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Neoliberalismo y TS

Este documento describe la evolución del trabajo social en Chile desde el período post-dictadura hasta la actualidad dominada por el neoliberalismo. Inicialmente, los trabajadores sociales implementaron políticas sociales para reducir la pobreza e indigencia. Sin embargo, la profesión permaneció dominada por un enfoque asistencialista. Más recientemente, ha habido un debate crítico sobre las perspectivas tecnocráticas e instrumentales, aunque aún no se ha superado completamente la influencia neoliberal. El documento analiza las implicaciones del neoliberal
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Neoliberalismo y TS

Este documento describe la evolución del trabajo social en Chile desde el período post-dictadura hasta la actualidad dominada por el neoliberalismo. Inicialmente, los trabajadores sociales implementaron políticas sociales para reducir la pobreza e indigencia. Sin embargo, la profesión permaneció dominada por un enfoque asistencialista. Más recientemente, ha habido un debate crítico sobre las perspectivas tecnocráticas e instrumentales, aunque aún no se ha superado completamente la influencia neoliberal. El documento analiza las implicaciones del neoliberal
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NEOLIBERALISMO Y

TRABAJO SOCIAL
DESDE EL PERIODO POST-
DICTADURA HASTA EL
CONTEXTO DE HEGEMONÍA
NEOLIBERAL
El triunfo del “no” en el plebiscito de 1988 permite que a partir del año 1990 se inicie el proceso de re-instalación de
la democracia. El primer gobierno post-dictadura (1990-1994) estuvo marcado por la negociación entre los sectores
de las Fuerzas Armadas y la derecha política, con la Concertación de Partidos por la Democracia. Aquellos acuerdos
marcaron el camino del proceso de transición a la democracia (Garretón 2000, 2003; Moulian, 1997).
La justicia en la medida de lo posible, declarada por el Presidente Patricio Aylwin (1990-1994), es uno de los
conceptos que guiaron las relaciones entre el poder político y las fuerzas armadas. En el campo económico, los
esfuerzos en la década del noventa estuvieron dirigidos a imprimir un crecimiento estable y sostenible del Producto
Interno Bruto (PIB) (Ffrench Davis, 1999), que permita una distribución más equitativa de la riqueza.
En este contexto, los trabajadores sociales despliegan su acción profesional en las diferentes instituciones del aparato
público, orientando su quehacer a la implementación de las diferentes políticas sociales, destinadas a cumplir con los
objetivos de reducción de los índices de indigencia y pobreza (Ffrench Davis, 1999).
En tal sentido, la discusión y reflexión histórica-política, teórica-metodológica y epistemológica, aún no se retomaba
con la fuerza e importancia que tuvo previo al Golpe de Estado. Más bien, la profesión permanece aún dominada
por una formación y práctica de tipo asistencial e instrumental, aunque con una incipiente reflexión crítica y
propuestas alternativas a las matrices funcionalistas más clásicas (Illanes Oliva, 2016; Sepúlveda, 2016).
La crisis de legitimidad del neoliberalismo en Chile, tiene su más clara expresión con la
“revolución pingüina” del año 2006, que constituye uno de los estallidos sociales más relevantes
luego del retorno a la democracia en el año 1990.
A nuestro juicio, este cuarto momento estaría marcando un largo proceso de transición del
Trabajo Social chileno. La dictadura en términos materiales, y el neoliberal en términos
ideológicos, golpearon fuertemente el ser de la disciplina.
El retroceso epistémico-político que sufre la disciplina en la dictadura, se comienza a asumir con
mayor decisión desde inicios del presente siglo. La pragmática del quehacer profesional estuvo
implícitamente marcada por la dualidad teoría/práctica, dominada por la racionalidad
instrumental (Aguayo Cuevas, 2007).
Si bien es cierto que hoy ello aún no se supera del todo, las discusiones en el campo académico se
han trasladado –aun tímidamente– a los espacios de actuación profesional, instalando una
discusión crítica a las perspectivas tecnocráticas e instrumentales de la profesión.
