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Esquemas Etica

El documento aborda la naturaleza de la conciencia y su influencia en la ética, la moralidad y la toma de decisiones. La conciencia actúa como una voz interior que guía a las personas a distinguir entre el bien y el mal, y su formación está influenciada por factores como la educación y la cultura. Se enfatiza la importancia de una conciencia bien formada para el desarrollo de una sociedad justa y el papel de la ética en la valoración de las acciones humanas.

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Esquemas Etica

El documento aborda la naturaleza de la conciencia y su influencia en la ética, la moralidad y la toma de decisiones. La conciencia actúa como una voz interior que guía a las personas a distinguir entre el bien y el mal, y su formación está influenciada por factores como la educación y la cultura. Se enfatiza la importancia de una conciencia bien formada para el desarrollo de una sociedad justa y el papel de la ética en la valoración de las acciones humanas.

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INTRODUCCIÓN. Clase 1, ética II.

En ética II, vamos a tratar el tema de la conciencia, su naturaleza, su influencia en


nuestra vida moral y su relación con la ética, la religión y la cultura.

La conciencia es una voz interior que nos guía en la toma de decisiones,


evaluando nuestros actos como correctos o incorrectos. A diferencia de nuestras
emociones o deseos, esta voz no nos perdona fácilmente cuando actuamos en
contra de lo que consideramos correcto. Es por eso que muchas veces sentimos
remordimiento o culpa después de cometer un error.

Desde un punto de vista racional, la existencia de la conciencia ha sido


interpretada como una prueba de la presencia de un ser superior, ya que parece
haber en nosotros un criterio moral que va más allá de nuestros propios intereses
o conveniencias. Es una voz ajena a nosotros, pero que, paradójicamente, forma
parte de nuestra identidad.

La conciencia no surge de la nada, sino que se forma a lo largo de la vida a través


de la educación, la experiencia y el entorno social. Factores como la familia, la
religión, la cultura y la educación moral influyen en la manera en que nuestra
conciencia nos guía.

Sin embargo, la conciencia también puede deformarse. Si una persona crece en


un entorno donde los valores morales son débiles o distorsionados, su conciencia
puede adaptarse a criterios equivocados, justificando actos que en realidad son
inmorales. De este modo, la formación de una conciencia recta y bien orientada
es esencial para el desarrollo de una sociedad justa.

La ética no se centra únicamente en el acto en sí, sino en la persona que lo realiza.


Por esta razón, admite excepciones en ciertos casos, ya que lo que importa es la
intención y el contexto moral del individuo. En cambio, la ley, que está diseñada
para ser objetiva y general, no permite excepciones, ya que su función es
garantizar el orden social sin depender de juicios subjetivos.

Además, busca responder a la pregunta fundamental: ¿te has convertido en una


buena o mala persona? No se trata solo de cumplir normas, sino de desarrollar
una conciencia que nos lleve a actuar correctamente por convicción propia.
TEMA 1: LA CONCIENCIA. Clase 2, ética II.

Todos los seres humanos experimentamos la conciencia. Es aquella voz interior


que nos permite distinguir entre el bien y el mal y que nos ayuda a realizar juicios
morales sobre la realidad y nuestros propios actos. Nos impulsa a actuar
correctamente y, cuando no lo hacemos, nos hace sentir mal.

Por ejemplo, si una amiga me pide ayuda y la ignoro, siento una especie de
malestar interno que me indica que no actué bien. Por el contrario, cuando
ayudamos a alguien o hacemos un acto de bondad, sentimos una satisfacción
interior. Esta voz que nos habla dentro de nosotros es la conciencia.

Además de juzgar nuestras propias acciones, la conciencia también nos lleva a


juzgar las de los demás. Si alguien engaña a otra persona, tendemos a etiquetarlo
como mentiroso o deshonesto. Sin embargo, este juicio puede limitar la
posibilidad de que esa persona se arrepienta y cambie.

Desde el punto de vista histórico, la reflexión sobre el bien y el mal ha sido una
constante en la humanidad. Es una necesidad inherente al ser humano, ya que,
por nuestra propia naturaleza, estamos hechos para preguntarnos si nuestras
acciones son correctas o incorrectas.

El filósofo romano Cicerón fue el primero en utilizar el término *conscientia*


(conocimiento compartido), refiriéndose a la capacidad humana de discernir
entre el bien y el mal. También introdujo el concepto de remordimiento de
conciencia, ese sentimiento de pena y amargura que experimentamos cuando
actuamos en contra de nuestros principios morales.

