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No Desearás A Tu Jefe

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Primera edición.

No desearás a tu jefe
Dylan Martins. Janis Sandgrouse
©abril, 2024
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida,
ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de
recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea
mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
Capítulo 1

Si había algo que llevaba esperando con todas mis ganas, era esto.

Me encontraba a las puertas del lugar que había visitado los últimos ocho
años, y que tantas ganas tenía de dejar atrás. El lugar donde mi hermano
llevaba todo ese tiempo, y al que fue llevado después de haberme
defendido.

Toda historia tiene un principio, y el de la mía, es este…

Mis padres dejaron su hogar en México y se trasladaron a Texas cuando


tenían treinta y un años él, y veinte ella. Llevaban juntos dos años y querían
una vida mejor, por lo que decidieron que eso sería posible si empezaban de
cero en los Estados Unidos.

Ella era una excelente cocinera, por lo que no tardó mucho en encontrar
trabajo en un restaurante, mientras que mi padre, consiguió un buen empleo
en una fábrica de muebles de madera.
Se casaron un año después, y cinco más tarde nació mi hermano, Leo, para
llenar de dicha y felicidad su hogar.

Yo llegué casi por sorpresa, cuando ya no me esperaban, diez años después,


y la pequeña Aitana, o sea, yo, se convirtió en la princesa de los tres.

Para mi hermano fui casi como una hija cuando entró en la adolescencia,
siempre cuidando de mí, ayudando a mis padres en todo lo que concernía a
mi crianza y educación, hasta que nos dejó para enrolarse en el ejército y
servir al país que le había visto nacer.

Mis padres se sintieron orgullosos de él, y a pesar de que cuando se iba


destinado durante meses a alguna misión, ellos lo pasaban mal y rezaban
para que Leo volviera sano y salvo a casa, siempre hablaban con orgullo de
su hijo mayor.

Después de un año y medio sin verlo, todos en casa estábamos deseando


que llegara ese día, cuando al fin Leo regresaba a casa para quedarse unos
meses hasta su próximo destino.

Lo recibimos con los brazos abiertos, llorando de felicidad y dándole todos


esos besos y abrazos que no le habíamos podido dar en ese tiempo.

Después de cenar dejamos a nuestros padres en casa y fuimos al bar que


regentaba uno de sus viejos amigos del instituto.

Mi hermano pensaba que solo íbamos a saludar, pero yo me había


encargado de prepararle allí una fiesta de bienvenida con ayuda de Ricky, el
amigo de Leo, que había reunido al resto de compañeros con los que más
relación tenía.

Todo fue perfecto, mi hermano estaba rodeado de amigos, riendo y


poniéndose al día, muchos de ellos a sus veintiocho años ya estaban casados
y tenían un hijo, otros simplemente esperaban a la mujer indicada.

Lo que nadie sospechaba esa noche era que los cuatro tipos que estaban en
la barra bebiendo y mirándome como si no fuera más que un trofeo para
ellos esa noche, se acercarían para tratar de obligarme a bailar con ellos.

De buenas maneras tanto Leo, como Ricky y los demás, les pidieron que me
dejaran tranquila y se limitaran a seguir su fiesta de viernes noche, incluso
Ricky les invitó a unas cervezas con tal de que no siguieran molestando.

Leo se puso delante de mí, evitando que uno de esos chicos me tocara más
de la cuenta y sin mi permiso, y cuando al fin se alejaron respiré aliviada
porque aquello no hubiera acabado de otro modo.

Mi hermano no era un hombre violento, nunca lo había sido, pero siempre


me defendía como un león lo haría con su cachorro, con uñas y dientes, y en
más de una ocasión había cogido del cuello de la camiseta a algún tipo que
intentaba propasarse conmigo solo por el hecho de que, a pesar de mi
juventud y por estar muy desarrollada de busto, pensaban que era mayor.

Era cerca de la una de la madrugada cuando todos se marcharon, excepto


Leo y yo, que nos quedamos para ayudar a Ricky a recoger. Debía decir que
algunos viernes y sábados por la noche Ricky me daba algo de dinero por ir
a echarle una mano sirviendo en la barra, cosa que tanto mi hermano, como
mis padres y yo le agradecíamos, dado que con ese dinero podría costearme
la universidad.

Media hora después Ricky nos dijo que nos marcháramos, que él terminaba
y cerraba, así que Leo y yo nos despedimos de él y, como solía hacer, mi
hermano me echó el brazo por los hombros para caminar juntos de ese
modo hasta el coche.

Poco podíamos imaginar que antes de llegar nos toparíamos con esos cuatro
tipos que buscaban pelea, nos les había gustado cómo les trataron mi
hermano y los demás, eso por no mencionar que seguían queriendo
divertirse conmigo.

Leo me puso detrás de él, pero no tardé en ser arrastrada con fuerza hacia
un lado de la calle por uno de ellos, mientras los otros tres golpeaban a mi
hermano para reducirlo.

El tipo intentó tirarme al suelo, y no diré lo que seguramente tenía planeado


hacerme porque seguro que es algo evidente, pero no lo consiguió porque le
mordí en la muñeca y pude liberarme y correr hacia Leo.

Lo llamé y me gritó que me fuera, que saliera corriendo de allí, y al ver que
estaba defendiéndose, fui hasta el bar en busca de Ricky.

Para cuando llegamos, mi hermano había conseguido librarse de todos,


tenía golpes en el rostro, la camiseta rota, sangre brotando de la ceja
derecha y el labio, y una mancha enorme en el costado izquierdo, donde se
tocaba mientras apretaba los dientes por el dolor.
Me acerqué a él, que me abrazó y besó preguntando si estaba bien, si habían
conseguido hacerme algo, lloré diciéndole que no y que debíamos llevarlo
al hospital, levanté su camiseta y vi que tenía un corte feo y profundo que
no dejaba de sangrar, por lo que me quité el pañuelo que llevaba a modo de
diadema en la cabeza y se lo puse para hacer presión y taponar la herida.

Los cuatro tipos estaban en el suelo, y tres de ellos se quejaban encogidos


por el dolor, mientras que el cuarto estaba inmóvil, con sangre en un
costado y una navaja al lado.

Ricky se acercó, le tomó el pulso y comprobó lo que los tres, a esas alturas,
ya nos temíamos.

Cuando dijo que estaba muerto, mi hermano cayó de rodillas al suelo y yo


con él, aquella sin lugar a dudas era su sentencia…

Y lo fue, ocho largos años en prisión por la muerte de un hombre que quería
violar a su hermana pequeña junto con otros tres, y según él juez, como Leo
era militar y tenía mucha más fuerza que esos cuatro hombres, era
considerado un arma mortal para la población.

Entró con veintiocho y salía con treinta y seis, habiendo perdido la


oportunidad de tener tantas cosas en la vida, una esposa, hijos…
A mis veintiséis años me mortificaba y culpaba de lo que le ocurrió aquella
maldita noche, ocho años atrás.

En esos años lo visité todas las semanas, mis padres me acompañaron los
cuatro primeros años, hasta que fallecieron, él por un infarto y ella, unos
meses después, tras haber luchado dos años y medio con un cáncer de
mama que acabó venciéndola.

Por suerte no estuve sola, Ricky seguía ofreciéndome ese trabajo de viernes
y sábado noche en el bar, y de lunes a jueves contaba con mi trabajo como
limpiadora en un par de edificios de oficinas junto a mi mejor amiga, Luna,
una morena de ojos verdes dos años mayor que yo y con la que acabé
compartiendo piso.

No estudié, no hice una carrera universitaria puesto que el dinero que tanto
mis padres, como yo, teníamos ahorrado se fue en pagar al abogado de Leo.

Ese hombre le dijo que su condena no sería superior a once años y tampoco
inferior a seis, así que el hecho de que lo dejaran libre ahora, ocho años
después de lo sucedido, era para nosotros un motivo de celebración.

Y ahí estaba yo, esperando en la puerta de la prisión donde mi hermano


había pasado encerrado los últimos ocho años de su vida, y todo por
defenderme.

Cuando lo vi salir me eché a llorar, aun apoyada en mi coche. Lo había


visto cada semana en los últimos años, pero al fin podía verlo y abrazarlo
sin un maldito cristal de por medio.

Se parecía tanto a nuestro padre cuando tenía su edad, que eso hizo que
llorara aún más.

Tan alto como él, con su metro ochenta de estatura, cabello negro azabache
y los ojos azules, un buen contraste conmigo, que era idéntica a nuestra
madre.

Metro sesenta, cabello castaño y ojos verdes, con caderas un poquito más
anchas que la media y de busto generoso.

Leo sonrió de medio lado al verme, dejó caer su bolsa al suelo y extendió
los brazos para que fuera hacia él, y lo hice. Corrí entre lágrimas y me lancé
a él, estrechándolo entre mis brazos con todas mis fuerzas.

—Ya, preciosa —me dijo acariciándome la espalda—. No llores, que ya soy


un hombre libre.

—Por eso lloro, Leo, porque estás libre al fin.

—Creí que me recibirías con una pancarta o algo así, no llorando como si
me fuera a la guerra.

—Prácticamente vienes de ella —me sequé las lágrimas—. Te metieron ahí


por mi culpa.

—No vuelvas a decir eso, Aitana —me sostuvo ambas mejillas mientras me
miraba fijamente—. No fue culpa tuya, tú no tuviste la culpa de que esos
cabrones quisieran divertirse contigo.

—Pero…

—No, nada de peros —me abrazó—. Hice lo que hice, y he cumplido por
ello. Pero sabes que lo volvería a hacer si fuera necesario.
—Mamá y papá estarían llorando también, abrazándote ahora —dije.

—Lo sé, se alegrarían de verme fuera de ese sitio —asentí—. Vamos, es


hora de ir a casa —me dio un beso en la frente, pasó el brazo por mis
hombros tras coger su bolsa, y fuimos al coche.

Lo dejé conducir, dijo que necesitaba sentir el viento en la cara entrando por
la ventanilla y la libertad que le daba manejar su vida sin que nadie lo
vigilara.

Leo sabía que compartía piso con Luna, la casa de nuestros padres la acabé
vendiendo para poder pagar las deudas que quedaron por el tratamiento de
nuestra madre, así que mi mejor amiga encontró un apartamento pequeño,
pero con tres dormitorios perfecto para todos.

Era viernes y esa noche tanto Luna, como yo, teníamos turno en el bar de
Ricky, además de que iban a darle a mi hermano una sorpresa por su vuelta
a casa, pero eso no se lo había dicho.

Miraba a Leo y seguía viendo a mi hermano mayor, solo que en esos años
en prisión había cambiado un poco. Según decía, se mantenía con la mente
despejaba entrenando en el gimnasio, por lo que tenía los músculos más
desarrollados.

Era él, seguía siendo él, pero por mucho que viera a su viejo yo, no había
duda de que el nuevo estaba ahí.
Cuando llegamos a casa encontré una nota de Luna diciendo que había
salido a hacer compra, ahora éramos tres y viendo a mi hermano, seguro
que comería por dos. Le mostré su habitación, esa en la que coloqué
algunas de las fotos que él tenía en su cuarto en casa de nuestros padres,
dejó la bolsa en el suelo y se sentó en la cama tras coger una en la que
estábamos los cuatro.

—Es la última que nos hicimos todos —dije, sentándome a su lado.

—El día de mi vuelta a casa.

—Sí —suspiré.

Aquella noche hacía ocho años cambió nuestras vidas para siempre, pero
mis padres quisieron enmarcar esa última foto y que estuviera en la
habitación de mi hermano cuando él regresara a casa, para que supiera que,
a pesar de que lo que hizo fue en defensa propia y por defenderme y que
estuvo mal, ellos siempre se sintieron y se sentirían, orgulloso de él.

—Te querían mucho —murmuré apoyándome en su hombro.

—Y a ti también, eras su princesa —sonrió.

—Bienvenido a casa, hermano —lo abracé.

—Me alegro de que estés conmigo, Aitana.


Se me saltaron las lágrimas, pero las contuve, no quería pasarme el día
entero llorando, pero lo hacía por la felicidad que sentía de tenerlo de nuevo
con nosotras, y por la pena que me daba el que mis padres no pudieran verlo
libre.

Lo dejé que se instalara mientras preparaba la comida y esperaba que


llegara Luna, esa amiga que no me había dejado sola en ningún momento,
los últimos años.
Capítulo 2

Luna aparcó el coche cerca del bar de Ricky y, cuando bajamos, Leo
suspiró.

—En serio, la próxima vez conduzco yo —dijo.

—¿Qué? De eso nada, mi coche solo lo conduzco yo —contestó.

—Pues venimos con el de Aitana, pero no vuelvo a poner mi vida en tus


manos. ¿Eres consciente de que te has saltado cuatro semáforos en rojo?
Luna, no eres piloto de carreras.

—Mi padre lo era, llevo la velocidad en las venas, nene —dijo elevando las
cejas y sin dejar de mascar chicle.

—No sé cómo sigues viva, hermanita —Leo me echó el brazo por los
hombros y me besó en la frente.

—Porque suelo venir con mi coche.


—Espera, ¿me has hecho pasar por esta experiencia cercana a la muerte, de
manera gratuita? Pensé que me querías más.

—Y te quiero, pero todo el mundo debe experimentar al menos una vez la


experiencia de subir con Luna en un coche —reí—. Y no conduce siempre
así, solo ha sido para tomarte el pelo. Ella controla.

—Me saco un dinerillo con carreras de coches después del curro en Ricky’s
—sonrió.

—Demasiada información para un recién llegado a la ciudad. Ya me


llevaréis a una de esas carreras.

Mi hermano abrió la puerta del bar y, cuando entró después de nosotras,


todos gritaron dándole la bienvenida.

En ese momento sabía que él, al igual que yo, estaba regresando a aquella
noche, reviviendo esa bienvenida llena de caras conocidas y sonrientes,
esperando para abrazarle.

Y así fue, todos sus amigos le abrazaron contentos de verle de nuevo.

—Leo, bienvenido a casa de nuevo, amigo —le dijo Ricky, con un fuerte
abrazo y palmeándole la espalda.

—Gracias por cuidar de ella, tío —contestó mi hermano, refiriéndose a mí.


—Era lo menos que podía hacer. Te veo bien, se nota que has estado
haciendo punto de cruz en la trena —arqueó la ceja.

—Qué cabrón eres —mi hermano sonrió y Ricky soltó una carcajada.

Luna y yo nos pusimos tras la barra y comenzamos a preparar los pedidos


para las camareras y camareros. Leo se quedó en uno de los taburetes de la
barra tomando una cerveza y poniéndose al día de los últimos ochos años de
las vidas de sus amigos.

Ya todos estaban casados y con sus familias, salvo Ricky, él decía que
seguía soltero porque no había encontrado a la mujer capaz de hacerle latir
el corazón como un caballo desbocado. Pero todos en el bar sabíamos que
era mentira, puesto que Tamy, una preciosa, joven y tímida camarera de
veinticuatro años, rubia y de ojos color miel, era el centro de muchas de las
miradas de Ricky, así como velaba por ella para que ningún borracho se
propasara más de la cuenta.

Cada vez que podía me acercaba a mi hermano y le ponía un chupito con el


que brindábamos, le daba un beso o un abrazo. Sobre todo, esas dos
últimas, que ni él ni yo habíamos sido nunca de beber.

Una de esas veces que me acerqué para preparar unas bebidas, lo escuché
hablando con Ricky sobre que quería buscar trabajo.

—Necesito algo, tío, lo que sea. No puedo permitir que mi hermana


pequeña me mantenga —dijo.

—A ver, tranquilo, seguro que encontraremos algo para ti.


—¿Qué hay para ganar dinero fácil? No sé, unos cuantos miles para librar a
Aitana de limpiar oficinas durante tres meses, al menos —suspiró.

—Ya sabes qué clase de cosas se hacen a cambio de dinero fácil, y tú no


eres de ese tipo de personas.

Yo hacía como que no los escuchaba, pero lo hacía. Y sí, sabía muy bien a
lo que se refería Ricky.

Por norma general se trataba de temas de drogas, cruzar la frontera con


México y traer un buen cargamento en el doble fondo de algún camión,
pero no quería que mi hermano hiciera aquello, eso solo lo llevaría de
nuevo al lugar del que acababa de salir.

—Olvida las drogas, Leo —le pedí.

—¿No se supone que estás preparando bebidas? —dijo, arqueando la ceja.

—Sí, pero…

—Aitana, sabes que no voy a meterme en esa mierda.

—¿Cómo andas de puños? —preguntó Ricky.

—¿Puños? —Leo frunció el ceño sin entender a qué se refería su amigo.

—No, eso sí que no —volví a meterme.


