Stamateas, Alejandra
Un amor que no me dejará : experimentando las profundidades de Dios a través
de la oración / Alejandra Stamateas. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Presencia de Dios, 2024.
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ISBN 978-987-8463-86-5
1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.
CDD 230
UN AMOR QUE NO ME DEJARÁ
Experimentando las profundidades de Dios a través de la oración.
© Alejandra Stamateas
ISBN: 978-987-8463-86-5
Depósito legal ley 11.723
©Presencia Ediciones
José Bonifacio 332, Caballito, Buenos Aires, Argentina.
Tél.: (+54 11) 4924-1690
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2
C ontenido
1. La oración es un vivir 7
2. Atráeme, Señor 10
3. La oración es la puerta 14
4. Él es Papá 20
5. El espíritu de la oración 25
6. Él me da Su luz 29
7. Activar la palabra 31
8. Oro Su voluntad: lo escucho y repito Sus palabras 34
9. Es Cristo, es Cristo 37
10. Él siempre inicia 39
11. No abandones la oración 42
12. Eres irreprensible para Dios 46
13. Oraciones celestiales 49
14. Hijos y herederos 55
15. Siempre hay más 59
16. Ser forjados por Cristo 62
17. Señor, Tú me dijiste... 70
18. Enséñame a escuchar Tu voz 72
19. Orar en las cuatro dimensiones 81
20. Dios habla, Cristo ora, yo repito 85
3
21. Muera yo con ellos 89
22. La oración rodea al mundo 92
23. Estanques en el desierto 95
24. Venga a nosotros Tu reino 99
25. Morir al yo cada día 103
26. Él te conoce como nadie 107
27. La escuela celestial 110
28. Alcanzar la madurez 112
29. Frases de amor 115
30. Su voz siempre está 118
31. ¡Quiero conocerte más profundamente! 121
32. Orar en armonía 124
33. El espíritu de oración se forja en nosotros
[primera parte] 127
34. El espíritu de oración se forja en nosotros
[segunda parte] 130
35. Todo es Tuyo, Señor 134
36. Vestidos de Cristo 137
37. Administrar las riquezas de Cristo 141
38. Mirar más allá 144
39. ¿Quién eres, Señor? Quiero conocerte 146
40. En Él ya está todo ganado 149
41. Maravillados ante Su grandeza 152
42. Romper estructuras 155
4
43. Dios siempre tiene otra salida 158
44. Orar en grande 161
45. Él dirige todo 164
46. Él nos disfruta 168
47. Dos modelos de familia 170
48. Una visión terrenal 173
49. Una visión celestial 176
50. Casas de refugio 179
51. ¿Hacia dónde estás mirando? 183
52. Ver lo que no veo 189
5
1. LA ORACIÓN ES UN VIVIR
“Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guar-
das; todo el día y toda la noche no callarán
jamás. Los que os acordáis de Jehová, no repo-
séis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a
Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra”.
—Isaías 62:6-7
L
a oración es un vivir. Orar no es una actividad que llevo a
cabo en un momento del día ni algo que hago cuando estoy
mal o solamente para agradecer por una bendición o por un
milagro. Orar es un vivir 24/7. Orar es tener un espíritu de oración.
Y esto es algo que podemos pedirle al Señor: “Señor, dame un espí-
ritu de oración; enséñame a orar”. Te invito a que puedas hacer esta
oración ahora.
Si te preguntara cómo es tu vida de oración, ¿qué responderías? ¿Dis-
frutas de tu intimidad con Dios? ¿Disfrutas de poder estar dentro de
Él y capturar lo que Él está hablando, o el momento de oración es
una lucha? ¿Cuántas historias de respuestas a tus oraciones podrías
contarles a tus hijos, a tus nietos, a tus hermanos, a tus padres, a tus
7
Un amor que no me dejará
discípulos del equipo, a tus compañeros de equipo? ¿Oraste al Señor
y Él te respondió cuando no podías tener hijos, o cuando habías
perdido la casa, o cuando no tenías trabajo? ¿Podrías reunir a tus
hijos o a tus nietos y decirles: “Yo oré, y el Señor me respondió, gra-
cias a ese momento de intimidad, gracias a que vivo delante de Él”?
Tu respuesta determinará la vida de oración que tengas, o que no
tengas. David escribió: “Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne”
(Salmo 65:2).
Nuestra oración deber ser un vivir, un anhelo de cada día. El Señor
siempre oye la oración. Si no tienes oración, pedirás consejería todo
el tiempo. Cuando necesitas mucho la palabra del otro, es porque
hay poca oración. Preferimos hablar con la gente antes que hablar
con Dios. Decimos: “Necesito que alguien me diga qué hacer con
este problema que tengo”, pero Dios responde: “Yo soy la respuesta a
tu oración: habla conmigo”. Cuando tú ves que alguien necesita con-
sejería y pide: “Aconséjame, dime cómo hago, ora por mí”, es porque
le falta vida de oración. Ahora bien, no se trata de no hablar con la
gente, sino de tener intimidad primero con Dios, de experimentar el
poder divino que responde oraciones.
¿Qué estás hablando con otros, pero todavía no hablaste con Dios?
“Nosotros no tenemos que experimentar el
poder de la oración, sino el poder de Dios
que se suelta cuando oramos”.
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Un amor que no me dejará
Mira lo que expresa Mateo acerca de nuestra rutina de oración:
Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la
puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre
que ve en lo secreto te recompensará en público.
—Mateo 6:6
a. Cada vez que oramos, el poder del Cielo se suelta.
b. Cada vez que oramos, hay recompensa. Porque Él recompensa
a los que oran en secreto. Y en secreto es dentro de Él, ya que
nosotros somos uno con Él. Cuando oramos en Él, en el nombre
de Él, esta oración es escuchada por Dios. Él siempre escucha y
tiene recompensa para nuestra vida. ¿No es hermoso el Señor?
9
2. ATRÁEME, SEÑOR
“Lo atraje con cuerdas de ternura,
lo atraje con lazos de amor... ”.
—Oseas 11:4
D
ios es un Papá bueno, amoroso, rico; tiene una voluntad
buena, agradable y perfecta. Esta voluntad va a empezar,
a continuar y a terminar como Él quiere: en victoria.
Entonces, ¿cómo me revela Dios Su voluntad? A veces, le decimos:
“Señor, ¿por qué no recibe respuesta mi oración? Dime por qué no
siento nada y estoy preocupado”. Pero, cuando yo lo veo como un
Papá amoroso que no quiere negarme nada que esté de acuerdo
con Su voluntad, no tendré que adivinar la respuesta. Él no me la
niega. Él nos quiere dar a conocer Su voluntad a todos. Porque sé que
estoy sumergido en una relación con un Papá que me ama y al que le
encanta revelarme Su voluntad.
Es simple. Puedo decirle: “Señor, Tú eres mi Papá, Tú me amas y Tú
me compartirás Tu voluntad”. Entonces, ¿qué tengo que hacer? Ve
10
Un amor que no me dejará
al Señor vacío de ti, sin temas, sin pedido, sin preguntas, sin nada...
Si estás en el alma, aparecerán todos los temas. Pero, si le dices:
“Yo quiero dejar todo a un lado porque solo quiero estar contigo;
encárgate Tú de todo”, Él lo hará. Santa Teresa decía: “Yo quiero
estar delante de Dios y sentir que soy una jarra vacía que está siendo
llenada por el grifo de agua. Y, si en algún momento no sale agua,
espero pacientemente porque estoy en el amor de Él, y sé que en
cualquier momento el agua va a salir de esa canilla. Entonces, me
quedo quieta y Él me llenará de Él, de Su amor y de Su bendición”.
Dios me está llevando por un camino que es Su voluntad, y voy a
terminar en victoria. ¡Qué maravilloso!
A veces, no sabemos qué orar y cómo orar. “¿Estará bien o estará
mal?”, pensamos. Pero ahora ya no preguntamos nada; solo le
decimos: “Señor, si yo estoy en Ti, estamos juntos, te tengo como
Papá y tengo Tu amor, así que, ¿qué mal puede salir de todo esto?
No hay manera de que algo salga mal”. Voy vacío, para que Él me
llene de Su voluntad, para que Él se exprese, para que Él me atraiga.
¡Atráeme, Señor! Entonces, podrás comenzar a escuchar la voz del
Señor, porque Él está siempre delante del Padre orando por noso-
tros, de manera que esos motivos que Él ora comenzarás a escu-
charlos en tu interior. A veces, la voz será audible; a veces, esta llegará
leyendo La Palabra, y algo te impactará. Y allí estará escondida la
voluntad de Dios, la carga para ese día. Porque hay una voluntad
general y una voluntad específica. Esta es la oración. Entonces, repite
11
Un amor que no me dejará
lo que escuchaste al Señor decir; Él me dice la palabra y yo la repito.
Esto significa orar todo el día. Voy repitiendo esa palabra, y ya estoy
orando. No es sentarme a encontrar la palabra correcta, a ver cómo
hago, sino que, tal cual Él me dio la palabra, la repito, porque así
estaré repitiendo lo que escuché: lo mismo que Jesús está orando
delante del Padre. Miremos este ejemplo que encontramos en el
Evangelio de Mateo:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en
las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino,
y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y
al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque esta-
ban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen
pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies
es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de
la mies, que envíe obreros a su mies.
—Mateo 9:35-38
Jesús estaba recorriendo todas las ciudades y enseñaba y predicaba
el Evangelio. En un momento, vio que las multitudes estaban sin
pastor, y tuvo compasión de ellas; estaban desamparadas y dispersas.
Esto lo conmovió a Jesús. Entonces, les dijo a los discípulos: “Hay una
cosecha que está lista, hay muchos campos que ya están listos para
ser cosechados, pero hay pocos obreros. Me da tristeza porque hay
gente que no tiene pastor. Entonces, pídanle a mi Padre que envíe
obreros para cosechar”. ¿Pero acaso no podía decírselo Jesús mismo
12
Un amor que no me dejará
al Padre, si oraba todo el día? Dios decretó que todo lo que Él va a
hacer será por nuestra oración. La voluntad que Dios llevará a cabo
en esta Tierra será manifestada cuando nosotros oremos por esa
voluntad.
Él nos colocó a nosotros en un lugar glorioso. Ni a los ángeles les dio
esa autoridad. Él lo decretó y anunció: “Yo no voy a hacer nada que
mis hijos no oren”. Por eso lo que Jesús hizo miles de años atrás hoy
lo vuelve a hacer con nosotros: nos sopla oraciones para que noso-
tros se las llevemos al Padre. Y todo lo que el Hijo le pide al Padre el
Padre se lo da. Por lo tanto, si yo pido lo mismo que el Hijo, el Padre
me lo va a dar. ¿Por qué?, porque pedí lo mismo que el Hijo, y el Padre
no le niega nada al Hijo. En consecuencia, el Padre no nos niega
nada a nosotros que esté de acuerdo con Su voluntad. Dios decretó
que va a actuar Su voluntad a través de la oración. Cada día, pregun-
témosle: “Señor, ¿qué más?... ¿Y qué más?... ¿Y qué más?”, porque
tenemos que escuchar lo que el Hijo está orando: “Señor, revélame
más de lo que estás orándole al Padre, pidiéndole al Padre”. Lo que le
preguntes Él te lo va a decir porque nosotros tenemos un Padre que
nos ama y tiene una voluntad que quiere que conozcamos para que
se la pidamos a Él. Hoy puedes decirle: “Por la mañana hazme oír tu
misericordia, porque en Ti confío; enséñame el camino por el que
debo andar, pues a Ti elevo mi alma”.
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3. LA ORACIÓN ES LA PUERTA
“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre,
lo haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo”.
—Juan 14:13
L
a oración es una puerta de bendición a “todo”, así como lo
expresa el apóstol Juan en el capítulo 14, versículo 13: “Y todo
lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el
Padre sea glorificado en el Hijo”. Si alguna oración en nuestra vida
aún no fue respondida, debemos conocer esos motivos porque La
Palabra dice que Él va a responder todas nuestras oraciones. Dios
prometió responder a todas las oraciones que hagamos. Hay una
promesa, y Dios no miente. Si Él dijo que todas las oraciones serían
respondidas, así será. Entonces, ¿por qué algunas oraciones no son
respondidas?
a. Dios no puede responder una oración que no se hace
A veces, atravesamos una circunstancia cualquiera, y lo primero que
hacemos es conversarla con alguien, preocuparnos, tratar de buscar
14
Un amor que no me dejará
soluciones; pero no oramos, sin darnos cuenta de que la oración
que no hacemos no tiene respuesta. Si no le preguntamos a Dios
en primer lugar y no lo hacemos a Él partícipe, si no queremos que
intervenga, Él declara: “No hay problema”. Entonces, la oración que
Dios no responde es la oración que no se hace. ¡Así que ora! ¡Pon
todo en oración!
“Todo lo que pidiereis al Padre
en mi nombre... Él lo hará”. Aquello
que oraste hoy Él lo hará.
Ahora bien, existen también otros motivos por los cuales no tene-
mos respuestas a nuestras oraciones. Al respecto, el apóstol Santiago
en el capítulo 4, versículos 3 y 4, dice: “Pedís, y no recibís, porque
pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras!
¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?
Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye
enemigo de Dios”.
b. Dios no responde a las oraciones mal hechas
Veamos algunas de estas:
• Oraciones que salen del alma. Son aquellas oraciones que oro
cuando solo necesito descargar mis emociones para vaciarme,
sin importarme si Dios me escucha o no. En esa oración, no nos
unimos al Señor; simplemente, es una oración que expresamos
para ver si, quizás, en algún momento, Dios la escucha. En estos
15
Un amor que no me dejará
casos, lo único que nos interesa es expresar lo que sentimos, y
nos da lo mismo si nos responde Dios, Papá Noel o Buda, pues
lo que necesitamos es que alguien nos resuelva el conflicto. Por
ejemplo, decimos: “Señor, estoy solo, nadie me ayuda; hazme este
favorcito”.
• Oraciones que son vanas repeticiones. Son aquellas oraciones
que repetimos y repetimos en el alma. Le reiteramos lo mismo a
Dios —por si se le olvida— como un loro, por las dudas... Por ejem-
plo: “Cambia a mi hijo, Señor”, “Cambia a mi hijo, Señor”, “Cambia
a mi hijo, Señor”. Y así, una y otra vez, repetimos lo mismo. Estas
son oraciones del alma, y orar con el alma es orar mal.
• Oraciones en las que yo le indico a Dios lo que debe hacer. Son
aquellas oraciones en las que, en lugar de escuchar al Señor, le
decimos a Dios cómo y cuándo Él tiene que actuar de acuerdo a
mis capacidades, a mi inteligencia y a lo que a mí me parece mejor,
y con la ayuda que yo pueda conseguir. Por ejemplo: “Señor, haz
que mi madre se dé cuenta de que está presionándome y, enton-
ces, me deje en libertad para...”.
• Oraciones que se convierten en una tarea o en un ritual dia-
rio. Puede ocurrir que oramos porque nos parece que es una
actividad que, como cristianos, tenemos que llevar a cabo. “Si
soy cristiano, tengo que orar”, “A mí, desde chico en la iglesia me
enseñaron a orar así”, expresamos, y oramos como si fuera una
actividad a cumplir. Por ejemplo, ponemos el reloj a una deter-
minada hora por la mañana, porque tenemos que orar antes de
16
Un amor que no me dejará
salir al trabajo. Hay gente que ora antes de comer, y lo hace como
un ritual. “Tengo que orar, agradecer y bendecir los alimentos”,
explican, y creen que esa es toda la vida de oración. Pero, cuando
la oración se convierte en una actividad o en una tarea y allí no hay
ni disfrute ni intimidad, esto no es orar.
La oración es un vivir donde yo lo
disfruto a Él, y Él me disfruta a mí.
• Oraciones como si fueran una actividad . Cuando yo oro como
si fuera una actividad o una tarea, ahí no hay disfrute. Es como
cuando teníamos que hacer la tarea de la escuela. “Tengo que
hacer la tarea porque tengo que entregarla mañana”, decíamos,
pero no lo disfrutábamos. Dios nos recuerda: “Yo quiero disfrutar
de ti, y que tú disfrutes de Mí. Esta es una relación que tenemos
entre los dos”.
• Oraciones para conformarnos. Son aquellas oraciones que, más
que una petición, son un capricho. Yo oro para que el Señor me
dé algo que conforme mi alma, para obtener cosas del sistema de
las que creo que me van a hacer feliz, para recibir aquello de lo
que creo que necesito, porque todavía estoy muy enamorado del
sistema y de sus juguetes. Por este mismo motivo, Santiago nos
llama “adúlteros”. El Señor nos creó para que seamos uno con Él,
no para que estemos divididos entre el sistema y entre Él. Dios
nos anhela celosamente y nos quiere solo para Él, pues Él quiere
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Un amor que no me dejará
ocupar toda nuestra vida y ser el único. Pero nosotros hacemos
oraciones similares a esta: “Señor, quiero un auto color verde,
modelo 2025, ¡ya!”.
c. Dios no nos responde porque nos está perfeccionando
Muchas veces, no recibimos respuestas a nuestras oraciones por-
que el Señor nos está perfeccionando. Él nos está tratando; por
eso no nos da la respuesta de inmediato y nos pide que sigamos
orando. Él está tratando con nuestro vaso. Lo que Él está haciendo
es expandir el vaso para que seamos personas con perseverancia.
El gran problema de los cristianos es que, como nos manejamos
en el alma, apenas tenemos un problema, una dificultad, o si no
vemos la respuesta a una oración, nos apartamos, nos alejamos, nos
enojamos. Decimos: “Dios no me respondió; me voy”. Nos movemos
en las emociones y expresamos: “Yo no voy a la iglesia porque no lo
siento”. O decimos: “Hoy oro porque lo siento. Pero, si no lo siento,
no lo voy a hacer”. Esto es creer que la vida cristiana consiste en
sentir en el alma. Entonces, el Señor anuncia: “Lo que Yo tengo que
hacer es agrandar tu vaso para poner más de Mí; debo ensanchar tu
vida”. Por eso hay oraciones que no van a ser contestadas hasta que
Cristo-perseverancia crezca dentro de nosotros. Él está forjando a
Cristo-perseverancia para que seamos gente firme, y no movida por
emociones.
d. Dios no nos responde porque nos está ajustando
Puede ocurrir también que el Señor, en medio de la oración que esta-
mos haciendo, la vaya ajustando. Nosotros le preguntamos: “Señor,
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Un amor que no me dejará
¿por qué oro?”. Veamos un ejemplo: tú estás orando por prosperidad
y porque recibiste una carga de que el Señor prosperará tu casa.
Entonces, te dispones a orar por esto. De pronto, dices: “Pero todavía
no la recibo”. Y el Señor empieza a ajustar tu oración y ahora te habla:
“Quiero que ordenes tu casa porque Yo voy a poner prosperidad en
una casa ordenada”. Hay personas que no saben administrar sus
finanzas y gastan más de lo que tienen. Tal vez, en esa oración, el
Señor te dio la prosperidad, y te la dará, pero Él te muestra: “Yo
tengo que trabajar en otras áreas de tu vida y de tu casa, así que ahora
ora por orden”. Antes oraste por prosperidad y ahora por orden.
El Señor estará ordenando tu vida porque, cuando hay orden, la
prosperidad se expresa. Y esta prosperidad ya se forja en tu vida y no
la pierdes más. Nosotros no tenemos que ser gente que recibe algo
y después vuelve a pedir por lo mismo, sino decirle: “Señor, Tú me
diste esta oración, y yo la hago. Haz todo lo que tengas que hacer en
mí porque no quiero vivir nunca más lo que ya viví antes. Quiero que
te forjes en mí como Cristo-prosperidad para que nunca más tenga
que pasar por esta situación”.
Lleva al Altar algunas de estas maneras que tenías de orar. Entonces,
si La Palabra dice que Él responderá a todo lo que le pidamos, ¿hay
una manera de orar bien? Claramente, sí, pero no es una fórmula.
La oración no es ni una tarea ni una actividad en la que hay que
seguir un formato, sino un vivir. Para orar bien, necesito conocer el
carácter de Dios, saber cómo es ese Dios con el que yo me uní, con el
que estamos unidos. Es por ello que necesitamos tener una imagen
correcta del carácter divino.
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4. ÉL ES PAPÁ
“Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el
barro y tú el alfarero. Todos somos obra de tu
mano”.
Isaías 64:8
C
uando nos acercamos a Él, debemos saber que estamos
hablando con un Padre. Él es nuestro Papá, pero no un papá
humano; por eso no podemos comparar nuestra relación
con Él con la que tuvimos con nuestro padre natural. Dios es un Papá
con nosotros, así como lo es con Cristo. Así como Dios es Papá con
Jesucristo, también lo es con nosotros.
Es un Papá que espera pacientemente y, cuando nos volvemos a Él
(como sucedió con el hijo pródigo), nos recibe con todos los honores
y las riquezas. Un Papá que, cuando le decimos: “Señor, estoy vol-
viendo después de seis meses, o de tres años, a Tus pies”, nos recibe
amorosamente.
20
Un amor que no me dejará
Es un Papá amoroso que anuncia: “Ahora te voy a bendecir más y voy
a hacer fiesta y a celebrar contigo”. Es un Papá que nos celebra, que
siempre hace fiesta.
Mi Papá siempre hace fiesta.
Y, si hay fiesta, hay herencia. Y, si hay herencia, hay bendición. Y, si
hay bendición, hay unión con Él. Por eso, cuando oramos, nuestra
relación es de “hijos”. Nosotros nos acercamos al Señor como hijos,
no como desconocidos, porque Él es nuestro Papá. Dios es un Papá
que nos ama, y nos ama eternamente, hagamos lo que hagamos. Por
eso, cada vez que estés en intimidad y camines con Él todo el día,
dile: “Señor, Tú eres mi Papá, y yo soy Tu hijo”. No somos desconoci-
dos para Dios. Somos hijos y, cuando hablamos con Él, lo hacemos
como hijos. Y, si somos hijos, somos herederos de todas Sus cosas.
Nosotros tenemos una relación de amor y, como tal, también es una
relación de confianza. Observemos este versículo:
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportu-
no socorro.
—Hebreos 4:16
La palabra “acerquémonos” implica que yo entro un poco, y después
un poco más, y un poco más, y un poco más. Y ahora estoy delante
del trono de la Gracia. No estoy delante del trono de la culpa, del
castigo, sino de un Padre que me ama.
21
Un amor que no me dejará
Yo tengo un Padre que me ama y me puedo
acercar a Él confiadamente.
No necesitas hablarle desde lejos. Él te atrae con cuerdas de amor, Él
espera y anhela ese encuentro. Recuerda que la oración no es un trá-
mite. Allí, cuando solo están Tú y Él, Dios quiere hablarte del amor
que te tiene. Por eso, a veces, Él va a dejar en suspenso la respuesta.
Pero nosotros, en nuestro apuro, le decimos: “Señor, está bien, te
adoro, pero te tengo que pedir esto”; y el Señor nos responde: “Yo
quiero que te acerques porque te quiero hablar del amor que te
tengo”. Y eso es lo que nos va a hacer firmes: el amor que Él te tiene
y que Él me tiene.
Si para mí Dios es alguien que no me conoce, al que yo siento que
debo arrebatarle algo, es porque no estoy conociendo Su carácter.
“Tengo que pedirle muchas veces para que Dios me lo dé porque a
mí Él no me escucha”, dicen quienes creen tener un Padre miserable
que nos da dos gotitas de algo y ya está, con quien tenemos que
estar muy agradecidos y no pedir más. “No me pidas nada más; ya te
di. Ahora espera hasta el año que viene”: a veces, creemos esto. “Si
el Señor me dio la casa, ¿cómo le voy a pedir más?”, “Si ya el Señor
me hizo crecer la empresa, ¿cómo le voy a pedir más?”, expresamos
porque creemos que es un Padre miserable, o peor: que tiene poco
y no alcanza para todos. Por eso es fundamental conocer el carácter
de Dios.
En otras ocasiones, creemos que hay cosas que nos las va a escati-
mar: “Al otro se las va a dar, pero a mí no”. Entonces, para mí, Dios
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Un amor que no me dejará
es ese Padre sobre el que tengo que andar averiguando si me va a
dar algo. Pero Dios no es así. Él quiere envolvernos en Su luz, y que
experimentemos Sus riquezas, Su trono y la dulzura de Su Gracia. Él
quiere que lo experimentemos a Él en toda Su grandeza, lo cual es
maravilloso. Dios no hace acepción de personas.
Santa Teresa decía: “Orar es amar y desear estar con Dios a solas,
amándolo como si solo Dios y yo estuviésemos en la Tierra para
amarnos”. Leamos este versículo en el evangelio de Juan: “Como el
Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en
mi amor” (Juan 15:9). Para poder permanecer, hay que ejercitarse
en el amor de Dios, que no es un amor condicional. Él declaró: “Con
amor eterno te he amado”. Él nos ama. ¡Gracias, Señor!
Tengo que ejercitarme
en el amor de Dios.
¿Y en qué consiste este ejercicio?, en que, cuando las cosas me vayan
mal, declararé: “Pero Tú, Señor, me amas”. Cuando no tengas res-
puesta a ciertas cosas, di: “Pero Tú, Señor, me amas y estás preparán-
dome algo mejor”. Cuando las cosas no funcionen como quisieras,
declara: “Pero Tú, Señor, me amas. Tú no estás enojado conmigo”.
Ejercítate en permanecer en el amor del Señor: “No importa lo que
dije, lo que sucedió, el error que cometí, el enojo que sentí. Yo per-
manezco en el amor de mi Padre, y Él es todo amor”. Descansa en
Su amor, no en aquellas cosas que tú puedas hacer bien. Su amor te
23
Un amor que no me dejará
dice: “Ven más cerquita, no te vayas, porque Yo quiero envolverte
con Mi amor; no me importan tus errores ni tus fracasos”. Él quiere
que permanezcamos en Su amor. Jesús declara: “Permanezcan en
Mi amor porque, cuando están envueltos en Mí, todo lo Mío es de
ustedes. Por eso, todo lo que me pidan, Yo se lo daré”.
No te salgas de Su Presencia. Hoy puedes decirle: “Señor, perma-
nezco en Tu amor y no hay nada más importante que Tu amor por
mí”.
24
5. El ESPÍRITU DE LA ORACIÓN
“... He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme
a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero”.
—Hechos 13:22
C
uando los hijos de Dios oramos, estamos cooperando con
Él, somos colaboradores Suyos, porque Él nos dio autoridad
en esta Tierra. Y, cada vez que oramos, el Señor nos prome-
tió darnos recompensa. Veamos, entonces, un pasaje en el evangelio
de Lucas:
Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a
orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.
— Lucas 11:1
Jesús estaba orando, y los discípulos estaban viendo que Él estaba
orando; seguramente, lo estaban escuchando. Ellos escuchaban y
veían cómo Él hablaba con su Papá. Por eso, al terminar de orar, le
pidieron: “Señor, queremos que nos enseñes a orar”. No le dijeron:
25
Un amor que no me dejará
“Queremos que nos enseñes sobre la oración”, sino “Señor, enséña-
nos a orar”. ¿Y qué era lo que veían que sucedía en Jesús?
Ellos se daban cuenta de que no era algo que podían capturar instan-
táneamente. Por eso, le pidieron: “Señor, enséñanos el espíritu de la
oración”. Lo que ellos veían, seguramente, era una oración viviente;
no era una oración religiosa. Ellos estaban acostumbrados a orar de
acuerdo a lo que la ley decía; pero, cuando lo vieron a Jesús, vieron
algo totalmente diferente. Era una oración viviente donde sucedían
cosas. Allí había una relación de amor.
Mi oración tiene que ser viviente.
Ellos veían que, entre Jesús y Su Padre, había una relación de intimi-
dad. Él lo llamaba “Papá”. Tal vez Jesús le dijo: “Papito” muchas veces,
porque tenía una relación de amor. Esa tiene que ser nuestra manera
de orar cuando nos acercamos a Él. No tengo que sentir una pertur-
bación ni pensar qué le voy a decir calculando las palabras que voy
a hablar para que Dios no se enoje, pues se trata de una relación de
amor mutuo.
El momento de la oración es un encuentro de intimidad amorosa.
Cuando estamos orando, cuando soltamos una invocación, cuando
le decimos algo o le hacemos una pregunta al Señor, aunque este-
mos caminando o en el colectivo o en el tren, ese es un momento de
amor. Un momento de intimidad con Dios.
26
Un amor que no me dejará
También había seguridad en Jesús al orar porque, cada vez que Él
terminaba de hacerlo, sabía hacia dónde ir y qué hacer. Y así debe
sucedernos a nosotros. No podemos salir de la oración con más
angustia, con preguntas o temores, diciendo: “No sé qué hacer
ahora”. Tenemos que salir de esa relación de intimidad con la seguri-
dad de que Él nos está guiando, y de que todo lo que hagamos nos va
a salir bien. Esta es la seguridad que nos brinda la oración.
Cuando Jesús oraba, todo a su alrededor desaparecía. Él oraba en un
estado de éxtasis. Él se olvidaba de los discípulos, de los problemas,
de lo que ocurría en la casa e, incluso, de comer. Esto es éxtasis:
cuando estás orando y todo desaparece a tu alrededor, y ni siquiera
sabes la hora que es o cuánto tiempo pasó. Y no te importa, porque
es un momento de éxtasis. Estás en Él y, de pronto, te olvidaste de
que hay gente a tu lado. Él no se preocupaba por Sí mismo, sino que
preguntaba: “Papá, ¿qué hacemos hoy? ¿Qué planeaste para el día
de hoy?”. Jesús iba por el plan del Padre, ya que era lo único que le
interesaba. “Yo quiero que Tú me lo digas porque Yo voy a hacer Tu
voluntad”, le pedía.
También había transformación, es decir, cómo salía Jesús después
de orar. Por eso, los discípulos le pidieron: “Enséñanos a orar”,
cuando lo vieron salir de la Presencia del Padre. Yo me imagino que
Jesús salía de otra manera. Y así es cuando nosotros oramos, porque
estamos en una relación de intimidad con el Señor. Entonces, nues-
tro rostro resplandece. Tal vez, nosotros mismos no lo percibamos,
pero el que nos ve sabe que estuvimos en el lugar secreto. Esto es
lo que veían los discípulos. Cuando estés con Él, se notará en tu
27
Un amor que no me dejará
postura, en tu rostro, en tu pasión, en lo que hablas, en que los
deseos de Dios son los tuyos, en que te olvidaste de los problemas.
“Estuve con el jefe”, comentarás. “¿Y qué hablaste? ¿Te va a aumentar
el sueldo?”, te preguntarán. “No, estuve con mi Señor, con el Rey de
reyes y Señor de señores — responderás—. Por eso no hay más pre-
ocupación en mí porque Él se encarga de todo lo mío”. El Señor es
hermoso, es maravilloso, y lo estamos viviendo y experimentando
también. ¿Te sumas a esta aventura?
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6. ÉL ME DA SU LUZ
“... porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”.
