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ANÁLISIS

El futuro incierto de Carlos Mazón: anatomía de una infamia

Carlos Mazón, en una imagen de archivo
1 de marzo de 2025 22:40 h

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El president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, ha vuelto a poner a València en el mapa, pero no en la manera en que prometió al llegar al cargo en 2023, sino en un mapa cóncavo y deforme en el que ya estuvo la Comunitat a cuenta de las décadas de corrupción sistémica de anteriores gobiernos del PP.

España ha dejado de decir “qué bonita está València” para pasar a preguntarse, “¿pero... qué pasa en València?”. Eso preocupa, y mucho, al partido, a sus satélites y a los grandes empresarios. Pasa que hay un president que sale todos los días en los telediarios para mal, porque aparcó el cargo unilateralmente el día de la DANA, entre las tres de la tarde que empezó una comida privada “de trabajo” y las 20.28 horas, cuando apareció en el Cecopi. Se conformó con “estar puntualmente informado” en el día histórico más trágico, como repite cada vez que se le pregunta por su ausencia de cinco horas y media. También manipuló audios y mintió con descaro sobre dónde estaba y la hora en la que se incorporó a gestionar la emergencia. No ha pedido perdón de manera patente, no ha mostrado empatía, no se ha reunido con las víctimas, trolea a la prensa con juegos de palabras y cambios de humor, no tiene agenda a la altura de un president porque ni siquiera puede salir a la calle sin ser increpado. València es un desgobierno político mientras el Palau de la Generalitat está volcado en salvar a Mazón y reconstruir el 29-O.

Como un controlador aéreo que presumiera de no haberse presentado en su puesto el día en que chocaron dos aviones delante de las narices de todo el mundo, Mazón ha acabado por aturdir a todos con la explicación que ha marcado el hito que le puede costar el cargo: “Llegué al Cecopi a las 20.28”, zanjó, después de cuatro meses asegurando que había llegado “pasadas las siete”, una variación en la que él no ve mentira ni contradicción, sino “un hecho fáctico”. La foto que ha acompañado para demostrarlo parece estar elegida por el enemigo: un presidente entra saludando con aparente relajo con todos los muertos ya ahogados el día de la riada.

La investigación judicial está enfocada en saber quién mandó el mensaje, quién intervino, por qué se envió tarde y buscar las responsabilidades que unen la falta de aviso y las 227 muertes. Por eso Mazón, entre defender su integridad política y la jurídica, ha optado por la segunda, haciéndose un harakiri en directo. Si él no participó en el mensaje, si no lo retrasó, si no era cosa suya, Mazón interpreta que no será imputado, como previsiblemente sí lo será su consellera de Emergencias, Salomé Pradas, que no está claro si se alineará con él culpando de todo a los técnicos o tirará de la manta hacia arriba.

Su constante referencia a “los técnicos” como las personas que debían decidir qué hacer y su empeño por borrarse y hacer gala de ello remachan el desconcierto en gran parte de una sociedad que le abuchea en cada acto. Uno de los responsables de emergencias de la Universitat de València, que salvó vidas tomando la decisión de cerrar el campus con menos información de la que tenía el Consell, dejó claro en elDiario.es por qué ellos sí acertaron: “La clave en las situaciones de riesgo es, más que tener mucha más información, saber pilotar el momento, hay que decidir”. Y arriesgarse. En la Generalitat, no solo no se atrevieron, sino que el piloto estaba ausente y considera que la decisión era de los mecánicos, los tripulantes de cabina o el que diseñó el avión en su día. La jueza, de hecho, acaba de pedir información a la universidad para entender cómo hicieron esa excelente gestión mientras el gobierno de Mazón se atascaba hasta que las muertes fueron irremediables.