En cuanto al neoliberalismo, lo entendemos como ideología que articula lo
económico y cultural (Borón, 2000, 2002, 2003; Gramsci, 2006, 2012; Moulian,
1997, 2009). En la medida que avanzaba la década del setenta, también lo iba
haciendo el nuevo dogma de la sociedad neoliberal que se impone en el Chile
dictatorial.
El terrorismo de Estado y el neoliberalismo se esfuerzan en “crear otro modo de
vida, donde la represión, el autoritarismo y también los mecanismos de mercado,
reemplazaran a las herramientas democráticas, el debate político, la organización de
actores sociales y el papel protector del Estado” (Garretón, 2003, p. 223).
Como consecuencia, se termina con mercantilizar los bienes considerados esenciales
para la vida social como la salud, la educación o algo tan elemental como el acceso
al agua. Este proceso es referido por algunos autores como una dinámica de
“mercantilización de la vida” (Borón, 2000, 2002, 2003; Garretón, 2000, 2003;
Hinkelammert, 2001; Larraín, 2005; Moulian, 1997, 2009), o de “acumulación por
desposesión” (Harvey, 2006). De tal manera que todo aquello que constituían los
“derechos consustanciales a la definición de ciudadanía, la colonización de la
política por la economía los convirtió en otras tantas mercancías de ser adquiridas en
el mercado por aquellos que puedan pagar” (Borón, 2000, p. 110).
El neoliberalismo ha sido el cemento ideológico de las clases dirigentes y como tal, han
desarrollado diversas estrategias para propagar su concepción de mundo y mantener su dominio.
Como estrategia discursiva de la hegemonía neoliberal está el rechazo a considerar como
sustento de las políticas sociales el concepto de derecho social. En tal sentido, no se asume la
desigualdad y las injusticias sociales como consecuencia estructural del modelo de producción.
La centralidad en el individuo y la potenciación de sus capacidades individuales es solo una
forma eufemística de plantear que el problema está en el sujeto y, en últimas, es éste el
responsable de su condición de exclusión.
De tal manera que la formación y el quehacer disciplinario se inscriben en un contexto histórico
y político, y por lo tanto, están atravesadas por esta concepción de mundo, que entre otras cosas,
ha contribuido a fortalecer la distinción entre lo teórico y lo práctico, en la construcción de
conocimientos y la acción, entre las ciencias duras y blandas; en síntesis, a hegemonizar el
racionalismo positivista.
Lo cierto es que el núcleo vertebrador de las políticas neoliberales ha sido el
desarrollo de un modelo de acumulación capaz de superar la crisis global que
atravesaba el sistema capitalista sin cuestionar la posición de privilegio de las élites
económicas.
Aunque la exaltación de la libertad y la creatividad individual han sido elementos
discursivos esenciales en la construcción de una ideología eficaz, su materialización
política ha estado supeditada en todo momento a la preservación de los beneficios
capitalistas y en ningún momento ha sido incompatible, más bien al contrario, con
las dictaduras militares, el incremento del gasto público armamentístico o
penitenciario o la socialización de las pérdidas privadas a través de rescates
bancarios. (Harvey, 2007)
El fundamento de la desactivación de la lucha de clases desde abajo, característica
del capitalismo contemporáneo, es la individualización generalizada que ha
privado a los asalariados de una comunidad laboral solidaria y ha obligado a buscar
estrategias personales de mejora del poder de negociación (en particular a través de
la formación y del endeudamiento hipotecario como vía de movilidad social
ascendente intergeneracional).
Este proceso de desmembración ha generado un amplio conjunto de malestares y
conflictos sociales que los gobiernos han tenido que atajar a través de nuevos
instrumentos de contención: políticas penales punitivas, estrategias de flexibilización
laboral... (Standing, 2013)
LA INTERVENCIÓN SOCIAL EN
EL NEOLIBERALISMO
El neoliberalismo es también un modo de producir una sociedad asimilada
cada vez más en su funcionamiento al mercado y un modo de gobierno
basado en el estímulo de la competencia por medio de la desigualdad (Laval
y Dardot, 2013).
