Resumen Niños
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Bleichmar, S. (2005). “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. Una propuesta
respecto al futuro del psicoanálisis”. En La subjetividad en riesgo.
Lo que está en riesgo no es sólo la supervivencia de un modo de práctica llamada clínica, sino la
racionalidad de los enunciados mismos que la sostienen y el riesgo de que caiga como una ideología
más. El psicoanálisis corre el riesgo de sucumbir ante la imposibilidad de abandonar los elementos
obsoletos y realizar un ejercicio de recomposición.
Resulta urgente separar aquellos enunciados de permanencia, que trascienden las mutaciones en la
subjetividad que las modificaciones históricas y políticas ponen en marcha, de los elementos
permanentes del funcionamiento psíquico que no sólo se sostienen sino que cobran mayor vigencia en
razón de que devienen el único horizonte explicativo posible para estos nuevos modos de emergencia de
la subjetividad. Para ello es necesario tomar los paradigmas de base del psicoanálisis y en muchos casos
darlos vuelta.
Es necesario diferenciar los descubrimientos de carácter universal de la impregnación histórica en la cual
inevitablemente se ven inmersos, trabajar sobre sus contradicciones y acumulación de hipótesis
adventicias.
Propongo tres puntos al debate:
1. Posicionamiento respecto a la obra de Freud
2. Sexualidad infantil
3. Lugar del inconsciente
Sexualidad infantil
La sexualidad infantil, anárquica en los comienzos, no subordinable al amor de objeto, opera a lo largo de
la vida como un plus irreductible tanto a la autoconservación como a su articulación con el fin
biológicamente determinado: la procreación.
La sexualidad adulta imprime una impronta sobre la cría humana, en razón de la disparidad de saber y de
poder con la cual se establece la parasitación simbólica y sexual que sobre ella se ejerce, y cuyo retorno
del lado del lacanismo no ha pasado de ser “deseo narcisista”, subsumiendo esta cuestión central en
cierto espiritualismo deseante del lado del discurso y anulando el carácter profundamente “carnal” de las
relaciones entre el niño y quienes lo tienen a su cargo.
Es en aquellos planteos impregnados por una visión teleológica de la sexualidad, sometida a un fin
sexual reproductivo, donde se manifiesta más claramente la necesidad de revisión y eso no solo por la
caducidad histórica de los planteos, sino porque entran en contradicción con enunciados centrales de la
teoría y de la práctica psicoanalítica, enunciados que han hecho estallar la relación existente entre
sexualidad y procreación.
Parece necesario volver a definir el aporte fundamental de Tres Ensayos: el hecho de que la sexualidad
humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza por ser no reductible a los modos
genitales, articulados por la diferencia de los sexos, con los cuales la humanidad ha establecido, desde lo
manifiesto, su carácter.
Los dos tiempos de la sexualidad humana no corresponden a dos fases de una misma sexualidad, sino a
dos sexualidades diferentes: una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto, con
formas parciales y otra con primacía genital, establecida en la pubertad y ubicada en el camino
madurativo que posibilita el ensamble genital y la existencia de una primacía de carácter genital.
La maduración puberal encuentra todo el campo ya ocupado por la sexualidad para-genital: los primeros
tiempos han marcado fantasmática y erógenamente un camino que si no encuentra vías de articulación
establece que el recorrido se oriente bajo formas fijadas, las cuales determinan, orientan u obstaculizan,
los pasajes de un modo de goce a otro.
El psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto, que no se reducen
ni a la biología ni a los modos dominantes de representación social. La sexualidad no se reduce entonces
a los modos de ordenamiento masculino-femenino. La identidad sexual tiene un estatuto tópico, como
toda identidad, que se posiciona del lado del yo.
Es en este punto en donde se hace más clara la diferencia entre producción de subjetividad,
históricamente determinada y premisas universales de la constitución psíquica.
Es indudable la necesidad de redefinir el llamado complejo de Edipo. En primer lugar, porque nace y se
ha conservado impregnado de los modos con los cuales la forma histórica que impone la estructura
familiar acuñó el mito como modo universal del psiquismo. Tanto los nuevos modos de acoplamiento
como las nuevas formas de engendramiento y procreación dan cuenta tanto de sus aspectos obsoletos
como de aquellos más vigentes que nunca. Es insostenible la conservación del Edipo entendido como
una novela familiar, como argumento que se repite de modo más o menos idéntico a lo largo de la
historia y para siempre. Se diluye así el gran aporte del psicoanálisis: el descubrimiento del acceso del
sujeto a la cultura a partir de la prohibición del goce sexual intergeneracional. El Edipo debe ser
entendido como la prohibición con la cual cada cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de la
sexualidad del adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por parte del adulto. La
dependencia del niño respecto del adulto sexuado, y el modo metabólico e invertido con el cual se
manifiesta y toma carácter fundacional respecto al psiquismo.
CONSIGNA DE TRABAJO
Aulagnier afirma a lo largo de su texto que: “El mayor riesgo que amenaza al discurso analítico es el de
deslizarse del registro del saber al de la certeza”: ¿Qué relación podría establecerse con lo planteado por
Silvia Bleichmar cuando propone una depuración de los enunciados internos propios del psicoanálisis
bajo el riesgo de implosionar hacia el interior del psicoanálisis mismo, ante la imposibilidad de abandonar
los elementos obsoletos y la recomposición de su verdad interna?
Piera Aulagnier (1980) y Silvia Bleichmar (2005) observan y problematizan la teoría y práctica analítica
tanto en el presente como hacia el futuro de su época.
En su texto “Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro”, Aulagnier comienza por advertir el
lugar que ocupan en la mayoría de los practicantes del psicoanálisis -en este caso, refiriéndose al
lacanismo ortodoxo- la ideología, la repetición y las estereotipias (p. 101) de los postulados freudianos,
cuya referencia a los mismos considera aparente.
Introduce el concepto de paradigma -término con el cual designa un “conjunto teórico práctico particular,
necesario y presente en toda disciplina científica” (p. 101)- advirtiendo que el psicoanálisis posee el
equivalente a un paradigma. Lo que el paradigma ofrece a la comunidad científica es un criterio para
seleccionar los problemas que ha de resolver, pero también promueve el aislamiento de la comunidad de
ciertos “problemas” que no encajan en el rompecabezas de la disciplina. Estos problemas son los que la
autora considera como anomalías.
En este sentido, Bleichmar (“Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. Una propuesta
respecto al futuro del psicoanálisis”, 2005) señala que es necesario depurar paradigmas y encontrar en el
interior de la obra matriz las cuestiones no resueltas, que en muchos casos vienen a responder sin haber
realizado una reformulación de la pregunta originaria. Sostiene que el psicoanálisis debe leerse desde
una perspectiva crítica que conjugue en la transmisión del conocimiento aquellos aspectos que se
sostienen por su coherencia racional o su corroboración práctica, así como los callejones sin salida en los
cuales el sistema tiende a cerrarse, realizando un movimiento de metabolización, apropiación y ruptura
en las coagulaciones e impasses que arrastre (p. 111).
En cuanto a la teoría freudiana, Aulagnier advierte que la misma nunca pretendió ser simple oferta de
conceptos, sino que reivindicaba una intención práctica, definida por los efectos de su aplicación en la
práctica analítica. Coincide en este punto con Bleichmar (2005) en que es menester tomar en cuenta el
factor temporal del psicoanálisis.
Desde el punto de vista histórico, Bleichmar sostiene que el pensamiento freudiano no podría ser
abarcado bajo una simple cronología. Es necesario no solo mostrar los resultados sino el camino por el
cual se llega a los mismos, para que se puedan rehacer tramos e iniciar nuevas direcciones sin que se
produzcan capturas esterilizantes. No se trata de descartar algo como erróneo en sí mismo, sino de
recuperar el movimiento que lo hace desembocar en una vía errada para, desde allí, rehacerlo.
Siguiendo esta línea, Aulagnier (1980) afirma que el uso “cultural” de los conceptos psicoanalíticos
acarrea la consecuencia de que nuestro campo corra el riesgo de ser “colonizado” poco a poco por un
“poder-saber” extraños (p. 104), provenientes “de afuera”. El aporte de la autora frente a este estado de
situación es fundamental, en tanto propone problematizar esta colonización -aún sabiendo que no
podremos impedirla totalmente- advirtiendo que ella se debe a tres anomalías que dan testimonio de las
contradicciones surgidas entre la teoría psicoanalítica y ciertos efectos de su “aplicación”.
La primera anomalía que detecta es la “interpretación aplicada”, que refiere a cierto abuso de un
conocimiento debido a la teoría de Freud. Todo analista reconocerá la posibilidad de acción del
psicoanálisis en un vasto dominio, tal como lo proponía Freud cuando hablaba de psicoanálisis aplicado.
Sin embargo, más que de psicoanálisis aplicado, deberíamos hablar de interpretación aplicada. Por
ejemplo, cuando el analista propone su interpretación de un texto o un fenómeno étnico, casi nunca
pretende ejercer sobre estos una modificación, sino que se limita a aplicar un “saber” adquirido en otra
parte, con un fin explicativo del que resulta único beneficiario. No ve en el fenómeno estudiado más que
una respuesta preformada por su propio deseo de hallar una confirmación de su saber (p. 105). Esto
último se relaciona con la segunda anomalía, que advierte sobre la trivialización de los conceptos teóricos
y sus efectos sobre la teoría. Estos conceptos conservan en muchas ocasiones su valor como tales, pero
sus efectos se ven reducidos a una simple función explicativa, privada de toda acción innovadora y
perturbante (p. 107).
Considera que el mayor riesgo que amenaza al discurso analítico es el de deslizarse del registro del
saber al de la certeza (p. 108). Desde la perspectiva de la cátedra entendemos que el saber es duda,
imprevisibilidad, apertura a la novedad y, por lo tanto, opuesto al dogmatismo y la certeza. Entonces,
cada vez que se opere este deslizamiento se comprobará que el analista, liberado de la necesidad de
tener que demostrar la legitimidad de su teoría en y por medio de la experiencia, reclamará el derecho de
desplazar su campo de batalla a lo extra-analítico.
Como consecuencia de esto, todo será explicado gracias a una interpretación pre-conocida. Habrá un
desinvestimento del discurso asociativo en provecho del discurso interpretativo. La asociación libre
cederá el lugar a la interpretación obligada, a partir de un elemento (lapsus, sueño, emoción) se
desarrollará una cadena interpretativa en la que no falta ningún eslabón y que, por ello, no puede
presentar ninguna abertura (p. 109).
Como tercera anomalía, Aulagnier señala “el a priori de la certeza”. Señala que el investimento del
modelo preexiste a la demanda, y lo que es más grave, su verdad, antes de ser puesta a prueba por la
experiencia, es considerada como “obvia” (p. 111). Incluso antes de que comience la experiencia
analítica, la existencia de un “saber” particular relativo a la psique es investida por el sujeto como una
certeza, de modo que el paradigma deviene dogma.
Para concluir, Aulagnier señala que no puede haber un statu quo teórico, ya que a falta de nuevos
aportes, toda teoría se momifica (p. 113). “La teoría y práctica analíticas deben anhelar que aparezcan
innovaciones probatorias de que ellas siguen vivas, pero también deben exigir aportes y modificaciones
que respeten un proyecto que debe permanecer fiel a la definición que Freud le dio” (Aulagnier, 1980). En
este punto coincide con Bleichmar (2005) quien plantea que “si se trata de recuperar lo fundamental del
psicoanálisis para ponerlo en marcha hacia los tiempos futuros, este trabajo no puede realizarse sin una
depuración al máximo de los enunciados de base y un ejercicio de tolerancia al dolor de desprenderse de
nociones que nos han acompañado, tal vez, más de lo necesario”.
Para Bleichmar (2005), “el futuro del psicoanálisis depende no sólo de nuestra capacidad de
descubrimiento y de la posibilidad de enfrentarnos a las nuevas cuestiones que plantea esta etapa de la
humanidad, sino también de un proceso de revisión del modo mismo con el cual quedamos adheridos no
sólo a las viejas respuestas, sino a las antiguas preguntas que hoy devienen un lastre que paraliza
nuestra marcha” (p. 123).
Capítulo “IV Del irrefrenable avance de las representaciones en un caso de psicosis infantil”
CAP IV
Intentamos graficar los movimientos de constitución del sujeto en cuyos orígenes nos vemos inmersos,
en cuya estructuración intervenimos de algún modo. Los psicoanalistas de niños vivimos sumergidos en
una preocupación por LO ORIGINARIO, por los movimientos fundacionales del sujeto psíquico,
movimientos fundacionales que vemos emerger “en vivo”, producirse ante nuestros ojos.
Hace algunos años la autora propone una diferenciación entre autismo precoz y psicosis simbiótica,
estableciendo que en primer caso es la ausencia de constitución del yo lo que marca las líneas
dominantes del cuadro, mientras que, en el segundo, el incipiente sujeto no puede desabrocharse del yo
materno al cual ha quedado soldado a partir del momento en que ingresa como significante de la falta. Si
el autismo se produce en el momento de instauración de los estadios más primarios de la mente y es el
narcisismo el primero de estos tiempos, el autismo no podría ser sino un FRACASO DE LA
NARCISIZACIÓN PRIMARIA. La psicosis simbiótica es concebida en cambio como efecto del
encadenamiento, soldado y absoluto, del niño en tanto significante que viene a obturar la castración
materna. Bleichmar en este texto dice que cambia su posición respecto del autismos porque considera
que es imposible sostener que el autismo es efecto de una falla en la narcisización primaria y al mismo
tiempo, afirmar que el autoerotismo es el tiempo fundante de la sexualidad infantil, y por ende de la vida
psíquica.
A continuación relata el caso alberto:. Recibió una consulta de los padres de ALBERTO de 5 AÑOS . La
maestra, comenzó a preocuparse debido a que el niño, en cualquier situaciones y sin que operara un
disparador evidente, comenzaba a hablar cosas sin sentido, desencadenando un fragmento de discurso
cuyo contexto es inubicable y cuyas determinaciones desconocía. Ejemplo: la paloma baja y come el
maíz, susana se fue a Suiza”.
