Primera edición.
A un clic de ti.
©Aitor Ferrer
©Mayo, 2022.
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del autor.
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Mis redes sociales
Prólogo
—Claire, tú dirás lo que quieras, pero yo me estoy poniendo
nerviosa.
—No tienes ninguna razón para eso, Giselle, respira hondo y
confía, todo va a salir bien.
—Mira la cara de papá, a mí no me lo parece. Papá, ¿estás
bien?
Mi padre, que se llama Juan Diego, parecía estar en shock.
Habíamos llegado hasta el altar, yo cogida de su brazo, y
resulta que Beltrán no estaba allí.
Miré a mi madre y ella se echaba las manos a la cabeza
porque, al no llevar más que una pequeñísima y lujosa cartera
de mano, no tenía las pastillas de la tensión de mi padre. Y
para mí que le hacían más falta que nunca en la vida.
—Os digo que todo va a salir bien, solo debemos tener un
poco de paciencia, que eso no abunda en nuestra familia—
Claire siempre fue la optimista de las dos.
—Cariño, sé que tú quieres tranquilizarme, que eres un amor
de hermana y todo lo demás, pero yo estoy por desmayarme.
—Ni se te ocurra hacer eso, Giselle, que todo el mundo nos
está mirando…
—¿Y tú crees que quiero hacerlo adrede? Es que no me
sostengo en lo alto de estos taconazos, a mí me va a dar algo.
—Estás preciosa, mírame y respira como yo te diga…
—Que estoy en el altar, no dando a luz—Me encogí de
hombros porque aquel era el mayor desastre de la historia, a
mí me iba a dar algo.
—¿Y qué? Tienes que respirar y tranquilizarte. Te digo yo
que todo esto debe tener una explicación y pronto se va a
saber. Mírame, confía en mí, ¿vale?
La iglesia entera se volvió de repente y Beltrán entró. Sin
más, di una carrera hacia él con la intención de echarme en
sus brazos.
—¡¡¡Cariño mío, por fin llegas, ¿por qué no vienes de frac?
¿Vas a casarte con unos chinos? No entiendo nada, ¿te han
secuestrado y te acaban de soltar? ¿Es eso?!!!
No corrí sola, mi padre venía detrás, con tan mala suerte que
los nervios hicieron que me pisara la cola y me la rasgara,
cayendo yo al suelo.
Jamás podría haber pensado que iba a pasar por un bochorno
mayor el que se suponía que sería el día más feliz de mi vida;
el que me convertiría en la esposa del hombre del que estaba
enamorada hasta que el pecho me estallara de pasión.
—¿Te has hecho daño? —Beltrán me levantó.
—Creo que me he echado abajo las rodillas, pero ¿me vas a
decir ya lo que te pasa?
—Será mejor que se lo digas porque sabes que soy aficionado
a la caza—añadió mi padre, que parecía estar en trance.
—Lo siento mucho, Giselle, no me voy a casar contigo. Sé
que te estoy causando un daño que ahora crees irreparable y,
sin embargo, sería mucho más deshonesto decírtelo dentro de
diez años, cuando ya tengamos un matrimonio asentado.
—¿Cómo has dicho? — Ojiplático, mi padre tenía, además,
los ojos inyectados en sangre.
—Juan Diego, que no me voy a casar con tu hija porque me
acabo de dar cuenta de que no es el amor de mi vida.
Hubo de dar dos pasos atrás porque mi padre, sin más, quiso
echarle mano al pescuezo. Entre que él le hizo una buena
cobra y que mi madre y mi hermana corrieron también al
rescate, evitamos que lo dejara más seco que la mojama allí
mismo.
—¡Miserable! ¿Ahora te das cuenta de que no quieres a mi
hija? ¿Después de ocho años con ella? Yo a ti te mato…
—Déjalo, papá, seguro que ha bebido anoche, que saldría a
última hora con sus amigos y que le han echado algo en la
copa. Él no me puede estar diciendo esto, ¿a que no, cariño?
—le pregunté con lágrimas en los ojos.
—No me mires así que me da mucha pena, ojalá pudiera
decirte que es eso, Giselle…
—¿Entonces? —En ese momento fue a mí a quien las manos
le traicionaron y quise apretarle el gaznate hasta ponerlo del
color malva del vestido de mis damas de honor; mi hermana
Claire y mis amigas Mencía y Brianda.
—¡Tranquila, Giselle, tranquila!
—Estaré tranquila cuando este cante, ¿qué se supone que te
ha pasado? ¿Dónde han quedado todas tus promesas de amor?
¿Es que ha venido un tsunami y se las ha llevado? Porque
mira que eres empalagoso y yo encima encantada, que para
eso soy Cáncer y me gusta un mimo más que a un tonto un
lápiz, ¿se puede saber qué ha ocurrido?
—Eso hijo, por el amor del cielo, escupe—Se acercó su
madre.
—Es que me he enamorado locamente de otra persona.
—¿De otra persona? No me digas que eres gay, que te has
cambiado de acera porque ya me da…
—A mí sí que me va a dar un infarto, que me dejéis que le
arree, hombre—A mi padre lo sujetaban varios de los
invitados.
—Me he enamorado de Angie—Señaló hacia fuera y vi a una
motera explosiva con el casco en la mano. Por Dios, que se lo
hubiera hecho comer, ¿cómo era posible que aquella tetona
ensiliconada hubiera enamorado a “mi” Beltrán?
Pues lo era y tanto que lo era. Como que ella estaba allí tan
tranquila, esperando a que terminásemos de discutir para
llevárselo en su moto.
—¿Eso de la puerta es Angie? ¿Y qué tiene ella que no tenga
yo aparte de dos balones Nivea de plástico por tetas?
—Alegría, eso es lo que tiene. Una alegría increíble que me
contagia. Me he dado cuenta de que la que llevo contigo no es
la vida que yo quiero vivir. A mí me llama otra, una más
atrevida y sin miedo al “qué dirán”.
—¿Me estás diciendo que yo soy más aburrida que una ostra?
¿Y no te habías dado cuenta hasta ahora? No hará falta que te
mate mi padre, te voy a matar yo—Me tuvieron que aguantar.
—La conocí en mi despedida de soltero, Angie era la estríper
y desde entonces no me he podido olvidar de ella. Solo se
vive una vez, Giselle, y yo voy a escoger cómo quiero vivir.
Te recomiendo que hagas lo mismo si no quieres convertirte
en una amargada.
—¿Estás llamando amargada a mi niña? Aquí huele a muerto,
Beltrán, aquí huele a muerto—le espetó mi padre.
—Hijo de mi vida, no te reconozco, nos vas a convertir a tu
padre y a mí en el hazmerreír de todo Marbella—Su madre
estaba a punto del desmayo.
—No, mamá, papá ya te convirtió en eso. Llevas toda la vida
siendo la cornuda oficial de Marbella y pasas de ello con tal
de seguir casada y de tener un casoplón de revista y una vida
de la leche. Pues nada, que yo no lo critico y espero que tú
hagas lo mismo conmigo.
—¿De verdad te vas con la estríper? ¿De verdad?
—Sí, Giselle, lo siento de corazón y te deseo lo mejor.
—Pues yo a ti te deseo que te pille el tren, Beltrán.
Capítulo 1
Había pasado un año desde el peor día de mi vida, de uno del
que todo mi entorno se hizo eco.
Lo peor era que Beltrán parecía escandalosamente feliz con
su Angie, que ya estaba embarazada de gemelos. Normal, con
las tetazas que tenía la naturaleza debió pensar que eso no se
debía desaprovechar.
Claire vino y me abrió las cortinas, como tantas mañanas de
sábado.
—¿Quieres cerrar eso? Ya sabes que me molesta la luz de
buena mañana.
—Y a mí me molesta tener una hermana así de ñoña y me
aguanto. Ya te puedes levantar, que es sábado y el cuerpo lo
sabe.
—¿Qué es lo que sabe el cuerpo? El mío lo único que sabe es
que quiere seguir durmiendo.
—Eso por la mierda de las pastillas que te tomas por la
noche. Si salieras con las chicas y conmigo no las
necesitarías. Hoy nos vamos al club.
—¿Al club? Ni de coña, yo no pienso volver a aparecer por
ese nido de víboras, ya te lo he dicho mil veces.
—No has vuelto desde el día de la boda, no puedes seguir así.
—¿No puedo? ¿Y eso quién lo dice? Y otra cosa, no lo llames
así porque no fue el día de la boda, sino el día del aborto de
boda, el peor día de mi vida.
—Venga ya, cariño, podía ser peor.
—¿Podía serlo? Claro, supongo que el tren pudo arrollarme a
mí de camino a la iglesia, ¿no es eso?
—Por ejemplo. Y también te podías haber casado con un
hombre que ya no te quería y eso es una mierda, con sus seis
letras.
—No seas soez, Claire, a nosotras no nos han criado para eso.
—Querrás decir a ti, yo voy por libre, nos parecemos como
un huevo a una castaña.
—Eso es verdad, eres una rebelde sin causa, hermanita.
—Pero una que te quiere mucho y que sabe lo que te
conviene. Te dejaré mi mono naranja, el plisado que tanto te
gusta, si te levantas y te vienes.
—No tengo ganas de arreglarme, ya lo hemos hablado
muchas veces.
—Eso es verdad, que pareces un disco rayado.
—Si me dejaras un poquito tranquila y te fueras tú no tendrías
que escucharme.
—Vamos, cariño, ya ha pasado mucho tiempo, ¿vas a darle la
satisfacción de que te vea así toda la vida? ¿Cuántas veces
has salido en este año?
—Fui al cumpleaños de Brianda, ¿no lo recuerdas?
—Sí, lo recuerdo, ella tenía COVID y le celebramos una
fiesta de pijama virtual, te conectaste cinco minutos.
—Pues lo que yo te he dicho; que fui a su fiesta.
—¡Ya está bien, hombre! —Tiró de mis sábanas, parecía muy
enfadada.
—¿Qué se supone que estás haciendo? ¡Que me dejes en paz!
—¡Te levantas o te levanto! Mira, te lo voy a decir por última
vez; Beltrán no te quería y, puestas las cosas así, era como un
tumor para ti. Y la única solución con los tumores es la de
extirparlos. Ya está, fuera, voló… Y ahora debes volar tú, que
también tienes alas y estás recluida aquí en casa, en una jaula
de lujo, pero que no deja de ser una jaula.
—Ay, Claire, qué pesada puedes llegar a ponerte, está bien—
suspiré.
Era cierto que en el último año lo más trepidante que había
hecho era engancharme a todas las series que estrenaba
Netflix. Me aparté del mundo y no quería que nadie me viera.
Yo pertenecía a la generación de cachorros pijos de Marbella.
Mi padre contaba con una de las constructoras más potentes
de la zona y yo ostentaba un alto cargo en ella, después de
terminar mis estudios de Administración y Dirección de
Empresas.
Siempre dijeron de mí que era un coco y, aunque no lo era de
feo, lo cierto es que tampoco era la alegría de la huerta, para
qué decir. Mi carácter no dejaba de ser muy apocado, y por
eso me sentí inmensamente feliz cuando me hizo caso
Beltrán.
Mi novio y yo, así lo seguía considerando en mi mente
cuando no me acordaba de su alta traición, no nos parecíamos
en nada. Él era un joven médico que en su día me presentó mi
hermana Claire, que también lo era. Beltrán y ella eran
compañeros desde el instituto y luego volvieron a coincidir en
la carrera.
Por esa razón, tenía tres años menos que yo, los mismos que
Claire. Para mí era un yogurín y yo, que físicamente siempre
he estado de muy buen ver, también le hice tilín.
Pronto nos hicimos novios y las cosas nos iban viento en
popa. A su lado yo me sentía inmensamente feliz y Beltrán
sacaba lo mejor de mí. Supongo que ese fue parte del
problema, que para ver lo mejor de mí tenía que hacer un
esfuerzo considerable. Y él dejó de estar por la labor la noche
en la que conoció a esa chica y le enseñó que había más
mundos y que él no los había explorado.
A mis treinta y dos años, me encontraba más sola que la una y
amargada hasta decir basta. La casa que nos habían regalado
mis padres, por suerte, estaba solo a mi nombre, por lo que
eso no fue un problema. El problema más bien fue que no
volví a poner un pie allí porque los recuerdos me mataban.
Entre los dos, la habíamos amueblado y decorado a nuestro
gusto para vivir en ella después de la boda. Y cuando esta se
canceló fui incapaz de volver a entrar en el que estaba
llamado a ser nuestro nidito de amor.
En su lugar, seguí viviendo en la mansión que mis padres
tenían en nuestra ciudad, Marbella, muy cerquita de la playa.
Claire y yo nos habíamos criado con todo lujo de
comodidades y así seguíamos viviendo, por eso uno de
nuestros lugares más frecuentados fue de toda la vida el club
social en el que se reunía la flor y nata de la ciudad.
Tocaba volver a la vida, aunque malditas las ganas que tenía
de ello. Abrí mi armario y comprobé que, aunque seguía
teniendo ropa para dos vidas, no había ninguna prenda de
reciente adquisición porque no volví a tener ganas de ir de
shopping.
Claire, que no solo era mi hermana, sino uno de los
principales apoyos de mi vida, no tardó en volver con ese
mono naranja.
—No me digas que no es una virguería. Te lo vas a poner o te
lo vas a poner…
—Ya, o me lo voy a poner, entiendo.
—Claro que sí, venga ya, si te va a sentar fenomenal—Me
levantó el pelo mientras que me dejaba caer el mono por
delante del cuerpo frente al espejo. Si había de volver a la
vida, aquel era un color alucinante para hacerlo. Sabía que
todas las miradas estarían puestas en mí cuando llegara al
club. Era algo que no me agradaba, aunque debía pasar por
ello.
Capítulo 2
No pasé precisamente desapercibida, no. Claire, eso sí, no me
dejó un momento ni a sol ni a sombra. Mi hermana tenía toda
la sal que a mí me faltaba en la vida. Ella era divertida,
simpática, extrovertida, el alma de la fiesta…
Todos la querían y su popularidad era inmensa. Fue llegar y
enseguida las chicas nos arroparon y, en particular, Mencía y
Brianda, que eran mis mejores amigas desde niñas.
—No puedes estar más guapa, ¡por fin de vuelta al mundo de
los mortales! Estábamos por secuestrarte, sacándote a la
fuerza a la calle—Me abrazó Brianda, que lucía espectacular
con su traje ibicenco y sus altas cuñas.
—Era eso o demoler tu casa para que tuvieras que salir, ¿se
puede saber a qué se ha debido este tiempo de reclusión?
Parece que te hubieras metido a monja, criatura—Mencía
también se alegraba muchísimo de verme, con sus preciosos
shorts que le permitían lucir unos de los pares de piernas más
espectaculares de toda Marbella.
—Venga, venga, que ha sido un tiempecito que me he tomado
para pensar. No digáis bobadas.
—¿Un tiempecito? Un siglo y medio, hermanita. Menos mal
que ya se ha terminado, vas a vivir este verano a lo grande
con nosotras.
—Sí, que tenemos que hacer mil planes de chicas—añadió
Mencía.
—¿Y el buenorro? ¿Ya lo has borrado del mapa? —le
preguntó Brianda.
—Sí, sí, que era muy acaparador y estas piernas no han sido
esculpidas para que las acapare nadie—le contestó Mencía.
—¿De qué buenorro estáis hablando? ¿Es que a mí nadie me
cuenta nada? —me quejé.
—Es que para que te contemos cosas tienes que estar en el
mundo y como no has estado, pues te fastidias.
—Muy bonito. Venga, cuéntamelo y así me olvido de que
todo el mundo me está mirando.
—¿Quién te mira’ No seas paranoica que no mola nada, ¿eh?
—se quejó Claire.
—Hermana, me miran y lo sabes. Puedes hacerte la tonta, que
a mí me parece muy bien, lo cual no quita que me esté
mirando hasta el apuntador. Y no sabes lo mal que lo estoy
pasando.
—¿Tiene mi hermana monos en la cara o algo? —Se puso
Claire de pie y ahí sí que me sentí morir. Desde pequeñas, y
contra natura, era ella quien me defendía a mí y ese día no fue
menos—. No los tiene, ¿a que no? Muy bien, pues aire, cada
cual a lo suyo, a tomar vientos—Palmeó en el aire.
Claire nunca tuvo pelos en la lengua y no le habían salido en
aquel año. En un ambiente tan selecto como aquel, sentó fatal
su reacción, algo que a ella le importó lo que viene siendo un
rábano.
—Ya no te mirarán más. Y ahora te vamos a contar, dale,
Mencía.
—Pues nada, que conocí a un tipo en una App de esas de
ligue y no veas si estaba bueno…
—¿Y a ti te hace falta ligar en una App? Si eres
despampanante, yo alucino.
—Mira que eres sosa, ¿y eso qué más da? Las Apps son súper
divertidas, yo me lo paso bomba. Sobre todo, en la que
encontré a Javier, en Agenciateunmaromo.com.
—¿Cómo has dicho que se llama? — Tenía que haber
escuchado mal.
—Agenciateunmaromo.com. Es la mar de divertida. Mira, tú
eres una cazadora y te dan un tirachinas nada más entrar.
Luego, los tíos están subidos en árboles, como si fueran
monos. Y al que te gusta, le arreas una pedrada que lo tiras
del árbol y te lo llevas.
—¿Eso no es muy sexista? Lo veo un pelín provocador—Me
quedé con las patas colgando.
—Un poco, ¿y? Que se suben a los árboles porque quieren,
que allí no están por obligación, guapi.
—Eso es verdad, solo que yo soy un poco más convencional
para ligar.
No quería ni imaginarme el circo que debía ser ese. Ni
imaginármelo.
—Tú nunca has tenido que ligar. A Beltrán te lo presenté yo,
¿por qué no pruebas? —me preguntó Claire.
—No lo estás diciendo en serio, hermanita, ¿has bebido ya?
Si acabamos de llegar…
—No he bebido más que agua con gas, leñe. Y que yo sepa,
el gas no se sube a la cabeza.
—No, el gas es más traicionero. Ese se queda en la barriga y,
a la que haces un movimiento, te la lía bien liada—Se rio
Claire.
—Como le pasó a Brianda de peques en las Girl Scouts, ¿os
acordáis?
—Ya estaba tardando en salir a la luz el suceso estrella de
vuestras vidas, ¿cuánto vais a tardar en olvidarlo?
—Ay, palabrita del Niño Jesús que llevaba un año sin
acordarme.
—Claro y ahora vuelves a la vida y te unes a las risas en lugar
de defenderme, ¿esto va a ser para toda la vida?
—¡Y para la siguiente! —Patalearon Mencía y Claire.
—Me llamasteis “peona” durante años.
—Es verdad y, si quieres, te lo podemos volver a llamar
ahora, en honor a los viejos tiempos.
—Y os despellejo a las dos aquí mismo, Claire, así que
menos guasa. Fue una situación de lo más embarazosa.
—Mirad, de ese suplicio sí que me he librado yo, del
embarazo—añadí.
—¿Y eso? ¿Sigues con esa paranoica de que no quieres tener
niños, Giselle? —me preguntó Claire.
—Claro que sí. Y además que ahora, como no sea del Espíritu
Santo…
—No digo ahora, sino cuando tengas a alguien en tu vida,
bobi.
—En primer lugar, no volveré a tener a un tío en mi vida, ya
paso. Y en segundo, de los niños sí que paso. Yo se lo dije a
Beltrán que sí teníamos sería uno como muestra y que me
tendría que amarrar para hacérmelo. No me gustan esos micos
y nunca me han gustado, ¿es un delito?
—Es un delito que lo digas con cara de asco, guapa, con lo
ricos que son. Yo estoy que muero de amor con mi sobri—
añadió Mencía.
—Pues para ti entero, a mí los niños me empachan solo con
verlos. No puedo, son superiores a mis fuerzas, ¿qué le voy a
hacer?
—Dejadla, que está más bobi. Mira quién viene por ahí, es
Peter, el hijo pródigo de los Spencer, que ha vuelto a casa
después de cursar el máster en Estados Unidos, ¿se puede ser
más ideal?
—No lo sé, pero estoy segura de que no se puede ser más
golfo. Ese fue a la despedida de soltero de Beltrán y vio cómo
se coció todo. No puedo ver a ninguno de sus amigos.
—¿Y qué culpa tiene Peter? A ver, que quien tenía novia era
Beltrán, no pueden pagar justos por pecadores—Brianda lo
tenía claro.
—Ya, pues yo los meto a todos en el mismo saco. Son unos
golfos totales. No quiero saber nada de ninguno.
—Está bien, tendremos que sacarte por otros sitios, no te
ofusques. Madre mía, qué cruz—Las chicas sabían que yo no
se lo podría fácil.
Capítulo 3
Aquel otro sábado por la mañana mi hermana se puso de lo
más pesada.
—Tienes que salir con nosotras quieras o no quieras. Fui a
quemar tarjeta ayer y traje cosas para las dos, monerías
varias, nos vamos a pelear por ellas, ya lo verás.
—De eso nada, toditas para ti, cero conflictos. Van a poner
una serie en Netflix que estoy deseando ver, a mí no me
mueves del sofá.
—¿Verano en Marbella y tú eliges ver Netflix? Sabía que te
quedaste tocada del ala, pero no tanto. No, hija, no, tú vas a
salir con nosotras.
Cuando Claire se ponía pesada no había un dios que la
aguantara y era el caso. Le había dado porque saliéramos y
cualquiera le quitaba la idea.
A tirones, me llevó hacia su dormitorio y me enseñó lo que
tenía encima de la cama.
—¿Qué te parece?
—Que te has gastado el sueldo del mes y la paga extra.
—De eso nada, papá me sigue dejando la tarjeta, lo mío ni lo
toco.
—Mira que te ha gustado siempre lo de los trapitos. Yo he
sido más clásica…
—Lo cual no significa que no te hayan gustado, solo que tu
estilo es otro. Pero ese estilo ya es parte de tu pasado, ahora
vamos a crear una Giselle 3.0, tu mejor versión, hermanita.
—No te pases, que empiezas por ahí y me pones un cinturón
ancho por falda, yo no tengo las piernas de Mencía.
—Ni yo tampoco, pero las tuyas son preciosas y te toca
lucirlas. Mira, este short en color frambuesa te va que ni
pintado con unas sandalias que tengo yo aquí.
De siempre tuvimos la misma talla y el mismo número de pie
y, aun así, no solíamos compartir prendas ni zapatos porque
nuestro estilo era radicalmente distinto; el de Claire mucho
más atrevido y rompedor que el mío.
Debía reconocerlo, por mucho que solo nos separaran tres
años, parecíamos pertenecer a generaciones distintas, algo
que nunca me preocupó.
—No pienso ponerme esos shorts, son muy descarados.
—¿Descarados? No me hagas hablar, no te pondrás uno de
tus clásicos vestidos, que están genial para que se volviera a
rodar la serie “Velvet”, así rollo Paula Echevarría en los años
50, hermanita.
—Mira que eres boba. Yo nunca me he puesto un short y no
me veo con él.
—¿Cómo te vas a ver si todavía no te lo has probado? Mira,
yo voy a sacar a la mujer moderna que llevas dentro, porque
no lo sabes, pero en tu interior hay una.
—Debe estar muy escondida, sí, porque yo no la veo.
—Tú déjame a mí—Se puso a calibrar.
Lo que yo podía temerle en situaciones así era poco, porque
mi hermana comenzaba a hacerme una reforma de “chapa y
pintura” y se quedaba sola.
—Cuidadito con lo que me haces, que no quiero parecer una
mujer de mala vida.
—¿Una mujer de mala vida? ¿Te refieres a una prostituta? —
Comenzó a patalear.
—Obvio y esa es una mala vida, ¿o me vas a decir que es
buena?
—No, no, claro que no. Pero que esa frase es del siglo
pasado, lo mismo que tu peinado.
—¿Qué le pasa a mi peinado? ¿Tampoco te gusta? Tú
siempre has dicho que tengo pelazo.
—Y lo tienes, el disgusto no te ha dejado calva como la
palma de mi mano, mujer. Eso sí, a ti te llevo a hacerte unas
mechas como Dios pintó a Perico. Levántate que nos vamos a
la pelu.
—Yo ahora paso de ir a la pelu, no tengo ganas.
—¿Y a mí qué me importan tus ganas? Es un caso de
necesidad, como si tuvieras piojos.
—¿Cómo va a ser igual? No seas ignorante, los piojos afectan
a los demás.
—Y tu peinado también y el que no lleves unas mechas en
condiciones, lo mismo. Ahora mismo Blanca te pone en
órbita, ya la he llamado hace un rato.
—¿Hace un rato? Entonces lo tenías todo premeditado,
¿puede ser?
—Pues sí, puede ser, ¿y? No puedes objetar nada, te lo
advierto.
—Puedo objetar lo que me salga del alma.
—Y yo puedo pasar de ti como de comer mierda. Tenemos
que hacer que tu imagen sea atractiva. Y con esos pelos que
me llevas como que te pareces a la prima hermana de una
condesa, no tienes un rollo guay, te lo advierto.
—Mira que te gusta meterte conmigo, conseguirás que lo
hagan deporte olímpico.
—Estoy en ello. Venga, nos vamos, que Blanca nos espera.
Llegamos a la pelu y como que Blanca, que llevaba un año
sin verme por allí, se quedó loca.
—No te has cortado ni las puntas, de locos, en mi vida he
visto algo más descuidado.
—A ver, Blanca, no exageres, que tampoco acabo yo de
llegar de “Supervivientes”. Mi pelo está sano, solo que…
—Que le falta que le meta la tijera en condiciones y que le dé
color. A ver, mírame, tenemos que aportar luminosidad por
aquí, por aquí, por aquí y…—Señalaba varias partes de mi
melena.
Blanca era una artista de la peluquería y era obvio que me
daría un toque mucho más sofisticado y moderno que el que
yo llevaba. Quizás tuvieran razón todas y yo me hubiera
descuidado “un poquitín”, qué se le iba a hacer.
Me senté tranquilamente y ella comenzó a hacerme un masaje
capilar. Esa era otra, desde que pasó lo de la “no boda” no
había vuelto a dormir en condiciones y por eso de día podía
quedarme sopa hasta en el palo de un gallinero, como decía
Rosa, nuestra cocinera.
Así las cosas, tan pronto comenzó a darme ese masajito tan
rico en el lava cabezas, me abracé a Morfeo y no lo solté
hasta que las escuché cuchichear.
—Que no te has pasado, estará genial—le decía Claire y,
cuando miré, vi tal cantidad de pelo largo en el suelo que casi
me muero de pensar que era mío.
—No, no, no es verdad, ¿me habéis arrancado hasta el cuero
cabelludo como a los indios? — Directamente me eché a
morir.
Fue lo más fuerte del mundo entero mundial. En mi vida me
había cortado tanto el pelo.
—Es que tenías las puntas abiertas, hermana, había que cortar
por lo sano.
Mi larga melena, ¿dónde estaba? Me levanté de un salto y me
fui hacia el espejo. A traición, me lo habían cortado a traición
en el mismo lava cabezas mientras yo dormía.
—Tranquila, que ahora te igualo—me comentó Blanca
mientras yo chillaba horrorizada.
El pelo me lo había dejado por encima de los hombros y es
que no me reconocía.
—¿Qué me habéis hecho? Insensatas, esto ha sido un
atentado, podría denunciaros por menos.
—Y en su lugar estás encantada, no hay más que vértelo en la
cara—Claire se reía a mandíbula batiente.
—¿Te lo estás pasando bien? Has atentado contra mi imagen,
esto es un atentado. Y Blanca es tu cómplice, sois dos brujas.
—A mí más bien me dicen que soy maga, bonita, ven que te
igualo.
—No me atrevo a acercarme, al saber cómo vas a utilizar esas
tijeras del diablo.
—Diablo por aquí, por desgracia, no hay ninguno. Que
estamos un poco escasitas y lo mismo nos daba con el…—
Claire se contuvo porque una señora mayor la miró.
—Yo quiero que me dejes el pelo como a esa chica, qué
melena tan bonita—le pidió la señora.
—Engracia, y yo quiero que entre Javier Rey por la puerta y
me pida matrimonio, pero se ha metido por medio Blanca
Suárez y no hay nada que hacer. Usted se tiene que conformar
con su permanente cortita.
—Pues vaya tela, entonces no haces tú tanta magia, Blanca.
—A ver, la Virgen de Fátima tampoco es que sea.
Capítulo 4
Sábado noche y mi hermana diciendo que el cuerpo lo sabía.
Y el mío lo único que sabía era que le apetecía preparar
palomitas y sentarse en el sofá.
—Ni loca, ya estás soltando eso que te hemos puesto que te
pareces a Elsa Pataky, y eso se ha de aprovechar.
—¿A Elsa Pataky? Si no me reconozco ni yo.
—Pues estás monísima de la muerte. Y te vas a poner el short
frambuesa que te dije, le he buscado un top que le va que ni
pintado.
Salió corriendo y vino con uno.
—¿Con la espalda fuera? Ni de coña, lo estás flipando. Eso
no me lo pongo yo.
