Ashlie Silas: D'Angelo Brothers 03 Contract With The - Mafia - Boss
Ashlie Silas: D'Angelo Brothers 03 Contract With The - Mafia - Boss
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, por lo cual no conlleva
remuneración alguna. Es una traducción hecha exclusivamente para fans.
Cada proyecto se realiza con el fin de complacer al lector dando a conocer
al autor y animando a adquirir sus libros. Por favor comparte en privado
y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a solicitar las traducciones
de fans. Preserva y cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
Sinopsis
Carlo
Puedo decirte cuántos disparos harán falta antes de vaciar la recámara
de un proyectil. Puedo decirte con precisión dónde disparar si quieres
matar a alguien, mutilarlo o simplemente rozarlo. Puedo decirte cómo
provocar los gritos más fuertes cuando se tortura a una persona.
Lo que no puedo decirte es qué se siente al amar a alguien. Lo que no
puedo decirte es qué se siente al estar vivo.
Tori
―Dime cuando te duela, pequeña ―le digo dulcemente, colocando mis
manos enfundadas en guantes sobre su estómago.
La niña que tengo delante tiene nueve años. Tiene el bajo vientre
ligeramente hinchado y se estremece cuando la presiono ligeramente.
―Ah ―grita bajito, con los ojos verdes llenos de lágrimas.
―Está bien, cariño. Haré todo lo posible para que te sientas mejor.
¿Cómo te llamas? ―pregunto. Presiono otras zonas de su vientre, pero
parece que los dolores solo se limitan a la parte hinchada de su abdomen.
―Sarah ―responde ella.
―Bien, Sarah. Solo voy a hacer algunas preguntas a papi y mami y a
hacerte un par de pruebas. Después, sabré cómo ayudarte para que te
sientas mejor, ¿vale?
―¿Me lo prometes?
Se me aprieta el corazón al mirarla. Me acerco a ella para alisarle un
poco el cabello castaño.
Sonríe cuando le guiño un ojo. Me pongo en pie y me alejo de la cama
del hospital para hablar con sus preocupados padres.
―¿Cuánto tiempo lleva con dolores?
―Unos días ―responde la madre. Veo claramente el miedo en sus ojos,
tan parecidos a los de su hija―. Se quejó un poco del estómago cuando
llegó del colegio y no le di mucha importancia. Le di un poco de
ibuprofeno y el dolor desapareció. Luego, tres días después, noté la
hinchazón. La llevé a una clínica y le recetaron algunos medicamentos.
Pensé que mejoraría, pero entonces…
La madre hace una pausa, demasiado alterada para continuar.
―Estaba teniendo problemas para ir al baño y noté un poco de sangre
en sus heces. Creo que no le había pasado antes. Le pregunté y me dijo
que no, pero después no pude dormir nada. Y el dolor empeoró durante
la noche. Que fue cuando la trajimos aquí ―termina su padre, con voz
dura y firme.
Asiento, mordiéndome el lateral del labio mientras intento comprender
a qué me enfrento.
―¿Algún otro síntoma que deba conocer?
―Incomodidad estomacal y pérdida de apetito ―responde su madre―.
No ha comido bien.
―¿Vómitos? ―pregunto.
La mujer sacude la cabeza.
―Ha ido varias veces al orinal y estaba muy incómoda cuando lo hacía.
―¿Come mucha comida grasienta?
Los padres intercambian miradas, abriendo mucho los ojos. Su madre
me hace un gesto brusco con la cabeza.
―Tenemos un restaurante de comida rápida.
―Entendido.
―¿Qué le pasa? ―pregunta bruscamente el padre.
―No puedo decirlo por ahora, Sr. Kale. Tendremos que hacer algunas
pruebas para obtener un diagnóstico adecuado, pero ¿se te ocurre algo
más que pueda ayudar?
Sacuden la cabeza.
―Bien. Voy a ponerme a hacer esas pruebas para que podamos ver qué
sucede. Mientras tanto, pediré a las enfermeras que le den algún
medicamento para el dolor. ...
―Pero tienes tus sospechas. Puedes adivinar lo que está pasando. Has
visto algo así antes, ¿verdad? ―presiona.
―Odiaría darte un diagnóstico sin un examen adecuado y pruebas en
las que basarme. Especialmente porque ya habéis estado en una clínica
por este mismo problema. Sé que estáis preocupados por vuestra hijita, y
haré todo lo que esté en mi mano para tranquilizaros, pero por ahora lo
único que puedo pediros es que tengáis paciencia hasta que tengamos los
resultados de las pruebas.
Me doy cuenta que quiere seguir discutiendo, pero entonces suelta un
suspiro. Él y su mujer se colocan junto a la cama del hospital. Una de las
enfermeras se acerca a mí.
―400 miligramos de paracetamol y poner en marcha una vía
intravenosa ―le informo.
―Entendido, Doc. ¿Llamo al doctor Shatt?
―No, podemos llamarle después de hacer un análisis de sangre.
―Muy bien.
Ordeno una batería de pruebas, incluidos análisis de sangre,
diagnóstico por imagen y una ecografía. Sarah se muestra valiente en
todo momento, aferrándose a las manos de sus padres mientras
procedemos a las exploraciones.
Mientras el equipo trabaja en ello, me dirijo a recepción para rellenar
unos papeles. Treinta minutos después, tengo los resultados de las
pruebas. Les echo un vistazo y suelto un suspiro. En lugar de llamar a mi
supervisor directo, me dirijo a la cuarta planta, donde está su despacho.
Tras llamar rápidamente a la puerta, entro.
―¿Doctor Shatt? ―le digo, acercándome a su mesa.
El hombre de mediana edad levanta la cabeza para mirarme. Asiente
una vez.
―¿Qué necesitas, Bianchi?
Coloco los resultados delante de él.
―Una niña de nueve años vino con el abdomen hinchado.
―¿Síntomas? ―pregunta, mirando los resultados.
Le cuento todo lo que me dijeron los padres. Frunce el ceño.
―No es lo que creo que es, ¿verdad?
Su expresión es sombría mientras dice.
―Si lo que estás pensando es en un cáncer gástrico, entonces sí, creo
que es exactamente eso.
Mi corazón se encoge.
―Mierda.
El Dr. Shatt enarca una ceja al oír mi lenguaje. Es el jefe del
departamento de pediatría, formado por mí, un residente de segundo año
y un médico adjunto. A veces me pregunto por qué decidió dedicarse a la
pediatría, ya que puede ser un poco brusco, pero es un buen hombre y he
visto lo bien que trata a los niños. También es un gran médico, y si ahora
mismo está confirmando mi diagnóstico, entonces no podré cumplir mi
promesa a esa niña.
―Deberías informar a sus padres para que podamos empezar a tratarla
―me dice Shatt, entregándome los resultados.
Vacilo.
―¿Podrías hablar con ellos? Tú tienes mucha más... experiencia.
Me lanza una mirada poco divertida.
―Ya hemos tenido esta conversación antes, Bianchi. Dar malas noticias
forma parte del trabajo.
Me muerdo el lateral del labio, resistiendo el impulso de morderme las
uñas. Estoy nerviosa. No puedo pensar en otra cosa que en las caras de
los padres de la niña cuando les diga que su hija tiene un maldito cáncer.
Me imagino cómo se les apagará la luz de sus rostros. Lo destrozados que
estarán.
―Por favor, señor. Tú lo explicarías mucho mejor que yo.
―La respuesta es no, doctora Bianchi. Eres una mujer adulta y madura.
Suspiro, con un argumento ya preparado, listo para empezar. Pero
entonces me lanza esa mirada, la que me reta a cuestionarle, y cierro la
boca. No tengo más opción que ir a dar la noticia a la familia. Cuyas vidas
están a punto de cambiar para siempre.
Tras dar la mala noticia a los Kale, me pongo manos a la obra para
tratar a la niña. El cáncer gástrico, o cáncer de estómago, es un tipo de
cáncer que se desarrolla en el revestimiento del estómago. Este cáncer
puede aparecer en varias partes del estómago y puede extenderse a otros
órganos si no se detecta y trata a tiempo. Por suerte, su cáncer está en las
primeras fases, así que podremos tratarla y podrá volver a su vida
normal. Tras iniciar los tratamientos para ella, termino mis rondas antes
de volver a casa.
Carlo
Todos nuestros planes se han ido a la mierda, y todo gracias a mi
hermano menor y a su mujer.
Aprieto los dientes al observar a todos los que están sentados en la
parte trasera de la limusina. Se suponía que esta fiesta era para hacer
negocios, no un acontecimiento familiar, pero hace treinta minutos hemos
dejado a mis sobrinos en casa de su abuela. Topher y su mujer, de repente
con la agenda libre, optaron por seguirnos, así que todos nos apiñamos en
la limusina.
Nos invitaron a todos a la fiesta, pero me incomoda que más de la
mitad de mi familia vaya al mismo sitio. No hicimos planes para
protegernos.
―Oh, cálmate, Lo ―murmura Toph, lanzándome la sonrisa traviesa que
nunca se aleja demasiado de su cara.
―No me hables ―le digo, con la mandíbula apretada.
―¿Te molesta que ahora seas la quinta rueda? ¿Es eso?
Te juro que quiero a mi hermano pequeño, pero a veces me pregunto
hasta qué punto sería capaz de hacer comentarios burlones si le
atravesara la mandíbula con el puño.
Debe ver algo amenazador en mi expresión, porque se le escapa la
sonrisa. Topher se vuelve hacia nuestro otro hermano, que está
susurrando algo en voz baja al oído de su mujer.
―¿Por qué está tan enfadado? ―pregunta con un mohín, señalándome.
Christian levanta la vista. No parece tan disgustado como yo con
nuestros nuevos rezagados.
―¿Porque os coláis en la fiesta? ―dice Christian como una pregunta.
―Pero es una fiesta Bianchi ―señala Toph―. He estado en más de esas
que todos los de este coche juntos. Salvador me quiere.
Eso me anima y arqueo una ceja.
Daniella es la que expresa lo que estoy pensando.
―¿Lo hace?
Toph asiente.
―Sí. Además, Kat también se ha reunido con él un par de veces. Es
muy amigo del padre de Jameson.
En el Upper East Side, todo el mundo está conectado con todo el
mundo, pero puede que la presencia de Topher y su mujer no sea tan
molesta como pensaba. Me vuelvo hacia mi cuñada y le lanzo una
sonrisa.
―¿Cómo de bien conoces a los Bianchi? ―le pregunto.
Katherine, que en ese momento está en el regazo de Topher, hace una
pausa para considerar la pregunta.
―Su hija fue a mi instituto, aunque era unos años mayor que yo y
apenas hablábamos. Pero Toph tiene razón, he conocido a Salvador. Le
caigo bien.
―Al viejo le cae bien todo el mundo ―afirma Christian―. Necesitamos
que nos haga un favor y está resultando difícil.
Topher frunce el ceño.
―Espera, ¿asistes a esta fiesta para tener una reunión de negocios?
No puedo evitar una mueca autocomplaciente.
―Ahora no te apetece tanto colarte, ¿verdad?
Suspira. ―¿Es demasiado tarde para pedirte que nos dejes en algún
club?
Katherine le da una palmada en el pecho.
―No me voy de fiesta. No seas pesado. ―Se vuelve hacia mí―. ¿En qué
necesitas ayuda?
―Puede que seas mi cuñada favorita, Kat ―le digo, sonriendo.
―¡Oye! ―dice Daniella, molesta.
―Ya llegará tu hora, Dany.
Resopla, inclinándose aún más sobre el regazo de Christian.
―Bien, gente. Nuestra misión hoy es convencer a un hombre muy
testarudo que nos venda un edificio ―anuncio.
Topher resopla.
―¿Haces todo esto por un edificio?
―Cállate, fratello ―afirma Christian, con un deje en la voz, y Topher se
calla felizmente.
―Subid todos, vuestro encanto.
Daniella sonríe.
―Lo dices como si tú o Christian tuvierais algún encanto.
Dejo escapar un suspiro. Quiero a mi familia, pero ahora me planteo si
esta noche será aún más dura con su presencia.
Christian se da cuenta que me estoy frustrando.
―Necesitamos que esta noche salga bien ―me dice con firmeza.
―Pase lo que pase, no nos iremos de ese partido hasta que Bianchi
acepte vendernos.
Nuestro plan fracasa. Llegamos a la fiesta ante las miradas
sorprendidas del resto de invitados, que nunca antes habían visto a tantos
D'Angelo reunidos en un acto de sociedad. Salvo los que organizamos
nosotros, claro.
Las mujeres se pusieron rápidamente a socializar mientras mis
hermanos y yo vigilábamos a Bianchi. Cuando finalmente se acercó a
nosotros, estaba extasiado, incluso abrazó a Daniella y a Katherine y las
felicitó por unirse a nuestra familia. Las cosas se torcieron rápidamente
cuando Topher mencionó sin tacto el edificio.
Nunca ha tenido afinidad con los negocios, pero a veces puede ser un
auténtico idiota. Bianchi se calló y se fue, diciéndonos que disfrutáramos
de la velada. Ahora, estoy irritado delante del bar y me pregunto cómo
podremos convencerle para que venda.
―Tranquilízate, Carlo ―dice Katherine a mi lado.
―Tu marido es idiota ―replico, lo que hace que ella sonría.
―Lo sé.
Se casaron hace poco más de un año, tras el nacimiento de su hijito.
Tuvieron que superar muchos problemas para conseguirlo, sobre todo la
desaprobación de los padres de ella.
Katherine permanece callada a mi lado y observamos a Topher hablar
con algunos de los invitados y, Dany y Christian bailan en medio de la
sala. Puede que bromeara al decir que Katherine es mi cuñada favorita,
pero sin duda es con la que me siento más cómoda. Puede que
tuviéramos un comienzo difícil, pero hemos recorrido un largo camino. Y
me alegro que mi hermano cuente con ella. Es estupenda para mantenerlo
con los pies en la tierra.
―¿Qué vamos a hacer con el edificio? ―pregunta Katherine.
―A menos que me convierta de algún modo en su yerno ―le digo,
señalando a Bianchi. Está conversando con una pareja de ancianos.
Cuando suelta una carcajada, resuena por toda la sala a pesar de la suave
música del cuarteto de cuerda―. Sinceramente, no tengo ni idea.
Capítulo 3
Tori
Miro el móvil y veo cinco llamadas perdidas de mi padre y varios
mensajes de mi madre preguntándome dónde estoy. Respondo
rápidamente a mi madre diciéndole que ya estoy aquí. Llevo treinta
minutos, en mi precioso y flamante coche, con el miedo trepando
lentamente por mis venas.
Es muy probable que acabe la noche prometida a Dante Marino.
No es que no haya intentado encontrar novio. Dejando a un lado la
grave falta de amigos varones dispuestos a fingir una relación conmigo,
también intenté ponerme en contacto con algunas agencias que se ocupan
de asuntos como este, pero decidí no hacerlo en el último momento. Mi
padre tiene un detective privado en marcación rápida. Al final de la
noche, lo sabría todo sobre ese hombre, incluida su ocupación, y yo
estaría jodida. Lo único que desprecian mis padres es que les mienta.
Por un segundo, pensé en cómo reaccionarían si me presentara con una
de mis amigas. Pero lo último que creerían mis padres es que soy gay.
Suspiro, apoyando la cabeza en el volante. Esto es total y absolutamente
infructuoso. Tengo que entrar y dar la cara.
La fiesta ya está en pleno apogeo. Llego dos horas tarde y estoy segura
que mi madre está que echa humo. Veo a los dos en el centro de la sala y
me alejo de allí, dirigiéndome a la barra. Pido tres chupitos de tequila. El
camarero me mira con extrañeza, y yo arqueo una ceja en respuesta. Unos
segundos después me pone las bebidas delante.
No dudo en beber un chupito tras otro. Cuando acabo, siento una
presencia a mi espalda.
―Tranquila, amor ―se ríe alguien.
Me giro y me encuentro cara a cara con Dante Marino. Por supuesto.
Me ofrece una pequeña sonrisa, colocándose a mi lado.
―Hola, Dante ―murmuro.
―Hola, preciosa. Estás increíble.
―Gracias ―le digo, mirando el vestido magenta de Armani.
Fue lo primero que vi en mi armario. Me lo puse y me maquillé
mínimamente antes de venir hacia aquí. Pero por la forma en que Dante
me mira, cualquiera diría que estoy tan maquillada como una modelo de
Victoria's Secret. Es halagador, pero me incomoda su presencia.
Solo confirma que mi padre tiene toda la intención de seguir adelante
con un matrimonio si no aparezco con novio. Lo cual me sienta como un
puñetazo en el estómago.
No es que Dante sea horrible ni nada parecido. Es bastante apuesto.
Piel bronceada, ojos verdes, y si tuviera que adivinar su estatura, diría
que mide al menos, metro ochenta y cinco. En otro mundo, estaría
encantada de casarme con él. Pero no quiero casarme por las razones
equivocadas. Y aunque Dante se comporte como un caballero, hay algo
en él que no me gusta. Sencillamente, no sé qué. Por lo demás, no estoy
preparada realmente para comprometerme con otra persona, ni en
matrimonio ni en una relación.
―¿Qué tal Londres? ―le pregunto al millonario de cabello oscuro.
Esboza una sonrisa al recordar su viaje de dos años por Europa. Había
estado gestionando algunas filiales de su familia, pero también fueron
una especie de vacaciones para él.
―Eso suena estupendo ―le digo cuando me habla de nadar con
delfines y de su visita a Escocia. Los chupitos de tequila finalmente me
han afectado y, antes de contenerme, le hago una pregunta que jamás
debería salir de mis labios―. Solo por curiosidad, ¿qué trato estáis
negociando mi padre y tú?
Parece sorprendido y sé que debería mantener la boca cerrada, pero las
palabras salen disparadas.
―Es decir, tiene que haber algo. De lo contrario, nunca habría sugerido
un matrimonio.
Dante parece ligeramente divertido, y un rubor empieza a subir por
mis mejillas. Tengo cero filtro cuando estoy borracha.
―Eso es algo que nos corresponde saber a tu padre y a mí, preciosa.
Pero me alegra saber que estás pensando seriamente en nuestro futuro
―me dice, con una sonrisita nada agradable en su rostro.
―No estoy considerando seriamente nada ―afirmo.
Arquea una ceja confiado.
―Oh, ¿en serio?
Mi mirada se desvía hacia mis padres, que nos observan a ambos con
sonrisas complacidas. Siento un nudo en el corazón.
―Necesito ir al baño.
No espero su respuesta antes de alejarme de la barra. Varias personas
intentan pararme para hablar, pero las ignoro a todas en favor de aliviar
la presión que se cierne sobre mi pecho. No tengo ni idea cómo detener
este matrimonio, pero no puedo estar con ese tío.
Las cosas empeoran cuando noto que mi madre se acerca.
―Astoria ―llama.
―Oh, mierda ―murmuro, saliendo a toda prisa del salón de baile.
No miro por dónde voy y, antes de darme cuenta, choco contra el
pecho duro como una roca de alguien. Quienquiera que sea jura
coloridamente antes de agarrarme por la cintura y sujetarme. Trago saliva
y alzo lentamente la vista para encontrarme con unos ojos de un color
café oscuro. Todo se detiene cuando lo contemplo fijamente. No sé cuánto
tiempo pasa: unos segundos, un minuto. Parece que no ha transcurrido
mucho tiempo antes de retirar los brazos que me rodeaban.
Me tambaleo un poco antes de encontrar el equilibrio.
Maleducado. Pero entonces vuelvo a fijarme en su rostro. Su dura
expresión, el tic de los músculos de su mandíbula. Y cómo la manifiesta
irritación no empaña su bello rostro. Parpadeo una, dos veces.
―Mira por dónde vas ―suelta.
―Una colisión así requiere dos personas, genio ―replico
instintivamente.
Sus ojos se entrecierran. Vuelvo a mirarle a la cara, preguntándome por
qué me resulta tan familiar. De acuerdo, no puedo conocer a todos los
asistentes a la fiesta, pero hay algo en él…
―¡Astoria! ―vuelve a llamar mi madre y me giro para mirarla.
Me rio nerviosamente, tambaleándome un poco sobre mis pies. Caray,
ese tequila me ha hecho afecto.
―Hola, mamá ―saludo, un poco aliviada que mi padre no la siguiera
fuera.
Los ojos de mi madre estudian mi rostro durante un minuto antes de
dirigirse al hombre situado detrás de mí. Siento su presencia como una
prensa alrededor de mi corazón.
―Señora Bianchi ―dice fríamente.
Mis ojos se dilatan y me giro ligeramente para lanzarle una mirada
confusa. ¿De qué narices conoce a mi madre?
―Carlo ―murmura mi madre.
¿Ella también le conoce?
Ahora me está mirando con una expresión extraña en su rostro. Una
que descifro demasiado tarde.
―Astoria, ¿Carlo es el hombre que querías que conociéramos?
―pregunta ella.
Su expresión es parte preocupación, parte excitación y sorpresa. Pasan
varios milisegundos y sigo mirándola, sin comprender. El hombre que
está detrás de mí no dice una palabra. Entonces caigo en la cuenta como
una flecha sobre el estómago y comprendo finalmente lo que me está
preguntando. Me quedo con la boca abierta intentando encontrar una
respuesta a su pregunta.
Mamá espera pacientemente mientras mi cerebro amenaza con
autoinflamarse.
―¿Astoria?
Una vez más, culpo al alcohol de la respuesta que sale de mis labios.
―¡Sí!
Vuelvo a inclinarme hacia el hombre y parpadeo rápidamente,
tratando de conferirle sin palabras una súplica para que me siga la
corriente. Su expresión es a la vez curiosa y contrariada. Rápidamente se
convierte en confusión cuando le pongo la mano alrededor del brazo.
―Mamá, este es mi novio. Carlo ―anuncio con toda la chulería de la
que soy capaz.
Internamente, me estremezco y me maldigo. De todas las tonterías que
he hecho, esta se lleva la palma. El hombre, por su parte, no retira
inmediatamente el brazo, pero se tensa y, por el rabillo del ojo, veo la
mirada aguda que me lanza. No busco su mirada, me limito a mirar a mi
madre, cuya expresión es de completa sorpresa.
―¿Sales con Carlo D'Angelo? ―pregunta ella, con una nota de asombro
en su voz.
Mis ojos se agrandan y finalmente lo miro. Por eso me resultaba tan
familiar. ¿Es un D'Angelo?
A la mierda mi vida.
No sé mucho sobre la familia, pero lo que sí sé es que son peligrosos y
están muy familiarizados con una vida criminal. Ahora lucho contra el
impulso de soltar mi mano de su brazo. El ritmo de mi corazón se acelera
cuando mi mente finalmente se da cuenta de la realidad de mi situación.
Ahora recuerdo a Carlo. No es la persona más popular de su familia,
pero sin duda es la más infame. Me han llegado muchos rumores. De
todas las personas que podría haber elegido como falso novio.
―Sí, madre ―respondo, pese a que nada me gustaría más que
desmentir rápidamente y salir corriendo muy, muy lejos―. Estoy saliendo
con Carlo. ¿Te sorprende? ―Ofrezco débilmente.
No sonríe. Se limita a mirar a Carlo.
―¿Cómo os conocisteis? ¿Por qué no lo mencionaste cuando hablabas
antes con Salvador? ¿Por qué tantos secretos? ―pregunta ella,
aparentemente ofendida.
Abro la boca para contestar, pero se me adelanta.
―Lo siento mucho, señora Bianchi. Tu hija y yo queríamos mantener
nuestra relación en secreto durante un tiempo. Ya sabes cómo son las
cosas en nuestros círculos ―dice. No hay ni una pizca de engaño en su
voz. Incluso consigue sonar sincero.
¿Me sigue la corriente? Inclino la cabeza para interpretar la expresión de
su rostro, pero está en blanco y vacía. No parece afectado por toda esta
artimaña.
Mi madre asiente con la cabeza.
―Supongo que tienes razón. Qué buena noticia.
Uno pensaría que la desanimaría el que su hija saliera con un miembro
de un conocido sindicato del crimen, pero por lo que recuerdo, mis
padres adoran a los D'Angelo. Algo sobre su difunto padre, gran amigo
de papá y que le ayudó cuando la empresa tuvo problemas.
―¿Cuánto tiempo lleváis saliendo?
―Mamá ―digo rápidamente―. ¿Por qué no vuelves al salón de baile?
Carlo y yo nos reuniremos pronto contigo. Tenemos algunas cosas que
discutir. Ha venido a la fiesta antes que yo y no lo he visto en todo el día.
Tenemos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde.
Mi madre sonríe y, tras echarnos una última mirada, vuelve a entrar,
dejándome a solas con un desconocido que, al parecer, es ahora mi falso
novio. Ni siquiera lo duda. Apenas se ha ido, aparta la mano y se vuelve
hacia mí, con las oscuras cejas ligeramente levantadas en señal de
pregunta.
―¿Qué demonios ha sido eso?
Capítulo 4
Carlo
Mi mandíbula está tensa mientras contemplo a la mujer que está a mi
lado. Está inquieta, sus ojos se mueven de un lado a otro evitando el
contacto visual.
Los últimos minutos han sido de lo más extraño. Salí del salón de baile
para coger algo de la limusina que habíamos traído y al volver me
encontré con ella, literalmente. Me hizo una bonita hendidura en el pecho
antes de balancearse sobre sus pies, una acción que voy a suponer fruto
de su embriaguez. Pero ni siquiera eso puede explicar lo que ocurrió en
los dos minutos siguientes.
―¿Y bien? ―pregunto de nuevo, agotada mi paciencia.
Finalmente suspira, levanta la vista hacia mí, y me obsequia con la
visión de sus ojos. Un ligero color castaño, avellana. Hay algo en ellos que
me atrae, como el canto de sirena a un marinero. Lo cual es
desconcertante y sorprendente a partes iguales.
―Lo siento muchísimo ―suelta―. No quería que pasara eso.
―Esperaba una explicación, Srta. Bianchi. No una disculpa ―afirmo.
Me mira durante un segundo y parpadea lentamente. Sigue estando
ebria, no tanto como para arrastrar las palabras, afortunadamente, pero sí
lo bastante como para confundir a desconocidos con novios que presenta
a sus padres. Aun así, la situación es demasiado extraña como para que
me aleje de ella. Y tengo mucha curiosidad por saber por qué lo ha hecho.
―Te lo explicaría, pero no puedo creer lo que acaba de pasar.
