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Una noche con las personas sin techo que duermen en el aeropuerto de Barajas: “No encontramos un sitio mejor”

Varias personas sin hogar durmiendo en el Aeropuerto de Madrid Barajas

Guillermo Martínez

11 de marzo de 2025 22:35 h

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Mientras fuera cae la noche y la lluvia arrecia, dentro de la Terminal 4 (T4) del Aeropuerto de Madrid Barajas cientos de personas en situación de calle intentan encontrar un espacio en el que guarecerse hasta el próximo día. La mayoría de ellos son hombres migrantes, aunque “hay de todo”, como aseguran algunos de los protagonistas de esta historia. Al mismo tiempo, en los despachos de Aena, la empresa que gestiona el aeródromo, y en el Ayuntamiento de Madrid, responsable de los Servicios Sociales, intentan encontrar una solución a esta acuciante realidad que cada vez afecta a más personas y que ha provocado numerosos choques entre ambas instituciones.

Aena argumenta que no tiene “competencias administrativas en materia de servicios sociales”, poniendo principalmente sobre el ayuntamiento esta responsabilidad. Y desde el consistorio apuntan a que “la competencia de esta infraestructura es de Aena, del Ministerio de Transportes”. La pasada semana, el delegado de Políticas Sociales, Familia e Igualdad del consistorio, José Fernández, apuntó además que allí “se encuentran solicitantes de asilo, cuya responsabilidad depende del Gobierno de España”. “También hay personas sin hogar, y a esas sí debemos responder nosotros”, sentenció Fernández ante los medios. Aena insiste en que corresponde al ayuntamiento toda la atención, aunque en febrero fue la empresa pública la que desalojó a decenas de personas sin hogar que dormían en otro aeropuerto, el de Barcelona - El Prat.

En Barajas, este lunes en torno a la media noche eran ya unas 300 personas las que se tumbaban en los bancos y los suelos de la terminal, aunque otras crónicas de otras jornadas elevaron esa cifra al medio millar. Algunas maletas que apenas hacen ruido y una voz femenina y repetitiva que expulsa la megafonía del lugar son la banda sonora de una noche más sin cama en la que descansar, aunque con un techo sobre sus cabezas. “Ninguno de nosotros está aquí por placer. Venimos porque no encontramos ningún otro sitio mejor”, relata una de estas personas que prefiere mantenerse en el anonimato, e incluso se muestra temeroso de dar su edad.

Se trata de un africano que llegó a España en 1999, se marchó en 2008 tras quedarse sin trabajo por la crisis, y retornó en 2023. “Yo soy un trabajador, nunca he utilizado las ayudas sociales, estudié con una beca y sé francés, español e inglés, incluso también he trabajado con medios de comunicación”, se describe a sí mismo. Lleva cuatro días en la T4 y asegura que en cuanto pueda abonar una tasa se marchará para Bilbao. Tan solo tiene consigo una mochila de un conocido gimnasio que le hace las veces de almohada, una bolsa de un restaurante con algunos de sus enseres y un maletín azul con la forma de un ordenador portátil. Este profesional de la hostelería y el turismo, soltero, asegura que no quiere que nadie se entere de que se encuentra en esta situación: “En algunos trabajos buscan tu nombre en internet y como vean que has dormido en la calle te puedes olvidar del contrato”.

Sin dinero para costearse una pensión, ahora siente vergüenza de verse así. “Aquí estoy esperando para poder ir a trabajar al País Vasco. Pasaremos la noche como otra más, solo la luna y yo”, dice con cierto tono poético. Cerca de él se amontonan personas que duermen descalzas, envueltas en mantas y con esterillas para resguardarse del frío que desprende el suelo.

En la calle por un accidente laboral

Héctor es un hombre ecuatoriano de 64 años al que todos en el lugar conocen con el apodo de Comando. “He tenido dos accidentes laborales y por culpa del último ya no puedo trabajar. No recibo nada de dinero porque el paro se acabó y por eso he terminado durmiendo aquí, porque todavía no me han dado la invalidez”, asegura este trabajador que desde hace un año y medio se ve impedido para dedicarse a la construcción y la soldadura. Este año hará un cuarto de siglo que Héctor llegó a España y en apenas unas semanas cumplirá un año y medio pernoctando en la T4.

Se trata de un lugar no exento de percances y conflictos. En su caso, asegura que le intentaron robar el móvil. “Soy exmilitar, me intenté defender y tuvo que intervenir la Policía”, rememora. De todas formas, dice que no suele ser lo habitual. “La mayor parte de la gente viene aquí a dormir sin buscar problemas”, añade. De su familia, solo su hijo sabe que duerme en Barajas, “y se enteró porque escuchó por teléfono la megafonía del aeropuerto”, dice, antes de soltar varias carcajadas.