—Tengo un conocido no muy lejos de aquí que organiza peleas de boxeo.
El que gana se lleva una pasta por las noches.

—No hice punto de cruz en la cárcel, precisamente —sonrió al tiempo que


cogía su botellín de cerveza para darle un sorbo.

—Leo, no —apoyé ambas manos en la barra.

—Soy bueno con los puños, golpeé mucho el saco durante años, y algunos
presos nos entrenábamos juntos haciendo pequeños combates amistosos.

—Leo…

—Aitana, tranquila —dijo cogiéndome la mano—. Ganaba casi todos los


combates.

—Esta noche están en el local. Si estás dispuesto a intentarlo, te llevo.

—Ricky, por Dios —le cogí del brazo—. No. ¿Acaso olvidas que, por
pelearse, es por lo que ha estado ocho años encerrado?

—Esto no son peleas de ese tipo, y lo sabes, cielo —me dijo Ricky,
acariciándome la mejilla.

—Llévame allí —me giré al escuchar a mi hermano, tan decidido como


siempre.
—No, no, me niego.

—Te recuerdo que soy el mayor, hermanita, y tengo que cuidar de ti, no al
revés.

—Pero…

—Solo será un combate, si pierdo, nos olvidamos del tema. Si gano,


asumirás que al menos los viernes por la noche me sacaré un dinero extra
boxeando. Luna corre en carreras, y es mucho más peligroso.

Suspiré sin poder debatir aquello, puesto que tenía razón. Y si mi mejor
amiga y mi hermano tenían algo en común, era que los dos eran
extremadamente cabezones y testarudos, y que, por mucho que yo intentara
que no hicieran algo, no me hacían caso.

Pasé el resto del turno trabajando con la mente en ese combate que Ricky le
había conseguido a mi hermano, donde podría salir no solo malherido, sino
que, si la cosa se les iba de las manos, podría acabar mucho peor.

Cuando cerramos ya todos sabían que Leo iba a combatir en el ring con uno
de los mejores de las peleas clandestinas, por lo que cogieron sus coches y
nos siguieron hasta el lugar.

Ricky lo acompañó a la zona donde podía prepararse y, para cuando salió


con las manos vendadas, sin camiseta y un protector de dientes en la boca,
me entraron sudores fríos temiéndome lo peor.
Luna me animaba, me decía que no iba a pasarle nada y que me
tranquilizara, fácil de decir, pero muy difícil de hacer.

Un hombre que debía tener la edad de Ricky y mi hermano, subió al ring,


anunció primero al adversario de mi hermano, refiriéndose a él como “El
aniquilador”, y entré en pánico en cuanto lo vi.

Mi hermano medía metro ochenta y estaba fuerte, tenía músculos y eso,


pero sin ser exagerado.

El hombre que tenía delante debía medir dos metros, y con solo ver sus
brazos ya sabía que eran el doble de grandes que los de Leo.

—Lo va a matar —les dije a Luna y a Ricky, que ya estaba con nosotras—.
Esa bestia va a matar a mi hermano.

—Confía en Leo, cielo, verás como le gana.

—Si muere esta noche…

—No lo hará —Ricky me echó el brazo por los hombros y me besó en la


sien—. Siempre ha tenido un buen motivo por el que seguir viviendo, y eres
tú.

Yo estaba muerta de miedo, y cuando anunció a Leo y se acercó al ring, me


miró con su habitual sonrisa y un guiño, no parecía tener miedo en absoluto.
El combate empezó y los golpes de uno y otro lado se sucedieron sin cesar.
Mi hermano era rápido en sus movimientos, incluso parecía mucho más ágil
que el otro.

Para cuando acabaron, Leo había dado más golpes y tenía al contrario muy
cansado, por lo que el último golpe le hizo caer al suelo y no levantarse, al
menos estaba vivo y quejándose del fuerte dolor que debía sentir en el
costado.

—Y el ganador de la noche, ¡es Leo! —gritó el hombre mientras cogía la


muñeca de mi hermano, para levantarle el brazo.

Todos gritaron y vitorearon, Luna y yo lo acompañamos a la zona donde


podía lavarse y volver a ponerse la camiseta, y Ricky se unió a nosotros
poco después.

—Colega, tus ganancias —dijo entregándole un buen fajo de billetes—. No


está mal para ser tu primera noche. Cuatro de los grandes —sonrió.

—Quédate mil, por conseguirme la pelea —contestó antes de coger el


dinero.

En el momento en el que lo tuvo en la mano me miró, sonrió y me dio un


abrazo al verme llorar.

—No quiero que hagas esto —murmuré.


—Solo serán los viernes por la noche, preciosa, no más de tres combates
por noche, te lo prometo. Necesitamos el dinero, Aitana, has estado ocho
años trabajando, cuatro de ellos cuidando y ayudando a nuestros padres, y
los otros, viviendo de lo poco que ganas. Quiero darte lo mejor, hermanita.

—Pero no así, Leo —sollocé mirándolo—, no así.

—Solo un par de meses. Estamos en enero, en marzo, lo dejo.

—Tienes que buscar algo más, por favor.

—En mi bar tiene un puesto como camarero en la barra, siempre se le dio


bien —dijo Ricky.

—¿Ves? Ya tengo empleo —Leo me hizo un guiño y me besó en la frente.

No, no era así como esperaba que fuera nuestra vida ahora que él había
vuelto a ser un hombre libre, y no quería que una noche me llamaran
diciéndome que mi hermano estaba grave en el hospital tras una paliza, o
peor, que me dijeran que había muerto por un fuerte golpe.

Tenía una semana, hasta el próximo viernes, para quitarle esa idea de la
cabeza e impedir que se enfrentara a otros boxeadores cada viernes por la
noche.

Una semana, siete días completos para convencer a mi hermano de que no


era buena idea que siguiera con eso, que, si le pasara algo, me quedaría sola
por completo.
Esperaba que el hecho de tocar esa fibra sensible me ayudara a conseguir
mi objetivo y que mi hermano se olvidara de las peleas clandestinas.

El problema era que no solo se parecía físicamente a nuestro padre, sino que
también había heredado su testarudez y el hecho de querer mantener a todos
cuando amaba cuidados, sin permitir que les faltara nada.

—Entonces, ¿le digo que cuente contigo los viernes? —preguntó Ricky.

—Sí, solo para un máximo de tres combates —contestó mi hermano.

—Bien, voy a hablar con él.

—Es una mala idea, Leo —insistí cuando nos quedamos solos.

—Pero es dinero, Aitana, y lo necesitamos para salir adelante.


Capítulo 3

Cinco meses después…

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me quedé dormida, pero en
cuanto abrí los ojos, sobresaltada por el ruido que escuché en algún lugar
del apartamento, vi que seguía siendo de noche.

Me levanté y, descalza, fui hacia la puerta cogiendo lo primero que encontré


al lado, por suerte resultó ser un paraguas que llevaba meses allí, pues ya
estábamos en la segunda semana de junio y no había llovido en semanas.

Abrí despacio y con sigilo, me asomé y escuché un nuevo ruido. No tardé


en ver a Luna en la puerta de su habitación, con el antifaz de dormir
colocado en la frente, su pijama corto de Hello Kitty, y un vibrador largo y
de metal en la mano.

—¿En serio, Luna? —murmuré cuando vino hasta mí.

—Si se lo tiro a la cabeza, le escalabro —dijo poniéndose tras de mí—. Ve


tú primero, que a paraguazos le dejas la espalda hecha papilla.
Suspiré, volteé los ojos y comencé a avanzar por el pasillo.

—Está en la cocina —susurró a mi espalda, y asentí—. ¿Quién demonios


entra en un apartamento a las dos de la madrugada para asaltar una cocina?

—¿Te quieres callar? Al final nos va a oír, y como tenga una pistola,
mañana salimos en las noticias.

—Entonces seremos como la gran Marilyn Monroe, moriremos jóvenes


dejando un bonito cadáver.

—Dios mío, Luna, que esto es serio —me paré en seco antes de entrar en el
salón, mirándola.

—¿Y qué quieres que haga? Ya sabes que cuando me pongo nerviosa, no
soy muy coherente.

—Pues céntrate un poco y calla, que no quiero que me peguen un tiro.

Seguimos caminando y vimos la luz de la cocina encendida. Desde luego


que no le veía sentido a que quien fuera, estuviera preparándose un
sándwich después de robar, si es que había robado algo, porque incluso la
televisión seguía estando en su sitio.

—Sigilosas, tú, por un lado y yo, por el otro —le dije, y asintió.
Nos separamos, y cada una desde un lateral de la puerta entramos en la
cocina.

—¡Tenemos una pistola! —grité a quien fuera que estaba agachado delante
de la nevera, con la puerta del congelador abierta.

—Pues eso es nuevo, porque en cinco meses no he visto un arma —dijo mi


hermano incorporándose, y grité al verlo.

—Leo, pero, ¿qué te ha pasado? —dijo Luna, tan en shock como yo.

—¿Es un vibrador lo que llevas en la mano? —preguntó, con el ojo que


tenía bien entrecerrado, puesto que el otro lo tenía completamente hinchado
y cerrado.

—Contesta a su pregunta, primero —le pedí—. ¿No se suponía que hoy


solo tenías un combate?

—Sí.

—Por Dios, Leo, te ha partido la cara —me acerqué, y vi que tenía una
bolsa de guisantes congelados en la mano.

—No, muy guapo no me ha dejado, la verdad —se sentó en uno de los


taburetes de la cocina, y tras dejar la bolsa de guisantes sobre la encimera,
se inclinó para colocar la cara allí—. Joder.

—Tiene que escocer y doler un poquito —comentó Luna.


—Mucho —murmuró Leo.

—¿Se puede saber qué ha salido mal? —interrogué.

—Voy a por el botiquín, hay que curar esas heridas —dijo Luna, mientras le
frotaba la espalda a mi hermano, y fue al cuarto de baño a buscarlo.

En esos cinco meses que Leo llevaba en viviendo con nosotras y


combatiendo cada noche de viernes, tanto ella, como yo, nos habíamos
hecho expertas en hacer las curas de aquellos leves golpes que solía traer a
casa, pero esto, esto era sin duda la madre de todas las palizas que le habían
dado a mi hermano mayor.

—Tienes que dejarlo, Leo. Me dijiste que serían solo un par de meses, y han
pasado cinco desde aquella primera noche.

—Lo sé, pero cuantos más combates gane, más dinero ahorraremos para
salir de este barrio.

No, el barrio no era de los mejores de Texas y eso pudo comprobarlo él


aquella primera noche, cuando al volver de su primer combate, nos
encontramos con que alguien había desvalijado mi coche y quedó para el
desguace. Por suerte pudimos comprar otro de segunda mano, menos
vistoso, y que aún manteníamos.

Pero aquella zona era la única que Luna y yo podíamos permitirnos, y


nuestro casero, el señor Thompson, era comprensivo con todos y nos daba
un poco más de margen a la hora de pagar el alquiler.
—Ya tenemos suficiente para irnos mañana mismo si quieres, pero, por
favor, Leo, deja de pelear —le pedí con la voz casi en un susurro, me
mataba verlo de ese modo.

Era bueno con los puños, siempre era el que menos golpes recibía, por lo
que no entendía que esa noche hubiera salido de aquel ring con la cara
como si le hubiera picado un enjambre de abejas asesinas.

—Aquí está la enfermera de esta noche —dijo Luna, entrando con una
sonrisa y su tono cantarín.

Se sentó al lado de mi hermano y entre la dos le limpiamos los restos de


sangre, tanto la que ya estaba algo más seca como la que seguía brotando de
un corte en la ceja del ojo que sí podía abrir.

Para cuando terminamos de curarlo, la hinchazón del ojo había bajado un


poco. Uno de los amigos de mi hermano trabajaba en la clínica de su padre
y cuando lo vio pelear aquella primera noche, se acercó al bar de Ricky al
día siguiente para dejarme bastante material de curas, así como analgésicos
y demás.

—Ya tienes mejor cara —dijo Luna, dándole un beso en la frente.

—Gracias, chicas, no sé qué haría sin vosotras.

—Lo que tú nos haces a nosotras, es tenernos con el corazón en un puño


todas las semanas —le contestó ella—. Ni yo cuando me subo al coche para
una carrera me pongo tan en riesgo, Leo, en serio.
—Dime que al menos el otro ha quedado peor que tú —le pedí.

—Ha perdido por KO en el sexo asalto.

—Bueno, al menos no te ha partido la cara gratis —dijo Luna.

—Era yo quien tenía que haber perdido.

—¿Perdona? —abrí los ojos, incrédula ante aquellas palabras— Creo que
no te he escuchado bien.

—Estaba amañado —mi amiga no lo estaba preguntando, sino que afirmaba


que así era, y Leo lo confirmó con un leve asentimiento de cabeza.

—Tenía que perder el combate, lo habían amañado para que el pupilo de un


mafioso con mucho dinero me ganara, pero no iba a dejarme ganar, así
como así. Iba a aguantar el máximo de asaltos posibles, pero ese tipo ya
estaba agotado cuando le he dado el último golpe, ha caído y no se podía
levantar.

—Dime que no lo has matado —me entró un miedo atroz de repente.

—No, hermanita, volvió en sí poco después del final. Pero estoy jodido,
muy jodido.

—¿Por qué? Si ese tío no sabe pelear no es culpa tuya que no aguantara —
dijo Luna.
—El mafioso quiere recuperar su dinero, y como yo tenía que perder, yo se
lo debo. Pero no me he llevado nada esta noche.

—Coge lo que tenemos ahorrado —dije.

—No es suficiente, Aitana, le debo mucho más.

—Y si no pagas, acabarás con algo más que la cara partida, imagino.

—Sí, Luna.

En ese momento llamaron al timbre y los tres miramos hacia el salón


manteniéndonos lo más en silencio posible.
Luna cogió las tijeras, yo el paraguas, y Leo se levantó para ir hacia la
puerta.

—Abrid soy Ricky —dijo desde el rellano, y los tres soltamos el aire. Leo
abrió y cuando su amigo le vio la cara, suspiró—. Cómo te ha dejado,
colega.

—Deberías haber visto al otro —contestó cerrando la puerta.

—Me ha llamado Max, estás jodido por lo que me ha dicho. Vincenzo te


busca y no parará hasta encontrarte y que le des su dinero.

—No tengo suficiente ahorrado.


—¿Y si gana un combate para él? —propuso Luna.

—Quiere el dinero, no que Leo gane un combate para él. Y de hacerlo, te


aseguro que no podría dejar esa vida, nunca.

—Yo tengo algo de dinero, y puedo conseguir más con algunas carreras…

—No —le dijo mi hermano—. No voy a coger tu dinero ni a pedirte que


corras para saldar una deuda que es mía.

En ese momento sonó el móvil de Ricky, se fue hacia la cocina para hablar
y allí nos quedamos los tres, mi hermano, sentado en el sofá con los codos
apoyados en las rodillas. Luna, hablando de lo que podríamos hacer para
conseguir ese dinero, y yo, yo imaginando los peores escenarios posibles en
los que acabaría perdiendo a mi hermano.

Porque sabía que, si no le daba a ese hombre el dinero que había perdido,
mi hermano acabaría siendo un hombre muerto.

—Era Max —nos giramos al escuchar a Ricky volver—. Vincenzo te da


tres días para pagarle.

—Ni peleando las veinticuatro horas cada día, conseguiré ese dinero, y lo
sabes —le dijo.

—Tienes que irte de Texas, amigo —Ricky le dio una palmada en el


hombro—, es lo único que se me ocurre.
—No voy a dejar a mi hermana aquí, sabes que podrían usarla contra mí.

Se me escapó un leve grito ante lo que había dicho, porque eso no lo había
pensado. Pero ahora que lo decía, tenía sentido.

Si Leo se iba y daban conmigo, me harían, a saber, qué cosas, para hacerle
regresar y que le devolviera el dinero.

—Lo más lejos que se me ocurre, es Escocia —dijo Ricky—. Tengo familia
allí, en un pequeño pueblo cerca de Edimburgo. Tienen un hotel familiar y
todos los veranos contratan gente para la temporada de vacaciones. No te
encontrarían allí —miró a mi hermano.

—No puedo…

—Leo, no —le corté—. Sé lo que vas a decir, y no quiero que lo hagas.


Puedo dejar mi trabajo para irme allí contigo, tal vez para cuando acabe el
verano ese tipo se haya olvidado de ti.

—No lo creo.

—Bueno, pues en ese caso, nos vamos a otro lugar a vivir cuando acabemos
ese trabajo. ¿Qué más da dónde sea, si estamos juntos? Papá y mamá
dejaron México para encontrar algo mejor.

—Aitana…
—¿Puedes hablar con tu primo? —le pregunté a Ricky— Al menos que, si
él no puede darnos trabajo, que te diga quién podría.