En la tradición filosófica, se distingue entre **syneidesis** (relación con el


conocimiento) y **sindéresis** (elección libre). Mientras que la *syneidesis* es el
conocimiento de la propia acción, la *sindéresis* es un hábito que nos impulsa a
actuar bien y evitar el mal. Filósofos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino
reflexionaron profundamente sobre estos conceptos, destacando que la
conciencia es una ley no escrita (*non scripta et nata lex*), inscrita en el corazón
del hombre por Dios.
La conciencia puede ser correcta o errada, dependiendo de su formación. Si
actuamos movidos por nuestras emociones sin razonar, podemos cometer errores
de juicio. Por ejemplo, si me enojo con un compañero de trabajo y, en mi afán de
hacer justicia, exagero o invento cosas sobre él, mi conciencia en ese momento
puede hacerme creer que actué bien. Sin embargo, con el tiempo, cuando las
emociones se calman, me doy cuenta de que me equivoqué.

Por otro lado, una conciencia deformada puede hacer que una persona actúe mal
sin sentir culpa. Alguien que se venga de otra persona y se siente bien después de
hacerlo tiene una conciencia mal formada. Es por esto que la educación y la
formación moral son fundamentales para tener una conciencia bien orientada.

La formación de la conciencia depende de varios factores: la cultura, la religión y


los valores personales. Por ejemplo, judíos y cristianos pueden tener diferencias
en la forma en que interpretan la ley moral y, por ende, en la manera en que su
conciencia juzga ciertos actos. Sin embargo, hay verdades absolutas que
trascienden las diferencias culturales, como el hecho de que tratar bien a una
persona es algo moralmente bueno.

La conciencia siempre está en búsqueda de la verdad. Dado que no siempre


tenemos acceso directo a la verdad absoluta, es recomendable pedir consejo a
personas con valores sólidos y criterio coherente cuando tenemos dudas sobre lo
que es correcto. Sin embargo, este consejo debe buscar la verdad genuina, y no
solo confirmar lo que queremos escuchar.

Existen diferentes niveles de moralidad en la conciencia:

- Conciencia como regla próxima de la moralidad: Nos permite evaluar


subjetivamente nuestras acciones. Si creemos que algo es correcto y luego nos
damos cuenta de que no lo es, intentamos rectificar.

- Conciencia como regla última de la moralidad: Se basa en principios morales


objetivos que deberían guiar nuestras decisiones.

Una persona solo puede actuar si tiene conocimiento del bien y del mal. Si tiene
dudas, debe resolverlas antes de tomar una decisión. No se puede actuar sin
tener claridad sobre lo que es correcto. Si, aun sabiendo lo que es bueno,
decidimos no hacerlo, el remordimiento de conciencia nos perseguirá, ya que la
conciencia está ligada intrínsecamente a la verdad.

La conciencia es un elemento esencial de la condición humana. Nos impulsa a la


búsqueda de la verdad y nos orienta en la toma de decisiones morales. Aunque
puede equivocarse, es nuestra responsabilidad formarla correctamente para que
nos guíe hacia el bien. La reflexión sobre nuestras acciones y la consulta con
personas de criterio sólido son herramientas clave para mantener una conciencia
sana y bien formada.
TEMA 1: LA CONCIENCIA. Clase 3, ética II.

La conciencia es la capacidad que nos permite distinguir entre el bien y el mal,


ayudándonos a determinar si nuestras acciones son correctas o incorrectas
desde un punto de vista ético. Sin embargo, la conciencia no es infalible; puede
equivocarse, ya que en ocasiones podemos creer que algo es bueno y, después
de experimentarlo, darnos cuenta de que estábamos en un error. El
arrepentimiento es una muestra de que la conciencia puede fallar.

Existen dos reglas fundamentales en la formación de la conciencia: la regla


próxima, que puede confundirnos debido a la influencia de sentimientos y
percepciones subjetivas, y la regla última, basada en la ley moral objetiva, la cual
es inmutable y no puede fallar. La conciencia nos otorga responsabilidad sobre
nuestros actos, ya que somos libres y dueños de nuestras acciones. No podemos
ignorar su voz, ya que siempre estará presente, guiándonos en nuestro camino
hacia la autorrealización.