Justo en ese instante, otra de las personas que duerme en la T4 se acerca a él para preguntarle algo con voz temblorosa de la que solo se puede escuchar la palabra “crack”. “Esto es como en todos los sitios, aquí también hay personas que se drogan, que llega un momento en el que no pueden elegir su vida con libertad por la dependencia que tienen. Yo intento alejarme de todo eso”, apunta Héctor.

Noche en la T4, buscar trabajo de día

A su lado está Víctor Méndez, su compatriota y vecino del barrio, Oporto (en Carabanchel) en el que residían ambos antes de verse en la calle. A él le conocen como Chuck Norris, dice con una leve sonrisa en la boca. Ebanista y carpintero de profesión, a sus 53 años sabe bien que “en lugares así hay que saber con quién juntarse”. Preguntado por cómo impacta esta realidad a nivel psicológico, Méndez responde que “uno tiene que aceptar que está en la calle y que fuera llueve”.

Los dos comentan que a escasos metros de ellos se amontonan los sacos de dormir y las personas en el suelo en las dos esquinas de la terminal, la parte más retirada del flujo de pasajeros. En esa zona rezuma cierto hedor y hay ronquidos audibles a varios metros de distancia. “Nosotros preferimos separarnos un poco para poder dormir más tranquilos y de esa manera ellos no dan tan mala imagen a los turistas”, dice en tercera persona Méndez. En su caso, tiene un hijo que se prepara para ser Policía Nacional en España, así que “por nada del mundo puede saber” que duerme allí.

Los dos salen de la terminal cuando les levantan los vigilantes de seguridad, sobre las 5.00 horas, e intentan buscar trabajo. Sin embargo, la T4 se ha convertido en el cobijo continuo de otras tantas personas. Hay algunas que llevan años viviendo en este no-lugar, donde sortean el día a día como pueden. Otras tantas esperan que se resuelva su expediente de asilo, por lo que su situación dependería del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, y no del Ayuntamiento madrileño.

Problemas con la suciedad y las drogas

Un vigilante de seguridad que lleva trabajando en la terminal tres años en turno de noche y que prefiere no dar su nombre no se sorprende por la presencia de personas sin hogar: “Ya hasta nos conocemos unos y otros, así están más controlados y no suele haber altercados”. Tomás Serrano también se dedica a preservar la seguridad en este espacio. “Puede parecer mentira, pero aquí también vienen a dormir muchos españoles. Yo creo que es imposible que les echen, aunque alguno seguro que se va en verano”, sostiene, en relación con los últimos movimientos realizados por AENA y el consistorio de la capital. Una década de experiencia controlando la T4 por las noches le ha llevado a pensar que la situación “no tiene fácil solución”. “Pero no solo ellos lo pasan mal, las limpiadoras están hasta el moño”, añade.

Unos metros más allá se encuentra una de estas limpiadoras. Mientras vacía la papelera del mostrador 944 esta trabajadora que prefiere no dar su nombre asegura que ha habido compañeros agredidos e insultados por las personas que pernoctan en la T4. Ella lleva trabajando aquí dos años y nunca ha sufrido ningún incidente, pero sí defiende que la situación debería cambiar.

Según esta limpiadora, cuando beben alcohol suelen comenzar los problemas. “No es raro encontrarse restos de droga en los baños, o incluso que se ejerza la prostitución en ellos”, explica. Por eso, AENA decidió cerrar de 0.00 a 5.00 horas los baños exclusivos para familias y personas que utilizan silla de ruedas. Así evitan, por ejemplo, que restrieguen con heces las paredes de los aseos, tal y como esta trabajadora asegura que ha visto en alguna ocasión.

La solución, cuestión de los gobernantes

La trabajadora subraya que “hay que intentar empatizar con ellos e intentar tratarles con la máxima dignidad posible” y tilda de “denigrante” la situación en la que se encuentran tanto las personas en situación de calle que acuden a la T4 como los trabajadores que deben lidiar con ella.

Algo parecido es lo que piensa Pietro Barrete. Ha llegado en autobús desde Lisboa y pasará la noche en la T4. Su vuelo a Barcelona despegará a las 6.45 horas. “En Portugal pasa lo mismo. Infelizmente, esto es muy normal en muchas zonas y países”, comenta, con un depurado castellano. Se dedica al diseño gráfico y su viaje es por placer: para ver a su equipo, el Benfica, frente al Barça en la capital catalana.

“La solución a esto deberían tenerla los gobiernos. Quizá si el precio del alquiler no fuera tan alto, porque en Portugal pasa algo parecido que en España, la gente no llegaría a tener que vivir así”, opina. La noche se ha hecho ya fuerte en la T4 de Barajas y la lluvia, que no para esta semana, ha vuelto con su característico goteo. Por unas horas, las maletas y la megafonía no serán lo único que escuchen los cientos de personas que han encontrado en la terminal el mejor refugio en el que pasar la noche. Una noche más.

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