—Voy a llamarlo.

—No me jodas. ¿En serio vas a despertar a tu primo a las tres y media de la
madrugada, Ricky? —exclamó mi hermano.

—Colega, allí ya son las nueve y media de la mañana, y mi primo se


levanta a las siete todos los días —sonrió mientras sacaba el móvil, y se iba
de vuelta a la cocina.

—Tenéis claro los dos que, donde vayáis vosotros, voy yo, ¿cierto? —dijo
Luna, y ambos la miramos con el ceño fruncido— No me miréis así, que yo
a ti no te dejo sola ni loca. No te dejé los últimos ocho años, voy a dejarte
ahora —resopló.

—No puedo arrastraros a las dos, lejos de aquí —contestó mi hermano.

—A ver, Leo, que eras tú el que quería que dejáramos este barrio, ¿no? —
Luna arqueó la ceja— Pues qué mejor que irnos a conocer Escocia, durante
un verano entero. Oye, que, aunque vayamos a trabajar, eso van a ser como
unas vacaciones —sonrió haciéndole un guiño—. Y te recuerdo que te han
dado tres días para pagar, si no… —se llevó el dedo al cuello y, sacando la
lengua, se lo pasó de un lado a otro, dando a entender que lo matarían.

—Mamá y papá no me perdonarían esto —Leo se llevó ambas manos a la


cabeza, con los ojos cerrados.
—Lo que no querrían sería que acabaras criando malvas, y lo sabes —le
dije—. Y estoy con Luna, Escocia me suena a vacaciones de verano —
sonreí cuando me miró.

—Chicos, tenéis un puesto esperando en el hotel de mi familia —anunció


Ricky cuando regresó al salón—. Pasado mañana os recogerán en
Edimburgo. Mi primo se encarga de vuestros billetes ahora, en cuanto le
mande un correo con vuestros datos.

—Puedo pagar esos billetes —protestó Leo.

—Lo sé, pero me vas a dar a mí ese dinero, que ya se lo hago llegar a él. No
tiene que haber constancia de que tú o tu hermana habéis comprado los
billetes, Vincenzo no es gilipollas.

—Pues dale mis datos también, que me voy con ellos. Al aparecer los
hermanos necesitan niñera, después de todo —Luna volteó los ojos y
acabamos los cuatro riendo.

Ricky le mandó a su primo todo lo necesario para reservar los billetes, así
como el dinero que mi hermano le dio a él.

En cuanto tuvimos los tres billetes solo de ida en nuestro poder, nos
despedimos de Ricky quedando en que hablaríamos con él a menudo, pero
siempre desde el teléfono del hotel. Nadie, excepto el, sabría dónde
estábamos.

Le dimos incluso el dinero para que se lo hiciera llegar al señor Thompson


por el alquiler de ese mes y que le dijera que dejábamos el apartamento, que
nos habíamos mudado finalmente como llevábamos tiempo pensando hacer.

Esa noche no volvimos a dormir, metimos nuestras pertenencias en varias


maletas, dado que los muebles eran parte del apartamento, Ricky nos
consiguió un par de compradores para mi coche y el de Luna, y a la
madrugada siguiente, sin que nadie pudiera vernos y tampoco reconocernos,
Ricky nos llevó al aeropuerto donde cogeríamos ese vuelo con destino a
Escocia, el lugar donde los tres empezaríamos nuestra vida de cero, al
menos durante esos meses de verano, después veríamos qué destino
elegíamos.

Lo que tenía claro era que no podríamos volver a Texas, lugar en el que
nacimos y crecimos, puesto que, si lo hacíamos, acabarían matando a Leo.
Capítulo 4

Nuestra llegada a Edimburgo fue tal como esperaba, tranquila y tras un


vuelo donde dormí solo a ratos, pensando en qué sería de nuestras vidas
desde ese momento.

Después de recoger nuestras maletas y colocarlas todas en un carrito,


hicimos una parada en el aeropuerto para tomarnos un café.

—Bueno, pues ya estamos en Escocia —dijo Luna cuando nos sentamos,


con nuestros cafés en la mano.

—Tú no tenías por qué venir, y lo sabes —suspiré.

—A ver, cariño, que te quede clara una cosa —me señaló—. No tengo más
familia que tú, y el grandullón —hizo un leve movimiento de cabeza hacia
mi hermano—. No iba a quedarme en Texas, y lo sabes. Así que asume que
a partir de ahora somos como los Tres Mosqueteros, todos para uno.

—¿Ricky sería el D'artagnan de esta historia? —preguntó Leo— Porque no


lo veo con bigotito, la verdad.
—Espera, que a nosotras si nos ve con bigote —proteste.

—No, hermanita, a vosotras tampoco. Pero con la espada sí. Bueno, más
bien con un paraguas y un vibrador —rio.

—Mi vibrador puede ser un arma mortal, que, si da en la cabeza, le deja


inconsciente —contestó Luna.

—Gracias a Dios que no tuve la mala suerte de probarlo —respondió.

Después del café, y con nuestro carrito cargado de maletas, fuimos hacia la
puerta de salida del aeropuerto, donde nos encontramos con un chico
sosteniendo un letrero con nuestros nombres.

Era alto, como mi hermano, tenía el cabello castaño y los ojos azules, iba
vestido con vaqueros y un polo azul, y sonrió al ver que nos acercábamos.

—¿Leo? —preguntó mirando a mi hermano.

—Sí.

—Soy Kirk, y me envía el jefe a buscaros.

—¿El primo de Ricky tiene chófer? —curioseó Luna— ¿No era el dueño de
un hotel?
—Soy empleado del hotel —sonrió Kirk—. El chico para todo, en realidad.
Vamos, tengo el todoterreno aquí cerca.

Ayudó a mi hermano a empujar el carrito con nuestras maletas y fuimos


hasta donde tenía el coche aparcado.

Después de guardar todo en el maletero, Leo subió al asiento del copiloto y


Luna y yo nos sentamos en la parte de atrás.

Las dos empezamos a hacer fotos a lo que veíamos, asombradas por lo


diferente que era Edimburgo de Texas.

Cuando dejamos la ciudad atrás nos adentramos en una carretera que nos
llevaría, entre hermosos y verdes parajes, hasta el pueblo de North Berwick,
a poco menos de una hora de Edimburgo.

—¿Hay autobuses para ir a Edimburgo? —preguntó Luna.

—Sí, pero los jefes tienen algunos coches que pueden usar los empleados
que estáis solo para campañas concretas, vacaciones de verano o Navidad.

—Ah, vale, bien, porque me gustaría conocer algunos sitios que haya por
aquí cerca. No quisiera quedarme en el hotel los días libres, la verdad.

—Luna, ni siquiera hemos empezado a trabajar, ¿y ya estás pensando en los


días libres? —Volteé los ojos.
—Oye, que quiero salir a tomar una copa con mi amiga algún sábado por la
noche.

Era un caso, mi mejor amiga era un caso perdido, pero aun así la quería con
todo mi corazón y no la cambiaría por nadie. Y es que, ¿quién habría dejado
su vida atrás para acompañarnos a mi hermano y a mí, a empezar de cero
sin saber dónde acabaríamos nuestros días?

—Bienvenidos a North Berwick —dijo Kirk, cuando entramos en el pueblo.

Aquello era precioso, como de cuento, y muchas de las casas que


encontrábamos a nuestro paso eran de piedra o ladrillo gris, con tejados
negros, y rodeadas de arbustos que se veían tras las fachadas de los altos
muros.

Fuimos hasta casi el final del pueblo y llegamos a un lugar que era como
sacado de alguna de esas películas donde Escocia era el escenario de una
bonita historia de amor.

En el centro de un gran terreno se encontraba el hotel, que por lo que pude


ver contaba con siete plantas, mientras que un poco más a la izquierda había
tres edificios, uno con cuatro plantas, otro de tres y otro con una sola planta.
Eso sí, era alargado y se veía amplio.

—Aquel edificio de tres plantas es donde vivimos los empleados —dijo


Kirk cuando paró el coche—. Tenéis ya tres habitaciones asignadas. El de al
lado es la residencia de los padres del dueño y su hija, y la de una sola
planta es donde viven el dueño y su socio.
—¿Entonces el primo de Ricky es el dueño, y sus tíos, los anteriores
dueños? —pregunté.

—Pues eso parece, hermanita —contestó Leo.

Bajamos del coche y no tardamos en ver a un matrimonio mayor salir con


una sonrisa.

El hombre era alto, con el cabello rubio y canoso y unos bonitos ojos
azules, mientras que la mujer era un poco más bajita, y a pesar de las canas
se intuía que en otra época había sido pelirroja. También tenía los ojos
azules, pero un poco más claros.

—Vosotros debéis ser los amigos de mi sobrino Ricky —dijo el hombre.

—Así es, señor —respondió mi hermano.

—Bienvenidos al hotel McCallahan —el hombre sonrió y, en vez de


saludarnos con un apretón de manos, nos dio un abrazo—. Soy Lewis, y ella
es Grace, mi esposa.

—Os diré lo que todos los empleados saben —dijo ella con una bonita y
amable sonrisa—: aquí, aunque estéis para trabajar, podéis sentiros como en
casa, ¿de acuerdo?

—Muchas gracias —contestamos los tres al unísono.


Al igual que había hecho su marido, Grace nos dio un abrazo, además de un
par de besos, y el calor de aquel recibimiento ya fue como si mi madre me
abrazara.

—Kirk, acompáñalos a sus habitaciones —le pidió Grace—. Cuando os


hayáis instalado, os esperamos en el hall del hotel para enseñaros todo.

—Vale.

Subimos de nuevo al coche para que Kirk nos llevara hasta el edificio
donde viviríamos los próximos meses, y una vez allí bajamos las maletas y
nos ayudó a subirlas.

Estábamos en la última planta, las tres habitaciones estaban contiguas y


debía decir que eran como pequeños apartamentos.

Contaban con una amplia cama en el centro, dos mesitas de noche, una
cómoda, armario de tres cuerpos y un cuarto de baño. Además, tenía una
zona con una pequeña cocina de lo más completa.

—Os dejo instalaros, nos vemos por ahí —dijo Kirk con una sonrisa antes
de marcharse.

—¿Solo podremos estar aquí tres meses? Porque yo firmo donde haga falta
para quedarme como empelada fija en el hotel —comentó Luna—. Esto es
un apartamentito de lo más coqueto.
—Desde luego, no hay duda de que miran por la comodidad de sus
empleados —comentó Leo.

—Chicos, hicimos bien en aceptar venir aquí —Luna sonrió, y antes de ir a


su habitación, me hizo un guiño.

Miré por la ventana de la que iba a ser mi habitación, y no tardé en notar a


mi hermano abrazándome desde atrás.

—Lo siento mucho, Aitana.

—Te dije hace meses que debías dejarlo.

—Lo sé.

—Leo, sé que eres el mayor, pero, también eres la única familia que me
queda. Durante ocho años te eché de menos y en muchas ocasiones te
necesité, y era Ricky quien hacía tu papel en mi vida.

—También lo sé, preciosa —suspiró mientras apoyaba la barbilla en mi


hombro.

—Si esto es lo que nos espera, huir y escondernos durante el resto de


nuestra vida, lo asumo, pero, por favor, no vuelvas a pelear nunca más, ni
para defenderme, ni para ganar un poco de dinero fácil. No quiero perderte,
Leo, ya perdí a papá y a mamá.
—Te lo prometo, hermanita —me dio un beso en la mejilla—. Y te aseguro
que a mí no me vas a perder nunca. Voy a ser tu grano en el culo el resto de
tu vida, aunque yo sea el mayor de los dos.

Acabó sacándome una sonrisa, me dio un apretón fuerte entre sus brazos y
tras un último beso fue a su habitación para instalarse.

Yo decidí darme una ducha y cambiarme de ropa, había sido un vuelo largo
de poco más de trece horas, más el trayecto en coche, y necesitaba quitarme
el cansancio de encima, además de ponerme otra ropa.

Cuando estuve lista coloqué el equipaje en el armario, así como las cosas de
aseo en el cuarto de baño, y salí para encontrarme en el pasillo con Luna y
mi hermano, era hora de conocer el lugar donde pasaríamos los próximos
meses de nuestra nueva vida allí, en Escocia.
Capítulo 5

Llegamos al hall del hotel y allí estaban Lewis y Grace, esperándonos. Ella
sonrió al vernos y se acercó a nosotros.

—Veo que os habéis puesto cómodos —dijo, y es que no fui la única que
había decidido ducharse y cambiarse de ropa—. Los vuelos hasta Texas son
largos, lo sé por experiencia. Alguna vez hemos visitado a Ricky, y he
necesitado dos días para recuperarme del cansancio.

—Por suerte ellos son jóvenes, cariño —comentó Lewis, quien también
vino a recibirnos—. No están cerca de los ochenta, como yo.

—Pues no parece tan mayor —le aseguró Luna.

—Eso es porque siempre se ha cuidado mucho, pero, a vuestro lado, es un


anciano —rio Grace.

—Veo que aún me amas, querida —Lewis arqueó la ceja, y sonreí.

Sin duda alguna ese hombre era tío de Ricky, tenía su sentido del humor.
—Vamos, os mostraremos el hotel —Grace hizo un gesto con la mano para
que la siguiéramos—. Normalmente de estas cosas se encargan nuestro hijo
y su mejor amigo, que además es su socio, pero tenían asuntos que resolver
en Edimburgo y aún no han regresado.

Lewis y Grace, nos llevaron hasta la amplia cocina del hotel donde nos
presentaron a la cocinera y el cocinero del turno de tarde noche, al día
siguiente veríamos a los del turno de mañana. Los que tenían contratados
solo para los fines de semana no llegarían hasta el sábado por la mañana.

También había dos ayudantes de cocina y seis camareros en cada turno, que
iban alternando sus dos días libres, así como los turnos de trabajo.

Nos mostraron el salón comedor donde daban los desayunos tipo buffet
cada mañana, y comidas y cenas de menú o, a la carta por las noches.

Pasamos al bar y allí nos presentaron a los camareros de barra que estaban
en ese turno, no solo había mesas dentro del bar, sino que este contaba con
una amplia terraza acristalada con vistas a los jardines y por la que se
accedía a ellos para quien quisiera dar un paseo por ellos.

Y eso fue lo que hicimos todos, recorrer los jardines que bien podrían
parecer los de un castillo.

Árboles, parterres de flores, rosales, bancos de piedra, y en un lugar más


apartado, una bonita y enorme fuente con la figura de dos cisnes en el
centro.
—Cuando Ricky nos dijo que su familia tenía un hotel, no pensé que fuera a
ser todo tan bonito. Y rodeado de estos paisajes, es una maravilla para la
vista —dije mientras observaba el mar desde donde nos encontrábamos.

—El padre de Ricky y yo siempre quisimos abrir un hotel, y lo


conseguimos —comenzó a contarnos Lewis—. Fue precisamente aquí
donde se conocieron él y su madre, una preciosa estudiante de Texas que
decidió pasar en nuestro pequeño pueblo sus vacaciones de verano. Se
enamoraron, y mi hermano pasó los siguientes tres meses deseando volver a
verla, así que, antes de Navidad, cogió un avión y fue a darle una sorpresa.
Se quedaron embarazados por aquel entonces, ella se lo contó por teléfono
un par de meses después, cuando lo descubrió, y mi hermano dejó Escocia
para empezar su vida allí. Vinieron muchas veces a visitarnos, al igual que
nosotros íbamos allí. En uno de esos viajes, cuando Ricky tenía veinticuatro
años, el avión tuvo un falló y el accidente fue inevitable. Le dijimos que se
viniera aquí, era hijo único y no queríamos dejarlo solo, pero él dijo que
Texas era su hogar, y allí se quedó.

—Conocí a su hermano —dijo Leo—. Era un buen hombre.

—Sí —Lewis sonrió con tristeza—. Y crio a un buen muchacho.

Regresamos al hotel y fue cuando nos entregaron los contratos para


firmarlos. Luna y yo, nos encargaríamos del servicio de habitaciones, mi
hermano, trabajaría en la barra del bar pues Ricky le había dicho a su primo
que era el trabajo que tenía en Texas, en su bar.

Al volver al hall vimos entrar a una chica no mucho mayor que Luna y yo,
pelirroja, con unos bonitos ojos azules, con unos vaqueros ajustados, un
jersey fino con el hombro caído, y unos tacones finos que yo no sabría
manejar.

—¿Habéis visto a Brodie? —preguntó, acercándose a Lewis y Grace.

—¿Otra vez mi nieto haciendo de las suyas? —contestó él, y fue cuando vi
el parecido entre la chica y Grace.