―Créetelo. Porque estamos a punto de volver al salón de baile, y te
garantizo que tus padres tendrán preguntas. Ahora, ¿necesitas que
busque a tu verdadero novio? ―pregunto.
Ella sacude la cabeza y murmura incoherencias en voz baja.
―No tengo ―responde finalmente.
La miro fijamente durante varios segundos, preguntándome de nuevo
qué diablos está pasando. Suspirando, froto el puente de la nariz,
mirándola fijamente.
―¿Por qué me has presentado a tu madre como tu novio?
―Porque necesitaba un novio.
―¿Y no había multitud de pretendientes dispuestos a esa tarea? ¿Por
qué tuviste que involucrarme?
Ella resopla ligeramente.
―No era mi intención. Simplemente estabas allí.
―Empieza a tener sentido ―respondo.
Con un exagerado suspiro, se apresura a contarme la petición de sus
padres de llevar su novio a la fiesta, no vaya a ser que se encuentre
comprometida con Dante Marino. Su nombre me inspira apenas el
recuerdo de algo. Aún estoy esperando que me explique por qué me vi
arrastrado ello.
―Intenté encontrar a alguien a tiempo, pero, sorprendentemente, es
muy difícil encontrar a un hombre que actúe como mi novio y con quien
mis padres crean que estoy saliendo.
―¿Y pensaste que yo era un candidato digno? ―pregunto, sorprendido.
―No. Apenas te conozco. Pero, como he dicho, casualmente estabas
ahí.
Le dirijo una mirada inquisitiva. No sé qué decir en este momento.
―Esto es un desastre ―llora, dejando caer la cabeza entre sus manos.
La miro, asintiendo en silencio, sin dejar de repasar la situación
mentalmente. Puede que sea un desastre, pero de algún modo -y
realmente no puedo creer que haya tenido tanta jodida suerte- la
respuesta a mi apremiante situación acaba de aterrizar en mi puto regazo.
O se estrelló contra mí. En cualquier caso, Astoria Bianchi, aunque es una
mujer torpe e impulsiva, me ha proporcionado una oportunidad
espectacular que tengo toda la intención de aprovechar.
―Lo haré ―anuncio.
Levanta la vista de su ensimismamiento y sus ojos color avellana se
cruzan con los míos, confusos.
―Seré tu novio ―aclaro.
Ella sigue mirando fijamente, con expresión incomprensible.
―¿Cuánto has bebido esta noche? ―refunfuño.
―No mucho. No lo suficiente como para entender, por qué un
completo desconocido accede de repente a algo tan descabellado.
―Pero lo suficiente como para presentar a dicho desconocido a tu
madre, sin ningún plan ni consideración sobre lo que ocurriría después.
Hace una pausa y maldice en voz baja.
―Recuérdame que no vuelva a beber tequila.
―No lo haré.
Entonces me mira, sus ojos más claros, estudiándome.
―Soy Astoria Bianchi. Será mejor que nos presentemos.
―Sé quién eres ―le digo, tendiéndole la mano. Ella pone su pequeña y
delicada mano sobre la mía―. Carlo D'Angelo.
Sonríe, aunque de forma cautelosa.
―Yo también sé quién eres.
Me pregunto brevemente cuánto sabe realmente de mí.
―Bien. Ahora que ya hemos terminado con las presentaciones,
volvamos a entrar ―le digo. Parece alarmada.
―Espera, ¿no tenemos que hablar? ¿Planificar y eso?
Mis ojos recorren su rostro.
―Hemos estado fuera de la fiesta demasiado tiempo. No lo hay para
hacer planes.
―¿Pero qué vamos a decir? Seguro que mi madre le ha contado a mi
padre lo que ha pasado. Y tendrán preguntas.
―Vamos a entrar en la fiesta cogidos de la mano y nos dirigiremos a
tus padres. Déjame hablar a mí.
Ella emite un ruidito disconforme.
―No me siento cómoda con eso.
―Bueno, a mí tampoco me agrada ser arrastrado a planes a medias por
mujeres borrachas, y aun así...
Sus ojos se entrecierran.
―¿Esperas que entre ahí del brazo y sonría como una tonta mientras
cuentas mentiras?
―Tus palabras, no las mías. ―Afirmo.
Parece completamente en contra de la perspectiva. Abre la boca para
discutir algo más, pero la interrumpo agarrándola por la muñeca.
―Quieres convencer a tus padres, ¿no? ―Ella asiente―. Entonces confía
en mí.
―Ni siquiera te conozco.
―Eso es cierto. Pero no lo hago por la bondad de mi corazón. Este
acuerdo podría ser beneficioso para ambas partes.
―¿Cómo? ―pregunta ella, con los ojos color avellana muy abiertos.
―Luego lo sabrás. Relájate.
―Ahora mismo estoy totalmente opuesta a relajada.
―¿Te traigo más alcohol?
Me fulmina con la mirada, pero afortunadamente eso la mantiene
callada cuando nos introduzco de nuevo en el salón de baile. Sigue
repleto de gente y, de algún modo, sigue siendo molesto y ruidoso.
Llamo la atención de Christian nada más entrar y enarca una ceja ante mi
nueva compañía. Le ofrezco un sutil movimiento de cabeza al tiempo que
Astoria y yo nos dirigimos hacia sus padres. Obviamente, nos han estado
esperando y están a un lado, separados del resto. Su padre lanza una
mirada de desaprobación a su mano en la mía.
―Carlo ―dice, con tono de autoridad―. ¿Qué demonios está pasando?
Una pregunta que me he hecho demasiadas veces esta noche. Por
fortuna, Astoria permanece callada cuando le comunico a su padre que
llevo unas semanas saliendo en secreto con su hija. Las emociones de su
rostro oscilan entre la sorpresa, la confusión, un leve resentimiento y
finalmente ira.
―¿Cómo y cuándo ha ocurrido esto?
―No sé si este es el lugar adecuado para entrar en detalles sórdidos,
señor. Nos encontramos en un restaurante y me quedé inmediatamente
intrigado por ella. Volvimos a encontrarnos y no pude evitar invitarla a
salir. Las cosas fluyeron a partir de ahí.
―Pero yo... ―vacila―. No tiene ningún sentido.
Confía en mí, Salvador. Lo sé.
Su madre, sin embargo, parece haberse adaptado bien a la idea. Pone la
mano en el hombro de su marido y sonríe.
―Vamos, amor mío, ya sabes cómo funcionan estas cosas. Los
sentimientos y emociones son aleatorios. Arrastran a una persona.
―Sí, pero ninguno de los dos ha dado nunca a entender que estuvieran
implicados. Ni siquiera sabía que Astoria conociera a alguno de los
D'Angelo.
Afortunadamente, mi novia elige este momento para intervenir.
―Claro que los conozco, papá. Siempre estás hablando de ellos y
cuando conocí a Carlo sentí curiosidad por la clase de persona que es. No
te lo dije porque me preocupaba cómo reaccionarías, pero entonces
empezaste a hablar de comprometerme con Dante. Carlo y yo hablamos y
acordamos que era hora de confesar nuestra relación.
Me pone la mano en el pecho, asegurándose de mirarme
amorosamente. Es una demostración encantadora; sobresaliente por la
actuación.
―Además, nuestra relación aún está en sus inicios. Me ha pedido salir
hace poco.
―Hacen una pareja maravillosa, Salvador ―le dice su madre, radiante.
Gracias a Dios que ella acepta de algún modo esta farsa de relación. De
lo contrario, habríamos encontrado una oposición mucho más fuerte.
Salvador no parece tan dispuesto.
―Seguro ―dice bruscamente. Sus ojos castaños se entrecierran en señal
de sospecha. ―¿Tiene algo que ver tu oferta de compra de mi edificio con
este repentino... acontecimiento?
Absolutamente.
―No. Deliberadamente no mencioné mi relación porque no quería que
interfiriera en las negociaciones. El edificio no tiene nada que ver con lo
que siento ―le digo con total sinceridad.
Sigue sin parecer convencido. Se vuelve hacia su hija.
―Un D'Angelo, Astoria. ¿En serio?
―Está aquí mismo, papá ―me dice sonriendo―. Tú los aprecias.
―Apreciaba a su padre. A todos ellos, sin embargo, ya no estoy tan
seguro ―corrige Salvador, mirándome.
Le ofrezco mi mejor intento de sonrisa encantadora. Él suspira.
―Tenemos que hablar más de esto ―afirma.
―Hoy no ―interviene Camelia―. Carlo, deberías cenar con nosotros.
¿Cuándo estás libre?
Repaso mentalmente mi agenda.
―Tengo asuntos que atender durante la mayor parte de esta semana
―digo disculpándome―. ¿Estaría bien el martes que viene?
Astoria me clava ligeramente el codo en el costado.
―Cariño ―me dice con una risa nerviosa―. Los martes tengo turno de
noche en el hospital, ¿recuerdas?
Por supuesto que no me acuerdo, joder, porque no tenía ni puta idea
que trabajara en un hospital. Recuerdo vagamente que alguien mencionó
que era médico, pero se me pasó.
Rápidamente paso por alto el desliz.
―Bien. ¿Qué tal el miércoles, entonces?
Sus padres asienten y Astoria no pone ninguna objeción. Tras una
última mirada a ambos, Salvador y Camelia se alejan para seguir
haciendo de encantadores anfitriones. Christian llama mi atención desde
el otro lado de la habitación y señala su reloj, señal inequívoca que
tenemos que irnos. Me doy cuenta que ha conseguido atraer a Topher a
su lado y también a mis cuñadas. Todos miran curiosos.
Suspiro interiormente. Esta situación será muy difícil de explicar.
Me vuelvo hacia Astoria.
―Te reunirás conmigo mañana ―le informo.
Ni siquiera discute.
―Estoy libre para comer. ¿Te parece bien a las dos?
Asiento.
―Te enviaré un mensaje con los detalles.
Ella arquea una ceja oscura.
―Ni siquiera tienes mi número.
―Descubrirás, señorita Bianchi, que no hay muchas cosas que estén
fuera de mi alcance. Conseguir tu número será pan comido.
―Probablemente debería haberme buscado un novio con un poco
menos de ego ―reflexiona.
―Mañana ―le digo, ignorando su afirmación. Ella pone los ojos en
blanco y me hace un gesto para que me vaya.
En lugar de marcharme, la acerco y le doy un ligero beso en la frente,
justo bajo los oscuros mechones de cabello. No me extraña que se ponga
rígida ni que respire entrecortadamente.
―Tus padres están mirando ―le explico cuando levanta la vista para
preguntarme. También hemos captado la atención de la mitad de los
invitados de la sala, pero los ignoro―. Buenas noches, señorita Bianchi.
Me alejo sin volver a mirarla, preguntándome de nuevo cómo me he
metido en esta situación.
Capítulo 5
Tori
Por lo que he oído, los mejores sueños son los que se olvidan más
rápidamente. Se desvanecen casi inmediatamente, los sentimientos que
suscitan se desvanecen. A mí me ocurre lo contrario. Mis pesadillas
evocan la misma reacción. Supongo que debería alegrarme. Cuando me
despierto, consigo olvidarlo todo. Cuando me despierto, todo el miedo y
el terror desaparecen. Es como despojarme de una capa de mi piel.
Cuando despierto, consigo ser normal. Cuando despierto, no estoy rota.
La gravedad de mis actos me golpea a la mañana siguiente, mientras
me desvanezco entre la conciencia y el subconsciente. Entonces lo
recuerdo todo y salgo disparada del sueño. Me siento en la cama y gimo.
Joder.
―Voy a sentirme mejor atribuyendo gran parte de la culpa de las
actividades de anoche al tequila ―murmuro en voz alta, mirando el reloj
digital que tengo a mi lado.
Me he despertado cinco minutos antes de lo habitual. Mi cerebro
subconsciente había estado soñando escenarios en los que Carlo D'Angelo
me pegaba un tiro por mi comportamiento de anoche.
Después que él y su familia se marcharan, conseguí encontrar a una
mujer mayor dispuesta a ponerme al corriente de todas las noticias,
cotilleos y todo lo que se sabe sobre la familia D'Angelo. Cuando terminó,
me sentí ligeramente aprensiva, aunque no estoy segura si tuvo que ver
con el tequila o con la historia de los despiadados asesinatos de los
D'Angelo.
Son un grupo temible y, al parecer, Carlo es el peor de todos. No solo
por su crueldad, sino por lo poco que se sabe de él. Es misterioso,
intimidante y probablemente el peor candidato que podría haber elegido
para novio falso. Aún no sé por qué aceptó la treta.
Pasé el resto de la noche esquivando las preguntas de mis padres.
Después de la fiesta, nos dirigimos a casa y me retiré a mi habitación,
quedándome dormida inmediatamente.
Con un suspiro, me dirijo a la ducha y me preparo para el día. Por
suerte para mí, a mis padres les gusta dormir hasta tarde, así que puedo
desayunar rápidamente y salir de casa antes que me bombardeen con
más preguntas. Preguntas para las que no tengo respuesta.
El hospital está abarrotado, y pronto estoy demasiado agobiada por el
trabajo para pensar en mi nueva situación. Hasta que recibo un mensaje
de un número desconocido.
Café Reese's, Avenida Oakland. 2 p.m., Srta. Bianchi. No llegues
tarde.
No hace falta preguntar quién es, pero lo hago de todos modos. A mi
mensaje le sigue rápidamente una respuesta anodina.
Carlo D'Angelo. Guarda mi número.
No se me escapa que la cafetería que ha elegido está suficientemente
cerca del hospital como para poder ir andando. Me alegro. Me
preocupaba tener que luchar contra el tráfico de Nueva York para llegar a
donde él eligiera.
¿Cómo has conseguido mi número?
Para alguien que no hizo ninguna pregunta antes
de arrastrarme a una mentira terriblemente urdida,
seguro que tienes muchas preguntas para mí.
El Sr. D'Angelo es ciertamente un tipo sarcástico, y tengo la sensación
que es de esos que guardan rencor.
Parece que ahora no te importa que te arrastre a mi mentira.
Quiero saber por qué.
2 p.m., Srta. Bianchi.
Resoplo ante la respuesta evasiva y me consuelo sabiendo que al
menos tendré respuestas a mis preguntas cuando nos encontremos.
Carlo es sorprendentemente puntual y me lo encuentro ya sentado y
con cara de impaciencia cuando llego al café, con diez minutos de retraso.
―Soy médico ―le digo cuando sigue mirándome con aire crítico―. Las
emergencias surgen a menudo en mi trabajo. No pretendía llegar tarde.
―Tomo nota ―dice secamente―. Siéntate.
Mis ojos recorren las solapas puntiagudas de su traje negro, sin
corbata, el cuello abierto de su camisa blanca y la piel bronceada visible.
Rápidamente desvío la mirada.
―¿Por qué vas vestido tan formal? ―pregunto, incapaz de contenerme.
Voy vestida de uniforme, pero me doy cuenta que debería haber
optado por un look informal y una bata blanca que podría haberme
quitado sin más antes de reunirme con Carlo. Parece a punto de presentar
un pase de diapositivas ante una junta de ejecutivos, pero está
increíblemente apuesto.
Odio haberme dado cuenta de lo atractivo que es.
Sus ojos parpadean hacia mi cara.
―Trabajo para la mafia, señorita Bianchi. Este atuendo es adecuado
para mi trabajo.
Me tenso ante la displicencia con la que acaba de admitir su vida
delictiva y empiezo a preguntarme si es buena idea seguir por ese camino
posiblemente destructivo. Entonces advierto que Carlo sigue mirándome
fijamente. Está esperando una reacción.
Me aclaro la garganta, fingiendo calma y negándome a darle la
satisfacción de una.
―De acuerdo ―digo―. Acabemos con esto de una vez.
―Esto no es algo para acabar de una vez, teniendo en cuenta lo
delicado de la situación. Si vamos a hacer esto, tenemos que hacerlo bien.
¿Queda claro, Srta. Bianchi? Nada de tirarte a desconocidos al azar.
Me siento como una colegiala a la que regañan. El calor florece en mis
mejillas.
―No me he lanzado sobre ti. ¡Y deja de llamarme así!
―¿Qué?
―Señorita Bianchi. Me llamo Astoria. Aunque todo el mundo me llama
Tori.
―Tori, entonces. Tendré que familiarizarme con él, teniendo en cuenta
que vas a ser mi novia. Puedes llamarme Carlo.
―Oh, me complace tanto tener tu permiso para llamarte por tu nombre
de pila legal por el que te llama todo el mundo. Qué privilegio ―digo
sarcásticamente.
Es la viva imagen de la elegancia relajada reclinándose en su asiento,
con sus ojos castaños penetrantes.
―Explícame otra vez por qué necesitas un novio falso.
No estoy segura de querer contarle todos los detalles sucios de mi
situación, pero algo en su mirada me suelta la lengua y me encuentro
contando toda la historia.
―¿Qué tiene Marino de desagradable? ―cuestiona Carlo.
Me encojo de hombros.
―No sabría decirlo. En realidad, no conozco a ese hombre. Pero he
tenido algunos encontronazos con él y mi instinto me dice que es alguien
de quien debo alejarme. Siempre hago caso a mis instintos.
Carlo me lanza una mirada ponderada.
―¿Y qué dicen de mí esos instintos?
―No hormiguean tanto como cerca de Dante ―admito.
Ahora parece divertido.
―Interesante. ―No insiste en el tema, sino que pasa a otros problemas
relacionados con nuestra situación―. Necesitamos una buena historia.
¿Cómo nos conocimos? ¿Dónde? Necesitamos averiguar los pequeños
detalles sobre los que tus padres o cualquier otra persona podrían
preguntar.
Me recoloco un rizo suelto que se ha soltado en mi desordenado moño,
pensando en ello.
―Normalmente estoy ocupada con el trabajo entre semana, así que ¿un
sábado? Hace un mes cené con una amiga en La Vie. Podríamos decir que
nos conocimos entonces.
Asiente con la cabeza.
―De acuerdo. Nos conocimos en La Vie. Entonces, ¿qué pasó?
―¿Te deslumbró tanto mi bello rostro que me pediste una cita?
Su expresión es anodina mirándome fijamente.
―Improbable. No me conoces, señorita Bianchi, pero créeme, ese no
sería el caso.
―¿Qué sugieres, entonces?
Se inclina más cerca, sus ojos siguen neutros, pensativos.
―Te acercaste a mí porque siempre has querido conocerme. Después
de tantos años oyendo hablar de mí y mi familia, sentías curiosidad.
Mantuvimos una conversación, hubo chispas, pero no volvimos a vernos
hasta unos días después.
Hago una mueca, pero cuando sus ojos se cruzan con los míos,
desafiándome a ofrecer una opción alternativa, cierro la boca.
―De acuerdo. ¿Así que quedamos unos días después y empezamos a
salir?
Carlo niega con la cabeza.
Carlo
El club está en silencio cuando atravieso los pasillos, dirigiéndome a
las puertas dobles que conducen a la sala de descanso. Hay una mujer
delante, con pantalones cortos y una camiseta que no deja nada a la
imaginación. Sus ojos azules están inexpresivos al dedicarme una
inclinación de cabeza y una sonrisa. Me tiende un vaso de whisky, ya
acostumbrada a mi pedido, y se marcha.
Vengo a este lugar desde hace más de cinco años. El secreto es la clave
entre los miembros. Es un club clandestino donde los hombres pueden
venir y satisfacer sus deseos degradados sin ser juzgados. Hombres con
algo que ocultar. No estoy seguro quiénes son la mitad de los demás
miembros y, francamente, no me importa. Empecé a venir aquí para
conseguir un poco de paz y tranquilidad. Además, me daba tiempo para
pasar el rato con una de las pocas personas del mundo, aparte de mi
familia, a la que tengo algún tipo de aprecio.
Unos fríos ojos verdes clavados en un teléfono se elevan para mirarme
fijamente. Khalil me ofrece una pequeña sonrisa cuando tomo asiento
frente a él. Hay un vaso lleno con hielo, una botella de champán y una
copa sobre la mesa, entre nosotros. Ha empezado sin mí.
―Llegas tarde ―me dice, o más bien me acusa, porque para él la
puntualidad es lo más importante.
―Me retuvieron.
Me lanza una mirada irónica.
―Por la chica Bianchi, supongo.
No me sorprende que lo sepa. Khalil Larsen es una leyenda en nuestro
mundo. No por quién es, sino por lo que es. Y lo que es, es prácticamente
un fantasma. Es un genio cuando se trata de mantenerse invisible. Tiene
una empresa de investigación privada, pero lo que hace es casi todo
extraoficial. Puede mantener su estilo de vida porque es, francamente, el
mejor hacker que he conocido.
Christian se asombraría de lo que puede hacer Khalil. Nunca se han
visto antes. Khalil valora el anonimato, y nunca sale de las sombras a
menos que quiera hacerlo. Por eso esta amistad funciona tan bien.
―¿Qué has averiguado?
―Hay susurros por todas partes, por supuesto. Un D'Angelo con una
Bianchi. Podrías aparecer en las portadas de las principales revistas de
cotilleos.
Mis labios se curvan con desagrado.
―Preferiría no hacerlo.
―Me lo imaginaba. Hice unas cuantas llamadas, limpié unos cuantos
servidores y detuve todos los artículos. Al menos los relevantes. Ahora
me debes un favor.
―Por supuesto ―le digo, haciéndole un gesto con el vaso para que
continúe.
―Explícame esta farsa de relación ―me incita.
Pongo los ojos en blanco, sin sorprenderme. Le ofrezco los detalles
rápidos y, para cuando termino, se muestra divertido.
―Así que te estás atando a ella para conseguir un edificio.
―Es mutuamente beneficioso ―digo encogiéndome de hombros.
―Por lo que sé, las relaciones falsas nunca acaban bien.
―¿Y eso por qué?
―Porque de alguna manera las partes implicadas siempre se enamoran
la una de la otra.
Me estremezco ligeramente antes de mirarle a los ojos.
―Estoy seguro que eso no va a ocurrir.
Khalil sigue divertido. Sus ojos oscuros recorren mi cara. ―Iba a irme a
Londres una temporada, pero quizá me quede por aquí. A ver cómo va
esto.
Arqueo una ceja ante eso.
―Vas a quedarte porque esperas que de algún modo me enamore de
una mujer a la que apenas conozco y con la que no tengo ningún interés
en mantener una relación.
―Me quedo porque estás jugando con fuego y será gracioso si el señor
de acero se quema.
―¿Por qué demonios te mantengo cerca, Larsen? ―pregunto
llevándome el vaso a los labios.
―Porque serías prácticamente inútil sin mí. Incluso ahora quieres que
haga algo por ti. ―Sonríe.
Me encojo de hombros. Me conoce bien.
―Necesito información sobre Salvador Bianchi.
―¿Qué clase de información?
―De la clase condenatoria.
Esta vez, cuando Khalil sonríe, lo hace con picardía.
―¿Piensas chantajear a tu futuro suegro?
―Cállate. Solo es un plan alternativo. Por si acaso. Y no es mi futuro
suegro ―añado.
―Mmm ―dice Khalil.
―¿Así que lo harás?
―Bien. Solo lo hago porque te ocupaste del caso McLaren por mí.
Asiento con la cabeza.
―Considera que estamos en paz.
Nunca lo estamos durante mucho tiempo. Al final, uno de los dos está
en deuda con el otro. Hemos fundado una relación basada en la utilidad
mutua y algo más: la confianza. Porque podría contarle a Khalil mis
secretos más profundos y oscuros y el muy cabrón no pestañearía. No se
lo cuento todo, pero es muy reconfortante tener un confidente.
―Entonces, cuéntame más cosas sobre la chica Bianchi. Te parece que
está buena, ¿no?
Mis cejas se levantan.
―Vete a la mierda, Larsen.
―No, en serio. Tengo curiosidad por saber exactamente qué piensas de
ella.
Mi mente vuelve a nuestra conversación en el café. Astoria Bianchi no
es como la mayoría de las mujeres. Con ella, nunca sabes qué esperar. Lo
cual, más que nada, es lo que me disgusta de ella. Valoro las líneas claras
y la precisión. Es un desastre en estado latente.
Y, sin embargo, la necesito para conseguir lo que quiero.
―Ella es un medio para un fin ―le digo a Khalil.
―Pero crees que es hermosa. He visto algunas fotos y uf. ―Silba.
―Por supuesto, creo que es hermosa. Tengo ojos ―le digo, solo para
quitármelo de encima. Khalil es un perro con un hueso cuando quiere
algo. Implacable.
Parece complacido por mi admisión.
―Sí, tienes ojos. Pero me pregunto si aún tienes un corazón enterrado
bajo todo esto.
Tengo un corazón; probablemente esté raído y desgastado, pero está
ahí. Hago caso omiso de la afirmación de Khalil y seguimos tomando una
copa, en un silencio apacible entre nosotros. Una hora más tarde, me
dirijo a casa y, cuando entro en mi casa, suena un mensaje en el móvil. Es
de Astoria.
18 h, Bar Earling. No llegues tarde. Solo puedo estar allí una hora
antes de tener que volver al hospital.
Tecleo rápidamente una respuesta y la envío.
No voy a ir a un bar, Srta. Bianchi.
Me contesta en mayúsculas para acentuar su frustración.
¡¡¡TORI!!!
Sonrío. Es divertido hacerla enfadar.
¿Qué tiene su alteza real contra los bares?
Prácticamente puedo oír su tono seco. Mi respuesta es breve.
No me gusta estar en público.
Claro que no. Aguántate, Carlo. Solo es un bar.
¿Por qué tu primera elección es un lugar cargado de alcohol?
Empiezo a pensar que tienes un problema.
No me gusta nada lo que insinúa, Sr. D'Angelo. ¡Ni que pensara
beber!
A mi pesar, sonrío.
¿Contrapropuesta? Puedo arreglármelas, Srta. Bianchi.
Bien, oigámoslo.
¿Qué te parece si te recojo después del trabajo?
Has dicho que tienes el turno de noche.
Puedo dejarte en casa de tus padres.
No responde durante varios segundos. Dejo caer el teléfono sobre la
cómoda y empiezo a desvestirme. Cuando me contesta, lo cojo.
Terminaré bastante tarde. Sobre las 2 de la madrugada. ¿Seguro
que quieres renunciar a dormir por esto?
Tori
El viaje en coche a casa es silencioso y sofocante, y lo odio. Carlo parece
el tipo de hombre que se crece con el silencio, pero yo empiezo a sentirme
asfixiada. Cuando decido que ya no puedo más, agarro el estéreo del
coche y él me aparta la mano de un manotazo.