—Mateo 11:30
A
veces, oramos pensando que Dios es ajeno a nuestra vida,
que no conoce todo lo que nos ocurre, y lo que estamos
sufriendo; porque, si Él supiera lo que estamos sufriendo,
no nos dejaría en esa situación. Y pensamos que a todo el mundo la
oración le funciona, excepto a nosotros. Decimos (y creemos): “A mí
no me quiere porque, tal vez, me porté mal. Por eso no me responde
como yo quiero y me retiene las cosas en el Cielo. A todo el mundo
le funciona, pero a mí no. Y mira que oro, oro y oro”. ¿Acaso piensas
que Dios puede escatimarte algo? ¡Si te dio a Cristo! Él te ama con
amor eterno, no con amor de temporada, de “Ahora te amo y des-
pués veo” o de “Te amo mientras te portes bien pero, si te portas mal,
dejo de amarte”. Pensar así de Dios es no conocer su carácter divino.
Si no llevas al Altar esa imagen errónea que tienes de Cristo,
no podrás orar y solo buscarás una técnica. Pero orar no es una
29
Un amor que no me dejará
actividad ni una técnica; orar es un vivir constante todo el día en
unidad con ese Padre que me ama y quiere que me acerque a Él
cada día. Por eso, hoy puedes declarar: “Llevo al Altar la imagen
de Dios como un Dios que me castiga, que me regaña, que se enoja
y, cada tanto, me va a retener ciertas cosas hasta que yo cambie de
actitud”. Dios es un Dios que me atrae y, cuando lo hace, Él me da
Su luz. ¿Qué significa esto? Ese error que cometí, ese destrato, ese
pecado, ahora está lleno de Su luz para que yo vea y diga: “Señor, te
entrego esto... muero a esto...”, y Él pueda empezar a quitar todo lo
que no es Suyo de mi vida. Ahora, si yo no me acerco, y me alejo, no
hay manera de que haya luz. Lleva al Altar cada vez que tengas una
imagen de Dios castigador. Ejercítate en permanecer en el amor. Yo
soy uno con Él, y Él es amor. Y como estoy en Él, estoy en Su amor.
Sus ojos son de amor sobre cada uno de nosotros.
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7. ACTIVAR LA PALABRA
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que
estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”.
—Mateo 6:9-11
C
uando el Señor nos da una palabra, ¿qué tenemos que hacer
con esta? Orarla. Porque, cuando la oro, se activa. ¿Qué hay
que hacer con las semillas de chía? Activarlas con agua. La
chía tiene unas hermosas propiedades, pero hay que activarla. Eso
es la oración: cuando yo oro, activo la palabra. Entonces, ahora la
semilla suelta todos los nutrientes que tiene y se va introduciendo
en mi cuerpo, que empieza a recibir los nutrientes.
Si tú ves la chía, no es igual no activada que activada. Eso mismo
tenemos que hacer con la palabra que el Señor nos da. Porque, a
veces, la tenemos desactivada y decimos: “Señor, leí Tu Palabra, pero
31
Un amor que no me dejará
no entiendo”. En cambio, cuando empiezas a entenderla y se te hace
vida, se te hace riqueza dentro de ti, porque la oraste. Y el Señor se
encarga de todo lo demás.
Actívala para poder digerirla; de este modo, todos los nutrientes
vienen a tu vida. Cuando la palabra se ablanda, expresas: “Ahora
entiendo lo que el Señor me quiere decir; ahora recibí revelación, y
lo que antes no entendía ahora se me hace luz porque activé la pala-
bra”. Jesús dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás
en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro
de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:9-11).
¿Te sucedió algo? Seguramente, lo hiciste tipo rezo y, si lo recuerdas,
no lo oraste. Entonces, ¿cómo hacemos para orar y para que se active
esta palabra en nosotros y empiece a trabajar en nuestra vida con
todos los nutrientes que tiene? Veamos...
Supongamos que la palabra que más te impacta de este pasaje es
“Padre nuestro”. Entonces, comienzas a orar así: “Papá querido, Tú
eres mi Papá, pero no solo mío, sino de mis hermanos también. Gra-
cias, Señor, porque eres mi Papá y estás a mi lado; eres poderoso,
eres precioso. Te amo”. Ahí ya se activó la palabra. Al decir: “Padre
mío”, la oración fluye. Continuemos...
Ahora impacta tu espíritu: “Hágase tu voluntad”. ¿Y cómo oras:
“Hágase tu voluntad, Padre”? “Señor, hágase Tu voluntad en mi casa,
en mi familia, en mi trabajo, en mi vida”.
32
Un amor que no me dejará
¿Qué otra palabra te impacta? “Venga tu reino”. ¿Y cómo la oras?
“Que venga el reino hacia nosotros, hacia esta Iglesia, hacia mi vida”.
Si tuvieras hijos, orarías: “Que venga el reino a la vida de mis hijos o
mis hijas. Señor, muéstrame que ellos o ellas vengan a Tu casa, que
Tu Reino se manifieste en sus vidas”. ¡Gloria a Dios!
No es difícil. Y lo que hacemos, así, es activar una palabra, la cual
queda activa sobre tu vida y la vida de los tuyos en el nombre de
Jesús. Aquí no hay que estudiar. No es aprender versículos de memo-
ria, sino activar la palabra, para que todo el nutriente que esta tiene
venga a nuestra vida y empiece a expresarse.
Veamos un ejemplo más... la palabra que te impacta es: “Dánoslo
hoy”. ¿Y cómo oras? “Señor, danos paz, tranquilidad. ¡Eres soberano,
danos Tu paciencia y que Tu sabiduría se manifieste en nuestra casa,
en nuestra familia y en todos hoy!”.
No necesitas leer todo un pasaje ni todo un capítulo. Por eso mucha
gente lee La Biblia y se aburre, porque no activa la Palabra. Pero
ahora oramos de esta manera porque el Señor nos ha mostrado que
este es un vivir, es algo espontáneo, porque se está formando el
espíritu de la oración.
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8. ORO SU VOLUNTAD: LO ESCUCHO Y
REPITO SUS PALABRAS
“... así será mi palabra que sale de mi boca;
no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para que
la envié”.
—Isaías 55:11
N
uestras oraciones tienen que ser oraciones celestiales. Una
oración celestial es aquella que hacemos cuando hablamos
en la Tierra lo que se está hablando en el Cielo. Es cuando
el Hijo, en el Cielo, intercede por nosotros. Él está todo el tiempo
hablando con el Padre acerca de lo que nosotros necesitamos. Él
sabe todo lo que nos sucede (esto no significa que el Padre se niega a
dárselo y por eso lo ora o que el Padre evalúa si se lo da o no). Porque
Padre e Hijo son uno y están de acuerdo. Entonces, el Hijo y el Padre
oran lo mismo para nosotros, porque ellos saben lo que nosotros
necesitamos. De este modo, si nosotros hoy oramos lo que el Hijo
está orando, si escuchamos lo que el Hijo está orando por nosotros
34
Un amor que no me dejará
y repetimos lo mismo, estamos orando Su voluntad. Y, si oramos Su
voluntad, siempre tendremos la respuesta. No hay manera de tener
un no o un silencio.
Seguramente, te estés preguntando: “¿Y cómo puedo escuchar las
oraciones que hace el Hijo en el Cielo?”. Es muy fácil: así como el
Padre y el Hijo son uno, tú eres uno con el Hijo y el Padre; tú también
estás sentado en lugares celestiales. Por ende, estás en medio de la
conversación y puedes escuchar lo que se está pidiendo. Y, cuando
escuchas, lo único que debes hacer es repetir.
La mayoría de las veces nos resultaba difícil orar porque inventá-
bamos la oración con nuestras fuerzas; pensábamos qué palabra
podíamos decir, cómo decirla, para saber si esta le agradaría a Dios
o no. Pero Él nos dice: “Hijo, es fácil; escucha y repite”. Eso es orar:
escuchar lo que el Hijo dice y repetirlo. Esto significa que estoy de
acuerdo con el Padre y con el Hijo. Entonces, inmediatamente, ten-
dré respuesta a las peticiones que haya hecho, porque estoy orando
de acuerdo a Su voluntad. ¡Eso es maravilloso!
Quiero graficarte esto con una historia:
Acsa era la hija de Caleb, un gran conquistador. Su padre anun-
ció: “A quien conquiste tal ciudad, yo le voy a dar como recom-
pensa a mi hija”. Entonces, Otoniel, que era tan conquistador
como su futuro suegro, dijo: “Yo conquistaré la ciudad, así gano
a su hija”. De esa manera se ganó a Acsa. Luego se casaron, y
Caleb, como regalo de bodas, les dio un territorio. Sin embargo,
cuando ya estaban dispuestos a partir para formar su nueva
35
Un amor que no me dejará
familia, Otoniel le comentó a Acsa: “Estaba pensando en que
vayas a pedirle a tu papá tierras que sean más prósperas, que
tengan riego, que tengan agua. Yo conozco a tu papá, que tiene
el mismo espíritu que yo, que es un conquistador. Pídele, porque
te dirá que sí”. Acsa fue y, cuando el papá vio que venía su hija,
le preguntó: “Hija, ¿qué deseas?”. Acsa le explicó: “Papá, me diste
tierra, ahora dame más tierra que tenga riego”. Inmediatamente,
el padre le dio todo: tierra con riquezas para ellos y para sus
futuras generaciones.
Veamos cómo funciona entonces la oración...
Al igual que le pasó a esta joven, nuestro Papá Dios también nos pre-
gunta lo mismo. Otoniel, el marido de Acsa, representa en esta his-
toria a Cristo. Cristo le dijo a Acsa —la Iglesia— lo que debía pedirle
al padre, a Caleb, quien representa a Dios. Porque el Señor siempre
te dirá lo que hay que pedirle al Padre. Él te estará diciendo la ora-
ción que Él le hace al Padre. Y, cuando vayas al Padre a pedirle lo
que el Hijo te dijo que debías pedirle, el Padre no solo te va a dar
lo que le pediste, sino que te dará más abundantemente de lo que
pediste, pero Él está esperando que ores. Porque, si no oras, no hay
respuesta. El que no ora no recibe respuesta. Por eso, escucha la voz
de Dios, para que la oración sea tu estilo de vida.
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9. ES CRISTO, ES CRISTO
“Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para
que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas
semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido
de tu mano te damos”.
—1 Crónicas 29:14
L
a oración es disfrutar con Dios. Decía Santa Teresa, en un libro
hermoso cuyo título no recuerdo, que el hermano del hijo
pródigo que se quedó en la casa tenía la herencia, porque el
padre ya se las había repartido. Es decir, él tenía toda la bendición.
Pero ¿sabes cuál era el problema de ese hijo que se había quedado?
No tenía unidad con el padre, no tenía relación con él. Se mane-
jaba en los campos del padre, usaba la herencia, compraba y vendía
cosas, pero no tenía intimidad. A veces, nosotros actuamos igual:
disponemos de muchas cosas que el Señor nos ha dado, pero no
tenemos intimidad con el Padre. Por eso tenemos miedo de perder-
las. Porque no hemos entendido el carácter de Dios: Él nos ama con
amor eterno.
En una ocasión, había un paralítico que había estado treinta y ocho
años en esa condición, a quien un día Jesús le preguntó: “¿Quieres
37
Un amor que no me dejará
ser sano?”. Solo eso le preguntó. El hombre le respondió: “Sí, me
encantaría. No sé cómo te llamas, pero desearía ser sano. Lo que
pasa es que, cada vez que yo quiero ir allá, llega otro antes. Las aguas
se mueven, viene el ángel y sana a otro. Hace treinta y ocho años
que estoy aquí, paralítico”. Entonces, Jesús le dijo: “Toma tu lecho y
anda, estás sano”. Cuando el hombre se fue, los religiosos fueron a
preguntarle: “¿Quién te sanó?”. “Ah, no sé”, les contestó. ¿Puedes ima-
ginarte la escena? Treinta y ocho años sin poder caminar. De pronto,
de un segundo para el otro, el hombre empezó a caminar y no pre-
guntó quién lo había sanado. A veces, nosotros también tenemos esa
relación con Dios, porque no conocemos Su carácter. Tenemos algo
que Dios nos ha dado, Su vida, pero no sabemos que viene de Él. Lo
pasamos por alto. “Esto es por mi inteligencia, por mi capacidad.
¿Sabes cómo me esforcé yo para tener esta empresa?”, decimos. Pero
fue Jesús. Cuando alguien te pregunta: “¿Cómo saliste de la depre-
sión?”, respondes: “Porque tomé la medicación”, y no reconoces que
es Jesús el que te dio vida. “¿Sabes por qué se solucionó mi problema
matrimonial? Porque hicimos veinte años de terapia. Nos separamos
y nos volvimos a juntar, y eso nos ayudó”. No, fue Cristo el que lo
hizo. No sabemos que es Cristo el que obró. “¿Sabes cómo salió mi
hijo de la droga?, fue a un lugar donde lo trataron muy bien”. No, fue
Cristo dentro de Él y la oración que escuchaste del Hijo e hiciste al
Padre lo que lo sanó. Él lo sanó. Es Cristo, es Cristo, es Cristo el que
lo hizo. Él hace todas las cosas.
Anota todas las bendiciones que te dio el Señor y agradécele una por
una, si puedes contarlas...
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10. ÉL SIEMPRE INICIA
“Te haré entender, y te enseñaré el camino en
que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”.
—Salmo 32:8
D
ios gobierna el mundo a través de nuestras oraciones.
Cuando Él quiere hacer algo, nos pone a orar por Su volun-
tad. Cuando tú sientes la necesidad de orar por algo o por
alguien, es porque Dios puso esa intención en tu corazón. Él va a
mover algo con tu oración y la mía porque Él decidió atar Su mover
a nuestras oraciones, a la oración de Su pueblo. ¡Qué lugar privile-
giado nos ha dado el Señor! Todo lo que Él hace lo hace a través de
la oración que nosotros hacemos. Cada oración tuya y mía es un
movimiento que el Señor quiere hacer. Esto significa que tú no oras
en vano, sino en la voluntad del Señor. Y...
Cuando yo oro, el Señor se mueve.
39
Un amor que no me dejará
Cuando oramos Su voluntad, Él es el primero que se va a mover. Él
es el primero que inicia el encuentro con nosotros. Y lo que hace-
mos nosotros es responder a ese encuentro. El Señor inicia, y yo
respondo.
Aconteció que, yendo de camino [está hablando de Jesús],
entró en una aldea [Él inició, Él entró]; y una mujer llama-
da Marta le recibió en su casa.
— Lucas 10:38
Él primero va, pero necesita que alguien lo reciba. ¿Ya recibiste al
Señor? Observemos estos otros dos pasajes, porque no siempre
ocurre esto:
A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
— Juan 1:11
Hay gente a la que Dios convoca, a la que Dios llama, pero le dicen
que no al Señor. Por eso, el pasaje dice que a lo suyo vino, pero los
suyos no lo recibieron.
Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los
cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recos-
tar la cabeza.
— Lucas 9:58
El Dueño del mundo, el Creador de todo, el Creador de nuestra vida,
vino a la Tierra, pero hay gente, Su pueblo, que no lo recibió. “Señor,
acá estoy. Yo te recibo, háblame”, le pedimos entonces. Cuando
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Un amor que no me dejará
experimentamos Su vida dentro de nuestro espíritu, es porque el
Señor tomó la iniciativa. No fuimos nosotros. Nosotros solo respon-
dimos a la iniciativa divina. ¡Qué maravilloso es el Señor!
Es interesante que nosotros lo recibimos y que Él nos convoca. Por
ejemplo, a la mañana cuando nos levantamos, antes de ir al trabajo
o de hacer los quehaceres de la casa, Él nos convoca. Y nosotros
tenemos nuestro portal, nuestro encuentro con el Señor. Donde
sea, tenemos ese encuentro donde lo que Él va a hacer es darnos a
conocer más de Él.
Él nos va a mostrar algo más de Él porque el Señor no tiene límites y
quiere romper toda estructura interna en nosotros.
¿Cómo vas a responder a Su llamado hoy?
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11. NO ABANDONES LA ORACIÓN
“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si
pedimos alguna cosa conforme a su voluntad,
él nos oye”.
—1 Juan 5:14
T
enemos que aprender a orar, ir más allá de nuestras propias
necesidades, de nuestro propio yo y de lo que yo quiero y
necesito, de hacer oraciones que solo satisfacen mi alma.
Veamos algunas de estas oraciones...
• Mono-oración: “Señor, te pido por mi hijo... Señor, haz algo por
mi hijo... Señor, mi hijo... Señor, oro por mi hijo”. Y solo ves alguna
respuesta cada tanto. Ahora, si en lugar de orar solamente por tu
hijo, también hubieras orado por tu familia y por tus compañeros de
trabajo, habrías tenido más respuestas; porque, cuando solamente
oras por una situación o por una persona, esta situación o esta per-
sona termina consumiendo tu oración.
42
Un amor que no me dejará
• Oración de trueque: Jacob le dijo a Dios: “Señor, si me prosperas,
te doy el diezmo de todo”. Esa es la gente que expresa: “Señor, si
me sanas, te sirvo”. Personas que hacen trueques con Dios. Oran
en la medida en que les sirva a ellos; si no, no oran.
• Oración de corrección: “Señor, Tú eres mi abogado. Ahora te pido
que mi esposo se quede sin nada de plata para que sepa lo que
es sufrir. Tú eres un Dios justo”. O “Espero que a mi hijo le vaya
mal en el examen para que se dé cuenta de que mamá tiene razón
cuando le dice que tiene que estudiar más”. ¿Eres de hacer este
tipo de oraciones?
• Oración Disney: “Señor, Tú sabes que estoy agotado, muy can-
sado; no puedo más, no tengo fuerzas, no tengo ganas de nada.
Te pido solamente dos pasajes. No, somos cuatro en casa; cuatro
pasajes para irnos a las Islas Canarias en un crucero. Y te pido
cinco días más cuando volvemos, así me desestreso y puedo aco-
modarme después en el trabajo. Para no llegar, bajar del barco e ir
a trabajar enseguida”. Esta es la oración Disney... “Señor, bájame
un millón de dólares ahora”.
• Oración del alma: “Yo... yo... yo...”. “Yo no voy porque yo tengo
mis tiempos, a mí nadie me obliga”. Es todo “yo”. “Señor, tú me
entiendes; nadie comprende nada, pero Tú sí me entiendes. Esto
es entre Tú y yo”, le dices. Y el Señor te pregunta: “¿Para qué te di
Mi Espíritu?, ¿para que te acobardes? ¿Para qué te di la capacidad
de dar órdenes?, ¿para que sigas en la misma situación?”. Así es
43
Un amor que no me dejará
cómo nos distraemos y nos alejamos del Espíritu. Y así no pode-
mos seguir orando. ¿Qué debemos hacer, entonces?
No abandones la oración.
A veces, nos distraemos porque creemos que tenemos que encon-
trar la palabra correcta. “¿Cómo era? ¿Tengo que dar la orden o tengo
que morir? ¿Cómo me muero? ¿Doy la orden? ¿Cómo era que no me
acuerdo?”, expresamos.
Dios no está esperando que seas perfecto. Dios está esperando que
te sumerjas en una profundidad de intimidad. Él está haciendo la
obra en nosotros. Él está haciendo crecer más Cristo en nosotros
para que oremos la voluntad del Hijo, para que el Hijo ore en nuestra
oración, y nosotros oremos la oración del Hijo. Pero eso es algo que
tiene que hacer Él.
Nosotros necesitamos ganar a Cristo, no a la oración. No se trata
de ver qué oración correcta tengo que hacer, sino de ganar a Cristo
cuando oro. No es la oración correcta que tengo que hacer, sino
cuánto Cristo está creciendo en mí cuando estoy en intimidad con
Él. Eso es lo más importante. De manera que me detengo y empiezo
a disfrutarlo. Si vinieron distracciones, si oré la oración correctiva o
la oración de Disney, si oré en la carne, en el alma, y pedí mal, le digo:
“Señor, ¿qué estás orando Tú? Yo quiero orar lo mismo que Tú oras”.
Cuando el alma quiera fluir, detenla, ve a La Biblia, y pregúntale:
“Señor, ¿qué estoy leyendo hoy?”. Y allí el Espíritu va a tocarte en un
44
Un amor que no me dejará
pasaje, en una palabra. Permanece allí y comienza a orar esa palabra:
“El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Y lo repites: “El Señor es mi
pastor, nada me faltará... El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Lo
repites las veces que sean necesarias, y te darás cuenta de que, en
un momento, le vas a decir: “Gracias, Señor, porque hoy no me falta
nada, porque Tú eres todo, porque Tú eres mi pastor, porque Tú me
vas guiando, porque Tú me estás cuidando; nada de lo que quieran
hacerme me puede perturbar porque Tú estás ahí”.
Allí comenzará a fluir una oración desde el espíritu porque leíste La
Palabra, que es lo más seguro que tenemos. Eso se llama orar-leer La
Palabra. Entonces, no dejes de orar. Y luego ora esa misma palabra
en las cuatro dimensiones: “El Señor es mi pastor, nada me faltará
es para mi familia, y también para mis amigos, y también para perso-
nas con las que hoy me voy a encontrar que no conozco (el Señor es
su pastor y no les va a faltar nada), y también para mis compañeros
de trabajo”. Y esa palabra que Él te dio es la que oraste porque lo que
te dice el Señor que leas ese día en Su Palabra es la oración que tienes
que hacer.
Si oramos la voluntad de Dios, siempre tendremos la respuesta a todo
lo que oramos. ¡Qué lindo es volver al espíritu! Volvamos al espíritu.
Y no abandones la oración, porque nunca habrá un momento mejor
para orar.
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12. ERES IRREPRENSIBLE PARA DIOS
“Y el mismo Dios de paz os santifique por
completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma
y cuerpo, sea guardado irreprensible para la
venida de nuestro Señor Jesucristo”.
—1 Tesalonicenses 5:23
L
a palabra “irreprensible” significa que nadie podrá atraparte.
El Señor te va a guardar irreprensible. Ello significa que hará
algo en tu espíritu, en tu alma y en tu cuerpo para que el ene-
migo no pueda atraparte. El mismo Dios de paz va a santificarte
por completo. Seguramente, cada vez que quieras disponerte a orar,
aparecerán obstáculos, por ejemplo, la distracción. Estabas orando,
escuchando y adorando al Señor y, de pronto, tu mente comenzó a
vagar. El hecho es que el enemigo quiere distraerte con el fin de que
no escuches la voluntad divina porque, cada vez que se cumple la
voluntad de Dios en esta Tierra, el enemigo sufre una pérdida. Por
eso, quiere distraerte. Dios declara: “Quiero que mis hijos escuchen
Mi voluntad porque, cuanta más voluntad escuchen y más oren, más
46
Un amor que no me dejará
territorio Yo los haré conquistar. Y el enemigo va a tener que salir de
ese territorio”. El primer obstáculo, entonces, es la distracción.
El segundo obstáculo que el enemigo te tiende cuando te dispones
a orar es colocarte trampas. Estas trampas son pequeñas, para que
caigas sin darte cuenta. Por ejemplo, Jesús estaba en el desierto y
le dijo: “Todo esto te daré si postrado me adorares”. Lo único que
quería Satanás era que Cristo se arrodillara, aunque fuera solo por
un segundo. La trampa era pequeña. Eva no necesitó comer todo el
fruto: ella necesitó, simplemente, probar un poquito. Un poquito
que me desvío, un poquito que hago lo que mi alma quiere, un
poquito que no obedezco... No necesito mucho para que el enemigo
tome autoridad. Por eso él pone trampas pequeñas. Estás orando y te
recuerda algo que hiciste mal en el pasado, un error que cometiste.
O te trae culpa por algo que sucedió y no puedes seguir orando
porque te sientes en falta. O sientes vergüenza por algo que dijiste:
“¿Cómo le dije eso? ¡No le tendría que haber dicho eso; tendría que
haberme ido!”. Un pensamiento, un recuerdo, una palabra que viene
a la mente, un gesto, algo que escuchas internamente de lo que te
dijo una persona. Simplemente eso. Caes en la trampa, y todo el
espíritu de oración muere. Por eso, al orar, necesitamos llevar todos
los argumentos al Altar. Nosotros lo necesitamos a Él como el pan de
vida. Busca la palabra, y Él te va a mostrar: “Esta es la palabra”.
Siempre respeta la palabra que el Señor te dice. Ora la palabra que
escuchas de Él. No la cuestiones. Esa es Su voluntad, y Su voluntad
hace lo que Él quiere. Entonces, cuando el Señor te da una palabra,
órala. Camina y ora esa palabra. Si el Señor te dice: “Mis palabras son
47
Un amor que no me dejará
espíritu y son vida”, ora: “Señor, Tus palabras son espíritu y son vida;
espíritu y vida, en esta situación, en este problema, en esta fami-
lia, en este hospital, en esta nación, en esta persona”. Yo no tengo
que pedirle que me dé la oración para una persona determinada. A
veces, te la dará, pero generalmente te dará algo para que puedas
aplicarlo en todo. Porque Su Palabra es poder. A veces, te dará espe-
cífico; y a veces, no. A veces, te dará lo que leíste a la mañana porque
es lo que el Hijo le está pidiendo al Padre, y es lo que el Hijo quiere
que nosotros le pidamos al Padre. Él decretó que todo lo que Él
quiere hacer está ligado a la oración de sus hijos. David decía: “Los
leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan a Jehová
no tendrán falta de ningún bien” (Salmo 34:10).
Orar significa estar todo el día en Él, envuelta, envuelto en Él; y Él me
abraza con Su amor y me ilumina con Su luz. La oración es la puerta
que me lleva a Su voluntad. Y, cuando yo entro por la puerta de la
oración, la voluntad se derrama. Entonces, todo lo que pido Él me lo
da porque pido de acuerdo a Su voluntad. Él nunca te va a negar lo
que es de acuerdo a Su voluntad. Búscalo en oración, porque los que
buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien.
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13. ORACIONES CELESTIALES
“Sepan que el Señor honra al que le es fiel; el Señor
me escucha cuando lo llamo”.
—Salmo 4:3
¿
Cómo es una oración celestial? Cuando oro en Él: en el nombre
del Señor, y no en lo que yo quiero y necesito, estoy orando
desde el Cielo. Por eso, son oraciones celestiales. Somos ciuda-
danos del Cielo y desde allí (dentro de Él), oro y hablo acá (en la
Tierra) lo que escucho que el Padre y el Hijo están hablando en el
Cielo. ¡Eso es maravilloso! Todo el tiempo Jesús está intercediendo
por nosotros delante del Padre. Y todo lo que el Hijo le pide al Padre
el Padre se lo da.
Cuando Jesús está intercediendo por nosotros, no le tiene que rogar
al Padre que, por favor, nos dé algo porque nosotros somos peca-
dores. Jesús no dice: “Padre, dáselo. Él no le ruega al Padre porque
Padre e Hijo están en armonía, están de acuerdo, y ambos quieren
bendecirnos. Ellos están de acuerdo porque son uno. Ellos son uno
49
Un amor que no me dejará
y no hay discusión entre ellos. Miremos lo que pide Jesús cuando ora
antes de ir a la Cruz en esta oración:
“Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
ti, que también ellos [nosotros, el Cuerpo de Cristo] sean uno
en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
—Juan 17:21
¡Esta es una oración celestial! Soy uno con el Señor, soy uno con el
Padre y con el Hijo. Esto quiere decir que, cuando el Hijo le pide al
Padre, yo tengo acceso a escuchar. Porque soy uno con Él, yo puedo
escuchar lo que el Hijo intercede por mí delante del Padre, y la res-
puesta que el Padre le da es porque yo estoy allí en lugares celestiales
en ellos, y ellos en mí. ¡Él es precioso!
Jesús está delante del Trono con Su Padre, y nosotros estamos allí,
y desde ese lugar intercede por ti y por mí. ¿Quieres saber qué ora
Jesús?
• Jesús está orando para que Él crezca dentro de nosotros cada
vez más
Lo primero que el Hijo está orando es que Él crezca cada vez más
dentro de nosotros. Que Él crezca más en mí y en ti, que Él aumente
más en mí y en ti, que Él llene cada área de nuestra vida. Esta es la
oración que hace: “Padre, que cada día haya más de Mí en cada uno
de ellos”. Lo único que Él quiere es derramarse cada día más en noso-
tros. Cada día tú y yo tenemos más de Él. ¡Él es el Señor!
50
Un amor que no me dejará
¿Recuerdas la historia de Ester? Ester era una adolescente campesina
del pueblo judío, y la llevaron ante los persas porque había un con-
curso de belleza. Entonces, le informaron: “Serás parte del harén y
atravesarás un proceso de embellecimiento para ver si el rey te elige
como su próxima esposa”. Todas estas jovencitas, incluida Ester,
eran muy hermosas. Ella entró en un proceso de Altar que duró un
año: le colocaban aceites en toda la piel, porque su piel tenía que
oler a perfume. No podía oler a otro aroma. Le colocaban “atavíos”,
es decir, vestidos o ropas especiales. La raíz de la palabra “atavío” es
“limpiar, pulir”. Lo que tenían que hacer con esta muchacha y con
todas las que estaban allí era pulirlas de la cultura, de la educación,
de las costumbres que habían recibido en los lugares de los que pro-
venían. Ester era una campesina y debían quitarle a esa campesina
de sí misma. Esta joven debía pasar por esta etapa para saber si era
apta para tener intimidad con el rey. Y la historia termina así: “Y el rey
amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ella gracia
y benevolencia delante de él más que todas las demás vírgenes; y
puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina en lugar de Vasti”.
Este es un final lindo. El rey la amó más que a todas las otras mujeres.
Esto habla de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo. Él nos ama más que a
nadie. Por eso, Él nos está puliendo. Él está haciendo una obra mara-
villosa con nosotros. Él está removiendo todo lo que no es Cristo,
para que Él brille.
Hagamos Sus oraciones para que Cristo crezca y declare: “Los amo
más que a nadie”. Tal vez te preguntes: “Pero ¿por qué yo tengo que
sacarme esto de mí si es bueno?”. Porque el Rey lo quiere así. Porque
51
Un amor que no me dejará
lo bueno y lo malo de nuestra alma es lo mismo para Dios. A veces,
duele; pero, una vez que mueres, el Rey te dice: “Te amo más que
a cualquiera”. No te rindas porque Él está trabajando en nuestras
oraciones.
• Jesús está orando que Su plan eterno se cumpla
El Señor ora también para que Su plan eterno se cumpla: “Papá,
que en la Tierra Tu cuerpo gobierne y disfruten todo lo que Yo ya
gané; que ellos ahora lo ocupen porque Yo quiero que el Cuerpo
crezca, que mi Novia crezca, cada día más”. Nosotros somos la Novia;
por eso Él pide tanto por nosotros. Observemos algunos pasajes al
respecto:
Génesis 7:1: “Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el
arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación”.
Dios lo vio a Noé justo, pero le dijo: “La salvación es para toda tu
casa”. Toda mi casa, toda mi familia.
Éxodo 12:3: “Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En
el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias
de los padres, un cordero por familia”. El Cordero es Cristo. Cristo,
por familias. Todos comen el Cordero. La salvación es para toda tu
familia.