—Yo no sé qué más escondites hay en este sitio para que él los encuentre —
dijo ella, mientras levantaba las manos.

—Lily, hija, ellos son los amigos de tu primo Ricky —Grace sonrió
mientras nos miraba—. Leo, su hermana Aitana, y Luna, amiga de ambos.

—Encantada de conoceros. No habréis visto por ahí a un niño de cabello


pelirrojo con cara de ángel, pero sonrisa de demonio, ¿verdad?

—No nos hemos cruzado con Brodie, cariño —le dijo Grace, sin darnos
tiempo a responderle que para nosotros también era un placer conocerla.

—En serio, voy a inyectarle a mi hijo un chip localizador para encontrarlo


cuando le dé por esconderse.

—Vamos, vamos a buscar a mi nieto que, seguro que está en la cocina,


como siempre. Chicos, hasta mañana no empezáis a trabajar, Dona os
acompañará por los uniformes —nos comentó Grace, señalando a la chica
de recepción, que no dejaba de mirar a mi hermano.
Los tres asentimos y seguimos a Dona hasta el cuarto donde estaban los
uniformes, ella nos entregó un par a cada uno y cuando volvimos a
recepción, se quedó en su puesto mientras nosotros íbamos a dejar la ropa
en las habitaciones.

—Este sitio está muy bien —dijo Luna.

—Al menos el trabajo es como el que teníamos en Texas —contesté.

—Iré a llamar ahora a Ricky —comentó Leo cuando llegamos.

Entré en mi habitación y, tras colocar los uniformes, decidí salir a pasear un


rato, le pregunté a Luna si me acompañaba, pero se quedó descansando un
poco hasta la hora de cenar.

Salí al jardín y fui caminando hasta la fuente, donde me senté a contemplar


el agua y esa pareja de cisnes.

Sonreí al pensar en mi ex, en esos momentos que vivimos juntos tiempo


atrás, y que se disiparon como la niebla unas semanas antes de que Leo
saliera de la cárcel.

Creí que estábamos bien, que lo nuestro, era uno de esos amores que
acabarían en boda, casa con jardín, hijos y hasta un par de perros. Pero él no
parecía opinar igual y acabó dejándome por una camarera que conoció unos
meses atrás en la despedida de soltero de su primo.
Suspiré, me puse en pie y cuando iba a comenzar a caminar de vuelta, vi un
niño de unos cinco años, de cabello pelirrojo y ojos azules que me miraba
fijamente.

—¿Tú quién eres? —preguntó con una dulce e infantil voz que me hizo
sonreír.

—Aitana, y tú eres Brodie, ¿a qué sí? —abrió los ojos al tiempo que se le
escapaba un leve grito al escucharme decir su nombre.

—¿Eres una bruja? Yo no te he dicho mi nombre.

—¿Tengo aspecto de bruja? —Elevé ambas cejas.

—Eh… —se acercó, me puse en cuclillas frente a él, que me miraba con los
ojos entrecerrados, y comenzó a negar con la cabeza— No tienes verrugas,
ni la nariz fea.

—Tomaré eso como un cumplido —sonreí—. Se tu nombre porque tu


mamá te andaba buscando. ¿Dónde te habías escondido?

—Si te lo digo, se lo dirás a ella, y otro día me buscará allí primero —


contestó volteando los ojos.

—Si sigue buscándote, estoy segura de que acabará por llamar a la policía.

—Nunca llama, siempre acaba encontrándome.


—No sé por qué, pero creo que lo que realmente ocurre en esos casos, es
que tú dejas que te encuentre.

—Me gusta jugar al escondite.

—Apuesto que sí, pero será mejor que te lleve con ella —le ofrecí la mano.

—¿Has venido a pasar tus vacaciones aquí? —curioseó cuando me cogió la


mano.

—No, he venido a trabajar en el hotel.

—Pues qué aburrido.

—Oye, que voy a tener días libres —sonreí.

—¿Y saldrás a jugar al jardín? Por si te veo otro día, no asustarte.

—A jugar, no, pero a pasear, seguro.

—¿Y podría pasear contigo? Aquí no hay niños y me aburro.

—Por eso te escondes, para que te busque tu madre.

—Y mi tío, él me enseñó algunos escondites.

—¿Y yo podría conocerlos?


—Es que…

—Prometo no decírselos a tu mamá.

—Me lo pensaré —dijo después de unos segundos.

—Así que aquí estás —ambos miramos hacia el frente al escuchar aquella
voz, ligeramente grave y masculina, y me quedé impactada al ver el hombre
que había ante nosotros.

Era alto, tal vez unos centímetros más que mi hermano, con el cabello rubio
oscuro y unos ojos azules de mirada profunda que sin duda eran marca de la
familia McCallahan, por lo que el hombre que tenía delante, debía ser el
dueño del hotel.

Llevaba vaqueros, un polo oscuro y deportivas, y debía admitir que le


sentaba bien, era un hombre atractivo.

—¡Tío Kendrick! —gritó Brodie, que me soltó la mano y corrió hacia él,
confirmando lo que intuía.

—Tu madre te sigue buscando —dijo al cogerlo en brazos—. ¿Dónde te


escondiste esta vez?

El niño se acercó a su oído y, cubriéndose los labios con la mano para que
yo no pudiera escuchar ni ver lo que decía, se lo contó. Sonreí ante aquel
gesto y seguí caminando.
—Pues no, ahí no ha buscado —él sonrió, y en ese momento sentí que con
esa sonrisa podría hacer desmayarse a cualquier ser humano.

—Tío, ella es Aitana, va a trabajar en el hotel.

—¿La amiga de Ricky? —preguntó, y asentí— Ya me han dicho mis padres


que habéis firmado el contrato.

—Así es.

—Bien —asintió—. Si tienes cualquier duda, algo que quieras comentar, mi


despacho está al final del pasillo de la planta baja.

—Lo sé —sonreí—, ahí es donde nos llevaron a firmar.

—Claro —sonrió de medio lado.

—Ha sido un placer conocerlo, señor McCallahan —dije tendiéndole la


mano, él la miró y poco después la aceptó para darme un leve apretón.

—El placer ha sido mío, Aitana.

—Adiós, Brodie —le di un golpecito en la nariz y él dejó escapar una


sonrisilla.

No había dado ni tres pasos cuando Kendrick, mi jefe, me llamó.

—¿Sí?
—Mi primo no me contó nada, solo que necesitabais salir de Texas. ¿Algo
de lo que deba preocuparme?

—No —contesté rápido y sin pensar—. Somos gente decente, eso se lo


puedo asegurar, y no le daremos problemas, señor McCallahan.

—Eso espero —sonreí y me giré para marcharme, pero no me dejó hacerlo


—. Y, ¿Aitana? —Volví a mirarlo— Llámame Kendrick, solo Kendrick.

Asentí y comencé a caminar de nuevo para ir a mi habitación, lo que no


esperaba era escuchar lo que aquel niño y su tío iban a decir a continuación.

—Es muy guapa, ¿verdad, tío? —dijo el pequeño Brodie.

—Sí, sí que lo es.

—¿Tendrá novio?

—¿Tú no eres un poco joven para pensar en esas cosas? —contestó


Kendrick, quien debía estar haciendo cosquillas a su sobrino por el modo en
el que este reía.

Que Ricky le hubiera dicho a su primo que necesitábamos salir de Texas sin
darle una explicación, no era bueno para nosotros porque ese hombre se
haría preguntas, y sin duda que acabaría por saber las respuestas.
Solo esperaba que, si me las hacía a mí, tardara unos días en hacerlo,
porque aún necesitaba asimilar el hecho de que había dejado atrás toda mi
vida, tenía que hacerme a la idea de que, al igual que mis padres cuando
dejaron México, yo dejaba Texas para empezar de cero.

Subí a mi habitación y cogí la foto que dejé sobre la mesita de noche, la


última que nos hicimos juntos aquel día, el que cambió nuestras vidas para
siempre.

Se me cayeron algunas lágrimas y las retiré rápido, no quería volver a llorar,


tenía que dejar atrás el pasado.

Miré por la ventana y sentí un leve escalofrío, me abracé a mí misma


frotándome los brazos y cogí aire cerrando los ojos.

Los cambios nunca eran fáciles, eso lo sabía, pero si había podido salir
adelante los últimos cuatro años, cuando perdí a mis padres, y mi hermano
aún seguía en la cárcel, podía con este nuevo cambio.

Leo hizo lo que hizo por mí, por querer sacarme de aquel apartamento y
darme una mejor vida, por eso, y porque sabía que siempre daría su vida por
mí, al igual que yo, iría allí donde él fuera una y mil veces.
Capítulo 6

Al final sí que estaba agotada del viaje y después de recostarme en la cama


la tarde anterior, acabé quedándome dormida.

Por suerte el despertador lo tenía puesto desde que supe la hora a la que
comenzaríamos a trabajar, y nada más sonar me levanté para prepararme un
café.

La cocina de la habitación estaba equipada con una de esas cafeteras de


cápsulas monodosis que desde luego me iban a hacer las mañanas mucho
más fáciles, también encontré pan, mantequilla y mermelada, por lo que me
hice un par de tostadas y desayuné sentada en la mesita que había junto a la
ventana, contemplando el jardín trasero.

Eran las siete y cuarto de la mañana de aquel primer día de mi verano en


North Berwick, y me sorprendió ver a mi jefe corriendo por los jardines.

Llevaba unas bermudas cortas blancas y una camiseta azul de tirante ancho
que dejaba a la vista sus brazos fuertes y definidos.
Se notaba que se cuidaba, pero sin pasarse.

Se detuvo un momento como para coger aire, echó un vistazo a su reloj y un


segundo después miró hacia mi ventana.

Avergonzada porque me pudiera haber pillado mirándolo, me giré rápido


para seguir tomándome el café y olvidarme de mi sexy jefe.

Un momento, ¿por qué había pensado en él como sexy? No, no, mal hecho,
tenía que verlo como el jefe y nada más, nada de sexy.

Eché una miradita rápida al jardín y ya no estaba allí, suspiré aliviada y


rezando porque no me hubiera pillado mirándolo, y cuando terminé de
desayunar recogí todo, me di una ducha y me puse el uniforme para
empezar mi día de trabajo.

—Buenos días, cariño —dijo Luna cuando nos encontramos en el pasillo.

—Buenos días.

—Vamos, hora de trabajar.

Sonrió mientras me pasaba el brazo por los hombros y cuando estábamos


llegando a la puerta de Leo, lo vimos salir con su uniforme.

Nos saludó a ambas con un beso y bajamos para ir al hotel.


Nuestro turno empezaba a las ocho. Leo se encargaba de la barra del bar y
entraba tan temprano para comenzar a preparar todo, dado que hasta las
nueve estaban sirviendo los desayunos en el buffet y si había alguien que se
retrasaba, iba a tomar un café al bar.

Luna y yo no podíamos entrar a hacer las habitaciones hasta las diez,


momento en el que comenzábamos al igual que el resto de chicas a
limpiarlas, pero a las ocho debíamos estar en el cuarto de limpieza donde la
encargada nos asignaría las habitaciones cada mañana y debíamos preparar
nuestro carrito con lo necesario para dejarlas listas.

La señora Johansson, nuestra jefa más directa, saludó al entrar en el cuarto


de limpieza y comenzó a asignarnos las habitaciones.

Además de Luna y de mí, había otra chica que comenzaba a trabajar para la
época de verano, las otras cinco chicas eran las que estaban fijas todo el
año.

El servicio de limpieza de habitaciones solo tenía turno de mañana, de ocho


a dos, y las tardes nos las daban libres. Además de los fines de semana, que
todas librábamos, pues venían otras chicas encargadas de ese turno, como
pasaba con los cocineros.

Con nuestros carritos listos y el listado con las habitaciones asignadas


donde anotar lo que se había sustituido o repuesto, comenzamos nuestra
primera mañana de trabajo.

A Luna y a mí nos asignaron las habitaciones de la séptima planta, la sexta


con habitaciones dado que en la planta baja se encontraban la cocina, el
salón comedor y el bar.

En todas las plantas había un total de catorce habitaciones y seis suites, por
lo que la señora Johansson nos recomendó que nos distribuyéramos las
habitaciones para hacer una cada una, y las suites las hiciéramos juntas, que
era lo que solían hacer las demás chicas.

Así que una vez llegamos a la planta asignada, nos repartimos las
habitaciones y comenzamos con nuestro trabajo.

Aquello era igual que limpiar en las oficinas, solo que en este caso
debíamos cambiar las sábanas y dejar las camas listas y perfectas para un
nuevo uso, siempre y cuando no hubiera puesto un letrero de “no molestar”,
pues en esos casos, según nos dijo la señora Johansson, no podíamos entrar
hasta que los huéspedes dejaran el hotel definitivamente.

Y cuando acabé con mis siete habitaciones, al ir hacia la primera suite, vi


salir a Luna de la última habitación que había atendido, cantando a todo
pulmón.

—It’s raining men, hallelujah. It’s raining men, every specimen. Tall,
[1]
blonde, dark and lean. Rough and tough and strong and mean…

En cuanto me vio, sonreí negando y ella comenzó a bailar, ese acercó a mí y


vi que llevaba los earpods puestos, me cogió la mano e hizo que yo
empezara a bailar con ella.
No sabía de qué me extrañaba, puesto que siempre se ponía música para
trabajar, y en ese momento se quitó uno de los earpods para ponérmelo a
mí, y volvió a reproducir la canción de Geri Halliwell desde el principio.

De todas las canciones que a Luna y a mí nos gustaban para bailar, o para
salir a correr de vez en cuando, esa era una de ellas.

Solo con el ritmo de la melodía nos hacía tener una energía y unas buenas
vibras increíbles.

Entramos en la primera suite y nos dispusimos a limpiar, ni qué decir que


esa canción nos acompañó el resto de nuestro turno mientras dejábamos las
seis suites de lo más relucientes e impecables, con ese ambientador a
vainilla que rociábamos en todas ellas.

—It’s raining men… —salimos gritando de la suite, y me frené en seco al


ver allí parado a Kendrick, nuestro jefe, con otro hombre unos centímetros
más alto que él, de cabello moreno y unos ojos verdes llenos de picardía.

—¡Ay, la hostia! —gritó Luna, asustada— Perdón —carraspeó—. La suite


ya está lista, pueden entrar cuando quieran —dijo, confundiéndolos con un
par de huéspedes.

El moreno arqueó la ceja, mientras que Kendrick me miraba a mí.

—Buenas tardes, señores —Luna pasó por el lado del moreno, que la siguió
con la mirada y vi que sonreía al ver las tonificadas piernas de mi mejor
amiga.
Y es que nuestro uniforme estaba compuesto por una bata azul marino que
llegaba por las rodillas, unos zapatos de tacón bajo negros, y un delantal
blanco.

—¿Nos acaba de confundir con huéspedes, y, además, gais? —preguntó el


moreno mirando a Kendrick, quien no había dejado de mirarme a mí.

—Eso parece —contestó mi jefe.

Tragué saliva e incliné la cabeza hacia el carro, ese hombre me intimidaba


con el modo en el que me miraba.

—Aitana, ¿vienes? —me llamó Luna.

—Sí —respondí.

—Así qué tú eres Luna —el moreno se acercó a ella, que abrió los ojos con
curiosidad.

—¿Y usted cómo sabe mi nombre?

—Soy Lachlan, socio codirector del hotel junto con Kendrick —contestó
señalándolo.

—¿Los jefes? —casi gritó.

—Así es, nada de huéspedes, y mucho menos gais —sonrió de medio lado.
—Ah, pues… encantada.

—Os hemos visto por las cámaras del pasillo —miré a Kendrick cuando
habló, quien estaba casi pegado a mi espalda.

—Lo siento, es que solemos trabajar con música y…

—No os vamos a despedir, si es lo que pensáis —sonrió—. Solo vinimos


para que conocierais a Lachlan.

—Un placer —dije, y él me hizo un guiño.

—Algo me dice que va a ser divertido teneros por aquí estos meses —
comentó Lachlan—. Muy divertido…

—Hombre, si os da por espiarnos por las cámaras todos los días, pues sí que
os vais a divertir viéndonos bailar —dijo Luna.

—No os espiábamos, pero no me des ideas, preciosa —respondió Lachlan,


con una sonrisa de lo más pícara.

—¿El alojamiento es de vuestro agrado? —me preguntó Kendrick.

—Sí.

—Me consta que dejaron algo de comida en vuestras habitaciones.


—Para desayunar un par de días más, sí —contestó ella—. Iremos luego a
comprar para llenar la nevera.

Kendrick asintió, iba a decir algo, pero en ese momento empezó a sonar su
móvil, lo sacó del bolsillo de los vaqueros y con un leve gesto de cabeza, le
indicó a Lachlan que lo siguiera.