—¿Qué espalda fuera? Dios mío, más sosa y no naces. Solo
es la parte superior de la espalda con estos tirantes que son la
bomba y ese medallón dorado en el centro. Si es que vas a
causar furor…
—¿Y para qué quiero yo causar furor? Venga, explícamelo,
doctora, tú que eres tan lista.
—Para que te salga novio de una puñetera vez y me quites esa
cara de pija amargada que me llevas.
Era curioso. En teoría, mi hermana y yo debiéramos ser igual
de pijas al habernos criado en el mismo ambiente. Y, sin
embargo, no era así para nada. Ella ejercía de pija en el
sentido de que todavía compraba a diestro y siniestro en los
sitios más “chic” de Marbella con la tarjeta de papá y demás,
pero luego era una chica de lo más sencilla capaz de soltar lo
más grande por la boca.
Por el contrario, yo era infinitamente más comedida y sí que
había hecho del ser pija una religión. Una pija clásica, eso sí.
Y por lo que decían las malas lenguas, empezando por la de
Beltrán, también aburrida.
Me fui a mi dormitorio a esperar a Claire, que no tardaría en
aparecer, y mientras me quedé mirándome en el espejo. Era
innegable que estaba favorecida y que aquellas mechas
aportaban luminosidad a mi pelo, así que sonreí.
No recordaba cuándo fue la última vez que la sonrisa se
dibujó en mi cara, pero en el último año podían contarse con
los dedos de una mano.
Me senté en la cama y abrí el móvil. Lo que más me dolía era
que mi ex publicaba en abierto todo y yo caía una y otra vez
en la tentación de abrir sus publicaciones. Conmigo apenas
publicó nada y, sin embargo, con su rubia explosiva debía
estar que no cagaba porque lo publicaba todo.
Esa tarde habían agradecido a todos las muestras de afecto
recibidas a unos días de que llegaran sus gemelos, que iban a
ser dos niños. A mí me repateaba y eso que yo niño no quería
“ni el de la bola” como se suele decir.
No eran esos bebés lo que me fastidiaba, sino la felicidad que
mostraba con una chica que parecía serlo todo para él y con la
que derrochaba una efusividad que jamás dejó ver conmigo.
—¿Ya estas otra vez espiándolo? —Me quitó el móvil Claire.
—No lo espío, está puesto para todos. Es una terapia, solo
eso.
—¡Y una mierda una terapia! Es una manera de no pasar
página, te he dicho mil veces que no debes ver nada, ¡qué
cruz!
—Es que yo…
—¿Tú qué? No me vengas ya con la lagrimita que me das la
noche, no sabes el coraje que me da…
—Es que yo siento que lo sigo queriendo, eso es lo que
siento.
—¿De verdad puedes quererlo después de lo que te hizo? Yo
no lo creo, más bien pienso que lo que te pasa es que te
sientes sola, pero eso tiene más que ver contigo que con él.
—Vaya, por una vez me lo estás explicando de un modo más
fino.
—Aunque viene a ser lo mismo, hermanita, que necesitas un
pollazo—me soltó como siempre.
—Qué raro que no hubiera salido ya esa porquería de tu boca.
—¿Porquería? Depende de quien te lo dé. Hay pollazos que
son para hacerles un monumento y otros para olvidar, eso es
cierto.
—Qué harta me tienes, niña.
—Pues anda que tú a mí, que tenemos que buscarte un
maromo, hombre, que así no vas a ninguna parte.
—Ya, si te parece me apunto a una App como la loca de
Mencía.
—Si no fuera porque ya estás apuntada—me soltó y me
quedé loca.
—¿Qué has dicho? Por Dios, dime que no es verdad, que te lo
acabas de inventar.
—Es que al salir de la pelu estabas monísima y te hice esa
foto, tan ideal para el perfil…
—¡A mí no me la das! Tú esto lo tenías perfectamente
orquestado, eres maquiavélica, Claire. Te pido, no, no te pido,
te exijo que me saques de ese antro de perdición virtual.
—¿Cómo lo has llamado? Repítelo, por favor, que quiero
grabarlo, ¿antro de perdición virtual has dicho?
—Exactamente y si tuvieras dos dedos de frente entenderías
que yo no hago nada entre tanto pervertido…
—Para el carro, ¿Mencía es una pervertida? ¡Y ella se lo pasa
pipa, no para de conocer gente!
—¿Tú me ves a mí disparándole a las fotos de los tíos? Ni en
mil vidas, así en plan cazadora.
—No te he visto nunca en plan “La guerrera Xena”, pero
cosas más raras se han dado.
—Sí, como el insólito caso de una hermana que mató a otra
un sábado noche porque no paraba de decir barbaridades,
como ese caso.
—Tú déjalo estar, yo ya te iré avisando si veo algo
interesante. Mientras, daré los tiros por ti.
—Te prometo que como me reconozca alguien de mi entorno
y se ría de mí no te perdono en la vida. Esta me la pagas,
Claire, me la pagas.
—Almendruca, si te reconoce alguien será porque también
está ahí, ¿cómo se va a reír? Venga a vestirte que las niñas
nos están esperando y la noche promete, ¡vamos a quemar
Marbella!
—En una pira funeraria me voy a tomar yo la molestia de
quemaros a las tres, seguro que ha sido idea de todas.
—Pues sí, que estamos preocupadas por ti, nos lo deberías de
agradecer en vez de quejarte tantísimo como te quejas. Aquí
tienes la ropa y te quitas las perlas de las orejas, pero ya. Te
he traído unos pendientes de Uno de 50 con los que vas a
estar sensacional, mira qué monada.
—Son demasiado largos y llevan cuero, paso.
—¿Tienes alergia al cuero? Me podía imaginar que la tuvieras
al látex, hermanita, que no te veo yo rollo sado. Pero al
cuero… Son una preciosidad rematada en plata, te los vas a
poner sí o sí, no sé si me estoy explicando.
Se explicaba divinamente y lo logró. El asunto fue que esa
noche salí que lo único que llevaba mío eran las bragas y a lo
justo. Y encima la muy vacilona me preguntó que si no serían
de cuello vuelto. El cuello era lo que me daban a mí ganas de
retorcerle y más cuando vi que los chicos me miraban al
entrar en el local.
—Si es que estás preciosa. Venga, sonríe, sonríe, que hoy
comienza tu nueva vida—me decía ella con ilusión.
—Pues empezará con diarrea, porque no puedo contener las
ganas de ir al baño.
—¿Qué me estás contando? ¿Mi hermana la pija yéndose por
la patilla en pleno local nocturno? Sí que tienes nervios.
Anda, tira.
Efectivamente, los nervios me estaban jugando una mala
pasada. Si es que a mí no me apetecía estar allí ni en ningún
otro lugar que no fuera mi sofá. Quizás pueda dar la
impresión de que había envejecido de golpe aquel día en el
que me dejaron tirada como una colilla, pero es que a mí me
estaba costando la misma vida superarlo.
—Rubia, ¿te pasa algo? Que yo soy médico, ¿eh? —Me
vaciló un chaval cuando me vio sudar la gota gorda camino
del baño. No sabía ese el coraje que le había cogido a los
médicos después de lo de Beltrán.
—¿Eres médico? Pues ¡que te jodan! —le solté porque los
retorcijones de barriga me estaban matando y porque me salió
del alma, básicamente.
—¿Qué dices? Será borde la tía, ¡que te jodan a ti!
Me tuve que reír porque el chaval no me había hecho nada y
porque la culpa la había tenido yo, por borde. Es que no
estaba de humor, me sentía como pez fuera del agua en aquel
lugar en el que había más gente que en la guerra.
Y hablando de guerra, poco sabía la que se me venía encima,
pues llegué al baño y no había ni un sitio libre, por lo que
comencé a aporrear una de las puertas.
—¡Que está ocupado! ¿Estás sorda? ¿Cuántas veces te lo
tengo que decir? Joder, qué tía más plasta—le escuché decir a
la chica de dentro, a la que ciertamente yo le había dado la
lata.
—Perdona, mujer, es que estoy reventando.
—¿Reventando? Qué sabrás tú de reventar, si yo te contara.
Justo en ese instante abrió la puerta y lo primero que vi fue su
enorme barriga, si bien tras ella reconocí su cara.
—¿Angie?
—Anda, pero si eres Giselle, pues sí que es pequeño el
mundo. La gracia que le va a hacer a Beltrán cuando se lo
cuente—me soltó con total desparpajo.
—¿Gracia? A mí me hace una gracia loca, no te fastidia.
—Mujer, que era una manera de hablar. No me extraña que te
dejase si te lo tomas todo tan a pecho. La vida es mucho más
fácil que eso.
—Facilísimo; la vida es llegar y quitarle el marido a otra,
¿no? Hay que tener poca vergüenza.
—Oye, oye, que él todavía no estaba casado, a mí no te me
aceleres…
Las tetas las tendría que era un portento, pero chabacana era
una cosa mala. Yo no podía entender que Beltrán me hubiese
cambiado por ella, así que después de comprobar de viva voz
que era una mujer que no le pegaba ni con cola, la lengua se
me soltó.
—No estaba casado porque me dejó en el altar, así que
comprometido no podía estar más. Yo solo te digo una cosa;
que Dios te dé suerte, porque él ya ha demostrado lo que
puede dar de sí. A mí ya me la ha jugado, a ver cuánto tarda
en jugártela a ti.
—A mí no me la va a jugar porque de mí está súper
enamorado, ¿te enteras?
—La que no se entera eres tú y lo dicho, que tengas suerte. Y
ahora quita, que tengo que hacer algo que no creo que te
agradase ver.
Me quedé hecha polvo, esa es la realidad. Justo en esa noche,
en la que por fin había decidido abrirme a la vida, me tengo
que encontrar a la lagarta esa que, en el fondo, me había
hecho el favor de mi vida y, aun así, a mí el tema me escocía
tela. No se puede remediar, hay veces en la vida que no por
entender que algo es mejor para ti te duele menos, ni mucho
menos.
Ese era el caso, yo entendía que Beltrán era para echarle de
comer aparte cuando no había vacilado a la hora de dejarme
tirada en pleno altar y, pese a ello, a mí el tema me seguía
doliendo. Y no precisamente poco. Quisiera o no quisiera,
continuaba enamorada de él, así que me compuse antes de
salir del baño y recé porque hubieran tenido la delicadeza de
esfumarse viendo el plan.
En lugar de eso, trataron de joderme bien jodida, y se
mostraron la mar de acaramelados en cuanto me vieron. Yo
no había tenido la mala pata de encontrármelos desde el día
de la “no boda”, si bien tampoco había salido más que de casa
al trabajo y del trabajo a casa.
—La madre que los trajo al mundo, les voy a cantar las
cuarenta—Claire estaba desatada mientras los veía.
—No, no merece la pena, me voy a ir a casa. Hermanita,
siento de veras darte la noche, aunque seguro que entiendes
que a mí se me ha cortado el cuerpo.
—Lo entiendo, pero no veas si me jode que encima debas ser
tú quien te vayas y con lo guapísima que estás hoy. Serán
hijos de…
—Che, que se te suelta la lengua. No merece la pena. Mira,
ahí lo llevan, dos niños, en nada se están matando, te lo digo
yo. Beltrán tampoco tenía interés en ser padre y ahora se ha
encontrado con plato doble. Ya veremos cuánto tarda en
indigestársele.
—Mujer, por eso no lo digas. Los niños son una bendición,
pobrecitos.
—Para un rato. Yo ejerceré de orgullosa tía con los tuyos,
Claire, y luego te los devolveré encantada de la vida. Sabes
que no me entiendo con esos micos.
—Vale, vale, lo que tú quieras. Pero quédate un poquito,
mujer, que va a ser una noche alucinante.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? Y tanto que alucinante,
como que Beltrán le está metiendo la lengua hasta la
garganta. Mira, yo paso, no puedo con esto, no tenía que
haber venido. Yo, en casa y con mi Netflix, no me llevo estos
berrinches.
Capítulo 5
Me levanté como si una panda de rinocerontes me hubiera
pateado todo el cuerpo. Aquel idiota y la cabeza hueca de su
novia me dieron el gran disgusto y salí corriendo del local
para refugiarme en la cama.
Claire entró en mi dormitorio y se sentó en la cama.
—No hay mal que por bien no venga, ¿no es eso lo que
dicen?
—Yo qué sé lo que dicen, ¿por qué?
—Porque lo que ocurrió anoche es lo que más temías;
encontrarte con ellos. Así que prueba superada.
—Sí y con matrícula de honor, venga ya. Ni siquiera pude
quedarme allí, ha sido un suspenso claro.
—Yo no lo veo así, aguantaste el tipo y luego te marchaste
con toda la clase del mundo; la que tiene mi hermanita.
—¿Vienes a pedirme algo? Mira que te veo muy peloterilla.
—No, es que no quiero verte mal.
—Que no, bobi, es solo que no aguanté tan bien como tú
dices.
—¿Y eso por qué?
—Porque en el cuarto de baño tuve un buen rifirrafe con ella.
—¿Y qué querías? ¿Ponerle la mano encima de la barriguita y
desearle una horita corta? Lo normal era que soltaras sapos y
culebras, lo hubiera hecho cualquiera.
—¿Y si no se me pasa nunca? Ese es mi miedo.
—Venga ya, no me digas que estás asustada por eso, ¿se te ha
ido la chorla? Tonti, a nadie le dura el mar de amores
eternamente.
—Y menos a ti, que cambias de novio como de calcetines y
parece que te dé igual.
—Facilidad que tiene una, por un módico precio no te
preocupes que te doy unas clases particulares.
—Mira que tienes guasa, hermanita. Ojalá fuera como tú.
—Y puedes, no seas tan sentida. Oye, ¿sabes que hay un
montón de chicos que han reaccionado a tu disparo? Mi
hermanita va a triunfar como la Coca Cola.
—¿Me estás hablando de la frikada esa de la App?
—Nada de frikadas, no empieces a ser tan especialita, que así
no te vamos a vender bien.
—¿Y quién quiere venderse? Yo a los hombres los quiero
lejos de mí, solo eso.
—No seas bobi, déjame que abra la aplicación. A ver, a ver,
qué tenemos por aquí.
—¿Me vas a dar un berrinche de buena mañana? No, no, es
que no te puedo creer.
—No es un berrinche, es una alegría.
—Que no quiero—Me tapé los oídos.
—Mira, este chico se llama Manuel y es de Granada, muy
cerquita de aquí. Yo lo veo… no lo sé, muy viril.
—¿Lo dices por la manta de pelo que tiene por todos los
lados? El tío es un orangután, paso.
—Che, como empieces tan exquisita la cosa no va a ir bien.
Es cuestión de abrir la mente.
—Ya y te conozco; luego me dirás que también es cuestión de
abrir las piernas y con ese las va a abrir mi prima Candelaria
la de El Puerto.
—Vale, vale, que solo te ha faltado pegarme. Aquí hay otro.
Dice que le llaman “El bayoneta” porque ensarta
divinamente.
—Quítame a semejante desgracia con patas, pero sin estilo,
de en medio antes de que comience a convulsionar y te dé
trabajo, doctora.
—Ok. Luego está este otro, Amancio se llama. Monísimo de
la muerte, no me vayas a decir que no. Para tu gusto, puede
que tenga una pequeña pega porque dice que le encantan los
niños.
—Pues que lo ame su bendita madre al Amancio, que yo no
quiero saber nada de micos y lo sabes.
—Vale, aquí está este otro, Fede, amante de los veleros que
sueña con dar la vuelta al mundo con su pareja, ¿no te resulta
romántico?
—Súper, sabes que los barcos me producen arcadas incluso
antes de montar en ellos.
—Reconoce que no me lo estás poniendo nada fácil, después
te quejarás, pero es que eres muy exquisita. Mira, este se
llama Svens y es un aventurero. Dice que igual se sube en una
piragua que se escapa a Los Pirineos a escalar, ¿qué me
dices?
—Que yo no estoy buscando a ningún Jesús Calleja, que paso
palabra.
—Oído cocina. El siguiente, mira súper mono, solo que es un
poco bajito.
—Me serviría de llavero, paso también.
—Pues vámonos al extremo contrario, culto y con un
cuerpazo, mide dos metros.
—Me tendría que subir en una escalera para besarlo y me
daría vértigo, ni pensarlo.
—Me tienes reventada la cabeza ya. A ver el siguiente; mira
este se llama Dante, también trabaja en una constructora
como tú, solo te lleva un par de años y tiene una sonrisa que
es para comerle todo lo que viene siendo el nabo.
—¡Asquerosa! —Le di con toda la almohada en la boca.
—Ni asquerosa ni nada, ¿tú no se lo comerías? Si no lo
quieres lo aprovecho yo.
—Yo no me amorro al pilón a la primera de cambio, no soy
una libertina.
—¿Una qué? Yo me parto., es que me parto.
—Una libertina, que no soy eso.
—Oye, ¿por qué no le das una oportunidad a Dante? Seguro
que tenéis muchas cosas en común y ahora te lo digo muy en
serio, el tío no está para desaprovecharlo.
—Es que yo no comulgo con estas cosas, entiéndelo—
resoplé.
—¿Con qué cosas? ¿De qué me estás hablando?
—Con esto de conocer gente por una App, eso yo lo veo para
desesperados.
—Pues hazlo por mí, claro. A mí me tienes desesperadita,
siempre con la cara lánguida.
—Te encanta quejarte, yo no soy así, eso no es verdad.
—Claro que no, tú vas repartiendo alegría a chorritos. Yo lo
único que te digo es que deberías darle una oportunidad al
chaval, que parece un encanto. Mira, lo veo muy sencillo, ¿tú
no dices siempre que gente así es la que vale?
—¿Yo? ¿Cuándo he dicho yo tal cosa?
—Vale, que me lo acabo de inventar, que tú tienes más
cuentos que eso. Pero que no me lo pones nada fácil, ¿sabes?
Es que no colaboras nada, así no hay quien te coloque en
ninguna parte.
Capítulo 6
Una semana después me sentía peor que nunca. Acababa de
ver en las redes que Angie había dado a luz y eso me lo
removió todo.
—¿Cómo estás petardilla? —Mi hermana me trajo la cena a
la cama porque no había querido ni levantarme desde que me
eché después de comer.
—Con el coco reventado.
—Es sábado, sal conmigo y con las chicas. Es el cumple de
mi amiga Cris, lo pasaremos genial, también te cae muy bien.
—Cierto, es un encanto de niña, pero paso, no tengo ganas.
—Ya me extrañaba a mí. Oye, ¿sabes que Dante no para de
intentar hablar contigo por la App? Incluso ha utilizado un
mogollón de herramientas de esas de pago para ponerse en
contacto contigo.
—¿La gente paga por eso?
—Ya te digo yo que sí paga y encima a muchos les funciona.
Bueno, claro, por eso pagan.
—Ya, no hace falta ser médico para llegar a esa deducción.
—Ciertamente no, es verdad. Oye, ¿abrimos a ver lo que te
pone?
—Que no quiero, almendruca.
—Pues a mí me pica la curiosidad.
—No, seguro que a ti te pica otra cosa, como siempre. Y
crees que a mí me pica igual, pues va a ser que no.
—Ok, pues yo solo te digo que eso es bueno que, si no te
pica, chungo. ¿Has estrenado ya el Satisfyer que te regalamos
las chicas y yo?
—No, todavía no, ¿qué pasa?
—Nada, que así no hacemos carrera de ti. Al menos
estrénalo, mujer, no sabes lo que te pierdes.
—Vale, ya veremos, cuando esté de humor…
—Si te lo regalamos hace seis meses, yo no digo nada.
Se fue a arreglarse y tuve que claudicar; no se lo ponía nada
fácil a mi hermana. Desde la “no boda” siempre estaba de
morros y no tenía ganas ni de mirarme. Cuanto y más de
sexo, eso es que lo había olvidado.
No obstante, he de reconocer que me sentía tan mal con lo de
mi ex que sí que me dieron ganas de abrirme a la vida. Y una
hora después de que Claire se fuera me picó, aunque solo la
curiosidad, y abrí la App.
Cierto que según comprobé enseguida Dante había tratado de
ponerse en contacto conmigo de todas las formas habidas y
por haber. Falsa modestia aparte, la foto que había subido mi
hermana era genial, me vi divina, así que tuvo mucho éxito.
En cuanto a la suya, también había que reconocer que tenía
una sonrisa que atrapaba, de lo más atractiva y seductora.
Pensé en devolverle una reacción, aunque nada podría hacer
por hablar con él en noche de sábado, ¿quién estaría en su
casa aparte de mí?
Dudé mucho antes de hacerlo, para qué voy a decir lo
contrario. No es que fuera la mar de decidida y le diera a la
tecla y ya. No, a mí me costó lo mío hasta que entendí que, si
no la pulsaba que, si no me abría a la vida, cada vez estaría
más encerrada en mí misma y eso no podía ser.
Reaccioné y su respuesta no se hizo de esperar, para mi total
sorpresa enseguida estuvimos hablando, en un abrir y cerrar
de ojos.
—Buenas noches, preciosa. Y más ahora, me la has alegrado.
—¿Sí? Yo pensé que no estarías, aunque qué tontería, igual
estás en la calle y te estoy molestando.
—¿Molestándome? Es justo lo que estaba deseando en este
momento, ¿eres una especie de hada madrina a domicilio o
algo?
—Qué cosas dices, claro que no, ¿en serio estás en casa? Yo
no quiero molestarte.
—A mí lo único que podría molestarme sería que me lo
preguntases de nuevo. Ya te he dicho que estoy aquí para ti,
Giselle.
—Gracias, Dante.
—Por cierto, tienes un nombre muy bonito, aunque hace unos
días vi una peli española “Las niñas de cristal”. La prota
representaba una obra de danza con ese nombre y era un poco
trágico. Seguro que tú no, ¿a que eres de lo más divertida?
—No sé yo qué decirte, mi vida no está en su mejor
momento.
—Tampoco la mía, así que ya somos dos. Únete al club.
—¿Y la tuya por qué motivo?
—Porque te estaba esperando a ti y hasta que no has
aparecido, pues eso.
—Eres un adulador, le dirás lo mismo a todas.
—No creas que me vale cualquiera. En estas Apps hay de
todo; gente maja y otra que no vale ni para estar escondida.
Tú eres de las primeras y dentro de ellas, la que más me ha
gustado.
—Venga ya, si apenas me conoces.
—Guapa, discreta, inteligente y que vive en Marbella, ¿qué
más le puedo pedir a la vida?
—También vives aquí, ¿no?
—Sí, ¿se te ocurre otro lugar mejor para vivir? A mí desde
luego que no, eso te lo garantizo.
—A mí es que me pasa lo mismo, estoy enamorada de mi
tierra.
—¿Y de algo más que de tu tierra?
—Huy, si yo te contara…
—¿Y por qué no me lo cuentas?
—Porque sería una larga historia—suspiré mientras lo
escribía.
—Tenemos toda la noche, ¿y si nos servimos una copa y nos
relajamos?
—¿Una copa? ¿Cómo vamos a servirnos una copa? Yo esto
no lo veo como una cita.
—¿No? Pues yo lo veo algo muy parecido. Y te garantizo que
una copa no nos hará mal a ninguno de los dos. No me lo
tomes a mal, pero una copita ayuda a una confesión.
—Es que esto no es el “Gran Hermano”. Bastante friki me
parece ya como para tener que andar haciendo confesiones.
—Está bien, pues no me las hagas, pero la copita nos la
servimos igual, ¿qué te pongo a ti? —Sacó mi sonrisa.
Por un momento, me vine arriba y estuve a punto de decirle
que me ponía contenta, si bien luego pensé que nanai de la
China, que no era plan de ponerlo así de ancho de buenas a
primeras.
—Yo me tomaría… Ya no sé ni lo que voy a tomarme, hace
un siglo que no bebo.
—¿Y eso? Yo nunca me fío de una persona que no bebe, así
que ya sabes.
—Yo tampoco me fío de una que no conozco y mírame, aquí
estoy.
—Entendido. Yo me voy a servir un ron cola, por si te da una
idea.
—Me parece bien. Voy por uno, ahora vuelvo.
Bajé al salón donde mis padres tenían el botellero y, cuando
iba saliendo de él, mi madre me vio.
—Hija, no me digas que ahora te darás a la bebida, porque ya
es que me da un parraque, te lo prometo.
—Que no, mamá, es solo que voy a charlar un ratito con un
amigo y me apetece tomarme algo. Tranquila, que no llega la
sangre al río.
—¿Un amigo? ¿Qué amigo? ¿Lo conozco yo?
Mi madre es que, desde que me vio así de mal con lo de
Beltrán, no paraba de poner las antenas para ver si podía
enterarse de algo.
—No lo conozco ni yo, mamá, fíjate lo que te digo—Salí
corriendo con la botella escaleras arriba.
Llegué y seguí escribiendo.
—Ya estoy aquí, Dante.
—Menos mal, creía que me habías abandonado sin darme
siquiera una oportunidad.
—¿Una oportunidad de qué? Yo no estoy buscando nada, no
te confundas.
—Ni yo tampoco estoy buscando nada, pero si surge no le
haré ascos, eso te lo aseguro.
—Oye, he leído que trabajas en el sector de la construcción—
le dije para cambiar el tercio.
—Sí y yo que tú igual, ¿vendes pisos en alguna obra o algo?
—¿Yo? No, bueno soy la secretaria general de una empresa
grande, mi padre es el jefe.
—¿De una empresa grande? ¿Cuánto de grande? ¿La
conozco?
—Supongo que sí, es una de las principales de Marbella.
¿Has oído hablar de…? —le dije el nombre y lo dejé mudo. O
manco, porque no escribía.
Me serví el ron mirando la pantalla y nada, como que no
reaccionaba, hasta que por fin lo hizo.
—¿He leído bien? Entonces estás forrada, me parece que me
he equivocado de chica.
Su gesto me conmovió. Aunque siempre estuve rodeada de
personas de mi misma condición social, no esperaba que
reaccionase así.
—¿Qué le pasa a mi puesto? ¿Por qué te has equivocado?
—Porque yo soy un albañil, por eso.
Me quedé que tampoco sabía reaccionar, ¿cómo que un
albañil? En ningún momento me lo había planteado. Los dos
nos quedamos boquiabiertos.
—Vale—le respondí escuetamente.
—¿Cómo que vale? Un chico como yo no tendría nada que
hacer con una chica como tú. En la vida querría que pensaras
que quiero aprovecharme de tu estatus.
—No tengo por qué pensar eso porque te he dicho que no
busco nada y tú tampoco. Podemos ser amigos, ¿cómo lo ves?
—Lo veo, no creo que pueda pegarte nada malo a través de la
pantalla.
—¿Nada malo? —Reí.
—Sí, alguna cosa de pobres para la que no estés vacunada, tú
me entiendes.
—No te entiendo, no, qué cosas dices, eres muy gracioso.
—Eso es lo que se les dice a los feos, que son muy graciosos.
—Pero tú no eres feo, a no ser que la foto no sea tuya, que
también me han dicho que la gente hace esas cosas por aquí.
—La foto sí que es mía, no suelo esconder las cosas,
enseguida te he dicho que, aunque vivo bien, a tu lado no
tengo ni donde caerme muerto.
—Si yo te contara los disgustos que me han traído a mí los
chicos que me rodean.
—¿Los chicos o un chico? Porque déjame que te diga que
tienes una pinta de que te hayan roto el corazón que no la
puedes disimular.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque te noto como apagada y, sin embargo, seguro que
tienes mucha luz.
—No sabes cuánta, mi padre es un forofo de la iluminación y
esta casa parece una discoteca por la noche. Encima, con los
problemas de sueño que tengo…
—Esa luz no, chiquilla, mucha luz interior.
—¿Cómo me has llamado?
—Chiquilla, te he llamado chiquilla, es un apelativo cariñoso,
¿te molesta?
—No, qué va, es solo que me ha hecho gracia. A mí no me
suelen llamar así.
—¿Vives en Marbella y no te llaman chiquilla? ¿A ti qué te
pasa? Vaya gente sosa la tuya.
—Yo ya no tengo mucha gente, no salgo mucho.
—Yo tampoco ahora, porque estoy de curro hasta arriba y
llego al finde reventado. Pero sí que me gusta salir a bailar, ¿y
a ti?
—Yo muy bien no bailo. La marchosa de la familia es mi
hermana Claire.
—Pero yo no se lo estoy preguntando a tu hermana, sino a ti.
—Pues ya te he respondido, que no es que se me dé
demasiado bien.
—Eso tiene arreglo. Yo durante una época fui profesor de
bachata sensual.
—No, eso te lo acabas de inventar para ligar. Seguro que es
un camelo.
—¿Un camello? No, camello no he sido nunca, yo paso de
recibir sexo gratis en la cárcel.
—Un camelo, lo has leído bien, no te hagas el tonto.
—Tampoco, ya te he dicho que no te miento. Se me da muy
bien, me ayudaba a vivir de más jovencito. Luego, tuve más
curro y ya era imposible de simultanear, ¿sabes?
—Pues es una pena, saber bailar es un lujo.
—¿Un lujo? Un lujo es nacer en la familia que has nacido tú,
chiquilla. Lo de saber bailar es solo cuestión de proponérselo.
Dime, cuando llegas a una pista de baile, ¿qué sientes?
—¿Yo? Miedo, un montón de miedo—Reí.
—Anda ya, eso cómo va a ser. El baile no se come a nadie.