―¡Ay! ―grito indignada.
―No ―me dice con esa sequedad suya―. La única persona que puede
poner música en mi coche soy yo.
Le fulmino con la mirada.
―Eres un imbécil.
Me responde tarareando. Empiezo a pensar que este viaje en coche ha
sido una mala idea. Él está irritable y yo estoy agotada.
Unos minutos después, pregunta Carlo.
―¿Qué le pasa a la niña de ahí atrás?
Mis ojos parpadean hacia su cara, pero su expresión es ausente.
―¿Sarah?
Asiente con la cabeza.
―Tiene Cáncer. Cáncer de estómago.
―¿No hay cura? ―pregunta Carlo.
Sacudo la cabeza y algo doloroso se apodera de mi corazón―. No. Está
localizado, pero está teniendo dificultades con el tratamiento, así que
estamos probando diferentes enfoques.
Es tan frustrante. Odio que tenga que pasar por todo eso.
―Estoy seguro que lo haces lo mejor que puedes.
―Estás siendo extrañamente amable ―le digo, lanzándole una mirada.
Pone los ojos en blanco.
―Eres imposible de complacer. ¿Qué quieres exactamente de mí?
Me encojo de hombros.
―Solo quiero conocerte.
Eso le da que pensar.
―¿Por qué?
―Porque nos ayudará con nuestro trato. Además, tengo la sensación
que podríamos ser amigos.
Ahora está visiblemente sorprendido.
―¿Amigos? Somos completamente opuestos. Lo que acabo de
presenciar en el hospital es una clara prueba de ello.
―¿Cómo puedes estar tan seguro? Que somos opuestos ―cuestiono.
―Confía en mí, nuestras brújulas morales apuntan en direcciones
completamente distintas.
Puede que tenga razón en eso. Pero estoy segura que podríamos
encontrar un terreno común.
―Aun así, podríamos intentarlo.
Puede parecer un poco tosco, pero sinceramente eso hace que sienta
aún más curiosidad por él.
―De falsa novia a amiga, ¿eh? ―pregunta, con la mirada aún fija en la
carretera.
―Nuestra relación progresa de maravilla.
De algún modo, eso consigue arrancarle una sonrisa. Y hacerle sonreír
se siente como una victoria personal. Llegamos a casa de mis padres y
salgo del coche, mirándole por la ventanilla.
―¿A qué hora debo llegar para cenar la semana que viene? ―pregunta.
―Siete. Y ponte corbata. Te hará parecer responsable.
―Siempre parezco responsable ―argumenta.
―No, siempre pareces un jefe mafioso enfurruñado. Que es lo que eres.
―Cristian es el Don ―me recuerda.
―Ya, pero está claro que tú eres el verdadero jefe. Además, estamos
intentando ganar puntos con mi padre. Ponte corbata.
Suspira como si fuera la peor sugerencia del mundo.
―Bien.
―Mira, la vida sería mucho más fácil si fueras más receptivo a mis
sugerencias.
―No aguantes la respiración, Astoria.
Sonrío. Me gusta el sonido de mi nombre en sus labios.
Antes de alejarse, mis ojos se cruzan con los suyos castaños.
―Lamento haberme dejado el teléfono. Debería haber sabido que
llamarías, pero perdí la noción del tiempo. A partir de ahora intentaré ser
mucho más eficiente a la hora de comunicarme, siempre que no interfiera
con mi trabajo. En todo caso, la próxima vez enviaré un mensaje rápido.
Los ojos de Carlo brillan de sorpresa. Arranca el coche, no sin antes
lanzarme una última mirada.
―La vida sería mucho más fácil si siempre fueras así de agradable y te
disculparas.
―No aguantes la respiración, Carlo.
Me hace un gesto con la cabeza antes de marcharse. Observo cómo su
vehículo sale de la finca antes de entrar en casa. Afortunadamente, mis
padres aún están despiertos cuando entro. Están en el salón, viendo un
programa. Puedo presumir porque mi increíble novio me ha recogido del
trabajo y me ha dejado en casa. Mi madre sonríe, pero mi padre me lanza
una mirada muy suspicaz.
Espero que cuando lo conozcan oficialmente, sus dudas se acallen y
podamos convencerle finalmente que esto es real.
No bromeaba cuando le dije a Carlo que intentaría mantener una
buena comunicación. Los pocos días que no nos vemos los pasamos
enviándonos mensajes de texto. Al principio, solo intentaba averiguar
información aleatoria sobre él, su cumpleaños o cosas que pudieran
surgir sobre su familia. Luego empezamos a hablar de intereses comunes.
Le gusta jugar al billar. Juega de vez en cuando, lo cual no me sorprendió.
En realidad, no es tan desagradable cuando llegas a conocerlo. Es
divertido de una manera graciosa, e inteligente, y... Me obligo a dejar de
pensar en Carlo e intento esperar con ilusión esta noche.
Llegará en unos minutos.
Una cena familiar como esta ocurre una vez cada dos semanas. En
realidad nunca tenemos mucho tiempo para pasar el rato juntos. Mi
padre está ocupado dirigiendo una de sus empresas, mi madre trabaja
como vicepresidenta en el Union Bank y yo estoy ocupada en el hospital.
Pero nos hemos impuesto la norma de sentarnos a cenar al menos dos
veces al mes y mantener una conversación en familia. Por lo general, me
encantan nuestras cenas familiares.
Sin embargo, tengo la sensación que la cena de hoy no va a ir tan bien
como de costumbre.
Como siempre, Carlo es irritantemente puntual. A las siete de la tarde
ya está entrando en el recinto, así que salgo a su encuentro. Tengo una
sensación desagradable en las tripas cuando le recibo. Lleva un traje azul
marino perfectamente entallado, de líneas nítidas, aunque siento una
pequeña decepción cuando veo que no lleva corbata.
―Hola ―le digo, acercándome a él.
Me ofrece una pequeña sonrisa antes de extender un dedo.
Rápidamente introduce la cabeza hacia el interior del coche para coger
algo, y cuando se retira, lleva una corbata en las manos. Así de repente,
mi humor se anima.
―No sé muy bien cómo hacer el nudo. Podría haber aprendido, pero
pensé que, ya que eres el artífice de esta situación, podrías encargarte tú.
―No puedo creer que admitas que no puedes hacer algo.
―Nunca he dicho que no pueda. Simplemente no quiero.
―Ya, ya.
No consigo ocultar mi sonrisa cuando le arrebato la corbata de la mano
y me acerco hasta situarme frente a él. Nunca habíamos estado tan cerca.
Me da un vuelco el corazón cuando observo su rostro. Tiene una pequeña
cicatriz en la mandíbula en la que no había reparado. Y tiene la nariz un
poco torcida, como si se la hubieran roto antes. Pero esas pequeñas
imperfecciones solo sirven para hacerlo más atractivo.
Cuando Carlo levanta una ceja, me doy cuenta que he estado mirando
fijamente, y rápidamente me pongo a trabajar para anudar la corbata. Él
se inclina ligeramente para que pueda hacerlo, teniendo en cuenta que es
mucho más alto que yo.
―Estás preciosa, por cierto ―me dice bruscamente.
Elegí un vestido negro y me lo puse sin pensarlo mucho ya que estaba
nerviosa por lo de esta noche. Pero a pesar de todo, su comentario alerta
mi corazón.
―Gracias ―murmuro, odiando cómo se me acaloran las mejillas al oír
sus palabras.
Una vez que he terminado con la corbata, doy un paso atrás para
admirar mi obra.
―Ahí tienes, ahora pareces el hombre de mis sueños ―le digo
sarcásticamente.
Parece una criatura de la noche saliendo a la luz. Pero me lo guardo
para mí. Solo reforzará su creencia de ser opuestos, y yo creo firmemente
que nada es blanco o negro. Hay zonas grises, y Carlo también tiene las
suyas.
―Vamos, dolcezza. Vamos a reunirnos con tus padres ―dice.
Con sorprendente facilidad, me rodea la cintura con la mano. El
contacto me quema, pero no me sobresalto. Realmente me he sentido
cómoda con él. Mientras que la mayoría de la gente sería incapaz de
relajarse en su presencia, yo descubro que puedo hacerlo con bastante
facilidad. Es curioso.
Mis padres están en la cocina cuando entramos. La noche familiar
significa la única noche en la que mi madre utiliza realmente la cocina. El
personal normalmente se desentiende mientras nosotros nos ocupamos
de la cena por nuestra cuenta.
Les pillamos hablando.
―Sé bueno, Salvador ―está diciendo mi madre, pero se calla cuando se
da cuenta que estamos en la puerta.
―Mamá, papá ―digo, mirando a cada uno de ellos.
Sus ojos están fijos en Carlo, y no se me escapa la mirada hostil que le
dirige mi padre. Maldita sea, no se lo está tomando nada bien.
―Señores Bianchi ―saluda Carlos cortésmente―. Tenéis una casa
maravillosa.
―De pequeño pasabas mucho tiempo aquí ―le dice mamá, avanzando
y tirando de él para abrazarlo―. Aunque dudo que te acuerdes. Entonces
estaba embarazada de Tori. Tú solo tenías cuatro años. Christian era un
bebé, así que normalmente estaba con tu madre, pero tú siempre solías
seguir a tu padre a todas partes. ¿Te acuerdas, Salvador? ―pregunta ella,
clavando el codo en el estómago de mi padre.
La mira brevemente antes de volverse hacia nosotros.
―Cierto. Según recuerdo, tú y Carman erais prácticamente
inseparables durante vuestra infancia.
Cuando miro a Carlo, me doy cuenta que está tenso. No es
especialmente evidente. Su rostro sigue siendo una máscara inexpresiva y
educada, pero me doy cuenta que se siente incómodo con el tema de
conversación. Lo cambio rápidamente.
―Entonces, ¿qué vamos a cenar?
Entro más y mi madre y yo empezamos a discutir qué podríamos
cocinar. Rápidamente ponemos a los hombres a trabajar cortando
verduras y poniendo la mesa. Cocinar juntos es nuestra forma de
estrechar lazos. Carlo no da muestras de sentirse incómodo con ello. Hace
todo lo que le pide mi madre sin protestar. La cena está lista en una hora
y todos nos trasladamos a la mesa del comedor para comer.
―Entonces, Carlo ―empieza mi padre―. ¿Cómo va el trabajo en la Cosa
Nostra?
Le lanzo una mirada sutil. ¿En serio? ¿En qué mundo es eso una
conversación educada durante la cena?
Por su parte, Carlo se limita a encogerse de hombros, mirándole a los
ojos y respondiendo.
―La mayoría son tareas de dirección, señor. Christian se encarga de
dirigir la familia, yo solo le ayudo en la medida de mis posibilidades.
―He oído hablar de tus aportaciones a lo largo de los años. Puede que
Christian esté al mando, pero tú has llevado las cosas con mano firme.
―Hago lo que puedo ―dice con sencillez.
No parece molestarle que la gente saque a relucir lo que hace o lo que
implican los negocios de su familia. La mayoría de la gente rehuiría
hablar de una profesión así, pero Carlo parece casi orgulloso.
―Papá, ¿no vas a preguntarme por mi trabajo? ―pregunto yo,
cambiando de nuevo el tema de conversación.
Mi padre se vuelve hacia mí, sus ojos se vuelven cálidos.
―Por supuesto, cariño. ¿Cómo van las cosas en el hospital?
Mi madre interviene antes de poder replicar.
―A veces sigo sin creerme que estudiara medicina y se dedicara a ello
―le dice a Carlo con una sonrisa―. Siempre nos decía que algún día sería
médico, pero su padre y yo pensábamos que era solo una fase. Sin
embargo, no se rindió. Cuando quiere algo, Astoria puede ser implacable.
―Deberías estar orgulloso de ella ―dice Carlo―. Es una doctora
maravillosa, amable y desinteresada. Se preocupa de verdad por sus
pacientes.
Las palabras son una exageración, ya que Carlo solo me conoce desde
hace unos días, pero aun así es agradable oírlas. Le lanzo una pequeña
sonrisa y él me la devuelve con ternura. Al verlo, me da un vuelco el
corazón, así que busco un poco de agua para distraerme de él. Mis padres
nos miran con curiosidad. Bueno, sobre todo mi padre. Respecto a mi
madre, se ha hecho a la idea de esta relación.
―Estamos más que orgullosos de los logros de Astoria ―dice―. Debo
admitir que su padre y yo solíamos estar muy preocupados. Durante
mucho tiempo, ella solo se preocupaba de su trabajo. Imagínate nuestra
sorpresa cuando nos dijo que salía con alguien. Pero juntos os veis de
maravilla. Me alegro que os hayáis encontrado.
Y ahí está. Siento algo parecido a un puño apretándome el pecho.
Culpa. En el fondo, es una buena idea; si no estuviera haciendo esto con
Carlo, mis padres habrían seguido presionando para que me
comprometiera con Dante Marino. Pero eso no significa que me guste
mentirles. Mamá parece genuinamente feliz y odio que todo sea falso.
La conversación pasa a otros temas, la historia de cómo nos conocimos,
cómo Carlo me invitó a salir. Es bastante hábil mintiendo, adornando las
historias en los momentos adecuados e incluso colando algún chiste para
hacer reír a mi madre. Al final, hasta mi padre empieza a relajarse.
Cuando terminamos de cenar, ambos nos ofrecemos a fregar los platos,
pero mi madre insiste en que lo dejemos para el personal y podamos
disfrutar de nuestra noche juntos. Ya habíamos entrado alegremente en la
cocina cuando lo dice.
No tardamos en reunirnos con mis padres en el salón. Carlo se aparta
para poder sentarme y toma asiento a mi lado. Le rodeo el cuello con los
brazos y sonrío, como una pareja feliz.
―¿Dónde vives, Carlo? ―pregunta mi madre.
Le dice y ella sonríe, su expresión se vuelve de repente traviesa.
―Tengo una idea ―anuncia―. Tori, cariño, siempre estás hablando de
lo difícil que es ir al hospital todos los días, ya que la casa está muy lejos.
¿Por qué no te mudas con Carlo? Llevas tiempo hablando de irte de casa
―me dice, pero no sé si intenta bromear o no.
Me quedo con la boca abierta. Carlo se queda paralizado.
―Mamá ―digo sorprendida.
―¿Qué? ―pregunta inocentemente―. Solo estoy bromeando.
―Solo llevamos saliendo oficialmente unas dos semanas. Intentamos
tomarnos las cosas con calma, madre.
Papá interviene.
―Tiene razón. Las relaciones no deben precipitarse, mi amor.
Eso es mucho decir viniendo de una persona que quería
comprometerme con un hombre al que apenas conozco. Capto el brillo
burlón en los ojos de Carlo, diciéndome que está pensando exactamente
lo mismo. Me acerco más y le susurro al oído.
―¿Quieres salir de aquí? Podríamos ir a ver mi dormitorio ―sugiero,
sintiéndome como una adolescente con su primer novio.
Solo necesito que salgamos de aquí antes que mis padres saquen el
tema del matrimonio.
―Claro―dice con facilidad.
Me levanto, momentáneamente decepcionada por la pérdida de calor
al sentarme tan cerca de él. Informo a mis padres que voy a dar una
vuelta a Carlo para que vea las mejoras que hemos hecho desde que era
niño. Llevo a Carlo escaleras arriba y abro la puerta de mi dormitorio. Un
aliviado jadeo me abandona y me dejo caer sobre la cama con un suspiro.
―Has hecho bien ―murmura, cerrando la puerta y apoyándose en ella.
Me incorporo.
―¿Tú crees? Creo que papá ha llegado a aceptarlo.
―Sí, había muchas menos miradas de él hacia el final.
Me rio antes de recuperar rápidamente la sobriedad.
―Siento haberte metido en todo esto. Sé que es mucho.
―Mutuamente beneficioso, ¿recuerdas?
Le doy unas palmaditas en un lado de la cama, haciéndole un gesto
para que venga a sentarse. Arquea una ceja divertido, se acerca
arrastrando los pies y se sienta.
―Bonita habitación ―dice Carlo, observando el entorno.
―No juzgues. Esta ha sido mi habitación durante la mayor parte de mi
existencia ―le digo.
―Es bonita. ―Sonríe cuando se fija en el póster de Hannah Montana
que hay en una esquina.
Gimo suavemente.
―Mi madre tenía razón cuando decía que estaba considerando la
posibilidad de mudarme de casa. Llevo considerándolo desde que
empecé la residencia. El único problema es que no me gustan mucho los
cambios. Cada vez que miro pisos, consigo convencerme que no son lo
que quiero o no son lo bastante buenos.
―Podría ayudarte a buscar si quisieras ―ofrece Carlo―. O podríamos
pedir ayuda a mi madre. La mujer es un tiburón. Ponla al mando y
arrasará con todo el proceso, llegando incluso a elegir todos los muebles.
Ella es la que me ayudó con mi piso.
―Nunca hablas de tu familia ―le digo sonriendo.
Se encoge de hombros.
―Soy un tipo reservado.
―Subraya. Pero, ¿cómo está tu madre? ¿Sabe algo de todo esto?
―No, no le he dicho nada. Actualmente está fuera del país. Ahora pasa
la mayor parte del tiempo en Milán. Se fue hace un mes. Su hermana vive
allí. Mamma se siente un poco sola cuando está aquí.
Hay calidez en su voz cuando habla de su madre.
―¿Pero el resto de tu familia lo sabe?
―No les dije gran cosa. Aquella noche, después de la fiesta, todos me
acosaron para que les diera detalles hasta que les dije que estábamos
llegando a un acuerdo. Al final le expliqué lo que pasaba a Christian.
Seguro que él les puso al corriente.
―Oh, bien, así que saben que es una relación falsa. Me preocupaba que
también tuviéramos que guardar las apariencias con ellos.
―Eso no es necesario ―me informa
Nos quedamos en silencio y me tumbo, mirando al techo. Siento
curiosidad por algo y, aunque una parte de mí sabe que no debería, la
pregunta sale de mis labios a pesar de todo.
―¿Cómo era la relación con tu padre?
Carlo se tensa. No me mira y me reprendo internamente. Esta noche
iba tan bien.
Capítulo 8
Carlo
Carman D'Angelo fue un gran hombre. Vivió su vida para ser grande
en todos los sentidos. Mi padre nunca hizo nada ni se embarcó en nada
que no tuviera éxito. Dejó su huella en todos, de muchas maneras
diferentes.
Christian se volvió como él, persiguiendo siempre su legado e
intentando por todos los medios ser como él. Por otro lado, Topher hizo y
sigue haciendo todo lo posible por alejarse exactamente de eso. Supongo
que me encuentro en algún punto intermedio. La única diferencia es que
mi padre me preparó de forma diferente. Me enseñó y mostró cosas que
mis hermanos no podían comprender. Quería que viviera la vida sin
miedo, pero que fuera temido y despiadado para poder proteger siempre
a los demás. Como primer hijo del Don, aprendes rápidamente que la
vida está llena de maldad y oscuridad. Lo peor de todo es que gran parte
de ello viene de nosotros. Ya de niño era la mano derecha de mi padre y
cuando te pasas toda la vida siendo la puta de tu padre, su muerte te
libera.
Quería a mi viejo, pero perderle me liberó de las expectativas que
siempre he sentido como una soga alrededor del cuello. Todos pensaban
que me disgustaría que eligiera a Christian como sucesor, incluso que me
enfadaría. Lo único que sentí fue alivio. Christian siempre fue más
adecuado para el puesto. Y yo siempre he sido más adecuado entre las
sombras. Haría cualquier cosa por mi hermano pequeño, cualquier cosa
menos cargar con su responsabilidad. Supongo que ese era el plan de
papá desde el principio.
Sin embargo, no le cuento nada de esto a Astoria. Comprendo la
curiosidad de sus padres, pero ella debe saber que hay una línea que no
se debe cruzar.
―Eso no es asunto tuyo, dolcezza ―afirmo.
Sus ojos se entrecierran. ―Fue una pregunta inofensiva. No hay
necesidad de ponerse así.
Su tono me molesta y me pongo en pie.
―Vamos, vayamos a ver a tus padres. Tengo que irme.
Está visiblemente disgustada mientras nos dirijo de nuevo escaleras
abajo. Aunque una parte de mí se siente mal por haber estropeado la
calma y la facilidad con la que habían ido las cosas, otra parte se alegra.
Los límites se estaban difuminando demasiado rápido y me estaba
sintiendo demasiado cómodo en su presencia. Necesito mantener la vista
en el objetivo.
La familia Bianchi me acompaña fuera. Sus padres se quedan en la
puerta mientras Astoria me acompaña hasta mi coche. Cuando vuelvo a
mirar a sus padres, cuyos ojos están fijos en nosotros, me doy cuenta que
la noche aún no ha terminado y que hay algo más que tenemos que hacer.
―No te asustes, ¿de acuerdo? ―le digo suavemente, acercándome a
ella.
Ella arquea una ceja, mirándome curiosamente. Cuando coloco una
mano en su mejilla, respira entrecortadamente. Mis ojos se clavan en los
suyos y, no por primera vez, me pregunto cómo pueden ser tan bellos.
Solo son ojos, pero me atraen.
Mi garganta se seca.
―¿Recuerdas cuando hablamos de las condiciones de este acuerdo y
mencionaste un beso o dos? ―No espero su respuesta―. Este es el
primero.
Sus ojos se amplían y, en lugar de esperar a que comprenda lo que
estoy diciendo, inclino la cabeza y rozo su boca con la mía. Su cuerpo aún
está un poco rígido, pero cuando separa los labios con una fuerte
inhalación, saboreo algo dulce y mentolado al mismo tiempo. Mi sangre
vibra.
Lo que pretendía ser solo un beso rápido para sus padres se convierte
en algo más. Su boca es cálida y suave y no puedo resistirme a probarla
otra vez. Y otro más. Ella me responde rodeándome el cuello con los
brazos. Mis manos se deslizan hasta su cabello, sintiendo el impulso
irrefrenable de profundizar el beso, de enroscar mi puño alrededor de su
cabello y tirar de él hasta que su boca se abra completamente para mí.
Hasta que pueda tomar todo lo que tiene que dar.
Mi corazón empieza a latir con fuerza. Estoy a punto de inclinar aún
más la barbilla de Astoria cuando el sonido de un carraspeo atraviesa la
bruma de mi mente. Nos separamos bruscamente como si alguien
hubiera disparado un arma. Ni siquiera la miro, sino que me vuelvo hacia
sus padres. Su madre está radiante, su padre solo parece molesto.
―Buenas noches, Carlo ―dice en voz alta.
Saludo con la cabeza, a punto de entrar en el coche, pero consigo
echarle otra mirada furtiva. Tiene el cabello oscuro revuelto por los
tirones y los labios hinchados. La visión evoca algo visceral en mí,
caliente y posesivo. Aprieto los dientes e intento quitármelo de encima.
―Te llamaré, ¿de acuerdo?
Astoria asiente con la cabeza, pero no consigue establecer contacto
visual. No es que la culpe. Me meto en el coche y me alejo de la mansión
Bianchi.
Misión cumplida. Pero, ¿por qué tengo la sensación de haber cambiado
las reglas del juego?
¿Cómo estás?
Ahora tengo mucha curiosidad por saber qué necesita.
Una mujer de muchas palabras. Estoy bien.
Acabo de volver del trabajo. ¿Y tú?
Sigo en el trabajo. Es martes.
Bien. ¿Cómo está Sarah?
Está mejor. Estoy pensando en darle el alta pronto.
Eso está bien, la niña debería volver a la escuela.
¿Quieres conocerla? Pareces curioso. Siempre estás preguntando por
ella.
Lo considero por un momento. ¿Realmente quiero conocer a una
paciente suya? No exactamente, pero la conversación que escuché por
casualidad nunca se me ha ido de la cabeza.
No estoy seguro que sea una buena idea.
Pero Sarah también quiere conocerte. Le he hablado mucho de ti.
¿Le contaste a tu pequeña paciente lo de tu falso novio?
Sí. A ella y a su madre.
Suspiro.
De acuerdo. Mañana iré al hospital.
Vale, estupendo. Nos vemos entonces.
¿Por eso has mandado el mensaje?
Algo así.
Solo me permito dudar un instante antes de contestar.
Astoria
Debo haber repasado el beso un millón de veces en mi cabeza, cómo se
sintió, cómo reaccioné ante él, la sensación de sus manos sobre las mías.
Pero, al final, he llegado a un punto en el que me reprendo por haber
pensado siquiera en ello. Me besó porque mis padres estaban allí. Para
que nuestra relación pareciera real. Solo era eso. El hecho en sí que me
gustara y mucho, es intrascendente.
Mi mente vuelve al presente e intento concentrarme en el libro que
tengo delante. Pero un golpe seco en la puerta de mi despacho hace que
me incorpore inmediatamente. Pido a la persona que entre y la puerta se
abre.
Carlo está ahí de pie.
Me pongo en pie, observando lentamente su atuendo, una impecable
camisa negra abotonada y unos vaqueros oscuros. Me quedo un
momento frente a él, indecisa sobre cómo saludarle.
¿Nos abrazamos? Por otra parte, aquí no hay nadie más y todo lo que
hacemos es para aparentar. ¿No es cierto?
No hace ningún movimiento hacia mí, así que me quedo quieta y le
miro fijamente.
―Te veo diferente ―afirmo a falta de algo mejor que decir.
Hace un pequeño ademán asintiendo.
―No siempre parezco... ¿cómo lo llamaste? ¿Un mafioso
malhumorado?
Sonrío.
―Lamentablemente, sigues pareciéndolo. Es tu aura.
―Puede que tenga que trabajar en eso ―reflexiona.
El aire entre nosotros es un poco incómodo, pero como él parece
decidido a ignorarlo, le sigo la corriente. Después de todo, decidió cortar
las líneas de comunicación durante una semana, trazando una línea clara.
Soy perfectamente capaz de captar una indirecta.
Me aclaro la garganta.
―Y...
Carlo arquea una ceja, divertido.
―¿Y? ¿Qué te pasa, Tori?
―Nada ―digo rápidamente―. Estoy perfectamente.
―De acuerdo. ¿Vas a llevarme con la niña o no?
Suspiro interiormente. Está perfectamente sereno. Ojalá yo fuera la
mitad de hábil compartimentando mis emociones. Nunca sabes lo que
está pensando. Es una buena habilidad.
―Claro, vamos a conocerla. Aunque puede que no esté del todo
receptiva.
