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Neuroanatomy Atlas in Clinical Context

Structures Sections Systems and


Syndromes 10th Duane E. Haines
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Neuroanatomy in Clinical Context An Atlas of Structures


Sections Systems and Syndromes 9th Edition Duane E. Haines

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Title: Moral social


apreciación de Hostos

Author: Eugenio María de Hostos

Contributor: Rufino Blanco-Fombona

Release date: February 27, 2024 [eBook #73064]

Language: Spanish

Original publication: Madrid: Editorial-América, 1917

Credits: Richard Tonsing and the Online Distributed Proofreading


Team at https://www.pgdp.net (This file was produced
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***
Transcriber’s Note:
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granted to the public domain.
BIBLIOTECA DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

EUGENIO MARÍA DE HOSTOS


PROFESOR DE SOCIOLOGÍA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA Y DE DERECHO CONSTITUCIONAL EN
LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE
Moral Social

Apreciación de Hostos, por R. BLANCO-


FOMBONA

EDITORIAL-AMÉRICA
MADRID

CONCESIONARIA EXCLUSIVA PARA LA VENTA:


SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LIBRERÍA
FERRAZ, 25
EDITORIAL-AMÉRICA

Director: R. BLANCO-FOMBONA
PUBLICACIONES:
I

Biblioteca Andrés Bello (literatura).

II

Biblioteca Ayacucho (historia).

III

Biblioteca de Ciencias políticas y sociales.

IV

Biblioteca de la Juventud hispano-americana.

Biblioteca de obras varias.

De venta en todas las buenas librerías de España y América.

Imprenta de Juan Pueyo, Luna, 29, teléf. 14–30.—Madrid.


MORAL SOCIAL

Publicaciones de la EDITORIAL-AMÉRICA
BIBLIOTECA DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES
Obras de los más ilustres prosistas americanos.
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Universidad de la Habana.
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Profesor de Sociología en la
República Dominicana y de Derecho
Constitucional en la Universidad de
Santiago de Chile.
DE VENTA EN TODAS LAS LIBRERÍAS DE ESPAÑA Y AMÉRICA
BIBLIOTECA DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES

EUGENIO MARÍA DE HOSTOS


PROFESOR DE SOCIOLOGÍA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA Y DE DERECHO CONSTITUCIONAL EN
LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE CHILE

Moral Social

Apreciación de Hostos, por R. BLANCO-


FOMBONA

EDITORIAL-AMÉRICA
MADRID

CONCESIONARIA EXCLUSIVA PARA LA VENTA:


SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LIBRERÍA
FERRAZ, 25
EUGENIO MARÍA DE HOSTOS

(1839–1903)

HOSTOS, FIGURA REPRESENTATIVA

El nombre de Eugenio María de Hostos nunca fué muy popular en


América. ¿Por qué? Porque no lo repiquetean consonantes de
villancicos, sino que repercute en la región de las ideas, menos
frecuentada que aquella otra región donde el vulgo se extasía en la
música de fútiles rimas, de rimas que, naturalmente, nada tienen que
hacer con el Parnaso y que horrorizarían á las Piérides.
Aunque fué maestro, porque tuvo qué enseñar, no lo siguen
parvadas intonsas y bullangueras de discípulos. Los leones andan
solos. Los leones son raros hasta en África. Como en América no
existen semejantes cuadrúpedos crinados, ¿qué mucho que ignore el
vulgo á ese león de Borinquén, espécimen desacostumbrado, y que lo
tome, á lo sumo, por un gato montés?
Pero el nombre de Eugenio María de Hostos, aunque no muy
difundido, aunque conservado en penumbra, como el nombre de
Cecilio Acosta, sirve hoy á la América pensadora, como el nombre de
Cecilio Acosta, de valiosísimo adorno. Ambos nombres deben
también servirle de orgullo. Ambos nombres pertenecen á
ciudadanos íntegros, á paladines del ideal, á caballeros sin miedo y
sin tacha, á escritores de primera línea, á pensadores de primera
fuerza, á hombres buenos, á personajes de diez y ocho quilates.
El nombre de Eugenio María de Hostos y el nombre de Cecilio
Acosta bastarían para enseñar á esta Europa que nos denigra y á esos
yanquis que nos calumnian, cómo la América no es sólo fragua de
revoluciones, ni palenque de motines, ni paraíso de especuladores
políticos criollos y ladrones comerciales del extranjero.
Verán, por obra de ambos ejemplos, que en medio de los alborotos
democráticos y gestatores de sociedades todavía sin coherencia ni
sanción, entre politiqueros sin escrúpulos, comerciantes sin decoro y
arrivistas sin pudor, hubo, en la América del siglo XIX, virtudes
eminentes, apóstoles encendidos, sabios auténticos, artistas de oro
puro, directores de opinión incorruptibles, varones de consagración,
vidas de cristal, hombres dignos del mármol.
Verán, tanto los yanquis como los europeos, que en el torbellino de
una América en formación, de donde surgen, improvisados, pueblos,
instituciones, fortunas, surgen también lentos, pétreos, luminosos,
esos hombres que hacen el papel de montañas. Y advertirán, ya que
tienen ojos y si saben y quieren ver, que desde la cima de esas
montañas, en medio de la pampa rasa y los ríos en ebullición, se
columbra un vasto horizonte...
II