Josué 6:17: “Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas
que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con todos
los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensa-
jeros que enviamos”. Rahab escondió a los espías. Ella obtuvo la
salvación. Rahab no era la jefa de familia porque, en ese momento
52
Un amor que no me dejará
en Israel, una mujer no era jefa de familia: lo era el padre de la casa;
pero ella era la que tenía la luz y revelación de lo que el pueblo y el
Dios de Israel significaban. En ese momento, Rahab se convirtió en
la cabeza de la casa, y Dios respondió la fe de esa mujer. Dios también
respaldará tu fe, aunque seas el único en tu casa que cree, porque
tienes la luz y, por ti, toda tu casa será salva.
2 Samuel 6:11: “Y estuvo el arca de Jehová en casa de Obed-edom
geteo tres meses; y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa”.
Cuando Dios te bendice a ti, bendice a toda tu casa.
Juan 4:53: “El padre entonces entendió que aquella era la hora
en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su
casa”. Una sanidad para uno de la familia hará que toda la casa crea
también.
1 Corintios 1:16: “También bauticé a la familia de Estéfanas; de los
demás, no sé si he bautizado a algún otro”. Toda tu familia pasará
por las aguas del bautismo. Eso es lo que quiere Dios, eso es lo que
Jesús está orando: que todas nuestras familias vengan a formar parte
de Su Cuerpo. George Cutin creyó la palabra y dijo: “Yo creo que
yo y mi casa seremos salvos”. Tenía noventa familiares y oró por los
noventa, que toda la familia fuera creyente, que toda la familia estu-
viera adorando al Señor. Si sucedió con él, sucederá con nuestras
familias también. El Señor lo va a hacer a través de distintos medios;
nosotros solamente escuchemos lo que Él nos dice. “Ahora vas a ir
por este... y ahora por este otro... y ahora le vas a escribir un wasap
a este otro... y ahora vas a hacer esto”, te va a indicar. Tú solamente
53
Un amor que no me dejará
declara: “Yo y mi casa, porque Tú dijiste, Señor: ‘Tú y tu casa’, y yo me
pongo de acuerdo contigo porque estoy dentro de Ti y estoy orando
la oración celestial. En mi casa no se va a perder ni uno solo”. Y, si
tenías problemas y te habías peleado con alguien, esto se va a solu-
cionar porque es “tú y tu casa”. Él lo va a hacer. Esto es una relación
íntima con Él. Permite que Dios te diga cómo, y que no sea tu mano.
Si Dios te dice que lo hagas, hazlo; de lo contrario, no te muevas.
• Jesús está orando para que Su testamento, Su herencia, se
cumpla
En tercer lugar, lo que Jesús está orando delante del Padre es que
Su testamento, la herencia que Él nos dejó, se cumpla. Es decir que
todo lo que ganó Jesús en la Cruz lo recibamos y lo disfrutemos.
Recibir y disfrutar. Jesús está atento porque dice: “Hay hijos que no
saben lo que Yo gané para ellos. Hay hijos que creen que, solamente
recibiéndome a Mí, ya tienen la salvación, y todo terminó. Padre,
vamos a hacerlos conocer la herencia porque Yo fui a la Cruz donde
la obtuve, y ahora ellos son herederos conmigo”. Solo cuando uno
conoce lo que heredó, puede usarlo y disfrutarlo. Somos herederos
y hay mucha herencia que el Señor nos dejó. No nos va a alcanzar la
vida para conocerla y usarla toda. ¿Estás preparado para recibir más
herencia y para disfrutar de esta?
54
14. HIJOS Y HEREDEROS
“Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el me-
jor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su
mano, y calzado en sus pies”.
—Lucas 15:22
U
na de las herencias que Cristo nos ha dejado es Su autoridad.
Nosotros podemos dar la orden. Siguiendo con la historia
de Ester, su tío Mardoqueo, que la cuidaba desde afuera, le
dijo: “Ester, ve y dile al rey que tiene que hacer algo con este decreto
que firmó, que es una mentira que el enemigo le hizo creer”. Y Ester
respondió: “Pero yo no puedo entrar delante del rey sin autorización
porque corro riesgo de que quiera matarme”. Entonces, Mardoqueo
le dijo: “Para esta hora has llegado”. Para esta hora hemos llegado,
para dar la orden, para tomar autoridad, porque somos hijos del Rey
y tenemos herencia. Una de nuestras herencias es tener autoridad
y dar la orden. “Si no lo haces tú —le aclaró Mardoqueo a Ester—,
Dios va a levantar a otro; pero la liberación va a venir de algún lado”.
Ester fue, entonces, delante del rey y le explicó la situación. El rey
55
Un amor que no me dejará
se angustió y les dijo a ella y a Mardoqueo que hicieran lo siguiente:
“Escribid, pues, vosotros a los judíos como bien os pareciere, en
nombre del rey, y selladlo con el anillo del rey; porque un edicto que
se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede
ser revocado” (Ester 8:8).
De la misma manera, hay decretos de muerte sobre algunas perso-
nas, sobre su economía para que no avancen, sobre su trabajo para
que los despidan, sobre su casa. Pero el Señor declara que esta es la
hora para que des la orden y transformes todo decreto de muerte en
un decreto de vida en el nombre de Jesús. Di: “Tomo la herencia de
dar la orden; ya no oro más con temor ni arrastrándome. Tomo la
herencia del Hijo y doy la orden en el nombre de Jesús de que toda
muerte sea transformada en vida. Lo hago en el nombre de Jesús por-
que, si estoy dentro de Él, tengo el sello de Él y la autoridad de Él. Yo
tengo Su autoridad”. ¡Actúa con su autoridad, porque para esta hora
llegaste! Para eso nacimos en esta generación. No te mueras viendo
cómo el enemigo mata a los tuyos. Tú y yo somos gobernantes, pero
no por nosotros, sino por el Cristo que vive dentro de nosotros. No
es por tu capacidad ni porque hiciste algo: es por el Cristo que está
en tu interior. Nosotros tenemos la autoridad del Hijo.
Soy heredero, heredera, de lo visible
y de lo invisible.
56
Un amor que no me dejará
Él es Dueño de todo lo que se ve y de todo lo que no se ve. Y nosotros
somos herederos de todo eso.
Un hombre quería comprar un auto, pero era muy caro. Enton-
ces, se fue a descansar y oró así: “Señor, dime Tú si lo compro o
no”. Y el Señor le contestó: “Vas a ir al vendedor y le vas a decir
que le darás tanto dinero por ese auto”. “Señor, pero no me va a
aceptar esa cantidad porque es un auto de lujo”. “Dile que, si te lo
vende a ese precio, ganarás tú y él va a ser multiplicado”. “Bueno,
Señor, yo te obedezco”. Obedeciendo, al otro día fue a la agencia
y le dijo al vendedor: “Me gusta este auto”. “Este auto tiene este
valor”, le respondió el vendedor. “Sí, pero a mí me dijo Dios que
usted me lo tiene que vender a este valor”. “Está bien, mucha gente
viene y me lo pide así, pero este es un auto de lujo y no se lo puedo
vender a ese valor”. “Mire, así dice el Señor: si usted me lo vende
en este precio, yo voy a ganar el auto, y usted va a ser multipli-
cado. ¡Créalo!”. Finalmente, se lo vendió y esa persona nunca
dejó de tener agencias de autos por un hombre que escuchó cómo
tenía que presentarse delante de otro.
Lo visible y lo invisible le pertenecen a nuestro Señor, y nosotros
somos herederos de eso. Dios te va a indicar que hables osadamente.
Dios te dará oraciones osadas. Y tú preguntarás: “Pero ¿cómo estoy
orando así por esto?”. Dejarás de orar: “Señor, dame esto que nece-
sito”. El Señor te concederá el hacer oraciones osadas que no te atre-
verías ni a hacer en el alma, porque estas vendrán directamente del
Cielo. El Señor es Dueño de lo que se ve y de lo que no se ve, y noso-
tros somos herederos de lo que se ve y de lo que no se ve. De esta
57
Un amor que no me dejará
manera, tu oración crecerá, harás oraciones celestiales y no terrena-
les. Agradece por lo que hoy tienes y por lo grande que Dios te dará:
por lo visible y por lo invisible.
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15. SIEMPRE HAY MÁS
“El que no escatimó ni a su propio hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas?”.
—Romanos 8:32
¿
Quién determina lo suficiente: tú o Dios? Lo hace uno cuando
expresa: “Yo, hasta acá llegué. Yo quería mi casa con dos habita-
ciones y ya la tengo. Dios me la dio, y para mí es suficiente agrade-
cer por eso”. Otra vez, ¿quién determina qué es suficiente? El Señor.
¿Cómo fue el milagro de los peces y de los panes? ¿Quién lo deter-
minó? Cristo. El Señor dijo: “Hay una multitud, Yo no puedo darle
de comer solo a la mitad, Yo no puedo conformarme con que coman
solo los niños y los adultos se vayan a su casa. Comerán todos”. El
suficiente es de Dios.
Yo puedo conocer el suficiente porque el Señor me hizo heredero
de todas las cosas. Y para Él eso es lo suficiente. Pero el Señor te dice:
“Hay más”. Pero ese “Hay más” no está aislado de Cristo. Lo que Él te
59
Un amor que no me dejará
va a dar está ligado a tus acciones divinas. Observa qué sucedió con
este hombre:
Un hombre cristiano fue a acompañar a su esposa al shopping a
comprarse ropa. Cuenta que se sentó donde estaban los probado-
res, aunque no le gustaba sentarse ahí, porque la esposa quería
que él viera cómo le quedaba la ropa. Él estaba agradeciendo
así: “Gracias, Señor, por la abundancia que me diste”, porque
era un hombre muy prosperado. Y, de pronto, el Señor le habló:
“¿Sabes para qué te di tanto?”. “¿Para qué, Señor?”. “Para que dis-
frutes, pero para que des también. Por eso te llené de tantas cosas,
para que disfrutes y para que des”. “La verdad, Señor, es que yo
estoy disfrutando. Pero dime, ¿a quién le doy?”. Allí estaba otra
pareja. Una mujer quería comprarse un vestido, pero el marido
le dijo: “Mira, la verdad es que no podemos ahora, no alcanza
con los dos trabajos que tenemos para comprarte ese vestido. No
hay manera”. Y el Espíritu le mostró: “Ahí está para que des, ahí
vas a dar”. Así que el hombre les dijo: “Disculpen que me entro-
meta, pero qué lindo vestido que es ese. ¿Me permiten ver cuánto
sale?”. Salía una fortuna; entonces, les preguntó: “¿Les gustaría
comprarlo?”. “Sí, pero no podemos, no nos alcanza. En otra
oportunidad, ahora veremos otras cosas”. “Si me lo permiten,
yo quisiera regalárselo a ustedes porque Dios me dijo que se lo
tenía que regalar”. Así que la joven fue, se lo probó y le quedaba
muy bien. Cuando la esposa del hombre fue a pagar lo que ella se
había comprado, vio que la cuenta era mucho más. Entonces, la
vendedora le comentó: “Acá su marido compró cosas que usted
no eligió”. Ella respondió: “Él siempre hace lo mismo cuando Dios
60
Un amor que no me dejará
le dice que les compre a otros”. Él explica: “Yo me di cuenta de que
el Señor me dio en abundancia para que yo pudiera bendecir a
otros”.
El Señor nos va a dar manantiales de arriba y de abajo para que ben-
digamos a muchas generaciones. Vamos a tener para disfrutar y para
dar y, tanto en lo pequeño como en lo grande, en ambas áreas, vere-
mos la mano de Dios. Por eso Pablo decía: “Y poderoso es Dios para
hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo
siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda
buena obra” (2 Corintios 9:8).
61
16. SER FORJADOS POR CRISTO
“... seáis plenamente capaces de comprender con
todos los santos cuál sea la anchura, la longitud,
la profundidad y la altura, y de conocer el amor
de Cristo, que excede a todo conocimiento, para
que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.
— Efesios 3:18-19
C
risto ora tres cosas delante del Padre. Y, si nosotros ora-
mos lo mismo, vamos a tener las peticiones que le hayamos
hecho. Veamos esas tres cosas que el Hijo ora y que nosotros
también debemos orar:
1. Que Cristo sea forjado en nosotros
Que Cristo sea forjado en mí. Es decir, que Cristo aumente en mí,
que cada día haya más Cristo en mi vida. Eso es lo que Él ora. Él dice:
“Padre, que en Estela, que en Samuel, que en Magdalena, que en
José, cada día haya más de Mí”. Esta es la oración que hace el Señor
todos los días. Él intercede por ti y por mí cada día. “Padre, que
62
Un amor que no me dejará
tengan más de Mí en ellos”. Nosotros nacemos en una casa, en una
familia, en una cultura, en un país con características únicas. Enton-
ces, a medida que vamos creciendo, vamos adquiriendo característi-
cas de la familia, de la sociedad, de la cultura en la que nos movemos.
Y estas características, llamadas “peculiaridades”, comienzan a for-
jarse dentro de nosotros: “peculiaridades del alma”. Por ejemplo,
decimos: “Yo no puedo con mi genio, yo ayudo a todo el mundo”.
Esta es la voz del alma que se educó en un ámbito donde tal vez vio
ayudar o vio necesidad y estaba siempre presente. Te enseñaron de
esa manera, y eso ya es parte de tu alma. Esta es tu peculiaridad.
Pero Cristo, desde el espíritu, quiere forjarse en nosotros, para que,
desde el espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo sean transforma-
dos, y que Él sea la expresión natural nuestra.
Cuando decimos: “Yo ayudo a todo el mundo”, o “Cuando yo tengo
que hablar, me transpiran las manos”, estas son peculiaridades del
alma. Y el Señor declara: “Yo quiero que tengas a Cristo forjado en
ti y que, así como naturalmente ayudas o te transpiran las manos,
ahora expreses, desde el espíritu, a Cristo”. Esto significa que se forje.
Hay personas que, cuando uno las ve, expresan: “Vamos a orar... va a
ocurrir esto... el Señor está haciendo una obra maravillosa”. ¿Cómo
tienen tanta fe? Porque Cristo ya fue forjado, y ya no hay increduli-
dad en su vida. Ellos creen siempre, pero no desde el alma, sino del
espíritu. Es Cristo forjado en esas personas. Y ahora, cada vez que
hablan, cada vez que actúan, se expresa Cristo.
Si pensamos en la historia de la reina Ester, ella no debía solo tener
un rico perfume en su piel, sino que ella pasó doce meses siendo
63
Un amor que no me dejará
preparada con aceites y perfumes que le frotaban por todo el cuerpo,
porque ya no podía usar perfume cuando iba a ver al rey: ella debía
“ser” el perfume. Tampoco podía ponerse un vestido que le gustara
al rey: ella debía “tener forjado en su interior” lo que implicaba ser
reina. Los doce meses hablan de un tiempo en el que el Señor nos
tiene que forjar a Cristo. Y ese tiempo es toda nuestra vida, para que
Cristo se exprese cada vez que hablemos. Esto significa que Cristo se
haya forjado en nuestra vida, dentro de nosotros, y Él pueda expre-
sarse a los demás. Entonces, cada vez que vengan problemas, que
surjan circunstancias difíciles o conflictos, cada vez que tengas que
tomar una decisión, que sea Cristo el que salga, sea Cristo el que
se exprese, y no tu alma, tu peculiaridad o tu hombre natural. Sin
esfuerzo. Porque, cuando Cristo está forjado, cada vez que hablas y
te presentas, es el mismo Cristo con Su misma autoridad, Su misma
belleza, Su misma altura, expresándose a través de ti quien dirige
todo. Porque Cristo se ha forjado en ti.
Ester no se ponía perfume como hacemos nosotros, Ester “era” el
perfume. Nosotros tenemos que “ser” en esta Tierra la expresión de
Cristo. Cuando nos vean, tienen que ver directamente a Jesucristo.
Por eso, en esa etapa de forjamiento, atravesarás muchas situaciones
y te darás cuenta de que el Señor está siendo forjado, porque habrá
muchas muertes y muchas resurrecciones.
Él te hará ver algo más fino que estaba oculto, algo que estaba escon-
dido, que no podías sacar de dentro de ti. Pero el Espíritu te da luz y te
lo muestra. Ese es el forjamiento. Deja de procurar arreglar aquellas
cosas que tienen que morir, llévalas al Altar, es tiempo de dejar de
64
Un amor que no me dejará
luchar. Y, una vez que Cristo se ha forjado en ti, Él queda para siem-
pre. Te das cuenta de que hay cosas por las cuales ya no oras más por-
que, en ese aspecto, Cristo se ha forjado en ti, y la fe de Él se expresa
todo el tiempo. Ahora le crees todo el tiempo a Dios. Todo lo que te
dice el Señor tú lo crees. Todo lo que oras por otra persona crees que
el Señor lo hará porque Él se ha forjado en ti. ¡Qué maravilloso!
El esposo de Elisabeth Elliot se había ido con otros misioneros a una
tribu indígena para evangelizarlos, pero los miembros de la tribu
mataron a los cuatro y arrojaron sus cuerpos al río. Cuando encon-
traron los cuerpos flotando, fueron a preguntarle a Elisabeth acerca
de la muerte de su marido, a lo que ella respondió: “Jim no murió
ahí”. Entonces, todo el mundo comentó: “Está negando la muerte
del esposo; está en shock por su muerte”. Pero ella explicó: “Jim no
murió en el río: él murió en un altar el día que le entregó todo a Jesús.
Las lanzas no le quitaron la vida porque él ya estaba muerto para el
Señor”. ¿No es maravilloso eso? Tanto Elisabeth como su marido
tenían a Cristo forjado en ellos. Por eso pudieron atravesar esa situa-
ción y salir victoriosos. Los dos, Jim y Elisabeth, estaban en la victoria
de Cristo porque Cristo había sido forjado en ellos. Debido a este
crecimiento, ella pudo responder como lo hizo. En medio de un
duelo, de un dolor tan grande, podría haber estado enojada y haber
preguntado: “Señor, si ellos te fueron a servir, si ellos fueron a hacer
una tarea evangelística, ¿cómo puede ser que no los cuidaste? ¿Cómo
no les advertiste? ¿Cómo no pudieron escaparse?”. Pero ella dijo: “Él
no murió ese día; él murió el día que le entregó en el Altar toda su
vida al Señor”. ¡Esta mujer sí tenía forjado a Cristo!
65
Un amor que no me dejará
Él tiene que aumentar cada día en nosotros, y sabremos cuánto
Cristo está forjado y cuánto Cristo falta aún cuando nos encontre-
mos en las encrucijadas de la vida. El enemigo te colocará en esas
encrucijadas y, si no hay un espíritu fuerte forjado dentro de ti, la
emoción aparecerá. En cambio, si hay un espíritu firme y fuerte for-
jado en ti, dirás: “El Señor me dijo esto, y yo hago lo que Él me dice.
De acá nadie me mueve porque el Señor me lo prometió; lo que me
prometió el Señor Él lo va a cumplir”.
En una ocasión, le pidieron a la esposa de Billy Graham, Ruth
Graham, que escribiera su epitafio para cuando muriera. Y ella
lo escribió antes de morir y pidió lo siguiente: “Van a poner en mi
lápida: ‘Fin de la construcción; gracias por su paciencia’”. Vamos a ser
forjados por Cristo, y Él va a tomar toda nuestra vida y vamos a vivir
Su plenitud, porque Él se propuso hacerlo y lo va a hacer en noso-
tros. Tarde o temprano, en un momento, vamos a decir como Ruth
Graham: “La construcción ya está terminada”. Entonces, lo primero
por lo que el Señor está orando es por que Él sea forjado en nosotros.
2. Que obtengamos y disfrutemos Sus riquezas
En segundo lugar, aquello por lo que Él está orando, y por lo que
nosotros también debemos orar, es que obtengamos y disfrutemos
las riquezas que Él logró. El salmista decía: “De Jehová es la tierra y
su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24:1). Dios
es dueño de todo el mundo y de la gente que lo habita; nosotros
somos sus herederos y, como tales, heredamos la tierra, la plenitud,
el mundo y los que en él habitan. Soy heredero de un Padre que tiene
66
Un amor que no me dejará
todo. Todo es de Él, y nosotros somos herederos de las cosas visibles
e invisibles. ¡Qué privilegio!
Ahora bien, para traer esa herencia del Cielo a la Tierra, dispone-
mos de una herramienta que se llama “dar la orden”. Si yo no doy la
orden, las riquezas no se liberan. Las riquezas están ahí pero, si yo
no sé dar la orden, si no me atrevo a darla, si no creo en darla, las
riquezas seguirán allí.
A ti y a mí nos corresponde dar la orden para que lo que está en el
Cielo baje a la Tierra, y esto debe sujetarse a lo que La Palabra dice, y
no a lo que nosotros decimos. Dios quiere darnos las riquezas espi-
rituales y materiales. Lo único que hace falta es que las reclames en
oración en el nombre de Jesús. Ahora mismo puedes declarar: “Yo
las reclamo porque soy heredero”.
Cuenta La Palabra que había un ciego de nacimiento, pero pasó
Jesús por allí y lo sanó. Los fariseos, los religiosos, al verlo, le
preguntaron: “¿Quién te sanó? ¿Cómo fuiste sanado en un día
sábado si no se puede sanar en un día así? Ese es del demonio”.
Pero me encanta lo que el ciego les respondió: “Yo lo único que sé
es que antes era ciego y ahora veo. Eso es lo único que sé”.
Algunos cuestionan: “Riquezas materiales, no... riquezas espiritua-
les, sí... dar la orden, no”. Pero otros dicen: “Lo único que sé es que
di la orden, y esto ocurrió en mi vida... Lo único que sé es que oré,
escuché la voz de Dios, clamé lo que Dios me dijo, y hoy lo tengo y lo
estoy viviendo en el nombre de Jesús”.
67
Un amor que no me dejará
Tenemos el privilegio de escuchar la voz de Dios, ¡escuchémoslo!
Cristo es Dueño de todo. Él tiene todo. Tú vas a Él, y Él tiene todo.
Él puede sanar un cáncer, puede buscar el trabajo para alguien que
no lo tiene, puede darle la casa al que no la tiene, puede arreglar
un matrimonio. Porque en Él está todo. Yo solo debo hablar con Él,
orarle a Él, no con la gente porque, cuando yo hablo Su voluntad,
Él responde. Cualquiera puede ganar dinero en el sistema, pero no
se trata de eso, sino de tomar la riqueza que tiene que ver con lo
que Dios está haciendo, con Su plan divino. Yo tomo las riquezas,
porque, para el plan divino, lo que Dios quiere hacer, esas riquezas
me son necesarias. Y Dios nunca me va a negar las riquezas que son
para Su plan.
3. Que Su plan se cumpla
En tercer lugar, la otra oración que el Señor está haciendo es que Su
plan se cumpla. ¿Y cuál es el plan de Dios? Que todos sean atraídos a
Él. Cuando Adán y Eva pecaron, todo se desequilibró en el sistema.
Y, cuando Cristo subió a esa cruz, todo volvió a estar en equilibrio.
Lo que quiere Cristo es que todo el mundo vuelva a vivir en ese equi-
librio de la vida divina, donde podían caminar y estar en intimidad
con Dios.
A los miembros de una iglesia, el pastor les dijo: “Toda la semana
vamos a salir a evangelizar. Como la gente no viene, hay que ir a
buscarla”. De modo que salían con folletos a la calle y evangeli-
zaban, pero nadie se convertía. Un joven de la iglesia, de 19 años,
comentó: “Yo no voy más, porque salimos, le hablamos a la gente,
68
Un amor que no me dejará
y ni uno viene a la iglesia. No tenemos fruto. Veo a la persona a
la que le hablo y sigue en la misma condición, no cambió nada”.
Un día, como había descubierto que Jesús oraba de esa manera,
este joven tomó una frazada y se fue a orar a la medianoche en
los techos de la casa. Y dijo lo siguiente: “Señor, te pido que Tú
hagas algo, yo solo te voy a decir cosas” (no sabía ni orar). Yo
solo te voy a decir cosas, pero Tú, por favor, haz algo”. Pasó una
semana y este joven salió nuevamente a evangelizar. De repente,
vio a un hombre de 50 años al que veía siempre cuando iba y le
hablaba, pero nunca pasaba nada. “Algo me atrajo a él y, cuando
me paré delante de él, tuve una fuerza interna que yo sabía que
venía del Espíritu. Y le anuncié: Vas a creer en Cristo, y tu vida
va a ser transformada; vas a lograr lo que nunca pudiste lograr
hasta el día de hoy”, cuenta el joven. Él no entendía de dónde le
salía esa fuerza, pero se levantó y llevó al hombre a la iglesia.
Empezó a estudiar, se casó, fue un miembro fiel de la iglesia y no
podía creer los años que vivió feliz al lado del Señor trayendo a
otros al Cuerpo de Cristo. ¿Por qué?, porque este joven se subió a
la terraza, dejó de hacer una tarea para tener intimidad, y dijo:
“Yo voy a hablar contigo, y Tú me vas a responder la oración. Eso
es todo lo que pido”.
El Señor quiere que todas las personas del mundo tengan intimidad
con Él. Él quiere atraerlos a todos. Este es Su plan.
69
17. SEÑOR, TÚ ME DIJISTE...
“Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos
de Israel sus obras”.
—Salmo 103:7
L
a oración es escuchar la voz del Señor. En este tiempo, el Señor
nos está llevando a orar, y aún nos va a llevar más profundo.
Ahora lo experimentamos, lo vivimos; por eso, cada vez que
ores, espera respuesta porque Dios escucha la oración.
Jesús estaba con los discípulos sanando a las personas. Iban de un
lado a otro, realizando mucho trabajo; hacían y hacían. Al terminar,
todos los discípulos y la gente se fueron a sus casas. Pero observa lo
que luego dice Juan 8:1: “Y Jesús se fue al monte de los Olivos”. Tú
puedes retirarte a tu casa, como todos los demás, o hacer como hizo
Jesús: se fue al monte de los Olivos a orar.
¿Sabes cuál es la mejor manera de orar? Como hizo Jacob en Génesis
32:9. La Biblia dice que el hermano había venido a buscarlo con 400
hombres armados para matarlo (porque tenía una deuda con él:
70
Un amor que no me dejará
Jacob le había robado la doble herencia a Esaú). Jacob se había ido de
la casa de su futuro suegro porque Dios le había dicho: “Vete de ahí
y vuelve a tu tierra y a tu familia”. Jacob obedeció y se fue. Y, cuando
en el medio del camino, se enteró de que el hermano iba a matarlo,
puso a las esposas y a los hijos adelante, y él se quedó atrás orando
esta oración:
Y dijo Jacob: Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi pa-
dre Isaac, Jehová, que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu
parentela, y yo te haré bien.
— Génesis 32:9
¿Alguna vez les prometiste algo a tus hijos? Y, como no se lo dabas,
tus hijos dijeron seguramente: “Tú me prometiste que me ibas a
comprar esto, o que me ibas a llevar a tal lugar”. Así oró Jacob: “Señor,
Tu Palabra dice que ibas a hacer esto. Acá hay una promesa para mí.
Tú me dijiste que esto iba a ocurrir”. No es que le estaba dando una
orden a Dios, sino que lo estaba interpelando en el asunto con Su
Palabra, con Su Hijo. Y, cuando llevamos a Cristo a la circunstancia,
Cristo obra. Por eso, hoy ora como hizo Jacob y dile: “Señor, Tu Pala-
bra dice... Tú me dijiste... Y, como me dijiste eso, yo creo, sé y confío
que la respuesta está en camino. Yo veo Tu poder en mi vida y en la de
los míos”. Dios se rompe, se agranda en nosotros. ¡Estamos felices de
pertenecerle al Señor! ¡Él es nuestro, y nosotros somos de Él!
71
18. ENSÉÑAME A ESCUCHAR TU VOZ
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”.
—Juan 10:27-28
P
ara escuchar la voz de Dios, necesitamos que nuestro espíritu
esté conectado al Cielo, porque es el espíritu el que va a recibir
la Palabra. Yo no puedo pedirle al Señor: “Dame una palabra”,
cuando no estuve con Él, cuando no tuve una relación con Él. Para
escucharlo, debe haber una unidad en el espíritu, porque la Palabra
llegará al espíritu. Necesitamos estar conectados con el Cielo. Por
eso, las personas comentan: “Yo oro y no recibo nada”. O “Ya oré por
ese tema, pero no escucho nada”. A veces, oramos porque necesita-
mos que Dios nos acomode una circunstancia, pero no queremos
que Él transforme nuestra vida. Entonces, oramos las circunstancias:
“Señor, dame trabajo... Señor, quítame las migrañas”. Queremos que
Dios nos resuelva una circunstancia y que la situación termine. Y, al
día siguiente, o a los cinco minutos, cuando ya tengo trabajo o mi
72
Un amor que no me dejará
hija ya está mejor, me olvidé de todo. Entonces, el Señor dice: “Yo no
tengo una cita a ciegas. No, no, Yo anhelo que vivamos en unidad,
en intimidad”. El Señor quiere nuestra intimidad; no quiere que le
soltemos oraciones al aire. Él busca nuestra intimidad para que nos
vaya guiando y aprendamos a escuchar Su voz.
Él es nuestro intercesor y, todos los días, todo el tiempo, está orando
tres cosas por las que nosotros también debemos orar. Porque, si
oramos estas tres oraciones que Cristo hace, tendremos respuestas
a las peticiones que le hayamos hecho:
1. El Señor ora para que conozcamos y disfrutemos las riquezas
que Él obtuvo
“Soy heredero”. Esta es tu identidad. Él quiere que conozcamos cuál
es la herencia que Él ganó para nosotros. Y, además, somos cohere-
deros con Cristo. Herederos de Dios y coherederos con Cristo. Él
desea que disfrutemos esa herencia. Dios no te llamó para que seas
un cristiano inseguro, triste, depresivo; ni para que tengas miedo
de hablar con Él y pienses que Dios te va a castigar en cualquier
momento. Él declaró: “Ustedes son mi especial tesoro; hay una
herencia para ustedes. Ustedes son mis herederos, y Yo quiero verlos
disfrutar de la herencia”. ¡Gloria al Señor!
Jacob le recordó a Dios una palabra que Él mismo había dicho en
Éxodo 23:25: “Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu
pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti”.
Tú también puedes pararte en esta palabra: “Señor, Tú dijiste que
73
Un amor que no me dejará
vas a bendecir mi pan y mis aguas, y que vas a quitar toda enferme-
dad”. Escuchemos la voz de Dios porque lo que Él dice es palabra
final.
Necesitamos aprender a escuchar lo que Dios tiene para decirnos a
cada uno de nosotros en lo particular, porque Él nos está guiando. A
uno le dirá: “Haz esto”. Y, tal vez, a otro le ordene otra cosa. Por eso,
en este tiempo, aprendamos a ser sensibles a la voz de Dios.
Los padres sabemos qué decirle a cada uno de nuestros hijos; no
tratamos a todos por igual. Hay órdenes que son para todos, pero
hay cuestiones que son particulares. Sabemos consolarlos en forma
personal porque sabemos que uno necesita una respuesta, y el otro
necesita otra distinta por ser más sensible. De igual forma, nuestro
Padre celestial nos conoce. Entonces, no ores porque alguien te dijo:
“Debes orar esto...”; o “Tú declara así, y te va a pasar tal cosa”. Al prin-
cipio, lo hacemos, pero después crecemos y le decimos: “Señor, yo
quiero escuchar Tu voz. Enséñame a escucharla”.