―¿Por qué no?
Aparto la mirada.
―Podría haberme pasado la semana quejándome de lo imbécil que
eres.
Pone los ojos en blanco.
―No soy imbécil. ―Me encojo. Suspira―. Bien. Espero que el regalo lo
compense.
Mis ojos se amplían.
―¿Has traído algo? Eso es tan... ―Me callo ya que tengo la sensación
que a Carlo D'Angelo no le gustaría que se refirieran a él como dulce.
Por primera vez, me doy cuenta que lleva una bolsita en la mano. La
extiende y saca de su interior una caja de bombones. Se me derrite el
corazón.
―Oh ―Me las arreglo.
―Sí. Pensé en llevarle un regalo a la niña. ¿Crees que los bombones
están bien? No sabía muy bien qué regalarle. ―Parece un poco fuera de
lugar.
Maldita sea, nunca pensé que vería esto. Parece nervioso. Es adorable.
Otro adjetivo que dudo que le guste que se utilice en relación con él.
Sacudo rápidamente la cabeza.
―No hay apuro, Carlo. Es una caja bastante grande ―le digo,
sonriendo.
―¿Estás segura?
―Sí, seguro que le encantará.
Parece a punto de sacar otro tema, así que rápidamente enlazo mi
brazo con el suyo y lo saco del despacho. Ignoro lo bien que se siente su
brazo, grande y fuerte. Sus músculos prácticamente se flexionan con cada
movimiento.
Se me escapa un suspiro silencioso. En retrospectiva, probablemente
debería haber elegido un novio falso que fuera menos sexy.
Me aclaro la garganta al entrar en la sala. Aquí hay seis camas de
hospital y tres de ellas están ocupadas. Los padres de los otros dos niños
están con ellos, con las cortinas echadas alrededor para proporcionarles
intimidad. Caminamos hacia la cama de Sarah. Sus padres no están en
este momento, pero su madre ha participado en nuestras conversaciones
y sabían que íbamos a pasar por aquí.
―¡Doctora Tori! ―Sarah sonríe. Está mucho mejor que hace una
semana. Sus constantes vitales son estupendas y ya no le duele nada.
―Hola, cielo. ¿Qué tal estás?
―Bien ―dice rápidamente. Mira fijamente a Carlo―. ¿Es tu novio?
Prácticamente tengo que tirar de él hacia delante.
―Síp. Sarah, te presento a Carlo. Carlo, Sarah ―les presento.
Carlo ofrece obedientemente su mano a la niña para que se la estreche.
Ella se sonroja y le da la mano.
―Hola, Sarah ―saluda.
―Eres muy guapo. ―Suelta una risita.
Ahora me toca a mí sonrojarme. Resulta que las adolescentes no tienen
filtros.
―Gracias ―dice Carlo, divertido―. Tú tampoco estás tan mal.
Ella se ruboriza aún más y su rostro enrojece.
―Gracias. Aunque se supone que no debes gustarme.
―¿En serio? ―Carlo sonríe―. ¿Por qué?
―Porque has entristecido a la doctora Tori.
―¿Lo hice?
―Sí. Decía que os habíais peleado y que luego no le hablabas. Creo que
te echaba de menos.
―Lo hizo, ¿eh? ―pregunta Carlo, sonando complacido.
Su mirada sobre mi rostro es prácticamente abrasadora, pero no le
miro. En lugar de eso, miro fijamente al pequeño demonio de la cama.
―Nunca he dicho eso ―afirmo.
Sarah se encoge de hombros.
―Sí, pero viniste aquí con una tarrina de helado y no dejabas de hablar
de lo disgustada que estabas porque habíais discutido, así que sumé dos
y dos.
Carlo se está riendo ahora. Quiero desaparecer.
Vale, puede que estuviera un poco enfadada. Tuvimos una pequeña
discusión, me besó y desapareció. Al día siguiente, me apetecía un
helado. Puede que Sarah tenga nueve años, pero también es buena
compañía. La echaré mucho de menos cuando le den el alta.
―De acuerdo señorita listilla, se acabaron los secretos para ti ―le digo,
bromeando.
―No le hagas caso ―dice Carlo, todavía sonriendo―. Toma. Tengo algo
para ti.
Le entrega la caja de bombones y todo mi enfado se desvanece ante la
impagable expresión de su rostro. Sus grandes ojos azules lagrimean
mientras mira fijamente su regalo.
―¿Es para mí?
Carlo asiente.
―Gracias.
―De nada. Solo quería ayudarte a sentirte mejor. No llores ―le dice,
sonando completamente desconcertado por lo que ve.
Afortunadamente, Sarah no llora, pero se incorpora y rodea con los
brazos el abdomen de Carlo. Él se pone un poco rígido, pero consigue
relajarse lo suficiente como para acariciar su cabeza. Es todo tan adorable
que ojalá pudiera hacer una foto.
―Me parece perfecto que salgas con la doctora Tori ―le dice Sarah,
levantando la vista hacia él.
―¿Ah, sí? ―pregunta Carlo.
Ella asiente con entusiasmo.
―Sí.
―Pequeña descarada. Te has cambiado tan rápido por una caja de
bombones ―le digo bromeando.
Ella me ignora.
―No puedes romper con la doctora Tori, ¿vale? Prométemelo. Y
prométeme que no volverás a pelearte con ella.
Incluso alarga el meñique para dar efecto. Carlo me mira, y algo
parpadea en su expresión. Luego vuelve a mirar a la niña y une sus dedos
meñiques.
―Te lo prometo.
Los adultos son geniales haciendo promesas que no pueden cumplir.
Sarah le hace un par de preguntas más y luego tenemos que irnos. Carlo
me sigue hasta mi despacho. La mayoría de los residentes no tienen
despacho, pero debido a la escasez de médicos pediatras, tuve suerte de
conseguir uno.
Los ojos de Carlo recorren el desorden de la mesa cuando toma asiento
frente a ella. Inmediatamente me cohíbo y me muevo para ordenar
algunos libros y carpetas.
―Investigo mucho ―murmuro.
―No he dicho nada, dolcezza ―dice, divertido.
―Estabas juzgando. ―Agarro el libro que estaba leyendo
anteriormente, antes de sentarme―. Entonces, ¿qué te ha parecido Sarah?
―Creo que pasas demasiado tiempo hablando con niños pequeños
―afirma―. Pero es una monada de niña. ¿Y sus padres?
―Están muy ocupados. Tienen un restaurante de comida rápida. Es la
única fuente de ingresos de la familia, así que tienen que estar mucho allí.
Por eso paso tanto tiempo con Sarah, para que no se sienta sola. Sus
padres hacen todo lo que pueden.
―Está bien. ―Asiente―. ¿A qué hora sales del trabajo?
―En unos treinta minutos. ¿Por qué?
―Iba a llevarte a casa.
―Oh, claro ―digo, riéndome nerviosamente―. Sobre eso...
Arquea una ceja y me quedo callada.
―Dilo de una vez, Astoria.
―La razón por la que te envié un mensaje ayer fue porque mis padres,
um, me señalaron algo en relación con nuestra falsa relación.
―¿Qué? ―pregunta, su mirada se vuelve aguda.
Estoy convencida que mis mejillas se han ruborizado al explicárselo.
―Bueno, sospecharon porque sigo llegando a casa más o menos a la
misma hora todas las noches y paso todas las noches en casa, así que
tienen curiosidad por saber cuándo pasamos realmente tiempo juntos. Mi
madre me preguntó a bocajarro por qué no he pasado mucho tiempo
contigo. Así que, básicamente, creo que es mejor que no vaya a casa esta
noche para que piensen que estamos estrechando lazos.
Carlo no dice nada. Como siempre, su expresión no delata nada.
Finalmente, tras varios segundos, habla.
―Cierto. La verdad es que nunca lo había pensado.
―Yo tampoco. No es que tengamos un manual sobre cómo fingir una
cita. Pero sí, es un descuido bastante grande ―digo, mordiéndome una
uña―. De hecho, me planteé ir a dormir a casa de una amiga en lugar de
pedírtelo, pero me preocupaba que se supiera de algún modo y todo se
echara a perder.
―Astoria, no pasa nada ―afirma Carlo―. Claro, puedes quedarte a
dormir en mi casa. Hay dos dormitorios, aunque el de invitados no tiene
cama. Pero puedes quedarte con mi cama y yo dormiré en el sofá.
Mis mejillas, arden.
―Lo siento mucho. No quería molestarte.
―Oye ―me dice, cruzando sus ojos con los míos―. Esto es tanto mi
problema como el tuyo. Estamos juntos en esto, ¿vale?
Asiento con la cabeza.
―Ya. Gracias.
―Así que puedes terminar de leer o lo que sea que estés haciendo y
luego podemos irnos.
―Muy bien.
Se echa hacia atrás en la silla y saca el teléfono mientras yo intento
concentrarme en el libro de texto que tengo entre las manos. Pero me
distraigo. Está demasiado cerca y mis ojos no dejan de desviarse en su
dirección. Al final, me rindo y me pongo en pie.
―Vámonos ―anuncio, quitándome la bata de laboratorio.
Carlo no dice ni una palabra mientras recojo mi bolso y otros objetos
esenciales. Cuando termino, se pone en pie. Estamos a punto de salir
cuando alguien irrumpe sin llamar. Los ojos azules se abren de sorpresa.
―Lo siento, Tori. Debería haber llamado a la puerta ―dice Nora
disculpándose mirando de mí a Carlo.
Suspiro.
―Está bien. ¿Qué te pasa?
Sus ojos se desvían hacia Carlo. Le ofrece una pequeña sonrisa.
―Hola, probablemente no te acuerdes de mí, pero nos conocimos hace
tiempo. ¿Te di indicaciones para llegar a la oficina de Astoria?
El tono de Carlo es anodino.
―Claro. Me alegro de volver a verte.
Nora se vuelve de nuevo hacia mí. Aún lleva la bata de enfermera y
tiene sombras oscuras bajo los ojos. Supongo que ha tenido un turno en
Urgencias y está agotada. Nora es la única amiga de verdad que he
conseguido hacer desde que empecé a trabajar aquí. Pero las dos estamos
tan ocupadas que apenas tenemos tiempo para hablar.
―Espera, ¿de verdad es tu novio? Quería preguntártelo, pero ha sido
una semana de locos ―me dice.
Dudo. Podría decirle la verdad. Sería una persona menos con la que
mantener esta farsa. Pero es arriesgado, y estoy segura que Carlo lo
desaprobaría.
―Sí. Quería decírtelo. Carlo y yo empezamos a salir hace poco.
Hay una mirada dolida en los ojos azules de Nora
―¿Hace cuánto?
―Unas tres semanas. Lo siento, Nora. Debería habértelo dicho, pero
hemos estado...
―Ocupadas. Sí, ya lo sé. En fin, encantada de conocerte, novio de Tori
―dice, encarándose con Carlo. Su tono es un poco desagradable.
―Carlo ―corrige. ―¿Y tú eres?
―Nora. Soy amiga de Tori. Seguro que me ha mencionado.
Hay cierta animosidad en su interacción, así que me interpongo
rápidamente antes que las cosas vayan a más. Nora es conflictiva y muy
desconfiada. No dudo que empezará a lanzar una pregunta tras otra si se
lo permito.
―Ya nos íbamos, Nora. ¿Qué necesitabas?
―Iba a pedirte que me llevaras a casa para que pudiéramos hablar,
pero supongo que no es posible ―dice mirando a Carlo.
―Sí, lo siento. Hablaremos mañana, te lo prometo.
―Adiós, Tori. ―Me abraza brevemente antes de alejarse.
―No creo que le caiga muy bien ―observa Carlo.
―Me pregunto por qué ―digo secamente.
Sonríe antes de ponerme una mano en la cintura para acompañarme. El
tacto es ligero y emocionante al mismo tiempo. No recordaba la última
vez que deseé el tacto de un chico, pero Christian parece ser genial
provocando sentimientos que antes creí latentes.
Nuestro beso vuelve al primer plano de mi mente y mi cuerpo rebosa
energía. Afortunadamente, él no se da cuenta, demasiado concentrado en
conducirnos hacia el ascensor. Pulsa el botón de la primera planta. Estar
en un lugar cerrado con él es sofocante y no puedo salir lo bastante
rápido.
Nos dirigimos al aparcamiento, y ya estoy temiendo la noche que
tendremos que pasar juntos. Pero Carlo es la personificación de la
profesionalidad. Incluso si tengo pensamientos insensatos y estúpidos,
puedo contar con que mantendrá la cabeza sobre los hombros.
El trayecto es tranquilo hasta que empiezo a sentir que me va a dar
urticaria.
―Hoy has estado muy bien con Sarah. ¿Has pensado alguna vez en
tener hijos? ―pregunto para llenar el silencio―. ¿O eso no es asunto mío?
Con amargura, recuerdo la forma en que desestimó mi inocente
pregunta sobre su padre. Podría haberme dicho que no se sentía cómodo
hablando de ello. En lugar de eso, se calló y me ignoró. Lo había
olvidado, pero ahora vuelvo a enfadarme.
―Me preguntaba cuándo sacarías el tema ―dice Carlo.
―¿Quieres decir que estás siendo un completo capullo?
Ante mi irritación, sonríe.
―Siento haberte hecho callar así ―me dice en el tono menos
arrepentido.
Mis ojos se entrecierran.
―No se te da muy bien esto de disculparte, ¿verdad?
―Nop.
Mis labios se crispan. Sinceramente, ya he superado lo que pasó. Una
conversación con Sarah y una tarrina de helado ayudaron, pero aun así...
Ojalá no me hubiera hecho callar. Por otra parte, no me debe nada. Dije
que quería que fuéramos amigos, pero él nunca ha expresado un
sentimiento similar.
―Adoro a mis sobrinas y sobrino. Son lo más precioso del mundo para
mí. Y nunca he tenido aversión a los niños ―comienza Carlo. Mis ojos se
desvían hacia un lado de su cara y me doy cuenta que se está
sincerando―. Aunque tampoco he pasado nunca mucho tiempo
preguntándome si algún día los tendría.
―¿Por qué no? ―pregunto.
―Bueno, en primer lugar, en realidad no depende de mí. No sería yo
quien estuviera embarazada. Supongo que, si mi pareja quisiera tener
hijos, no tendría nada que objetar ―me informa, e inmediatamente me
quedo alucinada. Cada vez que creo que lo tengo claro, me sorprende―.
Pero antes tendría que encontrar una pareja. Y las probabilidades no
están a mi favor.
―¿Qué? ¿No hay montones de mujeres clamando por la atención del
mismísimo Sr. Engreído Jefe de la Mafia? ―bromeo.
Se ríe.
―Me han dicho que no tengo la mejor personalidad. Además, a la
mayoría de las mujeres les desagrada tanto asesinato.
―Dudo que eso sea cierto. Eres mucho más que eso.
Carlo se vuelve brevemente para mirarme. En sus ojos relampaguea
una emoción que no comprendo.
―Solo tienes que exponerte, Carlo. Seguro que te sorprendería saber
cuánta gente estaría dispuesta a conocerte.
Capítulo 10
Carlo
Astoria huele a lavanda y fresas. Notar su olor o ser hiper consciente
de él no es algo que hubiera previsto, pero ahora que lo he hecho, es en lo
único que puedo pensar. Es embriagador, casi como si pudiera
emborracharme con él.
Está callada entrando al apartamento. Intento ver el lugar a través de
sus ojos. Como le dije, mi madre eligió todos los muebles. Algunas de las
obras de arte que cuelgan de la pared son de Daniella. Las compré para
hacerla feliz, no porque me importara. Astoria sonríe ligeramente
asimilándolo todo.
―Parece el típico piso de soltero ―dice.
No estoy seguro si eso es bueno o malo. No pregunto.
―Correcto. Entonces, ¿qué necesitas? ¿Tienes hambre?
Ella sacude la cabeza.
―No, solo estoy agotada. Ha sido un día muy largo.
Estoy completamente de acuerdo.
―Está bien, entonces. A dormir.
Me sigue cruzando los suelos de mármol hasta mi dormitorio. No
estoy acostumbrado a que haya gente aquí dentro, pero ignoro la ligera
incomodidad. Nuestro acuerdo es beneficioso para mí y voy a tener que
aguantarme.
Hago un gesto hacia la puerta negra. ―Eso lleva al cuarto de baño.
¿Necesitas algo?
Se lo piensa y luego vacila. Espero a que hable.
―¿Tal vez algo para cambiarte? Lo siento, debería haberlo pensado un
poco mejor. No he metido nada en el bolso.
Resoplo.
―Está bien. ―Me dirijo al armario y saco una camisa negra. Creo que
deberíamos prepararnos por turnos para ir a la cama. Tú puedes ir
primero.
Salgo de la habitación sin mirar atrás y me dirijo al salón. Cojo más
mantas y me hago una cama improvisada en el sofá. Mi boca se tuerce
desagradable al mirarla. Estoy medio tentado de preguntarle a Astoria si
podemos compartir mi cama, pero no me atrevo a hacerlo. Incluso la idea
de dormir a su lado, provoca un hormigueo en mi sangre.
En cierto modo, entiendo que sentirse atraído por ella es normal. Es
hermosa y jodidamente inteligente. Eso no significa que no me reprenda
con cada mirada y cada pensamiento indecente. Esto es puramente
comercial.
Sin embargo, cuando sale de la habitación diez minutos después, me
resulta imposible recordar cómo ser profesional. Se me seca la boca al
mirarla. Lleva el cabello oscuro suelto, sus mechones rizados ondeando
detrás de ella.
Lleva puesta mi camiseta, tan grande que prácticamente se la traga y se
detiene a mitad del muslo. Nunca pensé que me excitaría ver algo tan
sencillo como mi ropa en otra mujer. Se levanta arrastrando los pies y mis
ojos se fijan inmediatamente en la expresión incómoda de su rostro. Llevo
demasiado tiempo mirándola.
Sin mediar palabra, me dirijo a la habitación y decido que tal vez me
convenga darme una ducha. Me desnudo. Tengo los músculos tensos y su
proximidad me está jodiendo la cabeza. Cuando termino, tengo la cabeza
mucho más despejada. Me pongo unos pantalones cortos y una camiseta
negra antes de volver a salir.
No hago acto de presencia de inmediato, sino que prefiero observar a
Astoria paseando por el salón. Cuando se detiene ante una vitrina que
contiene algunas de mis posesiones más preciadas, me pongo rígido. Hay
un compartimento oculto que contiene todas mis armas y que ella no
debería poder ver. Es otra cosa lo que llama su atención. Alcanza una
cajita de madera y apenas la ha abierto cuando se la arranco de las manos.
Suelta un pequeño chillido, sorprendida y se gira para mirarme.
―No toques eso ―digo, con la voz más aguda de lo que pretendía.
Alargo la mano para colocar la caja en su sitio.
Astoria palidece.
―Lo siento mucho. No me di cuenta que era... ―Se calla.
Respiro hondo, frotándome la cara con una mano enfadado. Estoy
nervioso.
―No, perdona por haberme puesto así.
Ella asiente y de repente soy plenamente consciente de nuestra
proximidad. Está justo delante de mí, y ahora su olor empieza a
aguijonear mis sentidos. Retrocedo un paso, luego otro.
―Lo siento mucho ―vuelve a decir Astoria.
―Está bien, Tori.
―No solo eso. Quiero decir por todo. Has tenido que dejar tu cama y
yo estoy aquí y estoy tocando tus cosas. Solo siento que estemos en esta
situación.
―No es culpa tuya, dolcezza.
―En realidad, sí que lo es ―murmura―. De todas formas, ahora me voy
a la cama. Buenas noches, Carlo.
Se dirige hacia la puerta.
―Era de mi padre.
Ella se queda inmediatamente inmóvil, pero no se da la vuelta.
―La cosa de la caja era de mi padre. Por eso yo... ―dejo de hablar. Ya
he revelado mucho más de lo que me resulta cómodo.
―Comprendo.
Libero una lenta respiración.
―Buenas noches, Tori.
Entra en el dormitorio y me quedo solo. Me froto la nuca, dejando
escapar un suspiro frustrado. Va a ser una noche larga.
Astoria
Parpadeo lentamente asimilando al hombre que entra en el
apartamento. No me extraña nada la protesta sonora que hace Carlo ni la
forma resignada con que cierra la puerta. Frunzo el ceño cuando el
hombre se dirige hacia mí.
―Hola, Astoria, ¿verdad? ―pregunta―. Soy Khalil. Amigo de Carlo.
Khalil no es tan alto como Carlo. Calculo que mide alrededor de metro
ochenta. Su boca esboza una sonrisa encantadora y traviesa, tiene su piel
oscura y unos penetrantes ojazos negros. Objetivamente, me doy cuenta
que es bastante atractivo, con su mandíbula cuadrada y sus hombros
anchos. Pero mis ojos se desvían hacia el hombre que tiene detrás y me
interesa más saber por qué Carlo tiene la mandíbula tan apretada.
Estoy ligeramente sorprendida, pero me encuentro diciendo.
―Es curioso, no creí que Carlo fuera capaz de hacer amigos.
Khalil se ríe.
―Síp, definitivamente no me equivocaba contigo.
―¿Perdona?
―Khalil, cállate ―dice Carlo, dando un paso adelante. Se interpone
subrepticiamente entre su amigo y yo.
Dicho amigo está visiblemente divertido y parece estar disfrutando
cada momento de esta situación. Siento aún más curiosidad por la
dinámica entre ambos.
―Oh, deja de ser un capullo posesivo. Solo hablaba con ella. ―Khalil se
mueve hasta situarse a mi lado―. En realidad, quería conocerte. Tengo
mucha curiosidad por conocer a la novia de Carlo.
―Bueno, encantada de conocerte ―le digo, mirando a Carlo y
preguntándome cuánto sabe Khalil y si se supone que ahora mismo
estamos actuando como una pareja de enamorados.
―Lo sabe ―gruñe Carlo, leyendo con precisión la expresión de mi
rostro―. Sabe que la relación es falsa.
Miro a Khalil, que se encoge de hombros inocentemente.
―¿Qué? Yo no he hecho nada. Pero gracias por recordarme que está
soltera, Lo. ―Me pone una mano en el hombro―. Vamos, Srta. Bianchi.
Quiero saber más de ti. He oído que eres médico, y creo que los médicos
están muy buenos.
Empieza a alejarme, pero apenas nos hemos movido cuando la mano
de Carlo aprieta la de Khalil, que rodea mi hombro. Carlo la aparta y
vuelve a interponerse entre Khalil y yo. Suspiro, cansada de la situación.
―Cuidado, Carlo. Si no te conociera, pensaría que estás jugando con
fuego ―dice Khalil.
Estoy muy confusa. ¿De qué están hablando?
―Astoria estaba a punto de ir a vestirse ―suelta Carlo.
―¿Yo?
Se vuelve para mirarme con expresión de no me jodas. Le fulmino con
la mirada, pero tiene razón. Solo llevo su camiseta, y ni siquiera es un
atuendo medio apropiado para llevarlo delante de Khalil.
Una voz en mi cabeza me susurra que tampoco es un atuendo
apropiado para Carlo, pero la ignoro y empiezo a caminar hacia el
dormitorio. Carlo ha apartado a Khalil y su conversación se ha reducido a
susurros. Les lanzo una última mirada antes de desaparecer en la
habitación.
Una vez dentro, me siento en la cama y me tomo unos momentos para
pensar en todo lo que ha pasado desde que entré ayer en esta casa.
Sinceramente, son muchas cosas y no sé por dónde empezar a
desentrañarlas. Ni siquiera estoy segura de poder hacerlo. Durante todo
el tiempo que paso vistiéndome, lo único que consigo es hacerme una
pregunta una y otra vez.
Antes que llegara Khalil, ¿Carlo iba a besarme?
Incluso si lo hizo, probablemente fue en respuesta a lo que oyó anoche.
La parte cohibida de mi mente piensa que es probable que ahora me vea
como alguien de quien compadecerse. Estaba siendo inusualmente
amable. Tanto anoche como esta mañana. Puede que esté dando
demasiada importancia a todo. Y aunque estuviera a punto de besarme,
me vendría bien recordar que estamos en una relación falsa.
Las cosas ya son bastante complicadas.
Cuando salgo de la habitación, Carlo y Khalil siguen hablando en
susurros. Están frente a las ventanas, y yo espero unos segundos,
revoloteando en el umbral. Entonces los ojos de Carlo encuentran los
míos y el estremecimiento que recorre todo mi cuerpo es una señal
evidente que quizá esté jodida.
¿Cuándo empecé a responderle de forma tan instintiva?
Pone fin a la conversación y se coloca frente a mí.
―Tienes que ir a trabajar, ¿verdad?
Asiento una vez, viendo cómo giran las ruedas en su cabeza.
―No puedo llevarte. Larsen y yo tenemos asuntos de los que
ocuparnos.
Khalil sigue de pie junto al ventanal, con una leve sonrisa en la cara.
Supongo que Carlo le ha amenazado de alguna manera, porque ni
siquiera intenta acercarse.
―Está bien. Puedo coger un taxi ―le digo.
Será estupendo tener algo de tiempo para pensar antes de ir a trabajar.
―No ―me dice―. Puedes llevarte mi coche.
Mis ojos brillan. Carlo conduce un McLaren negro. ¿No suelen ser los
hombres súper posesivos cuando se trata de sus coches? Parece que él no,
ya que ni siquiera pestañea ante la oferta.
―Pero entonces... ―tartamudeo, interrumpiéndome―. ¿Qué
conducirías?
―Tengo otro coche, Astoria. ―Sonríe―. Solo llévate mi coche al trabajo.
Ya pensaré cómo recuperarlo más tarde.
―Bien. Gracias ―le digo agradecida.
Ha sido de gran ayuda. Se me ocurre lo lejos que hemos llegado en solo
cuestión de semanas. Cuando nos conocimos, era frío e implacable. Ahora
todo lo que siento en su presencia es calidez.
―Aquí tienes las llaves. Conduce con cuidado.
Ah, ahí está. A pesar de su fachada imperturbable, le cuesta
desprenderse de su coche. Sus ojos destilan inquietud. Sonrío, aceptando
las llaves. Quiero abrazarle, pero no sé si sería aceptable. Los límites de
nuestra relación son tan difusos ahora mismo. ¿Cómo se pasa de
dormirse abrazados a ser conocidos ocasionales y falsos novios?
―Espero volver a verte pronto, Astoria ―dice Khalil.