La madre dice que ella y el padre saben de donde sale lo que dice por ejemplo dice: “yo se que ayer
estuvimos en la plaza y hablamos de palomas”Sin embargo, los padres no dejaban de percibir que algo
extraño ocurría.
En el momento de esta primer consulta,nos encontramos, dice la autora, fenoménicamente ante la
emergencia de bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecen sin desencadenante
aparente. La unica hipotesis que surgía era la de un FRACASO EL LOS MOVIMIENTOS INHIBIDORES
QUE EL YO DESPLIEGA y que hallan su culminación cuando la REPRESIÓN opera diferenciando los
sistemas psíquicos.
¿Qué es lo que activa un cierto conglomerado representacional?¿Que es lo que hace que un cierto
contenido pase a prcc? y aún más ¿qué es lo que hace que un contenido emerja en lo manifiesto?(cc y
manifiesto son diferentes).
Normalmente la energía psíquica tiene una cierta direccionalidad: progresiona a través de los diversos
sientas psíquicos, topándose con la censura (en la vigilia) o avanzando hasta la frontera motriz de un
aparato cerrado sobre sí mismo y con la motilidad impedida en el momento del dormir. Lo icc es activado
desde dos polos: desde el prcc (a partir de un pensamiento cuya elaboración no culminó en la vigilia) o
desde el exterior del aparato anímico.. Siempre desde afuera del icc. Estas cuestiones ponen en
evidencia que si bien el objetivo del análisis es el discernimiento del icc y la captura de su emergencia a
través de formaciones discursivas que acuden a ellas una significación, esta emergencia no es el
resultado aleatorio de un deseo que se presentifica en forma azarosa sino el efecto de un conjunto de
movimientos e intersecciones intersistémicas destinadas a la elaboración psíquica. Los sistemas icc son
atemporales no están ordenados con arreglo al tiempo, n se modifican por el transcurso de este ni, en
general, tiene relación alguna con el. En el icc, el tiempo deviene espacio (sistemas de recorridos) y esta
conversión de tiempo en espacio hace a los aspectos centrales del concepto de REGRESIÓN tópica,
formal y económica.
El hecho de que las representaciones icc sean atemporales no implica que su activamiento lo sea, ya que
el icc se define por su intersección con los otros sistemas psíquicos
La concepción de la atemporalidad del icc alude en freud a dos cosas: ausencia de temporalidad e
indestructibilidad. Indestructibilidad no debe ser sinónimo de intras formabilidad
La diferencia entre indestructible e intransformable posibilita que la clínica conserve la esperanza de
pasaje de la compulsión de repetición a la elaboración en el neurótico o el salto estructural en el
psicótico..
El icc NO ES EL LUGAR DONDE SE ESTABLECE LA MEMORIA, sino el reservorio de memoria., El icc
no recuerda nada, las huellas mnémicas simplemente son. Es al prcc a quién compete la memoria. Que
el icc sea el reservorio de la memoria, quiere decir que en él están las representaciones, inscripciones
vivenciales a disposición del sujeto. En tal sentido, estas inscripciones puede PROGRESIONAR hacia la
cc sin que ello implique un verdadero recordar. Alberto actualizaba un fragmento de huellas mnémicas,
operaba un proceso de progresiones mnémicas Algo disparaba el fragmento mnémico, pero la
significación no operaba del lado de un sujeto que recuerde y entonces lo manifiesto no puede ser
equiparado a la toma de cc.
Alberto presentaba, en el momento de la consulta ciertos TRASTORNOS significativos. Tenía pánicos
varios: a los ascensores, a la oscuridad, a los ruidos fuertes. No eran simples miedos, ellos remiten a
ANGUSTIAS DE ANIQUILAMIENTO, que le producían verdadero terror. Terrores que no lograba
FOBIZARSE. Un día la madre aprieta el botón del cuarto piso del edificio (el consultorio de Bleichmar
estaba en el tercer piso) aL LLEGAR AL PISO CORRESPONDIENTE, DÁNDOSE CUENTA DEL
ERROR, ABRE LA PUERTA. eL ASCENSOR QUEDA UNOS DIEZ CENTÍMETROS POR ENCIMA DEL
PASILLO. Alberto entra el consultorio en un ataque de llanto “se hundió tu casa, grita”. En este caso, su
pánico no es el de un individuo que teme el peligro de un ascensor que, detenido fuera del lugar habitual,
lo ponga en riesgo. Se trata de un deconstrucción del espacio, determinada por su inestabilidad, es decir
por el hecho de que las categorías temporo-espaciales no se han constituido o están en situaciones de
fracaso, efecto de que el yo no logra estabilizarse como un objeto que, desgajado del mundo que lo
circunda ubique al mismo tiempo las coordenadas exteriores que lo sostienen. No habiéndose constituido
en el niño el yo-representación, ni el externo-interno del icc ni el externo-interno de la realidad había que
lograr que se encuentre un ordenamiento a partir de un lugar desde el cual establecer esas
diferenciaciones. Era debido a esto que los bloques hipermnésicos progresionaban sin ligazón ni
contextualización hacia el polo motor. Alberto presentaba la mayoría de los rasgos de lo que se considera
el MUNDO ESTRUCTURAL PSICÓTICO: una angustia primaria, de aniquilamiento, de destrucción,
ruptura con lo real, la filtración constante de los procesos secundarios por los procesos primarios, la
expresión directa de la pulsión, la existencia de mecanismos defensivos muy arcaicos. Es un modo de
funcionamiento sin organización de totalidades que conservaran cierta permanencia. había juguetes que
tenían una serie, pero el no los definió como un juguete de la serie sino como un elemento definido por el
atributo., el atributo dejando de lado el contexto (ser un juguete de una serie) definió la totalidad del
objeto. Para alberto no existían totalidades diferentes provistas de atributo sino indicios a partir de los
cuales no se podían organizar totalidades. Alberto existían en el interior de un mundo caótico y
desorganizado en el cual los indicios de componían la realidad en múltiples objetos parciales, el mismo
no se unificaban imaginariamente como un objeto total. ejemplo: decia “mi papa cuando se pone un
delantal blanco es ingeniero” el ser y el atributo son intercambiables, no hay persistencia ontológica.
La forma en que se constituían sus enlaces libidinales no permitía considerar a alberto como un autista.
Un rastreo de la historia de Alberto permite encontrar elementos que anticipan el cuadro actual Durante
años los padres pensaban que estaban ante un déficit auditivo: Alberto no respondía la voz humana, sin
embargo tenía terror a los ruidos. La madre dice que fue hasta los 6 mese un niño “muy despierto”. En
esa época, contrataron a una persona que se hizo cargo de la casa “esa mujer me iba robando a mi hijo”
relata la madre. Alberto es adoptivo. Había nacido en una circunstancia difícil para su mamá: su
hermana, dieciocho años mayor había sido diagnosticada con una enfermedad. 11 años antes, en cosas
de la muerte de su padre, ella había sufrido una depressions evera.. Los primeros seis meses de vida del
niño habían sido, aparentemente, perfectos. Alberto usaba chupete, le gustaba bañarse, todo ello dando
cuenta de la IMPLANTACIÓN DEL AUTOEROTISMO y de una madre que registró zonas de placer en el
vínculo, que no se limitó meramente a lo autoconservativo. En ese caso la resección de autismo queda
puesta en cuestión.
En una de las entrevistas, la madre, dijo “yo no sabía lo maravilloso que era tener un niño en brazos y
sentí mucha bronca ¿porque nadie me lo dio nunca?” ¿Era necesario decirle a una mujer, para que
pueda desear un hijo, que se siente al tenerlo en brazos? Bleichmar se pregunta si no estaba realizando
tal vez, un reproche a su propia madre que la delegó en la hermana mayor.
Cuando alberto tenía 4 meses, la tía materna enferma. EN ese momento contratan a una mujer para que
se haga cargo del niño. La madre abandona sus funciones maternas. Dos años después descubren que
esta mujer, asustada a su propio hijo, niño de 10 años, arrojando agua a la cara y aplaudiendole ante los
ojos. La mujer que le robaba a su hijo es también, desde la madre, la madre mala que lo maltrata. Del
lado de la madre alberto ha sido objeto de un doble abandono: la madre que biológicamente lo llevó en
su seno y la madre adoptiva La madre no solo no puede hacerse cargo físicamente del niño, sino que se
ve incapacitada para darse cuenta de los atributos patológicos de la persona que la sustituye,, esta
imposibilitada efectivamente. El padre, se dedica al trabajo.
Entre los dos y los tres años de vida, la madre comienza a “ver al niño” se recupera el vínculo entre
ambos, el niño empieza entonces a hacer progresos: a dar besos,s e baña con placer, deja los pañales,
no admite que lo dejen solo. Al llegar al tercer año la madre se realiza un chequeo y le descubren una
mancha en el pulmón. En esta etapa vuelve a quedar “mentalmente aislado” del niño. Alberto comienza a
tener pánico de introducirse en la bañadera, no quiere lavarse la cara, no soporta usar ropa de mangas
cortas, deja de controlar esfínteres, se desencadenan los terrores. En el año siguiente los síntomas se
agudizan: los temores se multiplican, el niño deviene “inmanejable”cmienza la masturbacion compulsiva,
el niño juega solo.
Una vesícula de sustancia viva que flota en medio de un mundo exterior, este es el modelo del cual parte
Freud en Más allá. Una vesícula que debe protegerse, tanto de los estímulos exteriores como de las
excitaciones internas. Hacia el exterior, esta vesícula constituye una doble membrana, aparta los
estímulos más potentes, permite ingresar aquellos filtrados hacia el interior. Una corteza tiene la función
de amarrar una protección antiestimulo, para que al interior las magnitudes accedan solo en escala
reducida.
Supongamos que enormes magnitudes de excitación sometieron a esta vesícula a una efracción: ¿que
reaccion de la vida anímica decía de esperar? De todas partes es movilizada la energía de investidura a
fin de crear, una investidura energética de nivel correspondiente se produce una contrainvestidura en
favor de la cual se empobrecen todos los otros sistemas psíquicos, de suerte que el resultado es una
extensa parálisis de cualquier operaciones psíquica..
El TRAUMATISMO es un aflujo energético indomeñable, que deja al aparato psíquico librado a
cantidades que pueden llevarlo a la destrucción. La capacidad de metabolización del traumatismo será
concebida como una relación existente entre aflujo de excitación y capacidad de ligazón internal.
Pero cuando avanzamos en una lectura de Más allá, vemos que se va operando un movimiento a partir
del cual ees todo el organismo el que está en condiciones de ligar la energía, sino que esta función es
patrimonio de los “estratos superiores”, es decir de aquellos que se rigen por el proceso secundario; esta
función es patrimonio del yo. El yo queda encargado de ligar las excitaciones que lo alcancen, tanto las
provenientes del mundo externo como las provenientes de excitaciones pulsionales mismas.
A continuación la autora retoma conceptos que hace a la relación entre la incipiente constitución del
aparato psíquico infantil y la función materna. La función materna tiene un doble carácter: excitante,
pulsante y narcisizante al mismo tiempo Supongamos a la cría del hombre en el momento en que se
instaura la primera vivencia de satisfacción. Cuando aparezca la tensión de necesidad, esta tensión
ingresará al aparato psíquico en vias de constitución produciendo una corriente de excitación que se
ligará a la huella mnémica de esa primera experiencia. La recarga de la huella mnémica, era ya un modo
de ligazón+ón. De esta forma, las inscripciones de origen exógeno, pulsantes, provenientes del objeto-
pecho, constituirán puntos de anclaje para la evacuación desordenada de energía. Pero, al mismo
tiempo, en el momento en que, desde el agente materno se produzca e n el bebé la intrusión de las
excitaciones traumáticas despreciadas de la propia sexualidad materna, vías de entramado se
establecerán en la medida en que la madre misma está atravesada simultáneamente por su sexualidad
icc y por el narcisismo yoico que permite sostener su amor por el hijo, sostener al hijo.
Volvamos a ALBERTO. Los primeros seis meses parecen haber seguido una evolución normal. Si bien
se pueden subrayar dos cuestiones: la adopción que lo separa de la madre biológica, y el viaje en avión a
los dos dias d haber nacido. Por un lado tenemos la importancia de la adopción en el imaginario materno,
en la medida en que la madre se ve obligada a establecer un proceso de reconocimiento de un cuerpo
del cual debe apropiarse para luego desprenderse, ya que desde el punto de vista biológico no es
metonimia de su propia carne.Proceso complejo de narcisización. Del lado de Alberto, la falla en la
sucesión de reinscripciones de huellas mnémicas que quedan sin engarce, pérdidas en el movimiento
metafórico-metonímico que lo hace pasar de un primer objeto a otro, agravada en este caso la
discontinuidad como efecto de las interrupciones de la relación madre-hijo a partir de las propias
vicisitudes libidinales de la madre. El uso del chupete nos indic que en él las premisas del icc han
comenzado a instaurarse, que la boca no es simplemente un órgano de ingestión sino que lo autoerótico
ya está operando.
A los seis meses la produce la PRIMERA CATÁSTROFE: la madre pierde el vínculo con su hijo,
sometida a ansiedades que podemos suponer muy intensas y delega a Alberto en una persona que no
puede, como se reconoce a posteriori, cumplir las funciones sustitutas.
Alberto queda capturado por los periodos de conexión y desconexión de la madre con el agravante de
que la nodriza que lo toma a cargo es una mujer traumatizante. Durante esos años de vida, la evolución
del niño está prácticamente detenida. Sin embargo, restos de lo pulsional inscrito irrumpen produciendo
síntomas que dan cuenta que este niño no es un simple animalito que haya quedado en la inmediatez o
reducido a lo autoconservativo: tiene pánico a bañarse, continua usando chupete y más aún, tiene crisis
de llanto cuando intentan quitárselo.