Kendrick respondió y Lachlan se despidió de nosotras llevándose los dedos


a la sien y lanzándolos al aire después.

Cuando entraron en el pasillo, Luna me miró mientras silbaba.

—Por favor, ahora sí que puedo decir que hoy han llovido hombres. ¿Tú los
has visto?

—A Kendrick, lo conocí ayer.

—¿A quién? —Frunció el ceño.

—Al rubio —dije empujando mi carrito para ir hacia el ascensor—. Es el


hijo de Lewis y Grace.

—Ah, así que ese rubio es el primo de Ricky. Es guapo, pero el moreno,
mucho más —me hizo un guiño.

—Qué peligro tienes, Luna —reí.

—¿Yo? Pero si soy una chica muy buena.


—Sí, sí, buenísima. Anda, vamos a dejar el carrito y a comer algo.

Cuando salimos del ascensor en la planta baja del hotel, encontramos allí a
Grace, que iba con una carpeta en la mano.

—Oh, ¡hola! ¿Qué tal vuestro primer día? —preguntó.

—Muy bien —respondí, y ambas sonreímos.

—Me alegro. Ya sabéis, si necesitáis cualquier cosa, no dudéis en pedirla.

—Kirk nos comentó que había algún coche que podíamos usar —dijo Luna
—. Es que queríamos ir a hacer algunas compras esta tarde.

—Claro, sin problema. Le diré a mi hijo que os asigne un coche para los
tres, llamará a uno de vosotros para entregaros la llave. Debo dejaros, me
esperan para una reunión. Disfrutad de la tarde por el pueblo.

—Gracias —contestamos al unísono.

Fuimos al cuarto de limpieza a dejar los carritos y le entregamos a la señora


Johansson, el listado de las habitaciones con lo que habíamos sustituido y
repuesto.

En cuanto acabamos regresamos a nuestras habitaciones, quedamos en


vernos a las cinco y media para ir al pueblo y entré en la mía.
Leo tenía el turno hasta las cuatro de la tarde, por lo que, si quería descansar
después del trabajo, yo le cogería lo que necesitara.
Capítulo 7

Me preparé un plato de pasta precocinada de los que había en la nevera,


después de comer aproveché para darme una ducha y cuando salí, escuché
que llamaban al teléfono que tenía en la habitación.

—¿Sí? —pregunté extrañada.

—Soy Kendrick, pasa por la llave del coche a mi despacho.

—Oh, sí, claro, yo… Me visto y voy para allá.

—Bien —colgó, y yo hice lo mismo.

Eran las tres y media, aún tenía tiempo para salir después con Luna.

Me puse unos vaqueros ajustados, una camiseta de manga corta en color


rosa pastel, unas deportivas blancas, y tras recogerme el pelo en una coleta
alta, cogí la llave de mi habitación y salí para ir al despacho del jefe.
Iba pensando que dado que Leo estaba aún en el bar, podía habérselas dado
a él en vez de llamarme a mí, pero claro, seguramente no quería interrumpir
a un empleado durante su jornada de trabajo.

Cuando llegué ante la puerta del despacho, llamé un par de veces y no tardé
en escuchar su voz dándome paso.

—Buenas tardes —lo saludé al entrar.

—Por favor, siéntate —me indicó, señalando una de las sillas que había
frente a su escritorio.

—Creí que solo venía a recoger las llaves del coche —dije mientras me
sentaba.

—Quería hablar contigo. Mi madre me ha comentado que le habéis dicho


que vuestro primer día ha ido bien.

—Así es.

—Bien, espero que os adaptéis a todo esto. No es como limpiar en unas


oficinas, o servir copas. Mi primo me ha contado que Luna y tú, trabajabais
en su bar los viernes y sábados por la noche.

—Sí, siempre fue un modo de sacar algo más de dinero para cubrir el mes
—sonreí.
—Es bueno saberlo, en caso de que en algún momento puntual
necesitásemos cubrir la barra del bar.

—No habrá problema.

—¿Por qué dejasteis Texas? Es algo que sigo preguntándome.

—Los tres creímos que un cambio de aires nos vendría bien durante el
verano, solo eso —mentí, forzando una sonrisa que esperaba que él no viera
que era falsa.

—No puedo dudar de tu palabra, aunque admito que no termino de creerlo


del todo. Y mi primo no dice nada al respecto, solo que si quiero respuestas,
que os pregunte a vosotros.

—Y te he dado una.

—Poco convincente, como esa sonrisa —dijo señalándome—. Nada que ver
con la que vi por las cámaras esta mañana.

—¿Tienes por costumbre espiar a todas las chicas de la limpieza?

—No, solo quería ver si erais eficaces. Normalmente para dejar lista una
habitación, algunas de las empleadas dedican más tiempo, vosotras habéis
sido rápidas.

—Será que estamos acostumbradas a ir contrarreloj en las oficinas donde


trabajábamos antes —me encogí de hombros.
Kendrick se quedó mirándome de ese modo que me tanto me imponía, soltó
el aire poco después y, tras abrir un cajón del escritorio, me ofreció unas
llaves.

—Este coche será vuestro durante el tiempo que estéis aquí, lleva la
matrícula en el llavero. Si tenéis que repostar, en la gasolinera basta con que
digáis que trabajáis en el hotel McCallahan y no tendréis que pagar, nos
pasan la factura a final de mes.

—Vale.

—Mi madre me ha dicho que vais a ir a comprar.

—Sí, la nevera tenía comida para un par de días, vamos a llenarla y coger
algunas cosas que nos faltan.

—Bien —cogió un papel y anotó algo en él, cuando me lo dio, vi que era
una dirección con el nombre de un supermercado—. Tanto las compras que
hacemos para el hotel, como para nuestras casas, las hacemos ahí —señaló
el papel que tenía en mi mano—. Os atenderán bien si decís que vais de
nuestra parte.

—Gracias —sonreí—. ¿Los demás empleados también compran aquí?

—Los demás empleados no vienen recomendados por mi primo, como si


fueran de su familia —contestó—. Voy a serte sincero, Aitana —apoyó
ambos codos en el escritorio, con las manos cruzadas e inclinándose hacia
adelante—. Sé que hay algo que no me cuentas, y Ricky tampoco, algo que
acabaré averiguando, ya sea por ti, por Luna o tu hermano Leo. Pero si para
mi primo sois como de su familia, aquí tendréis el mismo trato, aunque
seáis empleados.

Se reclinó hacia atrás en el asiento, y tras unos segundos en los que no dijo
una sola palabra más, me puse en pie despidiéndome y salí del despacho
para volver a mi habitación.

—¿Aitana? —me giré al escuchar la voz de mi hermano, cuando estaba


fuera del hotel— ¿Qué haces por aquí? Creí que vosotras acababais a las
dos.

—He venido a recoger las llaves del coche, nos han asignado uno para que
podamos usar los tres durante el tiempo que estemos aquí —dije mientras
las levantaba—. ¿Qué tal tu primer día?

—Bien, bien. Durante mi descanso llamé a Ricky, otra vez. Parece que todo
sigue igual —suspiró.

—Kendrick me ha preguntado por qué dejamos Texas, y no le dicho nada.

—¿Kendrick? —Arqueó la ceja.

—Su primo, nuestro jefe.

—¿Ya le tuteas? Qué rápido has cogido confianza —sonrió.


—Nos conocimos ayer… —comencé a contarle el modo en el que lo
hicimos, y cuando acabé, vi al pequeño Brodie corriendo por el jardín—
Mira, ese el nieto de Lewis y Grace, hijo de Lily.

—Se parece a ella —sonrió—, no hay duda de que es un McCallahan.

—¡Brodie! —lo llamé y se paró en seco al verme.

—¡Aitana! —gritó mientras corría hacia nosotros.

—¿Otra vez vas a esconderte? —pregunté revolviéndole el pelo.

—Sí, es que mi mamá quiere bañarme para irnos al pueblo a comprar, y yo


no quiero bañarme. ¡Estoy limpio! —exclamó levantando ambos brazos.

—Campeón, esa camiseta está llena de salsa de tomate —dijo Leo con una
risa.

—¿Tú quién eres? —preguntó con el ceño fruncido— ¿Su novio? —Me
señaló.

—Es mi hermano mayor, Leo —contesté yo.

—Entonces, ¿no tienes novio?

—¡Brodie McCallahan! —gritó Lily, que salía en ese momento de la casa—


Ven aquí ahora mismo.
—No quiero bañarme, mamá. Estoy limpio.

—Si a esa camiseta llena de salsa de tomate, y el barro que tienes en los
brazos y las zapatillas tú llamas estar limpio, mal vamos —Lily suspiró y
sonreí—. Ah, hola —sonrió al vernos mientras cogía en brazos a su hijo—.
¿Ya habéis acabado vuestro primer día?

—Sí, Luna y yo saldremos a comprar, él se queda descansando.

—Si necesitáis saber dónde encontrar algo en concreto, podéis llamarme.


Pedid en recepción mi número de móvil antes de iros —dijo con una sonrisa
—. Ahora voy a bañar a este diablillo, que más que un niño, parece que
tengo un gato que odia el agua —volteó los ojos y tanto Leo, como yo,
sonreímos al ver al pequeño hacer un puchero.

—¿Sabes? Se nota que son familia de Ricky —le dije, cuando íbamos hacia
nuestro edificio—. Son muy simpáticos, y sin duda tienen ese humor tan
suyo.

—Sí que lo son, sí.

—En algún momento tendremos que contar por qué dejamos Texas…

—Tú lo has dicho, hermanita, en algún momento. Pero por el momento,


cuanto menos sepan, mejor, créeme —me dio un beso en la frente cuando
llegamos a la puerta de su habitación y entró.
Yo fui a la mía y me eché un rato en la cama, iba a descansar un poco hasta
la hora de ir a buscar a Luna. Esa tarde, además de hacer compras, teníamos
pensado conocer algunos lugares del pueblo.
Capítulo 8

North Berwick era un pueblo pequeño, pero sin duda alguna tenía su
encanto.

Luna y yo condujimos desde el hotel hasta High Street, la calle principal, y


allí entramos a tomar un café en una de las cafeterías que encontramos, ese
que acompañamos de un delicioso bollo relleno de crema con azúcar glass
por encima.

—Tenemos que reservar un día para ir a la playa —dijo cuando nos trajeron
los cafés.

—Pues habrá que comprarse un bikini.

—Creo que eso lo encontraremos en Edimburgo. ¿Nos acercamos mañana


por la tarde?

—Se lo diré a Leo, seguro que querrá acompañarnos.


—Vale. Por lo pronto, esta tarde nos damos un paseíto por aquí para
conocer las calles y no perdernos, y luego hacemos la compra.

Debía ser más que evidente para muchos de los que estaban en la cafetería
que no éramos lugareñas, puesto que nos miraban con curiosidad, incluso
un par de chicos parecían sonreír mientras lo hacían sin el menor disimulo.

Aprovechamos ese tiempo de descanso para hacer una lista con las cosas
que íbamos a comprar y que no se nos olvidara nada, Leo me había
mandado un mensaje con lo que necesitaba y fue lo primero que apuntamos.

—Disculpad —cuando miramos, vimos a los dos chicos que nos habían
estado observando—. ¿Estáis de vacaciones? —preguntó el pelirrojo.

—No, somos empleadas del hotel McCallahan —contestó Luna.

—Te dije que no eran de por aquí —comentó el rubio.

—¿De dónde sois?

—De Manhattan —mentí, y Luna me miró con la ceja arqueada.

—¿Podemos sentarnos?

—Eh…

—No —me adelanté a lo que mi amiga fuera a contestar—. Vamos a seguir


conociendo el pueblo.
—Si necesitáis un par de guías —sonrió el pelirrojo.

—Estamos en la era de Internet, pero gracias.

Me puse en pie y con una sola mirada Luna hizo lo mismo. Salimos de la
cafetería y no tardó en preguntar por qué les había mentido.

—Pues porque a nadie le importa de dónde somos, y prefiero ser precavida


a la hora de hablar con alguien.

—Vale, bien hecho entonces —me dio un abrazo y continuamos caminando.

Acabamos inmersas en la calle Abbey Mews, junto a la estación del tren,


donde cogimos un folleto con algunos lugares que visitar en el pueblo, y
nos quedamos fascinadas con las casas que había allí.

Según el folleto, algunas de esas casas, conocidas como mews, eran


antiguos establos que habían sido transformados en aquellos hogares
idílicos, rodeados de tranquilidad.

—Si me quedara aquí a vivir, sin duda sería en un sitio así —dijo Luna.

North Berwick era un pueblo costero, y muchas de las casas estaban frente
al mar. Si me preguntaran dónde querría vivir, mi respuesta sería en una de
esas casas costeras, o en una pequeña casita construida en los terrenos del
hotel.
Me había enamorado por completo de los jardines y de esa fuente que me
daba tanta paz.

Regresamos al coche y fuimos a la dirección que me había dado Kendrick


para comprar, donde ni siquiera hizo falta que les dijéramos que
trabajábamos en el hotel, dado que se conocían los coches.

El dueño de la tienda era el señor, Ewan Grayson, un hombre de lo más


amable y simpático, pelirrojo, con una barba y bigote prominentes, que nos
dijo que no dudáramos en coger lo necesario y que, si queríamos, podía
apuntarlo a cuenta para hacer el pago al final de mes.

—Muchas gracias, señor Grayson, pero preferimos pagar cada compra —


contesté, y él asintió.

Cogimos todo cuanto necesitábamos para al menos esa primera semana,


pagamos y el señor Grayson nos ayudó a meter las cajas y bolsas en el
maletero.

—¿Quieres que hagamos esta noche una pizza para cenar y veamos una
peli? —preguntó Luna— Podemos tomarnos una copa de ese vino tan
bueno que nos ha recomendado el señor Grayson.

—Suena bien —sonreí—. Seguro que Leo se apunta.

—Entonces habrá que hacer dos pizzas —dijo volteando los ojos mientras
ponía el coche en marcha—. Quiero a tu hermano como si fuera el mío,
pero, nena, come mucho.
—Siempre fue así —sonreí.

—¿Y dónde lo echa? O sea, yo me como una noche tres porciones de pizza,
y al día siguiente los tengo instalados en las caderas, inquilinos sin pagar
alquiler.

—Lo quema con el ejercicio.

—Pues voy a tener que proponerme lo de salir a correr todas las mañanas,
no como en Texas, que solo salíamos una o dos en semana.

—Kendrick corre por el jardín —dije mientras miraba por la ventana.

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿La confianza que tenéis da para charlas de lo que
hacéis cotidianamente?

—Lo vi esta mañana, mientras desayunaba antes de ir a trabajar.

—¿Y qué tal se ve el jefe en ropa de deporte?

—Pues como cualquier otro, ¿yo qué sé? —Me encogí de hombros.

—Ajá.

—¿Y ese, ajá? —La miré cruzándome de brazos.

—Nada, solo es una expresión.


—Ya —suspiré.

Llegamos al hotel y nos cruzamos con Lewis y Grace, que iban a dar un
paseo, los saludamos y paramos el coche en la entrada de nuestro edificio.

Iba a llamar a mi hermano para que nos echara una mano con las compras,
pero justo salía Kirk y sonrió al vernos.

—¿Habéis asaltado el supermercado? —preguntó con una sonrisa.

—Esto no es nada, tendrías que haber visto las compras mensuales que
hacíamos en casa —contestó Luna, volteando los ojos.

—Os ayudo a subirlo.

—Oh, no te molestes, iba a llamar a mi hermano.

—Lo vi salir hace un rato a correr por el jardín —me informó mientras
cogía una de las cajas.

Con su ayuda no tardamos en subirlo todo, y se despidió, pues iba a salir


para ir a cenar a Edimburgo a casa de su tía, por lo que nos dijo, ella y su
prima de quince años eran la única familia que le quedaba.

Luna se quedó colocando su compra y yo la mía, esperando que llegara Leo


para darle lo suyo. Se había llevado la llave y no podía guardársela.
En ello estaba cuando sonó el teléfono, y algo me hizo intuir que se trataba
del jefe.

—¿Hola?

—¿Qué tal os ha ido en la tienda? —fue su respuesta.

—Bien, el señor Grayson es muy amable.

—¿Encontrasteis lo necesario?

—Sí, sí, pero iremos a Edimburgo otro día. Siempre que no haya problema
por ir hasta allí con el coche.

—Aitana, podéis usarlo siempre que queráis.

—Gracias.

—Te llamaba porque me acaba de decir Lily que ha llamado Ricky para
hablar con tu hermano, pero no ha podido pasarle la llamada a su
habitación.

—Oh, es que ha salido a correr por el jardín, según nos ha dicho Kirk
cuando hemos llegado.