El ser humano no solo actúa por instinto, sino que tiene la capacidad de
subordinar intereses inmediatos a otros de mayor importancia, lo que lo
diferencia de los animales. Este interés superior se relaciona con la
autorrealización, es decir, el deseo de ser una buena persona y construir una vida
con sentido. La conciencia es esa voz que nos ayuda a evaluar nuestras
decisiones, permitiéndonos reflexionar sobre nuestras acciones en lugar de
simplemente reaccionar ante las circunstancias.

Desde un punto de vista filosófico, la conciencia tiene dos dimensiones


principales. En primer lugar, la conciencia como voz nos permite distanciarnos de
intereses primarios para enfocarnos en nuestra autorrealización. Nos plantea
preguntas fundamentales como "¿Quién quiero ser?" y "¿A qué tipo de vida me
lleva esta acción?". Esta voz, aunque intentemos ignorarla, siempre estará
presente y nos guiará hacia lo mejor, no solo hacia lo correcto o lo mínimo
necesario.

En segundo lugar, la conciencia actúa como juicio moral. No se guía por nuestros
intereses inmediatos, sino que está más allá de nuestras circunstancias
particulares. Nos confronta con la realidad de nuestras acciones y nos obliga a
darles un sentido. Si, por ejemplo, tratamos mal a alguien, la conciencia nos hará
ver que hemos actuado mal, independientemente de que intentemos justificar
nuestro comportamiento. Este juicio moral nos exige aspirar a lo mejor, aunque
implique sacrificios, valentía y el reconocimiento de nuestros errores.

Una vida lograda y con sentido no es mediocre ni conformista, sino aquella que
aspira a lo mejor, que valora la humildad y que está dispuesta a aprender de los
errores. La estructura del juicio moral se fundamenta en la verdad, y cuando
elegimos un bien aparente en lugar del verdadero bien, la conciencia nos hace
sentir que algo ha fallado.
Existen diferentes tipos de conciencia en relación con el acto: puede ser
antecedente (antes de la acción) o consecuente (después de la acción). En
cuanto a su conformidad con el bien moral, puede ser recta o verdadera, errónea
o falsa (culpable o no culpable), y dentro de la conciencia errónea, puede ser
venciblemente errónea o invenciblemente errónea. Finalmente, respecto al grado
de seguridad, puede ser cierta, segura, probable o dudosa. Solo cuando la
conciencia es cierta e invenciblemente errónea, nos obliga a actuar.

Para evitar errores en la conciencia, es esencial formarla adecuadamente y


aumentar nuestro conocimiento sobre lo que es verdaderamente bueno.
Aprender más y reflexionar sobre nuestras experiencias nos permite fortalecer
nuestra conciencia y evitar decisiones basadas en bienes aparentes. Algunas
situaciones nos enseñan claramente qué es lo correcto, y también aprendemos a
través de nuestros propios errores. La clave está en la búsqueda constante de la
verdad y en la disposición a mejorar continuamente.
TEMA 2: EL ACTO MORAL. Clase 4, ética II.

La ética estudia las acciones humanas libres, aquellas en las que realmente se
ejerce la libertad. A través de nuestras decisiones, construimos nuestra identidad
y tomamos las riendas de nuestra vida, sin depender de la opinión de los demás.
La acción humana libre es el objeto central de estudio de la ética.

Se pueden distinguir dos aspectos en la valoración de una acción. El objeto


material es la acción en sí misma (por ejemplo, apretar un gatillo), mientras que el
objeto formal es la intención y el contexto en el que se realiza esa acción (no es lo
mismo apretar el gatillo para salvar a alguien que para causarle daño). De este
modo, una misma acción puede tener valoraciones morales muy distintas.

Además, es importante diferenciar entre un acto aislado y un curso de acción que


se repite en el tiempo. Las acciones no solo afectan a los demás, sino que
también moldean nuestro carácter moral. Hay acciones que no son malas en sí
mismas, pero que pueden estar mal hechas si no se consideran en el contexto
adecuado. También hay hábitos que, aunque no dañen directamente a otros,
pueden perjudicarnos a nosotros mismos.

Nuestra libertad nos proyecta hacia el futuro, y cuando descubrimos que un acto
bueno nos proporciona verdadera felicidad, terminamos actuando bien de
manera natural. Desde una perspectiva ética, los actos pueden clasificarse en
"acto del hombre" (acciones no intencionales, como un reflejo) y "acto humano"
(acciones intencionales, que conllevan responsabilidad moral).

Dos Perspectivas del Acto Moral

1. Producción: Se refiere a la realidad material de la acción. Su fin es externo


(por ejemplo, fabricar un zapato).
2. Operación: Se refiere a la realidad personal y al impacto de la acción en
quien la realiza. Su fin es interno (por ejemplo, la formación del carácter
moral).