Los que no conocen al president no dan crédito a que alguien pueda ser tan refractario a la realidad, al humor de la calle, a los mensajes que está recibiendo desde Madrid. Incluso se permite tuits festivos horas después de hundirse a sí mismo con la admisión de las 20.28. El presidente instagramer intercala en sus redes zurriagazos al Gobierno a cuenta de la DANA con anuncios como este: “Ha dejado de ser un sueño para ser un proyecto tangible que celebraremos pronto: se podrá estudiar Veterinaria en Ontinyent”.

La quinta manifestación contra su gestión fue masiva y le volvió a decir el sábado que se vaya. Las plazas abarrotadas de las mascletaes son un hervidero también para la indignación y el grito “Mazón dimisión”. Él y su “ventorro” serán ninots satíricos en muchos monumentos falleros a partir del día 14 de marzo. Es difícil que pueda poner un pie en la calle en las fiestas grandes de la ciudad o recorrerlas despreocupado del brazo del alcalde de Madrid, como hizo el año pasado. Queda la duda de si Mazón es consciente de lo que está pasando a su alrededor, porque se rodea de un núcleo duro de dos personas –José Manuel Cuenca y Santiago Lumbreras, que tampoco estaban en su puesto de trabajo el día de la alerta roja–, y que son precisamente los que le han acompañado a la delicada situación en la que está, con una política de comunicación incomprensible basada en mentir, atacar y enredarse en público en el tema que más le daña.

La semana negra de Mazón

La atención nacional e internacional que despertó la tragedia del 29 de octubre se había adormecido desde las semanas navideñas –la actualidad arrasa, Trump aterroriza, Ayuso acapara–. Las protestas se fueron reduciendo y las víctimas y carencias en la reconstrucción fueron desapareciendo de la actualidad. Sin embargo, las terribles novedades del sumario judicial y, sobre todo, el desbarre del propio Mazón en el hotel Ritz de Madrid con un discurso obtuso y agresivo junto a su confesión de las “20.28” han conseguido que su gestión de la DANA haya vuelto a las portadas y se haya convertido en asunto de conversación nacional. Si ha mentido en los audios, en las horas y mintió durante diez días sobre su comida, ¿será verdad que estuvo toda la tarde del 29-O en su despacho? Hay cierto terror en el partido y rumorología en las calles sobre si realmente estaba allí o en un lugar inapropiado para una alerta roja. Después de generar el caos con las numerosas mentiras sobre su martes, todo cabe ya en esta gestión infame. Hay quien dice que los agujeros negros del 29-O en la agenda son a Mazón lo que a Cifuentes sus cremas robadas.

Feijóo mantuvo su apoyo –ha defendido que está “trabajando” y “dando la cara”, hasta le ovacionaron los líderes autonómicos–, confiando en que la reconstrucción apaciguara las críticas y después de que el president le convenciera de la teoría que sostiene: él y su núcleo duro están absolutamente convencidos de que no hizo nada mal y que están siendo instrumentalizados por la izquierda. Un “daño colateral”, como dijo en el Ritz de Madrid, porque le ha vendido a Feijóo que los socialistas no van a por él, van a por el gobierno popular de València y, hasta ahora, Feijóo se lo había comprado. La buena relación de Mazón con Vox, a quien necesita porque el PP solo cuenta con 40 de los 50 escaños que marcan la mayoría, es otro activo que presenta ante su jefe.

Pero esta semana todo ha dado un giro y el gallego ha querido emboscarse para no contestar sobre su apoyo. Lo sostendrá hasta que sea peor sostenerlo que dejarlo caer, y cada vez más voces expresan que Mazón es tóxico ya para el partido y para Feijóo, algo evidente viendo los informativos y leyendo los editoriales unánimes de toda la prensa. El padrino de Mazón, Pablo Casado, ya probó qué significa que el partido te quiera fuera. El problema que tiene el PP es que sacar a Mazón de la Generalitat no es tan fácil si él no quiere, porque ha ganado unas elecciones.

“Al principio se planteó tirar la toalla”, cuentan los suyos, pero ese momento pasó y en su primera comparecencia en Les Corts dijo sucintamente que, si no lograba la reconstrucción, no se presentaría. Muchos condicionales encadenados, suficientes para acabar haciendo lo que te dé la gana.