―Yo a ti también.
Miro a Carlo una vez más antes de dirigirme a la puerta. Me aseguro
de conducir con el mayor cuidado posible, dirigiéndome al hospital. A
pesar de lo amable que se comporta, no dudo que Carlo me mataría si le
pasara algo a su coche.
Vale, lo de asesinar puede ser una exageración. No creo que llegara a
hacerme daño. Pero seguro que se cabrearía.
Tan pronto llego al hospital, es evidente que será uno de esos días. Los
días que hacen que me encante ser médico. Estamos inundados de
pacientes y me paso la primera mitad del día atendiendo a niños
pequeños con distintos grados de dolencia. Un pie roto, quemaduras de
segundo grado, cortes que hay que coser. Estoy tan absorta que apenas
pienso en otra cosa. Finalmente, llega la hora de comer y tengo un
respiro.
Prácticamente voy a la deriva por los pasillos del hospital. Hasta que
me aborda una mujer de metro setenta, cabello rubio y ojos azules.
―¡Nora! ―grito cuando me tira del brazo.
―Vamos a la cafetería a tomar café y comida. Y luego vamos a hablar.
No discuto cuando me arrastra hasta allí. Me sienta en una mesa vacía
antes de traernos café. Vuelve a la mesa, sus ojos azules son fieros.
―Bebe ―ordena.
Engullo obedientemente un poco de café.
―Ahora, dime cómo es que has llegado a salir con Carlo D'Angelo.
Porque no me lo creo ni por un segundo.
Abro la boca para contarle la historia que les contamos a nuestros
padres y luego la cierro. Con un pequeño suspiro, pregunto.
―¿Cómo sabes siquiera quién es?
―Su familia es bastante conocida.
―Cierto ―digo.
Siempre me olvido de la popularidad de los D'Angelo, que no es por
las razones correctas. Supongo que cuando estás en mi mundo, aprendes
a insensibilizarte ante ese tipo de cosas. Antes de conocer a Carlo, yo
también le juzgaba por lo que había oído. Pero él es mucho más que eso.
―¿Alguna razón por la que supuestamente sales con un asesino?
Me estremezco.
―No le llames así.
Nora se encoge de hombros.
―Oye, solo estoy diciendo. Eres médico. ¿No debería ir en contra de tu
código ético relacionarte con alguien así?
―No es tan sencillo, Nora. Deja de juzgar tanto.
Murmura algo en voz baja.
―¿Y bien? Sigo esperando que me cuentes cómo os conocisteis.
Debería empezar a contarle todas las mentiras, pero algo me lo impide.
Nunca se me ha dado bien hacer amigos, y después de lo que me pasó en
la universidad, dejé de confiar en la gente por completo, manteniéndome
a distancia de todos. Pero Nora y yo nos conocemos desde hace tres años,
y para mí ha sido una buena amiga. Es fiable y feroz, y sinceramente
necesito a alguien con quien hablar.
―No es una relación real ―confieso.
Se queda con la boca abierta.
―Lo siento. ¿Qué?
Le explico rápidamente mi acuerdo con Carlo y cómo empezó. Nora
tarda unos minutos en comprender mis palabras, pero luego se echa hacia
atrás en la silla, con una expresión de asombro evidente en el rostro.
―Huh. La verdad es que tiene sentido. Es imposible que salgas con un
hombre tan engreído. Y como no sales con él, puedo decir con seguridad
que es un maleducado. Parece intimidante y no es tu tipo.
―Bueno.... ―me callo.
―¿Qué? ¿Es tu tipo? ―pregunta ella, sorprendida.
Suspiro.
―Estaba llegando a esa parte. Las cosas se han ido complicando.
―Define complicado ―Pide Nora.
―Anoche, dormimos juntos en la misma cama. Y esta mañana, después
de desayunar, estoy segura que estaba a punto de besarme. Las líneas se
están volviendo borrosas y no estoy segura de lo que está pasando.
La expresión de Nora se vuelve un poco compasiva.
―Oh, cariño, sin duda deberías haber acudido a mí antes de meterte en
una relación falsa. Éstas casi siempre están condenadas al fracaso.
―¿De qué manera?
―Es bastante obvio que ya te estás enamorando de él. No estoy segura
cuáles son las intenciones de ese neandertal ―resoplo un poco ante el
apodo―, pero lo que sí sé es que, si continúas, podrías salir herida. Y no
me gustaría que te hicieran daño.
Suspiro y bebo un sorbo de café.
―Quizá estoy leyendo cosas que en realidad no existen. Anoche estaba
bastante alterada y Carlo me consoló. Fue la decencia humana básica.
Dudo que tenga sentimientos. Siempre es muy profesional cuando se
trata de nuestro acuerdo.
Nora se ríe.
―Claro, porque dormir a tu lado en la misma cama es muy profesional.
―No lo había planeado. Simplemente ocurrió ―murmuro.
―Escucha, Tori. Sabes que creo que eres una mujer de acero y muy
fuerte, pero me parece que te tiene atrapada. Y odiaría que se
aprovechara de ello.
―No lo hará ―le digo con firmeza―. Soy adulta, Nora. Puedo valerme
por mí misma.
―Tú sientes algo por tu falso novio ―argumenta ella.
―Creo que siento algo por él ―corrijo―. Puede que solo sean hormonas
o feromonas y eso. Seguro que no pasa nada.
―Hace mucho tiempo que no tienes relaciones sexuales ―musita
Nora―. ¿Crees que estás sexualmente frustrada?
Me rio.
―Quizá.
La conversación cambia de tema y disfruto del resto de mi descanso en
compañía de alguien a quien agradezco tener en mi vida. Justo antes de
salir de la cafetería, Nora me pone una mano en el hombro.
―Puedes hablar conmigo cuando quieras, Tori. Te escucharé e
intentaré ser menos crítica.
―Gracias.
―Además, no te enfades, pero también guardaré el helado hasta que
acabe rompiéndote el corazón, porque tengo la sensación que lo hará y
necesitaremos mucho.
Pongo los ojos en blanco.
―Estás haciendo el ridículo.
―Oh, mi dulce, dulce amiga ―dice Nora, inclinándose para abrazarme.
Me rio mientras ella se aleja en dirección a urgencias. Sin duda fue una
buena idea decirle la verdad. Siento como si me hubiera quitado un peso
de encima. Al menos tengo a alguien en quien puedo confiar. Aun así,
una parte de mí está preocupada. Con lo que pasó anoche con Carlo y yo
confiando la verdad a Nora, me preocupa perder todas las cartas que
guardo cerca de mi corazón. De repente están en la posición perfecta para
golpearme donde más me duele.
Consigo aguantar una hora más antes de ceder a algo que me ha estado
dando la lata todo el día. Antes de poder contenerme, cojo el móvil y le
envío un mensaje.
¿Dónde estás?
Carlo
―Es una estúpida exposición de arte y desde luego no tenemos por qué ir
―dice Astoria.
Me rio cogiendo algo de la mesilla de noche, asegurándome que el
teléfono permanece colocado contra mi oreja.
―Dany resulta ser una de las organizadoras de esa estúpida exposición
de arte ―le informo.
Jadea.
―Oh, mierda. Lo siento, no tenía idea.
―Está bien. Tiene su propia galería y también pinta. Puede que hayas
visto uno o dos de sus cuadros colgados en mis paredes.
―Eran preciosos ―murmura Astoria.
―Sí, bueno, ella colabora en la exposición de arte, así que siempre iba a
tener que ir. De hecho, pensé en invitarte, pero parece que tu madre se
me adelantó.
―Sí. Así es mi madre, siempre corriendo hacia la meta. Ya está
deseando que llegue nuestra boda.
―Qué interesante ―arrastro entre dientes.
―Más bien aterrador. ―Oigo la sutil duda en su voz.
―¿Dónde tienes la cabeza, dolcezza?
―Oh, no es nada. Solo lo estaba considerando todo. Nunca
establecimos explícitamente una fecha límite para nuestro acuerdo.
El que saque a relucir que nuestra relación es falsa acaba con mi buen
humor. Pero también me sirve de recordatorio para no dejarme llevar. Y
sobre todo para no pasarme el día pensando en ella y en cómo se sentía
entre mis brazos.
―Creí que habíamos acordado mantenerlo hasta que ambos
consiguiéramos lo que deseábamos.
―¿Lo hicimos? Bien, ¿Y si no estoy segura de lo que quiero?
Es una pregunta interesante. Yo tampoco estoy seguro de lo que ella
quiere. Esto que está haciendo conmigo es temporal en el mejor de los
casos. Si acabáramos, sus padres le estarían poniendo en bandeja otro
soltero voluntarioso con una herencia considerable. Hacer esto conmigo
es una solución a corto plazo para ella.
―Seguro que lo resuelves.
Tararea suavemente.
―Al menos nos queda la estúpida exposición de arte ―digo en tono
seco―. Mañana tengo que salir de la ciudad y estaré fuera unos días.
―¿Oh, pero volverás a tiempo para la exposición?
―Por supuesto. Probablemente no podré verte hasta entonces.
Me siento aliviado y molesto al mismo tiempo. Aliviado porque estoy
bastante seguro que un tiempo separados nos vendría bien, pero una
parte de mí no quiere estar lejos de ella. Es un enigma. No sé cómo
resolverlo.
―No pasa nada. Seguro que puedo sobrevivir unos días sin ver tu
malhumorada cara ―bromea.
―Muy graciosa ―digo secamente―. Tengo que dejarte, ¿vale? Estoy
muy ocupado.
―Claro. Será mejor que me vaya a la cama. Estoy agotada. Buenas
noches, Lo.
Mi corazón se caldea cuando utiliza mi apodo. Si fuera cualquier otra
persona, le advertiría que no lo hiciera. Solo los familiares y los amigos
íntimos pueden llamarme así. Pero Astoria no es cualquiera. Ya no lo es.
Cuelgo la llamada y hago ejercicio rápidamente antes de volver a hacer
algunas llamadas. Romano Santos hizo ayer un movimiento, y tenemos
razones para creer que puede estar planeando una guerra de bandas.
Christian me tiene haciendo llamadas a todos y cada uno de nuestros
asociados para alertarles de la situación. Y mañana tengo que ir a
Connecticut a hablar con un socio.
Esta semana va a ser larga de cojones.
Astoria
Así que esta es ella. La mujer con la que Carlo tuvo una relación antes de
conocerme. Es preciosa, y aunque nunca seré esa chica que se compara
con otras chicas y se rebaja en el proceso, es un poco duro ver a mi
«novio» reencontrarse con su ex.
Y mentiría si dijera que no me dolió cuando me soltó la mano de esa
manera. Pero vi la expresión de su cara y tengo la sensación que no
rompieron porque los sentimientos se desvanecieran. Probablemente él
no se da cuenta, pero sus ojos se ablandan cuando la mira. Nunca le había
visto mirar así. Carlo ni siquiera se da cuenta cuando retrocedo y
empiezo a alejarme.
Oigo el ligero repiqueteo de unos tacones detrás de mí y, cuando me
giro, Daniella está allí. No dice nada, simplemente me conduce a un
pasillo vacío. Me apoyo en la pared, esforzándome por no imaginarme la
expresión de Carlo al mirar a Cara.
―No le des demasiadas vueltas ―dice Daniella.
Alzo la vista cuando ella se aparta el cabello pelirrojo de la cara. Ha
sido bastante amable conmigo toda la noche, a pesar de saber que mi
relación con Carlo es falsa.
―¿De qué estás hablando?
―Ahora mismo. Estás pensando demasiado en lo que acabas de ver.
No lo hagas. Si lo piensas demasiado, empezarás a ver cosas que en
realidad no existen.
―Estoy bastante segura haber visto lo que ocurría con toda claridad.
Suspira y murmura para sí.
―Esta vez sí que no iba a entrometerme.
―¿De qué estás hablando?
―Escucha, Tori, Carlo es un hombre complicado. Le conozco desde
hace años y ni siquiera yo lo entiendo. Pero le quiero como a un hermano
y quiero que sea feliz, por eso voy a aconsejarte que seas sincera con él.
Puede que sea algo inconsciente. Si quieres que sepa algo, tendrás que
arrojárselo literalmente a la cara.
Parpadeo, miro fijamente y parpadeo un poco más.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
Sonríe.
―Creo que he sido bastante clara. Créeme, estuve en una situación
parecida con otro hermano D'Angelo. Pueden ser tontos cuando se trata
de lo que sienten. A veces necesitan un empujoncito.
Suspiro cuando me doy cuenta de lo que insinúa.
―No, Daniella. Yo no... Carlo y yo no somos... ―Me esfuerzo por
decidir cuál es la mejor manera de explicar nuestra situación.
―Creo que deberías hablarlo con él ―me dice Daniella en voz baja. Me
dirige una mirada alentadora antes de enderezarse―. Bien, voy a enviarlo
aquí para que podáis hablar.
Asiento y se marcha. Le doy vueltas a su consejo en mi mente. Estoy
bastante segura que acaba de pedirme que le diga a Carlo cómo me siento
realmente. El único problema es que yo misma no estoy tan segura. El
único sentimiento que tengo claro ahora mismo son los celos que
amenazan con estallar en mis entrañas.
Pasan unos minutos antes que Carlo aparezca. Se acerca y me permito
admirarle un momento. Es realmente atractivo. Su cara es la encarnación
del chico malo con moto del que te advierten tus padres en el instituto.
Pero no me imagino a Carlo conduciendo una moto. Valora el orden y el
control. Es muy estirado.
Como siempre, su expresión es cuidadosamente inexpresiva mientras
se acerca, aunque capto una ligera preocupación parpadeando en el
fondo castaño de sus ojos.
―Eh, ¿estás bien? ―pregunta, recorriendo mi rostro con la mirada.
Dejo escapar un leve soplido. Y decido entrar al estilo de 'arrancar la
tirita'. Me mira con curiosidad cuando me planto delante de él.
―¿La sigues queriendo?
Carlo me mira fijamente durante varios segundos, sin comprender.
Cuando finalmente lo entiende, frunce las cejas.
―No. Ya te he dicho que nunca he estado enamorado de nadie.
―Pero saliste con ella ―argumento―. Te preocupas por ella.
Ahora parece incómodo.
―Cara y yo nunca salimos juntos. Estábamos juntos, pero nuestra
relación rara vez superaba los límites de la gratificación física.
Doy vueltas a esas palabras en mi cabeza.
―Así que... ¿erais follamigos?
Carlo hace una mueca.
―En cierto sentido, sí.
―Pero te preocupas por ella ―produzco.
Suspira.
―Lo de Cara y yo es complicado.
Eso no alivia en nada la sensación que tengo en el pecho. Lo último que
quería era que se refiriera a su relación con ella como 'complicada'.
Quería que negara tener ningún tipo de relación.
Debe notar la expresión de mi cara porque sus cejas se fruncen.
―¿Qué pasa por esa cabeza tuya?
Trago saliva y le miro.
―Si tú y yo no mantuviéramos esta... relación falsa, ¿estarías con Cara?
Ahora parece aún más incómodo.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
―La tienes ―le digo con delicadeza―. Solo sé sincero. Si tú y yo no
tuviéramos una relación falsa, estarías con Cara, ¿no?
―Astoria. ―Suspira de nuevo.
Ya está. Se limita a suspirar, pero no me da una respuesta. Aprieto la
mandíbula.
―Carlo, necesito que me digas la verdad. Porque si estamos haciendo
esto y tú... ―titubeo.
Carlo me mira fijamente. La mirada de sus ojos es intensa, y no tengo
la menor idea de lo que pasa por su cabeza en este momento. Respiro
hondo.
―Si te alejo de alguien por quien sientes algo, tenemos que dejarlo. No
está bien. Me dijiste que no creías que nadie pudiera mirar más allá de la
superficie y ver tu verdadero yo. Cara podría ser eso para ti. No dejes que
esta relación falsa te frene. No puedo ser la razón por la que...
―Astoria ―interrumpe Carlo. Su mano se desliza hasta mi cabello,
empuñándolo―. Cállate ―susurra, y entonces sus labios se posan en los
míos y todo pensamiento se evapora.
El beso es suave al principio, me produce escalofríos cuando su otra
mano desciende hasta mi cintura. Su boca se burla de la mía y la abre
suavemente hasta que se me corta la respiración y le permito un mejor
acceso. Mi estómago se aprieta cuando me agarra el cabello con más
fuerza. El beso se vuelve más profundo, más áspero. Mis manos rodean
su nuca, acercándonos.
Podría besarle eternamente.
Pero el beso termina demasiado pronto y Carlo se aparta bruscamente.
Los dos respiramos con dificultad. Le miro, pero sus ojos no se
encuentran con los míos. Está mirando algo detrás de mí. O a alguien.
―Señora Bianchi ―retumba.
Me alejo de un salto y me giro para mirar a mi madre. Nos mira a los
dos con los ojos muy abiertos. Me llevo la mano a la boca cuando me doy
cuenta que nos ha visto.
―¡Mamá! ¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie?
Ella parpadea.
―Lo siento, cariño. He visto a Carlo caminando hacia aquí y me
preguntaba si tú también estarías. Acabo de llegar, te lo prometo.
―Oh ―digo, aliviada por que no haya oído nuestra conversación. Me
vuelvo rápidamente hacia Carlo y trago saliva. ¿Me ha besado porque se ha
dado cuenta que mi madre se acercaba?
Su expresión no delata nada. La decepción se acumula en mis entrañas.
Y dolor.
―No quería interrumpir. Puedo irme.
―No, está bien ―le digo―. ¿Me necesitas para algo?
―Sí, cara. Una amiga mía quería conocerte. Pero no pasa nada. Puede
quedar contigo más tarde ―me dice mi madre, sonriendo.
―No, la puedo conocer ahora. Te veré dentro, Lo ―murmuro sin
mirarle.
Solo necesito salir de aquí. Camino hacia mi madre y la acompaño
fuera.
Carlo
El sudor se adhiere a mi frente cuando mi puño choca con el saco que
tengo delante. Mis puñetazos son medidos, controlados, cada uno
diseñado para caer con la fuerza justa. Mi padre siempre decía que todo
debe ser moderado, incluso pegar a la gente.
Control y disciplina. Incluso ahora, sigue susurrándome al oído. Todo lo
que hago, cada acción que emprendo. Estoy seguro que estaría muy
jodidamente orgulloso de lo bien que me ha moldeado.
Mi concentración se rompe cuando oigo pasos detrás de mí. Entonces
Topher me agita el teléfono en la cara, con la boca estirada en una amplia
sonrisa. Dejo de golpear el saco, respiro agitadamente y me vuelvo hacia
él.
―¿Has visto esto? ―pregunta entusiasmado, entregándome su teléfono.
Mis ojos se desvían hacia las fotos. Astoria esboza una ligera sonrisa
mirando fijamente a las cámaras. Mientras, yo estoy a su lado, con los
brazos alrededor de su cintura y una expresión imperturbable. No puedo
creer lo perfecta que se ve a mi lado.
Astoria
Nora tenía razón. Estoy sexualmente frustrada. Si añado eso a la
frustración general que he sentido estos últimos días, me doy cuenta que
necesito algún tipo de liberación. Me apoyo en el cabecero de la cama,
intentando ignorar el persistente dolor palpitante de mi núcleo. Pero no
desaparece.
Finalmente cedo y deslizo la mano hacia la pierna. Mi boca se separa
en un jadeo silencioso cuando mis dedos rozan mi clítoris. Un solo roce
enciende todos los sentimientos reprimidos en mi interior, y ahora lo
único que importa es perseguir alguna forma de satisfacción y alivio. Me
levanto la camiseta que llevo puesta para jugar con mi pecho mientras la
otra mano empieza a masajear ligeramente mi clítoris.
Destellos de placer recorren mi cuerpo, suaves gemidos resuenan en la
habitación. Como siempre, una serie de imágenes se despliegan en mi
mente. Yo, boca abajo en una cama, con el culo levantado mientras
alguien imaginario me lo golpea repetidamente hasta dejármelo en carne
viva. Entonces él empuja hacia dentro, marcando un ritmo duro e
implacable, arrancando gemidos de lo más profundo.
La humedad empapa mis dedos cuando sigo acariciándome. Entonces
empujo un dedo en mi interior, justo cuando las imágenes de mi mente se
distorsionan. Siento el comienzo de mi orgasmo a punto de arraigar
cuando el rostro del hombre aparece. Oigo sus susurros en mi oído, veo
sus ojos castaños oscuros contemplar mi piel desnuda. Siento el roce de
sus labios contra los míos y la forma en que me llena tan bien una y otra
vez.
Y entonces me corro, la presión explota dentro de mí, mi orgasmo casi
me hunde. Me duermo y, por supuesto, sueño con él. Carlo es como una
droga. Y creo que poco a poco me estoy volviendo adicta.
Carlo
Todos los pensamientos de mi cabeza desaparecen cuando agarro a
Astoria y tiro de ella hacia mí. Se pega a la parte delantera de mi camisa,
aferrándose a mí, y mi otra mano serpentea a su alrededor, estrechándola
contra mi cuerpo. El beso es duro, profundo y áspero, lleno de tanto
anhelo que me resulta imposible respirar.
Tori suelta un gemido grave que provoca un gruñido en lo más
profundo de mi garganta. La agarro con más fuerza. Retrocedemos,
tropezando, mis manos se mueven sobre ella, descendiendo por su
espalda y subiendo hasta su cabello. La apoyo contra la pared,
presionando mi cuerpo contra el suyo, y es la sensación más increíble que
jodidamente haya sentido nunca.
Mi boca se desliza por su mandíbula hasta su cuello, mordisqueando la
piel. Tori suelta un pequeño jadeo cuando me aferro a un punto sensible
justo debajo de su oreja.
―Oh, Dios ―gime ella.
Me rio contra su cuello.
―Dios no tiene nada que ver con esto, cariño.
La beso de nuevo y ella responde, sus dedos se anudan en mi cabello,
tirando de él, haciéndome saber cuánto desea esto. Ambos respiramos
con dificultad cuando de repente me aparto, mirándola fijamente,
memorizando cada centímetro de su perfecto rostro. Tori me mira,
nerviosa, y de algún modo sé por qué. Le preocupa que esto termine.
Ella no tiene idea. Lo único que podría detenerme ahora mismo es ella.
Todo mi cuerpo se estremece al mirarla. Está inmóvil, esperando que
haga algún movimiento. Trazo un dedo desde la parte baja de su
garganta hasta sus pechos. Están molestamente fuera de mi alcance. La
miro, intentando comunicarle en silencio lo que quiero. Cuando asiente
una vez, no pierdo ni un segundo. Introduzco mi mano por el dobladillo
de la camisa y la arrastro por encima de su cabeza, dejándola solo con un
sujetador rosa de encaje.
―No tienes ni idea de lo hermosa que eres, dolcezza ―le digo, mi voz
enronquecida.
―Por favor ―susurra―. Te deseo, Carlo.
No imaginaba que esas cuatro palabras pudieran ser tan devastadoras.
No deseo sino rasgarle la ropa y tomar todo lo que tiene para dar. Y aun
así espero.
―¿Cuánto?
―¿Qué?
―¿Cuánto me deseas, Tori? ―pregunto, diciendo las palabras contra su
cabello.
Gime suavemente cuando mordisqueo su oreja.
―Sueño contigo ―confiesa.
―¿Qué tipo de sueños?
Sus ojos color avellana se alzan hacia los míos. Se muerde el labio
inferior, vacilante.
―Tori ―murmuro contra su piel, mi mano recorriendo la turgencia de
su pecho. ―¿Qué hago en tus sueños?
―Tus dedos. Soñaba con tus dedos de mi interior ―dice finalmente, sus
ojos se cierran cuando las palabras salen de sus labios.
Mis labios se curvan en una sonrisa.
―¿Ah, sí? ¿Qué tal si hago realidad esos sueños? ¿Cómo estás de
húmeda, cariño? ―Toco el dobladillo de su falda.
Es fácil elevarla, y mi mano se desplaza hasta sus bragas. La retiro
hacia un lado, y las yemas de mis dedos encuentran inmediatamente su
clítoris. Tori se sacude violentamente contra mí.
―Joder ―gimo mientras le meto lentamente un dedo.
―Oh, Dios ―jadea Tori.
Rodea mi cuello con los dos brazos, presionando las caderas contra mi
mano, subiendo y bajando con cada lento bombeo de mis dedos. Vuelvo a
gruñir, sintiendo cómo se aprieta a mi alrededor y deseando que fuera mi
polla y no mis dedos. Quiero hundirme en ella y enterrarme
profundamente, pero también necesito tomarme las cosas con calma.
Sobre todo, con ella. Ella controla el ritmo.
Me inclino hacia delante para besarla, desesperado por volver a
saborearla. Tori responde al beso, gimiendo cuando mi dedo sigue
penetrándola. Se estremece contra mí, soltando un suspiro agudo cuando
añado otro dedo antes de acariciar su clítoris con el pulgar.
―Oh, mierda. Carlo, me voy a correr ―gime.
Aumento el ritmo, haciendo todo lo posible por volverla loca. Cae
contra mí al correrse, su boca abierta en un grito silencioso. Todo su
cuerpo se estremece y la sostengo. La abrazo hasta que cesa, me mira de
nuevo, sus ojos color avellana parpadeando asombrados. Agarra mis
hombros con fuerza hasta el punto de dolerme y, aun así, no la suelto.
Entonces, antes de dudar, me inclino para besar su frente. Es una
acción tierna, demasiado suave. Especialmente cuando se trata de ella.
Tori responde inclinando la cabeza hacia arriba y dejándome besarla de
nuevo. Y de nuevo, es adictivo y devastador, no queriendo parar nunca.
Arrastro mi lengua por la suya, carnal, húmeda, obscena. A Tori le
tiemblan las piernas. La sostengo contra la pared sin apenas esfuerzo.
Sus manos serpentean hasta el fondo de mi camiseta y me inclino
ligeramente para que pueda quitármela. Pero no se detiene ahí. Va a por
mi pantalón. Un solo toque sobre la tela y aparto su brazo, mirándola
―No es necesario ―digo con firmeza―. No necesitamos tener sexo.
Los ojos de Tori se entrecierran.
―¿Por qué no?
―Porque... ―digo, sintiéndome de repente incapaz de expresarme. No
sé por qué me detengo ahora.
―¿No quieres? ―pregunta Tori en voz baja.
Oh, mierda. Cojo su mano y la pongo contra la protuberancia de mi
pantalón.