TODA ACCIÓN ES UN MEDIO PARA UN FIN. La ética teleológica estudia cómo


nuestras acciones nos acercan a nuestra verdadera felicidad. Es esencial
preguntarse si el fin que buscamos realmente nos hará felices o si solo es una
ilusión. Esto nos lleva a reflexionar sobre nuestras prioridades en la vida y el
propósito de nuestras decisiones.

El fin de la acción en sí misma es la materialidad de la acción, mientras que el fin


para el que se realiza la acción es la intención que hay detrás de ella. La ética nos
recuerda que "el fin no justifica los medios", ya que la intención no puede
convertir en buena una acción que en sí misma es moralmente incorrecta.

El deseo o anhelo de un fin se basa en nuestros afectos, pero también en nuestra


razón y voluntad. Cuando realmente queremos algo, ponemos los medios
necesarios para conseguirlo. La clave está en alinear nuestras acciones con
nuestra intención, asegurándonos de que los medios que elegimos sean
moralmente correctos para alcanzar nuestro propósito.
TEMA 2: EL ACTO MORAL. Clase 5, ética II.

El análisis de un acto moral se basa en tres elementos fundamentales: el objeto,


el fin y las circunstancias. Cada uno de estos elementos influye en la moralidad
del acto, aunque el objeto es el factor principal. Las circunstancias pueden
agravar o disminuir la gravedad del acto, por lo que es crucial comprenderlas en
profundidad.

El objeto formal de un acto es la realidad moral de la acción en sí misma, mientras


que el fin es la intención del individuo al realizar dicha acción. Determinar el
objeto formal de un acto puede ser complicado, ya que un objeto material puede
estar vinculado a distintos objetos formales. La moralidad del acto depende de la
combinación de estos tres elementos. Si el objeto formal es malo, el acto será
necesariamente malo. En cambio, si el objeto formal es bueno, su moralidad
dependerá de la bondad o maldad del fin y las circunstancias.

En algunas ocasiones, el objeto formal coincide con el medio. Sin embargo, un fin
bueno no justifica un objeto formal malo. Por ejemplo, si una persona camina por
la calle con la intención de estudiar la interacción en un banco, pero su verdadero
fin es robarlo, el acto en su conjunto será moralmente malo, aunque la acción de
caminar en sí misma sea neutra. Incluso si las circunstancias convierten el acto
en algo bueno desde una perspectiva externa, la ética se enfoca en cómo este
afecta al sujeto moral.

El fin es lo que motiva a la persona a actuar y puede coincidir o no con el objeto


formal. En términos de clasificación, un acto puede ser:

1. Bueno si tanto el objeto como el fin son buenos.


2. Malo si el objeto es bueno, pero el fin es malo, ya que este vicia la acción
(por ejemplo, dar limosna para recibir reconocimiento).
3. Bueno si el objeto es indiferente, pero el fin es bueno.
4. Malo si el objeto es indiferente, pero el fin es malo.
5. Aún peor si tanto el objeto como el fin son malos.
6. Malo en todos los casos si el objeto es malo, aunque el fin sea bueno.

Cada acto es único e irrepetible, y lo que puede ser moralmente aceptable para
una persona puede no serlo para otra, dependiendo de las circunstancias.

Las circunstancias provienen del término latino "circumstare", que significa "estar
de pie alrededor". Santo Tomás de Aquino las analiza en siete aspectos
fundamentales:

1. Quién realiza el acto.


2. Sus consecuencias.
3. Qué se está haciendo.
4. Dónde se realiza.
5. Los medios utilizados.
6. El modo en que se lleva a cabo.
7. Cuándo ocurre.

El “quién” puede agravar el acto. Por ejemplo, es más grave que un profesor dé
mal ejemplo en clase que un alumno, y aún más grave si lo hace el director de la
escuela. Las consecuencias también son clave; no es lo mismo causar un
malestar pasajero a un paciente que administrarle un medicamento erróneo que
le provoque la muerte.

El objeto del acto también influye. Robar un objeto común no es lo mismo que
robar algo sagrado, ya que esto último agrava la acción. La ubicación también es
relevante; faltar al respeto a una persona en privado no tiene el mismo peso moral
que hacerlo en público.

El uso de los medios empleados para la acción es otro factor clave. También es
importante el modo en que se realiza: escuchar a un amigo con atención es
moralmente mejor que hacerlo distraídamente. El momento en que ocurre la
acción también puede influir, como faltar al respeto a un padre el día de su
cumpleaños en lugar de un día cualquiera.