2. El Señor ora para que Cristo se forje en nosotros
¿Qué es lo segundo que ora Jesús? Que Cristo se forje en ti y en mí.
Por eso, experimentarás todos los días que hay una lucha en tu inte-
rior. Y esa lucha es con el alma que no quiere morir, con la carne, que
quiere que sigas actuando de la misma manera. No obstante, cuando
estas aparezcan, cuando un hábito del alma o una emoción salga a
luz, llévalo al Altar porque, si no hay Altar, la oración no funciona.
Dios va a mostrarnos lo que Él está forjando en nosotros, en nuestros
hijos, en nuestra casa. Por eso, que tu primera oración sea: “Gracias,
74
Un amor que no me dejará
Señor, por lo que ya estás forjando en mis hijos. Llevo al Altar, llevo a
la Cruz para su muerte, la imagen que estuve orando para empezar
a verlos como Tú los ves”.
Dejemos de orar: “Mi pareja es difícil...”, “Mi hijo es vago”, etc.
Cuando Andrés trajo a Pedro a ver a Jesús, le dijo: “Señor, acá está
Simón”. Y Jesús le anunció: “Ya no te vas a llamar más ‘Simón’, ahora
te llamarás ‘Pedro’ (que quiere decir ‘piedra’)”. ¿Cómo lo vio Cristo?
Lo vio con Él edificado adentro. Por eso, le dijo: “Desde el día de hoy,
te voy a llamar como lo que Yo sé que se está edificando en tu vida:
vas a ser una roca y vas a sostenerte de Mí toda la vida”. Lleva todas
esas imágenes del alma al Altar y permite que la imagen de Cristo sea
forjada. ¿Te animas a practicarlo?
Piensa en la imagen que tienes de tus hijos, sea buena o mala. Llévala
al Altar. Tal vez sea “La que nunca va a repuntar, la que nunca va a
salir adelante”; o “Con esa no se puede hablar, pero con la otra sí”;
o “Está perdido; no quiere saber nada, es duro”; o “Este anda en
cualquiera, pero el otro me salió seriecito”. Eso no es lo que Cristo
quiere de Él. Dios quiere verse a Sí mismo forjado en tu hijo. Dios
quiere que haya más Cristo en ellos y no que sea una “pinturita”.
Lleva al Altar esa imagen y dile: “Señor, muéstrame cómo lo ves Tú;
muéstrame Tu imagen”. Haz lo mismo con las imágenes de tu pareja.
Muere a esa imagen y dile: “Señor, yo quiero ver lo que Tú ves en mi
pareja, y lo que estás edificando de Ti en esta”.
El Señor quiere forjarse en nuestras vidas.
75
Un amor que no me dejará
También debes morir a la imagen que tienes de ti, porque en ti tam-
bién Cristo debe ser forjado. Todo el día el Señor le está diciendo
al Padre: “Padre, que haya más de Mí en él, que haya más de Mí en
ella”. Todos los días. Y, ciertamente, algo más de Cristo se añadirá a
nuestra vida. “Él se está forjando”: esta es la expresión.
“Ser forjado” significa no ponerme a Cristo cuando lo necesito, sino
caminar y oler a Cristo. Esto es ser forjado: que Cristo se exprese en
nuestra vida. Este es el forjamiento que queremos. Que cada vez
que hablemos, sea Cristo hablando. Que, cada vez que hablemos,
sea la voz de Cristo repitiendo. Que, cada vez que enfrentemos una
circunstancia, sea Cristo que se está expresando. ¿Y cómo me doy
cuenta de que estoy siendo forjado? Si yo veo que dos personas van
caminando derecho por una calle larga y detrás de ellos viene un
perrito, pero ellos no se hablan ni se hacen gestos ni se dan vuelta
para hablarle, ¿cómo sé quién es el dueño del animal? Cuando viene
una bifurcación en el camino, cuando hay que doblar, si el dueño es
el que dobla, ¿qué va a hacer el perrito? Va a ir hacia donde vaya su
dueño, porque el perro reconoce al dueño y no va a seguir derecho.
Salvando las diferencias, el Señor dijo que Sus ovejas oyen Su voz
y lo siguen. Nosotros somos Sus ovejas y oímos Su voz. Y, porque
oímos Su voz, lo seguimos. En la bifurcación del camino, cuando
vienen problemas, cuando vienen luchas, cuando hay que tomar
decisiones, cuando vienen momentos de mucho placer, cuando vie-
nen muchas alegrías, cuando tenemos mucho, cuando el Señor nos
invadió de Sus riquezas, ahí nos daremos cuenta de quién es nuestro
Señor. Porque vamos a seguir a uno o a otro: a las riquezas o al Señor;
76
Un amor que no me dejará
a la muerte o a la vida divina. En las bifurcaciones, en los conflictos,
se ve cuánto Cristo forjado hay dentro de uno. Ahí te darás cuenta de
si Cristo se forjó o no.
Cuenta un pastor que, cuando en Corea hubo una gran guerra y
persecución de las iglesias, quemaban las iglesias y mataban a
los cristianos. Para todo aquel que hablara de Cristo, una de las
torturas era meterlo en un pozo con toda la familia. Y le decían:
“Si niegas que Cristo es el Señor, si dices que estuviste mintién-
dole a la gente todo este tiempo, te salvas tú y toda tu familia. Te
sacamos inmediatamente, pero solamente niega a Cristo”. Dice
que habían metido en el pozo a un matrimonio de pastores con
dos hijos, a una familia. Entonces, le dijeron al pastor: “Niega a
Cristo, di que todo lo que le enseñaste hasta ahora a la gente es
mentira”. Y toda la gente estaba alrededor escuchando, mientras
los chicos lloraban por la escena por el momento de terror que
estaban viviendo. En un momento, la mujer vio que el marido
iba a sucumbir e iba a decir que todo era mentira. Y, de repente,
ella tuvo una visión y una palabra de Dios, y los juntó ahí en el
pozo al marido y a los hijos y les dijo: “¿Saben qué? Acabo de tener
una visión: hoy vamos a estar cenando en la mesa del Rey”. Les
empezaron a tirar tierra, pero esa mamá tuvo una visión: que ese
día iban a estar cenando en la mesa del Rey. El Señor llegó justo.
Frente a este hecho, uno piensa: “¡Qué escena terrible!”. Sí, y la tuvie-
ron que vivir muchas familias en la Corea de ese momento. Nosotros
no lo entendemos porque no tenemos persecución, porque pode-
mos salir a la calle y predicarle a cualquiera de Cristo o abrir una
77
Un amor que no me dejará
Biblia y darle una carga a alguien en cualquier lugar, y nadie nos dice
nada. Pero hay gente que vivió en la bifurcación del camino. Allí es
donde se ve cuánto Cristo se ha forjado en nosotros.
3. El Señor ora para que el plan eterno se cumpla
El plan eterno de Dios es que todos vengamos y giremos alrededor
de Cristo. Que todo gire alrededor de Él. Que tus hijos giren alrede-
dor de Él. Que tu pareja gire alrededor de Él.
Veamos este cuadro:
• Jerusalén: la familia.
• Judea: los amigos íntimos, los compañeros de trabajo.
• Samaria: los conocidos, los vecinos.
• Hasta lo último de la Tierra: los desconocidos.
Tenemos que orar en las cuatro dimensiones. No ores solo por tu
familia y por tus amigos: ora también por los que no son amigos y
78
Un amor que no me dejará
por los desconocidos. Ora por todos los que el Señor te vaya mos-
trando. Por lo general, la familia es el ámbito donde hay muchos
problemas, donde se suma un problema tras otro. Ora porque orar
es una aventura. Y, cuando ores, no bajes la vara. En el libro Vida
Profunda, se dice que Watchman Nee tenía una maestra a la que
llamaban “Señorita Barber”. Ella lo formó a Nee, y él cuenta que un
día la escuchó orar (es bueno escuchar orar a la gente porque uno
descubre la intimidad de la relación), y ella dijo: “Señor, te confieso
que no me gusta esta voluntad que me pediste que haga pero, por
favor, no te rindas a mí. Espera un poco y, ciertamente, yo me rendiré
a Ti”. Hoy también tú puedes decirle: “No te rindas a mí, Señor —que
el Señor no tenga que bajar la vara con nosotros—. No te rindas
conmigo, Señor. Me cuesta orar, me cuesta creer, todavía hago un
esfuerzo por llevar al Altar mi carne; pero no te rindas conmigo, no
bajes la vara, porque yo me voy a rendir a Ti. Espérame un tiempo
porque Cristo se está forjando en mí, y yo me voy a rendir a Tus pies”.
El Señor te está diciendo que Él te ha llamado para cosas especiales
en Su casa. No bajes la vara. El Señor te llamó a orar por tu familia,
no bajes la vara. “Bueno, Señor, está bien, no viene a la iglesia, pero
por lo menos que estudie, que tenga un título”... no bajes la vara.
“Bueno, por lo menos, Señor, que pueda verlo una vez al mes”... no
bajes la vara. “Bueno, Señor, por lo menos que venga a la iglesia en
Navidad. Con eso me conformo”... no bajes la vara. “Bueno, Señor,
por lo menos que algún día lea un pasaje bíblico”... no bajes la vara.
Pídele al Señor que Él no baje la vara con tus hijos: “Señor, yo voy a
orar para que te conozcan, para que te reciban, para que nazcan de
79
Un amor que no me dejará
nuevo, para que vengan a la iglesia, para que se sumen a un equipo
espiritual, para que te sigan durante toda la vida. Ellos, sus hijos y los
hijos de sus hijos. No bajes la vara, Dios, porque yo no voy a bajarla
tampoco”. Él hoy te está abrazando.
El Señor nos dice en este tiempo:
Yo soy tu paciencia. No me pidas paciencia,
ya la tienes porque me tienes a Mí. Yo soy tu
paciencia, y vas a ver la victoria en todas
las luchas que hoy estás enfrentando.
80
19. ORAR EN LAS CUATRO DIMENSIONES
“... pero recibiréis poder, cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis tes-
tigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y
hasta lo último de la tierra”.
—Hechos 1:8
O
rar en las cuatro dimensiones no significa que primero ora-
mos por unos y luego por otros, sino que oramos por todos
simultáneamente. Pero veámoslo de manera práctica: pre-
gúntale a Jesús: “Señor, dime, ¿por quién tengo que orar?”. Por un
momento, deja de orar siempre por la misma persona, permite que
no todas las oraciones pasen por ti. Y pídele: “Señor, quiero más
profundidad de Ti”. Porque, si buscas el Reino, todas las cosas serán
añadidas y ya no necesitarás pedirlas. Verás lo sencillo que es orar
así. Dile: “Señor, yo quiero escuchar Tu voz, quiero que me digas por
quién orar”. Y te va a aparecer un nombre, el que el Espíritu te puso.
81
Un amor que no me dejará
1. Jerusalén: oro por mi familia.
2. Judea: oro por mis compañeros de trabajo y por mis amigos
íntimos.
3. Samaria: oro por mis conocidos y por mis vecinos.
4. Y hasta lo último de la Tierra: oro por desconocidos.
Cuando Él te lo diga, anótalo. Registra todas tus oraciones: pregunta
por qué debes orar específicamente, también por lo que oras para
no olvidarte, y la fecha, para que después vayas y digas: “Ah, yo estaba
orando por esto, ¡qué grandioso es el Señor!”. “Señor, ¿qué debo
orar específicamente?”, pregúntale. Y por lo que oraremos siempre
es para que algo de Cristo se forje en esa persona.
En una ocasión, estando en un perfeccionamiento, le dijimos a una
persona que orara por una mujer. Y esta mujer contó que estaba
enferma. Entonces, la persona comenzó a orar y dijo: “Señor,
sánala”, pero esa oración era producto de lo que ella veía, y no de lo
que Dios hablaba. Le preguntamos: “¿Qué te dice el Señor que tienes
que orar?, haz silencio y escucha lo que Dios tiene para decirte”.
Y respondió: “Señor, que ella pueda sentir Tu amor”. La mujer se
quebró, se puso a llorar. Naturalmente, esta persona pensó: “Si está
enferma, tengo que orar por sanidad”, pero no le preguntó al Señor.
Sin embargo, cuando escuchó la voz de Dios, supo: “Esta mujer nece-
sita Tu amor, necesita ser abrazada por Tu amor”. Y, cuando oró para
que la mujer recibiera el amor de Dios, ella se sintió abrazada y se
quebrantó delante del Señor. No ores por lo primero que surja en tu
mente, sino por lo que Él te diga. El Señor es fiel y te lo va a mostrar.
82
Un amor que no me dejará
Y, si no, ora lo que leíste en La Palabra en tu portal. Hazlo y tu vida de
oración va a cambiar. Cuando empieces a orar, comenzarás a recibir
información secreta de parte de Dios. Él te va a decir cosas que no
sabe nadie de la otra persona. Y la persona te va a preguntar: “¿Cómo
lo sabes?”. “Ah, soy un agente secreto celestial, y el Señor me lo dijo”,
le vas a contestar. Y no solo eso, sino que comenzarás a ir a lugares a
los que nunca fuiste, porque el Señor te va a enviar. Porque el Señor
te va a llevar a lugares para que le hables a una persona. Y vas a atra-
vesar puertas que nunca hubieses imaginado atravesar.
Dejemos de preguntar por qué; que no sean nuestras oraciones del
alma las que escuchemos, sino las Suyas porque, cuando te pones de
acuerdo con Su voluntad, ves Su gloria.
La oración te amplía los límites; mientras
que el no orar te los reduce.
Cada vez que hagas una oración, tu espíritu y tu mundo se van a
ampliar; de lo contrario, se reducirán. Dile: “Señor, yo quiero orar lo
que Tú me digas”, y el mundo se te va a abrir de par en par. Conocerás
gente que nunca conociste, entrarás a lugares donde nunca fuiste y
se te abrirán puertas que nunca se han abierto.
La Madre Teresa trabajaba con personas que estaban transitando
sus últimos días. Ella iba y las curaba. Y tenía un grupo de cientos
de enfermeras que trabajaban cuidando de día y de noche a esos
enfermos para abrazarlos en el último suspiro aquí en la Tierra. Era
muy dura la tarea que tenían que hacer.
83
Un amor que no me dejará
En una ocasión, un hombre los fue a visitar y vio que, a las doce
del mediodía, todas las enfermeras se iban. Entonces, este hom-
bre le preguntó a la Madre Teresa: “¿Por qué se están yendo? ¿Hay
tanta necesidad y usted las manda a comer? Los enfermos en
cualquier momento se mueren”. Y ella le respondió: “No, no,
nosotros a las doce del mediodía paramos y nos vamos a un
lugar a orar. Porque trabajar sin oración es solo hacer lo huma-
namente posible; necesitamos que Dios nos traiga lo divino y lo
milagroso para poder continuar. Nosotros no queremos hacer ni
vivir de lo humanamente posible, ya que eso lo hace el sistema;
nosotros tenemos un Dios que tiene poder y, cuando oramos, Él
nos muestra Su poder. Queremos orar porque queremos ver lo
sobrenatural”.
George Müller decía:
“Si tengo que trabajar cinco horas, logro más orando una
hora y trabajando cuatro que solamente trabajando las
cinco horas sin orar”.
Es tiempo de dejar de llorar, de salir de la oración por nuestras vidas.
Nosotros somos Su cuerpo y estamos aquí para repetir la oración del
Hijo. Comienza a escuchar la oración celestial.
84
20. DIOS HABLA, CRISTO ORA, YO REPITO
“Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la
cual me has hecho esperar”.
—Salmo 119:49
C
risto está orando por nosotros 24/7. Él está orando para que
tu espíritu esté abierto y cada palabra se asiente allí y se
convierta en algo real en tu vida. Un predicador dijo una
vez: “Si yo pudiera escuchar a Cristo orando por mí en la habitación
de al lado, no temería ni a un millón de enemigos”. Sin embargo, la
distancia no hace ninguna diferencia, porque Él está orando por mí
en este momento. Él está orando por mi familia. Él está orando por
mis finanzas. Por eso, ¡no te preocupes porque todo está cubierto
por la oración del Hijo!
El profeta Ezequiel, en el capítulo 22, versículo 30 dice: “Y busqué
(está hablando el Señor) entre ellos hombre que hiciese vallado y que
se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que
yo no la destruyese; y no lo hallé”. Dios dice: “Yo busqué a alguien
85
Un amor que no me dejará
que se pusiera en medio, en una brecha”. ¿Qué es una brecha?, un
espacio entre dos elementos o personas. Como hay un espacio, esos
dos elementos o esas dos personas no se pueden conectar entre sí.
No hay manera de que haya conexión. Y Dios añade: “Yo busqué a
alguien, a un hombre que se metiera en la brecha, y no lo hallé”...
hasta que vino Jesucristo Su Hijo. Él es el camino. Él es el que cerró la
brecha. Él se puso en el medio para que ahora nada ni nadie sea des-
truido. Él es el que intercede por nosotros, y la distancia que había
entre nosotros y Dios ahora ya no existe. ¡Ya no hay separación!
En el evangelio de Lucas 22:31-32 encontramos este pasaje:
Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha
pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado
por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a
tus hermanos.
En esta situación, Jesús le está hablando a Pedro y le dice: “Mira,
Satanás te pidió para que te suceda esto, pero yo he pedido que
no te falte la fe”. ¿Qué oró Jesús? Que la fe no le faltara. La oración
de Jesús siempre está en el medio entre Satanás y tu lucha, entre
el adversario y tu problema, porque Él es nuestro intercesor. Lo
que nosotros tenemos que hacer es escuchar lo que Él está orando
por nosotros. Entonces, cuando yo puedo escuchar lo que Él está
orando, lo que tengo que hacer es repetirlo. Dios habla, Cristo ora.
Ellos están de acuerdo y, como somos uno, nosotros podemos estar
ahí escuchando. ¿Lo sabías? Somos “los chismosos del Cielo”. Yo soy
uno con el Señor y puedo escuchar todas las conversaciones entre el
86
Un amor que no me dejará
Padre y el Hijo. Yo puedo escuchar lo que el Hijo dice. Y, cuando lo
escucho, lo que debo hacer es repetirlo.
Cuando el Señor te dé una palabra, esta será simple, sencilla. O,
mientras estés leyendo La Biblia y de pronto haya una palabra de
ese pasaje bíblico que te impacte, esa será la voz del Señor para ti en
ese momento. Si el Señor te dice: “Victoria”, ora victoria: “Señor, oro
victoria porque Tú estás orando victoria”; y usas la palabra “victoria”
para cada circunstancia de tu vida. Cuando vas al trabajo, le dices a tu
compañera: “Hoy tendrás victoria”. Esa persona no lo comprenderá,
pero tú sí porque habrás escuchado. Y todo lo que el Señor ora se
hace sí o sí en la Tierra.
“Señor, aquí estoy para escucharte y repetir
lo que Tú estás diciendo”.
Cuando Lázaro murió, Jesús fue a verlo. Al llegar allí, se encontró
con sus hermanas. “Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado
aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que
todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo: tu hermano
resucitará. Y ella, primero, dijo: ‘Mas también sé ahora que todo lo
que pidas a Dios, Dios te lo dará’”. Marta le dijo: “Yo sé que todo lo
que Tú le pides al Padre, el Padre te lo da”. Ella sabía muy bien que
Jesús era el que oraba. Entonces, Jesús le anunció: “Tu hermano resu-
citará”. ¿Qué oración hizo Jesús? Si le dijo: “Tu hermano resucitará”,
¿cuál es la oración que Jesús le hizo al Padre? Que Lázaro resucitará.
María le dijo: “Yo sé que todo lo que le pides al Padre, el Padre te lo
87
Un amor que no me dejará
da”. Y Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Le estaba diciendo lo
que había orado. ¿Qué debía hacer María? Responder: “Mi hermano
va a resucitar porque sé que, si me lo dices, es porque ya el Padre te lo
dijo”. Pero ¿qué le dijo Marta a continuación? “Yo sé que va a resucitar
cuando venga el día final”. “No, no, Yo soy la resurrección y la vida,
esto ocurre hoy. Esto lo vas a ver hoy, porque Yo ya oré al Padre, y el
Padre me dijo que Lázaro resucitará. Estamos los dos de acuerdo, y
hoy verás a tu hermano resucitado”, le explicó el Señor.
Nosotros podemos tener mucha teoría y, aun así, no darnos cuenta
de que, cuando el Señor nos está hablando, es porque eso es lo que
Él oró. Por eso, dejemos de lado las oraciones del alma para escuchar
lo que Él oró. Porque lo que Él oró ya está hecho.
Lo que Jesús ora ya está hecho.
Mejor es escucharlo a Él y repetir lo que Él dice, porque lo que Él oró
ya está hecho. ¡Él es maravilloso! Esa palabra que hoy oraste ya está
hecha.
88
21. MUERA YO CON ELLOS
“Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado
la carne con sus pasiones y deseos”.
—Gálatas 5:24
C
risto necesita forjarse cada día en nuestras vidas. Es por ello
que nos urge morir a lo nuestro porque, si yo muero a lo
mío, Él viene, y algo suyo empieza a crecer dentro de mí y
así comienza a forjarse. Por eso tenemos que morir a nuestra alma, a
nuestra carne. Alguien dijo que, cuando oramos, hay dos extremos
en esa oración que hacemos. Por un lado, estoy yo que estoy orando;
y, por otro lado, está la persona o la circunstancia por la que oro. A
veces, explica esta persona, creemos que lo que tiene que cambiar
es el extremo de la circunstancia o la persona, pero no yo. Y el Señor
anuncia: “Yo voy a hacer algo en los dos extremos: algo en ti y algo
en la otra persona. No solamente en aquel por quien estás orando,
sino en ti también. Porque Yo tengo que transformar cosas en tu
vida”. Tal vez digas: “Yo oro por mi pareja porque él es el problema”.
Pero Dios responde: “Ambos son el problema”. Por eso, el Señor va a
89
Un amor que no me dejará
trabajar en ti para que mueras a una serie de cosas; y también traba-
jará en tu pareja. El Señor tiene que trabajar en tu extremo. Por eso,
ahora podemos preguntarle: “Señor, ¿qué áreas de mi vida todavía
necesitan una transformación?”. ¿Le haces ese pedido al Señor? ¿Le
preguntas al Señor qué cosas tienen que ser cambiadas, o piensas
que la obra en ti ya fue terminada? “Ya está, yo ya llegué a un nivel:
Padre, Hijo, Espíritu Santo y yo”, expresan algunos. ¡Necesitas seguir
muriendo! ¿Le preguntas al Señor cada día a qué debes morir o te
olvidaste ya? Tenemos que decirle: “Señor, ¿qué tengo que llevar al
Altar? Porque yo estoy orando por esa persona, pero Tú me pusiste
a esa persona para transformar algo en mí también. Yo necesito
transformación”. A veces, buscamos la respuesta a la oración, y la
respuesta está en uno. Porque el Señor me transformó a mí y, si lo
hizo conmigo, ese es un gran milagro.
Fíjate en la oración que hizo Sansón. A él le habían arrancado los ojos.
Él tenía la fuerza del espíritu, que venía de repente. Pero le arrancaron
los ojos y se convirtió en un juguete del enemigo. Sansón tenía una
palabra sobre su vida, que era: “Vas a vencer a los filisteos”, pero este
hombre se dedicó a hacer su propio plan, su propio proyecto, y no
escuchó la voz de Dios. ¿Qué le ocurrió, entonces? Se lo llevaron pri-
sionero y, estando ciego, lo hacían dar vueltas en una rueda de molino.
La última noche, lo llevaron a una gran fiesta que se daba en un gran
palacio, y lo colocaron entre dos columnas. Y allí, Sansón se acordó
de Dios y oró. Y, cuando hizo eso, derribó las columnas y todo el
edificio se vino abajo y exclamó: “¡Muera yo con ellos!”. Toda mi vida
pensé que esa oración era incorrecta. ¿Cómo va a decir: “Que muera
90
Un amor que no me dejará
yo” si los que debían morir eran los enemigos? Él tenía que salvarse.
Pero el Señor me dijo: “Ese es el problema de tener cosas aprendidas
de La Palabra y no volver a leerlas de acuerdo a la revelación que te
estoy dando”. El Señor me mostró que los enemigos representan la
carne y Sansón representa el yo, el alma. Este hombre nunca habría
hecho una oración así mientras tenía sus ojos, porque lo único que
él pensaba era en tener mujeres, dar rienda suelta a su propio deseo,
y demostrar su fuerza. Sin embargo, cuando él tuvo la última opor-
tunidad, hizo la mejor oración de su vida y expresó: “Muera yo con
ellos”. Él nunca habría hecho esa oración si Dios no hubiese traba-
jado en su vida.
Cuando podemos hacer esa oración es porque estamos en niveles
profundos. ¿Puedo decir “Muera mi yo”, o “Muera mi alma”, o “Muera
mi carne”? Porque el alma y la carne todo el día están queriendo
gobernarnos. Esa fue la mejor oración que hizo Sansón. ¡Qué mara-
villoso! Por eso, él está entre los héroes de la fe. Él supo morir y
fue la primera vez que dijo: “Voy a hacer lo que mi Padre me dijo
que hiciera: matar a los enemigos y matar mis propios deseos para
cumplir los deseos de Dios”. Nosotros también debemos morir a
nuestro yo.
91
22. LA ORACIÓN RODEA AL MUNDO
“Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te
ruego que me muestres ahora tu camino, para
que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira
que esta gente es pueblo tuyo”.
—Éxodo 33:13
L
a oración no es local: la oración es mundial. Dios pone alrede-
dor de nuestra vida a muchísimas personas. Todos nosotros
estamos rodeados de familiares, amigos, vecinos, descono-
cidos, gente que vemos cada tanto, gente que vemos más seguido,
gente del trabajo, amigos que tenemos en otros países o en otras
provincias, etc. Él nos rodea con una red de gente y nos da autoridad
con cada uno de ellos. Dios nos da Su autoridad. Nosotros tenemos
una autoridad mundial, no solamente local. Nosotros podemos
orar por la gente que está en Finlandia, por la gente que está en San
Juan, por la gente que está en el sur del país, por los compañeros
de trabajo, etc., porque tenemos una autoridad mundial. Autoridad
mundial para que toda esa red con la que Él nos rodeó venga a los
92
Un amor que no me dejará
pies de Cristo. Hay gente que tú conoces, pero que yo no conozco;
hay gente a la que tú tienes acceso, pero a la que yo no tengo acceso;
hay lugares a los que yo sí tengo acceso, pero a los que tú no tienes
acceso. Entonces, debemos saber que esa red con la que el Señor nos
envolvió es para que allí mismo soltemos autoridad para que vengan
a los pies de Cristo.
El hecho es que muchas veces no lo hacemos porque nos estanca-
mos y oramos por nuestra familia, nuestros hijos, nuestra pareja y
nuestras finanzas. Observemos este versículo:
Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una
gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén;
y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de
Samaria, salvo los apóstoles.
—Hechos 8:1
La iglesia estaba en Jerusalén, pero esos hombres tenían la orden de
ir por todas las naciones, porque se habían quedado en Jerusalén.
Allí estaban cómodos, en su ambiente, donde hablaban su lengua
y tenían a sus amigos. No obstante, como no se movían, el Señor
generó una dispersión para que cada uno emigrara a distintos luga-
res. Y, a los lugares donde iban, debían llevar el Evangelio para que la
gente se convirtiera al Señor. Pero tuvo que moverlos de esa manera.
El Señor comenzará a movernos de esa manera porque, si no, nos
quedamos quietos en nuestra casa cómodamente sentados, orando
por nuestros problemitas. El Señor dice: “Voy a causar un terremoto
para que salgas de ahí; te voy a enviar a un lugar y vas a ganar a la
93
Un amor que no me dejará
gente para Mí”. Hubo una persecución. “¿Por qué me echaron del
trabajo?”, tal vez preguntes. “Porque el Señor te quiere en otro lugar.
Estabas muy cómodo”... No, el Señor te va a colocar en otro lugar
porque quiere que lleves Su Palabra allí también.
Cada vez que limites la oración a una sola área, tendrás menos res-
puestas. Porque, cuanto más oramos, más respuestas hay. Si oras,
siempre habrá respuestas de parte de Dios.
A veces, oramos solo por lo que nos afecta a nosotros. “Voy a orar
por el país, pero a mí me cuesta orar por Argentina. ¿Qué sentido
tiene que yo ore?”, decimos. Si nos afecta, oramos; si no nos afecta,
no oramos. Por ejemplo, si vivieras en Estados Unidos, no te impor-
taría lo que suceda en Argentina. No vas a orar porque la economía
argentina no te afecta. Pero recuerda que la oración no es local, sino
que tiene un alcance mundial.
• Escucha hoy la oración que el Hijo está haciendo y repítela.
• ¿Por quién tengo que orar?
94
23. ESTANQUES EN EL DESIERTO
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos
por medio de la renovación de vuestro entendi-
miento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
—Romanos 12:2
C
ada día necesitamos renovar nuestro espíritu nutriéndonos
con La Palabra que el Señor nos dé para ese día. No salga-
mos de nuestro hogar hasta que no tengamos una palabra
y la oración para ese día. Aunque sea una sola palabra, ora esa sola
palabra. Al principio, tal vez será una, pero después serán más. No
te preocupes: sal de tu casa con una palabra y alaba y adora al Señor.
Cuando te detienes y buscas la palabra, después comienzas a alabar
al Señor, a invocar Su nombre en tu portal. Pon una música ins-
trumental, pero no lo hagas como un trámite. Pregúntale: “Señor,
¿quieres que hoy ponga música? ¿Qué instrumental elijo?”, y vas a ver
cómo Él te mostrará. Abre tu boca y empieza a adorarlo, a hablarle
en voz alta, porque eso es volver al espíritu.
95
Un amor que no me dejará
Eso significa estar nosotros para Él, y Él para nosotros. Cuando lo
hagas, tu espíritu se fortalecerá y tu alma menguará. Y saldrás de ese
tiempo de oración como lo hacía Jesús: con su rostro brillante y la
guía del Señor.
La Palabra nos limpia y aniquila las emociones del alma: los celos, el
enojo, la angustia, la frustración, el egoísmo, el orgullo; porque ella
es el agua y tiene un poder aniquilador: mata nuestra carne, nuestra
alma, nuestro ego. Y nos permite abrirnos a lo nuevo. Yo puedo
conocer muchos pasajes de La Biblia de memoria pero, si yo los leo
y no le pido al Señor que me revele algo nuevo cada día, no me estoy
nutriendo. Lo sabemos y lo repetimos, pero no nos nutrimos.
Un día lo llamaron a Eliseo porque se había desatado una guerra.
Tres reyes se habían juntado para atacar al enemigo, cuando
uno de ellos dijo: “Vayamos por este camino”, y se fueron por el
camino del desierto durante siete días sin agua. El hecho es que,
si no se morían por la guerra, morían de sed. Y todo por un mal
consejo. Un mal consejo te lleva al desierto.