HOSTOS ROMPE CON ESPAÑA

Hostos vivió sesenta y cuatro años. Nació en una de las Antillas en


1839 y murió en otra de las Antillas en 1903.
Como nació en Puerto Rico cuando Puerto Rico pertenecía á
España, y como nieto de español españolizante, fué enviado á
educarse en la Península desde los trece años. Se levantó en las
Universidades de la madre patria. Sus condiscípulos fueron hombres
que iban á llenar buenas páginas de la historia española y á figurar
en los Congresos, en los Ministerios, en el Ejército, en la Prensa.
¿Empleó Hostos su influencia con figuras y figurones de la política
para medrar? ¿La empleó para ascender á posiciones del Estado, á
que lo llamaban sus méritos? No. La empleó para acordarse de que
había nacido en América. La empleó para pedir la independencia de
Cuba y Puerto Rico. Pero ningún pueblo se amputa voluntario.
Hostos confundió el empeño de la unidad nacional ó posesional de
España, patriótica y razonable en sí, con intransigencias de la
Monarquía. Desiluso, conspiró contra el Trono y á favor de la
República española con Castelar, con Salmerón, con Pi y Margall.
«Primero soy español que republicano», exclamó Castelar cuando,
ya presidente de la República española, Hostos y algunos
republicanos de la Península instaron sobre independencia para
Cuba.
Desiluso de nuevo, aquel apóstol de libertad se convenció de que la
independencia no se mendiga, sino se merece, y, si se puede, se
conquista.
Era en 1868. Abandonó á Madrid, negándose á aceptar una curul
en el Congreso español. Fué á la capciosa Nueva York y se consagró
en alma y vida á la revolución cubana, recién prendida por Céspedes.
Pero no se alejó de Madrid sin agotar sus esfuerzos y sin luchar con
el león á brazo partido, en el mismo antro de la hermosa fiera
dorada. Aquel «Hostos, talentudo y corajudo», de que habla Galdós
en alguno de sus Episodios Nacionales donde evoca, si no recuerdo
mal, el destronamiento y platanazo de Isabel II, luchó su última
lucha en la tribuna española y dijo donde podían oirlo, en el Ateneo
de Madrid, valientes verdades.

«Señores: Las colonias españolas están hoy en un momento crítico. Víctimas de


un despotismo tradicional, una y mil veces engañadas—¡engañadas!, señores, lo
repito—, no pueden, no deben seguir sometidas á la unidad absurda que les ha
impedido ser lo que debieran ser, que les prohibe vivir.»

Basta. Por la zarpa se conoce el león; y por la audacia convencida y


la sed de justicia, y por aquellas palabras que lo divorciaban para
siempre de la madre patria, á Hostos. Rompiendo con España
rompía con sus amigos, rompía con sus valedores, rompía con sus
ambiciones, rompía con su juventud, rompía con su porvenir. Hostos
no vaciló.
III

