho
realidad. Cuando ella y su padre llegan, extiendo la mano y Salvador
coloca la suya en la mía. Luego se agarra a mi hombro y me sonríe.
Hemos recorrido un largo camino. Hizo que sus hombres me dieran
una paliza, le pedí a Khalil ayuda para joder su empresa en venganza,
pero al final, hemos arreglado nuestras diferencias. Todas esas pequeñas
cosas que han permitido que el día de hoy sea posible.
La ayudo a subir al estrado, apretando sus manos. Me sonríe, sus ojos
brillantes y felices.
―Eres lo mejor que me ha pasado nunca, Astoria D'Angelo ―le digo en
voz baja.
Ella suelta una risita.
―Oye, sigo siendo una Bianchi. Aún no ha terminado.
―Te convertiste en una D'Angelo el día que me enamoré de ti ―le digo.
Ella suelta un dulce suspiro de conformidad.
Una parte de mí casi no puede creer que estemos aquí. Comienza la
ceremonia y, de algún modo, consigo decir las palabras adecuadas en los
momentos oportunos. Cuando tenemos que intercambiar los anillos,
Daniel se adelanta, sosteniéndolos en sus pequeñas manos. Está guapo
con su esmoquin. Desempeña su papel a la perfección y le guiño un ojo,
volviendo a sentarse junto a su madre.
Tori y yo intercambiamos nuestros anillos y el obispo nos declara
marido y mujer.
―Ya puedes besar a la novia.
Es todo lo que necesito oír. Le levanto el velo antes de rodearle la
cintura con los brazos y atraerla hacia mí. Se adapta tan bien a mí. Por eso
sé que está hecha para mí. Nos besamos y estallan los vítores en la iglesia.
Seguimos besándonos hasta que los vítores se convierten en silbidos y
abucheos. Entonces el obispo se aclara la garganta y nos separamos. El
corazón se me acelera en el pecho.
Tori se inclina más para susurrarme al oído.
―Ahora soy una D'Angelo oficial.
En la recepción, compartimos nuestro primer baile y cortamos la tarta,
todas las aburridas cosas tradicionales de las bodas. Solo puedo pensar en
tenerla para mí solo, pero antes tenemos que atravesar el mar de
familiares y simpatizantes.
Nora Meccano se adelanta en un momento dado, inclinándose para
abrazar a Astoria. Hablamos con ella unos días después de los
acontecimientos que se desencadenaron por su traición. Vino sola, con los
ojos llorosos y pidiendo disculpas. Tori la perdonó, por supuesto. Porque
mi chica tiene el corazón demasiado grande, y a veces pienso que es
demasiado buena para los demás.
―Enhorabuena, Tori. Me alegro mucho por ti ―dice Nora.
Tori sonríe.
―Gracias.
―Y enhorabuena, Carlo ―me dice, con expresión inquieta.
Me limito a asentir. Nora se aleja. Tori me da una palmada en el brazo
en cuanto lo hace.
―Oh, Sra. D'Angelo. Mantén la violencia al mínimo ―le digo, incapaz
de contener la sonrisa en mi voz.
Ella pone los ojos en blanco.
―Sé amable.
―Siempre soy amable ―digo guiñando un ojo.
Resopla, pero se distrae rápidamente cuando alguien la llama por su
nombre.
Más tarde, mis hermanos me llevan a tomar una copa. Topher me
rodea con un brazo.
―No puedo creer que estemos aquí. Tengo que ser sincero, Lo, una
parte de mí pensaba que morirías soltero y solo.
―Bonito, Toph. Muy bonito.
―Lo que quiere decir es que estamos orgullosos de ti, hermano mayor
―dice Christian, con una gran sonrisa en la cara.
―Sí ―dice Toph, dándome un pulgar hacia arriba―. Lo has hecho bien
para ser un caballero negro.
Pongo los ojos en blanco. Nunca habría imaginado hace unos años que
estaríamos todos aquí, felices juntos y con nuestras propias familias. Pero
lo conseguimos. Lo conseguimos, y sé a ciencia cierta que nuestro viejo
sería feliz, dondequiera que esté.
Permanezco con mis hermanos unos segundos más antes que Tori me
llame. Me besa suavemente y sonrío. Creo que me maravillaré todos los
días porque sea mía.
Nos elegimos el uno al otro. Y seguiremos haciéndolo el resto de
nuestras vidas.
―Cariño, ¿podrías hacerme el favor de acompañarme a mi asiento? De
repente me siento un poco mareada ―solicita Tori.
―¿Estás mareada? ¿Estás bien? ―pregunto, con evidente preocupación
en mi voz.
Me tranquiliza con una sonrisa.
―Sí, es que no he comido nada y eso me está afectando. No me pasará
nada.
―Está bien ―le digo, cogiéndole de la mano, dirigiéndonos a nuestra
mesa.
Cuando nos acercamos a nuestros asientos, Tori se inclina y me susurra
al oído.
―Tengo algo que decirte ―me dice, sus ojos brillantes de emoción.
Me inclino para oírla mejor y suelta la bomba.
―Estoy embarazada.
Sobre la Autora

Únete a mi viaje
Oh, amor. Qué dulce y reconfortante eres. Lleno de alegría y risas, y
una calma que solo tú puedes proporcionar. Pero espera, ¿es dolor lo que
siento? ¿Cómo puede el amor producir dolor, decepción, vergüenza e
incluso miedo? Acompáñame a explorar la vida amorosa de los muchos
personajes memorables de mis libros. Puede que aún no los conozcas,
pero representan el amor en las muchas formas en que lo conocemos... y
en las muchas formas en que lo tememos.
Te ofrezco amor en todos mis libros para que puedas disfrutar de un
romance sincero o simplemente de una buena lectura tórrida. Quiero
decir, ¿qué es el amor sin un poco de pasión?
Soy esposa y mami de unos cuantos pequeños tesoros increíbles, pero
cuando no estoy con mis deberes de esposa y mami (que no es a
menudo), disfruto escribiendo para vosotros.
Me encantan los animales, pero no tengo mascotas. Solo alfas... y son
exigentes. Cada mes intentaré presentaros a uno de ellos. Elige uno o
elígelos a todos, no te lo diré.
Créditos
Traducción, Diseño y Diagramación

Corrección

La 99

You might also like