La extensión de la competencia entre sujetos, instituciones y colectivos
traslada la lógica de la empresa a toda la sociedad (tanto a lo público como a
los individuos, impelidos a convertirse en empresarios de sí) (Foucault, 2007)
Una sociedad formada por empresarios de sí mismos, eficientes calculadores de
costes y beneficios que asumen riesgos en lugar de esperar que les proteja la
comunidad o el Estado, extiende las tecnologías de control al interior de los propios
sujetos: es la prevención respecto de los propios riesgos y respecto de los que
encarnan los otros, lo que logra generar mecanismos de confianza en uno mismo —
capital humano, empoderamiento individual, emprendimiento— y desconfianza
respecto de los demás —comparación, inseguridad, rivalidad—. Desde esta
perspectiva, a las políticas sociales no les compete reducir la desigualdad sino
promover la responsabilidad individual y, cuando esto fracasa, orquestar los
dispositivos necesarios para la detección, prevención y contención de riesgos
sociales (la pobreza, la violencia y la protesta) (Ávila y García, 2013).
IMPLICACIONES MATERIALES Y
ORGANIZACIONALES DE LA
INTERVENCIÓN SOCIAL NEOLIBERAL
Austeridad
La primera de las manifestaciones de la política social neoliberal es la austeridad.
Aunque no es la única característica del neoliberalismo, sería clamoroso obviar su
importancia. El cálculo de costes y beneficios desde parámetros mercantiles
convierte ciertas políticas sociales en lastres para el crecimiento económico
(«déficit»).
Así es como los recortes de presupuestos y plantilla en materia de servicios sociales
contribuyen a equilibrar la balanza fiscal (en lugar del cese de la reducción de la
carga fiscal sobre las clases altas). Desde el Trabajo Social radical británico se
vienen denunciando estas políticas de austeridad y el ataque al potencial
transformador que encarna el propio Trabajo Social, así como los efectos sobre los
colectivos más vulnerables (mujeres, minorías, etc.) (Lavalette, 2014)
Igualdad de oportunidades, focalización y activación
Una segunda manifestación del neoliberalismo en la organización de lo social lo constituye la
definición del objeto mismo de la política social. Los objetivos redistributivos de arriba abajo de
las políticas sociales resultan ahora perniciosos desde una perspectiva que no ve en la
desigualdad un problema, sino un estímulo para la activación de quienes menos tienen, y por lo
tanto para el progreso general de la sociedad.
La focalización en la pobreza y la exclusión, y la especial atención a la formación para el
empleo, la productividad de los pobres, su activación para el mercado, la innovación para el
emprendimiento y el estímulo económico mediante microcréditos, han sido centrales en las
políticas sociales de segunda generación en Latinoamérica durante las últimas décadas (Aquín,
1999; Coraggio, 2008).
Estas políticas sociales focalizadas en la pobreza —y no en la desigualdad— y en la activación
para el mercado —y no en el autogobierno—, han caracterizado también las acciones públicas.
Gerencialismo
Un tercer indicador de la impronta neoliberal en lo social nos lo proporcionan los
cambios producidos en las instituciones que lo gestionan. Los servicios sociales han
sido un campo especialmente afectado por las externalizaciones, privatizándose la
gestión de servicios ya existentes o diseñando los nuevos bajo gestión privada. La
creación de nuevos nichos de negocio para grandes empresas (en los cuidados, en la
intervención socioeducativa, en la mediación, etc.), y el apremio para hacer
funcionar bajo lógicas mercantiles a organizaciones del tercer sector y a pequeñas
asociaciones de carácter local, introduce la lógica de la competencia en un campo en
el que a priori podrían predominar formas cooperativas y de solidaridad
una suerte de corriente neofilantrópica va haciendo emerger como sujetos de la
acción social a fundaciones con una amplia capacidad presupuestaria y también con
un amplio margen de gobierno sobre los criterios de la intervención.