HOSTOS COMIENZA SU ODISEA BENEFACTORA

Al pie de esa tribuna del Ateneo español empezó la odisea de este


Ulises hambriento de ideales. Esa odisea no terminó sino al caer
Hostos, exánime, en el hoyo de la tumba.
De Madrid sale para Nueva York. De Nueva York, desde donde ha
difundido por la Prensa sus libertadoras ideas, se embarca, dos años
después, para Cuba, que arde en guerra y en anhelos de libertad. Va á
pagar su tributo de sangre, va á dar el ejemplo de Martí, va á regar
con sus venas su idea. El mar lo salva: naufraga.
Partiendo del principio boliviano de que América, nuestra
América, es úna aunque en fragmentos, y que esa América úna y
múltiple debe ser solidaria de todas y cada cual de sus partes;
pensando, como Bolívar, que á la solidaridad de 1810 debe América
el sér y que se perderá ó se salvará conjuntamente, el joven tribuno
de Madrid, el periodista independiente de Nueva York, el náufrago
de Cuba, se convierte en legado voluntario de la revolución Antillana
y se va por toda la América latina predicándola, rediviviendo el
ejemplo de aquellos monjes exaltados y convencidos que se iban por
Europa preconizando la necesidad de las cruzadas.
Fué de país en país. No tenía dinero: escribió, peroró, trabajó,
ganó la vida. Las puertas se le cerraban en las narices. Los miopes no
veían. Los Rivadavia de entonces, los Santander de entonces, los
Páez de entonces, no alcanzaban otro horizonte sino el que se divisa
desde los campanarios de sus natales aldeas respectivas. ¡No
importa! Hostos continúa su prédica. ¡Cerca de cuatro años duró
aquella cruzada de la libertad!
Este es uno de los genuinos caballeros del ideal. Recuerda á Colón,
implorando de corte en corte el apoyo que le falta para realizar el
sueño más grande que hubo en cabeza humana, si es verdad que el
descubrir un mundo ignoto y presentido fué el sueño de Colón.
Recuerda á Miranda, mendigando también de corte en corte apoyo
para sus quimeras libertadoras. Es, en verdad, como dijo Michelet de
Miranda, un Don Quijote de la libertad. En 1872 está en Santiago de
Cuba, en 1873 en Brasil, en Buenos Aires; en 1876 en Nueva York, en
1877 en Caracas, donde se casa, en 1879 en Santo Domingo.
Y por donde va, va haciendo bien. Un día llega al Perú: aquel
apóstol de la dignidad humana abre campaña á favor de los
emigrados chinos, sumergidos en esclavitud por los criollos. Otro día
llega á las Repúblicas del Plata: aquel apóstol del progreso proclama
el primero en la República Argentina la importancia del ferrocarril
trasandino. El reconocimiento le rinde homenaje: la primera
locomotora que escala los Andes lleva por nombre «Eugenio María
de Hostos». Otro día va á Chile: aquel apóstol de la igualdad aboga
por que se abran las carreras científicas á la mujer. Por Cuba y
Puerto Rico escribe, viaja, perora, combate, se multiplica.
Fué durante su vida entera un benefactor de América. Llevó en
América de país en país la luz de la enseñanza, como en Grecia llevó
Homero, de villa en villa, la luz del canto. En Venezuela comienza á
difundir, en el colegio de Soteldo, lo que aprendió en España, lo que
la vida y el cotidiano estudio le fueron enseñando. Es profesor de
Derecho constitucional, por una serie de años, en la Universidad de
Santiago de Chile; por otra serie de años es profesor de Sociología,
Derecho internacional y Derecho penal en la República Dominicana.
Y cuando no enseña desde la cátedra, enseña desde la Prensa ó por
medio del libro. Y su mejor enseñanza la dió viviendo una vida pura,
austera, de deposición, de sabiduría, de bondad, de utilidad, de
amor.
IV