—Pues a mí me da miedo, ¿a ti no hay nada que te dé miedo?
—¿Aparte de la factura de la luz? Pocas cosas. Tú aprenderás
a bailar, eso te lo digo yo.
—Oye, guapo y sabiendo bailar, tú te las llevarás a todas de
calle, ¿Qué haces en un sitio como este?
—¿Y tú? Mira quién fue a hablar, si eres un pedazo de pibón.
Y encima rica, ¿quién da más?
—¿Dar? Pues todo lo que me han dado han sido palos, unos
detrás de otros.
—Venga ya, no habrá sido para tanto, ¿me lo vas a contar o
tendré que invitarte a otra copita para que se te suelte la
lengua? Mira que me salen baratas, puedo emborracharte sin
problema.
—Paso, paso, tontona como estoy y borracha.
—¿Por qué estás así de tontona? ¿Me lo sueltas ya?
—Es que me da mucho corte, que no me conoces de nada y
que encima te vas a reír de mí.
—¿Me voy a reír de eso que te tiene mal? ¿Te crees que soy
un sádico o algo parecido? Venga ya, no puedes pensar eso de
mí.
—Puedo pensar lo que venga en gana. No te conozco de
nada, ¿no?
—Ni yo a ti tampoco y, a pesar de eso, no pienso mal de ti,
¿qué te hizo ese idiota? Porque hay que ser idiota para dejar a
alguien como tú, no hay que ser muy listo para saberlo.
—Tú eres listo, se te nota.
—Si fuera listo estaría sentado en la silla de tu despacho y no
en lo alto de un andamio.
—Eso no es una cuestión de inteligencia, sino de suerte. Nací
donde nací.
—Y yo también, en un barrio corriente y moliente donde la
mayoría de los chicos se hacían albañiles, mecánicos o
fontaneros y no iban a la universidad. Si me cuentas tu
secreto, yo te cuento otro.
—A ver, dime.
—No, lista, ¿ves como eres muy lista? Tú antes.
—Jo, pues nada, que me dejaron plantada en el altar, hace un
año. Y ahora es cuando te alegras de estar al otro lado de la
pantalla porque te estás partiendo de la risa, ¿es o no es?
—¿Cómo me voy a partir de la risa? Ese tío no debía tener ni
idea de dónde estaba de pie, ¿cómo ha podido hacer eso?
—Haciéndolo. Y encima, acaba de ser padre de dos gemelos
que espero que tengan dos cabezones como dos pepinos.
—No puedes decir eso, ¿cómo va a ser? Ahora sí que me has
hecho reír, ¿ves?
—Diciéndolo y punto. Apareció por la iglesia para decirme
que se iba con la estríper de su despedida de soltero, y ella allí
esperándolo con el caso en la mano, que para eso es muy
chula y también tiene una moto. Ahora que se jodan, a ver
cómo la van a coger.
—Como no le pongan un sidecar, jodido lo llevan. ¿En serio?
¿Con la estríper? Qué fuerte, ¿no? Te quedarías con las patas
colgando.
—Todavía tomo pastillas para dormir, con eso te haces una
idea.
—Ah, no, pues eso de las pastillas se ha acabado. A partir de
ahora, Danterapia por las noches, ¿lo pillas?
—Sí, Dante y terapia, muy agudo.
—Tonto del todo no soy. Ahora me estoy preparando el
acceso a la uni para mayores de 25, no quiero estar toda la
vida luciendo el moreno de albañil, ese era mi secreto.
—Eso no es un secreto, lo que yo te he contado sí…
—Bueno, no lo sería para ti que lo sabes, pero para mí…
—Ni tampoco para toda la gente que lo vio, los invitados, que
todavía cuchichean a mi paso.
—Pues tú di ¡que los jodan! Eso era lo que decía el chaval de
“Las niñas de cristal”. Tienes que verla.
—Vale, me la apunto.
—Yo veo muchas pelis. Es lo que tiene quedarse en casa
reventado y, a veces, estudiando. Aunque desde ya te digo
que, si vamos a ser amigos, saldremos por ahí.
—No sé yo, el otro día hice una prueba y me encontré a la
pareja de tortolitos, se me han quitado las ganas.
—¿Y qué pasa? ¿Te van a quitar ellos las ganas de vivir? Y
otra cosa te digo, que me da a mí que ahora van a salir poco
con dos niños.
—Sí, no me dieran a mí más castigo que ese.
—¿El de no salir?
—No, el de tener dos niños. Los micos y yo es que no nos
llevamos bien, ¿sabes?
—¿Cómo va a ser eso? Si son muy tiernos.
—Sí y con unas patatitas al lado me los puedo comer, pero
hasta ahí. Yo no soy de niños.
—¿Y tu novio tampoco lo era?
—Parecía que no, pero con la ensiliconada se ha emocionado
y le ha hecho dos del tirón. Se ve que les supo a poco y
repitieron, como las Danet.
—Eres muy graciosa, ¿sabes?
—No, soy aburrida, te lo advierto. Es lo que tengo, que soy
aburrida y encima clásica. Me lo dice mi hermana, me lo
dicen mis amigas y es lo que le pasó a mi novio, que terminé
aburriéndolo. Y encima vio esas dos tetas y se enganchó, qué
se le va a hacer.
—De silicona, ¿no? Por lo que has dicho antes son de
silicona.
—Y tanto, no veas, tamaño XL.
—¿Tú no sabes eso de que “tetas que mano no cubre, no son
tetas, sino ubres”?
—Yo no he escuchado eso en mi vida, qué divertido…
—Ya ves, lo que tienes que hacer es tomar nota. Yo prefiero
menos, pero natural. A mí es que tanto artificio no me va, por
algo soy un chico de barrio.
—Pocos tíos hay así. La mayoría ven esas tetazas y se quedan
bizcos.
—Yo me quedaría más bizco contigo.
—¿Con mis tetas? ¿Eso es lo que quieres decir? —Yo estaba
bebiendo un poquito deprisa y enseguida se me subió.
—Mujer, no he querido decir eso, no me busques las
cosquillas.
—Yo qué sé, es que a mí el alcohol me sienta regular, no
tengo mucho aguante.
—Tú de sosa no tienes un pelo, yo me río mucho contigo.
—Serás el único.
—¿Y? Una especie en peligro de extinción, lo mismo soy eso.
Capítulo 7
—Anoche conocí a Dante—le comenté a Claire mientras
yacía resacosa en su cama.
—¿Quién es Dante?
—¿No te acuerdas de él? Qué mala eres. Y eso que le
disparaste tú.
—¿El pesado de la App? Me quedo muerta, ¿y eso?
—Porque el disgusto por los dos cabezones de Beltrán me
hizo pensar. Yo no puedo estar así, yo tengo que abrirme a la
vida.
—Y tanto que sí, hermanita. Ni te imaginas lo que yo me
alegro de eso, ¿y cómo es? ¿Tiene una constructora también?
—Va a ser que no, es albañil.
—¿Cómo albañil? No lo entiendo—se desconcertó.
—Tiene poco que entender; albañil de los que ponen ladrillos,
unos detrás de otros. De esos albañiles.
—¿Y entonces?
—Oye, Claire que se supone que la pija y clasista soy yo, no
me asustes. Entonces, nada.
—Ya, ya, si justamente lo digo por eso, porque te conozco y
me extraña que tú…
—Oye, que solo somos amigos, no me voy a casar con él. Ni
con él ni con ninguno más, eso lo tengo más claro que el
agua.
—Sí, sí, la mar de claro. Algún día te lo diré.
—Ya lo verás que no.
—¿Y qué le gusta hacer al muchacho?
—Ahora no sale mucho, entre el curro y que está estudiando.
Pero cuando lo hace, le gusta bailar bachata sensual, fue
profesor.
—MMMM, entonces debe tener un rollito que no veas.
—Sí, mola un montón. Ahora, que yo paso de todo eso, qué
más me da. Para charlar un ratito y eso muy bien, pero para el
resto paso.
—Mira, para charlar un ratito ya me tienes a mí o a las niñas,
déjate de bobadas. Si comienzas a hablar con un tío, que sea
para algo más. Yo quiero que vuelvas a estar feliz, como
cuando salías con Beltrán.
—Esos tiempos no van a volver, preparando boda y demás.
Yo ya no me caso ni amarrada, ya me he vestido de novia
todo lo que me tenía que vestir.
—¿Y por qué dices eso, boba?
—Porque le he cogido miedo a los tíos y a lo que representan.
—No empieces con tus teorías, que me vuelves loca, ¿has
quedado con volver a hablar hoy con él?
—Sí, pero no creo que me conecte. Lo de ayer estuvo bien
porque era sábado y tal, pero hoy ya es domingo y yo estaré a
mis cosas esta noche, que mañana trabajo y eso hay que
cuidarlo.
—Sí, cariño, ¿no ves que tu trabajo pende de un hilo? Oye,
para trabajo el que tienen ahora Beltrán y su Barbie, ¿has
visto que ya han publicado foto con los niños? Esos se creen
Cristiano y Georgina, por favor, la foto así toda preparada,
que no les falta un detalle.
—Sí, que la he visto y mira, creo que he salido ganando en
toda esta historia, va en serio.
—Sí, porque como ese tenga siempre la misma puntería,
cualquiera te aguanta a ti con dos niños.
—Ni con uno, ya lo sabes. De eso nada.
—Vamos a bañarnos un poco a la piscina, ¿o eso tampoco te
apetece?
—Vale, un poquito de color debería coger, que estoy muy
blanca.
—Sí, que tenemos que ir a renovarte el vestuario y debes
coger un poquito de color, niña, que estás como una
pescadilla.
—Ya sé por dónde vas tú, ni te pienses que me vas a tener
todo el verano como un panderetillo de bruja, de allá para
acá. Yo no tengo ganas y no las tengo.
—¿Y si no soy yo quien te tiene? Lo mismo son otras
personas u otra persona. Igual cierto albañil quiere echar una
peonada contigo…
—¿Siempre tienes que ser tan guarri?
—Siempre que viene al caso, sí. Bueno, vamos a lo que nos
interesa, a lo del baile, ¿tú ya le has dicho que tienes dos pies
izquierdos?
—Sí, sí y eso lo alienta todavía más, que dice que él me va a
enseñar.
—¿Qué te va a enseñar?
—A bailar, guarri, que tienes la mente muy sucia.
—Y a ti la tuya se te debe ensuciar otro poco. Vamos a la
piscina que de momento tienes que ponerte morenita. Y si
luego logramos también sacar de ti unos pasos de baile,
llevaremos mucho ganado.
—¿A ti por qué te gusta tanto reírte de mí?
—¿Reírme de ti? Dios me libre, para nada, para nada.
Salió corriendo y yo detrás. La inconsciente de mi hermana
tenía esa alegría que siempre la caracterizaba y que sacaba
también lo mejor de mí.
En parte, si por algo me alegraba de que no saliera lo mío con
Beltrán fue por dilatar un poco esos años tan bonitos que
habíamos vivido en casa.
Quise alcanzarla para zarandearla, pues no paraba de reírse de
mí, y echó mano de mi madre, a quien utilizó como escudo.
—No está bonito que hagas eso con tu pobre madre, Claire.
—Mamá, si es que primero tuviste una hija y luego tuviste a
esto, que yo no sabría cómo calificarlo—le dije.
—Como lo mejor de esta casa, así puedes considerarme.
En el fondo, tenía una suerte increíble por la familia que me
había tocado. Ni mi hermana ni mis padres me habían dejado
ni a sol ni a sombra desde que aquel suceso marcó mi vida. Y
ahora, por fin, volvía a sonreír y a perseguir a Claire por la
casa.
Sin duda que tenía ganas de desayunar, de bañarme en la pisci
y de disfrutar de las muchas cosas buenas que la vida podía
depararme. Algo comenzaba a cambiar en mi interior después
de una noche que, tras mucho tiempo sin sentirme así, volví a
tomar conciencia de que estaba viva, de que la risa fluía en mí
y de que de nuevo despertaban mis ganas de hacer cosas.
Seguía cerrada al amor y, no obstante, la felicidad parecía
volver a llamar tímidamente a mi puerta. En mi estaría el
darle o no la bienvenida.
Capítulo 8
Tenía ganas de que llegara la noche para volver a hablar con
él. Puede que fuese una tontería total y, aun así, sentía una
especie de pellizquito en el estómago que hacía que me
apeteciera mucho.
Me conecté a la App y comprobé que ya me había hablado,
así que no tuve más que contestarle.
—¿Se puede saber cómo ha pasado el día una rica como tú?
—Ni se te ocurra meterte conmigo por eso, pues qué quieres
que te diga. Hoy no he salido, he estado de piscineo.
—Por eso eres rica. Si yo quiero ir de piscineo, tengo que
buscarme una pública o colarme en la de alguna urbanización
de gente con pasta, que no sería la primera vez.
—Venga ya, ¿en serio? No puede ser, lo estás diciendo en
broma.
—¿Que no tengo piscina? ¿Eso es lo que estoy diciendo en
broma? Qué más quisiera yo, es totalmente cierto—disimuló.
—No, que te cuelas en las piscinas de otros…
—Pues claro que es cierto, solo que en las de las
urbanizaciones, no en casas particulares, que no es plan de
darle un susto de muerte a nadie. Soy buena persona, no un
mataviejas.
—¿Cómo has dicho? ¿Un mataviejas? No había escuchado
eso nunca, me parto.
—Chiquilla, ¿tú dónde has vivido? Ay, Dios mío, mira que no
haber escuchado lo de “mataviejas” es como lo de
“asustaviejas”, son cosas que dice todo el mundo. Al menos
en el mío, en mi mundo.
—Oye, que yo no soy de otra galaxia…
—¿No? Lo mismo sí y eres la Princesa Leia, la de “Star
Wars”.
—¿Qué dices? Que yo igual sí que soy un pelín clásica, pero
no llevo dos roetes en los lados como ella, que parece una
fallera.
—Mira que tienes unas cosas tú también—Rio.
—¿Yo? Si me provocas tú, que eres un provocador nato.
—Siempre es bueno tener un pobre a mano a quien echarle la
culpa de todo.
—Yo no te considero un pobre, no seas malo.
—Eso es porque no has visto mi cuenta corriente, si no
cambiarías de idea.
—Anda ya, no será para tanto.
—Tú verás, a final de mes mi frigorífico, en vez de frío da
pena. Jaja, ahí me he colado, no tengo problemas para llegar a
final de mes, pero tampoco ahorros ni nada que se le parezca.
—¿No tienes un colchoncito?
—Mujer, eso sí. No te creas que duermo en el suelo. Solo me
faltaba levantarme como una alcayata, que yo tengo que estar
luego todo el día pico pala.
—No seas bobo, me has entendido.
—No, ahorros cero, ¿eso te supone un problema?
—¿A mí cómo me va a suponer un problema? Te lo supondrá
a ti—Reí.
—Es que, en el mundo real, ese que todavía no conoces, pero
que yo te voy a enseñar, la gente tiene dificultades para
ahorrar.
—¿Y cómo se puede vivir así? Es que yo tendría una
intranquilidad increíble.
—Se vive rezando para que no te falte el curro y haciendo
más trucos que un mago cuando eso pasa, así se vive. Tengo
yo mucho que ilustrarte, por lo que veo.
—Va a ser que sí. Hoy no puedo quedarme hasta muy tarde;
mañana es lunes y madrugo.
—¿A qué hora te levantas?
—A las ocho y media. Entro a trabajar a las nueve y media,
aunque tú sabes, me tengo que arreglar el pelo, maquillar…
—¿Las ocho y media es madrugar? Mira que me da un ataque
de risa.
—Sí que lo es, a veces tengo un sueñecito más rico cuando
suena el despertador, ¿a qué hora te levantas tú?
—¿Yo? Yo me levanto a las seis de la mañana, ¿cómo lo ves?
—No, no puede ser. Pero si a esa hora no deben estar ni
puestas las carreteras, hombre.
—Claro que lo están. Muchos currelas como yo nos
levantamos a esa hora. Y no te creas que para arreglarnos el
pelo, sino para salir zumbando.
—Tampoco te pases, tendrás que peinarte. Vamos digo yo…
—Sí, hombre, peinarme a esas horas. Yo me echo un poco de
agua en el flequillo para quitarme un remolino que me sale y
andando. Algunas veces me miro en el espejo del ascensor y
voy que parece que me ha dado un lengüetazo una vaca.
—¿Qué has dicho? Ay, Dios mío, qué cosa más graciosa. No
me había reído así desde el año de la polca—Me desternillé
de risa.
—¿Y qué has dicho tú? ¿Qué año es ese? Eso sí que no lo
había escuchado yo en todos los días de mi vida.
—Pues eso es como lo del año de la pera, Dante, más o
menos.
—Esto está resultando más interesante de lo que esperaba.
Nunca había conocido a nadie por Internet más divertida que
tú. Y, si te digo la verdad, tampoco en la vida real.
—¿Divertida yo? Si me han dejado por eso, parece ser que
aburro hasta a las piedras.
—Quien te haya dicho eso no tiene ni idea. Yo me parto
contigo, te lo digo muy en serio.
—También puede ser que tú saques lo mejor de mí, ojo.
—En cuyo caso no te restaría ningún mérito porque
igualmente lo tendrías dentro.
—Yo dentro no tengo nada, y desde hace mucho—le solté y
enseguida me di cuenta de la barbaridad que acababa de decir.
—Chiquilla, pues será porque tú no quieras, porque con lo
guapa que eres, das una voz y la cola que se forma rodea tres
veces Marbella.
—¿Qué dices? ¿La cola para qué? —Me hice la sueca, por
mucho que fuera malagueña.
—La cola para darle al tema y no me vayas a decir que
tampoco conoces esa expresión porque entonces sí que sería
ya el remate de los tomates.
—No, no, esa sí que la conozco, es verdad.
—Ah, vale, muy bien. Así me gusta.
—Eres la bomba, Dante, me río mucho contigo. Lástima que
hoy sea domingo.
—Eso y que tú duermas más que la Bella Durmiente, que no
he visto una cosa igual en los días de mi vida, corazón…
Capítulo 9
Sí que me desperté con sueño, sí. Y es que, por mucho que lo
intenté, no pude resistir la tentación, me fue imposible y me
dormí a las tantas hablando con él.
La conversación con Dante me resultaba adictiva, así que ese
día llegué al trabajo más contenta de lo habitual.
—Te veo distinta—me comentó mi compañero Jacobo, que
era mi mano derecha en la compañía.
Jacobo fue compañero mío de promoción, hijo de uno de los
mejores amigos de mi padre. En realidad, nuestras dos
familias eran inseparables y casi que nos habíamos criado
juntos. De siempre, mis padres y los suyos albergaron la
esperanza de que, llegado el momento, entre nosotros naciera
algo.
Yo misma, si soy sincera, también llegué a pensar que eso
ocurriría. En los últimos años de carrera hubo un gran
acercamiento entre ambos que me hizo pensar que surgiría la
llama del amor. Entonces fue cuando Beltrán se cruzó en mi
camino.
Sé de buena tinta que para Jacobo aquello supuso un palo. Por
lo visto, él se lo confesó a más de una persona de nuestro
entorno. Y encima estaba lo de que comenzamos a trabajar
juntos.
Sí que es cierto y eso he de decirlo en su defensa, que jamás
me reprochó nada, que no salió ni una palabra de su boca que
no fuera para felicitarme cuando me vio feliz y contenta, algo
que le honraba como el gran chico que era.
Esa mañana me sorprendió con ese “te veo distinta”. Titubeé
antes de contestarle.
—Igual es que estoy un pelín más contenta, Jacobo.
—Y que lo digas, niña. Y ya era hora. No hay mal que cien
años dure…
—Ni cuerpo que lo resista, eso es verdad. No, ya parece que
va pasando la tormenta.
—Beltrán no sabe lo que hizo, algún día se arrepentirá.
—O no, ¿sabes que sus niños han nacido ya?
—¿El par de cabezones como tú los llamas?
—Sí y ya están publicando instantáneas de la familia feliz al
completo, ¡que los jodan!
—¿Y ese vocabulario? Oye, que tú no sueles decir tacos, me
estás sorprendiendo.
—Lo cual no quiere decir que no pueda hacerlo. Repito, ¡que
los jodan!
—A ti te está pasando algo, te conozco demasiado bien, a mí
no me puedes engañar, ¿no te habrá salido un ligue?
—Que no, bobo, déjame, que ya sabes que a mí me salen los
colores muy rápido y me da corte.
—Bueno, te voy a dejar, pero solo porque eres la hija del jefe
y no quiero verme de patitas en la calle, que si no…
—¿A qué viene eso? Si a veces pienso que mi padre tiene tres
hijos en vez de dos, que ya sabes lo que te quiere.
—Y yo a él también. Y a ti ya ni digamos—Me dio un beso
en la mejilla y se fue para su despacho.
Jacobo no había tenido suerte en el amor y eso que era un tío
que valía un potosí. No obstante, sus noviazgos hasta el
momento habían fracasado y nunca pensó en boda hasta la
fecha.
Al mediodía me reuní con Mencía y con Brianda, ya que
Claire estaba de guardia.
—Bruji, que nos ha dicho tu hermana que estás a tope con la
COPE.
—¿Qué os ha largado esa calamidad?
—Ya sabes que es una bocachancla que no puede tener nada
callado y dice que te has liado ahí con el tirachinas y que te
ha caído en lo alto un maromo de los de categoría.
—Si fue ella quien empezó con el jueguecito…
—Pero tú eres muy cabezona y, si no hubieras querido,
cualquiera te hace entrar en él. Venga, nos lo tienes que largar
todo.
—Solo es un amigo, charlamos por las noches y ya.
—¿Y qué quieres que sea? Si te parece nos vienes ya con un
anillo ahí en el dedo, a caraperro. Mujer, por algo se empieza.
—Que no, no seáis tontas. Además, que es albañil—murmuré
porque en “mi mundo”, como diría Dante, eso era un
bombazo.
—¿Albañil rollo el del anuncio aquel antiguo de la Coca Cola
light? Del que nos pasaron un meme hace poco, ¿os acordáis?
—nos preguntó Mencía.
—Joder, cómo estaba el tío cuando se quita ahí la camiseta. A
mí es que me puso tó perra y eso que ahora debe tener un pie
en la tumba.
—Un pie en la tumba tampoco, mira que eres exagerada. El
tío tendrá ahora cincuenta y tantos—le corrigió Brianda.
—Pues eso, un pie en la tumba. Para mí que, a partir de los
cincuenta, uno debe tener el seguro de decesos al día, por lo
que pueda pasar…
—Mencía, cómo puedes decir esas barbaridades—Me reí.
—Lo que quiero decir con eso es que la vida son dos días,
Giselle. Y que, si a ti te gusta ese tío, ataques como un
Rottweiler, que el gustito ya no te lo quita nadie.
—¿Y si después siento algo qué?
—Hombre, digo que yo que algo sentirás, porque si no sería
un polvo de mierda.
—Mujer, que digo en el corazón.
—¿En el corazón? Oye que a nadie le ha dado un infarto de
un buen puntazo, vamos digo yo.
—Mira que eres cenutria, tú me estás entendiendo.
—Yo en absoluto, como no te expliques mejor.
—Déjala, que es un caso perdido—intervino Brianda—.
Amiga, tú tira para delante y que salga el sol por Antequera.
Si luego sientes algo, señal de que estás viva.
—Ah, que habláis de ir del palo romántico. Joder, como no os
explicáis bien, pasa lo que pasa—Mencía era un caso perdido.
—El palo te lo vamos a partir a ti en la cabeza. Un poquito de
por favor, mujer, que nuestra amiga necesita ayuda.
—Sí, que estoy muy malita de lo mío—argumenté.
—Nada que no se arregle con un buen puntazo. Lo tuyo es
como la frase esa con doble sentido de “El mar todo locura”,
pero en versión puntazo, que viene a ser lo mismo y también
lo cura todo.
Capítulo 10
A la hora “H”, la de conectarme a la App, mi corazón como
que palpitaba un poquillo más de la cuenta.
—Yo no es por nada, pero ¿y si nos pasamos al WhatsApp?
—me sugirió ese día.
—¿Y eso? —le pregunté.
—Mujer, es que esto de la App está muy bien para conocerse
y demás, pero luego yo aquí me veo como metido en una
burbuja, como si no fuera el mundo real. Y yo a ti ya te siento
como a una amiga de verdad. Tú y yo tendremos que
conocernos pronto, que lo sepas.
—No vayas tan deprisa, que me da vértigo.
—¿Te da vértigo tomarte un café conmigo? Pues entonces me
callo lo de que tenemos pendiente ir a bailar y hacerlo hasta
que amanezca.
—¿Hacer qué? —Me puse nerviosa.
—Yo me estaba refiriendo a bailar, pero si tú sugieres otra
cosa, no habré sido yo.
—No seas malo, anda, que me salen los colores y soy capaz
de acostarme ya.
—Tú lo que estás buscando es irte ya a la cama, Bella
Durmiente, que te gusta más una cama que a un tonto un
globo.
—No te metas conmigo, que ya sabes que me cuesta dormir.
—¿Y todo porque un idiota no supo valorarte? Deberías darle
las gracias por ello, ¿tú crees que merece la pena?
—No, pero eso no hay forma de evitarlo.
—A mí no me vengas con cuentos, ¿eh?
—Oye, que no soy la Bella Durmiente de verdad.
—Y por eso tienes WhatsApp, así que arrea ya…
Lo dudé unos momentos y finalmente le pasé mi número.
Enseguida me agregó y su primera reacción no se hizo
esperar.
—Wow, qué guapísima en la foto…
—Es en París, tiene ya un par de años, me la hice con…
—Te la hiciste con el tonto del pueblo, ya lo imagino, porque
ese es el tonto del pueblo para haberte dejado escapar.
—No seas malo, Dante…
—Que sí lo es y lo que te estaba diciendo antes es que
deberías darle las gracias. Si eso es lo que sentía por ti, menos
mal que dio la cara pronto.
—Ya, pero no es tan fácil, pese a todo. Y eso que ya estoy
mucho mejor, gracias a…—Me callé a lo justo.
—Yo solo digo que se lo debes agradecer y a ella también.
—¿A ella también? A ver si resulta que la tonta del pueblo
soy yo y no me he enterado. Aunque en aquellos momentos
bien que lo pensé, que no podía ser más tonta.
—Tú no eres tonta. Lo que deberías hacer, tipo terapia, es
enviarle a la tal, ¿cómo se llama esa chica?
—Angie, se llama Angie la ensiliconada.
—Pues que deberías mandarle a Angie un buen ramo de
flores porque ahora hace un año que se lo llevó. Y te quedas
tan ancha, ¿te imaginas la cara que se le quedaría? Yo es que
me parto solo de pensarlo.
—Mira que eres, cómo le voy a enviar un ramo de flores.
—¿Quieres que se lo envíe yo?
—¿Te imaginas?
—¿Por qué no? Aunque a mí me gustaría más enviártelo a ti,
solo que no sé tu dirección. Bueno, supongo que con decir
que van para el mayor casoplón de toda Marbella ya será
suficiente, ¿no?
—Qué bobo, claro que no. Los hay mejores que el nuestro.
—¿Uno o dos? Anda ya, si en tu salón debe caber diez veces
mi piso, tontona.
—Vaaa, qué exagerado.
—Porque tú lo digas. ¿Exagerado? Chiquilla, si mi casa es
como una cajita de cerillas…
—Que no, ¿cómo puedes decir eso? —Pataleé de la risa
imaginándomelo en semejante situación.
—Que sí, que te lo digo yo. Vamos a jugar a las adivinanzas,
¿cuántos metros crees que tiene?
—Ay, yo qué sé, ¿cien?
—Con cien metros cuadrados me veo yo como Bill Gates, o
mejor como Leonardo DiCaprio porque me pongo a chillar en
el balcón que “Soy el rey del mundo” y me quedo solo.
—Anda ya, qué pasada, ¿cuántos tiene?
—Cincuenta y cinco metros. Dime que tu dormitorio no mide
más.
—Bueno, quizás un poco más, ¿eso te importa?
—Para nada, si no te importa a ti que te puedas perder cuando
te levantas a medianoche…
—Qué tonto. De todos modos, esta es la casa de mis padres,
mi piso solo tiene doscientos metros—Reí con esos
emoticonos que siempre le ponía cuando lo hacía.
—Ya, pobrecita, solo tiene doscientos metros. No me hagas
hablar, no se puede ser más pija. Y hablando de pijadas,
¿cuánto sueño tenías esta mañana? Seguro que más que un
canasto de gatitos. Que yo estoy muy a gusto, ¿eh? Pero que
no quiero que me pongas una demanda millonaria porque te
salgan ojeras una noche.
—Qué malo, yo nunca podría demandarte.
—Eso lo dices porque no me conoces. Cuando lo hagas, ya
veremos…
—Bueno, bueno, ya veremos, como tú dices.
—Algún día te dará curiosidad, ¿no? ¿O las ricas no usáis de
eso con los pobres?
—Como sigas por ahí te bloqueo…
—No podrías bloquearme, esta amistad te da vida. Y no estoy
chuleando, de antemano ya te digo que a mí también me la
da. Hace mucho que no me lo pasaba así…
—¿Y cómo te lo estás pasando?