Alberto pasa esos dos años de vida ENQUISTADO en el interior de una rigidizar´n de la membrana para
excitación en la cual se confunden, en los límites, estímulos y excitaciones. Los movimientos de ligazón
que deberían culminar con la instalación de un yo capaz de tomar a cargo las excitaciones y tramitarlas
no se han producido. En razón de ello, el chupeteo aparece como el único lugar de evacuación “fijada”
posible de los sobrantes energéticos. Alberto quedó fijado a los investimentos primarios a los cuales fue
sometido antes de que el vínculo originario con la madre se catástrofe.
Durante el año en el cual retoma el vínculo con la madre, nuevos progresos se producen. El baño
recupera su carácter placentero, comienzan a dar besos, abandona temporalmente los pañales y controla
esfínteres, no admite que lo dejen solo. Elementos todos que dan cuenta de que ha logrado instaurar
movimientos amorosos y representacionales tanto del semejante como de sí mismo. El yo parece
haberse instalado.
A los tres años se produce una NUEVA CATÁSTROFE: enfermedad de la madre, repliegue narcisista de
ella. Alberto queda librado a sí mismo, un sí mismo precariamente instalado. : reaparece el terror a
introducirse en la bañera, ahora no quiere ni lavar la cara, no puede usar ropas de mangas cortas (no
puede dejar expuestos fragmentos de sí mismo) Para esto, es necesario que haya algún tipo de
representación de sí mismo en riesgo, vale decir, que la tópica del yo se haya constituido.
A partir de los 3 años y medio, momento de reencuentro de Alberto con la madre, el niños se convierte, al
decir de los padres en “inmejorable” Su discurso se torna incoherente, quedando capturado por terrores
que transformaron su propia vida. Toda su evolución parecía dirigirse hacia una esquizofrenia.
Bleichmar se plantea un periodo de trabajo para ver sis e lograba ligar y crear las condiciones de
estructuración que posibili harán una NEOGENESIS. Para la primera etapa del proceso analitico,
escogió Bleichmar una tecnica basada en proponer anclajes a las movilizaciones de investimentos que se
precipitaba hacia la descarga, sea bajo el modo de conductas motrices, sea como logorrea. Partió para
ello de la premisa freudiana de que es del lado del prcc, del lado del yo, donde os investimentos devienen
afectos.. Enlazar un afecto con una representación mediante la palabra era el modo de propiciar una
detención ligadora de la circulación desenfrenada. Para decirlo de otro modo: no era porque alberto se
angustiaba que el discurso de disparaba en forma incontenible, es porque no se angustiaba, no podía
registrar sus afectos.
Ayudar a constituir una primera posesión de sí mismo, a partir de la cual establecer una diferenciación:
intrapsíquica con el icc, intersubjetiva con el objeto de amor. La REPRESIÓN ORIGINARIO podría
entonces ejercer su función de evitar el pasaje de las representaciones icc a prcc, los procesos de contra
investimento no caerían en el vacío.
En relación a lo intrasubjetivo, la función materna, si bien fallida, había operado bajo dos formas:
propiciando la inscripción de investimentos libidinales que generaban los prerrequisitos de la función del
icc y habiendo establecido, en ciertos momentos investimentos totalizantes que permitían precipitar
algunas constelaciones yoicas. No nos encontrábamos entonces ni ante una cáscara vacía, como la que
se establece en ciertos autismos primarios ni ante un conglomerado pulsional desbordado en el cual
nunca se hubieran constituidos mínimos movimientos de narcisización. Alberto no era el producto
residual de una falla de narcisización originario que lo dejará librado a los investimentos masivos de las
representaciones pulsional inscritas. En él oscilaban, presencias y ausencias de objetos amorosos que
propiciaban ligazones y de ligazones cuyos efectos transferenciales puedo Bleichmar recoger en el
campo del análisis.
La Mirada perdida de la madre, su carencia envolvente, deja librado al niño a la presencia atacante de lo
pulsional. La pulsión de muerte, del lado de la madre, es déficit de narcisización hacia el hijo. Es la
ausencia en la madre del deseo de vida, de la vida como proyecto humano, lo que se plasma en la cría
como muerte, y sería una simpleza extrema pensar que ello es efecto de un deseo icc agresivo de su
parte.
Muchas sesiones del tratamiento estuvieron destinadas a inscribir en alberto una imagen de sí mismo, a
ayudarlo a funda la topia yoica.
Cuando Alberto se disparaba en su discurso, en lugar de tomar todas las asociaciones, retoma el primer
elemento y lo engarza. Al poco tiempo, el niño le decía: “giran los pensamientos silvia?”, poniendo la
mano en la frente, en un intento de detenerlos.
En los momentos en el Bleichmar quería detener ese movimiento desesperado, lo llamada repetidamente
por su nombre.
En lugar de manifestar angustia o enojo, durante los primeros tres meses de tratamiento o se escapaba
del consultorio o, poniendo la mano muy cerca del rostro de la analista, hacia un movimiento molesto. ,
como de un pájaro que se aproxima velozmente a los ojos de Bleichmar. . él hacía esos movimientos
frente a los ojos de la analista como X (la mucama) le había hecho de chiquito, asustando. Le dijo
entonces que entendía su enojo, que x le había hecho mucho daño y que sufria al recordarlo, Alberto se
calmó un poco y se pudo hablar de la cuestión, la cual no recordaba mucho.
En una ocasión, rompe una hoja de una planta del consultorio y entra en una crisis de desesperación
gritando “por mi culpa, fue por mi culpa”. Bleichmar no le interpreto que él sentía que al destruir la planta
me había destruido a mi misma, sino que no temiera, que yo estaba bien que no había dañado, aun
cuando él sintiera que habiendo destruido la planta la hubiera destruido.
Bleichmar se había convertido, para el niño, en un referente simbólico. En el interior del consultorio le
llamaba SIlvia, pero fuera de él la llama “silvia bleichmar”, no es el objeto familiar con el que se vincula
sino un ordenador que diferencia claramente de todo el resto de sus vínculos.
Es necesario subrayar, en primer lugar, que las psicosis infantiles deben ser reconocidas en su
multiplicidad polimorfa; ello implica salir de la propuesta estructuralista originario de concebir la psicosis
como causada por un mecanismos único desde una modalidad cristalizada de función materna
(dominancia narcisista de la captura fálica del hijo por parte de la madre, y su imposibilidad de construirse
como sujeto a partir de esta variable determinante). Las psicosis infantiles deben ser concebidas como un
fracaso de los procesos de constitución del aparato psíquico, debemos relativizar la idea de definir un
modelo del orde “madre de psicóticos”. Retomar la función materna como función constituyente implica
no solo diferenciarse de aquellas corrientes que la reducen a lo autoconservativo, sino de un
estructuralismo que la concibe bajo el sol ángulo de la narcisización. Recuperar el carácter de sujeto
sexuado de la madre, en ei sentido estricto del término, no sólo por relación a la castración, sino en tanto
sexualizado,e s decir provisto de icc en el cual lo pulsional activa sistemas de representaciones que
hacen a los modos de encarar las maniobras que los cuidados precoces del hijo imponen.
El carácter polimorfo, variable, crea condiciones difíciles para un diagnóstico taxativo de las psicosis
infantiles. Por otro lado, es evidente a esta altura que gran parte de los trastornos que en la primera
infancia son diagnosticados como trastornos madurativos, trastornos del desarrollo, etc evolucionan cada
vez más hacia las formas psicóticas.
Desde la teoría, algunos ordenamientos básicos se hacen necesarios. En principio, es necesario que
nuestra psicopatología sea definida desde una propuesta metapsicológica.
Ubiquemos, a grandes rasgos momentos de la estructuración precoz siguiendo para ellos los modelos
Freudianos:
1. Un primer tiempo de la vida, que no coincide con el primer tiempo de la sexualidad. Al viviente,
existente en sí mismo,definido por montantes biológicos abiertos al exterior y constituido por funciones
auto conservativas (en tal sentido, no consideramos al yo posterior como un derivado de este, sino
precisamente, como viniendo a taponar una vez instalada la pulsión, sus efectos mortíferos).
2. Un primer tiempo de la sexualidad, instauración de las representaciones que luego constituirán los
fondos del icc. De no producirse esta sexualizacion precoz (efecto del semejante materno), la cría
humana no logrará niveles básicos de hominización
3. Un segundo tiempo de la sexualidad, constituido por la REPRESIÓN ORIGINARIO y el
establecimiento del yo (representación narcisista). De no instalarse este tiempo segundo de la sexualidad
y por ende de la vida psíquica, el sujeto queda librado a las representaciones discretas, puntuales, que
operan generando modos de un más acá del ppio de placer, definido por la compulsión de repetición y la
imposibilidad de estructurar ordenamientos espacio temporales a partir de la no instalación del proceso
secundario.
Deben ser contemplados, en los procesamientos de estos tiempos, los movimientos mismos de
constitución de la represión originaria: transformación en lo contrario y vuelta contra la persona propia.
La persistencia de sintomatología que deje abiertos modos de realización pulsional sin rehusamiento y
sin formaciones sustitutivas da cuenta del fracaso parcial de la represión originaria y abre las vias para
patologías severas no psicóticas.
Diferenciación entre represión originario (destinada a sepultar los representantes pulsionales) y represión
secundaria (del Edipo, complejo, que recae sobre fantasías estructuradas como fragmentos discursivos,
ligada al establecimiento del superyó).
Entre estructura e historia se juega una posible nueva modelización de las series complementarias.
Historia no alude centralmente al relato de vida, sino a la implementación de los traumatismos que
constituyen su serie en el desencadenamiento psicopatológico.
La idea de NEOGENESIS alude a la posibilidad de inauguración de estructuras inéditas para las cuales
es imprescindible tener claramente planteados, aunque más no fuera provisionalmente, ítems de carácter
intra teórico.
Queda abierta la cuestión de si es coherente concebir una psicopatología psicoanalítica, y de qué orden
sería la relación entre la fenomenología y los parámetros teóricos. Por mi parte, considero la necesidad
de dar algún tipo de sustento metapsicológico a las definiciones con las cuales abordamos los diversos
momentos de estructuración psíquica
La irrecuperabilidad de los tiempos de infancia, como tiempo de la estructuración psíquica, nos plantea,
desde la ética, la urgencia de un fundamento para nuestra práctica, un saber hacer determinado por
formulaciones precisas acerca de los movimientos de instalación de lo originario.
Un bebé de cinco semanas que, al decir de los padres “no dormía nada”. Despierto casi veinte de las
veinticuatro horas del día. No estamos ya en esos tiempos en los cuales un analista se hubiera sentido
inclinado a “interpretarle” al bebé la fantasía inconsciente. La estrategia de abordaje terapéutico dependía
del modo en que se conciba el funcionamiento psíquico precoz.
En primer lugar se trataba de definir el tipo de trastorno ante el cual nos encontrábamos. La definición
misma de trastorno se inscribe en una propuesta que he desarrollado hace ya algunos años, en la cual
diferencio, siguiendo para ello la perspectiva freudiana, entre síntoma, en tanto formación del
inconsciente, producto transaccional entre los sistemas psíquicos efecto de una ilograda satisfacción
pulsional, y algo de otro orden, algo que no puede ser considerado como tal en sentido estricto, en la
medida en que el funcionamiento pleno del comercio entre los sistemas psíquicos no está operando -sea
por su no constitución, como en el caso que veremos, sea por su fracaso, parcial o total-.
¿Desde qué perspectiva puede un trastorno del sueño generado en los primeros meses de vida ser
abordado como algo “de origen psíquico”? El problema de definir a qué tipo de orden psíquico responden
estas inscripciones precoces que no son, desde el punto de vista metapsicológico, inconscientes en
sentido estricto -dado que para que haya inconsciente es necesario que el clivaje psíquico se haya
producido, no pudiendo el inconsciente ser concebido sino como el efecto de la diferenciación de ese otro
sistema que constituye el preconsciente-consciente, regido por una legalidad que es la del proceso
primario y sostenido, en el interior del aparato psíquico, por la represión.
Mi preocupación consiste ahora en abordar el modo de instalación del autoerotismo y de la circulación de
la economía libidinal antes de que esto se estructure. Se trataría en realidad de formular para los
primeros tiempos de vida, tiempos en los cuales ya las inscripciones sexualizantes que dan origen a la
pulsión se han instaurado, pero cuya fijación al inconsciente aún no se ha producido porque la represión
no opera.
La intervención analítica elegida por la autora para el abordaje del “Trastorno precoz del sueño”
presentado en un bebé de 5 semanas, estuvo guiada por una perspectiva teórica precisa acerca de los
tiempos fundacionales del psiquismo:
a. Intercambie con sus compañeros acerca de la particularidad que en la clínica con niños supone
sostener una escucha en dos direcciones: la ubicación de indicios que den cuenta del modo de
funcionamiento y estructuración del psiquismo, y las determinaciones simbólicas, deseantes y
fantasmáticas que lo capturan, tal como plantea Silvia Bleichmar.
Con respecto a la particularidad que supone en la clínica con niños sostener una escucha en dos
direcciones, consideramos que la estrategia de abordaje terapéutica planteada por Silvia Bleichmar, tiene
su fundamento en la concepción de la autora acerca del funcionamiento psíquico precoz y el modo en
que se estructura el mismo.
Según esta corriente teórica, el psiquismo no está estructurado desde los comienzos de la vida. Tanto el
inconsciente, como la instancia yoica, no se encuentran presentes desde los orígenes, sino que son
efecto de una fundación operada por la represión originaria, concebida como un mecanismo real. La
operancia de ésta última, así como la anterior instalación del autoerotismo y la circulación de la energía
libidinal, en el incipiente aparato psíquico infantil, se ve posibilitada y sostenida a partir de la función
materna en sus dos vertientes, a saber, sexualizante y narcisista.