Las circunstancias pueden dividirse en accidentales y determinantes. Las


accidentales no influyen en la moralidad del acto, como robar un miércoles en
lugar de un jueves. Las determinantes, en cambio, afectan la gravedad del acto,
como robar con violencia o sin ella.

El influjo de las circunstancias en la moralidad se manifiesta de varias maneras.


Algunas circunstancias añaden una connotación moral al acto, otras pueden
agravar o disminuir su maldad. Un objeto y fin buenos pueden verse afectados
negativamente por una circunstancia mala, convirtiendo el acto en inmoral. En
conclusión, la evaluación moral de un acto requiere analizar en conjunto estos
tres elementos: el objeto, el fin y las circunstancias.
TEMA 3: CONSECUENCIALISMO Y UTILITARISMO. Clase 6, ética II.

El fin no justifica los medios.

Todos queremos acabar con el terrorismo. Si el medio para lograrlo es bueno, es


moralmente aceptable. Sin embargo, si el medio es malo (como el uso de bombas
o atentados), la acción se convierte en inmoral.

Los dilemas morales no deben plantearse en términos absolutos de blanco o


negro; siempre existe una tercera opción.

Existen dos posturas principales sobre la moralidad de los actos:

1. Consecuencialismo: La bondad o maldad de un acto depende de sus


consecuencias.
2. Utilitarismo: Es una forma de consecuencialismo que no solo mide la
cantidad de consecuencias, sino que busca maximizar el placer y
minimizar el dolor, siguiendo una corriente hedonista.

A veces, aunque el fin sea bueno, la acción no está bien realizada. Por ello, es
importante considerar las consecuencias. Existen actos que son intrínsecamente
malos y que no pueden justificarse por ningún fin. Las consecuencias pueden
incluso modificar la percepción del objeto de la acción.

En ética, nunca podemos ignorar las consecuencias. Desde una visión racional
del consecuencialismo, se evalúa si salvar a una persona en vez de cinco es
justificable. Sin embargo, desde una perspectiva utilitarista, se podría argumentar
que salvar a diez personas sin familia es preferible a salvar a una persona con
familia, ya que el sufrimiento derivado de la pérdida de seres queridos es un factor
clave en la decisión.

La ética es esencial en la arquitectura. Ser una buena persona lleva a ser un buen
arquitecto, y la práctica de la arquitectura debe guiarse por principios éticos.

El concepto de dignidad humana cobró especial importancia tras la Segunda


Guerra Mundial y llevó a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en
1948. Existen dos acepciones principales:

• Dignidad intrínseca: Se basa en el hecho de ser persona (dignidad por


derecho).
• Dignidad en sentido coloquial: Implica la obligación moral de actuar
conforme a la dignidad humana.
Todos los seres humanos tienen la misma dignidad y deben ser iguales ante la
sociedad. La persona humana es un fin en sí mismo y jamás debe ser utilizada
como un medio. La instrumentalización de una persona equivale a esclavitud, ya
que implica tratarla como un objeto, lo cual es inaceptable. Valorar a las personas
por quienes son y no por lo que tienen es un principio fundamental de la ética. No
se debe entablar amistad por interés, pues eso implica usar a las personas en
beneficio propio.

Imagina que estás en un puente colgante con vista a una carretera donde un
autobús con cinco pasajeros ha perdido el control y se dirige hacia un precipicio.
Junto a ti, hay un hombre corpulento apoyado en el borde del puente. Sabes que,
si lo empujas hacia la carretera, su cuerpo detendría el autobús y salvaría a los
cinco pasajeros, pero él moriría en el impacto.

Postura Consecuencialista

Desde una perspectiva consecuencialista, empujar al hombre sería la mejor


opción, ya que muere una persona, pero se salvan cinco. Lo que importa son las
consecuencias y, numéricamente, esta acción reduce la pérdida de vidas.

Postura Utilitarista

El utilitarismo evaluaría el bienestar total. Si la muerte del hombre maximiza el


bienestar general al salvar a cinco personas, sería la decisión correcta. Sin
embargo, algunos utilitaristas podrían considerar otros factores, como el
sufrimiento emocional o las repercusiones sociales de cometer un acto de
violencia directa.

Este escenario es particularmente complejo porque, a diferencia del dilema del


tranvía, aquí se requiere una acción física directa para causar la muerte de una
persona, lo que genera un mayor conflicto moral.

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