—Como un enano.
—No, que ya sabes que esos me dan alergia.
—Y dale, esa es otra pijada tuya…
—¿Qué tiene que ver eso con ser pija?
—Que sí, que eso te pasa por comodona. Si los niños son la
sal de la vida.
—A mí no me importa comer sin sal, ¿no te lo he dicho?
—Tú crees tener respuestas para todo, solo que son excusas,
¿tú has probado a ver qué se siente?
—Sí, claro, tengo uno y luego lo descambio como si fuera un
trapito de Zara, no te digo.
—No, mujer, digo a coger uno, solo a eso.
—¿Y que me salgan ronchas? ¿Tú sabes lo que yo me cuido
la piel? Va a ser que no…
Capítulo 11
Esa misma piel que tanto me cuidaba apareció radiante en la
compañía a la mañana siguiente. Y a Jacobo eso no se le pasó
por alto.
—Ey, ey, ¡para ahí! No se puede venir tan guapa y pensar que
no tendrá consecuencias. Bajará mi rendimiento y al final sí
que me veré de patitas en la calle.
—Ya sabes que nunca, pero gracias por tu piropo.
—No lo es, a mí me sale del alma, ¿nos tomamos un cafecito?
—Es que ahora tengo un pelín de prisa, voy un poco justa.
—¿Y a ti quién te controla? Si tu padre te tiene entre
algodones, no puede estar más orgulloso de ti.
—¿Sí? Venga ese cafecito, que eso me anima.
Yo también adoraba a mi padre y temía que, en el último año,
le hubiera dado más de un quebradero de cabeza, solo por lo
mal que había estado.
—Tú quieres que te diga cositas bonitas, me utilizas…
—Nunca te he utilizado, no me digas eso porque me muero
de pena.
—No, no, que justo estoy súper contento por verte mejor,
nada de penas.
—Pues si quieres alegrarme dime lo que te dice mi padre de
mí.
—Qué me va a decir, cariño, que no puede estar más
orgulloso de ti, eso es lo que me dice.
—¿No he bajado el rendimiento este último año?
—Ni un ápice y eso es admirable. Todos sabemos que has
pasado por un calvario y ni siquiera quisiste tomarte unos días
después de…
—Después de la “no boda”. Lo tengo asumido, ya puedes
decirlo.
—Vale, ni siquiera entonces te quedaste en casa. Y eso que
hubieras podido quedarte el tiempo que te hubiese parecido,
es muy loable. Vales mucho y siempre lo has valido, niña.
—Gracias, Jacobo, eres un amor.
—Lástima que tú nunca me vieras como tal. Conmigo nunca
te habría pasado lo mismo que con él, ¿lo sabes?
—Lo intuyo, sin embargo, las cosas vinieron como vinieron y
ya nada se puede hacer.
—Lo dices como si nos quedara un cuarto de hora de vida.
—Ya, bueno, tú me entiendes. Yo es que ahora no estoy
abierta al amor. Soy como un taxi con la luz roja, lo siento.
—Vaya, qué mal tino tengo. Estaré atento mientras a las
señales, algún día estará en verde.
—Tú no tienes que estar esperándome a mí ni mucho menos,
haz tu vida, que vales un montón.
—Lo sé y también veo lo que vales tú. Juntos podríamos…
—Jacobo, me tengo que ir ya. Tengo un dosier encima de la
mesa que me está llamando, no me lo tomes a mal.
No era eso, aunque él ya lo sabía. Simplemente no quería
seguir en el mismo círculo de siempre. Sentía como si todo lo
que tuviera que ver con la etapa anterior de mi vida me
restara energía, como si yo necesitara un soplo de aire fresco.
Me resultaba de locos, pero ese soplo me lo proporcionaba
Dante en ese ratito nocturno en el que empezaba a abrirle el
alma a aquel amigo al que no conocía de nada y con el que
compartía intimidades.
Un rato después entró mi padre por mi despacho.
—Hija, ¿qué tienes últimamente? No sé, te veo como una
luz…
—Estoy mejor, papá, solo es eso.
—Cuánto me alegro, Giselle, no te imaginas lo que supone
para mí, ¿te he dicho que hoy vienen los alemanes?
—Ni media palabra, papá. No me has dicho nada, menos mal
que yo el alemán no tengo que refrescarlo.
—Hija, si es que tú sirves igual para un roto que para un
descosido, ¿te he dicho alguna vez que no sé lo que haría sin
ti?
—Pues lo mismo que conmigo. Esto lo levantaste tú solito,
papi, no me debes nada. En todo caso, te lo debo yo a ti, todo
lo que soy os lo debo a ti y a mamá.
—No, nosotros te hemos dado los medios, pero tú los has
aprovechado al máximo y hoy no tendría fuerzas para
ponerme al frente de esta compañía sin tu respaldo.
—Papá, ¿a ti te pasa algo? —Lo noté cansado, me dio una
sensación rara, nunca lo había visto así.
—No es nada, solo que me siento un poco sin pilas estos días,
Giselle. Supongo que me pesan los años.
—¿Qué dices? ¿Tú no sabes eso de que “no pesan los años,
pesan los kilos”? Y tú estás en forma, papá, a ti no te puede
pesar nada.
—Pues sí me pesa, hija, después de toda una vida al frente de
esta compañía siento que está más próximo el momento en el
que me des el relevo, ¿crees que estás preparada para eso?
—¿Has bebido, papá? Para ti el trabajo es tu vida, te queda
mucha lata que darnos todavía a todos.
—No, ya no tanta. Tú, por si acaso, vete preparando. Me da la
sensación de que el momento no está tan lejano.
—Vale, puede que en diez añitos o así, papi—murmuré.
—O en un puñado menos, ya lo veremos. Eso sí, cariño, tú no
te preocupes, lo último que quiero en el mundo es estresarte.
Soy consciente de lo difícil que ha sido el último año para ti y
no quiero causarte ningún problema—Me dio un beso en la
mejilla y se fue.
La sensación que tuve fue la de que mi padre estaba abatido.
Puede que llevara tiempo así y, como yo pasé un año nefasto,
se lo hubiera guardado para él. Y también puede que, ahora
que me veía mejor, me lo quisiera revelar.
Yo todavía no me veía dándole el relevo, por lo que rezaría
para que estuviera bien durante bastante tiempo. Era hora de
despertar y demostrarle que estaba ahí, apoyándolo, para
auparlo y que no se me viniera abajo.
Quizás me comporté como una egoísta durante todo ese
tiempo y solo miré en mi interior. Quizás a los demás también
les hubieran pasado cosas y ni siquiera caí en la cuenta.
Era hora de retomar mi vida, en toda su extensión, y de
olvidarme de esa pareja de tortolitos que tanto me había
atormentado.
Me decidí a enterrar el recuerdo de Beltrán para siempre. Más
decidida que nunca, le hice caso a un buen amigo y ese día
encargué un ramo de flores que le hice llegar a Angie con una
tarjeta en la que se leía “Gracias por apartarlo de mi vida.
Enterito para ti, ahí lo llevas. Que tengas suerte, la vas a
necesitar”.
Capítulo 12
Casi como pipas contándoselo esa noche.
—¿De veras lo has hecho? ¿Se lo has enviado?
—Te lo prometo, ¿a santo de qué te lo diría si no, hombre?
—Ya, ya me lo imagino. Madre mía, Giselle, no sabes el paso
que has dado hoy, no te lo imaginas, ¿y ella te ha contestado
algo?
—Nada de nada. Y no sé si habrá publicado alguna indirecta
o algo, porque me he decidido a no volver a mirar nada
relacionado con ellos. A partir de hoy, me importan
oficialmente una mierda, ¡que los jodan!
—¡Eso es que los jodan! Oye, ¿te puedo llamar por teléfono?
Nada me gustaría más que escuchar ese grito de tu viva voz.
A veces me imagino cómo será y me encantaría comprobarlo.
—Vale, pues soy Cáncer, dicen que suena dulce.
—Me encanta el dulce, ¿y has dicho “vale”? ¿No me vas a
hacer sufrir ni un poquito?
—Podría, pero soy muy buena y puede, aunque solo puede,
que también me pique la curiosidad por saber cómo suenas.
—Ok, pues ya estoy tardando en llamarte.
—¿Me llamas tú o te llamo yo?
—Chiquilla, te llamo yo, que para tarifa plana sí que nos llega
a los pobres.
—¿Ya vas a empezar con eso? Mira que te bloqueo.
—No puedes hacerlo, ya lo hemos hablado.
—Tú no deberías confiarte tanto, venga dale.
El pellizquito ese que sentía en el estómago se agudizó en el
momento en el que me dijo…
—¡Hola, bombón! ¿Gano o pierdo puntos al escucharme?
—No sé, no sé, me lo tendré que pensar—Y tanto que los
había ganado, su tono de voz era precioso.
—Yo ya te digo que tu voz es preciosa, yo me quedaría
dormido todas las noches escuchando esa voz.
—Suerte que tienes, yo necesito una pastilla del tamaño de un
balón de rugby para poder dormir.
—No, ya verás que eso es cosa del pasado. Con lo que has
hecho hoy, vas a dormir a pierna suelta. Habrá sido la mejor
de las terapias, ¿apuestas algo?
—No he apostado nada en mi vida.
—¿No has apostado nunca? Por el amor de Dios, ¿eso cómo
va a ser? ¿Tú en qué mundo has vivido?
—No digas que no te lo advertí; dicen que soy muy aburrida.
—¿Te repito que yo me lo paso como un enano contigo?
Nunca has sido aburrida, solo que no has tenido a la persona
que te saque la risa al lado.
—Bueno, bueno, ¿y qué apostamos?
—Si logras dormir bien, cenas conmigo el sábado.
—¿Cenar? ¿Cómo va a ser?
—¿No sabes lo que es cenar? Es algo que se hace entre la
hora de la merienda y la de acostarse. Yo, si no ceno, me subo
por las paredes.
—Qué tonto, este sábado no voy a poder.
—Excusas no valen, no te he leído las reglas del juego, lo
siento, ha sido mi culpa.
—Vaya telita contigo, no es eso, es que tengo una cena de
empresa. Mi padre no puede prescindir de mí en esas
ocasiones. Y, es más, creo que cada vez depende más de mí,
el hombre.
—¿Y eso? Te noto un poco triste al decirlo.
—No sé, quizás no esté pasando por un buen momento y yo
no me había ni dado cuenta. Hoy me ha hablado de jubilación
por primera vez y yo…
—Tú has cogido el baño a lo justo, ¿no? Que sepas que es
normal, se trata de una inmensa responsabilidad, aunque yo
estoy totalmente seguro de que estás preparada para ello.
—¿Y por qué dices eso? Si ni me conoces, hombre.
—Me basta con escuchar tu voz, ¿tú sabes la fuerza que
transmites con tu voz?
—Anda, ya, te lo estás inventando.
—No deberías desconfiar de ti. Creo que eres una mujer
increíble y ya me voy a callar porque lo último que quiero es
que pienses que busco camelarte porque tú eres rica y yo
quiero tirarme a la bartola.
—¿Y quién es esa Bartola? A mí no me hables de tus líos de
faldas, ¿eh? —Reí.
—Yo no tengo líos de faldas, a mí la única falda que podría
llegar a quitarme el sueño es la tuya. Y ya me callo por lo que
te he dicho.
—Yo sé que no eres un interesado, solo que te he comentado
que no estoy abierta ahora al amor, ¿lo recuerdas?
—Lo recuerdo y también te recuerdo que no eres la misma de
hace unos días. Yo lo sé, tú lo sabes y lo sabe hasta el
apuntador, chiquilla.
—Tu “chiquilla” suena mejor en tu voz, ¿lo sabes? Es que
tienes una voz muy bonita, en serio.
—Muchas gracias, linda, la tuya es ciertamente dulce, casi
tanto como tú.
—También puedo ser muy ácida, ¿eh? No te creas que todo el
monte es orégano.
—Lo sé. Eres una mujer de carácter, como debe ser.
—Eso es cierto, pues lo dicho que no puedo.
—Este sábado no, pero el siguiente seguro que sí, ¿o ahora
tienes cenas todos los sábados?
—No, el siguiente no, solo que yo no sé si estoy preparada
para conocerte, Dante.
—Ya, o sea que estás preparada para dirigir una gran
compañía y no estás preparada para conocer a un amigo, muy
bonito. Te recuerdo que soy un pobretón, a mí no me verás
más que como eso.
—Y dale con lo del dinero, ni que eso fuera tan importante…
—Para mí desde que luego que no, es lo que tiene el que te
falte—Rio y su risa me sonó franca. Me sumergí en esa risa y
desconecté de todo.
Era la misma risa en la que pensaba cuando me eché sobre la
almohada y, para mi total sorpresa, caí rendida.
Capítulo 13
Llegué al trabajo y al rato me sorprendió un mensaje de
WhatsApp que no esperaba.
Dante: Buenos días, Bella Durmiente, dime si me he ganado
mi cena.
Yo: Ey, no te esperaba de buena mañana. Vas a tener suerte y
todo.
Dante: Lo sabía, nunca pierdo una apuesta.
Yo: Pues esta no era fácil. Que tengas una buena mañana de
trabajo, chiquillo.
Dante: ¿Quién eres tú y por qué has secuestrado a Giselle?
Ella es demasiado pija para poner un “chiquillo”. Te has
delatado sola.
Yo: Las cosas cambian, que me lo digan a mí. Es que sigo los
consejos de un buen amigo.
Dante: Lo que no cambiará nunca es que seas una pija. Al
saber cómo vas a trabajar, seguro que solo he visto esos
modelitos por la tele.
Yo: Tú lo que estás buscando es que yo te mande una foto y te
vas a quedar con todas las ganas.
Dante: Te la iba a cambiar por una mía, aunque entiendo que
eso para ti no tenga el más mínimo aliciente. Al fin y al cabo,
dónde va a parar.
Yo: Espera, espera, que lo mismo hay trato.
Dante: ¿Con una alta ejecutiva? No quiero pensar cuánto voy
a salir perdiendo.
Yo: Está bien, entonces no lo hay.
Dante: Soy un bocazas. Quiero esa foto y la quiero ya.
Yo: Solo si me dices y en serio si es que coleccionas fotos de
todas tus amigas.
Dante: Lo creas o no, ni de una sola. Tira ya, anda, que me va
a dar el jefe con el látigo, estoy impaciente.
El caso es que yo también estaba loca por verlo en acción. Me
refiero a en el trabajo, ¿eh? Que puede que haya sonado un
poco heavy.
Corrí a colocarme delante del gran espejo que tenía en mi
despacho. Se trataba de un espejo que había buscado hasta la
saciedad en todas las firmas de muebles de diseño que
conocía hasta que di con él. La decoración de mi despacho,
ese en el que pasaba tantas horas al día, había sido diseñada al
milímetro por mí. Y nunca me gustó ese espejo tanto como
ese día.
Me vi reflejada en él y me gustó. Lucía un vestido muy
elegante, en color arena, con una pequeña cremallera en el
escote, que llevaba ligeramente abierta. Se trataba de un
vestido muy sexy y me hacía un cuerpo fenomenal.
De hecho, no había pasado en absoluto desapercibido para
Jacobo cuando llegué aquella mañana en la que me piropeó a
placer.
Tomé varias fotos y seleccioné la que más me gustó, con una
sonrisa muy natural y hasta diría que un pelín seductora.
Enseguida se la envié y su reacción no se hizo esperar.
Dante: Dicen mis compañeros que la ambulancia ya viene de
camino. Si muero a consecuencia de esto ni se te ocurra
sentirte culpable, ¿eh? Me ha valido la pena, el corazón me va
a mil.
Yo: Menos halagos y más enviar tu foto.
Dante: ¡A sus órdenes!
También me iba el corazón a un ritmo considerable cuando
llegó la suya. Nunca habría imaginado que recibiría una foto
de un chico como aquella, con su pantalón técnico, su
camiseta ajustada, su casco de trabajo, su arnés tan bien
colocado en una zona, la de la entrepierna, a la que prefería
no mirar demasiado, porque se intuía que al chico mucho
dinero no le habría tocado en la vida, pero en lo tocante a
ciertos atributos sí que había sido bendecido por la naturaleza.
También su sonrisa era una verdadera bendición, así como
una tentación.
Yo: Muy chula la foto, chiquillo.
Sin más. Por Dios que yo no le diría lo que pensaba. Al
mediodía volví a almorzar con las chicas, a las que ese día se
unió Claire.
—A ver, a ver—Todas tiraban de mi móvil.
—¡A que me lo partís! Un poquito de paciencia, lobas, que
sois unas lobas.
—Es que tú parece que no tienes sangre en las venas, niña,
trae ya—Me lo quitó Claire.
—De eso nada, que a mí el tío me pone.
—¿Te pone? Me caigo muerta, hermanita, es la primera vez
que te escucho decir eso de un tío en todos los años que
tenemos.
—¡Ay, omá! Y a mí también me ha puesto, ¿dónde estaba este
tío que no le arreé con el tirachinas yo? —Mencía se había
puesto bizca.
—A ver, a ver—Metió la cara en la pantalla Brianda.
—Ey, que yo lo cacé para mi hermana y no me dejáis ni
mirar.
—Claire, ¿lo cazaste para mí? Ni que fuera un gamo.
—No, un gamo no es. Es un ejemplar de humano, pero de los
que ya no quedan. Hermanita, dime que lo aprovecharás tú o
por papá que lo aprovecho yo—Lo miró con los ojos abiertos
como dos platos.
—Y nosotras nos ponemos a la cola, que seguro que ese
semental tiene para todas.
—¡Silencio, guarras! Que igual sí que me da por aprovecharlo
—les advertí.
—¡Esto sí que hay que celebrarlo! Voy a pedir una botella de
champán, hermana—me comentó Claire.
—No seas loca, ¿cómo vamos a tomar champán al mediodía?
—Hay bebidas deliciosas y exquisitas que pueden disfrutarse
a cualquier hora del día. Y lo mismo ocurre con ciertos
maromos, ni se te ocurra dejar de tirártelo porque te arañamos
entre todas. Si no nos dejas aprovecharlo, que sea porque lo
aproveches tú. Lo que no vale es lo de ejercer de perro del
hortelano, que ni come ni deja comer.
—Leñe, ¿y me lo tengo que comer a toda pastilla?
—De dos bocados lo engullía yo—Mencía estaba hasta
sudando con la foto.
—No podéis ser más guarras, es que no podéis serlo.
—Y a ti más te vale comenzar a serlo, porque un ejemplar así
no va a permanecer intacto de por vida, eso te lo aseguro,
hermanita.
Capítulo 14
Tenía unas ganas increíbles de que llegase la noche para
volver a hablar con él. He de reconocer que hasta había
trabajado mejor esa mañana con la sonrisa boba que me dejó
su foto.
Directamente, y sin pasar por la casilla de salida, me llamó
por teléfono.
—Igual tenía que haberte escrito antes, solo que estaba
ansioso por hablar contigo y me ha dado el arrebato—No
pudo ponerme más contenta escuchar eso.
—¿A cuántas les has dicho eso hoy? —Lo piqué.
—A ninguna, que lo sepas.
—Oye, se me está ocurriendo que ¿tú no serás uno de esos
albañiles al que no se le escapa ni una?
—¿Por quién me has tomado? Que uno será pobre, pero tiene
su estilo, ¿qué te has creído, chiquilla?
—No sé, no sé.
—Mira, yo digo como Manuel Carrasco “no tengas miedo,
eres mi sinvivir”.
—¿Qué dices, locuelo? Esa canción es muy fuerte, no me
vayas a decir que es de amigos.
—Ya lo sé, aunque también te dije que me gusta decir las
cosas claras y yo no sé ya si eso de la amistad…
—Huy, te veo muy intenso esta noche—Yo estaba a gustito,
como un cochino en un charco.
Me estaba dejando llevar. Era consciente de la diferencia de
nuestros mundos y, aun así, llevaba todo el día soñando con la
idea de construir un nuevo mundo para los dos.
—No tengo la culpa, ha sido tu foto. Y eso que esa foto me
asusta tanto como me gusta.
—¿Por qué te asusta?
—Porque seguro que tú me verías como un mindundi, por
eso.
—No digas eso, que los Cáncer somos muy sentidos y de
lagrimilla fácil.
—¿Te he dicho ya que también soy Cáncer?
—¿Qué dices? Eso no me lo habías dicho.
—Es que todavía hay muchas cosas que no sabes de mí.
Parece que nos conocemos y, aun así…
—Parece que me estuvieras quitando la idea, ¿tú no eres el de
la propuesta de cenar juntos?
—Y no te imaginas las ganas que tengo de hacerlo, solo que
tengo una sensación… No quiero que te rías de mí.
—Ni yo quiero reírme.
—Pero vas a hacerlo.
—No lo sé, tú prueba.
—Que tengo la sensación de que comienzo a sentir cosas por
ti, y no solo te hablo de un atracón de química.
—¿Y cómo sabes que no es eso?
—Porque el atracón de química ya lo sentí cuando vi tu foto
en la App el primer día. Y esto es mucho más, no tiene nada
que ver. Esto ha ido surgiendo después, con el paso de los
días. Es que entiendo que te rías porque no hace ni una
semana que estamos hablando, ni siquiera te conozco
personalmente y, pese a todo, sé que me vas a alterar cuando
te vea en persona y no poco…
—Ey, ¿qué me estás diciendo? ¿Acaso quieres echarte atrás?
—¿Yo? Ni para coger impulso, chiquilla, ese registro no está
en mi ADN. Más bien lo que quiero decirte es que me haces
algo más que tilín y que me lo estoy notando. Yo me conozco,
me estás gustando, Giselle. Si ser quien soy te supone un
problema, deberías decírmelo porque yo me estoy abriendo
en canal.
Me quedé sin habla. No me lo imaginaba siendo tan directo.
Y no era lógico que lo censurara por ello; primero porque me
halagaba y segundo porque era justo lo que yo deseaba en un
hombre; que me fuera franco.
—Yo nunca he dicho que sea un problema para mí.
—Es que decirlo no hubiera hablado bien de ti y es normal
que te lo hubieras callado. Pero si lo piensas, es mejor que me
lo digas ahora.
—No, no lo es—Di un paso adelante.
—Tampoco te estoy pidiendo matrimonio, entiéndeme, es
solo que veo más que probable que me gustes más que comer
con los dedos cuando te vea.
—¿Que comer con los dedos? ¿Qué clase de comparación es
esa? —Me partí.
—A ver, que no hablo de todo, pero ¿tú no vas al KFC
nunca? No me digas que esas tiras de pollo con los dedos no
saben mejor.
—Es que no he ido nunca, es verdad.
—Chiquilla, ¿tú dónde ibas a guarrear?
—¿A guarrear? ¿A qué te refieres?
—A comer comida basura, lo otro no te lo preguntaría—Rio
con ganas.
—Ah, yo es que casi nunca la he comido. Alguna vez, pero
muy poco. Siempre hemos ido al club social, ya sabes…
—No, no lo sé porque no he estado allí nunca. Y si hubiera
estado no sería para comer, eso te lo aseguro, habría sido para
arreglar algo.
—Ya, bueno pues que allí nos pasamos Claire y yo la
adolescencia y ahora que ya somos mayores, pues también. Y
eso que ella es menos pija que yo.
—¿Mi cuñada no es pija? Con ella me voy a llevar de
escándalo, te quitaremos juntos las tiras de pellejo.
—No lo dudes, con lo que le gusta meterse conmigo.
—Pero también te agenció un maromo, como dice la App.
—Suena fatal—Pataleé y me tapé la cara con la otra mano.
—¿Te estás tapando la cara? Es que lo veo.
—Me estás dando miedo, ¿no me habrás puesto una cámara
oculta o algo?
—Que no, mujer, es solo que me parece que te estoy
comenzando a conocer, un poquito.
—Vale, pero un poquito, ¿eh? Solo hace un cuarto de hora
que comenzamos a hablar, aunque a veces me dejes de piedra,
es muy cierto.
—De piedra te voy a dejar cuando me conozcas. Sé que no
serán pocos obstáculos los que nos separarán, pero también
que… Venga, mejor no digo nada, que es una corazonada que
tengo.
Me daba un subidón increíble. quizás pudiera tildárseme de
loca, pero a mí también se me comenzaba a desbocar el
corazón con un hombre que había mandado a paseo todos mis
esquemas y que le estaba dando una vuelta a mi cabeza que ni
yo misma me creía.
Capítulo 15
El sábado por la noche yo sabía que lo echaría de menos.
—Me mandas una foto y me tienes babeando toda la noche,
¿lo harás?
—Claro que sí, me gusta que babees. Me estoy terminando de
arreglar. Y tú, ¿qué harás? —Tenía puesto el altavoz mientras
me colocaba unos de mis pendientes más caros y elegantes.
—Hoy me iré a dar una vuelta con los chicos, ya que no
podré hablar contigo.
—Eso está bien, ¿son tus compañeros de trabajo? Apenas sé
nada de ellos.
—Es que a mí siempre me gusta que me cuentes tus cosas.
Ellos no son rivales para ti, son muy feos—Le escuché la risa
y me la contagió.
—Vale y, aun así, quiero saberlo todo, ¿te he dicho que llevo
una agente del CNI dentro?
—No, sé que llevas una leona, pero tanto no he afinado.
—Pues lo llevo, así que ya puedes ir largando.
—Con el que mejor me llevo es con Pedro, hace años que
trabajamos juntos. También Jose y Blas son unos buenazos,
me río mucho con todos.
—¿Blas? ¿Igual que el de “Epi y Blas”?
—Igualito, te puedes imaginar el cachondeo que le montamos
con el asunto.
—Me imagino, me imagino.
—Pues eso, que daré una vuelta con ellos y listo. Tampoco
para lanzar cohetes, el domingo por la tarde tenemos que
irnos para Jaén, trabajamos allí esta semana, nos lo han dicho
hace un rato.
—Anda, ¿y eso?
—Porque la empresa tiene cuadrillas por toda Andalucía y
una de Jaén ha caído casi entera con COVID, así que han
tirado de nosotros.
—Y entonces, ¿la cena del sábado se anula?
—Por encima de mi cadáver, el viernes noche ya estamos de
vuelta. ¿te crees que puedes librarte de mí tan fácilmente?
Estás muy equivocada, ¿eh?
Lo que yo no estaba dispuesta a decirle, aunque fuera la
verdad verdadera, era que nada más lejos de mi intención que
librarme de esa cena que me hacía muchísima ilusión.
Esa semana ya había ido de compras acompañada por las
chicas, pero para adquirir el oufit que me pondría esa misma
noche para la cena de trabajo. El atuendo para ir a conocer a
Dante todavía no lo tenía.
Era una nueva y renovada Giselle en pocos días y eso se notó
en el traje de chaqueta rosa fucsia con precioso top de gasa
estampado en malva que me sentaba como un guante.
Tocaba hacerme esa foto que me hice, con el pelo recogido.
Me veía muy favorecida y le puse mi mejor sonrisa.
—Demasiado guapa, no creo que nadie pueda centrarse en
hacer negocios con un bombón así en la mesa, salvo que
todas sean mujeres, que ya me gustaría.
—Pues tu gozo a un pozo, da la casualidad de que todos son
hombres esta noche excepto yo.
—Perra suerte que tengo. Y seguro que hay alguno que te tira
la caña.
—Pues sí, no te quiero mentir que luego las mentiras tienen
las patitas muy cortas.
—Casi hubiera sido mejor que lo hicieras, ¿quién te pretende?
Dame su dirección que le parto las piernas a domicilio.
—No hará falta, si es un buenazo y lo tengo a raya. Se trata
de Jacobo, sus padres y los míos son íntimos, nos hemos
criado juntos y ahora también trabajamos. Casi tuvimos algo
en el pasado, pero llegó Beltrán y aborté misión. Así que nada
que temer.
—¿Y a ti ya no te gusta?
—Lo quiero como a un hermano, ya solo lo veo así. No
temas.
—Pero no es tu hermano y ese sí que es de tu mundo.
—Tú lo que quieres es que yo te mande alguna frasecita de
esas de una canción como haces tú conmigo. Te vas a quedar
con todas las ganas. Ea, a comerte el coco, hasta mañana.
—¿Hasta mañana? Dime al menos que me enviarás un
WhatsApp para saber que has llegado bien.
—Ok, de acuerdo.
—Y no te creas que es por controlar, ¿vale? No es mi estilo.
—Si fuera tu estilo te habría mandado a paseo. De todos
modos, voy y vuelvo con mi padre, así que llevo escolta,
tranquilo.
—Ya me cae bien mi suegro. Y eso que todavía no lo conozco
y que igual yo a él no le hago ni pizca de gracia cuando sepa
de mi existencia.
—Es cazador y tiene escopetas. También te lo digo para que
te lo pienses, como me advertiste tú a mí.
—Me da exactamente igual eso. Si me llevo un tiro por ti, me
habrá merecido la pena. Y ahora discúlpame, que voy a dejar
de hacerme el machito y encargar un chaleco antibalas.
—Qué ocurrencias tienes…
—Ocurrencias las de tu padre, las escopetas no son una
opción cuando tienes dos hijas, deberían estar prohibidas…
—Pues no lo están, feo, luego te aviso, me voy, que llego
tarde por tu culpa.