Por este motivo se considera que en la clínica con niños se vuelve fundamental sostener la escucha en
dos direcciones, por un lado la ubicación de indicios que den cuenta del modo de funcionamiento y
estructuración del psiquismo en el niñx -por ejemplo, el trastorno del sueño que presenta Daniel en este
caso-, y, por otro lado, en dirección a las determinaciones simbólicas, deseantes y fantasmáticas que lo
capturan, en el vínculo con quienes ocupen las funciones primordiales -por ejemplo, las vicisitudes del
ejercicio de la función materna por parte de la madre de Daniel-. En este sentido, el niño no está
totalmente determinado por lo que ocurre en sus padres, siendo que es activo en su capacidad de
metabolización de los sistemas deseantes y de prohibiciones de éstos, pero, sin embargo, éstos otros
son fundamentales en su constitución, ya que el clivaje de partida del semejante define el juego de
fuerzas al que se verá sometido el niño, por lo cual la escucha en ambas vertientes se vuelve elemental.
b. A partir de trabajo con los padres en entrevistas clínicas sostenidas por la autora, desarrolle el lugar de
lo “histórico- vivencial” en la orientación del caso, teniendo en cuenta la relación entre constitución
psíquica y función materna.
De acuerdo a lo mencionado anteriormente, por la importancia de la incidencia que el yo auxiliar materno
tiene en la constitución del psiquismo infantil, hay que considerar a la madre como un ser en conflicto,
provisto de inconsciente y agitado por mociones de deseo enfrentadas que abren la posibilidad de clivaje
en la tópica de niño cuya humanización tiene a cargo. Es por eso que la autora tiene en cuenta lo
histórico-vivencial, en relación a ambos padres, para orientar sus intervenciones en el caso. Va a recortar
ciertos elementos del discurso de estos otros parentales, que tienen que ver con las vicisitudes de su
propia historia.
Los gestos autoconservativos del adultx permiten la intrusión de lo sexual, en el mismo acto de
apaciguamiento de la necesidad, a partir del investimiento de representaciones que luego el niñx
intentará organizar, ligar y simbolizar. Para que ello sea posible, ese otro conmutador debe poseer un
aparato psíquico clivado, que contenga, por el lado del inconsciente, las representaciones deseantes
(potencialmente autoeróticas) capaces de transmitir una corriente libidinal que “penetre” traumáticamente
al niñx, y también debe tener, por el lado del preconciente, las representaciones yoico-narcisistas que le
permitan concebir a su bebé como un ser humano total. Será esa representación totalizante que adquiere
el bebé, en el interior de los sistemas del narcisismo yoico materno, lo que permitirá que la pulsión
(intrusiva, atacante) encuentre formas de ligazón por vías colaterales. La red que a partir de ello se
sostenga posibilitará, del lado del incipiente sujeto, un sistema de ligazones que permita luego la
constitución del yo.
Por un lado, Silvia Bleichmar recorta el no deseo de la madre de tener un hijo (la cual temía que se
pudiera generar una sensación de encadenamiento con el niño, que obstaculizara su trabajo). La autora
marca que este extrañamiento ante su hijo era lo que le impedía a esta madre tener la convicción de
saber qué es lo que su bebé necesita, siendo esto fundamental para poder posibilitar el trasvasamiento
narcisista. Esta falla en la narcisización es la que le producía la sensación de estar ante un extraño, que
por un lado no sabía cómo agarrar, y por el otro lo sentía como una parte de ella misma que no sabía
cómo soltar.
Por otro lado la autora vincula el temor de la madre de Daniel de ser odiada por su hijo, al cual sentía que
“no podía satisfacer”, con la hostilidad que sentía hacia su propia madre, por la rivalidad que ésta había
ejercido sobre ella en su infancia, por haber sido ella la “favorita” del padre. Además, sentía a las
intervenciones de su madre y su suegra en su relación con Daniel como una intromisión.
Consecuentemente se identifica una rigidización, una incapacidad de reconocer la ambivalencia en los
vínculos, y una parálisis en su capacidad de ternura al encontrarse inhibida de sostener con tranquilidad
a su bebé.
A lo antes mencionado se puede agregar un recorte que hace la autora sobre el discurso del padre, este
no soportaba el llanto del niño, y le impedía a la madre intentar aliviarlo si no lo lograba de inmediato,
quitándole al niño de los brazos e intentando una cantidad de maniobras que debaja a Daniel más
excitado que antes, y también su dificultad para soportar cuando la madre insistía con el chupete. Esto se
relaciona con lo que el padre manifiesta de sus propios vínculos parentales, el hecho de que su padre
nunca se opuso a la violencia de su madre, y su temor a que a su hijo le pase lo mismo, temeroso de que
operara en el niño la misma violencia y produjera el mismo sufrimiento al cual él se había sentido
sometido.
Puede pensarse que tanto las dificultades en la estructuración de narcisismo secundario de la madre,
como la poca tolerancia del padre a ser excluido de la relación dual madre-hijo, anudado a los fantasmas
históricos vivenciales arrastrados del atravesamiento edípico de cada uno de ellos, obstaculizaron la
posibilidad de que la madre pudiera desplegar su función con naturalidad, generando consecuencias en
la incipiente estructuración del psiquismo de Daniel. Esta relación entre función materna y psiquismo
infantil puede además reafirmarse con los avances progresivos que fue alcanzando el vínculo madre-hijo
a lo largo de las entrevistas (el cual se volvió gradualmente menos displacentero), con el apaciguamiento
de la angustia y la ansiedad parental, y con el alivio en los trastornos del niño.
Intento formular las hipótesis de base que rigen mi práctica. Hemos apostado a la formulación que señala
que cuando hay discrepancia entre el concepto y la cosa, es el cuerpo teórico mismo el que debe ser
puesto en cuestión.
El psicoanálisis con niños es una práctica que se ejerce en las fronteras de la tópica psíquica. Asistimos a
los movimientos de constitución de un sujeto en cuyos orígenes nos vemos inmersos, en cuya
estructuración intervenimos de algún modo. Los psicoanalistas de niños vivimos sumergidos en una
preocupación por lo originario, por los movimientos fundacionales que vemos emerger “en vivo”,
producirse ante nuestros ojos. IMPORTANTE!
Se fue profundizando cada vez más mi alejamiento del formalismo estructuralista y fue variando mi
posición respecto a la llamada función materna, hasta culminar en una verdadera reformulación del
concepto de partida.
1- Delimite los elementos clínicos del “Caso Alberto” sobre los que repara la autora en la aproximación
diagnóstica realizada.
Al delimitar los elementos clínicos del “Caso Alberto”, sobre los cuales la autora ha reparado en la
aproximación diagnóstica realizada, el primer elemento clínico sobre el que ella hace mención, el cual dio
lugar al motivo de consulta, es el relato de Alberto: este se presenta como bloques hipermnésicos,
descontextualizados, sin desencadenante aparente, manifestando una logorrea en el lenguaje, el cual se
presenta de forma metonímica. La autora también menciona la presencia de pánicos varios, como por
ejemplo a los ascensores, a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a la cortadora de césped, los cuales
remiten a angustias de aniquilamiento, produciéndole verdadero terror.
2- Seleccione del material clínico, un emergente del orden del padecimiento psíquico del niño, y
circunscribiendo la intervención realizada por la analista, justifique la misma desde su modelo teórico
conceptual.
Del material clínico, seleccionamos como emergente del orden del padecimiento psíquico del niño, la
situación en la cual, durante una sesión analitica con Silvia Bleichmar, Alberto se angustia al escuchar el
ruido de una moto que transitaba por la calle, y ante ello, en lugar de taparse los oídos, sale corriendo a
cerrar la ventana por la cual entraba el sonido, como si el objeto que producía el ruido pudiese entrar
bruscamente por allí. La autora considera que esta conducta se debe a que Alberto concebía que su
cuerpo podía ser atravesado, sin que él pudiera controlar lo que ingresa y lo que sale de este.
Entonces, interviene de la siguiente manera: “Puse mis manos sobre su cabeza, rodeándola (como
constituyendo una protección), y le hablé de los objetos que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita
abierta a todas las cosas que entraban y salían, y le propuse ayudarlo a lograr, juntos, que sintiera que
podía abrir y cerrar su cabeza para recibir aquello que hoy lo invadía partiéndolo en pedacitos.”
(Bleichmar, 1993)
Esta intervención parte de la idea de que, en ese momento, no se haya constituido en el niño la
representación Yoica, ni la distinción interno-externo del inconsciente ni de la realidad, lo cual produce
que ese acontecimiento sea tan angustiante y desestructurante para él; no existe un Yo lo
suficientemente constituido que permita metabolizar esa situación (ese aflujo de excitación) que deviene
entonces invasor, generando una angustia de aniquilamiento, una sensación de despedazamiento en
Alberto. Se considera que este tipo de intervención buscaría propiciar que el niño pueda comenzar a
sentir y definir los límites del Yo y de lo corporal, pudiendo decidir lo que ingresa o no.
En la intervención se pesquisa que la autora no interviene solo con la palabra, aunque necesariamente
hace uso de ella, ni solo con el colocar las manos sobre la cabeza del pequeño niño. Ella acompaña
discursivamente, nombrando lo que le ocurre, buscando ayudar a nominar algo de lo afectivo que resulta
tan intrusivo y desesperante. Con esto, Bleichmar busca enlazar el afecto con una representación
mediante la palabra, ayudando a constituir además una primera posesión de sí mismo, a partir de la cual
se pudiera establecer una diferenciación intrapsíquica (entre instancias, inconsciente-yo) e intersubjetiva
(yo-objetos).
Por las vicisitudes de su historia vincular con las figuras parentales y de cuidado en los primeros años de
vida (madre atravesada por períodos de acercamiento y alejamiento, niñera “traumatizante”, padre
afectivamente ausente), oscilaban en el niño presencias y ausencias de objetos amorosos, que
propiciaban ligazones y desligazones, lo cual trajo aparejado esos riesgos de desarticulación y fallas en
la instalación tópica, que se pueden identificar de forma manifiesta en los momentos de angustia extrema
que surgieron en varias ocasiones durante el análisis. Angustia que Bleichmar concibe como una
respuesta ante situaciones que generan que los débiles cimientos de aparato se desestabilicen, al no
haberse podido producir los movimientos de ligazón necesarios para culminar con la instalación de un Yo
capaz de recibir excitaciones (exógenas y endógenas), tramitarlas, y generar defensas acordes que
permitan mantener la homeostasis.
Bleichmar enfatiza la importancia de la función materna (la cual no necesariamente tiene que ser llevada
a cabo por la madre del niñx, dado su carácter de función) para la estructuración del inconsciente en el
psiquismo infantil. La madre está provista de un inconsciente, y desde una vertiente sexualizante
implanta la pulsión; por otro lado desde la función narcisizante implanta vías de ligazón, a partir los
aspectos yoicos del adultx, su ternura, su amor, desde lo ligado del psiquismo materno. Xl adultx está
atravesado por su propia represión. Estos sistemas deseantes y de prohibición confluyen en la
constitución de la represión originaria, aunque para que se instale exitosamente requiere de la capacidad
simbolizante del Yo. En Alberto, la función materna, aunque fallidamente, había operado según Bleichmar
(1993) “propiciando la inscripción de elementos libidinales”, como prerrequisito para la fundación del
inconciente y estableciendo “investimentos totalizantes que permitían precipitar algunas constelaciones
yoicas”.
La posibilidad de realizar intervenciones estructurantes es consecuente con la concepción del objeto que
tiene la autora, al considerar al niñx como unx sujetx en estructuración. Bleichmar plantea la represión
originaria como un mecanismo real, no mítico. En este sentido la evaluación del momento constitutivo en
que se encuentra xl niñx, admite pensar en las intervenciones posibles para operar con el psiquismo en
constitución. Esto le permite introducir la posibilidad de realizar intervenciones estructurantes, las cuales
propician modos de recomposición psíquica, enlazando un afecto con una representación mediante la
palabra, compensando la imposibilidad de simbolización, contrariamente a la interpretación.
A partir del trabajo con este tipo de intervenciones pueden divisarse grandes avances ante lo que en
principio se perfilaba como un fracaso en la constitución del psiquismo, de instalación de la tópica. Vemos
cómo a partir del tratamiento se pudieron ir generando las condiciones propicias para la instalación de la
represión originaria, posibilitando en el psiquismo la producción de algo que antes no operaba, dando
lugar a una mayor estructuración psíquica, lo que podría considerarse una neogénesis.
INTERVENCIONES ESTRUCTURANTES, IMPORTANTE!
Alberto, de cinco años de edad llega a la consulta por indicación del gabinete psicopedagógico de la
escuela, desde donde se solicita que se realice un diagnóstico y se buscaran medios terapéuticos para
acompañar el proceso escolar del niño. El niño, en cualquier situación y sin que operar un disparador
evidente, comenzaba a hablar cosas sin sentido, desencadenándose un fragmento de discurso cuyo
contexto era inubicable. Los únicos que puede ubicar su discurso son sus padres, quienes pueden
referenciar aquellos fragmentos a vivencias de Alberto en días anteriores. Estos padres, cultos y
preocupados por su hijo, dan cuenta de problemas que el niño había presentado a lo largo de su crianza.
En el momento de esta primera consulta nos encontrábamos, fenoménicamente, ante la emergencia de
bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecían sin desencadenante aparente. La única
hipótesis que surgía era la de un fracaso en los movimientos inhibidores que el yo despliega y que hallan
su culminación cuando la represión opera diferenciando los sistemas psíquicos. Alberto mismo era
jugado por procesos que lo sometían, cuyo control desconocía y de cuyo dominio estaba imposibilitado.
Sobres estas cuestiones se basó, en mucho, la técnica que empleé en los meses siguientes. Ello nos
obliga a detenernos en esta cuestión para dar fundamento de mi accionar clínico.
Freud en “Lo inconsciente” dice que los sistemas inconscientes son atemporales, es decir, no están
ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este ni, en general, tienen relación
alguna con él. En el inconsciente, estatuido por la represión, el tiempo deviene espacio, sistema de
recorridos.
El hecho de que las representaciones inconscientes sean atemporales no implica que su activamiento lo
sea. Si el inconsciente se define por su intersección con los otros sistemas psíquicos y ello hace que el
proceso analítico tenga una cierta estructura relacionada con la temporalidad, se trata de una
temporalidad destinada al aprés-coup, que recaptura, en proceso, los activamientos inconscientes que
insisten.