Ese rey no sabía nada y propuso: “Vamos por el camino del
desierto”. Y pasaron siete días sin agua, ni para ellos ni para los
animales. Todos se estaban muriendo, ni ellos ni los animales
tenían para comer. Y, para colmo, si llegaban vivos donde estaba
el enemigo, este los atacaría debilitados. No tenían ni fuerza para
pelear. Así que, perdido por perdido, cuando se acumulan todos
los problemas, uno se distrae porque no sabe por qué orar. “¿Qué
hago? ¿Cómo hago?”, uno se pregunta. Y ahí estaban, pero uno de
los reyes, que conocía al Señor, dijo: “Llamemos a un hombre de
96
Un amor que no me dejará
Dios, a un profeta, porque necesitamos una carga. Necesitamos
que nos diga qué tenemos que hacer”. Este profeta, que era Eliseo,
representa a Cristo. Y mira qué interesante lo que les dijo: “Trái-
ganme un tañedor, un músico, porque sin música no recibiremos
la carga. Yo quiero adorar”. Y allí apareció la carga, y les dijo:
“Hagan estanques en el desierto”, lo cual era una locura. Les dijo:
“Hagan estanques en el desierto que se van a llenar de agua. Y
no solo eso, sino que, además, tendrán la victoria y vencerán a
todos sus enemigos”. Esa carga vino porque hubo un tañedor, un
músico, una adoración. Eliseo les indicó que hicieran los estan-
ques en el valle.
¿Sabes qué es el valle?, el lugar más profundo donde no hay nada.
“Hagan estanques donde no hay nada, pero caven más profundo”,
les dijo. Porque, aun cuando estás en la profundidad de la profun-
didad, el Señor te pide: “Ve más profundo”. ¿Qué significa eso? Más
palabra, más invocación y más adoración. Cava más profundo.
“Quiero que Me busques más”. Y tú replicas: “Pero ya no doy más,
Señor. Ya hice, ya fui a la reunión, ya oré”. Y el Señor insiste: “Más
profundo: más palabra, más invocación y más adoración”. Y no te
sales de ahí hasta que veas la bendición del Señor en tu vida, en tu
casa y en las cuatro dimensiones.
Voy a profundizar más.
Profundiza más en los momentos de mayor lucha; no creas que,
al llegar adonde estás, ya has alcanzado tu objetivo, ya está. No es
97
Un amor que no me dejará
tiempo de abandonar. Él quiere que vayas más profundo todavía.
Búscalo más, ten más intimidad, y verás cómo saldrás en victoria.
“Caven zanjas en medio de un desierto”, les indicó Eliseo. Es decir,
vayan más profundo. Y el Señor te dice: “Más profundo, más pro-
fundo, más profundo, porque Yo soy más profundo y todavía tengo
más”. No te quedes con lo que sabes. ¡Cava más profundo! Y el Señor
te dirá: “Sí, ahora tienes la respuesta”. O “Sí, pero crece primero. Te lo
voy a dar, pero estoy trabajando en tu vida”. O “Sí, pero lo voy a hacer
a Mi manera”. Él te va a responder que sí, pero cava más profundo.
98
24. VENGA A NOSOTROS TU REINO
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra”.
—Mateo 6:10
P
or años nos enseñaron que teníamos que conectar la oración a
nuestras necesidades. Entonces, orábamos cuando teníamos
un problema, una deuda, o cuando nos faltaba algo, o frente
a un conflicto de pareja, de salud o con los hijos... y queríamos que
el Señor respondiera. De ese modo, ligamos la oración solamente a
una necesidad. Por ende, podemos mencionar los siguientes vicios
adquiridos al orar:
Primer vicio: conectar la oración a mis propias necesidades
Al orar así, el alma crece, se agranda, y se siente cada vez más pro-
tagonista. Porque la oración no debe centrarse ni en mí ni en mis
necesidades, sino en Cristo. El foco de la oración siempre es Cristo
y Su plan. Por eso, Él dijo: “Venga a nosotros Tu Reino”. Es decir, yo
estoy orando por que suceda en la Tierra lo que sucede en el Cielo.
99
Un amor que no me dejará
Por eso, debemos orar en las cuatro dimensiones. Una vez que tene-
mos las cuatro dimensiones, las dos preguntas que le vamos a hacer
al Señor son las siguientes:
a. “Señor, ¿por quién de mi familia tengo que orar (o de mis
amigos, mis vecinos, mis compañeros o la gente que no
conozco)?”.
b. “Señor, ¿qué tengo que orar por este nombre?”.
Si le preguntas eso, escucharás la voz de Dios porque estás haciendo
la “oración del Reino”. Todos estamos en el Cuerpo y llegamos a
los pies de Cristo porque alguien oró por nosotros. Lo conozcas
o no, alguien oró por ti. Y el Señor le dijo que orara por ti. ¡Qué
maravilloso es el Señor! Y, cuando hacemos una oración de acuerdo
a las cuatro dimensiones, el Señor no solo nos va a responder nuestra
necesidad, sino que además va a obrar en otros. Él va a suplir cada
una de tus necesidades, sin que le digas lo que necesitas. Parece un
trabalenguas, pero es algo muy bueno. Hay un momento en el que
nuestras propias necesidades van a ser indiferentes para nosotros,
lo cual es glorioso.
Segundo vicio: creer que interceder me brinda un poder especial
El segundo vicio de oración es el que tiene la gente a la que le enseña-
ron que interceder le da un poder especial sobre los demás. Muchos
creen que orar les da un poder especial frente a otros hermanos de
la iglesia y expresan: “Soy intercesor”. Y creen que tienen la lámpara
encendida del Espíritu Santo, o todo el día la paloma en el brazo
izquierdo. Entonces, se adjudican un lugar de autoridad y les deben
100
Un amor que no me dejará
rendir pleitesía. Esto nació de un modelo jerárquico en la iglesia. El
intercesor era parte de esa jerarquía; pero a nosotros el Señor nos ha
dado el modelo del Cuerpo donde no hay jerarquías, sino funciones,
que no tienen nada que ver con los lugares de privilegio, porque
en el Cuerpo tenemos el corazón, el riñón, los pulmones, etc. Pero
tener un corazón no es un título: es una función. Jesús eligió pes-
cadores, gente común y corriente, para que lo acompañaran, y no
rabinos porque Él no quería eruditos. Él quería gente que se dejase
forjar por La Palabra.
Tercer vicio: orar por creer que Dios me dio un llamado especial
Otro vicio de la oración es: “Oro porque tengo un llamado. Dios me
llamó a orar por la gente de adoración. Así que, si tú me pides que
ore por una persona enferma, te diré que no. Lo lamento, pero yo
solamente oro por la gente de adoración”. Todos tenemos que orar
en intimidad en nuestro portal diario. Todos los días, cuando vamos
caminando, ¡oremos! Y también hagámoslo como Cuerpo de Cristo.
Todos fuimos llamados a orar la oración celestial que dice: “Venga
a nosotros Tu Reino”, porque Dios no formó jerarquías. Por eso,
debemos morir a los viejos modelos o las viejas enseñanzas, que
llamamos “vicios”.
Ahora bien, ¿cómo nos desprendemos de esos vicios? Tenemos que
aprender humildad: ser reducido a nada y decirle: “Señor, no sé y no
puedo”. Pero no es un problema de estima: “Ay, es que yo soy así y a mí
no me sale nada”, sino que tiene que ser una experiencia donde diga-
mos: “Señor, no sé y no puedo porque tengo la experiencia contigo.
101
Un amor que no me dejará
Eres tan grande y tan hermoso... Necesito pasar por la experiencia”.
Madame Guyon dijo: “Dios realiza Sus grandes obras a partir de
nuestra nada”. Las grandes obras se realizan a partir de nuestra nada.
Si le dices: “Señor, realmente no sé cómo hacer esto, no sé cómo lo
voy a encarar, no sé cómo hablarle a esta persona, no sé cómo hacer
para salir a la caminata de oración; me da vergüenza, me da miedo.
¿Cómo lo hago? Por favor, hazlo Tú”, verás Su grandeza.
Cuentan que un día invitaron a Lutero a dar unas charlas en una
universidad. Entonces, la costumbre de la universidad era que,
cuando venía un profesor invitado, todos los alumnos se tenían
que poner de pie cuando él entraba y el profesor pasaba por en
medio de ellos hasta el estrado donde les enseñaba. Cuando
Lutero entró la primera vez, dijo: “Yo no quiero que hagan eso”.
Y el director le respondió: “Pero eso está escrito; es un edicto de
la universidad y se tiene que llevar a cabo”. Él le explicó: “Si
supieran lo mal que me hace sentir cuando aplauden algo que yo
escribí, porque yo escribí de alguien que hizo algo; yo solo escribí
de lo que Cristo hizo en la Cruz. Él se merece el aplauso, y no yo”.
Por eso, cuando alguien venga a querer activar tu orgullo, dile: “La
gloria es de Él, no es mía”. Aprendamos a morir a nuestras obras, a
todo orgullo que haya dentro de nosotros. Lo que conocemos y lo
que no conocemos que hay de orgullo en nosotros llevémoslo al
Altar. Porque, si no muere, no hay manera de que Cristo se forje.
102
25. MORIR AL YO CADA DÍA
“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan
los que la edifican; si Jehová no guardare la ciu-
dad, en vano vela la guardia”.
—Salmo 127:1
T
odos queremos edificar algo para nosotros mismos. Todos
queremos tener el título, el ministerio. Sin embargo, nece-
sitamos aprender a morir a querer hacer nuestras propias
edificaciones y construcciones en nuestra vida. Génesis 11:4 dice: “Y
dijeron: Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide
llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos
sobre la faz de toda la tierra”. Esa fue la torre de Babel que constru-
yeron y que tuvo que destruirse. Porque esas personas se unieron
para hacerse un nombre, para edificarse una torre. “Yo tengo mi
lugar, y a mí me conocen por tal cosa”, decimos. A todos nos gusta
construir una reputación, un grupo de seguidores, negocios, impe-
rios personales. Y decir: “Esto es mío, lo logré yo con mi esfuerzo”.
Y edificamos, edificamos y edificamos, aun con las experiencias
103
Un amor que no me dejará
religiosas. Ese es el propio imperio del “yo... yo... yo”. Y, cada vez que
agregamos el yo, es porque existe una edificación personal.
Cada vez que decimos:
“Ven a conocer la iglesia de los pastores...”,
“Ven a ver la empresa que formé...”,
“Quiero felicitarte por esto que hiciste...”, estamos edificándonos
una torre.
Necesitamos aprender a transmitir lo que Cristo quiere que diga-
mos y, si no nos dice nada, no decimos nada.
Fíjate en lo que sucedió en este pasaje con el rey Nabucodonosor:
... habló el rey y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo
edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para
gloria de mi majestad?
— Daniel 4:30
“Esto lo hice yo. Me esforcé por construir esto y me merezco la glo-
ria”. ¿Sabes qué le sucedió a ese hombre? Enloqueció por mucho
tiempo, hasta que reaccionó delante de Dios y declaró: “Esto es todo
Tuyo, Dios, no es mío”. Tenemos que aprender a reaccionar cuando
alguien nos quiere hacer caer en la trampa y decir: “Señor, yo no
edifico cosas para mí. Eres Tú el que edifica; yo solamente Te obe-
dezco”. Seguramente pienses: “Ay, pero yo me esforcé organizando
el evento, y a mí nadie me agradeció”... ¿estabas edificando para ti?
Porque, si estabas haciendo lo que Dios te dijo, no necesitas que
nadie te agradezca nada.
104
Un amor que no me dejará
Él no tiene ningún problema en destruir todo lo que armaste, todo
lo que hiciste, todos tus frutos. Él no tiene ningún problema porque
Él quiere edificar algo que sea duradero. Él no quiere edificar tu
ego, no quiere levantarte para que después caigas abruptamente.
El Señor le dijo a Jeremías: “Mira que te he puesto en este día sobre
naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arrui-
nar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10).
Jeremías debía hacer cuatro cosas que tenían que ver con destruc-
ción. Y esto es lo que el Señor hace con nuestro ego y con nuestro
orgullo. Uno comienza a vivir cosas y, de pronto, se siente como
Maradona; pero, en un instante, se da cuenta de que no es nadie.
Así es cómo el Señor empieza a destruirte y a despojarte de tu ego.
Antes, las cosas te salían bien, pero ahora te equivocas. Por eso nece-
sitamos aprender a morir. Si lo hacemos, el Señor podrá edificarnos.
¿Quieres ser edificado por Él? ¿Anhelas que Cristo sea forjado en ti?
Lo único que quiero es lo de Cristo, no me interesa nada más. Lleva
al Altar lo que te lleve a edificar algo para ti. Tal vez pienses: “Voy a
hacer esto para los demás”, pero ¿lo estás haciendo para ti? O peor,
¿lo estás haciendo para alguien más? Siempre hay ojos que nos están
mirando y los tenemos dentro de nuestra mente. Siempre hay cosas
que queremos hacer para demostrarle algo a alguien o para regalarle
algo a alguien porque queremos agradarle. En muchas ocasiones
necesitamos pasar por la frustración de no recibirlo, pues de otra
manera nunca tendríamos intimidad con el Señor. Todo es por Él y
para Él.
105
Un amor que no me dejará
A Dios no le gustan las construcciones de imperios propios. No le
hagas crecer el ego a nadie, por favor. Tampoco tienes que tirarlo
abajo; simplemente, no tienes que decirle nada. Lo que está haciendo
cada uno de nosotros es porque Dios lo convocó a hacerlo. Solo res-
pondemos a la convocatoria que el Señor nos hace individualmente
y como Cuerpo de Cristo. Entonces, sí podremos decir: “Señor, no
soy nada, pero Tú eres todo”.
106
26. ÉL TE CONOCE COMO NADIE
“Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban
escritas todas aquellas cosas que fueron luego
formadas, sin faltar una de ellas”.
—Salmo 139:16
¿
Quién te conoce como Dios te conoce?, ¡nadie! Aunque tus hijos
o tu pareja te digan: “Ya sé cómo eres y por qué me dices eso”.
Lo cierto es que nadie te conoce como te conoce el Señor. No
hay manera. Él es el que te consoló cuando lloraste. Él es el que te
guio cuando estabas perdido. Él es el que te dio sabiduría cuando no
sabías cómo resolver una cuestión. Él es el que te amó (y te ama) en
medio de las situaciones difíciles. Y, aunque no lo merecíamos, Él es
el único que nos conoce. ¿A quién le puedes explicar la profundidad
de la relación que tienes con Dios? Es muy difícil de explicar, porque
es una relación de intimidad.
Por eso, cuando nosotros oramos y tenemos intimidad, disfruta-
mos al Señor, lo queremos tocar, queremos oír Su voz. Mientras lee-
mos La Palabra de Dios, decimos: “Esto es para mí, Señor”. Eso es
107
Un amor que no me dejará
intimidad, es tocarlo a Él, es disfrutarlo a Él, es querer seguir estando
con Él. Intimidad es cercanía. Nuestra relación con el Señor es única;
es una relación personal.
Una de las dificultades más grandes que tienen muchas personas
que sienten que han fracasado en sus relaciones es que no quieren
volver a abrir más su corazón. Pero mira lo que dice el Señor:
Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has cono-
cido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde
lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi
reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no
está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la
sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste
tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para
mí; alto es, no lo puedo comprender.
— Salmo 139:1-6
Al Señor no necesitamos explicarle nada, porque Él ya sabe todo
de nosotros. Hoy, cuando te levantaste y te sentaste a la mesa para
desayunar, o cuando llegaste a la oficina y te sentaste, o cuando
estabas esperando en el consultorio médico, Él ya conocía eso. Él
conocía la hora a la que te levantabas hoy y con qué humor. A veces,
tú expresas: “No sé cómo explicar lo que me sucede”. “Pero Yo ya
te entendí —dice el Señor— no necesitas aclararme nada porque
Yo conozco desde lejos tus pensamientos”. El Señor escudriña tu
andar y tu reposo. A Él no le tienes que explicar nada. Todos tus
caminos, los de ayer, los de hoy y los que vas a caminar mañana le son
108
Un amor que no me dejará
conocidos. Pero tú no puedes comprender todo ese conocimiento
divino porque tus experiencias con la gente han sido otras. Tú tienes
que vivir explicando cosas para intentar que el otro te entienda.
Pero con Dios es todo tan distinto... Porque, ¿quién te conoce como
el Señor? Tú tienes con Él una relación de amor y de intimidad. ¡Qué
maravilloso es este Señor!
Ahora bien, así como Él nos conoce y no tenemos que explicarle
nada, Él quiere que lo conozcamos. Él quiere que tengamos inti-
midad para conocerlo. Dice una versión de La Biblia: “Yo lo único
que quiero es una sola cosa: estar todos los días en tu templo, en tu
casa, para conocerte, para tener intimidad, para amarte y para
inquirir en tu templo”. Esto significa: “Señor, yo quiero investigar
quién eres y conocerte más. Eso es lo único que te pido. Necesito
conocerte más, no me importa todo lo demás, yo solo quiero cono-
certe”. Ese es el punto al que tienes que llegar donde le dices, al
igual que David: “Señor, quiero conocerte más, quiero inquirir en tu
templo. Eso solamente te pido y ese es mi deseo. Te conozco tanto...
me has guiado tanto en el camino de la vida... Sé la historia de amor
que tienes conmigo y cómo me estás llevando con Tus planes. Sé el
recorrido que me estás haciendo hacer. Te conozco de tal manera
y he experimentado tanto Tu amor que no me tienes que explicar
nada de todo lo que me suceda. Todo lo que viene de Ti yo lo acepto
porque Te conozco y conozco Tu amor”.
¡Qué lindo es llegar a ese conocimiento profundo! Tal vez hay cosas
que hoy no entiendes, pero has llegado a conocer Su amor profun-
damente, y ya no necesitas que Él te explique nada.
109
27. LA ESCUELA CELESTIAL
“El padre entonces entendió que aquella era la
hora en que Jesús le había dicho: ‘Tu hijo vive; y
creyó él con toda su casa’”.
—Juan 4:53
S
eñor, yo lo único que quiero es que te forjes en mi vida. ¿Haces
esta oración cada día? Para desmantelar nuestras oraciones
egocéntricas que solo incluyen “Dame”, “Yo quiero” o “Yo
necesito”, Dios nos hace entrar en la escuela celestial. Tú y yo esta-
mos en una escuela del Cielo que no es para estudiar y aprender
cosas de memoria. Porque tú puedes conocer muchos pasajes
bíblicos, pero tú necesitas experimentar a Cristo. Y para eso es esta
escuela.
Tú no solo sabes que Dios es amor, sino que en la escuela celestial
experimentas a Dios-amor; tú no solo sabes que Dios es misericor-
dioso, sino que en la escuela celestial experimentas la misericordia
divina y tienes testimonio para contar, porque has experimentado Su
Gracia en una determinada situación de tu vida. Si estuviste orando
110
Un amor que no me dejará
por un familiar y, de pronto, esa persona se sanó, ¿qué experimen-
taste?, gozo. Esta es una experiencia, no una teoría. Ahora, si dices:
“Anoto los nombres y después veo si tengo ganas de orar. Señor, ¿qué
vas a hacer Tú?”, entonces, tienes una teoría. Pero la escuela celestial
es una escuela de experiencias con Cristo. Dile: “Señor, te quiero
experimentar”. Sal de la teoría y comienza a experimentarlo. Deja de
cuestionar teoría, y empieza a meterte en el corazón de Dios.
¿Estás orando para que se forje en ti el espíritu de la oración? ¡Qué
maravilloso es poder decirle: “Señor, yo no estoy hablando de teoría,
yo estoy experimentándote durante todo el día, desde la mañana
hasta la noche”! Vamos caminando, y surgen en nosotros las oracio-
nes. Antes no era así, pero ahora aparecen. Entonces, las devolvemos
y decimos: “Señor, te experimento y te disfruto, y puedo adorarte
porque no estoy esperando adorar en una reunión, sino que fluye
en mí todos los días, pues se está forjando el espíritu de la oración”.
No te conformes con menos de la experiencia porque, de lo con-
trario, te convertirás en un religioso. “Señor, dame la experiencia”,
pídele. Y, cuando veas que hay algo teórico en tu vida, ora así: “Señor,
no quiero teoría; no quiero ser una persona religiosa que tiene cono-
cimiento, quiero experimentarte con todas las circunstancias de mi
vida, quiero experimentar Tu amor y Tu poder”. ¡Gracias, Señor!
111
28. ALCANZAR LA MADUREZ
“... sino que siguiendo la verdad en amor,
crezcamos en todo en aquel que es la cabeza,
esto es, Cristo”.
—Efesios 4:15
E
l apóstol Juan, en el capítulo 21, versículo 18, nos dice: “De
cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías,
e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, exten-
derás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará adonde no quieras”.
¿Recuerdas la adolescencia? Cuando te decían que no, ¿qué hacías?
Lo contrario. O, si tienes hijos, por ejemplo, les dices a veces: “Cui-
dado con hacer eso”, y ellos hacen lo contrario. En este pasaje, donde
Jesús habla con Pedro, la palabra “viejo”, en principio, nos muestra
una realidad: cuando uno va envejeciendo, ya no tiene tanta movili-
dad como antes. Entonces, alguien más tiene que sostenernos y lle-
varnos. Esto nos va a suceder a todos —salvo que muramos antes—.
Pero, en términos espirituales, la palabra “joven” habla de inmadu-
rez, mientras que la palabra “viejo” se refiere a madurez. Cuando
112
Un amor que no me dejará
tú eres joven espiritualmente, haces tu voluntad porque tu alma te
guía. El Señor te muestra una cosa, pero tú haces lo que deseas, vas
adonde quieres. Expresas frases como: “Yo hago lo que quiero”; “Yo
decido qué hacer”; “A mí me gusta esto”; “Hoy estoy acá, y mañana
me voy a otra iglesia”; “Hoy siento ganas de leer La Palabra de Dios
y mañana no”; “Hoy quiero ir a la reunión y mañana”. ¿Por qué?,
porque eres joven, inmaduro; entonces, vas adonde quieres y haces
lo que te gusta. En cambio, cuando eres maduro en el espíritu, ya
no vas adonde quieres, sino que el Señor te toma de los brazos y te
lleva a Su plan, adonde Él desea. Nosotros debemos alcanzar esta
madurez.
Pedro hacía lo que quería porque era un hombre impulsivo. Por eso
Jesús le anunció: “Pedro, va a llegar un momento en el que Yo te voy a
tomar, y tú no vas a poder decirme que no, porque ya me entregaste
toda tu vida. Ahora mi espíritu es el que te guía”. ¿Qué significa que
Él nos lleva adonde quiere?, que ahora tengo tanta intimidad que
mi alma está muerta. Y, como mi alma murió, ya no hago lo que mi
alma me dicta; ahora, solamente por mi intimidad, tengo confianza
para sostenerme de los brazos del Señor, para tomarme de Su mano,
y dejar que Él me lleve adonde Él quiera. Le digo: “Señor, haz con-
migo lo que quieras. Acá estoy, ya no te exijo como antes. Antes me
importaban mis sueños pero, si Tú me dices que vaya, voy; y, si Tú
me dices que me quede, me quedo. Porque lo único que quiero es
contemplarte a Ti”.
Cuentan una anécdota del músico Sting, quien tenía una muy
mala relación con su padre. Un día, el padre se enfermó y estaba
113
Un amor que no me dejará
internado. Entonces, él lo fue a visitar, siendo ya famoso. El padre
nunca quiso que él tocara la guitarra ni que fuera músico. Le
repetía: “Con eso no vas a ganar dinero; no te va a ir bien”. Pero
Sting se dedicó a hacer lo que quería. Y, cuando llegó al hospital,
lo vio a su padre y lo perdonó. El hombre lo vio triunfando y se
alegró del éxito de su hijo. Pero él dice: “Yo miré las manos de mi
papá y me di cuenta de que mis manos eran iguales a las de él ”. Se
dio cuenta de que, tal vez, todo lo que había criticado de su padre
en el pasado ahora lo tenía en él.
El Señor quiere hacer con nosotros lo mismo. Él quiere que poda-
mos verlo cara a cara y que contemplemos Su gloria. Porque, cuanto
más lo miramos, más nos vamos asemejando a Él, más maduros
somos. De pronto, un día nuestras manos son Sus manos; nuestros
pies son Sus pies; nuestras piernas son Sus piernas y van solamente
adonde Él nos lleve. Hoy podemos decirle: “Señor, yo voy adonde
Tú me lleves”.
114
29. FRASES DE AMOR
“Grábame como un sello sobre tu corazón;
llévame como una marca sobre tu brazo. Fuerte
es el amor, como la muerte; el celo, inconmovi-
ble como el sepulcro, como llama divina es el
fuego ardiente del amor”.
—Cantares 8:6
N
uestra intimidad, nuestra cercanía, nuestro contacto
íntimo con el Señor tiene que ir creciendo día tras día. Yo te
pregunto: ¿está creciendo tu vida de intimidad con el Señor
o está estancada y siempre oras por los mismos temas, por los mis-
mos problemas, siempre hablas de la misma manera con Él? ¿Estás
conociendo algo nuevo o siempre miras el mismo aspecto divino?
El Señor quiere que lo contemplemos. Para eso necesitamos que
nuestra intimidad sea cada día más profunda. Y una de las maneras
de hacerlo es usar frases de amor breves. Veamos algunos ejemplos:
115
Un amor que no me dejará
• “Señor, Te amo”.
• “Señor, eres hermoso”.
• “Señor, eres mi compañero”.
• “Señor, eres mi vida”.
• “Señor, me conduces por caminos de gloria porque Tú eres el
camino”.
• “Señor, hoy me revelaste esta verdad porque Tú eres la verdad”.
• “Señor, me gusta Tu sonrisa”.
• “Señor, me gusta cómo me miras”.
• “Señor, me encantan los milagros que haces”.
• “Señor, me encantas Tú”.
Esas oraciones cortas van a hacer crecer cada día tu intimidad con el
Señor. No olvides pedirle todos los días: “Señor, quiero conocerte
más profundamente. Quiero que me hables, aprender a escuchar Tu
voz, que pongas Tu oración en mi espíritu”. Todo esto es intimidad.
Así, te darás cuenta de que, mientras caminas, van fluyendo esas
palabras de amor a Él, incluso cuando estás llevando a cabo cual-
quier actividad. De pronto, Él te pone un nombre o una dirección,
y te indica: “Ve a este lugar”. Él te dice adónde ir a comprar y adónde
no ir. Él te dice: “Haz esto” y “Con esta persona, no hables; pero a esta
otra persona, háblale”. Eso es intimidad con el Señor. ¡Qué maravi-
lloso! Pídele siempre al Señor: “Quiero profundizar”. No te quedes
en donde estás, aunque creas que es un nivel profundo. Tal vez pien-
ses: “Bueno, pero yo ya aprendí muchas cosas. Hago los ejercicios,
116
Un amor que no me dejará
llevo al Altar y doy la orden”. Pero déjame decirte que hay más. ¡Hay
mucho más! ¿Quieres más? ¡Yo quiero más del Señor!
Tenemos que anhelar más de Él.
Te animo a preguntarte a menudo: “¿Estoy yendo cada día más pro-
fundo o me conformo con lo que aprendí, con lo que experimenté?“.
Dile al Señor: “Quiero algo más, quiero algo nuevo”. ¿Quieres eso?
¡Ve por ello, ve más profundo, y llénalo de frases de amor!
117
30. SU VOZ SIEMPRE ESTÁ
“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno
oye mi voz y abre la puerta, entraré, cenaré con
él y él conmigo”.
Apocalipsis 3:20
C
uando empezamos a hablar con el Señor, mientras oramos,
lo oímos; eso es orar oyéndolo. Te comparto esta historia:
Había un matrimonio que tenía un hijo y, justo ese día, no lo
habían llevado al jardín de infantes porque tenía paperas. Enton-
ces, el niño tenía fiebre y la madre fue al dormitorio para darle
los remedios, pero se dio cuenta que no estaba ahí. Lo buscó por
un lado, lo buscó por el otro, abrió el placar, y el niño no apa-
recía. De esta manera, comenzó a desesperarse. Salió y le dijo
al marido: “Juan no está en la habitación ni en ningún lado, se
perdió”. Salieron por el vecindario y empezaron a preguntarles a
los vecinos: “Mi hijo tiene paperas, está enfermo con fiebre, y desa-
pareció. ¿No lo ha visto?”. Pero nadie lo había visto, así que llama-
ron a la policía: “Por favor, vengan pronto porque desapareció
118
Un amor que no me dejará
mi hijo; está enfermo y ya salimos a buscarlo, pero no aparece”.
Y, cuando ella oraba en la búsqueda, preguntó: “Señor, ¿dónde
está?”. De pronto, oyó la voz que le dijo: “Ve al cuarto de él”. Ella,
por dentro, decía: “Pero ya fui al cuarto y no está ahí. Debe ser
mi alma”. Volvía a orar, y el Espíritu le decía: “Ve al cuarto”. Era
lo único que escuchaba: “Ve al cuarto”. Hasta que fue al cuarto,
volvió a revisar, sacó las sábanas... y nada. Se sentía derrotada,
vencida. “¿Dónde estará, Señor? ¿Cómo lo voy a encontrar? Tráelo
de vuelta”. Miró hacia un costado y vio una sábana un poco arru-
gada que estaba por ahí. “Qué raro”, pensó. Había una distancia
entre el colchón y la punta de la cama. La tocó y se dio cuenta
de que su hijito estaba dormido ahí. Con fiebre, se había metido
como en una cuevita. Se había puesto la sábana encima y estaba
dormido allí. Imagínate; cuando lo vio, salió a decirle a todo el
mundo. El hijo estaba adentro: nunca se había ido.
La voz de Dios está en nosotros porque en nosotros vive el Espíritu
Santo. El problema es que, a veces, no queremos escucharla porque
le prestamos más atención a la voz de nuestra alma. Y esta voz nos es
tan conocida —porque nos habla desde que nacimos— que entonces
nos cuesta diferenciar la voz de Dios. Pero, cuando el Señor te diga:
“Haz esto”, hazlo. Seamos rápidos en escuchar la voz y en obede-
cerla. Y nuestra vida de intimidad nos va a llevar a hacer la oración
celestial o de las cuatro dimensiones. Y, una vez que escuchamos
los nombres de las personas por quienes orar y los motivos por los
cuales orar, e inmediatamente nos ponemos a orar, una promesa en
nuestra vida se activa. ¿Cuál es esa promesa?
119
Un amor que no me dejará
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y
todas estas cosas os serán añadidas”.
— Mateo 6:33
Todo lo que necesitas se te añade. La voz del Señor te da un nombre
y te da el motivo. Oras, y la promesa de que todo lo que necesitas va
a ser añadido en tu vida se activa. Y se activa solo: no tienes ni que
pedir por ti. Después de escuchar Su voz, hay una promesa acti-
vada dentro de ti porque buscaste el Reino de Dios, Su justicia, Su
gobierno. Por eso se activó todo lo demás para tu vida. Entonces,
tu vida entera está atada a la promesa. Y tú te darás cuenta de una
cosa: ya no usarás más tus finanzas de acuerdo a lo que tienes, sino
que ahora ligarás tus finanzas a la promesa. Esto es una experiencia.