—Vale, cuando regrese dile que llame a mi primo.

—Lo haré, gracias.


Y el silencio que siguió a mi última palabra fue tan largo, o al menos así me
lo pareció a mí, que creí que se había cortado la llamada, solo que mi jefe se
había quedado callado.

—¿Hola?

—Sigo aquí —respondió.

—Ah, vale, pensé que se había cortado.

—Que tengas buena noche, Aitana.

—Igualmente.

No esperé y colgué, justo a tiempo para escuchar los dos golpecitos de mi


hermano llamando a la puerta.

—Pasa —dije, y no tardó en abrir y entrar—. ¿Qué tal tu carrera por el


jardín?

—¿Cómo lo sabes? —Frunció el ceño.

—Kirk te vio y nos lo dijo. Esa es tu compra —señalé la caja y las dos
bolsas—. Por cierto, te ha llamado Ricky, quiere que lo llames.

—Eso es que tiene novedades —comentó mientras se acercaba a la mesita


donde estaba el teléfono, y marcó el número de nuestro amigo—. Soy yo —
dijo, y se quedó en silencio unos instantes—. Contábamos con ello —se
pasó la mano por el pelo—. Vale, llámame si hay algo nuevo. Sí, tú
también.

—¿Qué pasa? —pregunté cuando colgó.

—Vincenzo sigue buscándome por todo el estado.

—Nunca me dijiste cuánto dinero perdió él en ese combate.

—Cien mil dólares —suspiró, al tiempo que se sentaba en mi cama—. Tal


vez debería volver, ofrecerle hacer un combate y dejarme ganar.

—¿Y que el otro tipo sea alguien mucho más fuerte y te mate? No, Leo, no
vas hacer ningún trato.

—¡Ya estoy aquí! —gritó Luna, abriendo la puerta de mi habitación y


entrando con la botella de vino y una de las pizzas que habíamos comprado
— Alguien necesita una ducha —dijo al ver a mi hermano, que estaba aún
bastante sudado.

—Bonita manera de echarme —contestó él con un suspiro, levantándose


para coger la caja y sus bolsas de compra—. Divertíos, pero no os paséis
con la bebida que mañana toca trabajar.

—Sí, papá —contestamos al unísono antes de que saliera y cerrara la


puerta.
Metimos la pizza en el microondas y mientras se hacía, nos servimos un
vaso de vino.

—Veamos qué película podemos ver —dijo mientras encendía la televisión


—. Tenemos Netflix, ¿lo sabías?

—No, no he encendido la televisión.

—Pues vamos a ver qué encontramos por aquí.

Acabamos poniendo una comedia romántica y así pasamos las siguientes


dos horas, riendo, comiendo pizza y bebiendo vino, como cualquier noche
en Texas, solo que estábamos muy lejos de casa.

Y si mi hermano me hacía caso y no regresaba a Texas para ofrecerse como


carnaza para ese mafioso, no volvería a llamar casa al lugar que me vio
nacer nunca más.

Debía hacerme a la idea, por difícil y duro que eso fuera.


Capítulo 9

Aquel iba a ser nuestro quinto día de trabajo en el hotel, era viernes y tal
como había hecho los dos anteriores, me levanté temprano para salir a
correr.

No había coincidido con Kendrick ni una de esas mañanas puesto que yo


salía a las seis y media y regresaba a la habitación a las siete para ducharme,
desayunar y prepararme para el día de trabajo.

Y pensé que esa mañana no sería diferente, solo que me equivoqué, y lo


supe cuando estaba parada en la fuente, cogiendo aire después de un buen
rato corriendo.

—Buenos días —dijo y me sobresalté.

—¡Ay, Dios! Qué susto.

—Lo siento —sonrió, y de nuevo esa sonrisa me hacía sentir cosas.

—No esperaba que hubiera nadie a estas horas.


—Digamos que llevo unos días viendo que sales a correr temprano, y hoy
quería hacerte compañía.

—Ah, pues… Ya me iba de vuelta.

—Te acompaño este último tramo —hizo un guiño y sonreí, sintiendo las
mejillas tornarse rojas por la vergüenza, sin duda.

Comenzamos a correr de vuelta hacia las casas, y por el rabillo del ojo no
podía dejar de mirarlo.

Se le marcaban los músculos de los brazos y las piernas, y el sudor le caía


en sensuales gotas por el torso, ese que llevaba completamente descubierto.

Y sí, iba tan distraída viendo a mi sexy jefe correr al lado, que acabé
tropezando y torciéndome el tobillo, por lo que frené la caída sentándome
de lado y con las manos en el césped.

—¿Estás bien? —preguntó poniéndose en cuclillas ante mí.

—Qué golpe me he dado en el culo —dije intentando levantarme—.


Menudo morado me va salir.

Kendrick me cogió de las manos para ayudarme a levantarme, y en el


momento en el que fui a dar un paso…

—¡Ay! —exclamé por el pinchazo de dolor que había notado en el tobillo.


—¿Te duele?

—Ahora mismo sí, pero seguro que en un rato se me pasa —contesté, y di


otro paso, y otro más, solo para quejarme con cada uno de ellos.

—Vamos —me cogió por la cintura con un brazo y pasó el otro por detrás
de mis rodillas—, yo te llevo.

—No, no, por Dios, puedo caminar —en esos momentos noté que las
mejillas ardían en llamas por la vergüenza.

—Aitana, te duele con cada paso —dijo haciendo que me tuviera que callar,
pues era la pura verdad.

Y mientras él caminaba por aquel jardín cargando conmigo entre sus fuertes
y sudorosos brazos, yo le rodeaba los hombros con los míos para
sostenerme y no acabar cayéndome.

Lo peor de todo es que el aroma de ese hombre, una mezcla de sudor con
sándalo y lo que estaba segura eran toques amaderados del perfume que
usaba, me llegaba a las fosas nasales y hacía que esas cosas que había
sentido con su sonrisa, fueran en aumento.

Como un cosquilleo en el centro de mi zona íntima, que no debería estar


sintiendo.
Creí que me llevaba a mi habitación, pero cuando lo vi ir hacia la casa de
una sola planta en la que Kirk nos dijo que vivían Kendrick y Lachlan, me
removí en sus brazos.

—¿Por qué no vamos a la casa de los empleados? —pregunté.

—En mi casa tengo una pomada que te va a aliviar —contestó.

Abrió la puerta principal y una vez allí, vi que aquello era como el rellano
de un portal, con una puerta a la izquierda y otra a la derecha. Fue hacia la
de la derecha y cuando la abrió, no tuve duda de que esa era su casa.

Olía a él, no solo aquel bonito salón de paredes blancas y muebles negros
donde entramos nada más cruzar la puerta, sino el pasillo y el cuarto de
baño en el que entró para sentarme en un taburete que había junto a la
bañera.

También tenía una amplia ducha donde estaba convencida que cabrían él, y
otra persona más.

Abrió un armario, cogió un bote y volvió hacia donde me había dejado.

—Vamos a ver cómo está —dijo poniéndose en cuclillas frente a mí, y me


quitó la playera y el calcetín—. Lo tienes bastante hinchado. Ahora vuelvo.

—Espera, ¿dónde…? —suspiré, pues no me dejó terminar de hacer la


pregunta.
Eché un vistazo a mi tobillo y no, no tenía buena pinta. Se había hinchado
bastante, pero tenía que salir de la casa de mi jefe.

Cogí mi playera y el calcetín, apoyé el pie en el suelo y di un paso, pero el


pinchazo del dolor hizo que volviera a sentarme.

—Mierda —murmuré.

—Traigo hielo —la voz de Kendrick hizo que mirara hacia la puerta, y lo vi
con una bolsa llena de hielo y un paño con el que la envolvió.

Me lo puso en el tobillo y me estremecí ante el frío, pero se pasó enseguida


y comencé a sentir la zona dormida.

No es que la hinchazón fuera a bajar de manera milagrosa, pero al menos


algo se aliviaría.

Tras unos minutos lo retiró, y aparte de rojo por el frío, sí se veía un poco
menos hinchado. Fue en ese momento que me aplicó la pomada y noté
cierto alivio.

—Voy a ponerte un vendaje —dijo mientras se levantaba y volvió a abrir el


armario, de donde sacó una venda—. Y hoy te quedas con el pie en alto.

—¿Qué? No, no, tengo que trabajar.

—Aitana, si fuerzas hoy el tobillo, al final del día lo tendrás mucho más
hinchado de lo que estaba. Es mejor que te quedes toda la mañana en
reposo, esta tarde vemos cómo está y si hay que llevarte al médico, te llevo.

—Madre mía, acabo de empezar a trabajar y ya me tienes que descontar un


día —resoplé.

—¿Quién ha dicho que vaya a descontártelo? —Arqueó la ceja.

—Bueno, pues si mañana lo tengo bien, ayudaré a las del turno del fin de
semana.

—Tampoco te he pedido que hagas eso.

—Pero yo…

—Soy el jefe, yo doy las órdenes, pequeña —dijo en un tono autoritario y


casi dominante que no dejaba lugar a dudas, no iba a ganar esa pelea.

—Vale —respondí en un leve susurro, inclinando la mirada, evitando la


suya, esa que me había parecido incluso más oscura de lo habitual.

Había puesto un poco más de pomada en mi tobillo y mientras la extendía


con ambas manos masajeando la zona, no podía evitar pensar en cómo sería
sentirlas en otras zonas del cuerpo.

Y llevaba tanto tiempo sin que un hombre me tocara, que sentí un escalofrío
en la espalda y me mordí el labio mientras observaba a Kendrick
masajearme el tobillo, mientras miraba sus labios y me preguntaba si serían
tan suaves como parecían, y cómo besaría.
Dios mío, tenía que dejar de imaginarme a mi jefe en esas situaciones tan
poco profesionales, por lo que cerré los ojos y sin querer, me pareció
escucharme jadear.

Cuando abrí los ojos, vi una leve sonrisilla en los labios de Kendrick, y eso
hizo que me mortificara al ser consciente de que me había escuchado.

Qué vergüenza, por favor, ¡qué vergüenza!

Me puso el vendaje y cuando terminó cogió mis cosas y volvió a cargarme


en brazos.

—Ahora sí, te llevo a tu habitación —dijo mientras salíamos del cuarto de


baño.

—No, no, puedo ir sola, de verdad.

—Aitana, apenas puedes caminar.

—Que sí, que sí, que puedo. Déjame en el suelo, ya verás.

Me miró con la ceja arqueada, y tras unos segundos, suspiró y me dejó en el


suelo.

El primer paso fue el más difícil, y el segundo, y solo Dios, y yo, sabíamos
los pinchazos por el dolor que estaba soportando, pero no iba a quejarme.
—¿Ves? Puedo ir yo sola —sonreí, con tal dolor, que lo que quería en ese
momento era gritar—. Dame mis cosas, iré a prepararme para…

—Ni se te ocurra ir a trabajar —me advirtió—. Si te veo por el hotel, te


cargaré en brazos y yo mismo te llevaré a tu habitación, atándote a la cama
si es necesario.

¿Por qué en ese momento lo de que me atara a la cama, me pareció tan


excitante? Joder, tenía que salir de esa casa como fuera.

—Vale, me quedaré en mi habitación —volteé los ojos.

—Lo voy a comprobar.

—Ya sé, vigilando por las cámaras que no ande por los pasillos con mi
carrito y cojeando. Me voy a mi habitación —dije quitándole mi playera y
el calcetín de la mano, para salir de la casa.

Caminé por el jardín a sabiendas de que me observaba, y lo hice cojeando


porque no podía de otro modo. Por suerte llevaba mi móvil en el bolsillo de
los leggins y llamé a mi hermano.

—¿Aitana? —preguntó un poco sorprendido por la hora.

—No hagas preguntas y por favor espérame en la puerta del edificio.

—¿Qué pasa?
—¿Qué te acabo de decir de las preguntas, hermano?

—Vale, vale, ya bajo.

Colgamos y caminé esos últimos metros rezando con los pinchazos del
dolor llegándome hasta lo más hondo de mi alma.

Cuando abrí la puerta y me vio Leo, abrió los ojos y corrió para cogerme en
brazos.

—¿Qué te ha pasado?

—Me he torcido el tobillo mientras corría —dije cuando entramos en el


ascensor.

—¿Y llevabas un vendaje en el bolsillo?

—No, ha sido cosa de Kendrick…

Le conté todo, y cuando llegué al momento en el que el jefe se había puesto


en plan mandón conmigo, diciéndome que me quedara en la habitación
haciendo reposo todo el día, se echó a reír.

—Yo no le veo la gracia —protesté cuando me dejó en la cama—. ¿Qué


voy a hacer aquí toda la mañana?

—Pues descansar, y ver alguna serie de Netflix —contestó besándome la


frente—. Después te llamo para ver cómo vas.
—Debería ir a trabajar.

—El jefe te ha dicho que no va a descontarte el día del sueldo, así que,
quédate en la cama.

—A veces odio tanto que seas el mayor —protesté.

—Pues a mí me encanta, porque puedo cuidar de mi preciosa hermanita. Te


quiero —me dio otro beso y fue hacia la puerta para ir a prepararse para
empezar a trabajar.

Miré por la ventana y suspiré, ¿cómo podía haber sido tan torpe de tropezar
y caer? ¿Quién me mandaría a mí ir mirando por el rabillo del ojo a mi sexy
jefe?

—No, Aitana, no —me dije, dejando caer la cabeza y apoyándola en el


cabecero con los ojos cerrados—. Deja de pensar así en tu jefe.

Suspiré de nuevo y eché un vistazo al reloj del móvil, solo eran las siete y
media y tenía por delante una mañana que se me iba a hacer eterna.

Luna pasó a ver cómo estaba antes de irse y quedó en volver para ayudarme
a ducharme y prepararme algo de comer.

Esperaba que aquello solo fuera cosa de un día, porque yo quieta no podía
estar.
Capítulo 10

Eran las diez y acababa de terminar de ver otro capítulo de una serie que
estaba muy interesante, cuando llamaron a la puerta, cosa que me extrañó
puesto que las únicas personas que podrían visitarme eran Luna y mi
hermano, y a esa hora estaban trabajando.

—Está abierto —dije apagando la televisión.

Cuando la puerta se abrió, se me dibujó una sonrisa al ver una pequeña


cabecita pelirroja acompañada de unos preciosos ojos azules y una sonrisilla
de lo más pícara.

—Pero bueno, ¿qué haces tú aquí? —pregunté, incorporándome un poco.

—He oído a mi madre y al tío Kendrick hablar, decían que estabas malita, y
he pensado en venir a verte.

—Pasa, granujilla —dije, y él entró cerrando la puerta para acabar


subiéndose en mi cama—. ¿Has venido solo?
—Sí.

—Pues como te empiece a buscar tu madre…

—Este puede ser otro escondite —contestó con esa sonrisa de diablillo al
tiempo que elevaba ambas cejas.

—¿Y cómo sabías en qué habitación estoy?

—El otro día te vi entrar aquí.

—Así que me seguiste —le empecé a hacer cosquillas en la tripa.

—Sí —rio a carcajadas—. Para, para.

—Deberíamos avisar a tu madre de que estás aquí, para que no se preocupe.

—¿Qué estabas haciendo?

—Viendo la televisión.

—¿No te aburres aquí sola?

—Mucho, pero tu tío no me ha dejado ir a trabajar. Y eso que ya casi no me


duele el pie —volteé los ojos.

—Es un mandón —resopló—. Cuando yo estoy enfermo no me deja salir de


casa. Pero mamá dice que tengo que hacerle caso, que para eso es el mayor
de todos. ¿Sabes que el tío Kendrick tiene cuarenta años? Pero el abuelo
Lewis es más mayor que él y no es tan mandón.

Disimulé una sonrisilla cuando lo vi voltear los ojos. Pero ese pequeño me
había dado un dato de mi jefe que no sabía y, siendo sincera, no aparentaba
tener cuarenta años.

—Siempre hay que hacer caso de lo que nos dicen los mayores, saben más
porque tienen más experiencia —le aseguré—, aunque a veces no nos guste
quedarnos encerrados en casa —volví a hacerle cosquillas.

—¿Tus papás también son mandones?

—Ya no tengo papás —le pasé el brazo por los hombros cuando se acurrucó
a mi lado—. Hace tiempo que se fueron al cielo.

—Mi papá también está en el cielo —dijo mirándome—. Mamá dice que se
puso muy malito y que no pudieron curarle. ¿Qué les pasó a tus papás?

—También se pusieron malitos.

—¿Los echas de menos?

—Todos los días —sonreí.