Que el inconsciente sea el reservorio de la memoria quiere decir, entonces, que en él están las
representaciones, inscripciones vivenciales, a disposición del sujeto. En tal sentido, estas inscripciones
pueden progresionar hacia la consciencia sin que ello implique un verdadero recordar.
En Alberto, la aparición de aquellos fragmentos descontextualizados de discurso daban cuenta del
fracaso en la instalación de los mecanismos inhibidores del yo y, junto con ello, de la represión misma.
Cuando el niño reactualizaba un fragmento de huellas mnémicas, sus padres, operando como sujetos de
memoria, contextualizaban, historizaban, significaban, aquello que se presentaba más allá de un yo que
en el niño pudiera efectuar estas tareas. Algo activaba, algo disparaba el fragmento mnémico, pero la
significación no operaba del lado de un sujeto que recuerde.
Alberto presentaba ciertos trastornos significativos que someteremos brevemente a la indagación teórico-
clínica. Tenía pánicos varios: a los ascensores, a la oscuridad, a los ruidos fuertes. No eran simple
miedos, ellos remitían a angustias de aniquilamiento que le producían verdadero terror. Terrores que no
lo graban fobizarse y lo dejaban inerme para organizar defensas ante ellos -defensas de las cuales, en
realidad, carecía-. Esta falla lo imposibilitaba para organizar defensas secundarias que pudieran dar lugar
a una fobia.
Los primerísimos temores infantiles tienen que ver, indudablemente con el esbozo de un sujeto que se ve
en riesgo. No hay una cronología simple de la aparición del miedo autopreservativo; se trata, por el
contrario, de correlaciones entre la angustia y la estructuración de las instancias que se constituyen en el
aparato psíquico en ciernes.
Cuando Alberto teme que se haya hundido mi casa, su pánico no es el de un individuo que teme el
peligro de un ascensor detenido. Se trata de una deconstrucción del espacio, determinada por su no
estabilidad, es decir, por el hecho de que las categorías temporo-espaciales no se han constituido o
están en situación de fracaso, efecto de que el yo -y por ende, el proceso secundario- no logra
estabilizarse como un objeto que, desgajado del mundo que lo circunda, ubique al mismo tiempo las
coordenadas exteriores que lo sostienen. Él mismo no se desgajaba como objeto de aquellos objetos que
lo rodeaban; su representación yoica no estaba constituida, y debido a ello su cuerpo podía fácilmente
ser atravesado sin que él pudiera controlar sus propios agujeros de entrada y salida. Este modo de
funcionamiento se evidenciaba en distintos fenómenos. Por ejemplo, cuando un ruido fuerte lo hacía
entrar en pánico, lo primero que intentaba no era taparse lo oídos, sino cerrar las puertas, como si el
objeto que causaba el ruido pudiera entrar bruscamente por allí. No hay psicoanalista de niños, ni de
psicóticos, que no sufra periódicamente la tentación del sentido común: explicarle que la moto no puede
volar y .entrar por la ventana. Sabía del carácter inoperante de tales intervenciones. En mi auxilio venían
por otra parte, las reflexiones metapsicológicas de Freud, proporcionándome un ordenador teórico desde
el cual pensar lo que acaecía. Puse mis manos sobre su cabeza, rodeándola, como constituyendo una
protección y le hablé de los objetos que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita abierta a todas las
cosas que entraban y salían, y le propuse ayudarlo a lograr, juntos, que sintiera que podía abrir y cerrar
su cabeza para recibir aquello que hoy lo invadía, partiéndolo en pedacitos.
Esta intervención no era azarosa, provenía de la idea de que no habiéndose constituído en el niño el yo-
representación, ni el interno-externo del inconsciente, ni el externo-exterior de la realidad, podían
encontrar un ordenamiento a partir de un lugar desde el cual establecer las diferenciaciones. Era debido
a esto que los bloques hipermnésicos progresionaban sin ligazón ni contextualización hacia el polo motor
-en este caso en forma verbal- y que la corteza psíquica, antiestímulo, quedaba constantemente
efraccionada sin que filtrara lo que recibía ni se ligara desde su interior lo que la perforaba. Las
intervenciones estructurantes no se dirigen a contenidos inconscientes, sino a propiciar modos de
recomposición psíquica poniendo de manifiesto las determinantes que rigen el funcionamiento habitual.
Nos encontrábamos ante un fracaso de la constitución psíquica, fracaso que conducía a los síntomas
descritos. Acá el término “síntoma” no puede ser concebido en sentido estricto, ya que hemos definido
que el síntoma no puede ser concebido antes de la constitución de la represión originaria y del
consecuente establecimiento tópico de sistemas en oposición, conflicto y comercio.
Alberto presentaba la mayoría de los rasgos que pueden agruparse dentro de lo que Lang considera
“nudo estructural psicótico”: la naturaleza de su angustia, angustia primaria, de aniquilamiento, de
destrucción; la ruptura con lo real; la infiltración constante de los procesos secundarios por los procesos
primarios; la expresión directa de la pulsión; la existencia de mecanismos defensivos muy arcaicos; una
relación de objeto muy primitiva predominante. Cuando se encontraba con un objeto similar al conocido,
reconocía lo común, operando por “identidad de percepción”, recubriendo lo nuevo con lo anterior.
Estábamos ante un modo de funcionamiento regido por datos indiciales, sin organización de totalidades
que conservaran cierta permanencia.
Alberto existía en el interior de un mundo caótico y desorganizado en el cual los indicios descomponían la
realidad en múltiples objetos parciales; él mismo no se unificaba imaginariamente como un objeto total.
Vive en una lógica de la simultaneidad, no secuencial, vale decir, no temporalizada.
En la segunda entrevista plantea “Yo no nací de la panza de mi mamá” -Alberto es adoptivo- “Yo no nací
todavía”. “Cuando nazo me pongo así -se pone en el piso en posición fetal- yo todavía no nací y le pido a
mi hermano… porque a mi no me dejaron nacer… yo no tengo teléfono”.
La forma en que se constituían sus enlaces libidinales no permitían pensar a Alberto como un autista.
Recién a los cuatro años y medios, emergieron alteraciones cuya evidencia patológica ponía en duda el
diagnóstico inicial de “retraso madurativo”. Es habitual en la clínica con niños presenciar fallas de la
estructura psíquica que son concebidas como trastornos madurativos, parcialmente tratados.
Un rastreo de la historia de Alberto permitía encontrar elementos que anticipaban el cuadro actual. Los
prerrequisitos estructurales, aunados a dificultades desde los comienzos de la vida, daban cuenta, por el
contrario, de la necesidad de intervenciones precoces al respecto.
La madre lo expresaba del siguiente modo: “Desde que Alberto nació, lo sentí con dificultad”. La frase
plantea una doble direccionalidad: no sólo sintió que había dificultades en el niño, sino que ella misma lo
sintió con dificultad, dando cuenta del anudamiento patológico inicial, obstáculo mayor, planteado para
que este niño pudiera “ser sentido”. Durante varios años los padres pensaban que estaban ante un déficit
auditivo: Alberto no respondía a la voz humana ni se conectaba con los estímulos que le proporcionaban.
Sin embargo los desconcertaba el terror a los ruidos que evidenció.
Hasta los seis meses fue “un niño muy despierto”. A esa altura contrataron una persona de servicio que
se hizo cargo de la casa. “Esa mujer me iba robando a mi hijo” relataba su madre, respecto de su
angustia por aquellos tiempos. Alberto había nacido en circunstancias difíciles para esta mujer. Su
hermana, dieciocho años mayor, que la había criado ejerciendo todos los cuidados maternos, fue
diagnosticada con una enfermedad grave. Once años antes, cuando murió su padre, ella había sufrido ya
una depresión severa. Los primeros seis meses de vida del niño habían sido aparentemente perfectos
“Era un bebé buenísimo, usaba chupete, le gustaba bañarse”.
El hecho de que Alberto usara chupete y le gustara bañarse, da cuenta de modos de implantación del
autoerotismo y de una madre que registró zonas de placer en el vínculo, que no se limitó a los puramente
autoconservativo. El ejercicio del placer autoerótico (chupete) y del placer epidérmico (baño), dan cuenta
como datos objetivos, de la existencia de un cachorro humano que se introduce en los caminos de la
libidinización, de la sexualizaciónhumanizante. En tal caso, el presunto diagnóstico de autismo primario
queda puesto en cuestión por estos datos.
Cuando Alberto tiene 4 meses, su tía enferma y en ese momento su madre abandona sus funciones
maternas. Queda al cuidado de una mujer, quien años después descubren que lo maltrataba. Complejo
ensamblaje este que se ha producido entre estructura y acontecimiento, entre determinación y azar.
Entre los dos y los tres años del niño, la madre comienza a “verlo” y se recupera el vínculo entre ambos.
El niño empieza a hacer progresos: comienza a dar besos, se baña con placer, deja los pañales, no
admite que lo dejen solo. Al llegar al tercer año, la madre enferma de tuberculosis y queda nuevamente
“mentalmente aislada” del niño. Alberto comienza a tener pánico a introducirse en la bañadera, no quiere
lavarse la cara, no soporta usar ropa de mangas cortas, deja de controlar esfínteres, se desencadenan
los miedos. En el año siguiente los “síntomas” se agudizan. Al año siguiente, su tía muere. Desde la
escuela piden que retiren a Alberto: comienza la masturbación compulsiva, juega solo, se desconecta de
quienes lo rodean. Cuando habla, el discurso se metonimiza en forma desbocada.
El yo es el encargado de ligar las excitaciones que lo alcanzan, tanto aquellas provenientes del mundo
exterior como las provenientes de las excitaciones pulsionales mismas.
Retomemos algunos conceptos que hacen a la relación entre la incipiente constitución del aparato
psíquico infantil y la función materna. Existe un doble carácter de la función materna: excitante,
seductora, pulsante y narcizisante al mismo tiempo.
En los primerísimos tiempos de la vida, donde la superficie psíquica y corporal se encuentra siempre al
borde del estallido frente al rompimiento de la homeostasis y sus efectos, el objeto de apaciguamiento,
aquel del cual proviene el alivio de las tensiones vitales, abre nuevas vías de intrusión, de investimientos
excitantes. El hecho de que estas vías sean regladas, no queden libradas al azar, favorece una
regulación de la incipiente economía psíquica. Por ejemplo, frente a la primera vivencia de satisfacción,
cuando reaparezca la tensión de necesidad, esta tensión ingresará al aparato psíquico en vías de
constitución produciendo una corriente de excitación que se ligará a la huella mnémica de esa primera
experiencia. Pero a su vez, desde el agente materno, se produce en el bebé la intrusión de las
excitaciones traumáticas desprendidas de la propia sexualidad materna, vías de entramado se
establecerán en la medida en que la madre misma está atravesada simultáneamente por su sexualidad
inconsciente y por el narcisismo yoico que permite sostener su amor por el hijo, sostener al hijo.
En el caso de Alberto tenemos a una madre que estuvo precozmente atravesada por una depresión que
reactivó abandonos precoces de su propia historia. Del lado de Alberto, la falla en la sucesión de
retrascripciones de huellas mnémicas que quedan sin engarce, pérdidas en el movimiento metáforo-
metonímico que lo hace pasar de un primer objeto a otro, agravada en este caso la discontinuidad como
efecto de las interrupciones de la relación madre-hijo a partir de las propias vicisitudes libidinales de la
madre. La madre describe su imposibilidad de sentirlo, de entenderlo, de codificarlo. La descripción que
hace de su hijo nos da la idea de un bebé activo, con cierto grado de conexión, con rasgos mínimos de
humanización.
El uso del chupete nos indica que en él las premisas del inconsciente han comenzado a instaurarse, que
la boca no es un simple órgano de ingestión sino que lo autoerótico, lo libidinal, ya está operando. El
placer por el baño, comienzo de constitución de una membrana capaz de establecer intercambios
placenteros con el medio, da cuenta de la constitución de esta membrana diferenciada que no se reduce
a lo biológico.
La convicción delirante es aquella convicción que una madre presenta, manifestando que quién más que
ella podría saber algo acerca de su bebé. Permite en la relación narcisista originaria “el trasvasamiento
de las almas”, movimiento espontáneo de constitución en los niños cuya evolución se realiza
adecuadamente. Tal vez estos elementos hubieran encontrado otra evolución si no se hubiera producido,
a los seis meses, la primera catástrofe.
Vemos a Alberto quedar capturado por los períodos de conexión y desconexión de la madre, con el
agravante de que quien lo toma a cargo es una mujer traumatizante, enloquecedora, a la cual el niño
queda sometido ante la impasibilidad y el desconocimiento de sus propios padres. Durante esos dos
años de vida, la evolución del niño está prácticamente detenida. Aparece un cuadro de autismo precoz
secundario con todos los rasgos con los cuales los describe la psiquiatría: no busca la mirada del otro, no
manifiesta placer al contacto, su desarrollo intelectual está casi detenido, las funciones se realizan
mecánicamente. Sin embargo, restos de lo pulsional inscrito irrumpen produciendo síntomas: pánico a
bañarse, uso de chupete y crisis de llanto cuando se lo sacan. Alberto pasa esos dos años de vida
enquistado en el interior de una rigidización de la membrana para-excitación en la cual se confunden los
límites, estímulos y excitaciones.
Los movimientos de ligazón que deberían culminar con la instalación de un yo capaz de tomar a cargo las
excitaciones y tramitarlas no se han producido. El chupeteo aparece como el único lugar de evacuación
“fijada” posible de los sobrantes energéticos. Alberto ha quedado fijado a los investimientos primarios a
los cuales fue sometido antes de que el vínculo originario con la madre se catastrofara. El niño ha
“soldado” en una corteza rigidizada su protección ante el desborde excitante interno y externo al cual se
ve sometido, dada la falta de respondientes intrapsíquicos y de contención externa. No hay regulación
por el principio de placer, no hay posibilidad de contacto de piel ni intercambio simbólico con el
semejante.
Cuando retoma el vínculo con la madre, vemos elementos que dan cuenta de que ha logrado instaurar
movimientos amorosos y representacionales tanto del semejante como de sí mismo. El yo parece
haberse instalado, también la relación hacia el semejante.