¿Qué haces tú, generalmente, al igual que todo el mundo? Compras
algo si te alcanza y no compras si no te alcanza. Es decir que tus
finanzas están atadas a lo que tienes o a lo que no tienes. Pero Dios
te dice: “Ata tus finanzas a Mis promesas, no a lo que tienes o a lo que
no tienes. Átalas a Mí y a Mis promesas, y vas a ver la bendición en tu
vida”. ¿Lo crees? Si lo crees, lo vas a empezar a vivir.
Declara: “Mi vida entera está atada a la promesa, estoy habilitado,
habilitada, por Dios para disponer de mi herencia”. Esto se te tiene
que revelar y lo tienes que vivir. Porque, hasta ahora, atabas todo a
lo que tenías y a lo que no tenías. Pero el Señor te dice: “Escucha Mi
voz, busca Mi Reino y Mi gobierno, procura que Mi vida se asiente en
la vida de otras personas, y todas las demás cosas van a ser añadidas”.
¡Es promesa de Dios!
120
31. ¡QUIERO CONOCERTE MÁS
PROFUNDAMENTE!
“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no
vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de
hombre, son las que Dios ha preparado para los
que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros
por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escu-
driña, aun lo profundo de Dios”.
—1 Corintios 2:9-10
¿
Sabías que Dios es profundo, alto, ancho? Y Él quiere hacernos
entrar en esas dimensiones de Su profundidad, Su altura, Su
anchura. Él quiere que conozcamos más de Él y lo hace a través
de la oración. Por eso, nos enseña a orar. En este tiempo nos está
enseñando a orar por mí y por los otros. Nos está enseñando a orar
en el Cuerpo de Cristo, la oración del Cuerpo.
¿Qué es la oración personal? Es la oración donde le preguntamos
a Él y le pedimos más de Él en nosotros, y dejamos de preguntar
otras cuestiones. De ese modo, cada vez vamos más profundo. Yo
121
Un amor que no me dejará
recuerdo que, cuando recién nos conocimos con Bernardo, hace
muchos años, y empezamos a salir, yo le hacía un montón de pregun-
tas. Y él también me hacía preguntas a mí, que eran sencillas. Pero,
a medida que nos fuimos conociendo un poco más, las preguntas
eran un poco más profundas.
Con el Señor, con quien tenemos una relación de amor, sucede lo
mismo. Cada día que pasa, vamos avanzando, y queremos conocer
un poco más profundo de Él. ¿Te interesa saber de Sus cosas? ¿Te
gusta preguntarle: “Señor, ¿cómo es que Tu Novia, que somos noso-
tros, la iglesia, no va a tener ni mancha ni arruga?”? ¡Qué lindo pre-
guntarle eso! O “Señor, ¿cómo es la oración para orar en el Cuerpo
de Cristo?”. O “Señor, ¿Tú qué haces cuando nosotros oramos?”.
Entonces, ya no preguntarás como al principio: “Señor, ¿me amas
si cometo un error?”; ahora serás más profundo porque tienes otros
intereses. El Señor te convocó a conocerlo más. Por eso dile:
Señor, quiero conocerte
más profundamente.
El apóstol Pablo anhelaba conocerlo más; por eso escribió: “Antes
bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han
subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para
los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu;
porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1
Corintios 2:9-10).
122
Un amor que no me dejará
Nosotros somos amados. Nosotros amamos al Señor. Este pasaje
habla de cosas que Él preparó para los que lo aman, que Dios nos
reveló a nosotros por el Espíritu. ¡Qué maravillosa es la profundidad
que Dios quiere que conozcamos! Y esto lo hacemos a través de la
oración cuando le decimos: “Señor, quiero conocerte más, hay algo
que no sé de Ti y no me quiero morir sin conocerte. Quiero cono-
certe más profundamente”. Cuando lo hagamos, Su amor nos llevará
a profundizar más y más y se forjará en nosotros.
123
32. ORAR EN ARMONÍA
“... para que todos sean uno; como tú, oh Padre,
en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno
en nosotros; para que el mundo crea que tú me
enviaste”.
— Juan 17:21
J esús entró en Betania donde vivía una familia (la familia de
los hermanos María, Marta y Lázaro), que lo recibió. Y María se
sentó a los pies del Señor. Esto nos da a entender que ella “con-
tinuaba en Su presencia”. ¡Qué lindo! “Continuaba en Su presencia”.
Esto significa que María había escuchado al Señor cuando entró y lo
vio; y, cuando el Señor se fue a sentar, ella se sentó a Sus pies, pero
continuaba en la presencia. Nunca había dejado de mirarlo, nunca
había quitado sus ojos del Maestro Jesús.
Esto es lo que el Señor quiere: que permanezcamos en Su presencia,
porque todo lo que vemos que Él es viene a nuestra vida. Cada día
te darás cuenta de que tienes un poquito más de Cristo, que hay
cuestiones que ya no te afectan porque ahora ese espacio está lleno
124
Un amor que no me dejará
de la presencia del Señor. Él nos enseña a orar por nosotros cuando
le decimos: “Señor, quiero conocerte. Fórjate en mí. Todo lo que veo
de Ti es lo que se añade a mi vida”. Cuando tú tengas noventa años,
no vas a ser igual, porque tendrás más Cristo forjado y menos de ti.
¡Qué maravilloso!
También el Señor nos enseña a orar por otros a través de la oración
de las cuatro dimensiones que ya hemos visto. Aquí oramos por la
familia, por los amigos, por los conocidos y por los desconocidos.
Pero esta no es una nueva manera de orar, sino el corazón de Dios,
que está en Hechos 1:8 donde leemos: “Ustedes me van a ser testi-
gos”. Esto es lo que estamos orando: el corazón de Dios. No es algo
nuevo: es algo que está en el corazón del Señor desde siempre. Noso-
tros no lo sabíamos, pero estaba en Su corazón. Nosotros creíamos
que orar era hablar con Dios y contarle lo que nos ocurre, pero el
Señor nos abrió Su corazón y Él nos enseña a orar por otros.
El Señor también nos enseña a orar la oración del Cuerpo. Es muy
importante que oremos en el Cuerpo, congregados en Su nombre.
Esto quiere decir “dentro de Él”. Cuando nos congregamos en Su
nombre, estamos dentro de Él. Por eso, todo lo de afuera desapa-
rece. ¿Y cómo oramos en el Cuerpo? Para poder orar en el Cuerpo,
tiene que haber armonía con la persona que tengo al lado. ¿Y qué
significa estar en armonía?, que yo he llevado al Altar lo mío. La única
manera de lograr esa armonía es llevar al Altar lo mío, porque todos
venimos cargados con un yo gigante. Todos hemos tenido que resol-
ver cuestiones y, a veces, lo hemos hecho en la carne o en el alma.
125
Un amor que no me dejará
Armonía significa “sinfonía”. Es decir que todos afinamos. Cuando
nos ponemos de acuerdo, estamos afinando.
Entonces, cuando yo llevo al Altar y el otro también, aparece la armo-
nía. Si yo oro con mi hermano, que también fue al Altar, Él hace
conocer Su voluntad y eso que oramos el Señor lo hace sí o sí. ¡Es
maravilloso! Yo no puedo tener armonía del alma con otro hermano
que tiene ideas diferentes a las mías, que resuelve las cosas de otra
manera, que tiene otro carácter, pero sí puedo tener armonía en el
espíritu.
Cuando vamos al Altar, morimos a nuestro yo, y solamente queda Él.
Todo desaparece, y escuchamos solamente Su voz. Esto es sinfonía,
eso es armonía.
126
33. EL ESPÍRITU DE ORACIÓN SE FORJA
EN NOSOTROS [PRIMERA PARTE]
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir
como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles...”.
—Romanos 8:26
¿
Cómo sabemos que el espíritu de oración se está forjando en
nosotros?, por estas dos razones:
1. Tenemos consciencia de la presencia del Señor en todo momento
Él está dentro de nosotros. Y, si está dentro de nosotros, estamos
donde Él está. Porque Él decidió entrelazarse en nuestro interior.
Esa consciencia de que Él está es maravillosa porque no es algo que
tú puedes originar, sino algo que tiene que hacer Él. Nosotros somos
el templo del Dios vivo, y Él decidió que el lugar de la habitación era
127
Un amor que no me dejará
nuestro espíritu: para eso lo creó. Y nosotros dijimos que queríamos
recibirlo en nuestro espíritu. Por eso somos el templo del Dios vivo
y portamos la Presencia del Señor todo el tiempo, todo el día, todos
los días y durante toda nuestra vida. Por eso, cada vez que vamos a un
lugar, somos como una nube; y, donde vamos, la nube está cargada
de Él, cargada de Cristo. Entonces, la lluvia se desata sobre las tierras
secas. Cuando entres a un lugar, te vas a dar cuenta de que algo va
a suceder porque entró la presencia. No entró María ni entró Juan:
entró la presencia del Señor. ¡Esto es glorioso!
Cristo se entretejió dentro de nosotros, en cada fibra de nuestro
ser. Por ende, cuando hablamos, liberamos la presencia del Espíritu.
Tú no te das cuenta pero, cuando le hablas a alguien, el Espíritu se
libera para bendecir al otro. Tú no puedes no bendecir, porque la
presencia está dentro de tu vida, y no hay manera de separarnos de
Él.
Ahora, si la presencia está, ¿por qué no puedo percibirla todo el
tiempo? “Señor, ¿por qué me abandonaste?”, hemos preguntado
todos alguna vez. No podemos ser conscientes de la presencia del
Señor porque somos muy conscientes de nosotros mismos. Este es
el gran problema: nos miramos todo el tiempo. Y, porque somos
muy conscientes de nosotros mismos y de las otras personas, no
experimentamos que estamos en Su presencia.
2. Tenemos un hablar precioso de Cristo
En segundo lugar, sé que tengo el espíritu de oración porque tengo
un hablar precioso de Cristo: no hablo con frases armadas. Mateo 26
128
Un amor que no me dejará
cuenta que una mujer entró en la casa, tomó un frasco de alabastro,
un perfume, lo rompió y lo derramó a los pies de Jesús. ¿Sabes qué
dijeron los que estaban alrededor? “No valía la pena que hicieras
ese acto porque ese perfume es muy caro”. Para ellos, Jesús no valía
la pena. Esa era la evaluación que tenían de Jesús: no valía la pena.
Sin embargo, para esta mujer, ese frasco de perfume y ese acto de
adoración valían la pena. Porque Jesús es la perla de gran precio, y
todo es nada frente al valor de Cristo en nuestra vida. Ella lo dio todo
porque ¡en Cristo vale la pena todo lo que le demos! Es el reconoci-
miento de lo precioso que Él es. Yo no tengo frases armadas, sino lo
que expresa el Espíritu. Le digo: “Señor, eres bello, bueno, amoroso,
¡gloria a Tu nombre! Gracias porque caminas en la Tierra con noso-
tros. Gracias porque estamos viendo Tus pasos y Tus huellas”.
Si tú sigues adorando al Señor y hablándole con una rutina de hace
años, es que no viste algo nuevo. “Señor, eres poderoso”... No viste la
hermosura de Su vestido para la iglesia, de Sus pies cuando camina
en esta Tierra, de Su trono, de la primavera y el verano que trae a
nuestro corazón, de las flores maravillosas que nos da cada día para
que nos despertemos a la mañana con Su dulce aroma.
En el Señor hay profundidades. Entonces, empezamos a ver su pre-
ciosidad y a hablarle con un nuevo lenguaje de amor. Pero esto no
puede hacerse con el alma; esto es fruto del espíritu de la oración
que nos va transformando. Dile: “Señor, transfórmame”.
129
34. EL ESPÍRITU DE ORACIÓN SE FORJA
EN NOSOTROS [SEGUNDA PARTE]
“... Mas el que escudriña los corazones sabe cuál
es la intención del Espíritu, porque conforme a
la voluntad de Dios intercede por los santos”.
Romanos 8:27
V
eamos cuatro razones más por las que podemos saber que el
espíritu de oración se está forjando en nosotros:
1. Somos personas sencillas
Cuando el Señor nos va formando en el espíritu de la oración, nos
hace personas sencillas. Cuando somos complicados, hay poco
Cristo en nosotros. Cuando una persona tiene mucha complicación
y dice: “Pero ¿a ti te parece? ¡No me saludó!”, tiene poco Cristo. ¿Qué
le tiene que suceder? Cristo debe crecer en esta. En cambio, el que
tiene un espíritu de oración es una persona sencilla. ¿Y cuándo una
persona es sencilla? Cuando no quiere saber nada de los demás.
130
Un amor que no me dejará
A ti te va a suceder —si no te está sucediendo ya— que, a medida
que conoces más al Señor y lo miras a Él, menos quieres que nadie
te comente nada de la gente, menos quieres reunirte a hablar de
alguien, porque te genera algo feo adentro. “No quiero escuchar
nada; no me cuentes cosas personales de los demás, porque yo estoy
mirando a Cristo”, expresas.
Un día Jesús llegó a la casa de Marta, María y Lázaro. María se quedó
a los pies de Jesús, pero Marta estaba afanada y turbada preparando
la comida. Entonces, en un momento, Marta vino muy enojada (ya
conocemos la historia) y le dijo al Señor: “Señor, mira a María”.
¿Sabes cuál es la palabra aquí? “¿A Ti te parece bien que María conti-
núe dejándome?”. Es decir: “María me deja por Ti, ¿a Ti te parece bien
que María me deje por Ti, y yo tenga que estar haciendo todo sola?”.
Marta era complicada. Por eso acusó a María. Marta acusó a María,
y a nadie le gusta la gente que acusa a otros en el Cuerpo de Cristo.
No te gusta, y cada vez te gustará menos. Cada vez vas a cerrarle más
tu alma y tu espíritu a quien venga a decirte algo de otro. “No tolero
que hablen mal de alguien que pertenece al Cuerpo de Cristo. Y
no te estoy hablando de mi iglesia porque nos amamos, sino del
Cuerpo de Cristo”. Ese es el espíritu de la oración. Quien tiene el
espíritu de la oración no tolera a las martas que viven acusando a
las marías. El espíritu de la oración nos hace sencillos. ¿Y qué es ser
sencillos? Tengo un problema, una situación difícil, algo que me
molesta; entonces, oro al Señor y espero. Y el Señor obra. Esto es ser
sencillo. “Señor, ¿a quién tengo en los Cielos? ¿A quién tengo en mi
131
Un amor que no me dejará
vida, sino a Ti? Así, yo oro y espero en Ti, y Tú vas a obrar”. Esto es ser
sencillos. Nada más.
2. Tenemos un espíritu de gratitud constante
También nos vamos a dar cuenta de que el espíritu de oración está
transformando nuestras vidas porque tenemos un espíritu de gra-
titud constante. Dios hace llover sobre justos e injustos, pero hay
gente que le da las gracias y reconoce que es obra de Él, y otros que
no. Nosotros, los hijos de Dios, reconocemos que no sería nada de
nuestra vida si no fuera por Él; por eso agradecemos antes, durante
y después de recibir algo.
Tenemos un espíritu de agradecimiento porque sabemos que nada
funcionaría en nuestra vida si no fuera por Él. Y, si tienes dudas,
apártate unos meses del Señor y, con el tiempo, vendrás al Cuerpo
a agradecerle al Señor por todo lo que Él hace. ¡Estamos sostenidos
por Su Espíritu!
3. Tenemos la sensación de no saber nada
El que tiene el espíritu de la oración va teniendo la sensación de no
saber nada, pero no lo hace como una postura ni como una actua-
ción para que lo aplaudan. Cuando alguien te venga a elogiar por
algo, responde: “No lo hice yo, ¿no te das cuenta? Es el Señor. Yo no
podría haber hecho esto; es solo Él, que lo está haciendo a través de
mi vida”. Yo soy un vaso nada más, pero el tesoro es Cristo, que está
dentro de nosotros. Yo no soy nada, todo es Él, por Él y para Él.
132
Un amor que no me dejará
4. Tenemos descanso
Por último, el espíritu de la oración nos trae descanso por la segu-
ridad de que Él está gobernando todo. Cuando te suceda algo, no
importa si es bueno o malo; tienes que declarar: “Acá hay algo de
Dios, acá hay algo que Él está tramando”. Ora y espera porque Él
obra. Y recuerda que Él está viendo el panorama completo. Nosotros
no lo vemos, pero Él sí lo ve. Por eso estamos expectantes de lo que
va a ocurrir.
Cuando se te vaya el colectivo, cuando no venga el tren, cuando
parezca que vas a llegar tarde al trabajo, cuando te echen del trabajo,
cuando consigas un trabajo nuevo, cuando te depositen dinero en
tu cuenta, di: “Acá hay algo de Dios y algo va a ocurrir”. Si se te fue
el vuelo de ese viaje que querías hacer, di: “Acá hay algo de Dios”. Si
te ocuparon el asiento en el que ibas a sentarte, di: “Acá hay algo de
Dios”. Si te trataron mal, di: “Acá hay algo de Dios”.
Porque, cuando tú sabes que Él es omnipotente y que está haciendo
algo glorioso, que tiene un plan grande y que ha visto más que tú, no
tienes duda de que ¡ahí hay algo de Dios y lo vas a ver manifestado!
Ahora, hay expectativa con cada cosa que nos sucede. Antes, todo
era un problema, una desilusión, un fracaso, una frustración. Antes
expresabas: “No lo logré”, “No pude”, “No se me dio”, “Llegué tarde”;
pero ahora tienes expectativa divina y expresas: “Acá hay algo de
Dios. ¡Gloria al Señor!”. ¡Qué lindo es el Señor!
133
35. TODO ES TUYO, SEÑOR
“De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo,
y los que en él habitan”.
—Salmo 24:1
T
odos sabemos que José era un soñador. Dios le daba sue-
ños todo el tiempo. Pero él les contó uno de esos sueños a
sus hermanos y ellos lo tiraron en un pozo. Al cabo de un
tiempo, lo vendieron. ¿Sabes cuál era el problema de José?, que él
creía que Dios le había dado esos sueños y eran sueños personales.
José creía que Dios lo había elegido para darle sueños para él: a ti te
van a engrandecer y a dar riquezas. Él creía que eran sueños perso-
nales, que eran como un regalo que el Señor le hacía.
A José le sucedió de todo; hasta fue a la cárcel. Pero después empezó
a ascender y se convirtió en una especie de ministro de economía.
Fíjate en este detalle: toda su vida José fue esclavo de faraón. ¡Esto
es tremendo! José tenía privilegios, pero era un esclavo. Un esclavo
134
Un amor que no me dejará
con privilegios. Era un hombre con muchos sueños, pero toda su
vida fue un esclavo.
Ahora bien, había un propósito de Dios, por el cual tomó la vida de
José. No era un propósito personal para José: había un propósito
divino. Y, con la influencia que tenía, José pudo liberar dos nacio-
nes: Egipto y la familia de Israel. De todos modos, él siguió siendo
esclavo. Porque, a veces, el Señor te da Su favor para bendecir a otros;
y, aunque a ti no te ocurra eso, bendices a otros.
Y José dijo a sus hermanos: Yo voy a morir; mas Dios cierta-
mente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra
que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob. E hizo jurar José a
los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará,
y haréis llevar de aquí mis huesos. Y murió José a la edad
de ciento diez años; y lo embalsamaron, y fue puesto en un
ataúd en Egipto.
— Génesis 50:24-28
Esto les dijo José a sus hermanos cuando ya estaba grande, porque
el pueblo de Israel, la familia de José, había venido a Egipto. Les dijo:
“El Señor me mostró que todos ustedes van a ser una nación y van
a ser puestos en una tierra de libertad. Van a sufrir opresión ahora,
pero van a ser puestos en una tierra de libertad y van a ser libres. Así
que yo los comprometo a ustedes a que lleven mis huesos a la tierra
de libertad. Yo no voy a morir como un esclavo”.
¿Y cuándo le sucedió eso?, cuando entendió que él tenía que salir de
su yo porque el sueño no era de Dios para él. José entendió que él
135
Un amor que no me dejará
tenía que ir al nosotros porque ese sueño de Dios era para la nación,
no era solamente para él. José tuvo influencia, pero el sueño era para
todos. Cuando tú dices: “Es tuyo” y te metes en el Cuerpo de Cristo,
ahí Dios empieza a bendecirte.
Cuando te des cuenta de que lo que Dios te da no es para ti, sino
que es para el Cuerpo, ahí vas a experimentar Su verdad. Mientras
sigas pensando en ti, serás esclavo de tu yo, de lo que “yo quiero”, de
lo que “a mí me pasa”, de lo que “a mí me gusta”, de lo que “a mí me
parece”, de lo que me dijeron de la otra persona; y serás esclavo toda
la vida. Vas a tener el favor, vas a bendecir a gente seguramente, pero
lo que Dios hizo en la Cruz es para traernos libertad. Por eso, sal de
tu yo, déjalo en el Altar y declara: “Yo pertenezco al Cuerpo de Cristo
y me muevo en el Cuerpo de Cristo. El Señor me da, como a todos
mis hermanos, el espíritu de la oración para buscarlo y conocerlo
cada día”. ¡Gloria a Su nombre!
136
36. VESTIDOS DE CRISTO
“No améis al mundo, ni las cosas que están en
el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo lo que hay en
el mundo, los deseos de la carne, los deseos de
los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene
del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y
sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre”.
—1 Juan 2:15-17
N
osotros no somos del mundo, así como Cristo no es del
mundo. Nosotros somos celestiales, lo cual significa que
no pertenecemos a este sistema, sino que le pertenece-
mos a Cristo. Por eso tenemos acceso a una vida celestial y a leyes
espirituales.
Ahora, ¿cómo se forma en nosotros este vivir celestial?, a través de la
oración. Orar es tener intimidad con nuestro Amado, es acercarse a
Dios, pero más para escucharlo que para hablar. Esto es importante:
137
Un amor que no me dejará
cuando oramos, nosotros queremos escucharlo a Él, no hablar noso-
tros. Por eso necesitamos aprender a orar por nosotros pidiéndole
al Padre que Cristo se forje en nuestra vida. Esta es la oración por
nosotros. Porque, a veces, creemos que la oración por nosotros es
“Señor, arregla mi problema de pareja o dame la casa”. Pero el Señor
nos ha llevado a algo más profundo. Cada vez que ores por ti, tu
oración tiene que ser esta: “Señor, fórjate en mí. Quiero ser vestido
de Cristo”.
¿Y cómo es que Cristo nos viste? Primero, despojándonos. Él primero
nos va a desvestir, para luego vestirnos de Él. El Señor nos tiene que
sacar nuestras vestiduras para después vestirnos de Él. Observemos
cómo es la vestidura que tenemos puesta, el siguiente pasaje:
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo.
Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne,
los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no pro-
viene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus
deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece
para siempre.
—1 Juan 2:15-17
¿Cuál es la vestidura del sistema? Observa estos puntos y chequea si
estás vestido así:
138
Un amor que no me dejará
• Deseos de la carne: “Haz con tu vida lo que quieras, tú tienes
derecho. Tu cuerpo es tuyo, haz lo que él quiera, no importa si lo
respetas o no”.
• Deseos de los ojos: “Quiero esto, quiero aquello, quiero tener la
vida que lleva el otro”.
• Vanagloria de la vida: “Quiero tener éxito, quiero que me nom-
bren, quiero tener mucho dinero para que todos digan: ‘Mira
cómo creció y avanzó en la vida’”.
Este es el vestido que nos coloca el sistema que nos instruye: “Para
ser una persona exitosa y vivir bien, debes darles rienda suelta a los
deseos de la carne, a los deseos de los ojos y a la vanagloria de la
vida. Y acá Dios no interviene”. Esta es la vestidura del sistema. Pero
el Señor nos habla de esta manera: “Yo quiero desvestirlos de eso y
vestirlos con Cristo”. ¿Y cómo es la ropa de Cristo? Es una ropa celes-
tial. Nosotros estamos vestidos de Cristo. Observa cómo el apóstol
Pablo describe su éxito:
... en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desve-
los, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en
bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra
de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a dies-
tra y a siniestra.
—2 Corintios 6:5-7
139
Un amor que no me dejará
Pero a pesar de todo eso, él declaraba: “Todo lo puedo en Cristo,
que me fortalece”. Pablo estaba vestido de Cristo. Y estar vestido de
Cristo es una vestidura que se adapta a cualquier situación. Porque,
si está Él, todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Tú te darás
cuenta de que tu vestidura es Cristo cuando ya no anheles la ves-
tidura del sistema. El Señor te está despojando de la vestidura del
sistema para darte Su vestidura: Cristo.
140
37. ADMINISTRAR LAS RIQUEZAS DE
CRISTO
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre,
siendo rico, para que vosotros con su pobreza
fueseis enriquecidos”.
2 Corintios 8:9
E
l libro de Levítico, capítulo 8, versículo 30 dice: “Luego tomó
Moisés del aceite de la unción, y de la sangre que estaba
sobre el altar, y roció sobre Aarón, y sobre sus vestiduras,
sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de sus hijos con él; y santificó a
Aarón y sus vestiduras, y a sus hijos y las vestiduras de sus hijos con
él”. Las vestiduras son Cristo. Nosotros estamos ungidos y nuestras
vestiduras son Cristo. Él es la unción de nuestra vida, y no necesita-
mos nada más. Por eso, si vamos a hablar de éxito, debe tener sabor
celestial. Nuestro éxito debe tener olor celestial porque no es el éxito
del mundo, del sistema. Si no, vamos a sufrir toda la vida y a creer que
tenemos que estar todo el día en una posición de reconocimiento.
141
Un amor que no me dejará
El sistema te va a descartar como lo hizo Goliat con David. Le dijo:
“¿Qué vienes tú a pelear conmigo si eres una cucaracha? Vienes a
mí como si yo fuera un perro, pero ¿sabes cómo te mato yo a ti?”.
El sistema te dice: “Yo te muestro el dinero, los títulos y el placer
que tengo y te dejo por el piso. ¿Qué me vienes a hablar de Cristo?”.
Entonces, te acobardas porque te estás comparando con la vestidura
del sistema, porque no te diste cuenta de que tú y yo estamos vesti-
dos de Cristo, de que somos el Cuerpo de Cristo.
Fíjate en lo que le dijo David a Goliat:
Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y
lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová
de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien
tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y
yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos
de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra;
y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda
esta congregación que Jehová no salva con espada y con
lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en
nuestras manos”.
—1 Samuel 17:45-47
Hay Dios en mi vida. Hay Dios en mi familia. ¡Qué maravillosa pala-
bra! David no se amedrentó cuando Goliat lo quiso comparar y le
dijo: “Mira todo lo que tengo yo”. Ese jovencito no se asustó ni con-
sultó consigo mismo ni tuvo problemas de estima. No hizo nada de
eso, sino que tomó la palabra, porque él estaba vestido de Cristo, y
142
Un amor que no me dejará
declaró: “Mis armas son las armas de Cristo. Yo te voy a vencer por-
que Cristo me ha vestido con Su poder”.
David sabía administrar las riquezas divinas, y ahí está el secreto. Tú
todavía pretendes administrar las riquezas del sistema pero, cuando
aprendas a administrar las riquezas de Cristo, ahí te vas a dar cuenta
del poder del vestido de Cristo. Estas riquezas las conozco cuando
estoy en intimidad con Él. Porque, cuando yo estoy en Su Presencia,
conozco que tengo autoridad, que Él me ha dado Su justicia, que Él
me ha justificado, que Él me ha dado Su poder, que Él me ha dado
Su victoria, que todo lo hizo en la Cruz y, por lo tanto, soy libre en
Cristo Jesús.
Hay riquezas espirituales que son de un vivir celestial y, si empeza-
mos a administrarlas correctamente, el Señor las hará descender
a nuestras cosas materiales. Te toca a ti descubrir cuáles son esas
riquezas. Por ejemplo, cuando tú tienes tu portal, allí en esa relación
de intimidad estás administrando riquezas. ¡Eso nadie te lo quita! Y,
cuando administramos las cosas de Dios, estamos gobernando. Y si
gobernamos, todo lo demás viene por añadidura.
143
38. MIRAR MÁS ALLÁ
“Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová
con gloria”.
—Salmo 29:4
P
ara saber por quién oro y qué oro, necesito aprender a escu-
char la voz de Dios. Sin embargo, a veces, el problema radica
en que permitimos que lo que nosotros hablamos nos impida
escuchar la voz de Dios. ¡Somos charlatanes delante de Dios! Enton-
ces, no podemos permitir que lo que nosotros decimos nos impida
escuchar lo que Él quiere decirnos. Un pastor comentaba: “Resisto
la tentación de ponerme de pie de un salto solo porque he termi-
nado de orar. Claro, yo podría haber terminado, pero ¿y si Dios no
terminó? ¿Por qué me voy de ahí? Si Dios no terminó, Él es el primero
que llega y Él es el último que dice amén”.
Tenemos que aprender a orar con el espíritu, en lugar de decirle a
Dios lo que ya sabemos. “Es que yo te tengo que contar, Dios, lo que
es mi marido. Yo sé que Tú sabes, pero déjame contarte”. En lugar de
144
Un amor que no me dejará
decirle a Dios lo que Él ya sabe, lo invitamos a que Él nos diga cosas
que solo Él sabe: “Señor, dime cosas que Tú sabes y yo no puedo
ver”. Y el Espíritu Santo, que es el que nos va a revelar justamente, es
para nosotros como la torre de control de un aeropuerto. El avión
no ve nada, pero el que está en la torre de control le dice qué tiene
que hacer.
Así es el Espíritu Santo. “Yo no veo nada. Mi hijo o mi hija o mi pareja
está cada vez peor. No hay oración que alcance”, quizás digas. Pero
tú tienes que ver lo que el Espíritu Santo ve porque Él te va a mostrar
algo que no sabes de ellos, y que Dios sí sabe porque Él está traba-
jando en cada uno de ellos, así que no te asustes porque Él es el que
nos guía.
El Espíritu Santo es el que te dice: “Mira más allá, Yo te voy a guiar,
Yo te voy a conducir, Yo te voy a decir lo que debes orar”. Entonces,
siéntate para escuchar, más que para hablar. Ten intimidad con Él
para escucharlo a Él. Experimentémoslo más cada día. Ya no nos
sentamos a decirle todo lo que nos sucede, sino para estar en comu-
nión con el Señor, para que Él nos hable, porque queremos escuchar
Su voz. Todos tenemos el derecho, de parte de Dios, de escuchar Su
voz. Y todos estamos en condiciones de escucharla. Permite que Él
hable, aunque te cueste mucho escuchar y te muestre más allá de lo
que hoy puedes ver.
145
39. ¿QUIÉN ERES, SEÑOR? QUIERO
CONOCERTE
“... a fin de conocerle, y el poder de su resurrección,
y la participación de sus padecimientos, llegando a
ser semejante a él en su muerte...”.
—Filipenses 3:10
C
omo nosotros no somos muy buenos, a veces, para escuchar
Su voz, el patrón divino es que Él va a repetir las cosas más
de una vez. Él te va a repetir nuevamente lo que quiere que
escuches. Tal vez tú sigues orando por tu pareja, y el Señor te dice:
“Es por tu hijo, es por tu nieta, es por Margarita”. Y te lo va a repetir,
y va a haber coincidencias que te van a ir marcando que Él te está
guiando para orar por eso.