HOSTOS, MAESTRO

Hostos, hombre múltiple en la producción y los conocimientos, es


filósofo, moralista, sociólogo, tratadista de Derecho constitucional,
de Derecho penal, de Derecho de gentes. Es también crítico literario
y novelador. Es además maestro.
Considerémoslo por algunos de tan varios aspectos.
Como maestro puede decirse que la cátedra fué para Hostos otro
vehículo de su pensamiento, nueva forma de producción. Algunos de
sus libros, y no de los menos profundos, fueron la enseñanza oral, la
palabra y el espíritu vivificantes del profesor, cogidos al vuelo y
escritos, no quiero decir redactados, según el prospecto, la
metodología de Hostos, por discípulos de talento, de gratitud y
devoción. Hostos se parece á Bello en que desechando métodos
viejos y textos ajenos, inició á varias generaciones en la ciencia, por
medio directo, transfundiendo su espíritu en obras personales. No es
lo común ni en Oxford, ni en Bonn, ni en París, ni en Salamanca, ni
menos en centros universitarios de Hispano-América, que
pensadores iniciales, mentes primarias, hombres que hayan sabido
arrancar á la esfinge una parcela ó varias parcelas de secreto y
verdad, ejerzan el profesorado. Ejercen el profesorado por lo común
hombres muy beneméritos, pero muy adocenados, repetidores de
ciencia ajena, que son depósitos, no pozos artesianos. On peut être
professeur et avoir beaucoup de talent, podría decirse parodiando
una frase cáustica. Un Hæckel, un Renán en Europa; un Bello, un
Hostos en América, son excepciones. Por eso dejan rastros de luz, y
el calor de sus espíritus se difunde en el tiempo.
Cuando parte de la Tierra, en el mes de Noviembre, se envuelve en
pasajera onda cálida y uno mira desprenderse como lluvia de oro,
fina lluvia de estrellas errantes y vertientes, las Leonidas, es porque
la Tierra tropieza en su viaje con un antiguo cometa desagregado.
Hæckel, Renán, Bello, Hostos, son también antiguos cometas. El
calor de su espíritu se difunde, no en el espacio sino en el tiempo.
Sus discípulos, su pensamiento, sus obras, que de cuando en cuando
topamos en nuestro camino, resplandecen como lluvia de estrellas.
Hostos no se limitó á enseñar lo que él mismo aprendiera;
enseñaba lo que tenía por dentro, lo que el estudio hacía fructificar.
Daba sus propios frutos. Fué como Sarmiento, un educador; pero
con más preparación científica que Sarmiento, con más disciplinas
intelectuales y con más equilibrio y profundidad de espíritu. Además,
la preocupación de Sarmiento, fué la de enseñar á leer á la Argentina;
la de Hostos, la de enseñar á pensar á la América. En las obras de
Sarmiento chispea un talento de diamante. Hay adivinaciones
magníficas. Hay aciertos geniales. Pero al relámpago precede y sigue
la obscuridad. Se advierte que aquella súbita luz brota del cerebro
como de un choque de piedras; no es una claridad constante de
antorcha. Hay deficiencias; principalmente de cultura. Aquel hombre
lo aprendió todo por sí y á la carrera. No supo nada bien, ni á fondo.
Supo, sí, ver ciertos aspectos sociales como son. No embotó su juicio
americano con el criterio de libros europeos; ni remedó
constantemente, para hablar de nosotros, el hablar de otros hombres
respecto de otros pueblos. Aun cuando se inspiró á veces más de lo
que hubiera sido menester, en algún autor extranjero, Sarmiento,
por lo general, bebió en su vaso, que no era pequeño. Supo ver y
hablar. Esa es su gloria. Por ello es talento autóctono, virgíneo.
Hostos le es superior en cuanto pensador, lógico y moralista, con
la ventaja, además, de una base escolar, en el sentido inglés de la
palabra, de que Sarmiento careció. Hostos no es repetidor vulgar, ni
acomodador hábil de lo ajeno, ni abrillantador de piedras opacas, ni
chalán que engorda con arsénico el cuartago que va á vender. No.
Hostos es pensador original y auténtico. Él conoce los problemas
sociales é institucionales de América. En vez de criticarlos grosso
modo, los descoyunta y analiza. Y cien veces arroja luces nuevas. Y
cien veces presenta un nuevo aspecto de las cosas ó asoma nueva
idea. Su acierto y novedad son constantes. En él no existen las
intermitencias de Sarmiento. Su claridad es la del sol. Y los eclipses,
como se sabe, no son frecuentes. Mientras Sarmiento arriba á la
verdad de un modo brusco, por un arranque de clarividencia, por
una síntesis brillante é instintiva, Hostos, como Andrés Bello, va
paciente, consciente, lógico, por una escala de raciocinios. Su obra es
más vasta, más metódica, más sólida, más perdurable, que la del
rioplatense.
Su método de enseñanza consiste en dictar al comienzo de cada
curso el plan que se propone seguir, el índice de su texto no escrito,
del texto que tiene en la cabeza y que de allí sacará, en
improvisaciones diarias, ciñéndose al esquema ó índice inicial. La
claridad, la precisión de su espíritu y la precisión y claridad de su
lenguaje le servían para tanto.
Como era hombre de palabra flúida, conferencista, expositor
metódico, cosa muy distinta del vacuo palabrero tronitante, Hostos
cumple con facilidad su programa en lecciones orales.
Va sacando á luz las ideas y desarrollando su plan, sin que lo
perjudiquen frondosidad y garrulería.
Así, varias de sus obras didácticas, como ya se indicara, obras que
él no se dignó escribir, las recogieron buenos discípulos de labios del
maestro; y de labios del socrático maestro, por manos de discípulos,
fueron al papel y á la imprenta.
V