A los tres años, con la nueva enfermedad de la madre, y un repliegue narcisista de ella, Alberto queda
librado a sí mismo, un sí mismo precariamente instalado. Los pánicos aparecen resignificados por este
movimiento de instalación-despedazamiento yoico. Aparece un nuevo fenómeno: no puede dejar
expuestos fragmentos de sí mismo, como si se hubiera establecido un fenómenos de “escurrimiento”. Es
necesario que haya algún tipo de representación de sí mismo en riesgo para que ello se produzca, vale
decir que la tópica del yo se haya constituído. Los bebés hospitalizados, que han sido abandonados a su
suerte, no producen este síntoma.
Por otra parte, su discurso, cada vez más rico, se tornó incoherente, quedando capturado por terrores
que transformaron su propia vida y la de quienes lo rodeaban de un enorme sufrimiento cotidiano.
Los analistas sabemos de la dificultad para el empleo de la interpretación en aquellos casos en los cuales
la fuga de ideas y la excitación motriz generan la sensación de que aquellas palabras que podamos dirigir
a nuestros pacientes parecerían no encontrar anclajes en los cuales entramarse.
Se abría desde la perspectiva que estamos desarrollando, la posibilidad de construir algunas premisas
clínicas para sostener una dirección que condujera a una evolución diferente. Me planteé entonces un
período de trabajo para ver si lograba ligar y crear las condiciones de estructuración que posibilitaran una
neo-génesis. Alerté a los padres sobre que nos tomaríamos un plazo para intentarlo y que si ello no
funcionaba, recurriríamos a una medicación complementaria.
Elegí, para la primera etapa del proceso analítico una técnica basada en proponer anclajes a las
movilizaciones de investimentos que se precipitaban hacia la descarga, sea bajo el modo de conductas
motrices, sea como logorrea. Enlazar un afecto con una representación mediante la palabra era el modo
de propiciar una detención ligadora de la circulación desenfrenada. Alberto no se angustiaba, no podía
registrar sus afectos, en la medida en que, en el momento en que se desencadenaba el problema, no
había sujeto capaz de cualificar aquello que lo invadía desde su interior.
Ayudar a construir una first-me-possesion (primera posesión de sí mismo) a partir de la cual establecer
una diferenciación: intrapsíquica, con el inconsciente; intersubjetiva, con el objeto de amor. La represión
originaria podría ejercer su función de evitar el pasaje de las representaciones inconscientes al
preconsciente.
Con relación a lo intrasubjetivo, la función materna, aunque fallida, había operado bajo dos formas:
propiciando la inscripción de investimientos libidinales que generaban los prerrequisitos de la fundación
del inconsciente; y habiendo establecido, en ciertos momentos, investimentos totalizantes que permitían
precipitar algunas constelaciones yoicas, aunque con los riesgos de desarticulación y las fallas que
hemos descripto.
No nos encontrábamos, entonces, ni ante una cáscara vacía, como la que vemos en ciertos autismos, ni
ante un conglomerado pulsional desbordado en el cual nunca se hubieran constituido mínimos
movimientos de narcisización.
Nuestro paciente no era el producto residual de una falla de narcisización originaria que lo dejara librado
a los investimientos masivos de las representaciones pulsionales inscritas. En él oscilaban, así como
habían oscilado a lo largo de su vida, presencias y ausencias de objetos amorosos que propiciaban
ligazones y desligazones cuyos efectos transferenciales pude recoger en el campo del análisis.
En los momentos de angustia extrema, Alberto se veía enfrentado a un movimiento de desligazón que lo
precipitaba en sentimientos de riesgo de aniquilamiento con desestrcuturaciones del pensamiento. Esta
aniquilación, esta desligazón, asume la forma clínica como operancia de la pulsión de muerte.
“Era como un bebé de juguete” dice la mamá de Alberto en una entrevista que tuvimos al poco tiempo de
iniciado el tratamiento. Cuando releo esto me conmueve la forma con la cual vi reaparecer, desde el niño,
esta imágen.
Muchas sesiones del tratamiento estuvieron destinadas a inscribir en él, una imágen de sí mismo, a
ayudarlo a fundar la tópica yoica. La mano sobre la frente era acompañada de otra forma de anclaje. En
ciertos momentos, en los cuales yo quería detener ese movimiento desesperado, motor o verbal, lo
llamaba repetidamente por su nombre. Un día, en medio de una crisis de ese tipo, se tiró al suelo y me
dijo: “Decime: Alberto!!”. Me pedía que yo efectuara el ejercicio de nominación que le permitía
organizarse.
Su rostro presentaba una sonrisa estereotipada, el rostro convertido en una máscara de ojos vacíos.
En muchos momentos, cuando sus estallidos de furor comenzaban a expresarse, me veía obligada a
apartarlo con fuerza, a impedir que me lastimara con sus golpes. Cuando la agitación cedía, intentaba
hablar con él de qué era lo que había disparado su odio. Generalmente intensos sentimientos de culpa lo
invadían y se preocupaba mucho de que no estuviera enojada como consecuencia de ello.
A partir de estos movimientos, comienza una tarea por rehumanizar a Alberto, por lograr que sus padres
dejen de considerarlo “un loquito”. Yo me fui convirtiendo en un referente simbólico para él, como un
ordenador que diferencia claramente del resto de sus vínculos.
De los múltiples problemas teóricos y clínicos que el abordaje de una psicosis infantil pone en juego para
el psicoanalista, he escogido como tema de mi exposición, la cuestión de la función materna en la
estructuración de lo originario, partiendo de la idea de que en este campo del psicoanálisis de niños y
particularmente en lo que refiere a las psicosis infantiles, donde se ponen de manifiesto las teorías que
los analistas sostienen como sustrato teórico general de su práctica.
Innatismo versus psiquismo en estructuración; función constituyente del vínculo materno versus
autonomía de un sujeto que se despliega en una potencialidad definida desde el desarrollo; concepción
del narcisismo como objetal o anobjetal; ubicación de la función materna como auxiliar o como fundante;
definición del Edipo como estructura o como conflicto. La teoría no funciona en forma pura; diversas
líneas teóricas toman partido por más de una opción a la vez.
Cada acto clínico, cada resolución diagnóstica, nos confronta a opciones tanto de ideología terapéutica
como de definición metapsicológica.
Las psicosis infantiles deben ser reconocidas en su multiplicidad polimorfa; ello implica salir de la
propuesta estructuralista originaria de concebir la psicosis como causada por un mecanismo único desde
una modalidad cristalizada de función materna (dominancia narcisista de la captura fálica del hijo por
parte de la madre, y su imposibilidad de construirse como sujeto a partir de esta variable determinante).
Debemos relativizar la idea de definir un modelo del orden “madre de psicóticos”, es necesario
deshomogeneizar las descripciones.
Retomar la función materna como función constituyente implica no sólo diferenciarse de aquellas
corrientes que la reducen a lo autoconservativo, sino con un estructuralismo que la concibe bajo el sólo
ángulo de la narcisización. Recuperar el carácter de sujeto sexuado de la madre, es decir, provisto de
inconsciente.
El carácter polimorfo, variable, crea condiciones difíciles para un diagnóstico taxativo de las psicosis
infantiles. Por otra parte, es evidente a esta altura que gran parte de los trastornos que en la infancia son
diagnosticados como “trastornos madurativos” o “trastornos del desarrollo”, evolucionan cada vez más
hacia formas psicóticas, francas, productivas.
Es necesario, desde la teoría, que nuestra psicopatología sea definida desde una propuesta
metapsicológica, que puede transformar los síntomas en indicios que den cuenta de la estructuración
psíquica.
Ubiquemos, a grandes rasgos, momentos de la estructuración precoz, siguiendo para ello los modelos
freudianos:
1. Un primer tiempo que ubica la función del semejante en la instauración de las representaciones de
base y da origen a la alucinación primitiva como modo de recarga de la huella mnémica de la primera
vivencia de satisfacción.
2. Un primer tiempo de la sexualidad, instauración de las representaciones que luego constituirán los
fondos del inconsciente. De no producirse esta sexualización precoz, la cría humana no lograría niveles
básicos de hominización.
3. Un segundo tiempo de la sexualidad, constituido por la represión originaria y el establecimiento
del yo representación narcisista. De no instalarse este tiempo segundo de la sexualidad, y por ende de la
vida psíquica, el sujeto se vería frente a la imposibilidad de estructurar ordenamientos espacio-
temporales a partir de la no instalación del proceso secundario, dando lugar a formas de funcionamiento
esquizofrenoides infantiles.
Los tiempos anteriores implican esquemas ordenadores. Deben ser contemplados, en su procesamiento,
los movimientos mismos de constitución de la represión originaria: transformación en lo contrario y vuelta
contra la persona propia. La persistencia de sintomatología que deje abiertos modos de realización
pulsional sin rehusamiento -asco y pudor- y sin formaciones sustitutivas, da cuenta del fracaso parcial de
la represión originaria y abre las vías para patologías severas no psicóticas.
Es importante diferenciar entre represión originaria, destinada a sepultar los representantes pulsionales, y
represión secundaria, del Edipo complejo, que recae sobre fantasías estructuradas como fragmentos
discursivos, ligada al establecimiento del superyó.
Entre estructura e historia se juega una posible nueva modelización de las series complementarias.
Historia no alude centralmente al relato de la vida, sino a la implantación de los traumatismos que
constituyen sus series en el desencadenamiento psicopatológico. Definida la causalidad por aprés-coup,
el corte del diagnóstico estructural posibilita abrir un abanico predictivo.
A partir de ello, la clínica define sus modos de operar por relación al objeto a abordar, teniendo en cuenta
la no homogeneidad estructural del sujeto y concibiendo líneas de dominancia que deben ser
consideradas cuidadosamente en los diversos procesamientos de la cura. Esto no anula el carácter de
salto estructural que se puede producir en el interior de este procesamiento. En este sentido, la idea de
neogénesisalude a la posibilidad de inauguración de estructuras inéditas.
El hecho de aportar un sustento metapsicológico a las conceptualizaciones de los momentos de
estructuración psíquica conlleva una disminución de los riesgos de psiquiatrización futura de aquellos
niños que presentan un fracaso en sus procesos de constitución del aparato psíquico.
La irrecuperabilidad de los tiempos de la infancia, como tiempos de estructuración psíquica, nos plantea
la urgencia de un fundamento para nuestra práctica, un saber hacer determinado por formulaciones
precisas acerca de los movimiento de instalación de lo originario.
Post scriptum
CAPÍTULO 5
Tratar al niño solo o en familia, incluir a los padres, entrevistar a los hermanos, no son meras cuestiones
relativas a la técnica. Cada una de estas opciones está determinada por una concepción del
funcionamiento psíquico, un modo de “entender” el síntoma.
¿Son todos los discursos, todas las interacciones, todos los actos del semejante algo que tiene que ver
con el inconsciente del niño? ¿Qué relación existe entre las interacciones parentales y las
determinaciones sintomales, singulares, específicas, que hacen a la neurosis de la infancia?
Si las relaciones entre teoría y clínica implican la definición de un método, sabemos ya que el método no
puede concebirse al margen de las correlaciones con el objeto que se pretende cercar, transformar. Es
esta, la cuestión del objeto en psicoanálisis con niños.
Ello me ha conducido a intentar definir, desde los tiempos de constitución del sujeto psíquico, ciertos
paradigmas que permitan el ordenamiento de un accionar clínico que no se sostenga meramente en la
intuición del practicante.
He tomado partido hace ya varios años por la propuesta freudiana que concibe al inconsciente como no
existente desde los orígenes, determinadas las producciones sintomales por relaciones existentes entre
los sistemas psíquicos, sistemas que implican contenidos diversos y modos de funcionamiento diferentes.
A partir de ello, mi investigación avanza en la dirección de definir una serie de premisas de la clínica que
puedan ser sometidas a un ordenamiento metapsicológico.
Sometamos a discusión las premisas de base que guían nuestra práctica. Es la categoría niño, en
términos del psicoanálisis, la que debe ser precisada y ello en el marco de una definición de lo originario.
Se dice que se trata siempre de “análisis”, lo cual supone entonces un método de conocimiento del
inconsciente. Esto no es sin embargo tan lineal, dado que el inconsciente sólo puede explorado, en el
sujeto singular y por relación a la neurosis, una vez establecido el conflicto psíquico que da origen al
síntoma y ello no es posible antes de que se hayan producido ciertos movimientos de estructuración
marcados por la represión originaria.
Es imposible establecer una correlación entre teoría y clínica sin definir previamente este problema del
objeto y el método. El psicoanálisis de neuróticos (adultos o niños con su aparato psíquico constituido, en
los cuales el síntoma emerge como formación del inconsciente) transcurre, inevitablemente, los caminos
de la libre asociación y esta libre asociación se establece por las vías de lo reprimido -más aún, de lo
secundariamente reprimido-, puesto a ser recuperado por la interpretación. Pero para que ello ocurra es
necesario que el inconsciente y el preconsciente se hayan diferenciado en tanto sistemas y aún más, que
el superyó se haya estructurado en el marco de las identificaciones secundarias residuales del complejo
de Edipo sepultado. ¿De qué modo ocurre esto, en cambio, cuando el inconsciente no ha terminado aún
de constituirse. Cuando las representaciones primordiales de la sexualidad pulsional originaria no han
encontrado un lugar definitivo, no han sido “fijadas” al inconsciente? Se abre acá una dimensión clínica
nueva, la cual sólo puede establecerse a partir de ubicar la estructura real, existente, para luego definir la
manera mediante la cual debe operar el psicoanálisis cuando el inconsciente no ha encontrado aún su
topos definitivo, cuando el sujeto se halla en constitución.
Conocemos las diversas soluciones que se han ofrecido a lo largo de la historia del psicoanálisis. El
kleinismoabrió la vía y fijó las premisas para que analizar niños sea posible, pero asentándose para esto
en la perspectiva más endogenistade la propuesta freudiana acerca de la constitución del inconsciente.