Bajé las escaleras y me encontré a mi padre, perfectamente
maqueado, pero con peor color que un pavo viendo en el
calendario que llega la Navidad.
—Papi, ¿qué te pasa? ¿Es que no te encuentras bien?
—Le dan unos bajones de categoría últimamente, cariño, lo
que pasa es que no os quiere decir nada ni a tu hermana ni a ti
para no preocuparos.
—¿Qué dices, mamá? —Claire bajaba las escaleras.
—Que tu padre no está bien y os lo oculta, hija. Y más a ti,
que dice que te van a dar manías de médico y que vas a
querer ingresarlo.
—De verdad, papá, que serás un gran empresario y todo lo
que tú quieras, pero no puedes ser más niño para algunas
cosas. Voy a tomarte la tensión ahora mismo.
—De eso nada, hija, me voy ya de cena con tu hermana. Es
un compromiso inexcusable.
—Tú muévete de ahí e igual sí que tienes un compromiso
inexcusable con el hospital, va a ser que no.
—¿Claire es grave? —le pregunté.
—Una bola de cristal no es que tenga y tampoco es que deba
pasarle nada, aunque es evidente que debe guardar reposo. Ya
puedes irte, papá de aquí no se mueve.
—No, no, yo también me quedo.
—No, hija, tú tienes que ir—me suplicó él—. Ya me conoces,
si tengo que ausentarme lo voy a sentir, pero si no vamos
ninguno de los dos, me sentiré fatal. Tienes que ir y
disculparme, por favor.
—Todos lo entenderán, papi, no te preocupes…
Capítulo 16
Sentí vértigo cuando entré en el restaurante, era la primera
vez que iba sola a un evento de esas características y la
presión me pesaba como una losa.
No obstante, me acordé de Dante y de lo seguro que él estaba
de que yo me encontraba preparada para suceder a mi padre.
Y eso me ayudó.
—¿Qué ha pasado? ¿Y tu padre? —Jacobo nos estaba
esperando en la entrada. Él era, como suele decirse, más
cumplido que un luto.
—No se encontraba bien y vengo yo en nombre propio y
también para representarlo. Todo un marrón, no sé si parezco
una Giselle o dos, me desdoblo por los nervios.
—No te preocupes, lo importante es que te sientas segura de
ti misma, tú puedes con esto y con mucho más.
—Gracias, Jacobo, eres un encanto.
—Sabes que me tienes para todo lo que necesites, no hace
falta que te diga nada.
Justo en ese momento recibí un mensaje de Claire.
“Tensión totalmente descompensada, nada del otro mundo,
pero deberemos atarlo en corto. Trabaja demasiado”.
Todo apuntaba a que el momento iba llegando, sí. La cena era
en honor de nuestros inversores alemanes, si bien también
asistían varios de nuestros colaboradores marbellíes.
A mí los idiomas siempre se me dieron genial y papá se
aseguró de que dominara a la perfección el inglés y el alemán,
algo que a él se le había resistido y con lo que yo le eché un
gran cable siempre.
Hice un gran esfuerzo por dividirme y también por
simultanear las conversaciones en ambos idiomas, haciendo
en más de una ocasión a lo largo de la cena de intérprete entre
unos y otros.
Todo salió a pedir de boca y mi bautizo en solitario en los
negocios fue objeto de elogio por parte de Jacobo cuando por
fin hubimos terminado.
—Has estado sublime, no hace falta que te lo diga, aunque
me encanta hacerlo.
—Te lo agradezco, Jacobo, pero me siento como si me
hubieran metido en una coctelera y me llevaran meneando
toda la noche.
Provoqué su risa y no pudo resistirse, obviamente.
—¿Tú has visto lo guapísima que vienes? No puedes nombrar
según que cosas ni hablarme de meneos, que sabes que me
pongo tonto.
—No, tú naciste tonto, a mí no me eches la culpa—le apunté
con el dedo graciosamente, le tenía mucho cariño.
—Vale, vale, no diré nada más o me censurarás de por vida,
¿una copa?
—No, me voy para casa, estoy reventada, ya te lo he dicho.
—Eso es porque llevas horas en tensión, una copa te hará
bien.
—No, no. Y, además, que la gente le da mucho al pico.
Seguro que nos ven de madrugada a los dos por ahí y ya
comienzan a decir que nos hemos liado.
—Eso y echamos a arder las redes. Mujer, ¿Qué más te da lo
que digan? ¿Hace cuántos siglos que tú y yo no nos vamos de
copeo juntos?
—Muchos, muchos siglos, eso es verdad. Pero papá esta
noche no está bien y yo estoy intranquila.
—Mientras te los metías a todos en el bolsillo he
intercambiado varios WhatsApp con Claire. Juan Diego solo
necesitaba descansar un poco, lleva horas durmiendo. Y tú lo
que necesitas es desconectar.
—Y que tú seas menos pesado, también necesito eso.
—Y sabes que no lo vas a lograr, así que no nades contra
corriente que una copa no te hará daño.
—De veras que no tengo ganas de que la gente le dé al pico,
hombre, déjame irme a casa.
—Pues vayamos a cualquier sitio donde no nos conozcan. A
un local normal.
—Ya, te refieres a que no esté infectado de pijos como los
nuestros, ¿no?
—Exactamente, contigo todo es muy fácil, eso es porque los
dos hablamos el mismo idioma.
—No, yo hablo más idiomas que tú…
—Ya lo sé y menudo mérito que tienes, aunque me has
comprendido. Venga.
—Vale, pesado, llévame donde quieras.
—Eso no me lo digas, que te secuestro y encima habrá sido
con tu beneplácito, ¿cómo se llamaría entonces?
—Disparate, se llamaría disparate. Vamos ya, que no puedo ni
con mi alma, mira que te pones pesado…
Jacobo era muy responsable, todo hay que decirlo. Tenía su
coche fuera y por ese motivo no había bebido durante la cena,
así que se puso al volante y tiró para un local del montón.
—Muy pijos vamos tú y yo para entrar ahí, al final daremos
el cante—le advertí.
—Tú llamas la atención allá por donde vayas, nos pasaría
igual.
—Lo que tú digas, venga vamos ya que tenemos que acabar
con esto.
—Jopeta, Giselle, que parece que te llevo al matadero, más
que a tomar una copa.
—No, no puede ser que seas tan pijo como para que se te
haya vuelto a escapar lo de “jopeta”, como cuando eras un
crío —Me eché a reír.
—Sé que me lo has dicho muchas veces y aun así no puedo
controlarlo, igual que lo que me pasa contigo.
—No te pongas tan profundo y menos después de decirme
“jopeta”, yo no me quiero reír y, aun así, la risa sale sola.
—No qué va, tú no te quieres reír, que te compre quien no te
conozca. Ahora, que acusarme a mí de pijo, viniendo de tu
parte, es todo un delito.
—Yo estoy tratando de reformarme un poco, sigo
“Danterapia” por las noches—se me escapó.
—¿Eso qué es? ¿Un rollo de esos de la inteligencia
emocional? Bueno, mira, si te ha servido… Yo a ti te veo
mucho mejor. Y tanto que te veo mejor—Los ojos se le iban
para mi escote.
—Anda, anda, inteligencia emocional te voy a dar yo a ti.
Deja de mirarme así, que me estás poniendo nerviosa.
—Si es que yo he tenido siempre locura contigo y lo sabes,
no sé mirarte de otra forma, ¿qué le hago?
—Mirar para otro lado, que mira la de chicas monas que hay.
Eso o no invitarme a copas, que también es una opción.
—No seas mala conmigo, nos tomamos unas copas,
disfrutamos un poco, bailamos y así celebramos tu debut en
solitario, que ha sido por todo lo alto.
—Tampoco me van a poner en la portada de la revista Forbes,
no alucines, que tú alucinas mucho.
—Yo alucino contigo y, como se suele decir, por un tubo, ¿tú
sabes lo que me gustas a mí, Giselle?
—Si no has bebido, estás de un baboso que vamos. Una copa
y para casita, que me estás poniendo histérica.
—Histérico me pones tú a mí, como siempre, que tienes un
poder que yo no sé sobre mí. Y desde que te ha dado por
ponerte tan guapa ya es el remate de los tomates. Me tienes
loquito.
—Jacobo, que lo tuyo y lo mío nunca ha cuajado, hombre.
—Porque no es un postre. Ahora que, si se trata de hacer
símiles culinarios, yo lo pongo a fuego lento y terminaría
sabiendo a gloria.
—Mira que siempre has sido cocinillas. Vete a por la copa,
vamos.
—Te falta solo tirarme un palito y decirme que vaya a cogerlo
moviendo el rabo, guapa.
—Yo a tu rabo prefiero ni mencionarlo que sé muy bien que
eso te daría pie a decir más de una barbaridad.
—Una barbaridad estás tú de buena, ¿te he dicho ya que me
alucina tu cambio de look?
—Docenas de veces, ya es como un poco tortura china.
—Tortura es la mía, no te hagas la víctima. Sabes que me
gustas más que…
—¿Que chuparte los dedos? —le pregunté.
—¡Qué ordinariez! ¿Dónde has escuchado eso?
Me sentó fatal, como si me hubiera dado dos patadas en la
barriga sin previo aviso.
—Pues se lo he escuchado a alguien que tiene mucha gracia.
—¿En un monólogo? ¿De quién? ¿De Dani Rovira?
—No, simpático, no. Se lo he escuchado a un chico en vivo y
en directo. Vaya, tanto tampoco, pero casi.
—Estás de un misterioso que no hay quien te entienda, ¿tú te
encuentras bien? Que igual te has quedado un poco zumbada
por lo que te pasó. Mi primo Tony es un psicólogo muy
bueno, te lo he dicho más de una vez.
—¡Qué pesado eres! Que no necesito psicólogos, ¿me quieres
traer ya una copa? No paras de cascar y tengo la lengua como
la suela de un zapato. Corre ya a por esa copa.
—¿Y qué quieres que te traiga?
—Yo qué sé, un whisky doble mismo.
—¿Un whisky doble? Si tú no eres de mucho beber.
—Entonces tráemelo triple, venga.
—A ti hay algo que no te funciona, ¿qué te pasa?
—El mecanismo de decir que no es el que no me funciona.
Pero voy a aprender, ya lo verás, en otra como esta no me
coges.
De repente me entró un agobio de mil demonios. Yo sabía
desde siempre lo que Jacobo sentía por mí y, sin embargo, esa
noche me entraron hasta sudores de ver lo pesado que podía
llegar a ser en ciertas circunstancias.
Más bien, lo que me ocurría es que no me sentía bien porque
echaba mucho de menos a Dante y nuestras charlas. Y llegó
un momento que tampoco sabría decir lo que hacía allí con el
pijo de mi amigo.
Por otra parte, es que me imaginaba al otro por ahí, tan mono
como era, con montones de chicas que se le echaran encima y
me entraron las siete cosas, ninguna de ellas buena, por
cierto.
Total, que ya estaba deseando llegar a casa y ponerle un
WhatsApp a ver si había suerte y él me decía que también
estaba de vuelta.
—Este whisky no es doble—observé cuando me lo trajo.
—Te basta y te sobra, te lo digo yo. No quiero que llegues a
casa como una cuba y le digas a Juan Diego que ha sido por
mi culpa.
—Da igual lo que hagas, sabes que él te quiere como a un
hijo.
—Eso querría yo, haber sido su hijo político.
—Y yo quiero que no me salgan patas de gallo y ya verás en
unos años.
—Yo te querría con patas de gallo, con arrugas y con
verrugas.
—Para el carro, que yo soy la Bella Durmiente, no la bruja de
la manzana, ¿qué es eso de las verrugas?
—¿Eres la Bella Durmiente? ¿Desde cuándo? Eso no me lo
has contado.
—Ni falta que te hace, que eres un poco metomentodo.
—Me estás dando fuerte y flojo esta noche, niña, parece que
me tengas aborrecido.
—Es solo que yo no quería venir—resoplé y se me movieron
todos los pelos del flequillo.
—Cualquiera diría que te he traído a punta de pistola. Bébete
eso que nos vamos, anda, me estoy sintiendo hasta mal.
—Lo siento, Jacobo, tampoco tienes la culpa—Me dio pena.
—Jopeta, es que parece que no estés nada a gusto.
—Es porque dices cosas como “jopeta”, lo has vuelto a hacer.
—Vale, se me escapa, pero se me ha escapado otras veces y
no has querido crucificarme por ello.
—Es que eres muy pijo, demasiado pijo…
—¿Y a ti desde cuándo te molestan los pijos? Porque mira
que eso es nuevo, nuevo del todo. A mí no dejas de
sorprenderme, no sé por dónde vas a salir un día de estos.
Lo podía dejar muerto en la piedra cuando me viera con
Dante. Y había muchas posibilidades de que eso ocurriera y
pronto. Mi cuerpo estaba allí con Jacobo y mi mente estaba
con ese albañil macizo al que solo le hacía falta abrir el pico
para lograr que me doblara en dos de la risa.
Me tomé la copa prácticamente de golpe.
—Y ahora otra y tú me acompañas.
—Yo te acompaño hasta el coche, sí, ya me has dejado claro
que no quieres estar aquí conmigo—refunfuñó algo molesto.
—No seas tiquismiquis, que ahora ya sí quiero.
—¿Ahora sí quieres? ¿Y eso por qué?
El motivo era evidente. A mí el alcohol se me subía a la
cabeza a la velocidad de la luz y aquel whisky era fuertecito.
—Porque me apetece y porque me da la gana, por eso. Y no
vayas a decirme que soy una niña de papá porque no, tú me
conoces mejor que nadie y sabes que no, ¿cuántos años hace
que somos amigos?
—¿Desde nuestro nacimiento? Y creo que por entonces ya
estaba enamorado de ti. Mira, siento si a veces soy un
pelmazo, creo que es cierto que no ha sido buena idea que
viniéramos. A mí se me ha soltado la lengua y tú te has
echado a la bebida, es evidente.
—Qué fuerte, siempre has sido más exagerado que el cine,
Jacobo.
—Venga, termínate la copa que nos vamos.
—Mira que eres bobo, que ahora no me quiero ir, no sé cómo
tengo que decírtelo.
—Me da igual, te voy a llevar a casa, a mí se me ha cortado
todo el punto.
Cierto que yo me había comportado un pelín borde y que
podía ser que le hubiera aguado la fiesta. Era una de mis
típicas actitudes de Cáncer. Mi vida era un carrusel emocional
y a menudo pasaba de la risa al llanto en un santiamén.
—Lo siento si me he puesto tonta contigo. No tenía ningún
derecho, ¿podrás perdonarme?
—Claro que te perdono, pequeña, es que te adoro. Solo que
yo también tengo mis sentimientos y, con esto de que llevo
unos días viéndote más animada, como que me he vuelto a
hacer ilusiones contigo. Y claro, luego me tratas como si
fuera un cero a la izquierda para ti y me da el bajón.
—Ay, pobre, ven aquí—Le di un abrazo y un beso en la
mejilla.
—No te puedes hacer una idea de las ganas que tengo de
besarte, ni una idea…
—Prefiero no hacérmela, también te lo digo—murmuré
haciéndole una cobra tremenda.
—¿Ya no te gusto ni un poquito? Hubo un momento en
nuestras vidas, hace años, en el que yo pensé que te gustaba.
—Y me gustabas, sí, pero el espabilado de Beltrán se metió
por medio, qué te voy a contar. Y yo caí rendida a sus pies—
hice un gracioso gesto como de que me iba al suelo—. Y él
terminó pateándome el culo, ese es el final del cuento.
—Yo podría darle un final mucho más feliz a ese cuento, solo
con que tú quisieras.
—¿Sabeas lo que te pasa? Que muy avispado no eres—le
confesé ya con el puntito del whisky.
—¿Por qué dices eso? ¿Se me han vuelto a adelantar?
—¿Te acuerdas de lo de la “Danterapia”?
—Sí, qué clase de bobada es esa—El tono se le iba agriando,
ya iba intuyendo que no sería nada bueno para él.
—Es que he conocido a un chico llamado Dante y me gusta.
Bueno, no lo he conocido. O sí, pero virtualmente, por
Internet, después de que Claire le diera con un tirachinas y lo
tirara de un árbol. Que en realidad no es un tirachinas de
verdad o me lo hubiera lisiado vivo…
—¿Qué dices, loca? ¿Tú no habrás dejado el vaso solo en
ningún momento?
—Que no, que no me han echado nada, tranquilo. No es eso.
—¿Y entonces? Lo que estás diciendo no tiene ningún
sentido, ¿tú eres consciente?
—Sí, pero es que tú no lo conoces. Ni yo tampoco, pero sí
estoy harta de hablar con él y me dice “chiquilla” y a mí se
me enamora el alma, como le pasaba a La Pantoja, que mi
madre la escuchaba cuando éramos peques Claire y yo. Si
hasta le hacíamos los coros cuando ella canturreaba.
—Con todos mis respetos, ¿qué tiene que ver Isabel Pantoja
en todo esto? Me parece surrealismo en estado puro.
—Y yo no te digo que no, vale, es surrealista, ¿y? A mí me
gusta Dante y no solo porque esté como un queso, que lo está.
Normal, es albañil y tiene un cuerpazo que vaya telita…
—¿Dices que es albañil? ¿Y dónde lo has conocido?
—En una App de ligue. No te digo el nombre porque te vas a
tronchar y yo no quiero servir de cachondeo ni para ti ni para
nadie, déjate. Yo al principio no quería, pero ya sabes cómo
es Claire, se emperró y oye, aquí estamos, que me voy a cenar
con él dentro de una semana y fijo que me lo tiro. Porque
chico a mí me ha cambiado mucho la mentalidad, qué quieres
que te diga. Y el tío está para comérselo del derecho y del
revés, así que me haré a la idea de que es un Calippo y tó pá
dentro—Debí ponerme bizca. Aunque quien realmente se
puso bizco fue él.
—Te juro que no te conozco, espero que me confirmen en el
restaurante que nos han puesto setas alucinógenas o algo,
porque te prometo que no es normal.
—Anda ya, no seas cerrado de mollera, y vamos a tomarnos
otra copita.
—Mira, de matarratas me la tomaba yo, porque me has dado
la noche y bien dada. Vámonos ya, te lo pido por favor.
Sin querer, le hice daño a Jacobo, mostrándome insensible y
mirando solo por mí y por mis deseos. Mi amigo no se
merecía eso y comencé a sentirme mal.
—Ay, ven aquí, que te doy un abracito…
—No necesito tu caridad ni tus migajas. Y, a poder ser, te
pediría que en lo sucesivo tampoco te vuelvas a reír de mí ni
de mi forma de hablar. Y mucho menos cuando me he
enterado de que vas cazando tíos por los árboles a lo Jane de
“Tarzán”. Y ahora, vámonos, te lo pido por favor.
Salimos detrás de una pareja y, de golpe y porrazo, me
sonaron todas las alarmas. Sí, algo me dijo que yo conocía al
chico. Desde detrás, tan solo le veía la cara de perfil, lo cual
no fue óbice para que el corazón me diera un vuelco en un
momento dado, y una cabriola mortal cuando lo vi subirse al
coche con su chica. Era Dante, yo no estaba majara, era él.
—Jacobo, ese chico es Dante—le indiqué mientras el chaval
arrancaba el coche con aquella rubia a su lado.
—Y yo soy el Papa de Roma, te prometo que tienes un mal
beber que no es normal, niña.
Capítulo 17
Me llevé toda la jodida noche sin poder pegar un ojo. Eso de
volver a dormir a pierna suelta… Al final iba a ser que no. Yo
no podía con el mosqueo que tenía.
Vayamos por partes. No estaba loca y lo conocía por las fotos.
O Dante tenía un hermano gemelo, que no era el caso, o lo
había visto a él en vivo y en directo. Y no precisamente
rodeado de amigos.
Es más, la bilis se me revolvió en cuanto me metí en la cama
y se me pasó un poco el efecto del alcohol, porque entonces
recordé que a esa pareja llevábamos un rato viéndola de lejos
y que se habían mostrado súper cariñosos el uno con el otro
todo el tiempo.
Me la habían vuelto a pegar. Es lo que tenía. Yo no sabía si la
rubia de Dante tenía o no silicona en las tetas, porque
entonces ya sería de traca, aunque eso era lo de menos. El
problema era que yo podía competir en cuernos con toda la
generación de Bambi al completo, imposible sentirme más
desgraciada.
Esta vez quería darle a probar al ponecuernos de turno de su
propia medicina. Así que cuando llegué le mandé un
WhatsApp como si nada hubiera visto y todo siguiera normal
entre nosotros. El muy sinvergüenza lo vio, pero no me
contestó. Normal, o la rubia se había bajado al pilón o era él
quien estaba restregando la lengua en la entrepierna de ella.
Una de dos, ahí no había más, ¡normal que no me contestase!
No fue hasta por la mañana que el “angelito” resucitó y
entonces se dignó a hablarme. Eso sí, no por teléfono, como
ya solíamos hacer, sino escuetamente y por WhatsApp.
Dante: “Perdóname, chiquilla, anoche no te pude contestar.
Pero que sepas que te leí y ya me quedé tranquilo de que
estabas en la camita”.
Miserable y sucio traidor, me dieron ganas de escupirle a la
pantalla del móvil. Pero entonces caí en que el mensaje era
suyo, pero el móvil mío. Y por eso me contuve.
Quise ver, si por un milagro, tenía la decencia de confesar su
traición. Pero no, ya vi que no, iba a seguir con el cuento. Y
no, este cuento no tardaría en tener otro final como el de
Beltrán, tras un puñado de años. Este lo cortaba yo por lo
sano y en los primeros capítulos.
Cogí el teléfono y lo llamé. El muy desgraciado me contestó
con mala voz. Normal, con el trajín de la noche, estaría hecho
polvo.
—Ey, chiquilla, no esperaba que me llamaras, no he tenido
muy buena noche, discúlpame.
—¿No has tenido buena noche? Pues la rubia tenía buen culo,
es raro que se torciera el plan—le solté sin anestesia y con
unas malas pulgas increíbles.
—¿Perdona? No te entiendo, corazón.
—Traidor de mierda, que te vi salir de ese local, ¿me vas a
negar que tienes un Mondeo blanco y que ibas con una chica
monísima? Mira, hazme el favor de no enervarme más porque
te juro que no respondo. Esto no se le hace a alguien como
yo. Sabes mejor que nadie que vengo de una historia similar y
me la has colado a lo grande. Hace falta ser desconsiderado y
luego dirás que no pretendías conquistarme por mi dinero. ¡y
un mojón! No me vayas a decir que no, que lo vi todo… No
parabas de echarle el brazo por encima del hombro, la
llevabas en volandas, se veía que te deshacías con ella, so
mierda.
—Joder, joder, joder, qué marrón. Sí era yo, todo eso es
cierto, solo es que…
—Que no es lo que parece, ya sé lo que vas a decir. Mira, al
menos te pido que no insultes mi inteligencia porque eso sí
que no podría soportarlo ya. Confiesa, so cabrón, que no eres
más que otro cabrón como Beltrán, solo eso.
—No me digas eso, te lo pido por favor.
—Te digo eso y todo lo que me dé la gana porque me asiste la
razón y porque tíos como él y tú sois los que hacéis que a las
mujeres nos den ganas hasta de cambiarnos de acera.
—Puedo explicártelo, chiquilla, por Dios, cómo te has puesto.
—¿Cómo me he puesto? Me dijiste que saldrías con tus
amigos y estabas allí, que no me te la comiste de un bocado
de milagro.
—Eso no es verdad, no lo es.
—Que lo vi, joder, que lo vi. Solo que desde donde yo estaba
no te veía la cara y no sabía que eras tú. Pero en la salida
coincidimos, yo iba con Jacobo y…
—¿Tú ibas con Jacobo? ¿Con el que está enamorado de ti?
También pensé que ibas con más gente.
—A mí no me desvíes el tema que yo no he sido quien la ha
liado parda. Aquí, el único que estaba deseando meterla en
caliente eras tú.
En el fondo pensé que no era así, que Jacobo estaba igual, si
bien eso me lo callé. No pensaba reconocer nada, sería él
quien se cayera con todo el equipo.
—No desvío nada, solo que creo que al final de la noche a
todos se nos giraron los planes.
—Tu giro debe haber llegado hasta el amanecer. Escocida la
habrás dejado.
—Ya está bien, Giselle, no sigas hablando así. Yo no estoy
enamorado de Mar, ella es la madre de mi hijo.
—¿La madre de tu hijo? ¿Qué clase de broma es esta? A mí
no me hace ni puñetera gracia, ¿eh?
—No es ninguna broma. Tengo un hijo, Giselle.
—¿Tienes un hijo? ¿Y cuándo pensabas comentarme
semejante tara? Ya sabía yo que las cosas no podían ser de
color de rosa para mí. La desgracia se cernía sobre mi cabeza.
—Giselle, por favor, deja de dramatizar. No podía
explicártelo porque sé lo que sientes por los niños y porque
cada vez que intentaba sacar el tema me lo ponías más negro.
A mí me gustas mucho y quería que me dieras al menos la
oportunidad de conocerme. Y, quizás, así, hasta igual te
picaba la curiosidad por conocer a Adrián.
—¿Qué es Adrián?
—¿Cómo que “qué” es? Será quién es; Adrián es mi hijo y
tiene cinco años. Además, es lo más bonito de mi vida, así
que entiendo que para ti sea un grano en el culo, pero una
cosa te voy a decir; entiendo que estés molesta porque hayas
pensado lo que no es, pero si mi hijo te sobra por completo es
cierto que has dado en hueso duro.
—A mí no te me pongas chulito porque no tienes ningún
derecho, ¿o tengo que recordarte que me has mentido y
encima que te has ido de picos pardos con su madre?
—Que yo no me he ido de picos pardos con nadie, joder, que
Mar y yo hace dos años que estamos separados.
—¿Y entonces? ¿A santo de qué quedaste con ella con
nocturnidad y alevosía mintiéndome?
—Mira, Giselle, yo entiendo que tú estás dolida porque
Beltrán te diera un palo y demás. Aunque ya vayas mejor, el
resquemor sigue ahí dentro para saltar como un muelle a la
primera de cambio, es evidente. Yo había quedado anoche
con mis amigos y así lo hice. Solo que a cierta hora Mar me
llevó llorando, estaba devastada.
—Pobrecita y te llama a ti, no tendrá a otro a quien contarle
sus males de amores. Seguro que busca volver contigo, hay
mucha lagarta suelta capaz de montar un circo con tal de
salirse con la suya. Y probablemente tu Mar es de esas.
—Ya, lo único es que su “circo” es un diagnóstico de cáncer
como la copa de un pino—me soltó a bocajarro y me quedé
loca.
—¿Está muy mal? ¿Le va a pasar algo? —Tales palabras me
bajaron los humos de golpe y me hicieron sentir una
bocachancla total.
—El diagnóstico no es de ella, sino de su padre, que vive en
Madrid, El hombre ya está viudo porque la abuela de mi hijo
murió hace un par de años de otra enfermedad. Ahora le ha
tocado a él y Mar debe ir a cuidarlo, porque es hija única y
porque él tiene allí a sus médicos y demás. Obviamente, en
tales circunstancias, que va a estar todo el día hospital para
arriba y hospital para abajo no puede llevarse al niño, así que
me llamó para que buscáramos una solución. Pasé a buscarla,
porque no podía dejar de llorar y obvio que la abracé y
demás, aunque no verías tú que yo la besara en la boca ni
tuviera con ella un gesto que no habría tenido con una
hermana o con cualquier persona a la que aprecie y que me
cuenta algo así.
Quise que me tragara la tierra y, aun así, volví a la carga
porque yo o la ganaba o la empataba.
—Lo siento y entonces supongo que estaréis buscando un
colegio interno o algo para Amancio, ¿no? Que vaya
nombrecito que le habéis puesto.
—Se llama Adrián, mi hijo se llama Adrián—recalcó con
paciencia.
—Vale, Adriano, Trajano o como sea…
—Adriano no, Adrián. Es una monería de niño, aunque sé
que tú no querrás conocerlo y que lo culparás de que no
lleguemos a ninguna parte porque por supuesto que no se va a
ningún colegio interno, se queda unos meses a vivir conmigo.
De hecho, a mí me encantaría tener la custodia compartida,
solo es que su madre tiene mejores horarios de trabajo que yo,
pero ya me las apañaré durante este tiempo. De momento,
voy a hablar con mi jefe para no tener que irme esta semana
fuera de Marbella.
—Ya, ya lo entiendo todo. Y el niño no es tanto problema,
sino que yo estoy muy dolida porque me hayas mentido—Me
hice la buena porque tampoco quería quedar como el bicho
que picó al tren.
—Puedes escudarte en lo que te dé la gana porque tienes
derecho a ello, aunque también te digo que no cuela. Yo ya te
he contado la verdad y es totalmente contrastable. Si no te
hablé antes de Adrián es porque hubieras corrido como alma
que lleva al diablo. Y te recuerdo que tú todavía no me has
explicado lo que hacías a solas con Borja cuando lo cierto es
que también ibas en grupo. Ni yo te he pedido explicaciones,
porque, aunque me despierte celos, lo primero es confiar en
ti. No me has dado motivos para desconfiar y, por tanto, así
debe ser.