¿Te sucedió que el Señor te haya repetido algo? Una pastora
nos explica lo siguiente: “Dios me está hablando sobre cierto
asunto cuando parece que todo lo que escucho o leo durante un
tiempo apunta hacia el mismo tema. Cada vez que Dios se pone
146
Un amor que no me dejará
monotemático conmigo, mis oídos empiezan a animarse porque Él
me está hablando de algo”. El Señor te va a ir guiando, así que no te
preocupes.
“Señor, me cuesta escucharte porque hay muchas emociones que
me impiden escuchar Tu voz”, tal vez digas, pero Él te lo va a repetir
y te va a guiar. Y tú vas a ver carteles por todos lados y te vas a dar
cuenta de que lo que lees es lo mismo que Él ya te venía hablando.
Porque Dios no se da por vencido hasta que lo escuchemos a Él. Y,
cuando Él nos está guiando, nuestro espíritu se alegra.
Por último, a veces no podemos escuchar a Dios porque nos interesa
más escucharlo que conocerlo a Él. Pero lo más importante es que
aprendamos a conocerlo a Él porque, si yo lo conozco a Él, es fácil
escucharlo. Cuando yo lo escucho a Bernardo en un mensaje, ya sé
que es él, aunque me esté hablando desde el celular de mi hija. Yo sé
que es Bernardo porque ya le conozco la voz.
Nuestra intimidad es para conocer al Señor,
no para robarle Su voz.
Pablo estaba de camino a Damasco y, cuando cayó por la fuerza del
Señor que lo tiró al piso, él preguntó: “¿Quién eres, Señor?”. Esa
pregunta estuvo presente durante todo el ministerio del apóstol.
“Quiero conocerte más, ¿quién eres, Señor?”: esta es la pregunta que
tenemos que hacer en nuestro espíritu. Dile: “¿Quién eres, Señor?
Quiero conocerte. Quiero saber cómo eres. Anhelo Tu persona”.
147
Un amor que no me dejará
Durante todo su ministerio, en esa relación íntima, Pablo lo conoció
tanto al Señor que llegó a decir: “Todo lo demás es inútil comparado
al valor maravilloso de conocer a Cristo. Todo lo tengo por basura
con tal de conocerlo más a Él”. Pero, si tú no conoces al Señor, el
sistema te va a atraer todo el tiempo. Y vas a preguntar: “¿Por qué yo
no puedo vivir mi vida espiritual como a mí se me ocurre?”.
Porque todavía no lo conoces a Él. Cuando lo conozcas profunda-
mente a Él, todo lo demás va a ser basura con tal de conocer a Cristo.
148
40. EN ÉL YA ESTÁ TODO GANADO
“Mas Jehová es el que da la victoria”.
—Proverbios 21:31
E
n la oración corporativa, hay cosas que en privado el Señor
no nos va a responder porque quiere que las oremos en el
Cuerpo de Cristo. Pero, hasta que no entendemos el con-
cepto de Cuerpo, seguimos pensando en nosotros individualmente
y nos cuesta orar en las cuatro dimensiones. Porque nos enfocamos
en lo que “yo necesito”, en lo que “a mí me pasa”. Nos seguimos
mirando el ombligo porque no entendimos lo que es el Cuerpo
de Cristo. Cuando entendemos que Dios tiene un propósito más
grande que nuestra propia vida y nos metemos en Su corazón,
somos capaces de decir: “Señor, no importa lo mío, solo importa lo
que Tú quieres hacer”.
Somos el Cuerpo de Cristo.
149
Un amor que no me dejará
Hemos salido de nuestra individualidad para meternos en Él. ¿Y
sabes qué es lo importante en el Cuerpo de Cristo? Que, cuando veni-
mos a la reunión, somos Cuerpo. Cuando nos rendimos y decimos:
“No importa mi situación; yo estoy acá porque estoy en el Cuerpo”, el
Señor responde oraciones que no responde cuando estamos a solas.
Y no solo eso, sino que lo más emocionante es que, en el Cuerpo de
Cristo está toda la autoridad del Padre. El Señor nos ha llamado a
gobernar con Él, lo que solo se hace como Cuerpo de Cristo, no se
hace individualmente. Nosotros vamos a tomar autoridad porque
somos el Cuerpo de Cristo. En el Cuerpo está la autoridad de Dios.
Necesitamos saber que Él va a responder todas nuestras oraciones.
Él responde, como ya vimos, de tres maneras (“Ahora sí”, “Sí, pero
primero Yo tengo que crecer en ti” y “Sí, pero a Mi manera”), pero
siempre responde que sí. Ya no cargues gente sobre tus hombros
y empieza a orar por las personas que Dios te muestra, porque la
respuesta siempre es “Sí”. Ya sea que se trate de tu amiga más íntima,
de esa persona que no conoces o de sea ese familiar que todavía
no conoce a Cristo o que está apartado. El “Sí” es de Dios. Él ya te
aseguró que hay un “Sí”, y yo quiero que termines de leer este libro
declarando que la respuesta es “Sí” y “Amén”.
Él va a responder todas
nuestras oraciones.
150
Un amor que no me dejará
El profeta Habacuc decía:
Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie,
y velaré para ver lo que se me dirá, y qué he de responder
tocante a mi queja. Y Jehová me respondió, y dijo: Escribe
la visión, y declárala en tablas, para que corra el que le-
yere en ella. Aunque la visión tardará aún por un tiempo,
mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare,
espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.
— Habacuc 2:1-3
Tu familiar está “a punto caramelo” porque estamos orando en
el Cuerpo y estamos soltando autoridad. Toca Su corazón y dile:
“Señor, te creo. Creo que viene lo que me prometiste”. El sistema y la
religión no pueden, el enemigo no tiene autoridad, porque la auto-
ridad le ha sido dada al Cuerpo de Cristo. No te preocupes porque
en Cristo hay autoridad. Estamos vestidos de Su autoridad y poder y,
con ese vestido, tenemos la victoria.
Las palabras que usa Habacuc en este pasaje (guarda, fortaleza, afir-
mar el pie, velar) son términos militares. Estamos firmes delante del
Señor porque en Él ¡ya está todo ganado!
151
41. MARAVILLADOS ANTE SU GRANDEZA
“Gloria y hermosura es su obra, y su justicia
permanece para siempre. Ha hecho memorables
sus maravillas; clemente y misericordioso es
Jehová”.
—Salmo 111:3-4
E
lías y Eliseo siempre repetían esta frase: “El Dios, en cuya
presencia estoy”. Ellos estaban en la presencia del Señor todo
el tiempo. ¿Y qué significa “en cuya presencia estoy”?, que su
vida estaba bajo la voluntad de Dios. Por eso, cuando suceda algo en
tu vida durante el día, no te asombres. “Pero ¿por qué no sucedió
esto y sucedió aquello?”, tal vez te preguntes. Porque nosotros esta-
mos bajo la voluntad divina.
Entonces, no te estructures esperando una respuesta de una manera.
Dile: “Señor, Tú me estás guiando y lo vas a hacer como Tú quieras”.
No estructures a Dios. Estamos bajo Su dominio. De esta manera, tú
vas al banco o a hacer las compras o al trabajo, y expresas: “El Dios,
152
Un amor que no me dejará
en cuya presencia estoy, no se aparta de mí; y yo no me aparto de Él”.
¡Esto es maravilloso!
Esto significa que Cristo se está forjando en mí, porque ahora Cristo
no está lejos: ahora está cerca, y lo vivo y lo experimento. Cristo no es
un cuadro ni una oración suelta ni un domingo que voy a la iglesia;
Cristo es un vivir de todos los días. Por eso, nos damos cuenta de
que, frente a Su grandeza, no somos nada. Cuando tú empiezas a
darte cuenta, porque lo ves a Él, puedes expresar: “¡Señor, qué gran-
deza la Tuya! ¡Qué pequeña me siento!”.
No me pone mal sentirme pequeña porque Él es grande, y yo amo
verme envuelta en Su grandeza, amo ver que el Señor me toma, y
Él es soberano y guía y dirige mi vida. Yo estoy en Sus manos y me
siento pequeña, pero estoy alegre de la inmensidad del Señor. ¿Te
sientes así frente a Su grandeza? Observemos lo que dice este salmo
de David:
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estre-
llas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que ten-
gas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?
—Salmo 8:3-4
Le sucedía también al salmista, que solía decir: “Yo te veo a Ti y
veo todo lo que creaste, Señor; veo la inmensidad y digo: ¿qué es el
hombre?, ¿cómo puede ser que te ocupes del ser humano si eres tan
inmenso?”. A veces, nosotros nos agrandamos demasiado y, cada
vez que uno se agranda, Dios se hace más pequeño en nuestra vida.
Cada vez que tú dices: “Yo puedo, yo lo voy a lograr, yo no necesito
153
Un amor que no me dejará
de Dios”, Él se hace más pequeño. En cambio, cuando tú declaras:
“Señor, Tú eres la inmensidad, no alcanzo a conocerte, pero estoy
orando para tener Tu plenitud”, Él aumenta en tu vida. Y, aunque te
sientas pequeño, te vas a sentir enamorado, maravillado, del Señor.
154
42. ROMPER ESTRUCTURAS
“Y andaré en libertad, porque busqué tus
mandamientos”.
—Salmo 119:45
E
l espíritu de la oración nos convierte en personas dóciles.
“Docilidad” significa que puedes moverte y actuar en cual-
quier lugar. Ya no eres una persona que dice: “Acá, sí; acá,
no”, sino que eres capaz ahora de funcionar en cualquier lugar. “Ese
equipo, no, porque a mí no me gusta tratar con extranjeros”. Ya no
expresas eso porque ahora eres una persona sencilla y una persona
dócil. En el trabajo, te ubican en un lugar, y tú actúas con Cristo;
luego te ubican en otro lugar, y tú actúas con Cristo.
Hoy estoy acá y mañana estoy allá, pero ya no me importa porque
Cristo está en mí. Soy una persona dócil porque, si el Señor me
mueve, es porque Él tiene un plan más grande de lo que yo estoy
imaginando. ¡Qué maravilloso es el Señor! Necesitamos ser dóciles.
El alma vive y se nutre de estructuras. Y expresa: “Yo aprendí esto,
155
Un amor que no me dejará
y esto es así”; “Las cosas se deben hacer de esta manera; esto es lo
correcto y esto es lo incorrecto”. ¿Por qué?, porque el alma se ali-
menta del árbol del conocimiento del bien y del mal y maneja todo
con estos elementos.
Hay gente que tiene una estructura en su vida que la está enfer-
mando, porque la estructura encierra y esclaviza. Por eso hay tantas
personas que están mal: porque hay una estructura que hay que
romper. Y la única manera de romperla es que el Señor lo lleve a
cabo. Hay que romper la estructura de carácter, que es lo que nos
maneja.
Los hábitos que tenemos, que vienen de nuestra familia y que que-
remos seguir conservando, nos hacen expresar: “Esto se hace así,
esto no puede ser de otra manera, porque yo lo aprendí así y lo voy a
seguir haciendo así”. Pero eso tal vez nos está esclavizando y enfer-
mando porque somos prisioneros, y un prisionero termina enfermo.
Hay estructuras que, si las mantenemos, pueden hacernos daño.
Mucha gente comenta: “Esto a mí no me va a ocurrir; a mí no me va a
ocurrir lo mismo que le ocurrió al otro porque a mí me educaron de
esta manera”. Esto está hablando de carácter, de herencia, de hábito:
no está hablando de Cristo. Cada vez que tú digas: “A mis hijos no
les va a ocurrir lo mismo que a aquellos”, hay una estructura. Te das
cuenta de que es una estructura que viene del alma. Y la estructura
termina enfermándote.
El Señor viene a romper esas estructuras para que veamos que somos
vulnerables. Dios no quiere que pongamos nuestra confianza en los
156
Un amor que no me dejará
modelos de pensamiento del sistema o la tradición; Él quiere que
depositemos nuestra confianza en Él. Dile: “Señor, pongo mi con-
fianza en Ti”. Por eso el espíritu de la oración te trae docilidad. “No
entiendo cómo el Señor hizo esto antes, y ahora lo va a hacer de otra
manera”... porque el Señor no te va a estructurar. Tú tienes una vida
adentro que es Cristo, no una estructura. ¡Llévalas todas al Altar!
157
43. DIOS SIEMPRE TIENE OTRA SALIDA
“He aquí que en las palmas de las manos te
tengo esculpida; delante de mí están siempre tus
muros”.
—Isaías 49:16
E
l Señor se le apareció a Gedeón y le preguntó: “¿Qué haces ahí
escondido con miedo a los enemigos?”. Y Gedeón le respon-
dió: “Mi Señor, ¿cómo yo voy a salvar a Israel?”. Porque Dios
le había anunciado: “Con esta tu fuerza, vas a salvar a Israel”. “¿Cómo
voy a salvar a Israel? Yo soy de la familia más pobre que hay en Mana-
sés”. Eso es un sistema de pensamiento y, además, era una mentira
porque no era de la familia más pobre. Pero él, en su estructura y en
su manera de pensar, creía que era de una pobre familia.
El Señor tiene que quebrar ese sistema de pensamiento que tene-
mos en nuestra vida. Porque el espíritu de oración es una manera
de ser celestial, y nosotros tenemos una manera de ser natural que
incluye hábitos, costumbres, carácter, reacciones, actitudes. Por eso,
cuando viene el Señor a nuestra vida, la manera de ser celestial (el
158
Un amor que no me dejará
espíritu de la oración) choca con nuestra manera de ser natural. Y se
nos produce un cortocircuito.
¿Cuándo se nos produce un cortocircuito?, cuando oramos. Porque
frente a las circunstancias, en tu estructura, tú tienes tres mane-
ras de resolver. Por ejemplo, tienes un problema de pareja y dices:
“Señor, o se va él o me voy yo o nos cambias a los dos”. Tres maneras.
Y tú pretendes meter a Dios en esas tres maneras que tienes. De
manera que tu oración parte de una estructura: “Esto se puede resol-
ver así”. Pero Dios te dice: “No, ni de una manera ni de la otra, Yo lo
voy a hacer como Yo quiero”. ¡Señor, gracias porque lo vas a hacer
como Tú quieres, y no como a mí me parece!
Nuestras estructuras nos llaman y nos hablan; por eso nos cuesta
tanto escuchar la voz de Dios cuando oramos, porque nuestra voz es
muy fuerte. Tú dices: “Señor, esto tiene que ser así y, si no es así, voy
a tener un gran problema”. Pero Dios te responde: “No metas mano,
déjame a Mí porque Yo tengo otra salida que todavía no conoces, que
es más alta de lo que te puedas imaginar”. Dile: “Señor, me tienes
que derribar para que Tú seas soberano, no un títere en mi vida”.
Hay gente que tiene a Dios como un títere y hoy están y mañana no
están, hoy quieren y mañana no quieren, hoy se acercan y mañana
no se acercan. Sin embargo, para disfrutar de la eterna soberanía del
Señor, dejemos que todo lo de la Tierra se termine en nuestra vida.
Es interesante que, cuando Josué tuvo que ir a poseer la tierra, tuvo
que ir a Jericó. Dios le indicó: “Quítate el calzado de tus pies”. Ahora,
¿cómo es posible que, para ir a tomar un territorio donde hay que
159
Un amor que no me dejará
pelear una guerra, Dios le diga: “Quiero que lo hagas descalzo”? ¡Es
muy loco eso! ¿Cómo va equipado un guerrero a tomar un territo-
rio?, con armas, escudo, espada y un ejército enorme. Y, tomando
todas las armas, ataca.
Sin embargo, Dios no le dijo: “Vas a ir y vas a atacar”. Primero, le
pidió: “Quítate el calzado de tus pies”. ¿Por qué?, porque los zapa-
tos representan lo terrenal, y lo terrenal acá no cuenta: cuenta solo
lo celestial. Él nos ha introducido en lugares celestiales. El Señor
quiere ganar terreno dentro de nosotros y no nos va a dejar hasta
que vivamos la plenitud. No pienses en pequeño en las cosas de
Dios. Él quiere llenarte de Él, de Su plenitud, y lo está haciendo y lo
va a lograr.
¡Qué maravilloso es el Señor! Él va a ganar, y está ganando terreno
en nuestra vida.
160
44. ORAR EN GRANDE
“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz;
los que moraban en tierra de sombra de muerte,
luz resplandeció sobre ellos”.
—Isaías 9:2
C
uando oramos en las cuatro dimensiones, oramos por
nosotros. Pero ¿qué es orar por mí?, es orar para recibir algo
grande de Él. “Señor, no voy a orar por una casa pequeña:
voy a orar por una mansión”. Esto no es orar en grande, sino orar por
lo mío. Orar en grande es pedirle de Él. Es decir, todo lo que Él tiene
para darnos. Es decirle: “Señor, quiero más de Ti, quiero que Cristo
se forje en mi vida, quiero Tu plenitud, quiero conocerte cada día
más”. Observa lo que dice este versículo:
La reina del Sur se levantará en el juicio con esta genera-
ción, y la condenará; porque ella vino de los fines de la
tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que
Salomón en este lugar.
—Mateo 12:42
161
Un amor que no me dejará
Jesús está diciendo aquí: “Yo soy más grande que toda la grandeza
que ustedes conocieron. Ustedes conocieron la grandeza de Salo-
món y aman y adoran a Salomón, ustedes les hablan a sus hijos de
él, pero aquí Yo, Jesús, soy más grande. Hay algo más grande que la
grandeza de Salomón”. Entonces, cuando atravieses una situación
difícil, una crisis, no ores desde tu tierra, desde tu debilidad; ora
desde los lugares celestiales. Parte de Su grandeza, no de lo que a ti
te parece que va a ocurrir.
Si tú dices: “Señor, sácame a esa persona del trabajo porque me
molesta”, estás orando desde tu pequeñez. En cambio, si le pides:
“Señor, Tú eres grande para que estemos en este trabajo y para que
algo suceda en esta relación que hay acá. Muéstrame por quién y qué
orar, y lo voy a hacer”, estás orando desde Su grandeza. Y ello es estar
en la dimensión sobrenatural.
Tenemos que aprender a orar no desde nuestras circunstancias, sino
desde lo grande que es Él. Hace un tiempo yo anoté en la dimensión
“desconocidos”: “Estoy orando por este campamento de refugiados
en un lugar del mundo donde nadie puede salir”, porque el Señor
me mostró eso. Entonces, le empecé a preguntar al Señor qué orar,
porque mi oración normal natural del alma era: “Señor, envía misio-
neros para que les prediquen”. Le pregunté: “¿Cómo obras Tú en un
lugar donde no dejan entrar ni salir a nadie, donde les tiran comida
cada tanto y donde esa gente está creciendo en medio de un desierto
al que nadie se puede acercar? Y el Señor me dio este pasaje:
162
Un amor que no me dejará
El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que
moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció
sobre ellos.
—Isaías 9:2
Yo decía: “Espíritu Santo, dime cómo”, y el Señor me dio este pasaje.
Así pude orar de otra manera: oré desde la grandeza, y no desde mi
pequeñez. Yo me preguntaba: “¿Qué podemos hacer por esa gente?
Si entras ahí, te matan”. Y le pedía a Dios que enviara misioneros.
Pero el Señor me enseñó a orar por esos nombres que Él me estaba
dando. Tú también puedes pedirle: “Señor, enséñame a orar por
estas ciudades, por estas circunstancias. No quiero orar lo que sale
de mi alma, lo que a mí me parece. Quiero salir de mi naturaleza
humana para ir a la naturaleza celestial.
163
45. ÉL DIRIGE TODO
“Por Jehová son ordenados los pasos del hom-
bre, y él aprueba su camino. Cuando el hombre
cayere, no quedará postrado, porque Jehová sos-
tiene su mano”.
—Salmo 37:23-24
C
uando oramos, activamos la palabra. ¿Y qué sucede? Expe-
rimentamos la soberanía divina, lo cual significa que Dios
dirige todos los detalles, los pequeños y los grandes. Un día,
Jesús les dijo a los discípulos: “Vayan a tal lugar y pídanle al dueño
el burro, porque yo tengo que entrar a Jerusalén”. ¿Por qué no los
envió a que fueran y buscaran algún animal por algún lado? Él ya
había arreglado todo antes, porque el Señor arregla los detalles de
nuestra vida.
A ti te parece que no, pero el Señor está arreglando todos los detalles
de tu vida. Él dirige detalles. Tal vez te estás preocupando por deta-
lles, pero el Señor dirige todo. Él se está ocupando de eso; déjaselo
en Sus manos. “Pero ¿cómo voy a hacer con el dinero que no me
164
Un amor que no me dejará
alcanza?”. Tú déjate en manos del Señor porque Él se encarga de los
detalles.
Dios dirige también los tiempos. Él le dijo al pueblo de Israel:
“Rodeen la muralla de Jericó. Siete días van a estar rodeándola con
música. Y, al séptimo día, van a dar siete vueltas”. ¿Por qué no les
indicó que la rodearan una sola vez?, porque el Señor dirige los tiem-
pos. “¿Por qué no sucede esto ya, ahora, rápido? ¿Por qué no me lo
das ahora?”, preguntas. Y el Señor responde: “Yo tengo un plan más
grande de lo que Tú planeas y Yo soy el que organizo tus tiempos
porque un día me diste tu vida y Yo soy tu Señor”. “Señor, ¿por qué no
puedo tener una pareja ahora que soy joven para disfrutarla?”. “¿Por
qué tengo que dar siete vueltas alrededor?”, preguntamos nosotros.
Y el Señor nos contesta: “Porque Yo tengo un plan más grande de lo
que tú estás viendo y no quiero que te lo pierdas. Por eso, tranquilo.
Porque, aunque hoy no te lo dé, Yo estoy dirigiendo detalles”.
El Señor, además, dirige a las personas. Para tener la victoria, Josué
tuvo que depender de una prostituta que había en una ciudad.
¿Cómo se junta a Josué con Rahab que era una ramera? Eso lo hace
Dios; no hay otra manera. ¿Cómo entiendes que alguien lleno de
la presencia de Dios ahora tenga la victoria gracias a una prostituta
en una ciudad que esconde a los que estaban espiando? Eso lo hace
Dios.
Él pone (y quita) personas de nuestra vida. Porque Dios dirige las
circunstancias. Salomón le pidió a Dios sabiduría. Por eso tenía
una sabiduría maravillosa. Un día vinieron dos madres, también
165
Un amor que no me dejará
prostitutas; cada una había tenido un hijo. Una noche una de ellas
se dio vuelta en la cama y aplastó al hijo, que murió; entonces, se lo
cambió a la otra y le dijo: “Este bebé muerto es tuyo; el mío es el vivo”.
Hizo un intercambio de bebés. De este modo, fueron delante del rey,
y esta mujer le dijo: “Este es mi bebé vivo”; y la otra mujer dijo: “No,
ese es mi bebé. El otro no es mi bebé; ella lo mató. El vivo es mío”.
¿Qué hizo Salomón? Recordó cuándo él era pequeño y su mamá
tenía un afecto muy especial por él. Él sabía lo que era el amor de una
madre porque lo había experimentado. Entonces, les contestó: “Muy
bien, tráiganme la espada; vamos a cortar al bebé por la mitad. Una
mujer se lleva una mitad y la otra se lleva la otra mitad”. Y, cuando
dijo eso, la verdadera madre exclamó: “¡No, déselo a ella; prefiero
que esté vivo a que lo corten por la mitad, porque ese es mi hijo!”.
¿Cómo lo supo Salomón? Porque sabía que el corazón de una madre
iba a actuar de esa manera. Y Jesús dijo: “Acá hay una sabiduría en Mí
más grande que la sabiduría de Salomón. Yo sé cómo manejar tus cir-
cunstancias. A ti te parece que tienen que ser de una manera, pero Yo
sé cómo estoy manejando tu vida”. Porque Dios dirige los recursos.
Todo el mundo se asombraba de la riqueza que tenía Salomón. El
libro de 1 Reyes 10:5 dice: “... asimismo la comida de su mesa, las
habitaciones de sus oficiales, el estado y los vestidos de los que le
servían, sus maestresalas, y sus holocaustos que ofrecía en la casa
de Jehová, se quedó asombrada”. Pero el Señor tiene más riquezas
que todas las riquezas que tú hayas visto en esta Tierra porque Él te
da a manejar y administrar las riquezas celestiales. ¡Gloria a Dios
por eso!
166
Un amor que no me dejará
¿Cómo activo la soberanía divina?, orando. Todo se activa orando.
Por eso tienes que pedir todos los días: “Señor, dame el espíritu de la
oración”. Él está organizando tu vida y la mía bajo Su plan, no bajo el
nuestro. Deja de contarle a Dios tus planes, lo que tú quieres que te
ocurra en la vida, y dile: “Señor, yo abrazo Tus planes y quiero que se
activen en mi vida”. Cuando lo único que queremos son Sus planes,
entramos en una dimensión celestial. Recuerda: Él organiza toda
nuestra vida. Él es soberano.
167
46. ÉL NOS DISFRUTA
“Me sacó a un lugar espacioso; me libró, porque
se agradó de mí”.
—Salmo 18:19
L
a oración no es una actividad más en mi vida ni algo que yo
llevo a cabo en un momento de la mañana, o antes de irme a
dormir o de comer. La oración no está separada de mi relación
de intimidad con el Señor. La oración es un estilo de vivir celestial.
A veces nos sucede que, cuando queremos orar, pareciera que nos
cuesta tener intimidad. ¿Te sucedió alguna vez sentir frialdad y que
tu oración no llegaba a Dios? “Yo oro, y no pasa nada”, hemos dicho
todos alguna vez. A veces, nos aburrimos cuando oramos. A veces,
nos distraemos. Eso ocurre porque estamos orando mal. Porque no
podemos disfrutar al Señor, y el espíritu de oración es un espíritu
que disfruta de Su presencia. Yo lo disfruto, y Él me disfruta a mí. Por
eso, hasta que no podamos experimentar el disfrute divino, nuestra
168
Un amor que no me dejará
oración va a ser una actividad. Vamos a expresar frases como “Tengo
que ir a la iglesia”, “Tengo que orar” o “Tengo que leer La Biblia”.
Cada vez que yo digo “Tengo que...” es porque estoy usando mis
fuerzas y no estoy permitiéndole al Espíritu que haga la obra. Por
eso, cuando nosotros entendamos en el espíritu y experimentemos
que nuestra vida de oración es una vida de disfrute de Cristo, cuando
experimentemos llegarnos a Él, disfrutar Su presencia y saber que
Él nos está disfrutando, ese día vamos a hacer oraciones gloriosas.
El Señor está desmantelando nuestra manera de orar para que deje-
mos de orar que Cristo nos dé algo o haga algo en nuestra vida, y
empecemos a orar que el espíritu de oración se forje en nosotros
porque lo único que queremos es a Cristo. Pero, para llegar a ese
punto, Él tiene que quitar nuestras oraciones, que son actividades de
costumbre, de hábitos. “Yo suelo orar así; esta es mi manera de orar,
y lo voy a hacer como yo quiero”, decimos porque todavía creemos
que nosotros podemos manejar nuestra vida espiritual a nuestro
antojo. Sin embargo, nosotros le hemos entregado nuestra vida a
Cristo y Él es el que ordena todas las cosas.
Él es maravilloso, es bueno, es abundante.
¡Disfruta a ese Dios!
169
47. DOS MODELOS DE FAMILIA
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de
donde también esperamos al Salvador, el Señor
Jesucristo”.
—Filipenses 3:20
E
n la escuela celestial, Dios nos lleva a experimentar a Cristo
en las distintas áreas y circunstancias de nuestra vida. Por
eso tú vas a ver que el Señor te hará experimentar situaciones
económicas o familiares, o de salud, o con amigos, o con descono-
cidos. ¿Por qué?, porque Él nos está probando todo el tiempo para
forjarse en aquellos aspectos que todavía no están forjados. Dios
quiere que traigamos lo celestial a lo terrenal.
Yo estoy viviendo una escena terrenal, que puede ser con mi pareja,
con mi familia, con mis hijos o en lo económico, y lo que quiere Él
es que lo celestial absorba lo terrenal. Generalmente, nos sucede al
revés: somos absorbidos por lo terrenal, y lo celestial es: “Señor, a ver
qué vas a hacer”. Pero Él declara: “Yo quiero traer el Cielo a la Tierra,
170
Un amor que no me dejará
traer lo celestial a lo que estás viviendo en la Tierra. ¿Te gustaría que
eso sucediera?”. Esto es lo que está haciendo el Señor.
Por eso, Él va a tratar de que toda nuestra familia experimente a
Cristo. Toda tu familia va a experimentar a Cristo. Incluso ese fami-
liar que está endurecido. Tú no te preocupes porque los milagros
son de Dios; no tienes que hacerlos tú. Así, estamos dispuestos a que
el Señor siga haciendo milagros en nuestra familia, y lo vamos a ver
porque Él los está envolviendo en el círculo de amor de la oración.
Lo que Él quiere son familias forjadas en Cristo, que Cristo sea el
disfrute en esa casa.
Tal vez pienses: “Usted habla de la familia, pero yo estoy solo”. No
estás solo, porque perteneces al Cuerpo de Cristo, y esta es la fami-
lia. Dice La Palabra que Él hace habitar en familia al desamparado, y
la familia es el Cuerpo de Cristo. Lo que a otro le sucede con su fami-
lia, con sus hijos, a ti te sucede en el Cuerpo, que es nuestra familia.
Hay dos modelos de familia: el modelo de familia natural y el
modelo de familia celestial. El primero consiste en que la familia
sea feliz. “Yo quiero casarme y tener un hogar lindo con hijos y una
mesa larga donde todos estén sentados alrededor”. Es decir, como
en La familia Ingalls, ese programa donde los protagonistas tenían
algunos problemas, pero eran un amor. El sistema nos dice que este
debería ser el modelo familiar: que la familia sea feliz, que quieran
crecer y que se lleven bien entre todos.
En este modelo, tratamos de mejorar la familia haciendo esfuer-
zos. Entonces, aquí la oración es: “Señor, oro para que mi hijo, o
171
Un amor que no me dejará
mi marido, o mi mujer cambie”. O decimos: “Chicos, hay cosas que
hay que ceder, ¿qué le vamos a hacer?”. O buscamos un chivo expia-
torio en la familia, y hay uno al que le arrojamos todos los males o
que tiene todos los problemas, que es un desastre; y, en realidad, el
desastre es todo el resto.
Como familia, nosotros tenemos que seguir el segundo modelo,
lo cual implica tocar el Cielo en la Tierra, compartir al Señor, vivir
en Su presencia y resolver con Cristo las luchas internas que hay en
toda familia. Pero es solo con Cristo. Cuando podemos decirles a
nuestros hijos: “Esto lo vamos a resolver en Cristo, esto lo va a hacer
el Señor, no es con nuestra fuerza”, vemos la manifestación de Dios
en gran manera en nuestra casa.
Pero no porque somos perfectos, no porque somos la familia Ingalls,
sino porque dependemos solamente de nuestro Señor. Esto tiene
que ocurrir porque ese es el modelo celestial, donde Él nos satis-
face, y no esperamos que nuestra pareja ni nuestros hijos nos hagan
felices.