Melanie Klein, en el caso Dick, le enchufa una simbolización de lo innombrable, le enchufa el simbolismo
con la máxima brutalidad. En el simposium de 1927 gira en torno a la polémica establecida entre Klein y
Anna Freud. Los ejes alrededor de los cuales gira la discusión son: inconsciente, transferencia y
sexualidad infantil.
Existió un intento por conciliar psicoanálisis y educación, iniciado por HugHellmuth y en cuya línea se
inscribe de inicio Anna Freud. Se apoyaba en una concepción del análisis resumida por ella misma en los
siguientes términos: “El análisis pedagógico y terapéutico no puede contentarse con liberar al joven
individuo de sus sufrimientos, debe también inculcarle valores morales, estéticos y sociales”. Su objeto
son individuos en pleno desarrollo que deben ser fortificados bajo la dirección pedagógica del analista. El
modelo de intervención se basa en aplacar, educar, mostrar que el odio produce culpa. No hay aquí
ninguna interpretación y se ve una desviación de los conocimientos surgidos del psicoanálisis para fines
diversos de aquellos con los cuáles el método fue creado. Se sostiene una concepción del niño como un
egoísta inmoral que debía ser educado.
Por su parte, Melanie Klein se instala en la dimensión de la analizabilidad, considerando al niño posible
de ello y por supuesto, de transferencia. Plantea la imposibilidad de combinar trabajo analpitico y
educativo, sosteniendo que una de esas actividades anula de hecho a la otra. Considera que si el
analista toma el rol del superó, cerrando la ruta del consciente a las tendencias pulsionales, se constituye
como el representante de las facultades de la represión.
Será necesario desde la perspectiva que estamos proponiendo, puntualizar que este inconsciente no está
allí desde siempre, sino que es el efecto de aquello que de la historia traumática, pulsional, ha quedado
inscrito, desarticulado y rehusado su ingreso a la consciencia bajo el efecto de la represión originaria.
La segunda mitad del siglo está atravesada, en lo que a la teoría psicoanalítica respecta, por una
propuesta que tiende a tomar cada vez más en cuenta, en la fundación del psiquismo, aquellos
determinantes exógenos que lo constituyen, contemplando cada vez más la función de las figuras
significativas que tienen a cargo la crianza del niño. tomando en cuenta las vicisitudes estructurantes en
el interior de los vínculos primordiales acuñados, a partir de cierta vertiente más actual, como “estructura
del Edipo”.
Dentro del pos-kleinismo, autores como Winnicott y Tustin han puesto el acento en la función materna y
en las consecuencias de esta para la evolución normal o patológica del cachorro humano.
Desde nuestra perspectiva consideramos al inconsciente como un producto de relaciones humanizantes
en las cuales la cría humana se constituye, que no está dado desde el comienzo.
Desde la concepción de Klein, todo discurso, toda producción psíquica, simboliza lo inconsciente. La
famosa técnica de traducción simultánea se sostiene en una concepción expresiva, tanto del lenguaje
como del juego, concebidos como forma en la cual hay que buscar el discurso de la pulsión. Desde esta
concepción se sostiene un inconsciente universal y existente desde los orígenes. Klein no interpreta
desde la contratransferencia: cree en la existencia de premisas universales del funcionamiento psíquico,
de los fantasmas originarios y en ellas se sostiene para hacer progresar el análisis. Concebir un
inconsciente así definido por las fantasías de carácter universal lleva, inevitablemente a un juego de
traducciones en el cual la libre asociación no ocupa un lugar central. Aquellas interpretaciones ejercidas
como traducción simultánea, en las cuales la transcripción directa del inconsciente sin pasaje por la libre
asociación produce una sobreimpresión y una saturación de sentido por parte del analista.
Hemos dado todo este rodeo para señalar las insuficiencias que arrastramos en psicoanálisis de niños
para definir la relación entre objeto y método. Cada escuela sigue su propio camino intentando avanzar
sobre los presupuestos que ha montado.
La propuesta teórica de Klein indica un inconsciente funcionando desde los orígenes, el superyó como
derivado directo del ello -tempranamente instalado-, las defensas precoces operando desde los inicios de
la vida, todo ello favoreciendo la transferencia y las condiciones de analizabilidad en la infancia.
Debemos, desde nuestra perspectiva, reubicar cada uno de estos elementos a partir de ubicar los
distintos tiempos de la constitución psíquica y definir los diversos momentos de su estructuración.
Avanzar en la construcción de una teoría de lo originario en la cual basar nuestros enunciados clínicos.
Desde la obstinación por conservar la posibilidad de analizabilidad infantil, Melanie Klein se vio obligada a
redefinir el objeto para hacerlo acorde al método: retrotrae el Edipo y el superyó a tiempos anteriores de
la vida para dar coherencia a la relación entre el método analítico y las posibilidades de analizabilidad en
la primera infancia. Es aquí donde introducimos nuestra diferencia de base, para plantear una inversión
de los términos.
Nuestra posición parte de ir ubicando de modo preciso los momentos de constitución del objeto a partir
de dos premisas de base:
1. El hecho de que el inconsciente no existe desde los orígenes, sino que es establecido por
fundación, en la cual la represión originaria cumpe un lugar central.
2. Que esta fundación del inconsciente se estructura por relación al preconsciente-consciente.
A partir entonces, de concebir al aparato psíquico como aparato en estructuración debe ser establecida la
relación entre objeto y método, vale decir, las posibilidades de analizabilidad en momentos concretos de
la infancia. La perspectiva que ensayamos se ofrece en un intento de correlacionar el método a partir de
la definición del objeto. Se trata de establecer una dirección de ajuste: ajuste del método a la “cosa del
mundo”:
Por su parte, la concepción clásica del análisis de niños, concepción derivada del kleinismo, implica una
inversión de los pasos a seguir. Se ha partido del establecimiento del método y desde ello se ha definido
al objeto:
Vemos actualmente al análisis de niños oscilar entre dos polos: aquel derivado del kleinismo que da por
sentada la existencia del inconsciente desde los orígenes, concibiéndolo desde una determinación
endógena y el que ubica al niño sea como falo o soporte del deseo materno, sea como síntoma de la
pareja conyugal.
Una definición de lo infantil en el interior del psicoanálisis se torna imprescindible, con vistas a cercar
nuestro campo de trabajo.
Que la neurosis sea definida en su carácter histórico implica el reconocimiento de que algo del pasado
insiste con carácter repetitivo y busca modos de ligazón y organización transaccionales a partir de la
constitución de un síntoma. Se trata de algo fijado, del orden inconsciente, e inscrito en forma
permanente a partir de la sexualidad infantil reprimida.
El origen de las neurosis debe ser buscado entonces por relación al inconsciente y el origen de este
inconsciente se define respecto de la sexualidad infantil, sexualidad que encuentra su punto de
culminación en el conflicto edípicobajo la primacía de la etapa fálica, pero que es en principio autoerótica,
pregenital, ligada a las inscripciones pulsionales de partida. Lo infantil se inscribe así, para el
psicoanálisis, en el inconsciente.
La primera cuestión por ubicar, si queremos otorgar algún tipo de racionalidad a nuestra praxis, consiste
entonces en definir, bajo la perspectiva psicoanalítica, la categoría de infancia como tiempo de
estructuración del aparato psíquico.
Lo infantil no puede ser definido, en psicoanálisis, sino por relación a lo originario, es decir, aprés-coup.
Debemos reubicar la categoría de infancia encontrando en los textos metapsicológicos un modo de
cercar esos tiempos de estructuración de lo originario.
La conflictiva edípica debe remitir a las formas de ejercicio de los intercambios libidinales por relación al
sujeto sexualizado, pensada desde una perspectiva que tome en cuenta las vicisitudes de las
inscripciones inconscientes de los objetos originarios y su perspectiva futura.
La captura del niño en el entramado de la neurosis parental tiene una característica diversa por relación a
todo vínculo interhumano: la profunda dependencia vital a la cual el niño está sometido. Pero esta
dependencia cobra un sentido distinto cuando ubicamos claramente las consecuencias psíquicas que
implica: dejar inerme al niño ante las maniobras sexuales, constituyentes y neurotizantes del semejante.
La realidad estructurante del inconsciente infantil, aquella que tiene que ver con el inconsciente parental y
con el Edipo, no es la realidad de la familia: es más reducida y más amplia al mismo tiempo. Es más
reducida porque no son todas las interacciones familiares las que se inscriben en el inconsciente del niño;
es más amplia porque se desplaza a través de objetos sustitutos que cobran significación por rasgos
metáforo-metonímicos de los objetos originarios: cuidadores, educadores, familiares lejanos.
La categoría “padre” y “madre” encubre, en muchos casos, el carácter sexuado de ellos. Pero, al citar a
ambos padres conjuntamente, se obtura, detrás de la categoría “padres”, la categoría “sujetos sexuados”,
sujetos del inconsciente, y ello opera inevitablemente como una expulsión de lo sexual, en el comienzo
de la apreciación sintomal.
Una propuesta que pivotee en la constitución de la tópica instituida por movimientos fundacionales
tomando en cuenta que estos implican tiempos reales, históricos, abrirá una perspectiva que genere un
ordenamiento del campo de alcances tanto teóricos como clínicos, permitiendo la elección de estrategias
terapéuticas a partir de las condiciones de estructuración del objeto. Podemos cercar los movimientos de
fundación del psiquismo a partir de transformaciones estructurales del aparato psíquico infantil y poner en
correlación los determinantes exógenos que hacen a esta constitución por relación a los procesos que se
desencadenan en la fundación de la tópica. Tomando a la represión originaria como movimiento fundante
del clivaje que da origen al inconsciente.
Es imprescindible decir más precisamente qué entendemos por un inconsciente no existente desde los
orígenes y aún más, a partir de qué momento de la estructuración psíquica lo reconocemos como
existente en el sujeto singular.
El niño concebido como síntoma de la madre o de la pareja conyugal, no puede, de hecho, “tener
síntomas”: él mismo ha devenido objeto, ha dejado de ser sujeto deseante; y esta es la cuestión
fundamental que se juega cuando nos proponemos definir una propuesta analítica. No es posible definir
la especificidad sintomal a partir del discurso del otro.
La demanda de análisis no es sino la inauguración de una posibilidad de abrir el proceso de la cura,
aunque en el campo del análisis de niños no se produce, salvo excepciones, a partir del presunto
paciente sino de un familiar que toma a cargo el pedido de consulta.
El análisis de niños transcurre, indudablemente, “en transferencia” y es impensable un proceso analítico
en el cual el niño no fuera estableciendo, a lo largo del proceso, algún tipo de interrogación acerca de sus
propios síntomas y por relación a ello, una demanda.
La indicación de análisis hace a la responsabilidad del analista, y no se sostiene pura y simplemente en
la demanda del paciente, sino en los prerrequisitos metapsicológicos que guían la indicación adecuada.
Un modelo del funcionamiento psíquico definido por el clivaje y la existencia de sistemas en conflicto es
condición de partida para que esto sea posible. Una concepción de lo originario está implícita en toda
indicación de un análisis de infancia. Se trata de definir las premisas de analizabilidad.
¿Cuáles son los ejes alrededor de los cuales podría centrarse hoy la cuestión de la analizabilidad infantil?
Hemos partido de considerar al sujeto como sujeto en estructuración definido por las condiciones
particulares que la estructura del Edipo otorga para la instauración de su singularidad psíquica. A lo largo
de mi investigación, el concepto de estructura del Edipo, cuyas funciones sigo considerando ordenadores
importantes, ha devenido insuficiente. Es insostenible para el abordaje de los fenómenos psicoanalíticos
si no se replantea una cuestión central: el hecho de que los términos que entran en ella en juego no son
unidades monádicas cerradas que se definen sólo por su valor posicional, sino que estos términos
(función materna, paterna, hijo) son ocupados por sujetos que deben ser concebidos como sujetos de
inconsciente, es decir, atravesado por sus inconscientes singulares e históricos. El falo no es,
simplemente “el cuarto término” sino el eje alrededor del cual se ordenan todos los intercambios. La
función del falo es, por supuesto, central en relación con el narcisismo y la castración maternos, pero su
estatuto en los tiempos de la estructuración psíquica del niño, tiempos reales, no míticos, debe ser
reubicado. Y ello en razón de que el falo es un ordenador segundo en el sujeto, aun cuando sea primario
en la estructura, dado que el narcisismo no es el primer tiempo de la sexualidad infantil, y mucho menos
de la vida.
Psicoanalíticamente, lo que es definitorio del lado de la madre es el hecho de que esta es sujeto del
inconsciente, sujeto clivado, y que sus sistemas psíquicos comportan al mismo tiempo elementos
reprimidos de su sexualidad infantil, pulsional y ordenamientos narcisisticos, amorosos.
La metábola, como modo de inscripción de las representaciones de base destinadas luego, por aprés-
coup, a la represión, pone el acento en ese metabolismo extraño que, entre el inconsciente de la madre y
el inconsciente en constitución del niño, abre el campo de implantación y parasitaje de una sexualidad
prematura que deviene motor de todo progreso psíquico.
Respecto a la función paterna es necesario tener en cuenta que ella se constituye como polo simbólico,
ordenador de las funciones secundarias que se establecen a partir de la represión, y que se sostienen en
un juego complejo entre soporte del padre real y función paterna.
Estas funciones se ejercen a partir de sujetos concretos, singulares e históricos, atravesados por su
propio inconsciente, por sus deseos incestuosos, parricidas e incluso, ambivalentes por relación a la
madre. Ambos miembros de la estructura parental son, en primera instancia y en el vínculo instituyente
con sus hijos, sujetos del inconsciente. En el marco de estos intercambios, concebir al niño por la
posición que ocupa por relación al deseo del otro, no sólo es insuficiente, sino incluso obturante.
La indicación de un análisis debe encontrar su determinación a partir de la operancia del conflicto
intrasubjetivo, por el hecho de que un sistema sufra a costa de la conservación del goce en otro. El
sufrimiento psíquico por la emergencia de angustia o por los subrogados sintomales que de ella derivan
es el primer indicador de las posibilidades de analizabilidad del sujeto.