Me estaba dando una buena lección porque yo me había
comportado como una imbécil total y, aun así, no quería dar
mi brazo a torcer.
—Lo de Borja fue una copa y ya. Si te soy sincera, me porté
como una borde total con él, no querrá volver a salir conmigo
ni a la puerta de la calle, por esa parte puedes estar tranquilo.
Al final resulta que mi padre se puso pocho y que tuve que ir
yo sola a la cena con todos. Me salió bien, me acordé de tus
palabras y creo que lo bordé.
—No sabes lo que me alegro, sé que este es nuestro final,
aunque también sé que ha sido muy bonito mientras duró. Si
te he podido ayudar en algo, me siento bien por ello. Eres una
gran tía, aunque tú sí que tengas la “tara” de no soportar a los
niños.
—Es una alergia como otra cualquiera. O peor, porque esta no
tiene vacuna.
—Seguro que podrías buscarla si quisieras, solo que no te va
a interesar.
—No, no podría. Lo siento mucho, me he divertido cantidad
contigo, te deseo lo mejor. Y al mico ese que has traído al
mundo también, ¿vale?
Capítulo 18
Comencé una semana muy distinta a la esperada y también a
lo que yo ya estaba acostumbrada. Odiaba con toda mi alma
que las cosa tuvieran que ser así, si bien yo no le encontraba
ningún tipo de solución a la “traba” que se nos había puesto
por medio.
No se le pueden pedir peras al olmo. Yo había saltado por alto
el hecho de que Dante no perteneciera a mi círculo social y
demás. Ese, ahí donde lo veis, fue un gran paso para mí, uno
de gigante. Pero de ahí a que me tragara también el que
tuviera un mico, por ese aro no podía pasar.
Todos en el trabajo me lo notaron, incluso mi padre, que se
tomó un cafecito conmigo.
—Hija, yo no te veo bien, ¿sientes mucha presión por lo que
te dije el otro día?
—No, no es eso, papi, no sufras, de veras que no—Lo último
que deseaba era alterarlo a él.
—Me alegro. Sé que llevas años preparándote para
sucederme y, pese a ello, soy consciente de que este tipo de
cosas dan mucho vértigo cuando llegan. Jacobo me ha dicho
que estuviste increíble en la cena.
—¿Te ha dicho eso? Es un gran chico, te quiere mucho.
—Y yo a él, sabes que lo quiero como a un hijo.
—Lo sé, papi, y también que te habrías cortado un brazo
porque estuviéramos juntos, que te veo venir, solo que no
puede ser, ¿te manda él?
—Has perdido el juicio si crees eso. Jacobo siempre ha sido
muy orgulloso y sus problemas se los solventa él solito. Hace
muchos años que se convirtió en un hombre y no se escudaría
en mí para conseguir ningún propósito.
—Perdona, papá, me he colado. Parece que últimamente la
cago con todo el mundo, no debí preguntarte eso.
—No, si lo dudabas has hecho muy bien en preguntarlo.
Preguntar no es malo, es importante conocer la realidad de las
cosas para poder sentenciar al respecto.
—Sí, papi, es muy importante conocer la realidad de las cosas
—resoplé.
Dante no se me iba del pensamiento. Lo veía en la taza del
café, en la cenefa de los azulejos del baño, en la cinta de
andar de casa y hasta en la sopa. El problema era que en días
se había colado en mi corazón y debía sacarlo de allí.
Llegué al viernes hecha jirones emocionalmente y ese día
almorcé con las chicas, cada una de las cuales me dio su
opinión al respecto.
—Yo te entiendo, si no puedes comulgar con esos pequeños
babosos que se arrastran, no puedes, qué se le va a hacer—me
comentó Brianda.
—¿Qué se le va a hacer? Pues ponerse en manos de un
psicólogo, ¿no te fastidia? Los niños son lo más bonito del
mundo—añadió Mencía.
—Ya sé que tú adoras a tu sobrino, guapita, pero es que a mí
me salen ronchas solo de pensar en ellos—me disculpé.
—Es que eres muy cabezona, hermanita. Ahora que ibas a
soltar el bombazo en casa de que habemus idilio con el
albañil, te echas atrás porque ya ha engendrado.
—Se nota que eres médico, lo miras desde el punto de vista
científico, Claire, cuando lo cierto es que no me importaría
que hubiera engendrado si lo hubiera hecho en la gran puñeta
y yo no me hubiera enterado.
—Es que eso no sería ser padre ni ser nada. Ser padre es lo
que hace ese muchacho, ejercer como tal.
—Ahora me explico muchas cosas, que saliera poco y tal. No
es solo porque trabaje y estudie, es porque la mitad de los
fines de semana tiene a su hijo. De las dos últimas semanas
no porque habían ido a Madrid a ver al abuelo, pero a partir
de ahora la cosa cambia. Y yo ahí no me puedo meter porque
saldríamos todos escaldados.
—Pues nada, guapa, tú misma, no te metas. Eso sí, luego no
nos vengas llorando por los rincones y diciéndonos la mala
suerte que tienes, porque a veces la mala suerte es que nos la
buscamos nosotras solitas—Mencía no entendía mi postura,
estaba en pie de guerra.
—Oye, pues a mí me parece que una tiene que ser honesta
consigo misma y que si no puede, no puede. Que se hubiera
contenido el otro las ganas de ser padre, ¿no? —Brianda lo
veía de otra manera.
—Claro que sí. El muchacho tenía que haber ido a una
adivina que le dijera que tiempo después conocería a una
joyita con solo una pega; que los niños la harían convulsionar.
Mira, hermana, yo solo te digo que agüita contigo, ¿eh? Si yo
fuera Dante pensaría que eres para echarte de comer aparte, tú
verás.
—A mí me estáis liando, yo necesito unanimidad, no criterios
tan dispares.
—Pues te jodes, que esto es lo que hay. Cada una pensamos
de una manera, aunque eso debería darte igual. Tú eres una
gran empresaria, una mujer de éxito y tu criterio debería ir a
misa. Si todavía no has aprendido eso, por muy hermana
mayor mía que seas, estás más verde que una pera para las
cosas de la vida. Y ahora vamos a pedir unas cañas que me
estoy quedando seca con tanta conversación ya, puñetas.
Mi hermana parecía alterada y es que yo era capaz de alterar
hasta a un muerto que llevara tres días enterrado, como ella
solía decirme. Sí, no era una persona fácil y tampoco quería
cambiar. Me gustaba como era, aunque eso supusiera pasar
por la pena de no tener ya sus “buenos días” ni sus “buenas
noches”.
Capítulo 19
Un par de semanas después, yo estaba como un alma en pena.
Mucho hacerme la dura y la chula con todo, pero a la hora de
la verdad no podía con mi decisión.
Era viernes noche y las lágrimas acudieron a mí. Mi madre
pasó por la puerta de mi dormitorio y me vio, entrando y
sentándose conmigo en la cama.
—¿Qué te pasa, cariño? Desde que ya no hablas con ese chico
por las noches, no eres la misma.
—¿Por qué dices eso, mami?
—Porque nunca te había escuchado reírte como lo hacías con
él. Yo tenía la ilusión de que esa risa continuara en tu vida, de
que un día pudiéramos conocerlo. Y me da que esa
posibilidad se ha esfumado, ¿por qué?
—A ti igual no te hubiera importado conocerlo, pero papá
hubiera cargado la escopeta—Me limpié las lágrimas, no me
gustaba disgustar a mi madre.
—¿Y eso por qué? Ya sabes que tu padre ladra, pero no
muerde—Rio.
—No sé, igual esta vez hacía una excepción, mami.
—Si no te explicas no podré decirte, ¿no será un delincuente?
—En parte sí, pero solo porque se ha llevado mi corazón, no
te asustes.
—Ah, vale, hija, ¿y entonces? —Quiso una explicación.
—Es albañil, mamá, simplemente albañil.
—¿Y? Es cierto que tu padre pondría el grito en el cielo. Y
también lo es que ya lo calmaría yo. Sabes que lo conozco
mejor que nadie y que sé calmarlo, por eso no habría
problema. Todo se solucionaría con tal de verte feliz, mi niña.
—Es que ese es el siguiente problema, mamá, que él también
le dice “mi niño” a un mico que tiene y con el que parece
totalmente encariñado.
—¿Tiene un hijo? ¿Y ese es el problema? Mira que siempre
has ido especial para esas cosas. Un niño es la sal de la vida,
ya me gustaría a mí tener nietos. Aunque, al ritmo que vais, la
cosa se alargará…
—Por mi parte eternamente, a mí no me coges en un paritorio
ni amarrada, mamá.
—Y siendo así, ¿cuál es la pega? Ya tienes uno hecho, sin
dolores y sin recuperación postparto.
—Pues la pega es que yo no quiero niños, que sabes muy bien
que no los soporto.
—¿Tú lo has probado? Porque ese es tu problema, que pones
el parche antes que la herida.
—Que no, mamá, que no es verdad.
—Si te conoceré yo, ¿te acuerdas de cuando eras pequeñita y
se te metió en la cabeza que no te gustaba el marisco? No
había quien te hiciera probarlo, lo veías y ponías una cara de
asco que vaya. Hasta que yo te lo metí con un calzador sin
darte cuenta. Un día le dije a Rosa que preparara arroz “al
señorito”, limpiando todo el marisco y no lo reconociste. El
asunto fue que te chupaste los dedos, te encantó y, si no lo
llegas a probar, hoy seguirías con lo mismo.
—¿Me chupé los dedos? Me trae buenos recuerdos esa
expresión.
—¿Tienen que ver con ese muchacho?
—Sí, mami, con él.
—Tendrías que ver cómo te brillan los ojos al hablar de él.
Mira hija, lo que deberías hacer es probar, como quien no
quiere la cosa. Y si te gusta, bien. Y si no, lo dejas y pides
otro plato, que para eso tienes la suerte de poder elegir. Ahora
bien, si no lo haces, si no lo pruebas, siempre te quedará la
duda de lo que habría pasado.
Mi madre se levantó y me dejó a solas. Ella era partidaria de
siempre de darnos un consejo a sus hijas, pero de que luego lo
“rumiáramos” solas. La pelota estaba en mi tejado y no me lo
pensé. Un rato después me vestí y me fui para casa de Dante.
Yo sabía dónde vivía porque él me había dado la referencia de
un restaurante chino que había debajo de su casa, de forma
que no tendría mucho problema para dar con él cuando
llegara a su barrio.
Aparqué en aquel lugar que no tenía nada que ver con la zona
en la que yo vivía, pero que tampoco era para nada feo. Es
más, aunque su piso fuera muy pequeñito, lo había comprado
en una urbanización bonita y moderna, por lo que me lo
imaginé muy mono.
Solo tuve que colarme en su portal aprovechando que un
chico salía y mirar en el buzón. Enseguida localicé su piso y
subí.
Su cara de asombro al abrir la puerta fue impresionante.
—Giselle, ¿qué haces tú aquí? —Me abrazó tan fuerte que
temí que me desmontase.
—Ya ves, que estoy aquí porque he venido.
—Papá, ella no es china—le escuché decir a un mini Dante
que salió detrás de él.
—No, mico, no soy china. Soy malagueña, ¿no lo ves? —le
pregunté mirándolo de reojo.
—Entra, anda, que hemos llamado al chino para que nos
suban cena y se había hecho ilusiones.
—¿Los micos cenan? Joder, pues sí que salen caros.
—Papá, ¿Qué es un mico y quién es ella?
—Un mico es un mono, mico. Y yo soy Giselle, la mejor
amiga de tu padre, ¿no te ha hablado de mí? Si es que los
hombres son unos descastados.
—Papá, ¿qué es descastado?
—Amancio, si lo llego a saber te traigo un diccionario, no
preguntas nada. Madre mía, me va a doler la cabeza.
—Yo no me llamo Amancio, me llamo Adrián, ¿quién te ha
dicho que me llamo Amancio?
—Tu padre, que no sabe ni cómo te llamas.
—Mi padre sí lo sabe, qué cosas más raras dices, ¿a ti te pasa
algo en la lengua?
—Que la tengo muy afilada, por lo demás me va perfecta.
—Pues yo no te entiendo mucho cuando hablas.
—Si quieres te hablo en alemán, a ver si te crees que yo te
entiendo mucho a ti. Mira, hay que hacer un esfuerzo, ¿eh? Si
yo puedo, tú puedes. A mí no me seas tiquismiquis, Amancio.
El niño miraba a su padre sin dar crédito y Dante se tronchaba
de risa.
—No está loca, hijo, solo un poco trastornada, pero ya se le
pasará, ¿te parece si la invitamos a cenar?
—Si se está un poco calladita, vale, porque esta chica para mí
que hace que le duela la cabeza a cualquiera.
—¿Qué ha dicho Amancio?
—Nada, nada, ¿me ayudas a poner la mesa?
—Si no hay más remedio, porque me da que no tienes
servicio, ¿no?
—¿Servicio? Ven, anda, que antes que nada te voy a enseñar
el piso, esto se ve en diez segundos.
—Lo tienes muy mono de todas maneras, ¿eh? Muy…
—Te parecerá un horror, no disimules. No es muy nada, es
Ikea total, del primero al último mueble—me cogió la mano y
me lo enseñó.
—Sí, yo los monté con papá, ¿tú has montado alguna vez
muebles de Ikea? —me preguntó el mico con el baile de San
Vito en las piernas.
—No, yo no. Oye, ¿tú no tendrás ganas de hacer caca,
Amancio?
—Yo no, ¿por qué?
— Porque te veo que no paras y no sé si tu padre te ha puesto
el pañal.
—¿El pañal? —se echó las manos a la cabeza—. Papá, ¿se lo
explicas tú o se lo explico yo?
—Este mico es un poco sabelotodo, ¿no? —observé.
—Mujer, es que le dices unas cosas que lo dejas a cuadros.
Adrián no lleva pañales desde los dos años.
—Y yo qué sé, ¿eso es por ahorrar?
—Sí, claro, porque los pobres nos las sabemos todas. Mujer,
eso es porque ya desde pequeños son capaces de controlar sus
esfínteres.
—Vale, sí que vienen modernos ahora.
—Y con libro de instrucciones, venga ya… Eso es así de toda
la vida, ¿tú qué sabes de los niños?
—Que son más peligrosos que la central nuclear de
Chernóbil, eso es lo único que sé y no necesito saber nada
más.
—Ven aquí, anda—Me sentó en su cama, con las manos
cogidas—. No esperaba que vinieras, Giselle, ha sido una
gran sorpresa. Estoy muy contento.
—Para el carro que todavía no sé ni por qué he venido ni
tampoco cuánto tiempo podré permanecer en ese salón sin
necesitar un desfibrilador.
—Y luego dices que eres aburrida, si no puedes ser más
divertida, mujer.
—Si tú lo ves así, yo solo te digo que más vale que
bendigamos la mesa porque igual para mí es rollo “La Última
Cena”, que puedo atragantarme y palmar.
—Eres lo más ingenioso, ¿qué te parece mi mundo?
—Lo esperaba mucho peor. Tu pisito es tamaño llavero, sí,
aunque muy confortable y claro, me gusta mucho.
—¿Una rica como tú dándole el visto bueno a un sitio así?
—A ver, que tiene el tamaño de mi vestidor ideal, sí, pero que
entiendo que…
—Que para un pobre está bien, ¿no es eso? —Causé su risa.
—Lo has dicho tú, en mi boca no se te ocurra poner palabras
que yo no pronuncie.
—No pondré palabras, no—Sin pensarlo, lo que sí depositó
en mi boca fue un beso y lo más grande fue que yo me derretí
y me emocioné, por lo que se lo devolví con total énfasis, y
nos estábamos morreando a saco cuando llegó el mico.
—Papá, dejad de pelar la pava que hay un chino en el salón.
—Adrián, ¿estabas ahí?
—No, acabo de llegar, ¿le digo al chino que pase?
—Sí, claro y nos hacemos un trío—se me soltó la lengua y el
mico me miró un tanto desconcertado.
—No preguntes nada, Adrián, vamos a pagarle a ese señor
asiático—Lo cogió de la mano.
—Señor, será, pero también chino, que tiene los ojos que
parece que está chupando un limón.
Yo traté de quitarme el sofoco y salí también al salón. Por
suerte, el chino lo único que sabía decir en español era el
precio de la cena, por lo que no se llevó al niño para meterlo
como parte del menú. Aunque pensándolo bien, esa podía
haber sido una solución.
—Tlece con cincuenta—dijo alto y claro con la mejor de sus
sonrisas, esa que estiró más todavía sus ojos, que ya de por sí
parecían dos puñaladas en un cartón.
—Papá, ¿qué le pasa al chino en la boca?
—Adrián, hijo, tú coge la comida y pon la mesa con Giselle,
que yo le pago a este señor.
—A mí no me eches el muerto encima, que ni he puesto la
mesa en mi vida ni me entiendo con el mico, que su idioma
no lo hablo.
—Pues yo a ti sí que te entiendo, ¿tú de dónde eres? —me
preguntaba él rascándose la cabeza.
—De un mundo muy pijo, Adrián, de un mundo muy pijo,
que tú no conoces—le explicó su padre.
—No le hagas caso, yo soy muy normalita, ¿no lo ves?
—¿Tú normal? No, va a ser que no, tú tienes algo raro y yo
voy a investigar lo que es.
—Lo que tiene es mucho dinero y, por ende, muchos cuentos
—bromeó su padre.
—Oye, que yo no he venido aquí para que me insultes—le
advertí.
—¿Tienes muchos cuentos? Yo quiero que me leas uno, ¿me
lo leerás?
—No, mico, que a mí por la noche se me cansa la vista, no
puedo.
—¿Se te cansa la vista? Yo me canso entero, quiero seguir
jugando y los ojos se me cierran solos, yo no hago nada.
—Tanto mejor, así te acuestas y tu padre y yo, a otra cosa,
mariposa.
—¿Qué dices de mariposa? Mira, los platos están ahí—me
indicó a un mueble al que él no llegaba.
—¿La vajilla de diario, la de los fines de semana o la de las
celebraciones? —le pregunté.
—Papá, que yo no la entiendo, que te prometo que no la
entiendo.
—Ni yo tampoco a ti y estoy haciendo un esfuerzo, así que
santas pascuas, mico.
Capítulo 20
Me desperté, miré a mi alrededor y no entendí demasiado
bien lo que estaba pasando. Entonces vi que tenía el mico al
lado, con un moco fuera, y pegué un salto que casi me subo a
la lámpara.
—¿Qué pasa ahí? —Su padre se despertó también de golpe,
yo había dado un grito considerable.
—Que le sale algo de la nariz, lo mismo es parte del cerebro y
es grave. Te prometo que yo no le he hecho nada, aunque le
tenga ganas.
—Chiquilla, qué susto más grande me has dado, solo es un
moco, ¿no lo ves?
—¿Y qué hace fuera de la nariz?
—¿Tú no tienes mocos?
—Supongo que sí, pero guardados en su sitio, no voy
alardeando por ahí de ello, ¿le pasa mucho?
—¿Cuál es la pregunta exactamente? ¿Que si se le salen los
mocos? Cada vez que se resfría. Tranquila, no es mortal,
existen unas cosas llamadas pañuelos de papel y son tela de
prácticos.
—Madre mía, ¿qué me echaste anoche en la copa? ¿Por qué
estoy aquí? Tienes muchas cosas que explicarme.
Habíamos amanecido los tres en el sofá y yo no entendía la
razón.
—Obvio que no te eché nada. Después de la cena vimos una
peli de Disney con él, ¿no lo recuerdas?
—Sí, que yo pedí que mejor me colgarais por los pulgares, es
verdad, ya me acuerdo—Sonreí con malicia.
—Pues eso, que al final nos debimos quedar todos dormidos
y hasta ahora, no hay más.
—Si yo no me tomé mis pastillas ni nada, ¿cómo va a ser?
—Sabes que conmigo no las necesitas. Y por lo que veo, con
Adrián tampoco.
—Con el mico lo que voy a necesitar es una paciencia que no
tengo. Y eso no lo venden en las farmacias.
—Eso se practica, ¿tú no haces yoga?
—No, me lo recomendaron cuando Beltrán me dejó colgada y
me negué. Paso de hacer el canelo.
—¿De hacer el canelo? Si el yoga y la meditación son
geniales para templar el estado de ánimo.
—¿Y qué le pasa a mi estado de ánimo? ¡¡Si yo estoy de lo
más tranquila!!
—Trataría de creerte si no acabaras de reventarme un
tímpano.
—Paparruchas, ¿vamos a desayunar ya o me vas a matar por
inanición? Luego dices que soy pija, pero es que no me
cuidas nada.
—Si te acabas de despertar y no has hecho más que cascar.
—Porque necesito olvidar, no entiendo lo que estáis haciendo
conmigo, me abducís o algo, esto no es nada sano—Me
levanté de golpe y, al poner un pie en el suelo, sentí un dolor
infinito.
—¿Qué te ha pasado? —Me vio la cara, estaba a punto de dar
un alarido de histérica de los míos.
—Que me he clavado algo en el pie, supongo que el mico
habrá puesto cristales en el suelo o algo para desangrarme.
—Yo no he puesto nada—se despertó en ese momento y se
refregó los ojos. El muy mentirosillo parecía hasta tierno.
—Di la verdad o te tendremos que lavar la boca con jabón.
Yo misma lo haré…
—Quita, que me estás espachurrando al Pokémon—se quejó.
—¿Eso es un Pokémon? Pues ten cuidadito con ellos, que son
un peligro en potencia.
—¡Más peligrosa eres tú!
—Adrián, por favor, esos modales—lo reprendió su padre.
—Es que mamá dice que yo tengo muy mal despertar y vale,
necesito mi tiempo. Y ella se está metiendo conmigo.
—Ha sido tu Pokémon el que ha comenzado, así que a mí ni
me mires.
Me levanté y me fui para el baño. Me miré la cara y era
asombroso; había chocos en su tinta más limpitos que yo.
Debía ser la primera vez en mi vida que me quedaba dormida
sin desmaquillarme, así que yo misma grité cuando me vi.
—¿Te pasa algo? —Dante no ganaba para sustos conmigo.
—Que me he asustado con una cosita, ha sido por vuestra
culpa, para no variar.
—Chiquilla, si tú estás guapa con el rímel corrido y de todas
las maneras…
—¿Lo habías visto y no me habías dicho nada? Si me llego a
ir a la calle así, te la cargas.
—¿Y el mico no? —me preguntó el niñatillo aquel, como
riéndose de mí.
—El mico el primero, por haber venido al mundo sin
permiso. Lárgate si no quieres ganarte un sopapo en todos los
pañales.
—Que yo no llevo pañales—farfulló y, para demostrármelo,
se dio la vuelta, bajándose los pantalones del pijama y los
calzoncillos, y me enseñó el culo.
—¿Qué haces, Adrián? ¿Así te he educado yo?
—Es ella, papá, que me saca de mis callisas.
—Será de tus casillas, hijo. Sí que me vais a dar faena, y eso
que hoy no curro.
—No curras, pero el desayuno me lo tienes que preparar, que
me largo…
—¿Te vas a ir? Quédate, hoy voy a llevar a Adrián al Tívoli,
te lo pasarías de miedo con nosotros.
—Tú lo has dicho, de miedo. Y si dices de infarto, todavía
das mucho más en el clavo. Yo al Tívoli no voy con vosotros
ni así me llevéis amarrada. Esto lleva su proceso y yo ya hoy
me marcho saturada o, dicho soezmente, hasta el kiwi.
—Si tú no tienes kiwi—se burló el mico.
—¿Y tú qué sabes lo que tengo yo? Ahora, que no me voy a
poner a tu nivel y enseñártelo, mico.
—Solo faltaba—Dante se santiguaba.
—A ver, el desayuno y rapidito, que hay prisa, como la
abuela de la Fabada Asturiana.
—Yo había pensado ir por churros y porras, ¿te parece?
—Con una porra podría darte en la cabeza, almendruco, ¿qué
clase de guarrada es esa?
—Mujer, que yo decía de comer, no sé en lo que estarás
pensando tú.
—Ya, pero resulta que un buen desayuno debe estar
compuesto por alimentos con una incuestionable calidad
nutricional y que comprendan proteínas, grasas e hidratos de
carbono, a lo que hay que añadir vitaminas y minerales, como
no podría ser de otra manera.
—Joder, ¿y todo eso en qué se traduce? Mira, mejor nos
vamos para la calle y tú te pides lo que te dé la gana.
—¿Sin maquillar y sin nada? No he traído mi neceser, por
quién me tomas. De eso nada, prepara lo que buenamente
puedas y que sea lo que Dios quiera.
—Vale, no es tofu, pero puede pasar—le dije un rato después
cuando puso huevos, jamón york, aguacate, frutos secos y
fresas encima de la mesa. Todo ello regado con zumo de
naranja.
—¿Puede pasar? Lo he tenido que mirar en Internet, yo suelo
desayunar café y tostadas.
—Papá, yo no quiero esto, parece que estamos en una boda,
yo quiero Nesquik fresquito con Tosta Rica, un montón de
galletas. Esto que se lo coma la pija.
—¿Lo has oído? Me tiene la guerra declarada y sin motivo
alguno, deberías castigarlo una semana sin salir del cuarto.
Hoy ni Tívoli ni nada y nos vamos tú y yo por ahí.
—Papá, no me puedes castigar sin castigarla a ella, si yo le
digo pija es porque ella me dice mico. Tú siempre dices que
si te demuestro que algo es justo no me castigarás.
—Este niño es un sabihondo, ¿de dónde lo has sacado?
—Salí de la barriguita de mi madre, lo de la cigüeña no es
verdad, ¿no lo sabes? —Trató de explicarme el mico.
—Claro que lo sé, ignorante, si no fuera así, me liaba a
pedradas con ellas y no dejaba ni una sola, que a mí no me
endosa nadie a uno como tú y por toda la cara.
—¿Y por qué no te gustan los niños? Si somos muy graciosos
y mi madre dice que damos mucha alegría.
—Qué va a decir ella si ya te ha echado al mundo y no tiene
más remedio que tirar para adelante. Los niños sois un
incordio y no hay más que hablar.
—No es verdad, papá, yo no quiero que ella venga al Tívoli
con nosotros.
—No te preocupes, que yo no iría ni drogada, no te fastidia.
Menudo tormento.
—Haya paz, por favor. Giselle, tú eres la mayor, quizás
deberías…
—¿Me vas a echar la bronca a mí sin echársela a él? No te lo
has creído ni tú.
—Es que se supone que tú eres una mujer madura, una
empresaria de éxito y mírate…
—¿Qué me pasa? ¿Qué estoy haciendo yo? —Me tuve hasta
que reír porque me señaló a que tenía el ceño fruncido y los
brazos por delante del pecho, exactamente igual que el mico.
Me había puesto a su altura.
—Está bien, está bien. Bueno, de todos modos, yo desayuno y
me voy. Ya me mandáis una postal un día de estos o algo.
—¿En serio no te quieres venir? —me preguntó él
cogiéndome la mano.
—Que no, ya he tenido ración de mico para una temporadita,
así que ya puedes dar gracias. Se acabó, no me da la gana.
—¡Menos mal! —Se pasó el mico la mano por la frente,
aliviado.
Capítulo 21
Mi madre estaba en el jardín cuando volví y me vio un tanto
sofocada.
—¿Y bien, hija?
—De bien no ha tenido nada, mamá. Es justo como me temía,
el mico es insufrible. De esta sí que me voy de cabeza al
psicólogo.
—¿Y eso por qué? ¿Chilla o llora mucho? ¿Se tira al suelo
con berrinches?
—Qué dices, entonces habría vuelto yo como las balas, deja,
deja. Solo es que no para de meterse conmigo y de decirme
pija.
—¿Y tú a él cómo lo llamas?
—Mico, aunque creo que se llama Amancio, pero no estoy
segura.
—¿Y quieres ganarte su respeto y cariño así? La llevas clara,
los niños dan lo que reciben y esa no es actitud por tu parte.
—¿De qué habláis? —Mi padre apareció por allí y me dio un
beso.
—Cosas de chicas, papá—Lo último que quería yo era
alterarlo de buena mañana. Ese día, al no tener que ir a
trabajar, parecía más relajado.
—No has venido a dormir a casa, ¿algún chico a la vista? No
paro de decírselo a tu madre, que vaya ganitas que tengo de
que nos deis un nieto tu hermana o tú; un heredero al que
mimar y que corra libremente por este jardín.
—Claire seguro que está por la labor, en su día—le contesté
entre dientes.
—Lo supongo, pero tú eres la mayor y a lo mejor por eso le
tomas la delantera, ¿no?
—Papá, yo es que me noto un poco sudorosa, voy a darme
una ducha…
Lo que estaba era realmente desconcertada. En el fondo, y por
mucho que me costara reconocerlo, debí sentirme a gusto con
aquellos dos truhanes la noche anterior para quedarme
dormida en el sofá. Y eso me daba un cierto miedo.
Por un lado, pensaba en Dante y en las distancias cortas es
que ganaba, no podía resultarme más irresistible. Pero por el
otro, pensaba en el mico, y caían sobre mí las siete plagas de
Egipto; la idea me aterraba.
Claire salió compuesta y no tardó en invitarme a ir con ella al
club.