―¿Te parece que no quiero? ―le pregunto, casi con dureza.
―No ―responde ella―. Pero se siente bien. Muy bien.
Me acaricia a través del material de mi pantalón. Mi cuerpo está tenso
y Tori lo empeora cuando introduce la mano y extrae mi polla. Sus manos
se mueven sobre mi longitud, una, dos veces. Es una tortura. La mejor
tortura. Recoge parte de la humedad que gotea en la punta y la utiliza
para acompañar sus movimientos, moviendo sus manos sobre mí.
―He soñado que me follabas ―dice jadeando, mucho más atrevida que
antes―. Quiero que me folles, aquí contra la pared.
Un fuego se enciende en mi interior. La miro a los ojos, brillantes de
lujuria y deseo. Es imposible negarme a eso.
―Tus deseos son órdenes para mí.
En un momento, nos estamos mirando fijamente y, al siguiente, suelto
un gruñido áspero, antes de alcanzarla por detrás para desabrocharle el
sujetador. Se lo quito y me zambullo como un hombre hambriento,
llevándome a la boca un pezón oscuro y fruncido. Tori gime, clavando
sus uñas en mis brazos cuando cambio mis caricias de un pecho al otro.
Palmoteo el otro con la mano, burlándome de él, mordiéndolo,
levantándolo y disfrutando de su maravilloso volumen.
―Carlo ―gime. Es una súplica. Puedo sentir cuánto me desea. Yo
también estoy prácticamente vibrando por la intensidad de mi necesidad.
Empujo mi pantalón hasta el suelo, me los quito antes de alcanzar sus
bragas. Tiro del material hasta que se desgarra, lo que me vale un grito
ahogado de Tori justo antes de penetrarla de una sola embestida. Me
quedo sin palabras, apenas estoy en su interior. Suelta un gritito, su
cuerpo se tensa y se contrae. Entierro la cara en su cabello por un
momento, inmóvil, sintiendo como un fuego asciende por mis huesos.
Se siente... mierda. Nunca habría imaginado que se sentiría así.
Entonces recuerdo algo y me retiro.
―Mierda. Tori, preservativo ―digo, con el corazón acelerado en mi
pecho.
Me agarra con fuerza del brazo.
―Estoy tomando anticonceptivos. Fóllame, por favor.
Mis ojos se cierran, asimilando sus palabras. Me parece una mala idea,
pero últimamente están fluyendo muchas.
―Joder, me encanta cuando me suplicas.
―¡Carlo!
Suelto una risa, empuñando mi polla, dirigiéndola lentamente hacia su
entrada. Ambos contenemos la respiración, observando cómo me deslizo
dentro de ella. Está tan húmeda que mi polla apenas encuentra
resistencia, y entonces vuelvo a estar dentro de ella y es una puta
maravilla. Soltamos suspiros simultáneos de placer.
―Mierda ―gime Tori. Cierra los ojos y acerco mi mano a su culo,
palmeándolo una vez.
―Mantén los ojos abiertos y en mí cuando te folle. ¿De acuerdo?
Ella asiente una vez, con los ojos muy abiertos, cuando marco el ritmo.
Deslizándome dentro de ella, luego fuera, dándole caricias lentas y
superficiales, diseñadas para volvernos locos a los dos. Las manos de Tori
vagan por todas partes, mi pecho, mis brazos, y enreda los dedos en mi
cabello, agarrándolo, sujetándolo con fuerza.
―Me estás tomando tan bien, nena ―le digo dulcemente, al tiempo que
me introduzco en ella―. ¿Quieres correrte otra vez?
Hace un ruido débil, sus ojos me agarran con fuerza.
―Voy a necesitar que seas más expresiva con esa respuesta, cariño ―le
digo, mi voz suave como la seda al deslizarme dentro y fuera de ella.
―S-sí ―gimotea―. Sí, por favor.
No pierdo un instante. Mi ritmo lento desaparece y ella lo toma todo,
absorbiendo la fuerza de mis furiosas embestidas. El placer arde en mi
interior. Gruño mientras me la follo, a punto de llegar al límite. Busco el
clítoris de Tori, masajeándolo suavemente.
―Córrete para mí, cariño ―susurro contra su oído.
Mis palabras son un detonador. Ella explota a mi alrededor, su coño
agarra mi polla como una mordaza y se corre con mi nombre en los
labios. Tengo que frenar un poco, sosteniéndola cuando sigo
embistiéndola, persiguiendo mi propia liberación.
Me corro con un gruñido ahogado. Cada hueso de mi cuerpo se licua.
Menos mal que estamos contra la pared o no habría podido sostenernos a
ambos. Tori estrecha mi cuerpo contra el suyo. Los dos respiramos con
dificultad, el sudor se desliza por nuestros cuerpos. Apoyo la frente en la
suya, mis ojos cerrados intentando comprender lo que acaba de suceder.
Fue alucinante. Jodido e increíble sexo alucinante.
―¿Carlo? ―susurra Tori tras haber pasado una eternidad.
―¿Sí, dulzura? ―le digo, apartándome y retirando el cabello de la
frente.
―Cuando te recuperes, creo que quiero volver a hacerlo.
Mi boca se ensancha en una sonrisa y le palmeo suavemente su trasero.
―¿Todavía estoy dentro de ti y ya quieres que te folle otra vez? No me
imaginé que pudieras convertirte en una zorrita tan buena, Bianchi.
Me mira, alzando su barbilla confiada, un destello en sus ojos color
avellana.
―Ahora ya lo sabes.
Suelto una risotada antes de deslizarme finalmente fuera de ella.
Sintiendo que recupero algo de fuerza, la levanto en mis brazos,
ganándome un débil jadeo. Me da una palmada en el brazo.
―¡Oye!
―Vamos al dormitorio, cariño. Será mejor que cumpla tu petición.
Acabo de tenerla y ya la quiero otra vez. Es una locura. Una hora
después, estamos los dos tumbados en mi cama, sin fuerzas, sin aliento y
completamente saciados. Tori sonríe y se acerca a besarme la mejilla.
―Necesito ducharme ―me dice.
―¿Quieres que te acompañe? ―Sonrío.
―No. ―Sacude la cabeza―. Tú estás cansado y yo estoy dolorida.
Un sentimiento de inmensa satisfacción me invade al verla ir
prácticamente tambaleándose hacia el cuarto de baño. Desaparece dentro,
dejándome solo. Miro fijamente al techo, mis pensamientos totalmente
desordenados. No le encuentro sentido a otra cosa que no sea lo increíble
que ha sido.
Cuando Tori vuelve, lleva puesto uno de los albornoces blancos que
guardo en el cuarto de baño. Frunzo el ceño al perder de vista su cuerpo
desnudo.
―Quítate eso.
―No. ―Ella sonríe―. No voy a acostarme desnuda.
―¿Por qué no?
Se encoge de hombros.
―Porque no me siento cómoda. ―Se acerca a mi armario y saca una de
mis camisetas negras.
Asiento y vuelvo a ver su culo desnudo antes que mi camiseta lo cubra.
Puedo tocar su trasero de nuevo, cuando vuelve a meterse en la cama,
por lo que no está tan mal. Nos quedamos en silencio unos segundos
hasta que Tori habla.
―Eso fue... ―Se queda a medias.
Tiene la cabeza apoyada en mi pecho. Ni siquiera tengo que verle la
cara para saber que se está mordiendo el labio inferior.
―No tengo palabras, dolcezza ―digo, exhalando.
Ella mueve la cabeza en señal de acuerdo.
―Probablemente estés agotado. Deberías dormir.
―Si al menos pudiera dormir cuando me lo ordenas ―musito.
―¿Por qué? ¿Tienes problemas para dormir? ―pregunta con
curiosidad.
―No exactamente. Mi cuerpo está programado para acostarse a una
hora determinada. También me despierto a una hora determinada.
―Sabes que es porque eres muy rígido, ¿verdad? En serio, tienes que
relajarte.
Le doy una palmada en el culo por el comentario, lo que me vale un
aullido. Levanta la cabeza para mirarme, y le sonrío arrogantemente.
―Háblame. Puede que me ayude a dormirme más rápido ―le digo.
Ella asiente y vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho.
―¿De qué quieres que hable?
Lo medito durante unos segundos.
―Nunca te he preguntado por qué te hiciste médico. Concretamente
pediatra. ¿Qué te hizo elegir esa especialidad?
Tararea suavemente.
―Estuve muy enferma de pequeña. Los síntomas empezaron cuando
tenía unos siete años. Tuve endocarditis infecciosa. Es una infección que
daña las válvulas cardíacas e interrumpe el flujo normal de sangre al
corazón. Ahora no lo sabrías, pero pasé la mayor parte de mi infancia de
un hospital a otro. La endocarditis suele curarse con antibióticos, pero
tardaron en detectarla y, cuando me llevaron al hospital, ya se había
extendido. Tuve una insuficiencia cardíaca aguda y me tuvieron que
operar un par de veces. Puso en peligro mi vida. Me operaron para
reparar el corazón y tuve un largo período de recuperación, pero
finalmente empecé a mejorar. Después no hubo complicaciones y ahora
estoy bien.
Mi voz suena ronca cuando hablo.
―No tenía la menor idea.
―Sí, mis padres lo mantuvieron bastante en secreto ―dice en voz
baja―. De todos modos, crecer así, rodeada de médicos y enfermeras que
se esforzaban por salvarme la vida, supongo que reforzó mi interés por la
medicina. Soy una superviviente y tenía muchas ganas de devolver algo.
Le froto el brazo para reconfortarla.
―Una de las doctoras que participó en mi operación era una mujer
increíble, una de las mejores cirujanas pediátricas del mundo. Así que, ahí
lo tienes. Esa es mi historia, la razón por la que me hice médico.
No tengo idea qué decir ahora mismo.
Levanta la cabeza para mirarme. Cuando se da cuenta de mi expresión,
sonríe.
―No puedo creer que te haya dejado sin habla.
Trago saliva.
―No tienes idea de lo asombrado que estoy de ti, Tori Bianchi. Eres
jodidamente increíble.
―Lo sé ―me dice radiante. Se acerca para darme un suave beso en los
labios―. Pero no me duele oírlo.
Nos quedamos dormidos así, ella contándome historias de su
experiencia como médico y yo escuchando en silencio, pensando que
nunca nada me ha parecido tan bueno como estar con ella.
Sin embargo, hay una duda persistente arraigándose en mi interior.
Campanas de advertencia empiezan a sonar en mi cabeza.
Advirtiéndome que no me encariñe demasiado.
Después de todo, crecí viendo a mi padre, arrancarme todas las cosas a
las que me apegaba.
Capítulo 17
Astoria
Un beso en la mejilla es lo que me despierta por la mañana, seguido de un
Carlo D'Angelo sonriente.
―Hola ―me dice con voz somnolienta pero sexy, provocándome un
hormigueo.
―Hola ―digo en voz baja.
―Son las siete de la mañana y tienes que prepararte para ir a trabajar.
Me besa en los labios. Un beso apenas perceptible y se desliza fuera de
la cama. Intento ocultar mi decepción, sin conseguirlo, frunciendo el ceño
a su espalda.
―Podríamos arreglarnos juntos en la ducha ―sugiere, dándose la
vuelta, lanzándome un guiño coqueto.
Mis mejillas se acaloran y mi humor se ilumina.
―¿Quién dice que quiero? ―replico burlonamente.
Sonríe antes de alcanzarme y tirar de mí hasta el borde de la cama.
―¿Y por qué no ibas a querer?
Me encojo de hombros.
―No sé. A lo mejor no estoy de humor para ducharme contigo.
Comienza a masajearme un punto del cuello y hago un gran esfuerzo
para no gemir en voz alta.
Carlo me lanza una mirada cómplice.
―¿Quieres que te ponga de humor? Tengo algunas ideas.
No hay duda de lo que piensa hacer. Sonrío y asiento con la cabeza.
―No sería mala idea.
Finge pensárselo un segundo. ―Túmbate, dolcezza.
El tono de su voz me estremece y obedezco de inmediato. Sus ojos
prácticamente brillan, mirándome fijamente.
―Jodido infierno, Tori, no tienes idea de tu aspecto.
Se sube a la cama, deteniéndose justo delante de mis piernas. Solo llevo
puesta su camiseta y mis bragas, pero no pierde un segundo antes de
deshacerse de ellas. Después clava su mira en mi coño. Mi ritmo cardíaco
se acelera.
―Tan mojada ya y decías que no estabas de humor ―se burla.
―Quizá es que no estoy de humor para acostarme contigo ―le contesto.
Sus ojos se oscurecen.
―No te equivoques, cariño, esto ―no estoy preparada cuando
introduce un dedo en mi interior, su pulgar acaricia mi clítoris y un
gemido sale de mi garganta―, es mío. Soy el único que puede hacer esto.
La única persona que puede follarte. ¿Entiendes?
Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada y me resisto a gemir de
placer. Sigue empujando dentro de mí mientras su pulgar me acaricia el
clítoris con rudeza. Entonces se detiene de repente y suelto un suave
gemido de decepción.
―¿Entiendes? ―repite Carlo.
―S-sí ―consigo decir.
Carlo sonríe.
―Perfecto.
Al instante, entierra su rostro entre mis piernas y su lengua pasa a la
ofensiva, abriéndose camino dentro de mí. Me sacudo y me retuerzo
contra él sin poder evitarlo. Carlo me besa ampliamente, con su boca
abierta y húmeda, siendo lo más erótico que he experimentado nunca.
Los sonidos que hace... ¡Dios! Mi cerebro prácticamente se desboca.
Mis muslos tiemblan y la respiración me abandona, abrumada por una
oleada de estremecedora energía. Su lengua se desliza hacia abajo,
burlándose de mi entrada antes de penetrarme.
―Oh, mierda. ¡Carlo! ―grito jadeante.
Siento cómo sonríe contra mí. Los dedos de mis pies empiezan a
curvarse y la presión de mi interior estalla cuando aparta su boca y su
dedo se desliza dentro de mí. Añade un segundo dedo antes de aferrar su
lengua a mi clítoris, y entonces grito. Mi orgasmo me golpea con toda su
fuerza. Me sacudo y retuerzo, por lo que Carlo me sujeta durante las
oleadas de placer.
Cuando recupero la respiración, Carlo está mirándome fijamente. Me
ruborizo al ver sus labios húmedos y brillantes.
―Eso sí que te ha puesto de buen humor, ¿verdad? ―Sonríe.
Mi cuerpo está completamente desfallecido y sigo jadeando.
―Vas a tener que llevarme al baño.
Llego al trabajo con treinta minutos de retraso y, para desgracia, me
encuentro con Nora nada más llegar. Exhalo un suave suspiro.
Maldita sea.
Tiene una sonrisa en la cara cuando me acerco a ella.
―Hola, Nora ―le digo, buscando un tono indiferente.
Ella arquea una ceja.
―Corta el rollo. ¡Sé que os habéis acostado!
Me quedo con la boca abierta.
―¿Cómo lo sabes?
―¿Estás de broma? Tienes ese brillo posterior al sexo. Y sonríes tanto
que se te van a caer las mejillas.
Frunzo el ceño.
―¿Se da cuenta todo el mundo?
―No, simplemente lo sé porque me consta que ayer fuiste a su casa.
―Se cruza de brazos ―. Así que... supongo que tu plan para terminar la
relación no funcionó, ¿eh?
Suspiro.
―Carlo es muy persuasivo.
―Me lo imagino. ―Nora sonríe―. Demonios, chica. ¡Dame los detalles!
―Lo haré, lo prometo. Pero después. Ya llego tarde. Shatt me va a
matar.
―De acuerdo.
Espero verte para comer.
Salgo, corriendo hacia los ascensores. Desgraciadamente, el Dr. Shatt
ya ha empezado las rondas cuando llego. Me dirijo rápidamente a mi
despacho para ponerme la bata antes de correr hacia la sala. Por suerte,
están a punto de acercarse a la primera cama cuando llego. El Dr. Shatt
enarca una ceja a mi entrada y se vuelve hacia el residente de segundo
año que está a su lado.
―¿Quieres mirar eso? Bianchi se ha dignado a acompañarnos esta
mañana ―dice, frunciendo el ceño.
―Lo siento mucho, señor. Había tráfico en el camino.
Me lanza una mirada poco impresionada.
―Si vas a darme una excusa, Bianchi, que sea buena.
―De acuerdo ―murmuro.
Nos dirigimos a la primera cama.
―Carta ―Dice Shatt, extendiendo la mano.
Kelvin, el residente de segundo año, le entrega inmediatamente un
expediente, que ojea durante un minuto o dos.
―Hola, Calden. ¿Cómo te encuentras hoy? ―pregunta al niño de ojos
azul claro.
Su madre, sentada a su lado, responde.
―Me ha dicho que le dolía la garganta y apenas habla, doctor.
―Hmm ―dice Shatt, hojeando el expediente―. Tú administraste los
antibióticos, ¿verdad?
No nos mira a ninguno de los dos, ya que sigue hojeando el
expediente. Pero me han puesto a cargo del chico, así que respondo.
―Sí, señor.
Calden tiene amigdalitis aguda. Tenía mucho dolor cuando lo trajeron
hace dos días y ha mejorado ligeramente, pero sigue bastante débil.
El chico abre la boca. Su voz es seca y áspera cuando habla.
―Me duele.
―Sé que sí ―Shatt dice amablemente―. Pero ya eres mayorcito,
¿verdad?
Calden asiente, con el largo cabello castaño cayéndole sobre los ojos. Su
madre se acerca para apartárselo.
―Bien. ¿Has comido bien?
Su madre abre la boca para hablar, pero el doctor Shatt se le adelanta.
―Lo siento, señora Marn, pero preferiría que Calden me contestara.
Quiero ver si puede hablar un poco mejor.
Ella asiente, mirando a su hijo expectante. El niño nos dice, con gran
esfuerzo, que anoche tomó un poco de sopa, pero que esta mañana no ha
tomado nada. También consigue informarnos que apenas tiene apetito.
―De acuerdo, Calden. Te recetaré más medicamentos. Solo tienes que
comer algo y tomártelos. Quiero que te den el alta el viernes. ¿De
acuerdo?
Asiente e incluso nos ofrece una sonrisa. Nos alejamos, dirigiéndonos a
la cama de al lado, donde hay una niña dormida. Ashley se dio un fuerte
golpe en la cabeza, jugando en el parque. La trajeron hace dos días con
una conmoción cerebral. Ahora está estable, pero anoche lo pasó mal. El
Dr. Shatt hace unas preguntas a sus padres y luego seguimos adelante.
Pronto terminan las rondas y tengo unos momentos de respiro en mi
despacho antes de tener que dirigirme a urgencias.
Jadeo.
¡Podrías tener una conmoción cerebral, eso parece grave!
Tori, te prometo que no es la primera vez que ocurre algo así.
Sobreviviré. Pero mi cara no es bonita ahora mismo.
Por eso no quieres que vaya.
Sí. Nos vemos mañana.
No. Voy a ir.
Tori...
No me vengas con Tori. Voy a ir después del trabajo para ver yo
misma el alcance de los daños.
Pasan uno o dos minutos antes que envíe una respuesta.
Por favor, trae ibuprofeno cuando vengas.
Algo se agita en mi corazón. ¿Y si está realmente herido? Podría estar
minimizando el alcance de sus heridas. Decido no dejarme llevar por el
pánico y mantener la calma hasta que pueda verle.
Paso el resto del día pensando en él. Apenas salgo del trabajo, me dirijo
a mi coche y conduzco hasta su casa. Había planeado ir a casa a
cambiarme y preparar algo de ropa, pero puedo ponerme su ropa esta
noche e ir a casa mañana temprano.
Carlo tarda un buen rato en abrir la puerta cuando llamo al timbre, y
tengo que reprimir un grito ahogado cuando miro su cara.
Objetivamente, sé que no está tan mal. Tiene un ojo morado y un
hematoma en un lado de la cara. Heridas mínimas. Y, sin embargo, algo
me oprime el corazón al verlo.
―¿Qué te ha pasado?
Sonríe.
―Ya te lo he dicho. Me he peleado.
―¿Y eso es algo de lo que estar orgulloso? ―Suelto un chasquido, un
poco enfadado por haberse herido.
La expresión de Carlo se ensombrece.
―Son gajes del oficio, Tori. En ocasiones salgo herido. Creo que has
olvidado que mi trabajo no es un puto picnic.
Cierro los ojos y me froto la frente. Esto no es lo que quería. Ahora
mismo no quiero pelearme con él.
―Tienes razón, lo siento. Deja que te eche un vistazo.
Entramos los dos en casa. Él toma asiento en el sofá y yo dejo caer la
bolsa que llevo en la mano sobre la mesa. Carlo mira de mí a la bolsa con
recelo cuando me pongo delante de él.
―¿Qué hay en la bolsa?
Le toco con delicadeza el hematoma de la cara y hace un leve gesto de
dolor.
―Lo siento ―susurro.
Me giro hacia la bolsa, la abro y saco algunas gasas, pomadas,
medicamentos y otras cosas. Cuando me vuelvo hacia Carlo, lo está
mirando con los ojos muy abiertos.
―¿Qué demonios es todo eso? He pedido ibuprofeno, dolcezza, no todo
el maldito hospital.
Sonrío.
―No sabía el alcance de tus heridas. Además, soy médico. ¿Qué
esperabas?
Refunfuña algo en voz baja que no consigo discernir. Me pongo manos
a la obra para limpiarle la zona alrededor del hematoma antes de
aplicarle un ungüento, y apenas se inmuta por el dolor. Cuando termino,
saco algunos medicamentos.
―¿Has cenado?
Asiente una vez, mirando las pastillas que tengo en la mano.
―¿Qué son?
―Es el ibuprofeno que pediste, y paracetamol. Son analgésicos.
―¿Es realmente necesario? ―exclama Carlo.
―Te duele la cabeza, ¿verdad?
―Un poco.
―Entonces lo estás utilizando. Vamos.
Le doy dos pastillas antes de ir a la cocina a por un vaso de agua.
Obedientemente, se traga las pastillas y bebe un poco de agua. Recojo el
vaso y lo dejo sobre la mesa antes que mis ojos vuelvan a recorrer su
rostro.
―Sabes, ahora mismo estás buenísimo. ―Sonríe con satisfacción.
Pongo los ojos en blanco.
―Tienes que tumbarte.
―En realidad, tenía otras cosas en mente ―me dice con una sonrisa
coqueta.
―Esas 'otras cosas' no están ocurriendo. Necesitas descansar.
Gime suavemente.
―Vamos, Tori.
Sacudo la cabeza.
―No. Órdenes del médico. Vas a dormir un poco, ¿vale?
Suspira, poniéndose en pie.
―Pero vas a dormir a mi lado, ¿no?
Algo me oprime dolorosamente el pecho y le miro fijamente.
―Por supuesto.
Me coge de la mano y dejo que me lleve al dormitorio. Nos quedamos
dormidos juntos. Sé que le dije a Nora que lo que ocurriera entre nosotros
dos no tenía por qué ser serio, pero ahora mismo me parece jodidamente
serio.
Capítulo 18
Carlo
El otro lado de la cama está frío. Tardo un momento o dos en darme
cuenta que es porque Tori ya no está. Abro los ojos y me incorporo,
frotándome la cabeza y gimiendo suavemente.
Un vistazo al reloj que tengo al lado me dice que son las 7 de la
mañana, lo que significa que me he quedado dormido. O, al menos, no
me desperté cuando Tori se levantó. Es extraño, normalmente tengo el
sueño muy ligero.
Me bajo de la cama y camino por el suelo radiante de mi habitación. En
lugar de ir primero en busca de Tori, me dirijo al baño. Me miro la cara en
el espejo. La hinchazón de mi ojo ha bajado considerablemente e incluso
el hematoma tiene mejor aspecto. Eso me hace apreciar lo que demonios
haya usado Tori.
Me refresco rápidamente antes de salir de mi dormitorio, momento en
el que escucho una música suave. Rastreo la música hasta la fuente y es
Tori. Está cantando bajito mientras prepara algo en la cocina.
No se da cuenta de mi presencia, así que me apoyo en la puerta, la
miro fijamente y veo cómo su rostro se contrae concentrado cocinando. Es
adorable. Sin embargo, mi embobamiento termina cuando levanta la
cabeza y me ve. Salta sorprendida y se lleva la mano al pecho.
―¡Carlo! ―grita.
―Hola ―saludo, entrando en la cocina hasta situarme frente a ella―.
Buenos días.
Me mira con sus grandes ojos color avellana, y algo en mi pecho
tartamudea. Creo que se me para el corazón. Cuando vuelve a ponerse en
marcha, la sujeto por los brazos y la acerco a mí, estrellando mis labios
contra los suyos. Tori jadea en mi boca, sorprendida. Pero solo dura un
segundo o dos antes que empiece a responder, devolviéndome el beso
con el mismo fervor.
Cuando la empujo hacia la isla, algo cae al suelo. Apenas lo oigo,
demasiado absorto en su sabor y su tacto. Mi mano desciende hasta su
trasero y le toco el culo con la mano antes de apretarlo con fuerza.
Estoy empalmadísimo y Tori lo empeora cuando gime dulcemente en
mi boca. Sus uñas se clavan en mi brazo y es el tipo de dolor que me
vuelve loco. Sus caderas se restriegan contra mí, en busca de algo de
fricción, y yo estoy encantado de complacerla.
―Te deseo ―respira contra mis labios.
Al instante siguiente la subo a la encimera. De algún modo, consigo
quitarle las bragas y extraer mi polla del pantalón para penetrarla de un
solo envite. Tori grita mientras yo gruño, estrechándola contra mí.
Entonces me tomo el tiempo de mirarla, de observarla de verdad: su tez
sonrojada, la forma en que se estremece contra mí, y casi empiezo a
sentirme culpable por haberla atacado como un cavernícola. Apenas le di
tiempo a respirar.
―Carlo ―Tori dice apretando los dientes―. Si no te mueves ahora
mismo...
Eso me hace reír. Es evidente que lo desea tanto como yo. Me inclino
para darle un beso antes de retirarme lentamente y volver a penetrarla.
Pronto marco un ritmo que le obliga a agarrarme con fuerza de los
brazos. Mi mente se nubla al follarla una y otra vez, hasta que de repente
se detiene contra mí.
Me mira con la boca abierta de éxtasis y se corre. Y es jodidamente lo
mejor que he visto nunca. Sigo persiguiendo mi propia liberación. Unos
minutos después, la sigo hasta el borde. Me estrecha contra ella,
sujetándonos mientras recupero los sentidos.