HOSTOS, LITERATO

Como hombre de letras, Hostos debe ser considerado con


detenimiento. Cuando sus obras didascálicas, por nuevos progresos
de la ciencia, pasen de moda, sus estudios literarios, de que él hizo
tan poco caso, vivirán. Tienen para justificar esta opinión
condiciones de perennidad.
Hostos nació, como sabemos, en Puerto Rico.
Estas islas del mar Caribe, llenas de luz, rientes de verdura, con
ustorias perspectivas marinas, como las islas del mar Jónico,
producen temperamentos voluptuosos, imaginativos, artistas, más
que espíritus razonadores.
Hostos fué ante todo un espíritu crítico. En tal sentido, como
razonador y hombre de curiosidad ideológica, fué excepción en sus
Antillas. No lo fué como artista; porque Hostos tuvo el sentimiento
del arte en sumo grado. No se demuestra el innato sentimiento
artístico de Hostos por el amor que profesó á la Música, á la manera
de Juan Jacobo; ni porque compusiera, como Juan Jacobo, piezas de
música. Basta á demostrar tal sentimiento su misma prosa. Cuando
produjo libros de ciencia, el maestro borinqueño se empeñó en
despojar su estilo de galas, redactó siempre con sobriedad
geométrica, con decidido y manifiesto empeño de claridad, de
precisión científica. El comprender que obras didácticas no se
prestan á floreos de dicción, ¿no es ya prueba incuestionable de
gusto? La sobriedad verbal de sus obras científicas es del mejor
mérito. La sobriedad no excluye en esas obras de Hostos la elegancia.
Se advierte á veces el arte de la poda. El autor quiere que su
pensamiento salga escueto, desnudo, ágil como un discóbolo de
Atenas, y no cubierto de velos y de ungüentos como una cortesana de
Alejandría, ó constelado de gemas y con las pesadas telas suntuosas
de una emperatriz de Bizancio.
En sus trabajos exclusivamente literarios se descubre la
inclinación á la frase mórbida, coloreada, voluptuosa. De los poetas
habló en frases de poeta. Se comprende que siente la poesía con
intensidad. La explica buceando en el corazón de los aedas y
extrayendo la perla de hermosura. Pero como le asiste
constantemente una idea de mejora humana, á veces, para explicar la
perla, estudia el mar. Condena «ese empeño de reproducir las formas
clásicas». De un poeta argentino dice: «es un producto
paleontológico de la cultura griega». Quiere en América lo
americano. Y preconiza sus ideales de arte en frases de artista.
Á los veinticuatro años publicó su novela titulada La
Peregrinación de Bayoán. Aunque fruto de primavera, aunque no se
empleasen en ella los procedimientos de novelar hoy en boga, cosa
que no le daría ciertamente más mérito, pero la haría más grata al
paladar del vulgo, baste recordar, para estimarla sin juzgarla, que
Ros de Olano, aquel brillante caraqueño que fué general y literato
español, decía de ella: «La Peregrinación de Bayoán ha sido para mí
algo que cae del cielo»; y que el novelista hispano D. Pedro Antonio
de Alarcón, célebre en su tiempo, escribió: «hay en La Peregrinación
de Bayoán páginas que yo nunca olvidaré».
Pero, ¿qué es este libro? Es algo por el estilo de la Uncle Tom’s
Cabin, de Enriqueta Beecher Stowe. Es decir, obra sugerida por una
preocupación social, obra escrita en obsequio de desvalidos, de
explotados, de los colonos españoles de las Antillas.
Y aquí era donde yo quería venir.
Contemplad á ese joven. Está en la flor de la juventud. Sólo cuenta
veinticuatro años. Reside en una hermosa capital de Europa, en una
ciudad de arte, de lujo, de placer. Tiene relaciones sociales de primer
orden, tiene talento, tiene un porvenir rosado. La vida le sonríe.
Toma un día la pluma del novelador, y ¿qué escribe? Escribe La
Peregrinación de Bayoán: una obra americana, una obra donde
esgrime su talento en favor de ideales que cree justos, en pro de
gentes distantes, indiferentes, semibárbaras. Pelea por ajenos
dolores, por dolores anónimos, con la seguridad de no alcanzar por
recompensa ni la gloria.
Obedecía á su instinto, á su ser moral. Así será Hostos durante su
vida entera: un enjugador del llanto ajeno, un sembrador de bienes,
un cosechero de aladas quimeras humanitarias. El desinterés de su
obra y de su vida, aquella santa monomanía de arder y consumirse
como grano de mirra, ante altares de justicia, le dan á Hostos, como
á José Martí, su hermano en ideales, un sello de grandeza que sólo
tienen los apóstoles y los héroes.
De crítico literario, intenso en el análisis, benévolo sin
contemporizaciones desprestigiosas que desautorizarían su palabra
sincera y proba, lo acreditan sus varios estudios de ese género sobre
autores de América: el chileno Matta, el cubano Plácido, el argentino
Guido Spano, José María Samper, de Colombia, Salomé Ureña de
Henríquez, de Santo Domingo, etc., etc.
Y lo acredita principalmente como crítico zahorí y analista de
hondura psicológica, su minucioso, sesudo, completo, insuperable
estudio sobre Hamlet.
Nada existe en castellano, hasta ahora, á propósito del Hamlet,
que pueda parangonarse con la obra de Hostos. Nada que se le
acerque. El crítico americano desmonta la maquinaria del inglés
formidable; estudia, analiza, disocia los caracteres antes de
presentarlos en acción. Nadie, ni Goethe, comprendió ni explicó
mejor el genio de Shakespeare, ni el alma de Hamlet. Voltaire, tan
perspicuo siempre, ¡qué pequeño luce junto á Hostos cuando ambos
discurren á propósito del dramaturgo británico! Moratín, ¡qué
microscópico! ¡Qué palabrero y lírico Hugo!
Estas no son charlerías, ni aplausos á tontas y á locas. Son
verdades de fácil comprobación. En América estamos acostumbrados
á deslumbrarnos con lo ajeno, máxime con lo europeo, y á no
apreciar lo propio, porque no sabemos juzgarlo. Sin obtusidad, ni
ceguera, ni prejuicios, pero tampoco sin alucinamientos,
contemplemos, comparemos y decidamos. Habituados á libros y
juicios europeos, nos miramos á nosotros mismos al través de los
anteojos que nos llegan del Viejo Mundo. Veámonos, á ojo desnudo,
cómo somos. No sólo juzguémonos, sino impongamos, si podemos,
nuestro juicio á los extraños. Como este juicio sea probo, y, por tanto,
digno de respeto, será mejor que el de los extranjeros sobre nosotros,
ó el del pobre diablo criollo con gafas cisatlánticas.
Hostos, repito, el sabio, modesto y talentudo Hostos, que escribió
sobre Shakespeare en un rincón de los Andes, desde una distante y
pequeña República del Pacífico, ha arrojado más luz sobre la obra
inmortal de Shakespeare que un Lessing, por ejemplo, y analizó con
más penetración el alma de Hamlet que la mayor parte de los críticos
y psicólogos en Inglaterra, Alemania y Francia.
Treinta años después que Hostos publicó en Santiago de Chile su
análisis del Hamlet, un compatriota de Shakespeare, sir Herbert
Beerbohm Tree, actor como el gran William, dedica en su obra
Thoughts and Afterthoughts un capítulo al estudio de Hamlet. Lo
estudia principalmente desde el punto de vista del actor; analiza, sin
embargo, la pieza y los caracteres. En su apreciación hay lugares
comunes con la apreciación de Hostos.
Las similitudes entre Hostos y su copista inglés son de concepto en
cuanto al genio de Shakespeare y á la psicología de Hamlet; y las hay
asimismo de expresión, es decir, el mismo pensamiento se ha
expresado con las mismas ó parecidas frases. Estas coincidencias
tienen un nombre en todas las lenguas.
Anotemos al vuelo algunas de dichas coincidencias. Veamos lo
relativo á la psicología de Hamlet, por ejemplo.