—También vienen las chicas y tienes mucho que contarnos,
no te hagas la remolona, ¿o es que has vivido una noche de
pasión loca y no puedes con tu vida?
—De pasión, si yo te contara… Estoy baldada por haber
dormido en un sofá de Ikea con Dante y el mico, ¡y con sus
mocos!
—¿Dante tiene mocos? —Me miró con cara de asco.
—Claro que no los tiene, ¡pero el mico sí!
—Normal, es un niño, ¿quieres que los lleve en un canasto?
Le salen de la nariz, es un mocoso como el resto. Tú también
lo fuiste de niña.
—Yo no lo fui, a mí no me compares con ese engendro.
—No, tú eras mucho peor, que llorabas por todo. Menuda
tiquismiquis, a mí me tenías siempre más negra que el tizón.
Venga, vístete antes de que me dé por acordarme de eso y te
deje aquí.
El club estaba de bote en bote. En cuanto entré divisé a
Jacobo, que estaba por allí. Llevaba una temporadita más
tenso que el pellejo de un tambor conmigo, desde aquella
aciaga noche en la que salimos y no me porté demasiado bien
con él.
Hice por acercarme y como que noté cierto hermetismo por
su parte, como si no le interesara demasiado mi compañía.
Eso no era habitual en él, así que me quedé un tanto
extrañada. Me saludó de lejos y como que casi no quiso
acercarse.
Entendí que no me había portado nada de bien con él y fui yo
quien se acercó.
—Hola, enfadica, que eres un enfadica, ¿qué te pasa a ti
conmigo?
—No me pasa nada, reina mora, solo que he pensado que ya
es hora de dejar de rendirte pleitesía, llevo toda la vida
haciéndolo y los resultados no han sido para tirar cohetes, así
que he decidido seguir por mi camino igual que tú por el
tuyo. Si con el tal Dante no te salieron las cosas, no quiero
servirte nuevamente de paño de lágrimas, ya me he cansado
de ese rol, todo llega.
—No es ni así, todo es algo más complejo. La chica con la
que lo vimos es la madre de su hijo. Su padre tiene cáncer y
le estaba contando que tenía que irse una temporada, que le
dejaba el niño. Eso fue todo y es verdad porque anoche dormí
con ellos, no es una trola como las de Beltrán.
—¿Dormiste en la misma casa que un niño? ¿Pero de carne y
hueso o es que el tal Dante es ventrílocuo y tiene muñecos?
—Muy gracioso, en la misma casa y en el mismo sofá, ¿estoy
desconocida o no estoy desconocida?
—Lo estás, lo estás. Menuda proeza, te doy dos o tres días
más para salir atacá, ¿tú te acuerdas de las sevillanas esas de
“La Martirio” que tu madre y la mía escenificaban en las
Navidades hace años? Pues así vas a acabar tú, con los
nervios hechos polvo. Para mí, sinceramente que te estás
agarrando a un clavo ardiendo, pero por supuesto que tú
puedes hacer lo que te venga en gana. Solo faltaba que te
dijera yo lo que tienes que hacer con tu vida. Eso sí, piensa
que conmigo lo habrías tenido todo; me habría amoldado a no
tener niños y a todo lo que te hubiera venido en gana. Ya me
conoces, me he llevado toda la vida bebiendo los vientos por
ti, aunque ha llegado la hora de pasar página. Todo cansa y yo
también me he cansado.
Jacobo me habló con el corazón en la mano. Nunca lo había
visto así de serio conmigo y me dio la impresión de que sí, de
que lo había perdido para siempre. Fui egoísta porque
interpreté sus palabras como una pérdida. Llevaba toda la
vida con el sentimiento de que, a la postre, siempre lo tenía
ahí, en la reserva, por si un día me hacía falta. Y él ya se
había hartado. Igual sí era yo esa pija que decía el mico y no
actuaba con demasiada consideración con el resto.
Me senté con las chicas, que no paraban de bromear sobre lo
de mi supuesto romance y tenía la sensación como de que no
estaba allí, como de que mi cuerpo sí que se encontraba en
ese club, pero mi cabeza volaba un tanto lejos, concretamente
en el Tívoli.
Capítulo 22
Estaba a punto de dormirme cuando me llegó su mensaje de
“buenas noches”. No me había escrito nada durante todo el
día, seguramente por eso de dejarme mi espacio y no
agobiarme, que Dante sabía que yo estaba digiriendo
demasiadas cosas para un primer día.
Junto con el mensaje llegaron unas fotos y algún que otro
vídeo de cómo se lo habían pasado en el Tívoli; como enanos.
Se veía que la complicidad entre ellos era grande y que Dante
era lo que se dice todo un padrazo, ¿todo me tenía que tocar a
mí?
No podía darme más coraje, ¿por qué no podía estar libre
como yo? No, él estaba emocionalmente agarrado como una
garrapata a ese mico que no haría sino entorpecer la relación
entre su padre y yo, ¿era una egoísta? Pues igual un pelín, sí,
señores, pero es que mi madre me había echado al mundo así
de pija y no podía evitarlo.
El asunto era que lo estaba echando de menos, así que viendo
que él no me llamaba, cosa que me quedé esperando, lo hice
yo.
—¿Qué pasa? Ya lo veo, el enano está contigo y ya no hay
llamadas que valgan, ¿no?
—¿Cómo? No sabes las ganas que tenía de escucharte decir
eso, aunque te pusieras en modo reproche, que ya me lo temía
yo. Para nada es eso y tengo unas ganas tremendas de verte y
de achucharte, solo que no me atrevía a dar ningún paso hasta
saber cómo te encuentras después de esta noche pasada.
—De momento bien, creo que el mico no me ha pegado nada.
Y eso que ahora dicen que hay unos casos de viruela del
simio que han hecho saltar todas mis alertas.
—Y luego pretendes que no me ría contigo, chiquilla, si eres
lo más gracioso que ha parido madre.
—No me hables de parir que todavía me pongo de mala
leche. Si tu ex se hubiera cerrado de piernas, pero no, ella
tuvo que echar al mico al mundo. Es igual que la otra, Angie,
con sus cabezones; todas se han puesto de acuerdo para
boicotearme. Pues no lo van a conseguir, no hay mico en el
mundo que pueda conmigo.
—Oye, ¿y por qué no dejas de pensar que hay un complot
mundial contra ti y te vienes con nosotros esta noche? Es
sábado y, como suele decirse, el cuerpo lo sabe.
—Porque antes los sábados eran nuestros y ahora, si voy,
tendremos que hacer lo que el mico quiera.
—No, ¿qué te apetece cenar? Nosotros nos adaptamos, te lo
prometo.
—Es una encerrona, seguro que lo es. Planeáis envenenarme
o algo peor; hacerme ver otra peli de Disney.
—No, Adrián está hoy que se cae de sueño. Hemos pasado un
día espectacular y en cuanto cene caerá rendido y lo llevaré a
su camita. Tú y yo nos podremos tomar una copa y charlar
tranquilos. Sé que eres una mujer con una posición alucinante
y que lo que te estoy ofreciendo es un churro de plan, pero es
el que tengo.
—Si no es por eso, es que todavía estoy intentando asimilar
cosas. Además, que a tu hijo no le caigo bien, ¿no te lo ha
dicho?
—No, no es eso lo que me ha dicho…
—Tú qué vas a decir. Eres un tío, con tal de meter venderías
tu alma al diablo si fuera necesario.
—¿De veras te parece que ese es mi perfil? Yo creo que no,
nunca te he demostrado que mi interés contigo sea el de meter
nada. En todo caso, un gol a tu corazón.
—De fútbol ni me hables. Como tu plan sea el de ponerme
fútbol, ya me viste el pelo por tu casa.
—Nada de fútbol. La idea es una cenita y luego una copa
tranquilos en el sofá con luz tenue, ¿suena demasiado mal?
—No, suena demasiado bien, ya verás como el mico va y lo
jode.
—Él no pretende joder nada, ni siquiera le caes mal como tú
piensas. Solo que eres un poco arisca con él y se pone a la
defensiva. También es normal…
—Sí, sí, se comporta como un crío, lo tienes súper
maleducado.
—¿A él? —Se reía a mandíbula batiente.
—Hombre, claro, no va a ser a mí, que mis padres me
educaron muy bien, dónde va a parar. Bueno, que no me
enredo más, igual voy para allá, aunque no te prometo nada.
—Vente y pedimos lo que tú quieras, palabrita.
—¿Palabrita del Niño Jesús? No quiero estar zampando todas
las noches comida basura o me voy a poner como un tonel. Y
entonces cojo al mico y lo ahogo en ese mismo tonel, te lo
digo.
Lo dejé riéndose y colgué sin más. Hasta yo misma había de
reconocer que cambiaba por completo cuando se trataba de
aquel niño. Me volvía irascible y no tenía nada que ver con la
serena mujer de negocios que era, ¡si hasta me imaginaba
tirándome de los pelos con él!
Un rato después aparecí por allí y a Dante se le encendió la
cara. Por el contrario, el mico se tapó la suya.
—¿Otra vez? —le preguntó a su padre.
—Adrián, ni se te ocurra ponerte impertinente o te vas a la
cama sin cenar.
—¿Y tienes que esperar para eso? Yo creo que ya la ha liado,
¡a tu cuarto sin cenar, Amancio! Que no te va a pasar nada,
tienes buenas reservas.
No es que fuera un niño gordito, pero sí corpulento, como su
padre. Su cara fue para hacer un avatar con ella.
—Ni en broma, yo ceno y con postre y todo. Papá, hoy quiero
pizza.
—No, tú elegiste ayer chino, hoy le toca elegir a Giselle.
—¿A la pija? ¿Y qué cenan las pijas? Ay, Dios, yo no lo
quiero ni pensar—Se tapó la cara y negó con la cabeza, era
muy cómico.
—Sushi, yo quiero cenar sushi.
—Papá, ¿qué es sushi?
—Es como una especie de pescado crudo, hijo, solo que está
muy bueno.
—¿Crudo y bueno? Esto es una venganza de la pija, yo quiero
un Happy Meal, papá, por favor, lo otro lo puedo potar.
—Si va a potar, cómprale un Happy Meal o lo que le salga del
alma, porque entonces es cuando te prometo que no pongo
más un pie en esta casa.
—¿Os habéis propuesto volverme loco entre los dos?
—¡¡Sí!! —gritamos al unísono y Dante no daba crédito.
Un rato después estábamos todos contentos, el niño con la
cajita esa con el juguetito y yo con el sushi.
—A ti sí te gusta, ¿no? Es del mejor restaurante de sushi de
Marbella.
—Ya me he dado cuenta—murmuró entre dientes.
—Ay, Dios, ¿lo has pagado tú? No me he dado ni cuenta,
pues cuesta un ojo de la cara—Reí.
—Más que llenar el carro de la compra para Adrián y para mí
para toda una semana, lo cual no me importa. Como si tengo
que hacer horas extra, si a ti te gusta, yo lo pido las veces que
haga falta.
—Ay, me vas a hacer sentir mal—Solté los palillos.
—¿Y eso por qué?
—Porque tú eres muy bueno y yo creo que soy un poco
bicho. No sé, es una sensación que tengo, como que no
termino de hacer las cosas bien.
—Eres más mala que la bruja del “Tren de la Escoba” —me
soltó el mico y me partí de la risa.
—¿Qué dices tú? Yo no soy mala ni mucho menos bruja. Las
brujas son muy feas y yo no.
—No, fea no eres, que voy a fardar de madrastra con mis
amigos. Pero mala, un rato largo, así con la lengua muy larga
—Hizo el gesto y su padre es que no podía parar tampoco de
reírse para reñirle.
—Adrián, por el amor de Dios—decía intentando poner orden
y los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Papá, si es verdad, tú no lo ves porque estás enamorado de
ella, pero a mí no me puede ni ver, yo lo sé.
—A ver, mico, que no es eso, solo que tú y yo no nos
entendemos, pero podemos hacer un pacto. Si tú no me
atacas, yo no te ataco, ¿a que soy madura?
—Menudo ejercicio de madurez por tu parte, vamos a tener
que patentar la fórmula—Seguía riéndose Dante sin poder
parar.
—Tú sigue así y Amancio no nos tomará en serio, te lo digo
de verdad.
—Adrián, me llamo Adrián—resopló el mico.
Un ratito después, tal como vaticinó su padre, el niño ya
estaba en la cama. En ese momento apareció por el salón. Era
prácticamente la primera vez que nos veíamos a solas y el
pellizquito en mi estómago no hacía más que crecer.
—Por fin solos, no veas si me apetecía este momento.
—Sí, es un momento chulo, ya verás lo poco que tardará el
puñetero de Amancio en levantarse y joderlo.
—Sabes que se llama Adrián, ya lo haces para fastidiar,
reconócelo.
—A lo mejor lo sé, solo que se me olvida.
—No sé cuál de los dos es más pequeño.
—Pues él, vaya tontería, que es un tapón de alberca—Reí y le
contagié la risa.
—Mira que eres…
—Soy única e irrepetible.
—Y nada aburrida, eso ya te lo puedes quitar de la cabeza,
quien pensara eso no estaba muy bueno de la chota.
—Bueno, bueno, así me gusta, que me mires con buenos ojos.
—No sabes con los buenos ojos que te miro—me confesó
mientras metía sus dedos por debajo de mi pelo y comenzaba
a besarme.
—Que va a salir el mico, que te digo yo que ese tiene un
radar para fastidiarnos.
—Y yo te digo que no, tranquilízate. Cuando se duerme, ya
puede caer una bomba al lado de su cama, que ese no se
despierta.
—Eso es porque cae tieso como un ajo después de hacer
maldades todo el día—Reí.
—¿El niño hace maldades o las haces tú? —Al final sí que va
a resultar que eres una brujilla.
—Yo no soy ninguna brujilla, que conste…
—¿No? Ven aquí, brujilla mía…
Me tomó por la mandíbula y siguió besándome como si no
hubiera un mañana. Yo también tenía unas increíbles ganas de
devorar esos labios carnosos, así que nos seguimos besando
hasta que casi nos dolieron antes de que él se decidiera a
poner esas copas.
—Eres un churro de barman.
—Es que te prometo que me cuesta separarme de ti, eres
irresistible, te lo digo muy en serio. Y adictiva, ojalá no
fueras…
—¿Ojalá no fuera adictiva? ¿Ni irresistible?
—No, ojalá no fueras rica para que no pensaras cosas raras
sobre mí.
—Sé que no quieres aprovecharte de mi situación si es eso lo
que te preocupa, ¿vale?
—¿Lo sabes de verdad? Porque es lo único que me trae de
cabeza, tú me gustas por lo que eres, no por lo que tienes.
—No hables tanto, que hablas mucho—Lo corté con un beso.
Comencé a beber de la copa observando la intensidad de sus
brillantes ojos. No solo era guapo y atractivo, sino que tenía
lo que podía decirse una cara bonita de verdad, como si se
tratara de un muñeco. Y eso que yo, al no haber tenido nunca
instinto maternal, de muñecos no es que tampoco entendiera
mucho.
Se sentó a mi lado y me cogió la mano, observando con una
pícara sonrisa cómo mi piel se iba volviendo poco a poco de
gallina y el rubor acudía a mis mejillas.
—Es que me encanta, me encanta—murmuró.
—¿Qué te encanta, listo?
—Que reacciones así, ¿sabes lo que significa?
—Seguro que estás deseando decírmelo tú, ¿no?
—Que hay química, que entre nosotros hay montones y
montones de química.
—¿No me digas? Y yo que no me había dado cuenta—Di un
nuevo trago a mi copa.
Necesitaba hacerlo porque estaba seca, la garganta la tenía
como si me hubieran pasado un papel de lija por ella. No en
vano, ese hombre me ponía demasiado, me ponía tanto que en
ciertos momentos me daba hasta miedo.
Simplemente me estaba dejando llevar por el momento y eso
que, para mí, él tenía un hándicap como un camión de grande;
ese mico que podía salir en cualquier momento y aguarnos la
fiesta.
Dante dio un sorbo igualmente y se acercó más. Yo sentí que
era inminente que los acontecimientos se desencadenaran y
así fue. No hizo falta que articulara ni una sola palabra.
Tampoco que lo hiciera yo. Fue suficiente con que nos
miráramos para que me tomara en sus fuertes brazos y me
llevara hasta su dormitorio, donde cerró la puerta con pestillo.
—Lo único que no se permiten son gritos—murmuró.
—No te preocupes que, si el mico me escucha chillar, será
por otros motivos.
—Tú vas a terminar queriendo a ese mico, te lo digo yo.
—Y tú has fumado algo muy bueno, ¿quién te lo ha pasado?
—Te haces la dura y no eres ni la mitad.
—¿Con los niños? Mira, no me hagas hablar…
—No, no hables, solo quiero que sientas.
Me tumbó sobre la cama y me fue desvistiendo con total
lentitud. Primero recorrió toda mi cara, besándola centímetro
a centímetro, con total calma, como él era. Después
aprovechó que la parte de arriba de mi cuerpo ya estaba
desnuda para recorrerla también con sus besos, erizándome el
vello cada vez más, humedeciéndome mientras me reconocía
a mí misma que la excitación era máxima.
—Igual te araño, mis manos no te resultarán demasiado
suaves.
—Tus manos son perfectas—Se las cogí y las besé. Eran
fuertes, trabajadas, unas manos muy viriles que me
revolucionaron al máximo.
Él siguió acariciándome y solo paró cuando llegó al pubis, al
que miró como si se tratara de una joya antes de comprobar
su grado de excitación con unos dedos que no dudaron en
juguetear en su interior hasta excitarme a tope.
Me gustaba dejarme llevar por él, me sentía muy a gusto con
sus juegos de dedos, con sus miradas, con la forma en la que
me iba probando como si mi sabor fuera inigualable.
También yo quise probar el suyo y, cuando él comenzó a
meter su lengua en mi entrepierna, eché mano a su miembro
viril y causé un gemido por su parte.
—Mi lengua dice que cuándo le toca a ella—le susurré y
entonces, con sumo gusto, se giró para que nos quedáramos
en la postura del 69 en la que yo llegué al clímax.
Una vez escuchó ese gemido que salió de mi garganta sus
ojos se desencajaron.
—Me gustas demasiado, es que me vuelve loco escucharte. Y
que te corras para mí ya es lo más…
Mi labio inferior no saldría ileso de aquella porque, presa de
la excitación, no podía parar de mordérmelo. Apenas sentía
que me estaba haciendo daño en él, pues el placer podía con
todo en un momento en el que me creí la dueña del mundo y
la dueña de una situación que solo a él y a mí nos pertenecía.
Él también parecía sentirse el dueño. Su miembro, tan
inflamado como estaba, buscó culminar la faena, para lo que
me cogió por la cintura, haciendo de su cadera y de la mía
una sola, haciendo que me sintiera tan deseada que todo mi
cuerpo vibraba sobre aquella improvisada cama en la que
pocas semanas antes no habría imaginado estar.
Y sí, sobre ella llegué al culmen no una, sino varias veces,
sobre ella deseé que aquella noche se prolongara más allá de
lo razonable, sobre ella entendí que aquel chico al que un día
le dije que estaba a un clic de él, ahora se encontraba
demasiado cerca; tan cerca que su corazón y el mío latían al
mismo tiempo.
Capítulo 23
Los días iban sucediéndose unos tras otros. Y con ellos, las
situaciones más surrealistas que se daban entre el mico y yo.
Con Dante todo iba sobre ruedas. Cada vez que lo veía, mi
corazón palpitaba tanto que temía que pudiera llegar a salirse
de mi pecho. Eso sí, luego llegaba el pequeñajo ese y me
recordaba que las cosas no eran tan sencillas como parecían.
Aquel mediodía de viernes, Dante se vio en un apuro, se lo
noté en cuanto lo llamé por teléfono.
—¿Qué te pasa?
—Chiquilla, que no te puede imaginar el lío que se ha
formado en el trabajo. Un compañero ha sufrido un accidente
y se lo han tenido que llevar. Somos uno menos y la faena hay
que terminarla igual, no llego a por Adrián al cole y mis
padres no se enteran de que los estoy llamando, habrán salido
a comer y el móvil en casa, que la mitad de las veces se les
olvida.
—Bueno, seguro que tampoco dejan que el mico pase
hambre, habrá un comedor en el colegio o algo, ¿no?
—Solo para los niños que están apuntados a él, al resto hay
que recogerlos, no se pueden quedar allí. Además, que Adrián
va a salir y se llevará un susto de muerte cuando no me vea.
Dante estaba haciendo malabares para simultanear su vida
profesional con su faceta de padre y me dio mucha penita. Yo
podía hacer lo que me viniese en gana en mi trabajo, que para
eso era la jefa, pero él no tenía tanta suerte.
—¿Y tú quieres que vaya yo por él? —murmuré sin apenas
salirme la voz del cuerpo, ya que eso iba contra mis
principios más elementales.
—¿Cómo has dicho? Se te debe estar yendo la cobertura, no
te oigo.
—No, se me debe estar yendo la cabeza, porque te he dicho
que si quieres que vaya por él—le aclaré.
—¿En serio harías eso por mí?
—Lo haría, solo que no garantizo los resultados, ¿eh’ Que lo
sepas. Después pueden llegar los problemas y yo es que no
quiero tonterías ni responsabilidades civiles ni nada que tenga
que dirimirse en un juzgado, que esas cosas no me gustan.
—A mí las que me gustan son las que tú dices, ¿cómo se te
pueden ocurrir tantos disparates?
—¿Qué dices de disparates? El único disparate es el de traer
niños al mundo sin ton ni son; ese es el único. Y no ha
corrido de mi mano, que yo he procurado siempre ponerme
una cremallerita ahí abajo, que hay más superpoblación de
niños que de conejos.
—Conejos también hay para parar el tren, guapa—me soltó él
con descaro.
—Y como tú te fijes en alguno que no sea el mío, ya puedes
darte por muerto. Otra cosa, ¿qué me hace falta para recoger
al mico? Yo no quiero tonterías en la puerta, que seguro que
más de uno sale con piojos e igual me veo rapándome al cero,
con eso te lo digo todo.
—Te enviaré una autorización, eso es lo que hace falta.
—¿Y para qué? ¿Tienes que autorizar que me lo lleve?
—Claro, mujer, si no cualquiera podría ir a por un niño y
llevárselo.
—No me jodas, ¿y quién querría llevarse a un niño que no
fuera suyo? Yo no querría ni aunque fuera mío, para qué voy
a decir otra cosa.
—Te juro que yo me tiro al suelo con tus cosas, te lo juro.
—Pues no te tires tanto, que digo verdades como puños.
Mándame ubicación ya antes de que me arrepienta.
—Enseguida te la envío, guapísima.
—No seas pelota solo porque vaya a hacerte el gran favor de
tu vida, ¿estamos? Supongo que el colegio estará en las
afueras, ¿me equivoco?
—¿En las afueras? No, sí que te equivocas. Está en un
nuestro barrio, ¿por qué dices eso?
—¿Y dejan poner colegios en el centro de las ciudades? Y
gasolineras no, si es que no hay derecho, cuando los colegios
son mucho más peligrosos.
—De verdad que tienes unas coas que no sé de dónde las
sacas—Rio.
—Pues de mi propio sentido común, de dónde las voy a sacar.
No es sano que los niños corran libremente cerca del resto de
las personas, ni que griten, ni que…
—Va, va, si sigues dándome explicaciones no podré continuar
trabajando. Y entonces tendré dos problemas a tus ojos; ser
padre y estar desempleado.
—No compares, lo de ser padre no tiene enmienda, es una
jodienda total. Para todo lo demás hay esperanza, yo la tengo.
—Hasta la esperanza te voy a comer yo a ti cuando te pille.
—Eso será si sobrevivo al día de hoy, ya lo veremos.
Capítulo 24
Conforme conducía hacia el colegio me iba riendo yo sola por
la cara que puso Jacobo cuando le dije que me iba a recoger al
niño de Dante.
—Te vas a quemar más que la moto de un hippie, tú no estás
hecha para esas cosas.
—Porque tú lo digas, eso no es verdad, yo puedo hacer lo que
me venga en gana, sirvo para todo, ¿todavía no lo sabes?
—Tú veras, pero te vas a quemar. Ya me lo contarás, no
pertenecéis al mismo mundo ni tú puedes ver a los niños con
ojos que tienes en la cara. No es por nada, pero la cosa no
pinta bien.
—No seas pájaro de mal agüero, que siempre has sido un
poquito gris.
—A mí plin, yo duermo en Pikolín. En su momento será tu
problema, no el mío.
—Porque tú lo digas. A mí no me agobies, que me estás
agobiando muchísimo, ¿eh?
Salí de allí a la carrera y luego comprendí que era normal,
desde su punto de vista, que dijera todo aquello. Él me
conocía muy bien y le resultaba chocante el cambio que se
estaba operando en mí. Sí, obvio que se estaba operando,
sobre eso no había nada que hablar. Y encima yo me sentía
bien, aunque en momentos como aquel el miedo me
invadiera.
Llegué a la puerta del colegio y, ya de entrada, me tocó las
narices lo mucho que me costó aparcar
—¿Reparten algo gratis aquí? —le pregunté a una madre que
me cayó al lado.
—Reparten niños, mujer. Y gratis no es que sean
precisamente, yo tengo tres y no te cuento el pico que eso me
supone al mes.
—¿Tres? ¿Y cómo se pueden tener tres niños? —pregunté en
alto sin apenas darme cuenta.
—Teniéndolos, guapa, qué te voy a contar, ya sabrás cómo se
hacen—Rio.
—Sí, esa es la única parte divertida del asunto.
Enseguida vi a Amancio entre aquella patulea de niños. En
realidad, ya las clases hacía semanas que habían terminado y
los niños estaban allí en una especie de campamento escolar
de vacaciones, al que acudían por las mañanas. Normal, eso sí
que lo entendía. Si yo tuviera niños más bien los tendría en un
internado, pero entiendo que, a falta de pan, buenas son
tortas.
Y pensaba en lo de las tortas cuando noté aquel impacto y el
agua corriendo sobre mi rostro.
—Me muero, ¿qué es esto que me cae por la cara?
—Mujer, son cosas de niños, es un globo de agua, te lo ha
tirado Adrián, ¿lo conoces?
—Sí, sí, creo que lo conozco.
Con los pelos y el escote chorreando me acerqué a su
profesora.
—Vengo por este pequeño diablo, aquí está la autorización de
su padre, ¿sabes si con ella también puedo internarlo en un
reformatorio?
—¿Perdona? La chica no entendía muy bien lo que yo le
estaba diciendo. Sería un poco tonta, porque la cosa estaba
muy clara.
—Venga, déjalo, ya hablaré directamente con algún juez.
—Oye, ¿a ti te pasa algo? ¿Estás segura de que Dante ha
firmado esto? Es su firma, pero no sé si te encuentras bien.
—¿Cómo ve voy a encontrar bien si vengo a hacer una obra
de caridad y me llevo un globazo en toda la cara? Que ayer
tarde estuve en la peluquería, me ha arruinado el peinado. Y
mira cómo se ríe.
—Así estás más guapa, bruja—murmuraba entre risa y risa.
—¿Cómo la has llamado, Adrián? —lo reprendió su
profesora.
—Bruja, la he llamado bruja porque lo es un poco, por eso.
—Yo no soy ninguna bruja, ¿ves lo que tengo que soportar de
Amancio? —me dirigí a ella.
—¿De Amancio? Oye, ¿estás segura de que este es el niño
que tú vienes a recoger?
—Que sí, mujer, que lo estoy. Lo conozco muy bien y
también sus maldades, a la vista está.
—Yo no soy malo contigo, solo ha sido una broma—se
defendió él.
—De muy mal gusto, Adrián, el lunes saldrás el último en la
carrera por haberle hecho eso a una persona mayor—lo
castigó su profesora.
—Eso es, dale candela—Ya me iba cayendo mejor esa mujer.
—Y tú, al menos, deberías llamarlo por su nombre, ¿no te
parece?
—Pues eso, que se llama Amancio, a mí no me compliques,
¿a esta edad andan solos o tengo que comprarle una silla de
paseo?
—¿Es una broma? —La profesora se quedó alucinando y yo
más, que para eso había ido a por él.
Vestía con una blusa blanca y se me transparentaba todo.
Como lo llevara así a comer a algún sitio parecería que venía
de una fiesta de camisetas mojadas y yo no estaba para que
ningún baboso se diera el lote a mi costa, así que pensé que lo
mejor sería pasar por mi casa.
—Te voy a llevar a casa de mis padres porque me tengo que
cambiar de ropa. Como la líes allí, te la cargas.
—Si te soportan a ti, seguro que también a mí.
—Tú tienes la lengua muy larga. Haz un esfuercito y la dejas
metida en tu boca, ¿vale?
—Es que, si no la muevo, se me seca, no puede ser.
—A mí no me vaciles que me entra muy mala leche, ¿eh?
—Yo no te estoy vacilando, solo diciéndote la verdad, que la
lengua se me seca.
—Niño, eres incorregible, yo no sé cómo tus padres te
soportan, a mí no me vas a dar el día porque te castigo contra
la pared hasta que llegue tu padre.
—¿Contra la pared? No te lo has creído ni tú, yo tengo que
ver cosas, que si no me agobio.