El president encuentra varios importantes incentivos para resistir a toda costa. Si se va, deja de controlar la información que le puede afectar en el caso que investiga el juzgado. Si deja su escaño de diputado (podría quedarse), pierde el aforamiento y, por tanto, cierto privilegio judicial. Además, se dejaría un suculento salario por 15 años que sí que mantendría si se queda o si convoca elecciones anticipadas (que se prevén hecatombe para la derecha).

Su semana horribilis ha coincidido con la publicación de detalles del sumario judicial y del caos que hubo. Las víctimas fallecieron antes de oír sonar la alarma y los familiares hacen un relato de búsqueda propio de una pesadilla. Hijos que intentaron sin éxito salvar a padres, padres que vieron a su hija de 11 años caer de una escalera con la que intentaban salvarla y murió, un hombre que falleció porque se le quedó el oxígeno en el piso de abajo. Una mujer que perdió a su marido y sus dos hijos. Todo eso pasaba en la horquilla de tiempo en que Mazón estaba “siendo informado” supuestamente en su despacho, entre las seis y las ocho de la tarde, después de la comida con la periodista Maribel Vilaplana que, contactada de nuevo por elDiario.es, ha señalado que no tiene nada más que aportar a lo ya dicho.

Desde el lunes le sigue una nube de periodistas locales y también nacionales allá donde va, porque Mazón ha decidido convertirse en un personaje atractivo para los medios, contra quienes creen que debía tener un perfil bajo, humilde, cercano a quienes han perdido todo –no se veía nada tan descarado desde la falsificación del acta de Cristina Cifuentes y el desparpajo con el que la defendió– y hasta Ana Rosa ha pedido su dimisión. Mientras Feijóo reflexiona, Mazón debe saber que los poderes mediáticos nacionales pueden sentenciarle antes que la instrucción de la jueza.

Es cierto que nadie puede obligarle a dimitir y que solo él tiene la capacidad de convocar elecciones, algo que hoy niegan rotundamente en su entorno. “Va a seguir, porque además tiene el apoyo del partido”, creían hace 48 horas sus afectos. La única posible sustituta, por ser diputada y persona de peso en el partido, es la alcaldesa de València, apoyada por González Pons, y con la que Mazón prácticamente no se habla. Que acepte dimitir y pasarle el trono a Catalá es complicado y el riesgo de fractura del partido en València es muy alto. Aunque el president aceptara –como aceptó Cifuentes dimitir y ser sustituida por Ángel Garrido– el PP de Feijóo necesita el beneplácito de Vox. De aperitivo, lo que sí que podría hacer Génova es montarle una gestora, pero seguiría siendo president Molt Honorable.

Compromís planteó en su día una moción de censura, idea a la que ahora se suma el PSPV de Diana Morant. Pero no suman. Otra vez todos los caminos llevan a Vox, el “socio preferente” de Carlos Mazón y que le apoyó hace una semana en Les Corts. Sin embargo, se hará lo que diga Santiago Abascal, que está ahora ocupado en defenestrar en directo a su vicealcalde en el Ayuntamiento de València.

Hace dos semanas vivía pensando que había cruzado el rubicón de la crisis política, pero para Mazón todo se empezó a torcer el lunes, bajo las lámparas afrancesadas de un lujoso hotel de Madrid. Dos días después siguió enredándose con una nueva versión de su tarde que ha revitalizado la indignación en la calle y el miedo de su partido a quemarse con él y su cinismo mientras hay 224 fallecidos, tres desaparecidos, hay problemas psicológicos, hay gente sin casa, hay una herida abierta y un pueblo a quien se ha mentido y que no ha sido consolado. Él creía que la luz del desastre y la verdad de aquel martes se había oscurecido. Pero el propio Mazón ha vuelto a encender los faros, que deslumbran demasiado y dejan a Feijóo como un conejo paralizado en medio de una oscura carretera llena de indignidades.

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