Hostos se explica «el segundo período de su carácter» Sir Herbert Tree


de (Hamlet), «este filosófico considerar la vida por lo también se explica
que ella es en sí, no por lo que hacen de ella las por la transcripta (y
exterioridades», por la siguiente frase del príncipe subrayada) frase de
razonador: Nada hay bueno ni malo sino lo que así Hamlet, el carácter
hace el pensamiento. Tales palabras, dice Hostos, de éste.
«denotan en el espíritu de Hamlet aquel desarrollo de
la idealidad que concluye por la indiferencia absoluta «Es una frase—
de la realidad y que no cuenta con ésta para nada». asegura Sir Herbert
—en la cual toda la
tragedia de su vida
se encierra como en
una cáscara de
nuez.»

Las coincidencias, que no cesan, denotan por su número y carácter


que Sir Herbert conocía la obra de Hostos. Sin embargo, no lo cita.
Nombra á varios comentaristas; á Hostos no, á Hostos lo calla.
Hostos es un pobre señor de Puerto Rico. ¿Quién va á conocerlo?
¿Quién va á creer que un gran artista inglés se inspire, para escribir
sus obras, en un maestro de escuela portorriqueño?
En su análisis del príncipe, enseña Hostos:
«Hamlet es un momento del espíritu humano y todo hombre es
Hamlet en un momento de su vida.»
Ya, en su disección de Ofelia, había dicho: «Hay un Hamlet en el
fondo de todo corazón humano.»
El inglés opina de un modo semejante, treinta años después:
«Hamlet es eternamente humano... Nosotros somos todos
Hamlets en potencia.»
Hostos opina que la locura de Hamlet es simulada; Sir Herbert
piensa otro tanto.
Hostos describe, con una profundidad psicológica de que hay
pocos ejemplos en la historia literaria universal, las distintas y
sucesivas revoluciones que se han ido operando en el espíritu del
príncipe.