—Yo no me acuerdo de él —suspiró—. Tenía… —Se miró la mano y


levantó dos dedos— estos años cuando se fue al cielo. Era muy pequeño,
pero tengo una foto con él en mi habitación. ¿Hablas con tus papás por la
noche? Yo sí hablo con mi papá —sonrió.

—A veces sí.

—Mamá dice que desde el cielo puede verme y cuida de mí. Tus papás
seguro que también cuidan de ti.

Me rodeó con el brazo por la cintura y se acomodó con los ojos cerrados,
sonreí mientras le acariciaba el cabello y así nos quedamos, en silencio y
abrazados después de haber hablado sobre nuestros padres fallecidos.

—Aitana.

—Dime, cariño.

—¿Qué harías si volvieras a ver a tus papás?

—Pues abrazarlos muy fuerte, y llorar, eso seguro —reí.

—A mí me gustaría que me llevara a la playa, como los papás de mis


amigos.

—¿No te lleva tu tío?

—No, él siempre está ocupado. Solo he ido con mi mamá.

—¿Y si te llevo yo algún día?


—¿En serio? —Me miró con los ojos brillantes y llenos de felicidad.

—En serio —sonreí, inclinándome para darle un beso en la frente—. Tú y


yo, ya somos amigos —le hice un guiño.

—¿Cuándo podemos ir?

—Cuando tenga mejor el pie.

—Vale —se puso de rodillas, me abrazó y me dio un beso en la mejilla—.


Me voy, y te dejo descansar. Pero no le digas a nadie que he venido, que, si
se entera el tío Kendrick, se va a enfadar por no dejarte descansar.

—Puedes venir a verme cuando quieras, cariño —le revolví el pelo—.


Gracias por la visita, me estaba aburriendo mucho —suspiré.

—Más tarde vengo —dijo todo feliz, bajándose de la cama—. ¡Adiós!

—Adiós, cariño.

Cerró la puerta tras de sí y me quedé con una sonrisa en los labios.


Me levanté para ir al cuarto de baño y aunque seguía con alguna molestia y
cojeando, la verdad era que podía caminar despacio.

El agua fresca en la cara me estaba sentando bien, y es que aún no me había


dado una ducha después de la carrerita matutina.
Cerré el grifo y al salir del cuarto de baño, me encontré con Kendrick junto
a la cama.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —pregunté y se giró, pues estaba de
espaldas al cuarto de baño, y vi que tenía el móvil en la mano.

—No, ¿qué haces tú levantada? —Frunció el ceño y en un par de pasos,


estaba frente a mí, cogiéndome en brazos.

—¡Oye!

—Te dije que te quedaras en la cama, en reposo, con el pie en alto.

—Y qué hago, ¿pis en una botella? —Volteé los ojos.

—Si es necesario, sí —me dejó en la cama y en el momento en el que dejé


de tener su cuerpo junto al mío, sentí una especie de vacío enorme.

—Oh, por Dios. Brodie tiene razón, eres un mandón —dije cruzándome de
brazos.

—¿Mi sobrino ha estado aquí? —preguntó arqueando la ceja.

—¿Eh? No.

—Ha estado aquí —suspiró—. Es un terremoto.

—Pues seguro que tiene a quien parecerse. ¿Qué haces aquí? —insistí.
—Vine a ver cómo estabas, y he traído café y tostadas —dijo señalando la
bandeja de comida que había en la encimera de la cocina.

—No tenías que haberte molestado.

—También he traído unas pastillas para el dolor. ¿Cómo te sientes?

—Puedo caminar, despacio, pero puedo. Y aún me dan pinchazos.

—Vamos a desayunar y luego le echo un vistazo.

Fue a por la bandeja y vi que había café y tostadas para los dos, algo que no
me esperaba.

Colocó la bandeja sobre mi regazo, se sentó en la cama y comimos en


silencio.

De vez en cuando lo pillaba mirándome, pero yo apartaba la mirada


rápidamente, mi vergüenza era superior a mi lado cotilla.

Cuando terminamos llevó la bandeja de nuevo a la cocina y al regresar,


quitó el vendaje que me había puesto unas horas antes.

—¿Ves? Ya no está tan hinchado —dije señalando mi tobillo.

—Pero aún lo está.


—En unas horas estaré perfecta.

—Tómate las pastillas —dijo cogiendo la botella de agua que había dejado
en mi mesita y la tableta de pastillas.

Cogí dos, me las tomé y acabé abriendo la boca y moviendo la lengua para
que viera que me las había tragado.

—¿Contento? —arqueé la ceja y él sonrió.

—Se me ocurren cosas mejores que hacer con esa boquita —dijo con una
media sonrisa, y yo abrí los ojos y hasta tragué con fuerza.

Volvió a ponerme un poco de la pomada que puso por la mañana, esa que
sacó del bolsillo de sus vaqueros, y no pude evitar morderme el labio
cuando sentí sus manos tocándome.

Acabé cerrando los ojos y mi mente se fue de allí hasta hacerme ver unas
imágenes que me hicieron estremecer.

Las manos de Kendrick no estaban en mi tobillo, si no subiendo por mi


pierna lentamente, mi pierna desnuda para ser exacta, y por Dios, que en mi
zona íntima estaba empezando a sentir… cosas.

Abrí los ojos cuando me escuché gemir y ahí estaba la sonrisa de mi jefe,
que no dejaba de masajearme el tobillo.
—Ya tengo suficiente pomada —dije inclinándome para apartarle las manos
—. Ponme el vendaje y vete.

—¿Ya quieres que me vaya? —Arqueó la ceja.

—Tendrás que hacer lo que sea que hagas como director del hotel —
contesté.

—Lachlan puede encargarse, es mi socio.

—Por Dios —murmuré.

Kendrick me puso el vendaje, comprobando que no estuviera demasiado


apretado para que no se me hinchara más debido a eso, y cuando se levantó
de la cama pensé que ya se marchaba, pero no.

Apoyó ambas manos en ella, a los lados de mi cuerpo, y se inclinó


acortando la distancia mientras me miraba fijamente con esos ojos que
conseguían ponerme más nerviosa de lo que ya estaba.

En el momento en el que desvió la mirada a mis labios, fui consciente de lo


que ocurriría después, y no me aparté, no evité que sus labios se posaran en
los míos y me besara.

Fue suave, un roce breve, un piquito seguido de otro y, finalmente, cuando


la punta de su lengua tocó mis labios, los separé y los dos compartimos un
beso de esos que, por alguna razón, deseaba que no se acabase.
—Te dije que se me ocurrían cosas mejores que hacer con esa boquita —
murmuró, antes de darme un leve mordisco en el labio inferior.

Se apartó y lo vi ir hacia la cocina, coger la bandeja y caminar hasta la


puerta. Antes de cerrarla una vez que salió de mi habitación me hizo un
guiño, y allí me quedé, sin poder decir una sola palabra, en shock tras el
beso que me acababa de dar mi jefe.

¿Y ahora qué hacía yo? ¿Cómo lo miraba a la cara después de aquello? Sí,
solo había sido un beso, pero es que me lo había dado mi jefe, no un
hombre cualquiera.

Me dejé caer hacia atrás, apoyando la cabeza en el cabecero de la cama con


los ojos cerrados y suspirando, sin poder creerme aun lo que acababa de
pasar.

Y entonces sonreí, sí, ahí estaba esa sonrisa de adolescente recién besada
por el chico más popular del instituto.

Dios, ¿en qué me acababa de meter?

Regla número uno de la empleada ejemplar: no besarse con el jefe, y mucho


menos desearlo.

Pero, ¿cómo no desear a ese hombre que con solo una mirada era capaz de
hacer perder la cabeza a cualquiera?
Tenía que evitarlo, eso era lo que tenía que hacer, evitar a Kendrick a toda
costa, no verlo, no coincidir con él, y, sobre todo…

—Aitana, no desearás a tu jefe, a tu sexy y atractivo jefe.


Capítulo 11

Eran las dos y cuarto cuando Luna abrió la puerta de mi habitación con una
sonrisa de oreja a oreja.

—¿Cómo está mi cojita favorita? —preguntó.

—Aburrida como una ostra —volteé los ojos.

—Tranquila, que ya está aquí la payasa de tu amiga —me hizo un guiño—.


¿Qué tal el tobillo?

—Mejor, pero parece ser que sigo aquí castigada.

—Voy a ponerme cómoda y vuelvo.

—Vale.

En cuanto cerró la puerta me levanté para coger ropa limpia. Podía


ducharme sola, de eso no tenía la menor duda, pero Luna se quedaría al otro
lado de la ducha por si la necesitaba.
Regresó diez minutos después y lo hizo con una bolsa de plástico con la que
me cubrió el pie una vez que me quedé en ropa interior. Abrió el grifo del
agua mientras terminaba de desnudarme, y me hizo un guiño cuando cerró
la puerta para que me duchara.

—¿Qué tal te ha ido sola? —pregunté mientras me enjabonaba.

—No he estado sola, Kristel ha estado conmigo en la cuarta planta.

Kristel era la otra chica nueva que trabajaría ese verano en el hotel, tenía
veinticuatro años, y era una preciosa rubia de ojos verdes de lo más
simpática.

—Y tú, ¿qué has estado haciendo?

—He visto una serie, Brodie vino a visitarme, Kendrick me trajo un


desayuno y después de ponerme más pomada, me besó antes de irse.

—¿Qué? —Luna abrió la puerta de la ducha y me miró con los ojos a punto
de salírseles— ¿Acabas de decir que te ha besado el jefe? Por Dios, chica,
necesito saber toda la historia.

—¿Puedes cerrar la puerta? Voy a poner el suelo perdido de agua —volteé


los ojos.

—La cierro, pero habla —me advirtió mientras me señalaba.


—No hay mucho que contar.

Suspiré y le hice un resumen lo mejor que pude del momento beso. Luna
era mi mejor amiga y podía hablar de todo con ella, así que no había
problema en decirle que, por alguna extraña razón, me sentía atraída por
nuestro jefe.

—Extraña dice, qué valor —resopló volteando los ojos cuando salí de la
ducha y me dio la toalla para que me secara—. ¿Cómo no ibas a sentirte
atraída por ese hombre? ¿Quién en su sano juicio no lo estaría? ¿Tú lo has
visto bien? Es como el doble de Chris Evans.

—¿El de Capitán América? —Arqueé la ceja.

—El mismísimo Capitán América. Al jefe le pones un traje azul ajustado, le


das un escudo, y te hace las escenas fáciles de las pelis de Marvel.

—Por el amor de Dios, Luna, estás desvariando.

—Que no, joder, mira —cogió su móvil, buscó el nombre del actor, y debía
admitir que tenía razón, que nuestro jefe se parecía bastante a él—. El jefe
en realidad sería el Capitán Escocia, pero eso es irrelevante. ¿Cómo besa?

—Joder, pues con los labios —volteé los ojos

—Oh, por favor —levantó ambas manos al tiempo que miraba al techo, y
sonreí, sabía bien que yo era experta en sacar de quicio a mi mejor amiga.
—Besa muy bien, y sus labios son justo como lo imaginaba.

—Así que has fantaseado con los besos del jefe… Qué pillina eres —
sonrió.

—Eso fue esta mañana, cuando me llevó a su casa para verme el tobillo.

—Cariño, te gusta el jefe.

—No.

—A mí no me mientas, Aitana, que tienes ese brillito en los ojos.

—Vale, puede que me guste un poquito.

—Ya —sonrió—. Me conozco yo tus poquitos… —hizo el gesto de


comillas al decir esa palabra.

—Tampoco te creas que ha sido algo importante, que solo ha sido un beso.

—Cariño, con hombres como él, nunca es solo un beso, hazme caso.

—¿Cómo que, hombres como él?

—Pues eso, Aitana, hombres, de más de treinta. Qué tiene, ¿la edad de Leo
y Ricky?

—Cuarenta —contesté—. Brodie me ha dicho que tiene cuarenta años.


—Vaya, pues no lo parece. Tenemos a un madurito sexy aquí, ¿eh? —Elevó
ambas cejas.

—En serio, Luna, solo ha sido un beso, no va a haber nada más allá de eso.

—Vale, si tú lo dices —se encogió de hombros—. Voy preparando la pasta


para comer mientras te secas el pelo —me dio un beso en la mejilla—.
¿Puedes mantenerte de pie sola?

—Sí, tranquila —sonreí.

—Bien.

Salió del cuarto de baño y cuando me quedé sola contemplé mi reflejo tras
limpiar el espejo.

Nunca me había considerado una chica de esas guapísimas, yo era normal,


no como Luna, que era una belleza que, si hubiera querido, habría sido una
modelo o actriz famosa, pero a ella le gustaba más la velocidad, como a su
padre, y lo suyo siempre fueron las carreras de coches.

Había visto a muchas de las chicas que trabajaban en el hotel y


posiblemente ellas fueran más del tipo de Kendrick, por lo que no entendía
por qué me había besado.

Suspiré, me sequé el pelo y tras recogerlo en una coleta alta, me vestí y salí
a la habitación donde el olor de la pasta carbonara de los dos sobres que
había preparado Luna, hizo que me sonara el estómago.

—Madre mía, ¿tienes una leona ahí dentro? —dijo, y me eché a reír.

Nos sentamos en la mesa junto a la ventana y comimos mientras me


hablaba de lo que podríamos hacer al día siguiente, si es que tenía bien el
tobillo, cosa que esperaba que sí.

Acabamos planeando quedarnos en la habitación descansando todo el día y


salir a cenar y tomar una cerveza por la noche.

—Pero nos quedamos aquí en el pueblo —dije mientras recogíamos la mesa


—. Si vamos a Edimburgo, olvídate de las cervezas.

—Vale, nos quedamos en el pueblo. Le preguntaré a Kirk si hay algún bar


donde podamos beber y bailar tranquilas.

—¿No vamos a decirle a Leo que se venga?

—Pues no, me apetece tener una noche solo de chicas por Escocia.

—Vale —sonreí.

Preparó café y nos lo tomamos viendo un capítulo de la serie que nos


gustaba a las dos, solo que como solía pasarnos, nunca era solo un capítulo.

Eran las seis, y habíamos visto tres capítulos, cuando llamaron a mi puerta y
las dos pensamos que sería mi hermano.
—Pasa —dije, y cuando se abrió la puerta, Luna acabó escupiendo el trago
de refresco que acababa de dar al ver a Kendrick.

—Lo siento —me dijo mientras cogía unos pañuelos para limpiar la colcha
de la cama—. Yo me voy ya, después vengo a cenar contigo —hizo un
guiño y tras darme un beso, fue hacia la puerta—. Jefe —sonrió al
saludarlo.

—¿Otra vez comprobando que estoy con el pie en alto? —pregunté cuando
Luna cerró la puerta, y arqueé la ceja.

—Exacto. Y es hora de que te tomes otras dos pastillas.

—Podías habérmelo dicho esta mañana, o llamarme para decírmelo ahora.

—Quería verte.

—Ya me has visto, estoy bien —cogí la botella de agua y las dos pastillas
de la mesita y me las tomé—. Puedes irte.

Kendrick arqueó la ceja, sonrió de medio lado y se sentó en mi cama,


cogiéndome el tobillo.

—Ay —murmuré.

—¿Te duele mucho?


—Solo es un poco de molestia —me encogí de hombros.

—Voy a ponerte más pomada.

—No, no hace falta.

Pero no me hizo caso, ya estaba quitándome el vendaje.

Y de nuevo mi mente empezó a ver esas manos en otras zonas mientras me


masajeaba.

Cuando terminó de ponerme el vendaje, nos quedamos mirando y sentí que


me recorría un escalofrío por la espalda, mientras me preguntaba si volvería
a besarme.

—Toma otras dos pastillas mañana por la mañana, pero creo que lo tendrás
mucho mejor —dijo mientras se levantaba.

—Vale.

—No muevas mucho el pie —me señaló.

—Sí, señor mandón —volteé los ojos.

—No juegues con fuego, pequeña —dijo inclinándose, con una mano
apoyada en la pared—. Porque el autocontrol que tengo ahora mismo, se
puede ir a la mierda —murmuró y tragué con fuerza al ver el modo en el
que me miraba—. Descansa.
Se apartó, y mientras lo hacía, yo me quedé allí disfrutando de la estela que
dejaba su perfume.

Cuando salió dejándome sola, suspiré con los ojos cerrados y con el mantra
que estaba segura me iba a acompañar durante todo el verano en mente…

“No desearás a tu jefe, Aitana, no desearás a tu sexy jefe nunca, nunca,


jamás”.
Capítulo 12

Si había algo que tenía que admitir y por lo que darle la razón a mi jefe, era
que tanto la hinchazón como el dolor del tobillo habían desaparecido.

Después de pasar el día entero en cama y en reposo con el pie en alto, las
pastillas, la pomada y una buena dosis de sueño, esa mañana de sábado me
había despertado mucho mejor.