―Sabes ―dice Tori en voz baja unos minutos después―. No estoy muy
segura de lo que tu médico diría sobre esto.
Me aparto para mirarla a la cara, apartando algunos de sus mechones
oscuros.
―Acabo de follarme a mi médico. Puede relajarse.
Me da una palmada en el brazo antes que sus ojos se abran de repente.
―Oh, mierda, la pasta.
Me retiro a un lado y ella salta de la encimera, dirigiéndose a la olla
que está humeando débilmente. Ahora que la neblina sexual de mi cabeza
se ha disipado, puedo oler la comida quemándose. Me acerco y me coloco
detrás de ella cuando inspeccionamos la comida.
―Tenías que distraerme, ¿no? ―dice, dándose la vuelta y mordiéndose
el labio inferior.
Parece realmente angustiada por nuestra comida arruinada. Casi me
hace sentir mal. Hago girar un mechón de su cabello alrededor de mis
dedos.
―Lo siento, cariño ―le digo―. No sabía que supieras cocinar.
―Bueno, apenas lo hago. Aunque mi madre ha intentado enseñarme y
he aprendido algunas cosas.
Eso no suena muy alentador. Aun así, me enfrento a las
probabilidades.
―En realidad, aún parece salvable. Estoy seguro que, si lo arreglamos,
saldrá bien.
Asiente y va a coger unos platos mientras yo la ayudo a limpiar la
zona. Resulta que la comida está muy lejos de estar bien. Y apenas tiene
nada que ver con el que esté ligeramente carbonizada. Un bocado me
hace ir a por un vaso de agua, pero espero a que ella dé un mordisco.
Inmediatamente empieza a toser y a beber su propia agua para tragarlo
todo.
―¿Qué demonios? ―dice ella, como si no fuera quien lo ha cocinado.
Me rio divertido.
―Creo que has usado demasiada sal, dolcezza. Y especias y la salsa
está...
―Es suficiente, gracias ―interrumpe. Sus ojos color avellana se
entrecierran―. Es culpa tuya.
―Por supuesto ―digo con grandilocuencia, poniéndome en pie y
cogiendo los dos platos―. Vamos, nos prepararé unos huevos con beicon.
Y Tori, nos convendrá a los dos que reduzcas al mínimo tus intentos de
cocinar.
―Imbécil ―murmura.
Hace un mohín con la boca cuando se levanta y se acerca arrastrando
los pies para ayudarme. Coloco mis manos sobre su barbilla, inclinándola
hacia arriba para mirarme a los ojos.
―Gracias por intentar cocinar para mí. Eres increíble ―le digo.
―Seré más increíble cuando no me distraigas. ―Sonríe.
―Seguro ―le digo antes de besarla suavemente―. ¿Por qué no vas a
ducharte? Cuando vuelvas, ya habré terminado.
―Muy bien.
Le doy una palmada en el culo mientras empieza a alejarse. Entrecierra
los ojos con lo que estoy convencido que considera una mirada
intimidatoria, pero lo único que consigue es hacerme sonreír y sentir
calor en mi interior. Una vez se ha ido, me concentro en terminar el
desayuno.
―Bueno, tengo que hablarte de dos cosas ―me dice Tori desde el
asiento a mi lado en el coche.
La llevo al trabajo, ya que tengo que hacer algo cerca del hospital.
―¿Oh, sí? ¿Qué? ―pregunto, un poco distraído.
Mi mente está en las personas con las que tengo que reunirme. Nos
deben dinero, y espero que podamos resolverlo de forma ordenada sin
tener que recurrir a la violencia. No creo que a Tori le parezca bien que
me meta en una pelea dos días seguidos, a pesar de ser lo habitual.
―Pues, hablé con mi padre. Sobre el edificio que tú y tu hermano
queréis comprar.
La miro fijamente. Ahora tiene toda mi atención.
―Continúa ―le digo, volviendo la mirada al volante.
―Le dije que os lo vendiera a vosotros. Después de todo, lo necesitáis,
y el yerno para el que lo guarda en realidad no existe. Me dijo que se lo
pensaría, y conociendo a mi padre, probablemente lo haga. Seguro que
pronto se pondrá en contacto contigo o con Christian ―dice emocionada.
―Hmm ―es todo lo que consigo, sin apartar los ojos de la carretera.
―Espera, ¿qué? ¿Eso es todo lo que consigo?
La miro y veo la expresión de disgusto en su cara.
―Hubiera preferido que no hicieras eso, dolcezza.
―¿Y por qué no?
―Porque es mi problema y habría encontrado la forma de solucionarlo.
No tenías por qué entrometerte.
Una parte de mí se da cuenta que esto es exactamente lo que quería
cuando acepté por primera vez nuestra falsa relación. Pero hemos
recorrido un largo camino desde entonces y, sinceramente, conseguir el
edificio de esta manera me parece mal.
―No me he entrometido ―dice Tori con frialdad―. Te estaba ayudando.
La mayoría de la gente daría las gracias para demostrar lo agradecida que
está.
―Te lo agradezco ―digo apelando―. Pero déjame que me ocupe de mis
propios asuntos a partir de ahora, Tori.
No dice nada más. Se cruza de brazos y se reclina aún más en su
asiento.
―¿Qué es lo otro? ―pregunto cuando ella sigue callada. Ella sigue sin
contestar―. Vamos, Tori. Lo siento, ¿vale?
Resopla y se remueve en el asiento.
―He recibido un mensaje de Christopher.
―¿Mi hermano Christopher? ―pregunto, con una sensación
premonitoria apoderándose de mí.
―¿Cuántos Christopher conoces?
―Te sorprenderías. ¿Qué quería? ―digo soltando una risita.
―Quería invitarme a una fiesta mañana por la noche. Por lo visto, él y
su mujer la organizan para el cumpleaños del mejor amigo de su mujer y
cuñado.
Eso no es nada confuso. Ya lo he entendido.
―¿Dan una fiesta para Jameson?
―Sí. Y nos invitaron. Bueno, en realidad, él me invitó a mí. Me dijo que
te arrastrara si podía.
Pongo los ojos en blanco.
―No puedes porque no vamos a ir.
La mirada que Tori me lanza es fría y amenazadora. Mierda, puede dar
miedo con tan poca cosa.
―No puedes decidirlo tú. Yo quiero ir. Además, dijo que sería una
fiesta pequeña.
Me burlo.
―Confía en mí, nena, no existe lo pequeño cuando se trata de Topher
D'Angelo y las fiestas.
―Sea como sea, vamos a ir.
―No, no lo haremos. Estaré ocupado, Tori ―le digo, buscando
torpemente una excusa.
Me lanza una mirada como diciendo que no se traga mis chorradas.
―En serio, no quiero ir.
―Vamos a ir ―dice, decidiendo por ambos a pesar de lo que acababa de
decir hace unos minutos―. Por favor ―añade.
Cuando la miro, capto su expresión suave y la súplica en sus ojos.
Como si pudiera decir que no a eso. Suspiro.
―Bien. Iremos.
Su efecto sobre mí necesita ser estudiado seriamente. Te juro que no es
normal.
Por desgracia para mí, Christian y Daniella no asistirán a la fiesta. Se lo
pregunto en cuanto llego al pub, pero me dice que pudieron librarse de ir
porque optaron por cuidar a los niños. Luego intenta preguntarme por
Tori, momento en el que me retiro de la conversación.
Supongo que no tengo más remedio que ir a la fiesta. Y esperar que
Katherine sea capaz de controlar las tendencias más excéntricas de su
marido.
Tori
Es muy difícil no sentirse insegura cuando un hombre con el que estás
saliendo mantiene una conversación privada con su antiguo ligue. Carlo
y Cara han desaparecido hace solo un minuto y estoy luchando contra el
impulso de ir tras ellos. Pero es ridículo. Nunca me había sentido así. Solo
es una conversación, y si no puedo confiar en él, esta relación no va a
ninguna parte.
Katherine se excusa para ir a hablar con alguien y yo me quedo sola.
Normalmente se me da mejor socializar en fiestas y eventos como este,
pero estoy de los nervios. Estoy a punto de dirigirme al bar a por una
copa cuando Dante Marino aparece delante de mí.
―Hola, princesa ―saluda, con su familiar sonrisa burlona.
No me extraña la forma en que sus ojos recorren mi cuerpo. La
irritación me invade.
―Dante, hola. ¿Qué haces aquí?
Su boca se curva hacia arriba.
―Conozco a los anfitriones de la fiesta. ¿Y tú?
―Lo mismo ―murmuro, preguntándome cómo puedo hacer una salida
rápida. Realmente no me siento cómoda con él.
―¿Hmm? ¿Solo conocida? Juraría que te vi entrar aquí del brazo de
Carlo D'Angelo.
―¡Claro que sí, es mi novio! ―suelto.
―¿En serio? Así que los rumores son ciertos. Realmente estás saliendo
con un D'Angelo.
―¿Tiene algún sentido este interrogatorio?
―Solo quiero saber si realmente me tenías tanto miedo que corriste a
los brazos del primer chico que te hizo caso.
Mi mandíbula se tensa.
―¿De qué mierda estás hablando?
Me ofrece una sonrisa babosa y se acerca para tocar mi cabello. Luego
se inclina para susurrarme al oído.
―No te preocupes, princesa. Te estoy esperando.
Siento una presencia detrás de mí justo antes que Dante sea empujado
hacia atrás. Con fuerza. Jadeo y me giro para encontrar a Carlo, con una
expresión amenazadora en el rostro. No me mira a mí, sino a Dante. Me
aparta con cuidado, asegurándose de ponerme la mano en la cintura de
forma posesiva.
―Aléjate de mi chica ―afirma Carlo, con la voz peligrosamente baja.
Me debato entre desmayarme porque me haya llamado su chica y
poner los ojos en blanco ya que la postura machista es un poco exagerada.
Dante sigue sonriendo, con una expresión fácil en el rostro.
―Casi era mi chica.
Oh, por el amor de Dios.
―Cierra el pico, Marino. O te romperé la mandíbula yo mismo.
A Dante no le afecta lo suficiente la amenaza. Tengo que reconocerlo, si
hubiera sido otro hombre, les habrían temblado las piernas. Carlo puede
dar miedo cuando quiere.
―Ya, ya A los D'Angelo sí que os gusta actuar como los lobos feroces
―dice Dante.
―¿Qué demonios haces aquí?
―No es asunto tuyo.
―Viendo que esta es la casa de mi hermano y que acabas de tocar a mi
chica sin permiso, es asunto jodidamente mío ―le replica Carlo.
¿Sin permiso? Casi me rio a carcajadas. Esto es divertidísimo.
Como si le hubieran llamado, el hermano de Carlo se acerca a él,
tomando rápidamente nota de la situación. Me lanza una mirada de
disculpa.
―Yo le invité. No me di cuenta que habría roces ―dice Topher,
mirando de mí a Carlo, a Dante―. ¿Podéis por favor ser amables? Es la
fiesta de Jameson.
Señala al cumpleañero y a su mujer, paseando por la fiesta, hablando
con los invitados.
―No habrá problemas mientras Marino se vaya ―afirma Carlo.
A Topher se le cae la cara de vergüenza.
―Oh, vamos, Lo.
―No, sácalo de aquí.
La expresión de Dante es divertida.
―No hace falta. Hablaré un momento con el cumpleañero. Iba a
marcharme de todos modos.
Casi me siento mal. Puede que sea un gilipollas baboso, pero no se
merece que le echen así.
Me lanza un guiño.
―Hasta luego, princesa. ―Luego se aleja.
La mano de Carlo se estrecha en torno a mi cintura. La tensión
prácticamente vibra en él. Creo que está a un segundo de ir a por Dante.
Lo cual sería ridículo.
Una vez que Topher está seguro que se ha controlado la situación, se
marcha. Me arranco de los brazos de Carlo.
―Escúpeme la próxima vez, ¿quieres? Me marcará mejor como de tu
propiedad ―digo enfadada.
Me lanza una mirada sombría antes de cogerme de la muñeca y
arrastrarme hasta un pasillo vacío. Tiene la mandíbula apretada y los ojos
brillantes de ira.
―No vuelvas a acercarte a él. No estoy bromeando.
―Estoy capacitada para tomar mis propias decisiones sobre a quién
puedo o no acercarme ―digo obstinadamente.
Frunce el ceño.
―No es el momento de obstinarse.
―¿Pero si el de tratarme como a tu juguete?
―Eres mía, Astoria. Mía ―dice posesivamente.
―No soy tuya. Soy mi propia persona, Carlo. No puedes reclamarme
sin más.
Parece que Carlo ha llegado a un punto de ruptura. Da un paso hacia
mí y yo retrocedo automáticamente. Mi espalda choca contra la pared.
Trago saliva y lo miro. Sus ojos brillan, oscuros y peligrosos. Sin embargo,
siento un estremecimiento en el bajo vientre. Aprieto los muslos.
Pierdo el hilo de mis pensamientos cuando me rodea el cuello con el
brazo. Es un contacto suave, casi reverente.
―Tus labios jodidamente me distraen ―es todo lo que dice antes de
besarme.
Sabe a vodka y especias. Levanto la cabeza para facilitarle el acceso y
Carlo responde metiéndome la lengua en la boca. Su mano me aprieta el
cuello y la otra desciende hasta mi muslo, acercándome más. De repente,
Carlo se aparta y yo gimo por la pérdida de su boca en la mía.
Apoya la frente en la mía. Su mano sigue alrededor de mi cuello. Es
carnal y posesivo al mismo tiempo.
―Nadie te toca salvo yo ―dice con firmeza―. Dilo, dolcezza.
Mis ojos se entrecierran.
―Estás haciendo el ridículo.
Porque a pesar de ese beso apasionado y estremecedor, aún necesita
saber que no soy su posesión.
―Dilo, Astoria ―repite, sus ojos ardiendo como carbones.
―Muévete, Carlo ―es todo lo que digo antes que retire la mano de mi
cuello y retroceda.
―Tori, nunca te haría daño.
―Lo sé ―le aseguro y él hace una seña aliviado―. Pero no soy tu
juguete.
Se acerca a mí y empiezo a retroceder hasta que mi espalda está contra
la pared.
―No quiero que seas mi juguete. Quiero que seas mi chica. Quiero que
seas mía. Y no quiero que nadie te toque excepto yo.
―No quiero que nadie toque tus labios, no quiero que nadie toque ese
culo.
Luego desliza la mano hasta mi centro y empieza a trazarlo con el dedo
a través de mi vestido.
―Y definitivamente no quiero que nadie toque mi coño. ―Levanta
suavemente mi barbilla para que le mire, mordiendo ligeramente mi labio
inferior mientras presiona su dura polla contra mi coño, ahora muy
mojado.
―Dilo ―ordena.
Trago suavemente. La presión en el bajo vientre aumenta y tengo que
apretar los muslos. Carlo se da cuenta, capto el brillo oscuro de sus ojos.
―Nadie me toca salvo tú ―susurro, sintiendo la necesidad de ceder.
―Buena chica.
Su mano serpentea hacia abajo, levantándome el vestido.
Automáticamente la aparto.
―¡Estamos en un pasillo! ―digo, con la voz aguda.
Sonríe, me coge de la mano y me lleva escaleras arriba hasta un
dormitorio.
―¿Podemos estar aquí? ―pregunto yo.
Me lanza una mirada.
―Es la casa de mi hermano. Esta es una de sus habitaciones de
invitados. Súbete a la cama, Tori.
Sinceramente, haría cualquier cosa que me pidiera si sigue hablándome
en ese tono. Me subo a la cama y puedo decir que no volvemos a bajar a
la fiesta.
Carlo
Estoy trabajando en uno de nuestros casinos cuando Tori me llama
para informarme que su padre quiere verme. Está segura que tiene que
ver con el edificio. Me dirijo a su empresa, ligeramente nervioso por
encontrarme con Salvador. Y yo nunca estoy nervioso.
Pero Salvador Bianchi es un hombre formidable, y estoy saliendo con
su hija. Antes no me importaba porque no era real. Pero ahora sí lo es.
Ahora que la tengo, existe la posibilidad de perderla por culpa de su
padre, y no voy a dejar que eso ocurra.
De camino a su despacho, recibo un mensaje de Thoper.
Mamá va a volver.
Me aparco a un lado de la carretera para responder.
Yo, ¿Qué quieres decir con volver?
Quiero decir que vuelve de su viaje a Europa, genio. Volverá a
EEUU en unos días.
Pongo los ojos en blanco.
Catzo.
Dice que tendremos una cena familiar al día siguiente de su llegada.
Y también me ha dicho que te diga que traigas a tu novia.
Joder.
Síp. Buena suerte, fratello.
No me detengo demasiado en el regreso de mi madre, ya que primero
tengo que lidiar con otro padre. Nada más llegar, me hacen pasar al
despacho de Salvador. Se levanta de detrás de su escritorio con una
amplia sonrisa en la cara.
―Ah. Carlo. Gracias por reunirte conmigo, hijo ―me dice.
Le doy la mano y me hace un gesto para que tome asiento.
―¿Cómo va todo? ―pregunta Salvador.
―Muy bien, señor.
Arquea una ceja.
―¿Señor? Estás saliendo con mi hija, Carlo. Llámame Salvador. Pronto
seremos familia, podemos dejar las formalidades.
―De acuerdo. ―Asiento, acomodándome en la silla.
―He oído que tienes problemas con Desantos. Ese viejo murciélago no
quiere dejarlo, ¿eh?
―Estábamos teniendo algunos problemas con él, pero Christian se
encargó de solucionarlo ―le informo.
―Ah, claro que sí. Tu hermano es un buen hombre. Tu padre dejó la
familia en manos capaces. A ambos os ha ido bien.
―Gracias.
―Lo que me lleva al siguiente punto. Creo que ha llegado el momento
de ceder finalmente el edificio. Al principio estaba preocupado por ti y
por Astoria, pero ahora veo que mis temores eran infundados. Nunca
había visto a mi hija tan feliz. Por eso voy a entregarte el edificio. Os lo
habéis ganado. Y estoy seguro que os irá bien con él.
―Gracias, Salvador ―le digo, sintiendo que un peso se desliza por mi
pecho.
Al menos continúa resolviéndose como necesitábamos.
―Hablaré con Christian para que venga, podamos negociar el precio y
firmar los documentos.
Salvador agita una mano en el aire.
―No, no. ¿No has oído lo que he dicho, hijo? Estoy cediéndote el
edificio. Esto no es una venta. Es un regalo.
Lo miro sorprendido.
―No lo considero necesario, Salvador.
―Por supuesto que lo es. ¡Eres mi futuro yerno! ―Se ríe―. Puedo darte
esto, al menos. Considéralo un regalo de boda anticipado.
Trago saliva. Joder. Si no acepta dinero por el edificio, me sentiré aún
peor por el engaño que nos ha traído hasta aquí.
―Salvador, déjanos pagar. Es un inmueble caro.
―Por eso te lo regalo ―dice el hombre obstinado―. Tómalo, Carlo. Deja
de ser modesto. Ya tenía preparados los documentos para el traspaso.
Solo falta que lo firmemos.
Mis manos se cierran en puños mientras lo debato en mi cabeza. Mi
instinto me dice que conseguir el edificio gratis podría volverse en mi
contra. Pero miro la expresión seria de Salvador y suspiro. No va a
dejarlo pasar.
―Muy bien. Muchas gracias, Salvador.
Al menos conseguiremos el edificio. Ya está. Firmamos los documentos
y, sin más, mi familia ha conseguido algo que hemos necesitado tan
desesperadamente todo este tiempo. Salvador me estrecha la mano para
cerrar el trato.
―Bienvenido a la familia, hijo.
―Gracias.
La expresión de la cara de Christian no tiene precio cuando le entrego
la escritura ese mismo día.
―¿Te lo dio gratis?
―Sí ―respondo antes de desplomarme en el sofá de su despacho.
―Eso es peligroso. No me fío de las cosas gratuitas ―murmura
Christian.
―Exactamente lo que pienso.
Tori
―Todo irá bien, Tori ―me dice Daniella, frotándome los brazos de forma
reconfortante.
Sin duda, no irá bien. Una mujer que bien podría ser mi suegra me
desprecia claramente, y no tengo ni idea de qué hacer. Ni siquiera sé por
qué. Estoy así de cerca de perder la cabeza ahora mismo.
Carlo y su madre regresan y yo me pongo en pie. La Sra. D'Angelo me
sonríe. Es una sonrisa incómoda, torpe. Pero cuando miro a Carlo, lo
único que me ofrece es un rápido pulgar hacia arriba, antes que sus ojos
recorran la estancia y se posen en su hermano.
―¡Topher! ―ladra―. Fuera, ahora.
Topher traga saliva y se pone en pie, haciendo lo que le pide su
hermano. Estoy ligeramente preocupada cuando veo la expresión asesina
en la cara de Carlo. Por suerte, Christian va con ellos, así que estoy segura
que lo que esté pasando no irá a más.
La Sra. D'Angelo sigue de pie junto a la puerta. Me mira.
―Astoria, querida, siento mucho mi comportamiento de antes. ¿Puedo
hablar contigo?
―Lo ves, te dije que entraría en razón ―me susurra Daniella al oído.
―Nos has asustado, Martina ―le dice Katherine.
La Sra. D'Angelo sonríe cálidamente. Sigue esperándome, de modo que
camino hacia ella y me dejo arrastrar hasta un pasillo. Cuando la tengo
delante, me doy cuenta que es muy pequeña. No llega a medir metro
sesenta, pero eso no impide que sea intimidante como el infierno. Apenas
puedo mirarla a los ojos.
―Te pido disculpas nuevamente, cara. No era mi intención ser tan
grosera. Solo que... estaba preocupada porque había oído cosas
indecorosas sobre tu relación con mi hijo.
―¿Indecorosas? ―pregunto educadamente.
―Sí. He oído que empezasteis fingiendo una relación falsa.
Oh. Sí, eso tiene sentido. Ya veo por qué le han salido las garras. Abro
la boca para explicarme, pero ella me interrumpe.
―Carlo ya me lo ha explicado y confío en que ambos sintáis algo
sincero el uno por el otro. ―Toma mis manos entre las suyas―. Y además,
muy agradecida.
Sonrío, una sensación cálida envuelve mi pecho.
―No hay problema, señora.
Suspira.
―Tengo que repetirlo con cada una de vosotras ―murmura en voz
baja―. No es necesario que me llames señora. Soy Martina, ¿de acuerdo?
¿Está claro?
―Perfectamente ―le aseguro.
Ella sonríe.
―Mírate. Eres tan hermosa y te pareces tanto a tu madre.
―¿De verdad? La mayoría de la gente dice que me parezco a papá
―musito.
―Tonterías. Salvador es un bruto. ―Martina se ríe―. De todos modos,
debo hablar pronto con tus padres. Tendremos que planear una boda.
Carman debe estar bailando ahora mismo dondequiera que esté. Era un
sueño que secretamente deseaba el que te casaras con uno de sus
muchachos.
―¿Lo era? ―pregunto, sorprendida.
No estoy segura cómo sentirme al respecto. Intento no juzgar, pero
después de todas las locuras que veo en urgencias, es difícil no sentirse
un poco molesta con un hombre que puso una pistola en manos de un
chico de quince años.
―Carman tenía sus defectos ―dice Martina, y mis ojos se abren. ¿Es
que todos los miembros de esta familia leen la mente o algo así? ―Pero de
lo que estoy segura es de lo mucho que quería a sus hijos y deseaba lo
mejor para ellos.
No puedo preguntarle por el collar de balas por si no tiene ni idea.
Pero hay otra cosa por la que tengo mucha curiosidad.
―Si no le importa que le pregunte, señora D'Angelo... ―Me mira
bruscamente y me apresuro a enmendar mis palabras―. Martina. ¿Cómo
murió? El padre de Carlo.
Es impensable que se lo pregunte a él . No después de lo sucedido la
última vez.
―Oh, tuvo un accidente de coche, cariño. Volvía a casa nevando. Las
carreteras estaban heladas y su coche acabó saliéndose de la carretera,
chocando contra un árbol. Todavía estaba consciente cuando lo llevaron
al hospital y pensamos que se pondría bien, pero tenía una hemorragia
cerebral interna. Falleció unos días después.
―Eso suena fatal ―respiro.
―Todo fue tan repentino. Seguro que Carman odió la forma en que se
apagó. Probablemente le habría encantado morir en medio de un tiroteo o
algo así. No en un accidente de coche del que no pudo controlar la
situación.
―Lo siento mucho.
Me ofrece una cálida sonrisa. ―No es preciso que digas lo sientes,
cariño. Fue hace mucho tiempo. Ahora estoy mejor.
―Aun así, no puede haber sido fácil. No puedo imaginarme perder a
Carlo. Me destrozaría.
La sonrisa de Martina se ensancha.
―Viendo que comparas perder a mi marido después de más de veinte
años con perder a tu novio, deduzco que va en serio.
Me quedo con la boca abierta.
―Oh, no. Martina, no pretendía...
―No pasa nada, Astoria. Me alegro mucho que haya encontrado a su
persona. Si las cosas se ponen difíciles, siempre puede acudir a mí. Yo le
pondré las cosas en su sitio. Puede ser muy testarudo y nunca escucha a
nadie.
Exhalo un suspiro.
―Dímelo a mí.
Martina se ríe.
―Te irá bien. Ten paciencia con él.
―Intento tenerla.
Sus ojos marrones se deslizan por mi rostro, su expresión estudiosa. Su
mirada es cálida y amables cuando vuelve a hablar.
―Carman siempre fue muy ambicioso cuando estaba vivo. Nunca se
echaba atrás. Adoraba y mimaba a todos sus hijos, pero empleó una
mano mucho más firme con Carlo. Carlo era su primer hijo y Carman
quería moldearlo a su imagen y semejanza, supongo. Con Christian no
tuvo que esforzarse tanto porque Christian es exactamente igual que él.
Pero con Carlo tuvo que esforzarse mucho más. ―Me da unas palmaditas
en la mano―. Te lo digo porque tengo la sensación que no se ha sincerado
contigo sobre la relación con su padre.
Me quedo mirando, con los ojos muy abiertos. Lectores de mentes, lo
juro.
―Lo hará en su momento. Carlo tiene muchos sentimientos reprimidos.
Sé que acabará sacándolos.
―Haré lo que pueda.
Ambas nos distraemos cuando oímos pasos bajando las escaleras.