—Para pensar en maldades, para eso.
—Mala eres tú—Me sacó la lengua.
—Calla, me haces el favor, que me tienes ya loca.
—Loca estabas tú ya, a mí no me eches la culpa—Se cruzó de
brazos.
Llegué a mi casa y allí que estaban mis padres. Él acababa de
llegar del trabajo y tomaban un aperitivo en el jardín.
—Cariño, ¿y este niño tan guapo? —me preguntó, pues los
niños le chiflaban.
—Es una larga historia, papá, el hijo de Dante—resoplé
porque se iba a liar la marimorena.
—¿El hijo de quién?
—De un amigo de la niña, Juan Diego, es que tú no te has
enterado.
—¿Tienes novio? Cariño, ¿es eso? ¿Te has echado novio?
—Sí, se ha echado novio porque se besan en la boca, señor.
Yo me llamo Adrián—El mico extendió la mano y yo me
quedé atónita, ya que se mostraba de lo más educado.
—Pero bueno, qué muchachito tan apañado. Ven aquí, que te
voy a enseñar la piscina, ¿a ti te gusta la piscina?
—Sí, señor, me gusta mucho.
—¿Qué es eso de señor? Llámame Juan Diego, ese es mi
nombre.
—Y el mío Adrián, pero su hija dice que me llamo Amancio
y a mí me entra pena, porque no se acuerda ni de cómo me
llamo.
Aquel pequeño traidor estaba jugando sus cartas, dejándome
con el culo al aire. Le eché una miradita incendiaria, pero él
estaba demasiado ocupado metiéndose en el bolsillo a mi
padre como para reparar en ella.
—Hija, ¿se puede saber por qué no llamas a este angelito por
su nombre? El pobre se pone triste, que sea la última vez que
me entere yo de una cosa así.
No, si todavía lograba el niñato que mi padre me desheredara.
Lo que había que oír.
—Papá, que tengo muchas cosas en la cabeza por culpa del
trabajo y se me olvida. Eso es todo…
—Si tú tienes una cabeza que ya la quisiera yo para mí, hija.
No, eso no era verdad, mi padre sí que tenía una cabeza
privilegiada también, lo que no tenía era mucho aguante. Así
que ya veríamos por dónde salía cuando se enterara de que el
padre de la criatura era un albañil.
Subí a mi dormitorio a cambiarme de ropa y, para cuando
quise bajar, la cosa ya no tenía remedio.
—¿Qué haces sentado en la mesa, niño? Nos vamos ya.
—Este muchachito no se va a ninguna parte. Ya le he dicho a
Rosa que le prepare unos macarrones con mucho tomate y
con mucho queso, que es como le gustan—me anunció mi
madre.
—No hacía falta, mamá, solo hemos venido a cambiarme.
Que el “angelito”, como dice papá, me arreó un soberano
globazo de agua cuando me vio en la puerta del colegio, eso
fue lo que pasó.
—De la alegría que me dio al verte—Corrió hacia mí y me
dio un abrazo, causando mi horror y la total aprobación de
mis padres, el muy falsillo.
—Qué cariñoso, ¿ves como es un amor? —añadió mi madre y
a mí es que me tendrían que añadir sal de heno en el postre
para el ardor de estómago.
—Aquí no me dices bruja, ¿no?
—¿Cómo dices? Yo nunca te he dicho bruja ni piruja, solo te
dije un día “que me estrujas…”
Se las sabía todas y a mí es que me estaba matando, tenía
guasa para dar y regalar y a mis padres los tenía comiendo de
la palma de su mano.
Me senté y me tomé una copa de vino de golpe. Mis padres
no estaban acostumbrados a verme beber y se quedaron
parados en seco.
—La necesitaba y, total, como se ve que no vamos a ninguna
parte, ya no necesito coger el coche.
—No, yo quiero quedarme aquí hasta que venga mi papá a
por mí, que quiero bañarme en la piscina.
—Si no has traído bañador, no te puedes bañar. Y, además,
que la puedes infectar.
—¿Qué has dicho, hija? Yo no sé si es que necesito un
sonotone o qué, no paro de escucharte unas cosas más raras…
El crío que se bañe todo lo que quiera, anda que no tengo yo
ganas de escuchar las risas de un niño en esa piscina.
—Juan Diego, pues si tú me dejas bañarme, yo me río todo lo
que quieras…—Era un zalamero de mucho cuidado. Ya
tuteaba a mis padres y todo.
—Claro que sí, chaval, esas bermudas que traes te servirán de
bañador.
Suspiré porque daría igual lo que dijese. El crío se quedaría y
encima, en el fondo, yo me reía de ver su carita de ilusión. Y
eso que no me la podía haber jugado más.
Dante me llamó después de que almorzáramos, muy apurado
porque le quedaba tela todavía por delante.
—¿Cómo te las estás apañando con él?
—Perfectamente, creo que logrará quedarse con mi parte de
la herencia si sigue aquí toda la tarde. Tendré suerte si no me
echan de casa por su culpa.
—¿Lo tienes en casa de tus padres? ¿Y eso cómo ha sido?
—Es una larga historia, digamos que igual yo tengo un poco
de guasa, pero el mico tampoco es manco.
—¿Qué te ha hecho?
—Nada, nada, solo refrescarme. Tú a lo tuyo.
El resto de la tarde se la pasó jugando. Hasta logró que mi
padre encargara al jardinero que fuera a comprar unas pistolas
de agua con las que se pusieron pipando y con las que
también nos pusieron como dos sopas a mi madre y a mí.
Claire llegó en un momento dado y, con lo loquita que estaba,
se unió al juego y se lo pasó también como una enana.
El niño salió de allí repartiendo besos a diestro y siniestro. Su
padre estaba en la puerta y, aunque el mío insistió en que
entrase, pensé que tenía que prepararlo bien antes de que
supiera la verdad.
—Bueno, ya que le has dado besos hasta al apuntador, igual
también hay uno para mí—le dije mirándolo con los brazos
en jarra antes de que se fuese.
—Así ya no pareces tan pija. Te voy a dar un beso, te lo has
ganado.
—¿Me lo he ganado? Ven aquí, bribón, que te voy a enseñar
lo que vale un peine—Corrí detrás de él y entonces fue
cuando atrincó la manguera y me enchufó tal chorro de agua
que me tiró de espaldas.
Capítulo 25
A partir de ese día noté que las cosas mejoraron
sustancialmente. No es que me convirtiera en una santa con
una paciencia total, pero el niño y yo lo íbamos llevando
mejor.
La cosa era muy sencilla; si yo me comportaba bien con él,
Adrián lo hacía bien conmigo. Era de primero de karma,
súper simple. Y, sí, me he referido a él como Adrián porque
ya lo llamaba por su nombre, excepto cuando quería picarlo
un poco.
Me disponía a pasar mi primer fin de semana completo con
ellos, para ver cómo nos íbamos haciendo todos a un poco de
convivencia, cuando los gritos de mi madre me alarmaron.
Recuerdo que solté mi maleta en lo alto de la escalera y que
esta cayó, abriéndose y dejando todas mis pertenencias
regadas a lo largo y ancho de los escalones.
Mi padre estaba tumbado en el suelo y su aspecto me indicó
que algo malo le estaba pasando.
—Apenas puede hablar, hija, es como si se le hubiera
enrollado la lengua.
—Mamá, estoy escuchando el coche de Claire, voy ahora
mismo a buscarla.
—Corre, hija, corre…
Corrí desesperadamente, tanto que estuve a punto de caerme
de boca en el jardín. Mi hermana llegaba tranquilamente en
su coche, canturreando, y a mí solo me faltó cogerla por los
pelos para llevarla hacia dentro.
—Es un ictus, a papá le ha dado un ictus—Puso en marcha el
protocolo mientras que esa palabra resonaba en mi mente una
y otra vez, ya que entré en bucle.
Un rato después estábamos en el hospital y Claire nos
tranquilizó a mi madre y a mí, que nos abrazábamos sin poder
separarnos.
—Se va a poner bien, ha sido leve, solo que un buen aviso de
que la vida como la conocía hasta ahora se ha acabado para
él. No podrá volver a trabajar, Giselle, creo que ha llegado tu
momento de sucederle en el cargo.
Las piernas me temblaron porque eran demasiadas cosas que
asimilar al mismo tiempo. A mi padre le quedarían secuelas y
yo tenía que hacerme de pronto con el mando de la empresa.
—Claire, yo no sé si voy a poder con tantas cosas.
—Podrás con esas y con más, papá confía en ti como su digna
sucesora. Y por lo demás, no te preocupes,
momentáneamente quedará más limitado, pero con el paso
del tiempo y la estimulación pertinente podrá hacer una vida
bastante normal.
Caí a plomo en la silla y fue entonces cuando vi avanzar a
Jacobo hacia mí.
—¿Qué le ha pasado a Juan Diego?
Me abracé a él, eran muchos años de amistad, como si
fuéramos familia. Y más con lo que mi padre lo quería, que
era mucho.
—Le ha dado un ictus. Está fuera de peligro, eso sí, lo cual no
significa que no haya llegado el tiempo de su jubilación.
—Eso por supuesto, aunque lo importante ahora es que se
ponga bien, ¿habéis entrado a verlo?
—Todavía no, cariño—Mi madre se acercó y él la besó
cariñosamente.
—Brígida, todo va a salir bien, ya lo verás—la consoló.
—Eso espero, hijo, Juan Diego tiene culillo de mal asiento,
no sé cómo lo va a llevar. Y la niña… Giselle te va a necesitar
más que nunca, sabes que eres un pilar indispensable en la
empresa.
—Y yo estaré codo con codo con ella, te lo prometo.
Nos abrazó a las dos al mismo tiempo cuando vi avanzar a
Dante por el pasillo. Le había contado lo ocurrido y no dudó
ni un momento en acudir al hospital para acompañarme.
—Mamá, mira, él es Dante, el padre de Adrián.
—Tanto gusto, en qué condiciones tan raras nos conocemos,
Dante.
—Y las siento de corazón, señora. Solo espero que su marido
esté bien.
—Juan Diego siempre dice que hierba mala nunca muere y
que él lo es, aunque lo cierto es que se le va la fuerza por la
boca, después no es nadie.
—Ya lo imagino. Su hija los adora a ambos.
—Dante, también te presento a Jacobo.
Ambos se miraron y se dieron la mano. Por delante teníamos
unos días complicados y no era plan de que hubiera rencillas
en nuestro entorno. Cada uno ocupaba el lugar que ocupaba y
era lógico que tuviéramos que llevarnos bien.
Pronto pudimos entrar a verle. Dante fue el único que se
quedó fuera, si bien esperó pacientemente mi salida para
saber el estado de mi padre y para seguir haciéndome
compañía.
Lo mismo hizo en los siguientes días, en los que se apoyó en
sus padres para dejar a Adrián y prestarme todo su apoyo. Yo
estaba bastante asustada, eso no podía negarlo, y su apoyo me
resultaba fundamental.
Cada vez que echaba la vista alrededor, lo tenía junto a mí.
No voy a decir que para Jacobo fuera una situación fácil,
aunque también la sobrellevó. Igualmente, él no se movió del
hospital hasta que a mi padre le dieron el alta.
Entonces llegó el momento más difícil: tenía limitados el
movimiento de una mano y de una pierna y su humor
empeoró. En cuanto a su cabeza, esa parecía permanecer
intacta, por lo que le costaba asumir la situación.
No solo era difícil para él, tampoco para mí fue la panacea.
De la noche a la mañana me vi al frente de la empresa, con la
responsabilidad de todos los trabajadores pendiendo sobre mí
como la espada de Damocles y pensando que mi cabeza
parecía estallar por tanta presión como tenía dentro.
Nadie dijo que la sucesión fuera fácil y, a pesar de que no me
faltaban apoyos, ciertamente se me hizo muy cuesta arriba.
En tales circunstancias, no hubo nadie que no pagara el pato y
Dante no fue una excepción. Lo nuestro no había hecho más
que comenzar y algo me decía que no iba del todo bien.
Capítulo 26
Ocurrió una noche de sábado en la que llegué a su casa y me
dejé caer en una silla.
—Papá lleva toda la tarde gritando, lo está llevando fatal—le
conté mientras él me servía un refresco.
—No sabes cuánto lo siento, ¿y cómo lo estáis llevando en
casa? Me gustaría tanto poder echar una mano…
—Ya, bueno, no te preocupes, las cosas son como son. Allí
tenemos a Jacobo de todos modos, está haciendo un gran
trabajo con papá.
Por un momento se hizo un incómodo silencio entre ambos.
La cosa tenía su miga, Jacobo sí podía estar a todas las horas
del día en casa mientras que mi padre ni siquiera conocía a
Dante.
Después de lo ocurrido, yo no veía el momento de contárselo,
de contarle que estaba saliendo con un chico humilde que, sin
embargo, me llenaba el corazón. Era consciente de que mi
padre no lo llevaría bien y de que, en sus condiciones, no
podía darle un berrinche o las cosas podrían ser mucho
peores.
Pasados unos segundos, retomó la conversación.
—Entiendo, sé lo que hay.
—No me lo tomes a mal, es solo que ahora no puedo, ahora sí
que no puedo decirle nada, tienes que entenderlo. He de
esperar a que esté mejor.
—Y cuando lo esté, ¿qué?
—Cuando lo esté, ya veremos. Poco a poco.
—No, no lo veremos—me comentó con voz firme y lo miré a
los ojos.
—¿Cómo has dicho?
—Que no vamos a esperar a ese momento, yo no voy a
ponerte en esa situación. Giselle nuestros mundos son
distintos, cuando antes lo asumamos, mucho mejor.
—Un momento, ¿me estás dejando? ¿Es eso?
—No quiero dejarte, es solo que no me va a quedar más
remedio—Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—¿De qué estás hablando? La decisión fue mía al principio y
yo apechugué con las consecuencias. He tirado para adelante,
¿qué más quieres?
—No voy a presionarte, pero ¿de verdad has tirado para
adelante? Te has dejado querer, has vivido el momento y, a
pesar de ello, le temes más que a un toro al momento de
contárselo a tu padre.
—Porque es un cabezota que me montará una buena…
—Te la montará porque tiene la razón; porque tú y yo no
pegamos ni con cola.
—¿Qué estás diciendo? Tú trataste de convencerme en su día,
no pensabas igual, no lo pensabas.
—Fui un ingenuo, ese fue mi pecado y lo voy a pagar con
creces.
—¿Por qué me haces esto? No deberías, sabes que llevo
demasiada presión sobre mis hombros, no es el momento.
—Lo sé perfectamente y no pretendo añadir más, sino todo lo
contrario. Quiero quitarte presión, Giselle, ya no tendrás que
temer nada. Tu trabajo te reclama ahora más que nunca y tu
familia también, dedícate a todo ello. Yo lo entiendo.
El alma se me cayó a los pies porque era cierto que quizás
todavía no le había dado su sitio a Dante e incluso que no
hubiera estado demasiado por él tras lo de mi padre. No
obstante, me sentía enamorada por completo de ese chico y
eso me dio una inmensa pena.
—Venga ya, llama a Adrián y que salga, todavía no se ha
metido conmigo esta noche y lo estoy echando de menos.
—No está aquí, sabía que tendríamos esta conversación y lo
he dejado con mis padres.
—¿Es nuestra primera noche solos y me dejas? Podríamos
aprovecharla. Vístete, salgamos a cenar. Perdóname si he sido
un poco egoísta, ¿te he dicho que te quiero?
—No, no me lo has dicho hasta ahora. Y el problema es que
yo también te quiero y demando más de esta relación de lo
que tú puedes darme ahora, ese es el verdadero problema.
—No digas eso, no me puedes estar dejando. Si nos
queremos, debemos intentarlo. Esto no ha hecho más que
empezar, no me sueltes de la mano.
—El problema no es soltarla ahora, el problema es que no
debí cogértela nunca. Hay cosas que yo no puedo cambiar por
mucho que quiera.
—No es cierto, tú sí que me has cambiado. Acuérdate del
principio, que no tocaba al niño ni con un palo, y ahora le doy
unos abrazos…
—Sé el esfuerzo que has hecho y lo valoro. Estoy seguro de
que en otras circunstancias habríamos formado una bonita
familia y hasta tenido más hijos. Sin embargo…
—¿Más hijos? Tampoco te pases, espera que saque un
abanico, que me ha dado un golpe de calor…
Traté de echar mano de todos mis argumentos y di en hueso
duro. Salí de su casa, tras darnos un gran abrazo, totalmente
consternada. Lo último que yo esperaba era que rompiéramos.
Me bastó salir de su edificio para constatar que me dolía el
alma. Me había acostumbrado a acudir allí los fines de
semana, a hacerte todo tipo de confesiones, a reír y a brindar
con él y hasta a jugar y ver pelis con el niño. Por no decir que
dormir con Dante me gustaba más que comer con los dedos,
como él diría.
Llegué a casa y me sentí la más desgraciada de las mortales.
Tenía una posición envidiable, todo el dinero que quisiera a
mi alcance y la posibilidad de hacer lo que me viniera en
gana. Y todo lo habría regalado con tal de poder pasar una
noche más en aquel humilde apartamento en el que resonaron
las más alegres de mis risas.
El destino se había aliado para que nuestra relación se fuera a
pique. Hay veces en la vida es la que es mejor no planear
nada. Yo lo había hecho y el tiro me había salido por la
culata.
Las lágrimas inundaban mis ojos. Lo iba a echar demasiado
de menos. Y, por extraño que pudiera parecer, al mico
también. Cerraba los ojos y nos veía a los tres en el sofá,
disfrutando juntos y diciendo majaderías y más lloraba. Dicen
que la vida es traicionera a veces y esa noche descubrí su peor
cara.
Capítulo 27
Debió pasar como un mes en el que yo no podía con mi vida.
Tuvimos una reunión que se complicó más de lo debido y,
tras ella, me eché a llorar.
Jacobo se acercó a mí, como tantos días. Desde que rompí
con Dante, se mostraba todavía mucho más cercano.
—¿Qué te pasa, princesa? Sé que el trono te pesa como una
losa, tienes que ir poco a poco. Las cosas no son fáciles.
—Es que es todo, Jacobo, tú no lo entiendes ni lo vas a
entender nunca, todo se ha aliado para joderme la vida.
—Sabes que me tienes para lo que quieras. Hoy es viernes,
¿cuánto hace que no sales de casa? Te invito a cenar—De
nuevo estaba como siempre, sin barreras que lo apartaran de
mí.
—Desde que lo dejé con Dante, desde entonces.
—He de reconocer que ese chaval tuvo al final más cabeza de
la que yo le presuponía, supo hacer las cosas…
—¿Hacer las cosas? Estuvo imbécil, que no es lo mismo. Y lo
peor es que cada vez los echo más de menos; a él y al mico.
—Tienes que aprender a cerrar página. Te pasó lo mismo con
Beltrán y casi te hunde en la miseria. Al menos eso lo entendí
porque se llevó muchos años en tu vida, pero lo de este no
hay por dónde cogerlo, si no has vivido nada con él.
—A tus ojos no he vivido nada, pero eso no es así. A veces,
pueden vivirse cosas muy intensas en muy poco tiempo, ¿eso
puedes entenderlo?
—Hasta ahí llego, sí.
—Es que tú no pareces muy apasionado, perdona que te diga.
La pasión no entiende de tiempos ni de nada parecido.
—Claro que soy pasional, solo es que yo llevo enamorado de
ti toda la vida. Y en silencio, por eso no me has visto gestos
con otras. Y contigo menos, porque nunca me has dejado
acercarme. Yo sí que debí cogerte la mano en su momento,
ojalá lo hubiera hecho.
—Espera, ¿qué has dicho de “la mano”?
Me quedé en shock porque lo que me estaba diciendo era
justo lo mismo que me dijo Dante en su momento, pero al
contrario.
—No sé, que yo debí cogértela.
—Te lo voy a preguntar solo una vez porque tú has dicho que
yo siempre he visto crecer la hierba y con Beltrán se
demostró que no era así. No quiero que me vuelva a pasar lo
mismo y la vida me dé un zasca en toda la cara por tonta, ¿tú
has hablado con Dante?
—Claro que hablé con él, me lo tuve que tragar mucho
tiempo cuando estuvimos en el hospital, ¿no lo recuerdas?
—No esquives la pregunta porque sabes muy bien lo que te
estoy queriendo preguntar.
—¿Y qué si hablé con él? —Su tono pausado cambió por
completo y se volvió impertinente.
—¿Tú le dijiste que él nunca debió coger mi mano y que sería
mejor que me la soltara?
—Claro que sí, eso lo veía hasta un ciego. Él no estaba a tu
nivel y se había empeñado en compartir contigo algo que no
le correspondía, ¿sabes? Y encima crearía un cisma en tu
familia, ¿cómo le sentaría eso a tu padre?
—¿Y tú quién te has creído para meterte así en mis asuntos y
en los de mi familia?
—Yo casi soy de tu familia, siempre has dicho que soy como
un hijo para tu padre, con ese derecho hablé con el
mamarracho de tu exnovio.
—Dante no es ningún mamarracho, ¿me estás oyendo?
—Te oigo, igual que él me oyó a mí cuando le dije que jamás
podría hacerte feliz, porque no puede.
—Miserable, ¿cómo dices eso?
—Lo digo porque te conozco muy bien; tú eres una niña de
papá y necesitas a alguien ambicioso que te ayude a que este
imperio siga en pie. Lo último que necesitas es un mindundi
que lo único que sabe es poner ladrillos.
—Tú sí que no sabes nada, idiota, que eres un idiota. Ojalá le
llegaras a Dante a la suela del zapato, ¿te digo lo que sí sabe
hacer él? Hacerme feliz, eso es lo que sabe hacer.
A continuación, salí corriendo de allí porque no soportaba
seguir respirando el mismo aire de Jacobo y también porque
moría por echarme al tontorrón de Dante a la cara.
—¿Dónde vas? No puedes irte así.
—Sí que puedo. Y otra cosa, ¿te acuerdas de la delegación
que papá planeaba abrir en Euskadi?
—Sí, ¿qué pasa ahora con eso?
—Pues que pienso abrirla y tú te vas para allá. No voy a
echarte a la calle después de tantos años, pero tampoco te
quiero a mi lado. Te vas y te vas ahora…
Lo dejé allí sin reacción y me marché a la obra en la que
trabajaba Dante. Fue una especie de mundo al revés, porque
me puse yo a piropearlo desde abajo.
—¡Tío bueno! ¿Cuánto tardas en bajarte de ese andamio y
venir a darme un beso con lengua hasta la campanilla?
Con mi cochazo y arreglada como iba, sus compañeros me
tomaron por loca. Él me miró desde arriba, poniéndose la
mano a modo de visera y negando con la cabeza.
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? —me preguntó
mientras avanzaba hacia mí.
—No hasta que no me des ese beso, me lo debes.
—¿Qué dices? Y nos están mirando todos, ¿no lo ves?
—Que miren, que miren. Y que aprendan de paso—Yo
misma comencé a besarlo y lo dejé helado. O, mejor dicho, lo
dejé la mar de calentito. La antigua y apocada Giselle se
hubiera muerto antes de hacer una cosa así. La nueva Giselle
disfrutó de lo lindo.
—Esto no puede estar pasando, ¿qué haces aquí?
—Lo que no puede estar pasando es que tú le hagas caso al
rancio de Jacobo, ¿o no te da la sesera para entender que ha
jugado contigo para deshacer lo nuestro?
—¿Te ha contado nuestra charla?
—Más bien querrás decir su monólogo, que ese chalado,
cuando se cree en posesión de la verdad, comienza a hablar y
no hay quien lo calle. Y a ti te ha comido el coco a base de
bien.
—No lo veo igual, en realidad tenía razón en las cosas que
decía. Yo no puedo hacerte feliz porque no puedo darte lo que
tú necesitas…
—Lo que yo necesito es mucho amor y, ya también de paso,
unos meneos de esos impresionantes que solo puedes darme
tú. Y como se te ocurra llevarme la contraria, te lío una aquí
mismo que se caga la perra. Venga, pídete el día libre, que
tienes que conocer a tu suegro.
—¿A mi suegro? ¿Y si al hombre le vuelve a dar un chungo?
Yo es que no me lo perdonaría.
—Un chungo le dará si me sigue viendo así de lánguida, que
hasta el mar humor se le está quitando, no para de
preguntarme qué me pasa.
—¿No has estado bien desde que lo dejamos?
—¿Tú qué crees? Alegre como unas castañuelas no he estado,
no. Más bien no me ha podido aguantar ni la madre que me
parió. Y eso es literal. La vida no tiene sentido sin ti, Dante,
te encontré a un clic de mí y ahora estás dentro de mi
corazón.
—Chiquilla, qué cosas más bonitas me dices. Espera que me
cambie.
—Ni se te ocurra cambiarte, nunca y por nadie.
—Solo digo de ropa que, con lo demás, veo que te
conformas…
Epílogo
2 años después….
—Yo te prometo que me lo como por los pies, es que me lo
como—le dije a su padre cuando salimos de la iglesia y lo vi
ataviado con aquel traje corto y presto a cantarnos unas
sevillanas preciosas, cuya letra decía que tenía dos madres, la
que lo trajo al mundo y otra que también lo quería.
—Sabía que planeaba darnos una sorpresa, pero no imaginaba
esto, mi vida—Me besó él.
Su madre, Mar, estaba a su lado. Ya hacía mucho tiempo que
su padre falleció y que había vuelto a Marbella, si bien desde
que me quedé en la vida de Dante ella le concedió la custodia
compartida.
Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando llegué hasta
ellos.
—Espero que no te moleste, su madre eres tú y lo serás
siempre, eso está claro.
—¿Molestarme? ¿Sabes lo que yo me alegro de que también
te considere su madre? Eso es porque está súper a gusto
contigo, ¿no es así, mi niño?
—Claro, mamá. Y la prueba la tienes en que no he vuelto a
tirarle ni un globo de agua.
—Solo hubiera faltado y aquí, mico, solo hubiera faltado—
Me partí de risa.
—Te arruina el look de boda y le estoy dando collejas hasta el
día del Juicio Final, estás guapísima, no me extraña que
Dante se haya enamorado tanto de ti.
Nos llevábamos a las mil maravillas. Cuando quieres a
alguien de verdad, lo normal es que quieras a su entorno. Mar
era la madre del pequeñajo ese que también se había llevado
parte de mi corazón y, por ello, siempre estaría en mi vida.
Dante me dio un enorme beso y le pidió al niño que volviera
a cantar. Para mi sorpresa, se arrancó a bailar por sevillanas.
—Pero si tú decías que no sabías y mírate—Las lágrimas
hicieron una laguna en mis ojos.
—Te hacía ilusión y he aprendido en estos meses, chiquilla.
Lo que no sabía es que él fuera a cantarnos.
—¡Te como ese “chiquilla” y esa cara bonita!
La felicidad me embargaba por completo en esa boda que,
aquel día, sí que se celebró. Atrás quedaron los recuerdos de
esa otra, que se abortó de mala manera, y que me sumió en un
pozo.
Igual que en la anterior ocasión, Claire, Mencía y Brianda
fueron mis damas de honor. E igual también que en esa otra,
fue mi padre quien me llevó hasta el altar.
En los últimos meses, había hecho un gran esfuerzo por
mejorar para acompañarme lo mejor posible y casi logró dejar
de cojear. En cualquier caso, yo me quedaba con su sonrisa en
un día en el que casaba a su hija con el hombre que también
conquistó su corazón desde que lo conoció.
Contra todo pronóstico, mi padre no montó en cólera, sino
que escuchó a Dante y entendió que no se trataba de ningún
cazafortunas, sino de un chico humilde y trabajador que se
había enamorado de mí y que, ya desde antes de eso, luchaba
por superarse.
Dante comenzó a trabajar conmigo y, en cuanto aprobó el
acceso a la universidad, se decantó también por mi carrera.
En tres añitos la habría terminado y estaría mucho más
preparado, si bien todos los días ponía el alma y la vida en
ayudarme. Y lo lograba hasta el punto de que yo ya no
concebía la empresa sin él.
El mico, como yo seguía llamándolo cariñosamente, terminó
de cantar y se vino hacia nosotros.
—Te quiero mucho, Giselle. Y ahora, ¡perdóname!
Sin más, le hizo un gesto a mi padre, con el que estaba
conchabado, y este soltó tal cohetazo que por poco nos
tiramos todos al suelo pensando que era un atentado.
A continuación, chocaron los cinco y nunca vi a mi padre más
orgulloso que con aquel chavalote al que consideraba su
nieto.
Cómo no nos la iba a liar el niño, hasta un zapato me salió
volando y, justo cuando Dante iba a recogerlo de la carretera,
pasó un coche y se lo llevó.
—Mico, ¡me has dejado descalza! ¿Tú te crees que esto se
puede consentir?
—Sí, yo también me quito los zapatos, ¿a que no eres capaz
de venirte conmigo a esa fuente? Y tú también, papá…
No hubiera entrado en mis planes, solo que con Adrián los
planes no valían, vivíamos improvisando… y así lo
seguiríamos haciendo. De hecho, las fotos más bonitas de la
boda son las de los tres dentro de la fuente, riéndonos y
salpicándonos… En definitiva, disfrutando como yo solo
podía hacer con aquel par.
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