«El mismo Hamlet se asombra (á un momento Sir Herbert, por su parte,


dado) del cambio que ha correspondido en su dice:
palabra al cambio operado en su interior, y
decide utilizarlo fingiendo una locura... No está «... encontramos á
loco ni estará loco.» Hamlet poniendo por
obra su proyecto de
fingir la locura...»

¿Para qué finge locura, según Hostos? Porque es débil, porque


necesita armarse de una fuerza artificial, y esa fuerza va á tenerla en
rudezas, en sarcasmos, en desdenes; “en el desprecio con que, desde
su nuevo punto de vista, va á considerar la vida, la sociedad, el
hombre...” “Hará el mal que no quiere y se COMPLACERÁ tanto más en
ese mal CUANTO MÁS SUFRA...”
Hamlet, concluye Hostos, se dirigirá á lo que más ama, á Ofelia,
para atormentarla, atormentándose.
Sir Herbert resume, exponiendo: “Hamlet evidentemente
encuentra UN PLACER intelectual y DOLOROSO en disparar su ironía
SOBRE LAS VÍCTIMAS DE SU LOCURA FINGIDA.”
Hamlet rebosa de piedad y amor El comentario de sir Herbert no es muy
hacia Ofelia; pero, según el diferente:
comentario de Hostos, “por muy
buena que sea Ofelia, ¿cómo no ha “Hamlet rebosa de amor y de piedad
de ser frágil, si lo es su madre?” hacia Ofelia. Pero, á sus ojos, todo el
sexo femenino parece mancillado por el
Por eso ofende el recuerdo de la acto de su madre. ¿No exclamó en el
purísima Ofelia, “al confundir en un primer acto: Fragilidad eres mujer?”
mismo anatema á la fragilidad y á
la mujer: Fragilidad, eres mujer.”

En el tercer acto hay un diálogo célebre entre Ofelia y el príncipe.


Hostos comenta ese diálogo de manera deliciosa y arroja chorros
de luz sobre el estado de alma de Hamlet en aquel momento.
Por la paridad de Ofelia con su madre, en cuanto mujeres, Hamlet
rechaza á Ofelia, amándola.
El psicólogo hispano-americano comenta:
“La fragilidad es condición esencial de la mujer. Si no ha caído,
caerá. Y para desecharla irremisiblemente supone la caída: are you
honest? ¿Eres honesta? ¿Por qué la abruma con esa brutalidad?
Porque es bella”.
—Y “¿puede—pregunta la inefable dulzura de Ofelia—tener la
belleza mejor compañera que la honestidad?”
Hamlet responde á la suave niña con una salida brutal.
Hostos comenta así:
“Como al pronunciar esta cínica herejía Sir Herbert, al comentar la
no piensa en Ofelia y sólo se acuerda de su escena entre Ofelia y el príncipe,
madre, dice, con amargura que desgarra: no sólo copia grosso modo, sino
Esto era una paradoja en otro tiempo, que casi transcribe á la letra el
pero hoy...” comentario del gran crítico
americano.
Yo te amé, declara el Príncipe á Ofelia poco
después. Es imposible que las ideas
coincidan á tal punto en hombres
Yo te amé,—comenta Hostos,—es yo te de razas y tiempos tan diferentes;
amo. En boca de Hamlet significa más: te es imposible que los aciertos de
amo, pero no debo amarte. uno y otro psicólogo
correspondan hasta confundirse
“Es un combate á muerte entre el deber de en la expresión escrita. Es
vengar (á su padre) y la necesidad de imposible argüir con el azar, ese
amar, nunca tan imperiosa como dios de los tontos.
entonces...”
Oigamos al artista inglés:
Hamlet se aleja, “fijos siempre los ojos en
la ventura que abandona, maldiciéndose “Hamlet, SEGÚN MI PARECER, al
dos veces á sí mismo.” tomar á Ofelia por la mano y
preguntarle ¿Eres honesta?...
“Ofelia— continúa el comentador quiere decir: ¿Hay una mujer en
americano—,que en solo un momento ha quien yo pueda tener fe?”
pasado por todas las alternativas de la
esperanza y la desesperación, de la El comentarista cita, como
alegría y del dolor, del amor y la piedad, Hostos, la salida brutal de
ha perdonado todas las ofensas, todas las Hamlet y sigue su explicación.
injusticias, todas las crueldades, todas las
brutalidades de su amante... y quejándose “El verso: ESTO ERA UNA PARADOJA
del infortunio más que de Hamlet, EN OTRO TIEMPO, PERO HOY...
está
exclama: claramente dirigido contra las
relaciones entre el rey y la
—Haber visto lo que he visto para ver reina”.
lo que veo.”
Como se ve, sir Herbert escoge
los mismos pasajes que Hostos y
los explica de igual modo.
Adelante.