Nuestro problema actual es encontrar los indicios de constitución del inconsciente, reubicar su estatuto
metapsicológico en los tiempos de estructuración del psiquismo -estatuto tópico y sistémico- y, a partir de
ello, definir las estrategias de analizabilidad en la infancia.
La neurosis infantil es indefinible en sí misma; sólo puede establecerse el carácter neurótico de un
síntoma por contraposición a las formaciones anteriores a la represión originaria o secundaria, según el
momento de abordaje del psiquismo. Ubicar los elementos que hacen al funcionamiento de la represión
originaria y secundaria, así como los tiempos anteriores y posteriores a ella, es la cuestión central que el
psicoanálisis de niños debe encarar. Ello no quiere decir que antes de que se establezcan los clivajes del
aparato psíquico a los cuales estos movimientos dan origen no haya posibilidades de operar
psicoanalíticamente.
Los sistemas se constituyen como clivados en tanto son efecto de investimentos y contrainvestimentos,
de deseos y prohibiciones. Los mensajes y contramensajes obedecen a clivajes entre lo inconsciente y lo
preconsciente, no provienen del mismo sistema, en el caso de los padres, no yendo tampoco a parar al
mismo sistema del lado del hijo.
Manipulaciones sexuales, primarias, ligadas al deseo reprimido parental, operan deslizándose por entre
los cuidados autoconservativos con los cuales los padres se hacen cargo del niño, mientras que del lado
del preconsciente de los padres estos mismos deseos están contrainvestidos, narcisizados, sublimados y
se emiten en estructuras discursivas ligadas a la represión.
Una vez constituido este aparato psíquico a partir de las introyecciones, metábolasde los deseos y
prohibiciones parentales, estará el sujeto en condiciones de generar síntomas neuróticos, es decir,
abierto a la posibilidad productiva de que emerjan las formaciones del inconsciente. A partir de que la
represión originaria opere, a partir de que el lenguaje se haya instaurado, que el yo se haya emplazado
en el interior de la tópica psíquica del niño, recién entonces, esto revertirá sobre la estructura originaria
de partida como un sistema de proyecciones.
El análisis circulará entonces por las representaciones fantasmáticas, inconscientes, residuales de la
sexualidad pulsional reprimida. El ataque que sufrirá el yo por parte del inconsciente será vivido por el
sujeto dando origen a la angustia que expresa la operancia de la pulsión de muerte como sexualidad
desligada, riesgosa, desintegrante. Ahora sí habrá un sujeto psíquico que sufrirá por razones
“intrasubjetivas”, un sujeto que vivirá la amenaza constante de su propio inconsciente y que será
plausible de analizabilidad.
Al concebir al inconsciente fundado como residual, por metábola, la interpretación no podrá soslayar la
historia, la singularidad de las inscripciones producidas en el marco de los intercambios primarios. Al
concebir a este inconsciente como producto de la represión, fundado por aprés-coup, el analista de niños
deberá ser sumamente preciso en su técnica para dar cuenta de sus intervenciones: momentos
fundacionales del aparato, momentos ligadorestendientes a instaurar lo no constituido, momentos
interpretantes para hacer consciente lo inconsciente.
Una definción de infancia, en términos psicoanalíticos, podría establecerse provisionalmente en los
siguientes términos: la infancia es el tiempo de instauración de la sexualidad humana, y de la constitución
de los grandes movimientos que organizan sus destinos en el interior de un aparato psíquico destinado al
aprés-coup, abierto a nuevas resignificaciones y en vías de transformación hacia nuevos niveles de
complejización posibles. Los tiempos originarios de esta fundación deben ser cuidadosamente
explorados por el analista, porque de ello dependerá la elección de líneas clínicas y los modos de
intervención que propulsen su accionar práctico.
Bleichmar, S. (1999) “El carácter lúdico del análisis”. En Revista Actualidad Psicológica. Año 24,
N°263. (pp. 2-5). Buenos Aires.
Juego para Silvia: actividad sublimatoria
El recurso al juego no ha permitido aún delimitar claramente su estatuto en psicoanálisis, ya sea como
equivalente de la libre asociación para los niños, o como actividad de producción simbólica que da cuenta
del nivel de progreso psíquico. Falta aún establecer ciertas especificaciones que permiten darle un
estatuto preciso en psicoanálisis, tanto desde el punto de vista del método como de su estatuto
metapsicológico.Su lugar dentro de la teoría y la técnica psicoanalíticas están determinadas por su
función general en el psiquismo.
El juego en su carácter de producción simbólica, en sus relaciones con otros procesos de constitución de
la simbolización, requiere que nos posicionemos en la intersección de dos ejes: el del placer, al cual
remite “lo lúdico” y el de la articulación creencia-realidad, que lo ubica en tanto fenómeno del campo
virtual. Teoría de Bleichmar del juego. Es en este sentido que constituye un sector importante del amplio
campo de las formaciones de intermediación, intermediación entre el espacio de la realidad y las
creaciones fantasmáticas del sujeto. Algo del orden de un producto que perteneciendo a la realidad
consensuada, no deja de regirse por ciertas leyes del proceso primario: anulación de las legalidades que
se sostienen en la lógica identitaria. Modo de funcionamiento que no puede sostenerse más que en el
plano de la creencia, que implica cierto clivaje longitudinal del psiquismo con previo establecimiento de
dos planos que se despliegan.
Prerrequisito de clivaje psíquico, en términos que posibilitan el despegue de un espacio de certeza y otro
de negación, teniendo como sustento la represión originaria. Si este clivaje no se realiza, el pseudo juego
es la realización de un movimiento de puesta en acto en el mundo de una convicción delirante, que no
sólo da cuenta del fracaso parcial de la función simbólica en el sujeto sino también se torna irreductible al
proceso de comunicación, cerrado a todo intercambio, definido por el carácter lineal de quien emite el
mensaje en su intención de posibilitar sólo una comunicación sin retorno. Prestar atención a cuándo es
juego y cuándo es pseudo juego.
El juego, como puesta en escena de una fantasía, no puede hacerlo sino por medio de ciertos niveles de
deformación en los cuales aquello reprimido emerja y al mismo tiempo se encubra, al igual que ocurre
con el sueño. Como toda actividad sublimatoria es posible en tanto haya transmutación de meta y de
objeto. La riqueza de la sesión de análisis consiste, precisamente, en la posibilidad de que uno de ellos
(meta u objeto) queda temporariamente en suspenso por la emergencia de fantasmas reprimidos.
Se plantea aquí una cuestión central, que es la relación existente entre función simbólica y placer, o dicho
de manera más directa, la relación entre simbolización y sexualidad. En la función simbólica, lo lúdico
encuentra un lugar privilegiado.
Concebimos a la función simbólica no constituida como efecto de la ausencia del objeto, sino de un
exceso. Es el hecho de que en la experiencia primaria de satisfacción se introduzca un exceso
irreductible a la evacuación de la satisfacción de necesidad autoconservativa, productor de tensión y
requerido de otro tipo de procesamiento, aquello que está en la base de la función simbólica. Lo que
posibilita la simbolización no es la ausencia del objeto, sino el plus que genera en tanto objeto paradojal,
aplacatorio de la necesidad y suscitador de libido. Su ausencia activa esta representación producto de un
exceso, que se ha implantado en el psiquismo presta a retornar en su función de obturador privilegiado
del displacer. La alucinación primitiva se constituye como prototipo de toda función simbólica, con la
complejidad que esto representa, en razón de que más que simbolizar otra cosa, se funda un nuevo
territorio, una materialidad nueva, aquella del pensamiento, que no remite a nada ajeno a sí mismo, y que
encontrará las vías de ensamblaje con lo real sólo a posteriori. DEFINICIÓN DE F(X) SIMBÓLICA
La función simbólica se establece entonces por el hecho de la existencia en el psiquismo de la
implantación de la sexualidad humana como plus de placer cuyo fin práctico no responde a ninguna ley
de naturaleza, sino simplemente a un intento de reequilibramiento de la economía psíquica. Lo sexual
sublimado, desexualizado, tiene un lugar princeps a posteriori en el establecimiento del juego, dando
cuenta a la vez de los modos mediante los cuales podemos cercar metapsicológicamente la aparición de
actividades compulsivas cuya ganancia de placer directo no pueden llevar a ser confundidas con el juego
en el sentido estricto. Explica cuándo NO hablamos de juego!!!! Esto es lo que le pasaba a Javier?
En el juego de niños que han sido sometidos a traumatismos reiterados vemos emerger fragmentos de lo
real vivido sin metabolización ni transcripción, ante los cuales es necesario más que interpretarlos
restituirlos en su carácter simbólico a través del establecimiento de formaciones de transición. En este
sentido, considerar la intervención del analista como meramente lúdica es insuficiente, debe ser restituido
el valor de la palabra como modo de simbolización dominante en la función analítica. Frente a la actividad
compulsiva, intervenciones analíticas que generen mayor capacidad de simbolización.
Respecto al juego y su función en el análisis, el intento de Melanie Klein de constituir al juego como
equivalente de la libre asociación, el método sólo es posible de ser aplicado en la medida en que el
objeto, vale decir el inconsciente en su correlación con los otros sistemas psíquicos, se ha visto fundado,
y en este sentido el juego puede operar al modo de un lenguaje, en el sentido semiótico, siempre y
cuando su materialidad sea precisamente esa, la de constituir un sistema abierto a la comunicación.
Si algo caracteriza al método analítico no es el empleo de la palabra, sino la operatoria sobre ella
realizada, la cual consiste en ponerla a circular de modo tal que en su ensamblaje con otras palabras
permita el acceso a una significación velada no sólo para el sujeto, sino también para quien lo escucha.
Se trata de un modo de hablar y un modo de escuchar que implican la posibilidad de acceso a esa
estructura segunda que constituye el inconsciente.
Los años de la infancia son los de constitución del aparato psíquico y no todo el malestar que pone de
manifiesto una consulta da cuenta de la presencia de síntomas en el sentido estricto del término, como
formaciones del inconsciente, en virtud de lo cual tampoco todos los niños llegan al consultorio
preocupados por los riesgos que su padecer puede ocasionarles ni acuciados por el sufrimiento
intrasubjetivo que permite su acceso.
La escuela inglesa, a la cual debemos los orígenes mismos del empleo del juego como modo de acceso
al inconsciente infantil, estuvo a su vez atravesada por la concepción del inconsciente como innato, la
sede de fantasías presentes desde los orígenes de carácter universal. Esto dio lugar a interpretaciones
que con el tiempo devinieron más y más cliché, carentes de toda originalidad y repetidas hasta el hastío.
Por su parte, Winnicott, cuyo aporte se centra en la constitución de lo transicional, vale decir de los
espacios en los cuales se genera la relación del sujeto al semejante, y por los cuales transitan los objetos
que circulan entre ambos, otorgó un lugar al juego que constituye un modelo fenomenal respecto al lugar
de la ilusión en el proceso de constitución de la realidad.
El juego da cuenta de algo del orden antropológico, más allá del juguete: el hecho de que la realidad
humana no sólo no se opone a la ilusión, a lo imaginario, sino que toma su carácter, logra su
investimiento, a través de estos articuladores. Lo lúdico, en tanto espacio simbólico de placer, generador
de sentido, que debe ser sometido a la prueba de la palabra cuando de analizar se trata.
Si lo real no comunica nada, más que para un lector entrenado, el inconsciente, como estructura
segunda, en su materialidad de base, no comunica sino por sus efectos, y esto a aquel que posea algún
método de lectura. El inconsciente es aquello que, por estar exento de toda intencionalidad, se ve
cerrado a la comunicación. Si por medio del juego se puede acceder a algo del inconsciente, no es
entonces el juego mismo lo que se interpreta, sino la presencia en él del inconsciente. Lo que se
interpreta no es el juego sino el inconsciente.
Se aplican las mismas reglas que para el análisis en general, teniendo en cuenta que el analista no es un
hermeneuta que construya sentido, sino alguien provisto de método que va encontrando indicios
facilitados por un sujeto que va colaborando en esta tarea, aportando la evocación por transición de
ciertas significaciones posibles.
En lo que respecta al juego, falta la categoría “código compartido” de inicio. Y es acá donde la teoría ha
intentado ocupar ese lugar, convirtiéndose en una suerte de sistema de transcripción simbólica que no da
lugar a ningún tipo de construcción singular de sentido. Sin embargo, hay un descubrimiento enorme en
este intento por convertir al juego en discurso, y éste consiste en dar a la sesión analítica la perspectiva
de un espacio en el cual todo aquello que ocurre deviene mensaje (y ello por efecto de la transferencia).
Cuando hablamos del juego en tanto vía de acceso al inconsciente, sabemos que se trata del juego en
análisis y no del juego en general. La vía de acceso al inconsciente es el juego EN análisis, no el juego
en general.
Los analistas de niños retoman esta transformación del juego en discurso para determinar como mensaje
aún aquello que se cierra a la comunicación y hacerlo devenir intercambio, dando un carácter
comunicacional al acto del otro.
El analista que se limita a jugar, ha perdido de vista totalmente que el análisis es del orden del sentido -
del sentido del síntoma, del deseo, del inconsciente- y no de la mera acción ni educativa ni de obtención
de placer. Tomado el juego en su carácter discursivo circunscripto, no equivalente al lenguaje, debe ser
siempre enmarcado, por un lado, por la palabra hablada que abre el rumbo de lectura que posibilita el
acceso al sentido, y por otro, del conocimiento singular de la historia y de las vicisitudes del sujeto que,
en su articulación con los conocimientos del psicoanálisis, posibilita la implementación de hipótesis
abductivas, tendientes a establecer una génesis en la singularidad que determina cada secuencia.
Esto resulta una forma de desmitificación del análisis “puramente por el juego”. La inclusión de juegos
reglados en el interior de la sesión analítica presentan la dificultad de que no dan cuenta del fantasma
sino que se reducen a la revisión psicológica de algunos mecanismos, que se consideran aislados e
independientes de los contenidos inconscientes que los determinan. Desmitificar el análisis “puramente
por el juego”.