Salimos al pasillo y encontramos a unos niños que seguramente son
sobrinos de Carlo. El niño es el mayor. Parece tener unos cinco o seis
años. Tiene el cabello castaño rojizo y unos ojos marrones muy parecidos
a los de su padre. No hay duda que es hijo de Christian.
Carga con una niña que no puede tener más de dos años. Martina se
mueve rápidamente para cogerla.
―Tranquilo, Danny. La dejarás caer ―dice con una cálida sonrisa. Se
vuelve hacia mí. ―Astoria, este es Daniel. Es el hijo de Christian y
Daniella.
―Sí, me lo imaginaba ―le digo con una sonrisa―. Encantada de
conocerte.
El chico parece estar evaluándome. Luego acepta mi mano extendida
encogiéndose de hombros.
―Hola, esta es mi prima Angélica, pero todos la llamamos Ángel
―dice, señalando a la niña que prácticamente se esconde detrás de él.
Ella asoma la cabeza para mirarme antes de volver a esconderse
rápidamente detrás de su primo. Vislumbro sus preciosos ojos azules y a
su largo cabello rubio. Es una copia de su madre en toda la extensión de
la palabra.
―Hola, Ángel ―le digo bajito.
Martina toma el relevo y me presenta al último miembro de la familia
D'Angelo.
―Esta pequeña es Catherine ―me dice.
Catherine tiene el cabello pelirrojo de su madre y una hermosa sonrisa.
Se ríe juguetonamente.
―¡Abuelita! ―dice, con voz aguda y adorable―. ¿Quién es?
―Niños, esta es vuestra tía Astoria. Es la novia de Carlo.
Los ojos de Daniel se agrandan.
―¿Tío Carlo tiene novia?
―Sí, la tiene. Sed buenos con vuestra nueva tía. ¡Ángel! Deja de
esconderte detrás de Dan y conoce a Astoria.
―Oh, no, está bien ―me apresuro a decir―. Tómate tu tiempo, Ángel.
Ven a verme cuando quieras ―le digo a la niña. No responde, pero sonrío.
Seguro que con el tiempo se le pasará la timidez.
Daniel, en cambio, es una mariposa social que rápidamente se pega a
mi lado cuando nos dirigimos al comedor para cenar. Es un niño curioso
y también inteligente.
Los hombres reaparecen cuando empezamos a tomar asiento en la gran
mesa del comedor. Noto que Topher se frota el costado. Hace una
pequeña mueca de dolor cuando se sienta junto a su mujer y coge a su
hija en brazos. Carlo se acerca a mí, con una expresión desenvuelta en el
rostro, y se fija en Daniel, a mi lado. El chico me habla de su rana
mascota.
―Hola, hombrecito ―saluda Carlo, tomando asiento a mi otro lado.
―¡Tío Carlo! ―dice alegremente―. He conocido a tu novia.
―Sí, ya lo veo. ¿Te gusta?
Daniel asiente con entusiasmo. ―Es muy guapa. Le estaba hablando de
mi rana, Leo.
―Continúa ―dice Carlo con grandilocuencia. Se inclina para
susurrarme al oído―. ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza.
―Estoy muy bien.
Sonríe. Nunca lo había visto sonreír tanto. Es evidente que quiere
mucho a su familia. Se siente completamente a gusto con ellos. Cuando
mete la mano por debajo de la mesa y entrelaza nuestros dedos, le sonrío,
con el corazón a punto de estallar.
Martina decía que no se hacía ilusiones que Carlo fuera un hombre
fácil de amar, pero cada día me encuentro resbalando por grietas ya de
por sí resbaladizas. Grietas que me conducen directamente a un amor
desmesurado por este hombre.
Sacan la cena. Martina le pide a Christian que dé las gracias y
empezamos. La conversación fluye y me alegra haber formado parte de
algo tan especial.
Carlo
Estoy a punto de perder los nervios. Voy de un lado a otro del salón,
con la tensión enroscándose en mis venas. Hace dos días que no veo a
Tori. No desde que se fue la noche que se publicó la historia.
―Me estás dando dolor de cabeza ―gruñe Khalil.
Levanto la cabeza para mirarle.
―Estoy de acuerdo con Larsen. Siéntate, Carlo. Preocuparte por ello no
te no te servirá de nada ―añade Christian.
―Tienes razón. Debería ir a su casa a buscarla.
Christian se apresura a rebatir eso.
―No. En primer lugar, la mansión Bianchi está bien vigilada. En
segundo lugar, estoy casi seguro que Salvador desea tu sangre, así que
retírate y deja que Larsen haga lo suyo.
Me despierto y no hay nadie en la habitación. Me incorporo, gruñendo
por lo bajo y agarrándome el estómago. Echo un vistazo al despertador
digital de la mesilla de noche y veo que es mediodía. Una mirada a mi
teléfono y me doy cuenta que llevo inconsciente todo un día. Tengo una
vía intravenosa en el brazo. Me la arranco. Ya no me duele nada y
necesito encontrar a mi chica.
Estoy a punto de levantarme cuando alguien irrumpe en la habitación.
Levanto una ceja y miro a Khalil.
―¿Cómo te encuentras? ―pregunta.
―He estado mejor ―logro decir, sintiendo un pinchazo agudo y
doloroso en las costillas.
Estoy casi convencido que los cabrones me han roto una de ellas.
―Te dijimos que no fueras a la mansión Bianchi. ¿Creías que podías
acabar con todos esos putos guardias, tu solo?
―Seguro que lo intenté. Tengo que encontrar a mi chica.
―Lo sé. De eso he venido a hablarte Carlo. Tenemos un problema.
Astoria ha sido secuestrada ―me dice Larsen, con expresión tensa―.
Dante Marino la tiene.
Juro que se me para el puto corazón.
―¿Qué mierda acabas de decir?
―No estoy seguro de lo sucedido. Salvador se ha puesto en contacto
con mi empresa hace unos minutos, frenético. Al parecer, Astoria salió de
casa con Dante hace dos días. Salvador organizó la reunión intentando
que continuaran con su original acuerdo, pero le salió el tiro por la culata.
Tenían reserva para cenar, pero nunca llegaron al restaurante. En lugar
de eso, la llevó a un lugar desconocido y luego llamó a Salvador,
pidiéndole que aceptara un trato comercial si quería recuperar a su hija.
Asimilo todo eso en silencio. Imagino la cara de Dante Marino y veo
rojo. No pienso con claridad cuando agarro el cuello de la camisa de
Khalil, tirando de él para acercarlo.
―Encuéntrala ―digo apretando los dientes―. ¡Encuéntrala ya!
Khalil pone los ojos en blanco antes de extraer con calma mi mano de
su camisa. Alisa todas las arrugas antes de mirarme.
―No te preocupes, ya estoy en ello.
Asiento, mirando fijamente a la pared e intentando por todos los
medios no imaginarme a mi chica en este momento. Probablemente esté
muerta de miedo. Lo único que me queda ahora es una furia glaciar en
mis venas y miedo por ella.
Entro en mi salón y encuentro a mi leal equipo reunido esperando mi
próxima orden.
―Llama a Salvador por teléfono ―ordeno.
El ambiente de la sala se tensa cuando me enfrento a su padre.
―¿Por qué no contactaste cuando ella desapareció?
―No te debo ninguna explicación, Carlo. No después de esa farsa
destinada a deshonrar a mi familia ―replica bruscamente. Pero luego
respira hondo y su voz contiene una nota de arrepentimiento―. Pensé
que hacía lo mejor para ella. Un grave error, que ahora pesa sobre mi hija.
La frustración aflora en mi interior.
―Ella está conmigo, Salvador. ¿Por qué organizaste un encuentro con
el cabrón de Dante?
―¿Te refieres a esa actuación digna de portada?
―Comenzó así ―admito―. Pero ahora ni siquiera puedo pensar sin tu
hija en mi vida.
Salvador desecha mis palabras.
―Es un poco tarde para una explicación D'Angelo, encuentra a mi hija.
Antes de colgar, con inquebrantable determinación, juro.
―Encontraré a mi chica.
Khalil me estudia un momento.
―¿Qué vas a hacer cuando los encuentres?
Entonces lo miro, con una sonrisa cruel en mis labios.
―Voy a hacer que Dante Marino desee no haber nacido nunca. Y luego
lo mataré.
Nadie toca lo que es mío.
Tori
Carlo no dice nada. Su nuez se balancea, mirándome fijamente.
―Carlo ―digo en voz baja.
Sus ojos se cierran y se pasa una mano por el cabello.
―No tiene importancia, Tori ―me dice.
Inmediatamente sacudo la cabeza.
―Importa mucho. No sabes cuánto importa. Para mí, para ti. Así que,
por favor, respóndeme sinceramente. Te lo suplico.
Unos ojos castaño oscuro rozan mi rostro. Por un momento, creo que
va a pasar de mí y ocultarlo todo de nuevo. Entonces abre la boca,
sorprendiéndome.
―Como sabes, soy el primer hijo de mi padre. Los primeros hijos
normalmente se juegan mucho, y en mi familia no era diferente. Tenía
muchas expectativas puestas en mí. Quería que fuera el mejor porque
estaba destinado a ser su legado. Su sucesor. Al crecer, tenía que ser el
mejor en el colegio, el más grande, el más fuerte. Me empujaba a superar
todas sus expectativas, y yo me esforzaba al máximo, pero nunca era
suficiente. Mis hermanos pequeños siempre han sido más listos que yo.
Joder, Topher es un puto genio. ―Suelta una risa irónica.
Contengo la respiración. No digo ni una sola palabra porque esto es lo
que he necesitado todo este tiempo. Que se abriera a mí. Solo quiero saber
quién es realmente.
―Era como si nunca pudiera estar a su altura. Pero lo que sí podía
hacer era esforzarme al máximo cuando se trataba del negocio familiar.
Cuando era más joven, creí que sería el próximo Don. Entonces mi padre
me puso aquella pistola en la mano cuando tenía quince años y me dijo
que disparara. Christian tuvo que hacer lo mismo cuando tenía dieciséis.
Es una especie de tradición de la familia D'Angelo, salvo por Topher, que
quedó exento ―dice con amargura.
―Después de disparar al hombre, me desmayé. Estaba tan
conmocionado que creo que incluso reprimí el recuerdo durante un
tiempo. Pero cuando me di cuenta que podía bloquear los gritos, no fue
tan grave. Mi padre me dijo que tenía que estar en la cima de la cadena
alimentaria o arriesgarme a que me comieran. El fracaso no era una
opción. Dejó claro que, si le ocurría algo, toda la familia era mi
responsabilidad y me lo tomé muy en serio. Estoy casi seguro que mi
padre decidió que Christian sería mejor sucesor que yo después de
aquella noche. Así que podía permanecer en la sombra y hacer lo que
fuera necesario para mantenerlo todo cohesionado. Había expectativas y
yo tenía que estar a la altura. Me llevaba a todos los trabajos, y cada vez
que alguien merecía morir, tenía que ser yo quien le arrebatara la vida.
Me alejé de todos los amigos que tenía. Incluso tenía una novia, con la
que tuve que romper. Poco después, no había vuelta atrás. Me vi obligado
a convertirme exactamente en lo que mi padre quería que me convirtiera.
―¿Cómo pudo hacerte eso? ―pregunto con voz temblorosa.
Me mira fríamente.
―No te equivoques, Tori, mi padre no era un buen hombre. Pero era
bueno con su familia, con sus amigos, con la gente que le importaba. Era
honorable en lo que contaba, pero en el mundo en que vivimos, a veces
necesitas un fantasma. Todo lo que me hizo, cada lección, cada acción, fue
para hacerme más fuerte. Quería que fuera lo bastante fuerte para cuidar
de mi familia, y eso es lo que he hecho cada día desde que murió.
―No ―digo―. ¡Tu padre te convirtió en lo que eres! No conozco muy
bien a tus hermanos, pero tengo la impresión que ellos tomaron sus
propias decisiones. Se convirtieron en lo que estaban destinados a ser,
mientras que a ti te obligaron a convertirte en alguien que realmente
jamás estuviste dispuesto a ser.
Carlo me lanza una sombría mirada.
―¿De qué estás hablando, dolcezza?
―Necesito que me escuches ―le digo desesperadamente―. Eres mucho
más que la persona en la que él te convirtió.
Carlo se pone en pie. Me doy cuenta que está llegando a su punto de
ruptura.
―He sido esta persona durante más de la mitad de mi vida, Tori. Esto
es lo que soy.
―No. No puedo aceptarlo ―le digo, incapaz de impedir que las
palabras fluyan por mis labios. La expresión de Carlo no cambia. Vuelve
a esconderse tras sus muros―. Hoy te he visto torturar a un hombre casi
hasta la muerte, y lo peor es que parecía disfrutarlo.
Aparta la mirada.
―Lo sabías, Tori. Sabías quién era yo cuando te hiciste mía.
―Tienes razón, tal vez en el fondo lo sabía. Y tal vez podría haberlo
ignorado, pero lo vi. Hoy lo he visto todo y eso no es lo que quiero para
mí.
Las palabras salen de golpe. Mi corazón empieza a latir con fuerza
porque, aunque llevo pensando en ello desde que salimos de la
habitación del hotel, una parte de mí aún no puede creer las palabras que
le estoy diciendo.
Los ojos de Carlo parpadean heridos.
―¿Qué se supone que significa eso?
―Carlo, soy médico. Trabajo para salvar la vida de la gente. No puedo
volver a casa contigo todos los días sabiendo que podrías haber matado a
alguien de la forma más brutal imaginable.
La tensión recorre su cuerpo. Su mandíbula se tensa.
―Te secuestró Tori, podría haberte herido. Debería haber matado a ese
cabrón ―dice con frialdad.
Me levanto y alzo la mano para ponerla en su mandíbula, forzando el
contacto visual.
―Te digo ahora que no tiene por qué ser así.
Se aparta enfadado.
―¿Qué quieres de mí, mujer?
―Quiero que te detengas ―digo suavemente―. Quiero que me elijas.
Sigue mirándome sin comprender.
―Aléjate de esto, Carlo. Quiero que te alejes de la mafia ―le digo
finalmente.
No dice nada durante varios segundos. Luego sus párpados se cierran.
Cuando vuelve a hablar, sus palabras son huecas, aplastadas.
―No puedo hacerlo.
―Entonces no puedo estar contigo ―le digo, odiando con toda mi alma
estar dándole un ultimátum.
Pero no tengo elección. No puedo estar con un hombre capaz de hacer
algo tan horrible sin pensárselo dos veces. Él guarda su corazón en lo más
profundo de su ser, y yo quiero ayudarlo a sanar. Pero para que pueda
hacerlo, tiene que dejar atrás toda la rabia y el dolor.
Carlo no habla después de eso. Observo cómo coge las llaves de su
coche. Tras mirarme por última vez, sale del apartamento. Algo se rompe
en mi pecho, pero me consuelo sabiendo que tiene que volver y darme
una respuesta.
Me dirijo a nuestro dormitorio y me meto en la cama. Me siento tan
vacía sin él, pero al menos me siento como él. Una parte de mí no puede
creer que acabe de decirle que me marcharía. Porque, a fin de cuentas, no
estoy segura de poder hacerlo.
Le amo, pienso, justo antes de dormirme.
Cuando abro los ojos, Carlo está de pie en la habitación. Está rodeado
por la oscuridad, que se adhiere a él de un modo que me preocupa. Le
miro a los ojos, intentando vislumbrar algún indicio de lo que ha
decidido, pero está cuidadosamente oscuro. Compruebo el reloj digital
del lado de la cama y son las cuatro de la madrugada.
―¿Dónde estabas? ―pregunto en voz baja.
―Estuve hablando con mi hermano.
―¿Cuál?
―Christian ―responde antes de tomar asiento en la cama. Yo también
me siento, subo las rodillas y apoyo la cabeza en ellas mirándolo. Hay
mucho espacio entre nosotros―. Tuvimos una larga conversación.
Teníamos que decidir cosas muy importantes.
―¿Y qué has decidido? ―pregunto, con el corazón latiéndome en el
pecho.
No responde. En lugar de eso, empieza a hablar de otra cosa.
―¿Sabes que te has colado en mi vida? Literalmente, te estrellaste
contra mí aquel día en la fiesta de tus padres y nada ha vuelto a ser lo
mismo desde entonces. Odio lo mucho que ha cambiado. Antes la vida
era tan fácil. Sabía lo que quería y me sentía satisfecho. Puede que no
fuera feliz, pero al menos podía vivir cada día sin esta sensación dolorosa
en el pecho que tengo cada vez que te miro.
Lanzo una exhalación
―Siento haberte lastimado tanto.
―Déjame terminar. ―Me fulmina con la mirada―. ¿Quieres saber qué
es ese dolor? Lo siento cada vez que te miro. Lo siento cada vez que te
veo sonreír, cada mirada, cada aliento, cada beso. Está incrustado en mi
corazón, el modo en que me haces sentir. Me vuelve jodidamente loco.
No me has lastimado, Tori. Porque ese dolor, es un recordatorio que aún
sigo vivo. Me haces sentir jodidamente vivo.
Entonces me mira, sus ojos brillan con tanta emoción que me deja sin
aliento.
―Una vez te dije que soy hielo y que tú estabas haciendo que me
descongelara. Te dije que tuvieras paciencia. Pues enhorabuena, mi amore.
Porque ya no me siento como el jodido hielo. Me has hecho añicos. Me he
derretido completamente. Sin embargo, nos has condenado a ambos en el
proceso. Mi corazón, mi alma, todo mi ser te pertenece ahora. Porque
jodidamente te amo. ¿Me entiendes, Astoria? Te amo.
Juro que he dejado de respirar. Lo único que puedo hacer es mirar
fijamente a Carlo y preguntarme si esas palabras han salido realmente de
sus labios.
―¿Podrías decir algo, por favor? Estoy perdiendo la cabeza ―murmura.
―Y qué hay de... ya sabes, matar. ―Le pregunto, con la voz teñida de
preocupación.
Me mira a los ojos y me tranquiliza.
―Prometo discernir mejor cuando se trate de eso.
Le dirijo una mirada escéptica.
―Bien, seamos claros, un poco menos no sirve ―replico.
Suelta una risita
―Bien, ¿qué tal si prometo reducirlo significativamente? ¿O te llamo y
hablamos de cada asesinato antes de apretar el gatillo? ―Sugiere.
―¿Qué? No. Por favor, no hagas eso. ¿Por qué no puedes llamar a la
policía cuando las cosas se tuercen, como la gente normal? No todas las
transgresiones merecen una sentencia de muerte ―sugiero.
Levanta una ceja, con una pizca de sarcasmo en el tono.
―Oh, pues claro. 'Oiga, agente, este tipo me debe 20.000 dólares de
unos negocios ilícitos de por aquí'. Seguro que funcionaría.
No puedo evitar reírme ante lo absurdo de la idea.
―Bien, de acuerdo, entiendo lo que quieres decir. Pero sigue sin ser
suficiente.
―Bien, hablaré con Christian para ver si podemos externalizar
nuestra... resolución de problemas.
Mis ojos se abren de par en par.
―¿Qué?
Se ríe y pone una mano sobre la mía, su tono ahora es serio.
―Es broma, amor. Estoy de broma. Quiero que te sientas segura
conmigo. Lo solucionaremos, ¿vale? Te lo prometo.
―¿De acuerdo? ―pregunta.
No hablo. En lugar de eso, me subo a su regazo, con cuidado de evitar
sus heridas. Le rodeo el cuello con los brazos y le miro fijamente a los
ojos.
―Yo también te amo ―susurro, diciendo las palabras por primera vez.
Mi corazón se dispara y, cuando Carlo sonríe, siento que me ahogo.
Entonces le beso. Como si él fuera el aire que necesito para sobrevivir.
Me devuelve el beso, clavándose en mi corazón y en mi alma. Los
momentos siguientes transcurren con ambos intentando quitarnos la ropa
a toda prisa. Cuando se quita la camisa, miro el vendaje que tiene en el
estómago y mordisqueo mi labio inferior.
―No creo que debamos acostarnos ―le digo―. Estás herido.
―No hay forma alguna que me impidas introducirme en tu interior
―murmura Carlo al tiempo que alarga la mano y pellizca mi pezón.
Me rio, apartándome.
―Bien, de acuerdo. Pero primero...
Mis manos se deslizan hasta su dura polla. Antes que pueda
detenerme, rodeo toda su longitud con las manos, un puño sobre el otro,
bombeando con fuerza y arrastrando la piel de un lado a otro. De vez en
cuando paso el pulgar por la punta para recoger el semen que sale de ella.
Carlo respira agitadamente, inmóvil como una piedra. Sonrío dulcemente
antes de arrodillarme en la cama.
―¿Quieres que la chupe, cariño? ―pregunto con una sonrisa burlona,
sin dejar de mover las manos arriba y abajo.
Asiente con un movimiento de cabeza entornando los ojos cuando
cierro la boca sobre su polla. Es demasiado grande y me intimida, así que
me conformo con lamerlo despacio antes de intentar tragarlo. Al final
consigo llevármela hasta el fondo y permanezco allí un minuto, con los
labios bien abiertos contra la base de su pene.
Carlo suelta una palabrota, enredando sus manos en mi cabello. Me
acomodo a su ritmo, lamiendo y chupando hasta que noto que sus
músculos se tensan.
―Joder, Tori ―gruñe Carlo cuando chupo suavemente la cabeza antes
de deslizarlo de nuevo hasta el fondo de mi garganta.
De las comisuras de mi boca atiborrada se escapa baba, resbalando por
mi barbilla, pero no me detengo. Nunca me ha gustado hacer mamadas,
simplemente porque los hombres con los que he estado en el pasado me
lo han hecho sentir como una obligación. Pero Carlo nunca me lo ha
pedido. Y ahora mismo, arrodillada ante él, solo siento un inmenso placer
por el poder que ejerzo sobre él.
―Eso es, cariño. Toma cada puto centímetro. Justo así ―me alaba Carlo.
Vuelvo a tragármelo y me dan arcadas cuando empuja contra mi
garganta. Entonces Carlo me detiene. Me agarra del brazo y tira de mí
hasta colocarme en su regazo.
―Quiero correrme con mi polla en tu coño, dolcezza.
Parpadeo, aun intentando inhalar todo el aire posible. Me limpia parte
de la humedad de la boca antes de arrancarme las bragas. Gimo.
―Carlo, te juro que si rompes otra de estas...
―Te compraré todas las que quieras, joder, con tal de montarme ahora
mismo. Quiero sentir tu coño apretándome fuerte. Justo para lo que fue
creado.
Sus palabras van directas a mi coño y el deseo se agolpa entre mis
piernas. Me levanto antes de hundirme lentamente sobre él, jadeando y
tomando cada centímetro de él. Permanezco así varios segundos. Ambos
nos miramos fijamente, sintiendo un placer alucinante.
Las manos de Carlo están en mi culo.
―Muévete ―me ordena.
No lo hago. Me desplazo con él aún dentro de mí y él me agarra el
culo, manteniéndome en mi sitio. Sonrío ante su torturada expresión.
―Juro por Dios, mi amore, que si no te mueves jodidamente ahora
mismo…
―Vale, vale ―murmuro antes de levantarme y volver a hundirme
lentamente sobre él.
Me deja marcar el ritmo. Siento la mordedura de sus dedos en mi culo,
empujándome hacia abajo con cada embestida hacia delante. Aprieto los
muslos en torno a él, sintiendo su polla palpitar dentro de mí. Cuando me
deslizo sobre él, una expresión salvaje se dibuja en su rostro y es evidente
que Carlo no me permite tener el control. Su mano se aprieta contra mi
culo, impulsándose hacia arriba, penetrándome una y otra vez hasta que
soy un desastre tembloroso y sin sentido.
Sus dedos encuentran mi clítoris, acariciándolo y provocándome hasta
que exploto como un cohete, temblando tan fuerte que apenas puedo
mantenerme encima de él. Me estrecha contra su pecho y continúa
penetrándome hasta que es él quien se estremece. Se corre con un suave
jadeo.
Ambos permanecemos inmóviles durante varios minutos, la habitación
en silencio salvo por nuestros jadeos. Cuando recupero la compostura,
me aparto, mirándole a los ojos.
―Quiero hacerlo para siempre. Quiero estar contigo para siempre
―digo en voz baja.
Entonces dice las palabras que quería oír desde que abrí los ojos y lo vi
en la habitación.
―Te elijo a ti, Tori. Siempre te elegiré ―promete.
Una lágrima resbala por mi mejilla al oírlo. Aún nos queda mucho
camino por recorrer, a ambos. Pero no tengo ninguna duda que al final
saldrá bien. Porque yo soy suya y él es mío. Estamos hechos el uno para
el otro. En el momento en que choqué con él, nuestros destinos quedaron
sellados.
Y no se puede ir contra el destino.
―Te amo. Tanto, Carlo.
Desliza una mano por mi cabello.
―Lo sé, dolcezza.
―¿Qué vamos a hacer con nuestro contrato? ―pregunto yo.
Responde con una sonrisa confiada.
―No te preocupes, lo sustituiré por otro.
Sus palabras pasan a un segundo plano cuando sus labios se
encuentran con los míos, haciéndome olvidar momentáneamente mi
contrato con el jefe de la mafia.
Carlo
UN AÑO DESPUÉS
Únete a mi viaje
Oh, amor. Qué dulce y reconfortante eres. Lleno de alegría y risas, y
una calma que solo tú puedes proporcionar. Pero espera, ¿es dolor lo que
siento? ¿Cómo puede el amor producir dolor, decepción, vergüenza e
incluso miedo? Acompáñame a explorar la vida amorosa de los muchos
personajes memorables de mis libros. Puede que aún no los conozcas,
pero representan el amor en las muchas formas en que lo conocemos... y
en las muchas formas en que lo tememos.
Te ofrezco amor en todos mis libros para que puedas disfrutar de un
romance sincero o simplemente de una buena lectura tórrida. Quiero
decir, ¿qué es el amor sin un poco de pasión?
Soy esposa y mami de unos cuantos pequeños tesoros increíbles, pero
cuando no estoy con mis deberes de esposa y mami (que no es a
menudo), disfruto escribiendo para vosotros.
Me encantan los animales, pero no tengo mascotas. Solo alfas... y son
exigentes. Cada mes intentaré presentaros a uno de ellos. Elige uno o
elígelos a todos, no te lo diré.
Créditos
Traducción, Diseño y Diagramación
Corrección
La 99