La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) constituye cada vez más una
estrategia central en las empresas. Entre los beneficios para las mismas, se encuentra
la proyección de una imagen de compromiso social que tape la lógica de beneficio
privado, la generación de nuevos mercados, o la «obligación» de restituir a la
sociedad lo que se ha extraído de ella, pero otorgando a esas mismas empresas, y no
ya al Estado o a las comunidades, el poder de diseñar las acciones sociales
LA SUBJETIVACIÓN
NEOLIBERAL A TRAVÉS DE LA
INTERVENCIÓN SOCIAL
Sin embargo, lo más genuino de la intervención neoliberal sobre lo social lo constituye la
captura de conceptos que tuvieron un potencial crítico transformador y su amoldamiento al
banal discurso del pensamiento positivo
— el Trabajo Social posible en el contexto neoliberal también ha ido bebiendo de los
postulados que lo erosionaban, pero refuncionalizándolos de un modo tal que no hiciesen
tambalearse las estructuras de poder capitalistas, coloniales y patriarcales.
Se puede afirmar que los tres grupos de críticas dieron lugar a la centralidad de tres
conceptos: del Trabajo Social radical surgió la idea de empoderamiento, la
reconceptualización actualizó la participación y desde la crítica antiinstitucional se llegó a
la innovación social. La razón de gobierno neoliberal ha ido redirigiendo el uso de dichos
conceptos (que en función de los contextos pueden seguir albergando prácticas
transformadoras) hacia la adaptación al mercado y la gobernanza del orden social desigual
El empoderamiento, como proceso de toma de conciencia y capacitación para
organizarse y movilizarse, atrae usos muy ambiguos y contradictorios entre sí
(Bacque y Biewener, 2016).
El concepto de empoderamiento ha sido en buena medida descolectivizado y
psicologizado (de la dominación estructural a la «baja autoestima»), usado para
adornar retóricamente intervenciones directivas y asistenciales («empoderar al otro»)
o para ser resignificado en la activación para el mercado sin cuestionar las
estructuras dominantes («empoderamiento de las mujeres a través del
emprendimiento»)
La participación, como evocación de la democracia directa ante los déficits de la democracia
representativa, ha sido tenida en cuenta en las políticas públicas locales y en las acciones de
las ONG, si bien sus usos neoliberales y socioliberales no siempre han ampliado la
democracia, sino que la han encajonado en los marcos de la llamada «gobernanza».
La participación ha sido instrumentalizada para ocuparse no de los beneficios que genera
una sociedad sino de los costes (cuidados de personas dependientes a cargo de las familias y
los vecindarios).
Se dan otros usos retóricos de la participación o del trabajo comunitario donde solo hay
charlas informativas y coordinación entre profesionales. La participación es más abierta en
otros procesos barriales, pero quienes participan actúan como radares sociales que
proporcionan información a las autoridades o como vecinos denunciantes, y no como sujetos
reflexivos de deliberación y decisión
Se pueden observar procesos participativos en los que la población afectada decide, pero en el marco liberal de la
elección racional, sin poder replantear las preguntas y sin poder impugnar las estructuras económicas y políticas. Por
último, se cuestiona que la participación, aún en procesos muy abiertos, reflexivos y deliberativos, constituye un modo
de arrancar a las comunidades de sus tejidos orgánicos —donde se proporcionan apoyo para la supervivencia y también
«buena vida»— para colocarlas en contextos formales «más pensados para ciudadanos abstractos que para tramas
colectivas reales» (Izquierdo, 2017)
Por último, los cuestionamientos de las instituciones jerárquicas y la burocratización de la intervención social están
dando lugar a la extensión de multitud de prácticas de innovación social basadas en las nuevas tecnologías y en las
prácticas críticas de movimientos sociales para generar respuestas que ni la rigidez estatal ni la obsesión por la
rentabilidad del mercado son capaces de abordar. Desde huertos urbanos a formas de economía colaborativa, pasando
por aplicaciones informáticas de apoyo social y por prototipos arquitectónicos para mejorar un espacio comunitario, las
acciones de innovación social están siendo cada vez más impulsadas por las instituciones públicas y el tercer sector.
Sin embargo, en muchas ocasiones se confía a la innovación social la solución de problemas sociales sin pasar por la
redistribución de renta y poder (Rendueles y Subirats, 2016; Castro y Martínez, 2016), aplicando recetas propias de las
clases medias y las élites culturales a unos pobres que nuevamente mostrarán que no están a la altura de los tiempos
(Martínez, 2014).

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