En la familia celestial, el amor de Cristo es el que se expresa, y no
el nuestro. El amor de Cristo que se derramó en nuestros corazo-
nes hace que nosotros podamos amar a los demás. Es Cristo mismo
expresándose. Él primero nos da Su amor para que nosotros poda-
mos amar. En este segundo modelo, sabemos que Él es el que nos
bendice. ¡Aleluya!
172
48. UNA VISIÓN TERRENAL
“El Señor dijo a Abram: ‘Deja tu tierra, tus pa-
rientes, la casa de tu padre y ve a la tierra que
te mostraré. Haré de ti una nación grande y te
bendeciré; haré famoso tu nombre y serás una
bendición’”.
— Génesis 12:1-2
E
ncontramos una familia muy interesante en La Biblia: la fami-
lia de Abraham y de Lot. Eran tío y sobrino. Eran un poco
raros, pero los vínculos sanguíneos eran como los de cual-
quier familia. Dios le indicó a Abraham que tenía que salir de su
tierra, de su parentela, porque quería hacer algo nuevo y llevarlo
a un lugar que Él le iba a mostrar. Pero le dijo que se fuera solo y,
lamentablemente, Abraham se llevó a su sobrino Lot, a quien quería
mucho y, de alguna manera, le iba a ser de ayuda en esa tierra des-
conocida. Lot representa los objetivos de las familias naturales. En
un momento del recorrido, él dijo: “Tío, yo quiero instalarme en
mi propia tierra y tener mi propia casa”. Representa justamente los
173
Un amor que no me dejará
objetivos de las familias naturales, donde cada uno quiere lo suyo
propio.
Las familias actuales buscan seguridad. Lot buscaba una seguridad,
y este es el objetivo de muchos que necesitan tener la casa, el auto-
móvil, las vacaciones, los sueños. En la familia natural, la cabeza de
sus integrantes está todo el día en eso, pues no piensan en otra cosa.
Su mente está llena de lo que necesitan.
A Lot no le gustaba vivir en tiendas, como vivía Abraham. ¿Cuál era
el problema de Lot?, que no tenía visión celestial. Él tenía una visión
terrenal y estaba instalado en cosas visibles. Por eso no podía ver lo
que Dios le había mostrado a Abraham. Ese es el gran problema de
las familias en el sistema que solo tienen visión terrenal. Ellos expre-
san: “Quiero llegar a fin de mes y que me sobre el dinero; quiero
comprarme esto y aquello, así que voy a trabajar más horas”.
Y no está mal trabajar y tener cosas, pero quisiera que entiendas la
diferencia entre los valores y necesidades de una familia natural y
las de una familia celestial. Lot, al no tener visión celestial y querer
instalarse, querer satisfacer sus necesidades, era un hombre inse-
guro. Era débil. Cuantas más seguridades naturales necesitas en tu
vida, más débil eres. Necesitas que las cosas te den seguridad. Lot era
débil porque no tenía visión celestial. Lo único que nos hace fuertes
en esta Tierra es tener la visión celestial, el plan divino en nuestra
vida. Y, por esta inseguridad que tenemos, criamos hijos inseguros,
dependientes de seguridades externas del sistema. ¿Qué le dice el
sistema a la familia? “Empieza a obtener todo lo que puedas, obtiene,
174
Un amor que no me dejará
obtiene y obtiene cosas”. Y, cada vez le pide más y más y más, pero
parece que nunca alcanza.
Esta es la familia natural, pero nosotros somos celestiales. ¡Gracias,
Señor, por eso! Tú y yo estamos en la escuela celestial, y el Señor nos
está forjando cada día. Amén.
175
49. UNA VISIÓN CELESTIAL
“Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la
ira del rey y se mantuvo firme, pues había visto
a aquel que es invisible”.
—Hebreos 11:27
A
braham representa el modelo celestial porque él tenía abun-
dancia en las cosas celestiales y buscaba una ciudad celestial.
Dios le había dicho: “Yo te voy a guiar y te voy a llevar, tú
confía en Mí”. Él estaba mirando algo más allá. Tenemos que mirar
más allá de nuestro ombligo.
Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al
lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber
a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra
prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con
Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa porque
esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto
y constructor es Dios.
—Hebreos 11:8-10
176
Un amor que no me dejará
No había ninguna seguridad para Abraham allí. Pero no lo vemos
a Abraham necesitando algo. Él salió sin saber a dónde iba porque
escuchó el llamado del Señor. ¿Por qué?, porque él no estaba con su
mirada en las cosas terrenales: él estaba con su mirada en las cosas
celestiales. Él no peleó con Lot cuando este le dijo: “Yo me quiero
ir de tu lado y tener mi propia tierra”. No le importó porque él no
estaba buscando su propia tierra, sino lo celestial. Abraham dijo:
“Esto que tú quieres no es lo que Dios me prometió a mí. Dios me
dijo que yo estoy sentado en lugares celestiales y que hay una ciudad:
la nueva Jerusalén, en la cual Él gobierna y reina; y yo voy por esa
ciudad”.
Abraham se limitó a decir: “¿Tú quieres ir para allá? Ve para allá; elige
tú porque a mí no me interesa elegir”. Y entonces el Señor le anun-
ció: “Todo lo que veas va a ser tuyo”. Porque, cuando tú eliges por
el Señor, todas las demás cosas que necesitas en esta Tierra Él te las
trae en abundancia”. Abraham fue un hombre bendecido en todos
los aspectos de su vida, pero él nunca miró lo terrenal: él siempre
miró lo celestial.
A Abraham lo vemos caminando; a medida que él avanza, dice: “Yo
soy peregrino y extranjero”. Él sabía que no había nada en esa tierra
para él; por eso no luchaba por nada de allí. ¿Por qué?, porque él
estaba esperando otra ciudad. Como resultado, el Señor lo fue enri-
queciendo. ¡Lo enriqueció muchísimo! Había momentos cuando lo
que le había dado Abraham lo perdía por un error o porque Dios se
lo pedía. ¿Y para qué lo hacía? No para dejarlo en pobreza ni para
177
Un amor que no me dejará
quitarle nada, sino para que él no se desviara nunca y supiera que
todo lo que tenía en su vida provenía de Dios.
El Señor nos hace esas cosas a veces: nos da porque Él es abundante
y quiere que vivamos bien en la Tierra; pero hay momentos en que te
sucede algo y te preguntas: “¿Cómo puede ser que haya perdido todo
y me haya quedado sin nada?”. ¿Sabes para qué lo hace el Señor?, para
mostrarte que el único en el que debes confiar es Él, porque todo lo
que tienes siempre provino del Señor.
Eso lo hacía fuerte a Abraham. Nuestras necesidades en la familia
solo Dios las puede suplir. Cuando le falta algo a un integrante, todos
en la familia sabemos que Dios le va a suplir lo que necesita. Así nos
convertimos en una familia de oración fuerte que compartimos a
Cristo y permitimos que Él se edifique en nosotros. La única fuente
de bendición es y será por siempre nuestro Señor. ¡Qué glorioso es
Él!
178
50. CASAS DE REFUGIO
“Su fundamento está en el monte santo. El Señor
ama las puertas de Sion más que todas las mo-
radas de Jacob. Gloriosas cosas se dicen de ti,
ciudad de Dios”.
—Salmo 87:1-3
E
l parámetro celestial para la familia es: Cristo-forjado en la
familia, Cristo-nuestra fuente y Cristo-nuestra abundancia.
Ese es el parámetro del Cielo, y debemos reconocer que si
esa familia funciona es porque Cristo es el Señor de ella. Por eso Su
tarea en nuestra vida personal y en la vida de familia será derribar el
sistema familiar que nosotros mismos construimos.
• Tal vez tú te esfuerzas para que tu familia funcione, y el Señor
dice: “Voy a derribarla”. Tal vez te pusiste mal por algo que ocu-
rrió, y el Señor dice: “Deja de sentirte mal por eso que te ocurrió,
porque es para derribar el sistema familiar que construiste con el
modelo natural”.
179
Un amor que no me dejará
• A Abraham lo sacó de la casa de su padre y de la tierra de su
parentela.
• A José lo tuvo que sacar de su casa de la infancia.
• A Marta la tuvo que sacar de la cocina de una vez por todas.
• Al ciego lo sacó del pueblo en el que se movía para poder sanarlo
porque, si no, no iba a poder sanarlo dentro de ese pueblo.
Él tiene que derribar nuestra biología, nuestro carácter, nuestras
costumbres familiares que venimos manteniendo hace años. “Yo a
mis hijos los crie para que estudien”, dices, y crees que es glorioso
que estudien. Pablo escribió: “Yo sufro dolores de parto para que
Cristo se forme en mis hijos espirituales”. Este es el dolor que tene-
mos que sufrir. Está bien que estudien, trabajen y avancen, pero
Cristo tiene que ser formado en sus vidas.
Dios tiene que derribar el modelo natural en nosotros para cons-
truir Su manera de ser. ¿Y sabes cómo lo va a hacer? A través del Altar,
donde van a ir quedando todas nuestras peculiaridades. Entonces,
vas a empezar a vivir libre de estas. En lugar de decir: “Yo soy así”,
pregúntale: “Señor, ¿cómo quieres Tú que yo sea? ¿Cómo tengo que
ponerles límites a mis hijos? Exprésate Tú en amor a través de ellos”.
¿Por qué no te dejas formar por el Señor?
El Señor no quiere que te esfuerces: quiere hacerlo Él. Deja de esfor-
zarte. “Tengo que criar a mis hijos. Yo no les pude dar nada y les
quiero dejar algo”. Permite que Dios lo haga porque Él ya dio heren-
cia para las familias. Las familias somos herederas porque somos el
180
Un amor que no me dejará
Cuerpo de Cristo. Por eso, deja de pensar del modo como piensa el
sistema. Dios trasciende cualquier costumbre en nuestra vida. Qui-
zás tú dices con respecto a tu pareja: “Él hace esto, pero yo lo quiero
hacer así”. Fíjate si, en tu casa, lo más importante es que Cristo sea
el Rey, el centro, el que suple, el que está para mí, para él o para ella,
para mis hijos y para todos, porque Él es el Dios celestial.
Nuestras casas van a ser casas de revelación. Nosotros vamos a com-
partir a Cristo; Cristo va a ser revelado en nuestras casas, y todos en
nuestra familia vamos a tener experiencias celestiales, aun los que
todavía no creen. ¡Todos! Porque hay uno que se atrevió a ser luz
verdadera en la casa.
Nuestras casas van a ser casas de refugio. Jesús estaba en Jerusalén,
pero lo que había allí no le gustaba, así que se iba a Betania, donde se
encontraba con sus amigos y tenía descanso. Hoy Betania es nuestro
corazón. El Señor quiere hallar descanso en nuestro corazón, pero
tenemos corazones con tantas cuestiones terrenales que Él viene y
no puede descansar. Él está ahí, turbado, y no puede descansar, pero
eligió Sion para habitar. Mira qué belleza es este salmo:
Porque Jehová ha elegido a Sion; la quiso por habitación
para sí. Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí
habitaré, porque la he querido.
—Salmo 132:13-14
Sion es nuestro corazón, y Él declara: “En tu corazón voy a habi-
tar, porque lo he querido y lo elegí como el lugar de mi descanso”.
¿Sabías que, cuando Dios viene a nuestra vida y lo escuchamos, lo
181
Un amor que no me dejará
llamamos, lo invocamos, Él dice: “Estoy descansando en tu corazón;
me hiciste un lugar seguro de descanso, me hace feliz descansar en
tu vida”? ¡Qué maravilloso!
182
51. ¿HACIA DÓNDE ESTÁS MIRANDO?
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.
—Mateo 6:33
D
ios nos va a guiar hacia dónde tenemos que mirar, porque
a veces miramos tantas necedades en nuestra casa, pero lo
único importante es el Cristo que portamos. Necesitamos
un cambio de mirada porque hemos sido llamados con un propósito
elevado, más grande que caminar por esta Tierra: a una ciudad celes-
tial, a una nueva Jerusalén, donde la Iglesia va a gobernar. El libro
de Hebreos 12:1-2 dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en
derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de
todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia
la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de
Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la dies-
tra del trono de Dios”. Todo se resume en esto: hacia dónde estás
mirando. El asunto de mirar es muy importante en nuestras vidas,
183
Un amor que no me dejará
y todo depende de dónde están puestos nuestros ojos cada día y
dónde mantenemos nuestra mirada, porque no es solo mirar hacia
el lugar correcto sino, además, mantener la mirada. Observemos los
distintos tipos de miradas:
1. Mirar hacia atrás
Lucas 9:62: “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en
el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. ¿Estás
mirando hacia atrás? ¿Estás diciendo: “¿Sabes por qué yo no tengo
un peso?, porque mi familia me gastó todo”? Si estás haciendo esto,
no podrás hacer el recorrido correcto y te desviarás en cualquier
momento. Por eso, es tan importante dónde pones la mirada.
¿Dónde estás poniendo los errores de tus hijos o de tus hermanos?
¿Estás mirando lo que hizo tu pareja? No mires hacia atrás. Cuando
lo haces, estás mirando en la dirección equivocada porque Dios no
tiene pasado ni presente ni futuro. Dios vive en la eternidad y quiere
que nosotros vivamos en esa eternidad. Entonces, deja de mirar al
pasado, de reprochar errores de otros, de hacerle pagar a tu familia
por los errores del pasado. Porque ese no es el lugar correcto. Nunca
te va a ayudar mirar para atrás porque no hay pasado en Cristo. El
pasado ya fue clausurado; el tuyo y el de toda tu familia. Cada cosa
que en tu corazón no está sana va a hacer que dejes de avanzar. Por
eso hay familias que avanzan y, de pronto, se estancan al mirar el
pasado. Nunca salen de la pobreza en todas las áreas de su vida:
espiritual, económica y emocional.
184
Un amor que no me dejará
2. Mirar alrededor
Leemos en Mateo 14:28-31: “Entonces le respondió Pedro, y dijo:
Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él
dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las
aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y
comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al
momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre
de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. Al ver el fuerte viento, Pedro sintió
miedo. Estaba mirando alrededor. Y, cuando vio el viento, dejó de
mirar a Cristo. ¿Tú qué miras en tu casa? ¿Estás mirando alrededor
o estás mirando el propósito que Dios está trabajando en tus hijos?
¿Cuál es el informe que das de tu casa? ¿Dices: “Mis hijos son un
desastre: no estudian ni trabajan”? ¿O eres como Josué y Caleb que
dijeron: “Mis hijos son tierra de bendición y van a vivir de gloria en
gloria y de poder en poder. Él lo va a hacer porque Él me lo prometió.
¡Y si Él lo prometió, Él lo cumple!”?
3. Mirar demasiado cerca
Leemos en 1 Corintios 13:12: “Ahora vemos por espejo, oscura-
mente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte;
pero entonces conoceré como fui conocido”. Mirar demasiado cerca
es mirar mis problemas, mis luchas, lo que a mí me falta, el conflicto
que yo tengo. Así, estás viendo lo que está delante de tus ojos y no
estás viendo lo que el Señor está haciendo a través de ese conflicto.
No lo puedes ver porque lo tienes cerca. Entonces, no logras ver
la grandeza del Señor. Si tú tienes un rango de visión demasiado
185
Un amor que no me dejará
corto, tu vida se va a volver pequeña porque hoy vas a resolver un
tema, mañana otro y pasado otro. Los problemas se van a seguir
repitiendo, van a ser iguales, y vas a volver a repetirlos la cantidad
de veces que sea necesario, y que Dios crea que es necesario repetir,
para forjar a Cristo en tu vida.
Él nos prometió una ciudad celestial donde vamos a estar gober-
nando, pero no gobierna el que tiene problemas, sino el que los
trasciende. Si el enemigo te toma y le haces caso, es para que retro-
cedas; en cambio, si le haces caso a Dios, es para que trasciendas.
O retrocedes o trasciendes. Cada vez que te suceda algo negativo,
recuerda esto: no es el fin porque Dios te prometió algo glorioso.
De este modo, esto no se termina porque eres eterno. Esa situación
te va a enseñar, a medida que trasciendes y avanzas, que puedes
contar con mucho más de lo que tienes ahora. Porque, si Él crece en
esta temporada, en la siguiente tendrás más Cristo en tu vida para
disfrutar y saborear.
4. Mirar egoísta
Leemos en Filipenses 2:4: “... no mirando cada uno por lo suyo
propio, sino cada cual también por lo de los otros”. Nos miramos
a nosotros mismos y decimos: “Si mi marido no consigue trabajo,
¿cómo me afecta esta situación a mí?”. Esta es una mirada egoísta,
porque no se trata solo de cómo me afecta a mí, sino de cómo Cristo
está trabajando en esta casa. Cristo está trabajando en tu familia y
está forjando más de Él en tu casa. Nuestras casas no están olvidadas
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Un amor que no me dejará
en medio de algún lugar. Nuestras casas son faros de luz en medio
de las grandes oscuridades de las ciudades.
Si tú tienes una mirada egoísta, todo te va a irritar y vas a ser una
persona egocéntrica toda la vida. Entonces, ¿dónde deberías mirar?
“Puestos los ojos en Jesús”. No digas: “Yo me mantengo enfocada
hacia adelante”, porque no hay futuro: hay eternidad. Y la eternidad
es más grande que el futuro.
5. Mirar a Jesús
Leemos en 2 Corintios 4:17-18: “Porque esta leve tribulación
momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y
eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven,
sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales,
pero las que no se ven son eternas”. Mantente enfocado en Él. Di:
“No voy a mirar alrededor”. No es fácil, pero no lo tenemos que hacer
nosotros: tenemos que pedirle al Señor que Él lo haga en nosotros.
“Señor, enfoca mi mirada; yo solo quiero mirarte a Ti, yo quiero que
en esta casa cada día se forje más Cristo”. Deja de ver más adelante.
No es “Dios hará”: es ahora, es hoy, porque Él vive en la eternidad.
Ellos esperaban una patria. La Biblia habla de hebreos extranjeros
y peregrinos porque esperaban una patria, pero que no estaba en
esta Tierra porque era la patria celestial. ¿Y sabes quién es esa patria?,
Cristo. La patria es Cristo, y nosotros, todo lo esperamos en Cristo.
Hay poder en tu casa. El Señor hoy te ilumina para que haya uno
que sea luz fuerte, uno que lleve luz a todos los demás. Él levantará
tu casa. Él levantará tu vida. Él levantará tu pareja. Él levantará a tus
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Un amor que no me dejará
hijos. Él levantará a tus nietos y a tus bisnietos. Él seguirá presente
por todas tus generaciones. El mismo poder. Él está derribando
costumbres, maneras de ser y miradas equivocadas que no miran a
Jesús. ¡Él las está derribando!
188
52. VER LO QUE NO VEO
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad
las cosas de arriba, donde está Cristo sentado
a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas
de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis
muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo
en Dios”.
— Colosenses 3:1-2
1. Sí, ahora
La primera respuesta que Dios nos da es: “Sí, ahora”. El libro de Jue-
ces es un libro de decepción. Porque venimos del libro de Josué,
donde todo es conquista. Llegamos a la Tierra Prometida, cruzamos
el Jordán y llegamos todos detrás de Josué. Pero, cuando se muere
Josué, aparecen los jueces. ¿Y por qué es decepcionante este libro,
aunque solo en una parte? Porque, cuando venía un juez, se volvían
en intimidad con Dios; pero, en un momento, se volvían a apartar
de Dios para seguir a otros dioses. El pueblo de Israel vivía en alti-
bajos constantes. ¿Conoces de altibajos? Un día bien, un día mal.
189
Un amor que no me dejará
Un día estoy con toda la fe, y al otro día no creo en nada. Así vivía el
pueblo de Israel con los jueces. Entonces, nosotros tenemos el “Sí,
ahora” que es hermoso, porque le pedimos algo y el Señor nos lo
da. Por ejemplo, tú oraste por tu amiga, y ella vino al equipo. Esto
es el “Sí, ahora”. O no tenías dinero para pagar un medicamento, y
vino alguien, te golpeó a la puerta y te dijo: “Tengo que traerte este
dinero, aunque no entiendo por qué”. Y era justo lo que necesitabas
para el medicamento. Este es el “Sí, ahora”.
2. Sí, pero primero crece
La segunda respuesta que Dios nos da es “Sí, pero primero crece”.
Cuando Josué entró en la Tierra Prometida, algunos se quedaron
cruzando el Jordán. Algunas familias preguntaron si se podían que-
dar ahí. Y Josué les respondió: “Sí, pueden quedarse las mujeres y
los niños, pero necesito que los hombres de guerra entren y limpien
a todos los habitantes del lugar. Porque Dios dijo que esa tierra es
nuestra. Así, una vez que ellos ayuden a sus hermanos a destruir a
todos los enemigos, recién entonces se pueden instalar”. ¿Y qué les
sucedió? Entraron y dijeron: “Sí, vamos a ayudar” y destruyeron a
todos, porque ellos tenían la victoria. Otra guerra, y destruyeron
a todos. Otra guerra, y conquistaron el territorio. Iban avanzando,
pero había mucho más por hacer, y esos hombres empezaron a can-
sarse. “¿Otra guerra más? Ahora queremos ir con nuestras mujeres y
con nuestros hijos”.
De igual manera decimos nosotros: “¿Otro problema más?”. “¿Ahora
tengo que orar por un amigo con todos los problemas que tengo
190
Un amor que no me dejará
yo?”. ¿Sabes qué hicieron esos hombres? Dejaron de pelear y se fue-
ron a establecer antes de conquistar todo. Se sentaron a tomar sol y
se establecieron. “¿Qué nos importa lo que no está conquistado? Que
sigan viviendo los que estaban viviendo antes”. Pero Dios les había
dicho que expulsaran a toda la gente de allí porque esa tierra era de
ellos. Sin embargo, como se habían cansado, dejaron territorio sin
conquistar. Y, cuando tú dejas un territorio de tu vida sin conquistar,
tarde o temprano te van a atacar. Un territorio en tu vida que no con-
quistes con la presencia del Espíritu Santo se va a volver en tu contra.
“Ya estoy cansado, ya morí. ¡Basta de llevar al Altar!”. Esto era lo que
les sucedía en el libro de los Jueces. Ellos entraron en desánimo
porque se cansaron. Venían de estar en victoria, victoria, victoria y,
de pronto, dijeron: “¡Basta! No queremos luchar más. ¿Cuándo se
termina esto?”. El problema es que empezaron a ver lo que faltaba;
empezaron a ver lo que se veía. Y, por ver lo que se veía, no vieron lo
que no se veía, que era la promesa de Dios de que ellos iban a ocupar
todo el territorio y siempre, en cada batalla, iban a tener la victoria.
Pero dejaron de verlo.
“¿Hasta cuándo voy a tener problemas?”, preguntas. Y el Señor te
responde: “Yo te prometí la victoria, y tú estás viendo lo que se ve.
Ata tu vida a la promesa, no a lo que ves. Empieza a ver lo que no ves”.
Dios le prometió a Israel: “Yo les doy victoria en todo territorio por-
que la tierra es de ustedes”, pero ellos se olvidaron. ¿Y sabes qué les
ocurrió?, comenzaron a conformarse. “Y bueno, esto es lo que hay,
ya está, no hay más, ¿cómo vamos a seguir luchando si son gigantes?”.
Y, cuando uno adopta esa actitud, el alma aprovecha y crece. Por eso,
191
Un amor que no me dejará
el Señor a veces dice: “Te voy a dar eso que me pediste, pero necesito
trabajar en tu vida. Te estoy puliendo porque tienes que crecer; de
lo contrario, el alma te va a comer”. No rindas tu alma cada vez que
viene un pensamiento que es de la carne, y vas a ver cómo va a crecer
la maleza en tu vida. Y, aunque el Señor te dijo que te va a dar la victo-
ria, tú estás viendo lo que se ve. Pero Él nos pide que veamos lo que
no se ve, que veamos lo que Él nos prometió. Porque, si Él dijo que
vamos a tener la victoria, la vamos a tener. ¡Gloria al Señor!
Lee este pasaje:
Juan 21:19: “Esto dijo (Jesús le dijo a Pedro), dando a entender
con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió:
Sígueme”.
Hay una muerte que glorifica a Dios. El Señor te dice “Sí” cuando
mueres a hacer tu voluntad, a seguir tu plan, a tus objetivos, a lo que
a ti te gusta. “Esa es una muerte que glorifica a mi Padre: cuando
aprendes a seguirme a Mí, y no a seguir tus impulsos; cuando apren-
des a escucharme a Mí, y no a escuchar a tu alma; cuando aprendes a
permanecer firme en Mí. Esa muerte, eso que llevas al Altar, glorifica
a Mi Padre”, expresa el Señor. Por eso, pregúntale siempre: “Señor,
¿con qué muerte te voy a dar gloria? Muéstrame a qué tengo que
morir, porque yo quiero darle la gloria al Padre. ¿Qué le va a dar
gloria al Padre? Dímelo, y yo muero a eso”. No dejes territorio sin
conquistar en tu vida. Por favor, deja de andar en tu fuerza, de ser
guiado, guiada, por tus impulsos, por tu boca que se abre y derrama
cualquier cosa sin que te importe nada. Di: “Muero a eso porque yo
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Un amor que no me dejará
quiero glorificar a Dios. Llevo al Altar esa respuesta impulsiva, esa
actitud impulsiva, ese creer que yo tengo todo claro y lo sé todo, ese
creerme algo delante de Ti, ese creer que siempre tengo la razón.
Muero porque sé que esta muerte va a glorificar a Dios”. Hay muertes
que glorifican a Dios. ¡Usa el Altar! Cuando usamos el Altar, Cristo
sale fácil e instantáneamente. Entonces, no voy a hacer lo que yo
quiero, sino lo que Él me diga; no voy a orar lo que yo quiero, sino
lo que Él me diga. Ve más profundo porque, aun cuando haya res-
puestas, el Señor te está diciendo: “Sí, te lo voy a dar, pero no ahora
porque tengo que pulir tu vida”. ¡Gloria a Dios por eso! ¿Quieres? “Yo
quiero”, le digo todos los días al Señor.
3. Sí, pero a Mi manera
Y hay una tercera respuesta que es: “Sí, pero a Mi manera”. El Señor
te dice que sí, porque las tres son “Sí”. Y, cuando el Señor te dice que
es a Su manera, es porque Él ve el cuadro completo, mientras que tú
y yo vemos solo una pincelada. Nosotros estamos acostumbrados a
ver capítulos de series en Netflix. Algunos ven todos los capítulos de
una temporada en un día. Nosotros hoy estamos acostumbrados a
ver capítulos, pero el Señor ve toda la obra completa.
El Señor ve el cuadro completo.
Tú y yo vemos solo una pincelada. Por eso, no podemos juzgar a Dios
por una pincelada en nuestra vida. Tenemos que decirle: “Señor,
muéstrame si quieres el cuadro completo; y, si no, yo sé que hay un
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Un amor que no me dejará
sí para mi vida y será a Tu manera. Pero el sí vendrá”. Queremos ver
ese cuadro. Haz esta oración conmigo de todo corazón: “Señor, acá
hay algo más grande, enséñame a ver la obra completa”. Y el Señor
te explica: “Esta pincelada es parte de una obra grande, de una obra
maestra, de un plan Mío que estoy construyendo en tu vida. No te
asustes por la pincelada porque la pincelada no es todo: hay algo
más grande”.
Dios le anunció al apóstol Pablo: “Vas a ir a Roma porque todavía
tienes que predicar Mi Palabra allí”. Yo me imagino que Pablo res-
pondió: “Bueno, Señor, sí. ¿Cuándo vamos? ¿Dónde compro los bole-
tos?”. Y el Señor le dijo: “¿Sabes cómo vas a ir?”. Se dio cuenta des-
pués, cuando ya estaba en el proceso. ¿Sabes cómo fue Pablo? ¡En un
barco con prisioneros! Porque Dios le dijo: “Sí, vas a ir a Roma, pero
a Mi manera”. Tal vez tú estás esperando un viaje a Italia en business,
y estás mirando ya cómo es esa clase especial en Alitalia... pero Pablo
fue esposado. Y llegó a Italia y predicó en Roma, y nunca se quejó.
Dios te dice: “Sí, ahora”. Él te dice: “Sí, pero tengo que crecer en ti”.
Y Él te dice: “Sí, pero a Mi manera”. Así es cómo el Señor te levanta
de la decepción, cuando ya no quieres pelear más, cuando no ves el
sí, cuando las cosas no ocurren. Y, de repente, empiezas a encontrar
bendiciones escondidas dentro de lo que estás viviendo. En eso que
vives todos los días, Dios te esconde bendiciones, y vas a salir de la
decepción. El gran error que cometemos es poner nuestros ojos en
lo que se ve, y no en lo que no se ve.
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Un amor que no me dejará
Pon tus ojos en La Palabra, en las promesas. Pon tus ojos en los testi-
monios que el Señor está haciendo y di: “A mí me va a suceder eso”.
Levántate de la decepción buscando las bendiciones escondidas.
Hay bendiciones escondidas
todos los días.
¿Sabes por qué a veces el Señor te la esconde? Para que el enemigo
no te la robe, para que tu alma no la tape. Lo hace para los que
buscamos, porque el que busca encuentra. Y, si tú eres un busca-
dor de la profundidad divina, vas a encontrar la bendición en cada
circunstancia que estés viviendo hoy. Mira cómo lo expresó David
en este salmo: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que
traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).
¿Qué cuentas tú cada día? ¿Cuentas tus miserias? ¿Sigues hablando
de tu pobre alma? Te vas a volver más pobre espiritualmente. Cada
vez que le das lugar a tu alma, te vuelves más pobre espiritualmente.
Y el alma te gana el terreno y te termina tomando. Por eso, David
pidió que le enseñara a contar sus días y que eso trajera sabiduría
a su corazón. Cuenta las bendiciones. Abre tu boca para hablar de
las bendiciones divinas. Abre tu boca para decir: “Hoy me levanté a
la mañana y, aunque mi casa es pequeña, abrí la ventana y entró el
sol. Vi el sol, y Él me dijo que Él es el sol de justicia, y dentro de poco
va a hacer justicia en mi vida”. Aprende a contar las bendiciones.
Aprende a verlo a Él. Aprende a contar Sus promesas y a hablar de
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Un amor que no me dejará
Sus promesas. Él tiene el sí en Su boca. “¡Sí, sí, sí! Yo te prometí ben-
decirte, y tu vida es una bendición”, dice el Señor.
Somos Tuyos, Señor, somos Tu Cuerpo, somos Tu Novia, somos Tus
amados. Te pertenecemos a Ti. Le dijo una vez alguien a Dios: “Ayú-
dame a ver la vida de tal manera, que todos los días recoja Tus bendi-
ciones como un ramo de flores de Ti para mí”. ¡Un ramo de flores de
bendiciones de Dios para mí! Yo espero que hoy, cuando termine el
día, tengas un gran ramo de flores en tu vida porque has visto todas
las bendiciones que Él hoy te repartió como parte de tu herencia.
Te animo a vivir en victoria viendo lo que no se ve,
porque lo que no se ve es eterno, y nosotros
vemos lo eterno. Amén.
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