“No te amo, dice Hamlet,


arrancándose así el corazón.
Ofelia cae sobre el sofá...»
El comentador agrega que
Hamlet ama á Ofelia, «pero no se
atreve á mostrar su corazón». La
piadosa, dulce Ofelia,
considerando loco al príncipe,
exclama: “La desgracia se abate
sobre mí. Haber visto lo que he
visto para ver lo que veo.”

No son las demostradas las únicas concomitancias, en la


explicación de la pieza shakespeariana, entre el artista de Inglaterra y
el crítico de América. «He hecho cuanto he podido para
familiarizarme con las obras de los comentadores literarios del
Hamlet», exclama sir Herbert. Como vamos viendo, sus palabras no
son una mentira.

Continuemos con algunas similitudes, sorprendidas á la buena de


Dios.
Hostos expone el estado mental de Hamlet durante el más célebre
de sus monólogos, y comenta así:
«Ha decidido el mal y ese mal va á tener por expresión la
muerte... Y ¿qué es más digno del alma, de esa alma humana tan
poderosa en el pensar, en el sentir y en el querer: sucumbir al dolor
ó rebelarse contra él; matar ó morir?
¿Morir?... dormir y nada más. (Hamlet.)
La muerte, que antes se le presentó como idea, se le presenta
ahora como realidad. Como idea, asusta. Como realidad, atrae.
Y decir que en ese sueño va á acabar este acerbo dolor mío.
(Hamlet.)
Lejos de temerlo, lo desea. Y tanto lo desea (el sueño de la muerte)
que se olvida por completo de la determinación anterior de su
voluntad, desaparece de su espíritu el motivo ocasional de la
meditación. Y ya no piensa en el ser que va á destruir EN SÍ Ó EN
OTRO, sino en EL NO SER QUE ANHELA con toda la devoción de su
infortunio.»
Á su turno el artista inglés comenta el estado mental de Hamlet,
durante el monólogo. Oigámoslo:
«Hamlet anhela ese sueño de la muerte, que será término de
todos los males. Tan grande es su horror del deber impuesto, que en
este momento Hamlet PIENSA EN MORIR, para no matar al rey.»
Las irresoluciones constantes de Hamlet dependen de que es un
enfermo de la voluntad, un razonador, un analista.

«Todos menos él—expone Hostos— Sir Herbert reconoce también qué


son activos para el bien ó para el mal rasgo principal de Hamlet es la
y hacen el bien ó el mal porque no irresolución, por exceso de reflexión, la
reflexionan lo que hacen. «Mientras falta de voluntad por sobra de
que él, juguete de sí mismo, pierde el razonamiento. Sus generalizaciones
tiempo de la acción en meditarla... filosóficas á este respecto son
pasan, triunfadores de la actividad, demasiado parecidas á las de Hostos.
contentos de sí mismos, como todos
los que triunfan, los hombres que «El hombre que va á triunfar en la
para conseguir lo que desean no vida—opina sir Herbert—es el que no
necesitan más que abandonarse á su ve sino un lado de las cosas. El
deseo.» hombre cuyo horizonte mental es
vasto, que es capaz de ver lo bueno y
De este número son Laertes, Claudio lo malo de todo... no alcanzará su
y, al fin del drama, «Fortimbras, un meta tan pronto como aquel que mira
príncipe adolescente, una ambición recto ante sí y se abandona á su
naciente. Fortimbras se dirige con su deseo». «Fortimbras no ve sino un
ejército á Polonia, sacrificando sin solo lado de las cosas y sabe con
vacilación y sin tristezas miles de precisión lo que quiere.»
hombres á su intento.»

Continuar pescando similitudes sería cuestión de nunca acabar.


Las hay, como antes se dijo, y como se observa por los ejemplos
anotados á la ventura, de concepto, en cuanto al genio de
Shakespeare y al carácter del príncipe, y las hay de expresión, hasta
donde es posible en lenguas tan desemejantes. Aunque sir Herbert
tal vez no ha leído el estudio crítico de Hostos en castellano, sino en
alemán, lengua en que fué traducido. Y me baso para suponerlo en
que el notable artista inglés conoce la lengua alemana, como se
advierte leyéndolo, y porque cita en su estudio los mejores ensayos
tudescos sobre Hamlet: el de Goethe, el de Lessing, el de Hazzlitt, el
de Klein.
La circunstancia de no citar el de Hostos depone, por razones de
epidérmica psicología que los juristas conocen á maravilla, contra el

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