No salí a correr, obviamente, porque no quería empeorar el tobillo ahora


que estaba recuperado.

Por suerte solo fue una leve torcedura y no esguince de esos que me podrían
haber tenido cojeando durante semanas.

Tal como habíamos hablado Luna y yo el día anterior, nos habíamos


quedado en la habitación en plan tranquilas toda la mañana, vino a comer
conmigo, y después del café acabamos quedándonos dormidas en mi cama,
hasta que se despertó llena de energía como si se hubiera tomado una de
esas bebidas energéticas, y empezó a buscar ropa en mi armario para
escoger mi look para salir esa noche.
—Necesitas ir de compras, cariño —me dijo, levantando una de las camisas
de cuadros que tenía y solía usar anudada en la cintura para trabajar en el
bar de Ricky—. Aunque igual creamos tendencia con el estilo tejano.

—Me encanta esa camisa, déjala donde estaba —exigí señalándola.

—Vale, sigamos buscando. Esto no, esto… tampoco —pasó otra percha—.
Ni de coña.

—¿Qué le pasa a mi ropa?

—¿En serio solo tenías esto en el armario en Texas? —Arqueó la ceja—


Hay camisas que usabas cuando tenías dieciséis años, Aitana.

—Para que veas la buena calidad de esas telas.

—Madre mía —resopló y siguió buscando—. ¡Oh, sí!

Cuando se giró, con esa sonrisa de Daniel el travieso en su rostro, me


contagió y acabé sonriendo con ella.

—Esta falda y la camisa blanca de tirantes, son perfectas —dijo.

—Y voy a tener que ponerme los zapatos de tacón.

—Obvio, no pensarías salir con las pantuflas de andar por casa —volteó los
ojos.
—¿Se te olvida que ayer me pasé el día entero con un tobillo hinchado?

—No, pero hoy lo tienes muchísimo mejor. Además, solo vamos a cenar y
tomar una copa, no es como si fuéramos a volver aquí a las cinco de la
mañana. Voy a prepararme —me dio un beso en la mejilla mientras me
entregaba la falda—. Te veo en una hora.

Se fue y me quedé allí mirando la falda, sonriendo al tiempo que pensaba en


lo loca que estaba mi mejor amiga.

Cogí el móvil, y tras poner música, me di una ducha mientras le hacía los
coros a Rihanna, sin bailar mucho, que, con mi suerte, seguro que acababa
resbalando y con el tobillo hinchado, otra vez.

Salí del cuarto de baño para coger la ropa interior, y por poco me da un
infarto al ver a Kendrick allí dentro.

—¡Por Dios! ¿Quieres matarme? ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver cómo estás.

—Deberías dejar de colarte así en mi habitación —dije mientras me


ajustaba la toalla al cuerpo.

—¿Cómo está tu tobillo? —preguntó caminando hacia mí, y cuando lo vi


ponerse en cuclillas y coger mi tobillo, apoyando el pie en su rodilla para
examinarlo, me estremecí— Ya ha bajado la hinchazón —dijo mientras lo
tocaba.

Tragué con fuerza al sentir sus manos en mi piel, y un escalofrío me


recorrió de pies a cabeza cuando su mano derecha subió un poco más por la
pierna, mientras los penetrantes ojos azules de Kendrick me miraban
fijamente.

No desearás a tu jefe, Aitana, no desearás a tu jefe…

Eso era lo que pensaba, pero era sumamente difícil no desear al hombre que
tenía delante.

—Sí, ya no me duele cuando camino —dije, recobrando la lucidez y


apartando el pie.

—Me alegra escucharlo. ¿Te tomaste las pastillas esta mañana?

—Sí, me las tomé. Ayer estuve reposando todo el día y he dormido como un
bebé. Gracias por la visita a domicilio, doctor —volteé los ojos girándome
—. Ahora, si no te importa, necesito vestirme.

Y me quedé allí, frente a mi cama, mortificándome porque ese hombre


había visto la ropa interior que iba a ponerme.

Cuando escuché la puerta cerrándose solté el aire, miré por encima del
hombro comprobando que estaba sola, y dejé caer la toalla para vestirme.
No podía dejar de pensar en él, y que el aroma de su perfume se hubiera
quedado en mi habitación, no ayudaba. Decidí bloquearlo con el
ambientador de coco que tenía y, tras rociar todo, me sequé el pelo para
vestirme.

Justo a la hora que había dicho Luna, abrió la puerta de mi habitación, yo


estaba terminando de ponerme un poco de gloss.

—¿Por qué huele a coco como si se te hubiera derramado todo el


ambientador? —preguntó asomándose por la puerta del cuarto de baño.

—Es que he echado un poquito.

—¿Un poquito? —Abrió los ojos— Dirás que te has bañado con él.

—Ha venido Kendrick, y cuando viene, se queda su perfume por toda la


habitación.

—Oh, así que ha venido el jefe, ¿eh? —sonrió elevando ambas cejas.

—Quería ver cómo estaba el tobillo.

—Me atrevería a decir que le gustas, pero no lo voy a hacer, para que no me
digas que estoy loca.

—Ya lo has dicho, y lo de que estás loca, lo sabes de sobra —volteé los ojos
mientras cogía el bolso.
—¿Lista, cariño?

—Sí.

—Pues vamos, North Berwick nos espera —hizo un guiño, al tiempo que
me pasaba el brazo por los hombros.

Pasamos por la habitación de mi hermano para avisarle que salíamos, se


ofreció a llevarnos y recogernos después, pero le dijimos que no íbamos a
beber tanto como para necesitar chofer esa noche.

Subimos al coche y pusimos rumbo al pueblo, siguiendo las indicaciones


que Kirk le había dado esa mañana a Luna, para llegar al bar donde
podríamos cenar.

—Pues hemos llegado —dijo parando el coche cerca de la puerta.

Entramos y una camarera muy sonriente nos acompañó a una de las mesas
libres y tomar fish and chips para cenar puesto que Kirk le dijo que allí era
el plato estrella.

—Después iremos a tomarnos unas cervezas a un bar que no queda muy


lejos —dijo mientras cogía su refresco—, lo he mirado en el GPS. Kirk me
dijo que todos los sábados tienen una banda tocando en directo.

—Así que me llevas a disfrutar de un concierto escocés —reí mientras


cogía una patata que llevarme a la boca.
—Eso parece —sonrió.

A pesar de que íbamos a pasar allí todo el verano, nos hicimos algunas fotos
para recordar aquella primera noche de chicas por Escocia, y acabamos
hablando de hacer alguna salida en fin de semana a Edimburgo para
conocerlo.

Cuando acabamos de cenar el bar estaba completamente lleno y con gente


esperando para ocupar las mesas que se fueran quedando libres. No había
duda que aquel era el bar más concurrido y famoso del pueblo donde
disfrutar de una buena cena.

Subimos al coche para ir hasta la taberna, que efectivamente no quedaba


lejos, y nada más entrar quedamos cautivadas por completo.

Decorada con varios instrumentos antiguos, así como fotografías en las


paredes, mesas de madera con sillas en una de ellas, mesas y sofás en otra, y
en el centro, barriles con sillas altas.

La barra tenía una pared de espejos detrás donde se podía ver el nombre del
bar en letras negras, y la música, mezcla de pop rock con melodías celtas y
escocesas, era una pasada.

Nos sentamos en uno de los barriles y no tardó en acercarse un camarero, a


quien Luna le pidió un par de cervezas.

—Me encanta este sitio —dijo cuando el camarero se fue por nuestras
bebidas—. Ven, vamos a hacernos una foto y se la mandamos a Leo.
Posamos con la banda en directo de fondo, sonreímos y nos hicimos el selfi
que envió a mi hermano, ese que no tardó en contestar diciendo lo guapas
que nos veía.

—Aquí tenéis, chicas. Disfrutad de la noche —dijo el camarero tras dejar


las cervezas.

—Y tanto que vamos a disfrutar, ¿verdad? Por la primera noche de marcha


en Escocia —Luna levantó su vaso de cerveza, lo acercó al mío y brindó
antes de dar un sorbo.

Y sí, disfrutamos de esa primera hora en la taberna, habiéndonos tomado


dos cervezas y envueltas por la música que, en ocasiones, invitaba a bailar,
solo que yo me movía lo justo, sin querer forzar el pie.

—A estas estáis invitadas —comentó el camarero tras dejar una tercera


ronda de bebidas en nuestra mesa—. Cortesía de los hombres del fondo de
la barra —dijo antes de irse, y cuando Luna y yo miramos, sentí que me
quedaba sin aire.

—¿Nos acaban de invitar a una cerveza nuestros jefes? —preguntó Luna.

—Eso parece.

Sí, Kendrick y Lachlan estaban allí y cuando los miramos, ambos


levantaron su vaso de whisky a modo de brindis, así que hicimos lo mismo.
En ese momento el grupo terminó la canción, me giré para aplaudirles y
poco después Luna empezó a darme golpecitos en el hombro.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Que vienen —murmuró.

—¿Qué? ¿Quién viene?

—Capitán Escocia y su amigo.

—Buenas noches, señoritas —saludó Lachlan.

—Buenas noches —respondimos al unísono.

—¿Mejor del tobillo, Aitana? —me preguntó.

—Sí, mucho mejor —sonreí.

—Me alegro.

—Gracias por la cerveza —dijo Luna levantando la suya.

—Un placer —Lachlan sonrió de medio lado y sin apartar la mirada de mi


amiga, algo que a ella tampoco le pasó por alto, dado que se colocó un
mechón de cabello tras la oreja, señal inequívoca de que ese hombre le
gustaba y la ponía nerviosa—. ¿Os importa si os hacemos compañía?
—No, claro que no —sonreí.

Ambos se sentaron en las sillas libres, Lachlan al lado de Luna y Kendrick a


mi lado.

La banda empezó a tocar de nuevo y mi amiga y Lachlan, se enfrascaron en


una conversación que a ella la hacía sonreír de vez en cuando.

—¿Qué tal ha ido la noche? —me preguntó Kendrick tras dar un sorbo a su
whisky.

—Bastante bien, hemos cenado antes de venir aquí.

—Este sitio es el mejor del pueblo, pero en Edimburgo hay uno mejor.

—Ya nos dirás cuál, queremos ir a conocerlo.

—¿Y si mejor te llevo yo? —Me miró con esos ojos que hacían que todo mi
cuerpo se estremeciera.

—Te agradezco la oferta, pero seguramente iremos con mi hermano —bebí


de mi cerveza mientras volvía a concentrarme en la banda que tocaba en
directo.

Dos canciones después Luna y Lachlan estaban bailando en la zona


destinada a ello, al igual que otras muchas parejas, y Kendrick no tardó en
ponerse en pie y tenderme la mano.
—¿Tu tobillo aguantará un baile?

—Seguramente que sí, pero no creo que sea buena idea.

—Es una idea magnífica. Vamos.

Suspiré y acabé por levantarme para aceptar bailar con él, una idea que sin
duda no era buena, sino todo lo contrario, porque en el momento en el que
Kendrick posó la mano en la parte baja de mi cintura para guiarme hasta la
zona de baile y sentí ese escalofrío recorriéndome el cuerpo, recordé lo
cerca que había estado el día anterior, el beso, el modo en el que me miró
por la tarde y me dijo que se estaba controlando, y el efecto que tenía su
aroma en mí.

Cuando me pegó a él, al ver que casi me arrolla un chico que pasaba sin
mirar por nuestro lado, cuando fui consciente de su cuerpo grande y sus
fuertes brazos envolviendo el mío y ese calor que desprendía, supe que
estaba cometiendo un error al aceptar bailar con él.

Lo miré por encima del hombro, él me miró, y en el momento en el que


nuestros ojos se engancharon, maldije el hecho de que aquel hombre fuera
tan atractivo y tan condenadamente sexy.

Y sí, tratar de no desear a mi jefe iba a ser una de esas tareas difíciles y
titánicas de llevar hasta el final.
Capítulo 13

Kendrick era un buen bailarín y me enseñó algunos de esos pasos que veía
en otras parejas, típicos de Escocia y que yo no había visto nunca.

Cuando regresamos a la mesa me senté en la silla y él se quedó de pie,


pegado a mi espalda.

—¿Cómo va el tobillo? —preguntó.

—No me duele, tranquilo —sonreí mientras lo miraba por encima del


hombro.

—¿Sabes? Siento curiosidad por algo.

—¿El qué? —fruncí el ceño, él se inclinó y tras retirar el cabello a un lado,


dejando libre mi cuello, susurró.

—¿Es la ropa interior que vi en tu cama la que estás usando?


Tragué con fuerza, mortificada por lo que acababa de preguntarme, muerta
de la vergüenza al ser consciente de que sí lo había visto.

—No voy a responder a esa pregunta —contesté.

—En ese caso, estaría encantado de comprobarlo yo mismo —susurró de


nuevo, puesto que no se había apartado de donde estaba, y vi cómo dejaba
la mano sobre mi rodilla.

—Kendrick —murmuré.

—Tienes una piel muy suave, pequeña —sentí la punta de su nariz


acariciándome el cuello, haciendo que me estremeciera de pies a cabeza.

Deslizó la mano por mi pierna, despacio, subiendo hacia el muslo, y cuando


la sentí bajo la falda, de manera instintiva llevé mi mano para detenerlo.

—No me ve nadie, no te preocupes —dijo, y me besó en el hueco entre el


cuello y el hombro.

Pero no retiré la mano, seguí manteniendo la suya sujeta e inmóvil en mi


muslo, hasta que él dio un leve apretón allí.

—Mírame —susurró, y tras coger aire y soltarlo de nuevo, lo miré por


encima del hombro—. Mi autocontrol se ha ido a la mierda —acortó la
distancia y me besó, y como la mañana anterior, cuando no evité que lo
hiciera, en ese momento tampoco pude.
Dejé que sus labios se apoderaran de los míos tomando el control absoluto
de la situación, Kendrick retiró la mano que mantenía sobre mi muslo y la
entrelazó con la mía, al tiempo que me rodeaba por la cintura con el otro
brazo.

El calor que emanaba de su cuerpo y el aroma del perfume me envolvían


por completo. Y dejé de ser consciente de todo lo que nos rodeaba,
sintiendo que en ese instante tan solo existíamos Kendrick y yo.

—No sé qué tienes, Aitana, pero llevo deseando esto desde que te vi en el
jardín.

—Sigues siendo mi jefe —dije, sin apartar la mirada de la suya.

—Y nunca había deseado a una empleada, hasta que te conocí. Vámonos —


murmuró con el deseo instalado en sus ojos.

—¿Pedimos otra ronda? —La voz de Luna hizo que me sobresaltara, la


miré y Kendrick permaneció pegado a mí.

—Creo que mejor deberíamos irnos a casa —contesté—. No quiero volver


muy tarde y…

—Vamos, cariño, no me seas aburrida. Para una noche que salimos —Luna
hizo un puchero.

—Es por el tobillo —mentí—, creo que he forzado demasiado pronto el


andar y demás.
—¿Y por qué no lo has dicho antes?

—No quería arruinarte la noche —sonreí.

—Mira que eres —suspiró—. Venga, vámonos.

—Yo puedo llevarte —me ofreció Kendrick.

—¿Y él cómo vuelve? —Señalé a Lachlan.

—Con Luna en vuestro coche —respondió, y cuando miramos a su socio,


estaba sonriendo al tiempo que asentía.

—Por mí no hay problema, si a ti no te importa y quieres tomar una última


copa —le dijo Lachlan a Luna.

—No, claro que no. ¿Te parece bien si me quedo, Aitana? —me preguntó.

Suspiré, y siendo sincera después de haber visto a mi mejor amiga bailando


y riendo con nuestro otro jefe, sabía que ella quería quedarse, por lo que no
me opuse y dejé que siguiera disfrutando de la noche.

Nos despedimos con un beso quedando en vernos al día siguiente y cuando


nos empezamos a alejar de ellos, noté de nuevo la mano de Kendrick en la
parte baja de mi espalda mientras me guiaba hacia la puerta para
marcharnos.
—Por aquí —dijo cuando salimos a la calle, señalando con la cabeza hacia
la izquierda.

Caminamos hasta su coche, un deportivo negro, y como todo un caballero


me abrió la puerta para que me sentara. Cerró y fue hacia el lado del
conductor mientras yo trataba, nerviosa y sin éxito, de abrocharme el
cinturón de seguridad.

Fue el propio Kendrick quien lo abrochó cuando ocupó su asiento y al


mirarlo, me hizo un guiño mientras sonreía de medio lado.

Puso el coche en marcha y pasé todo el camino en silencio sin poder dejar
de apretar mi bolso, ese que llevaba en el regazo manteniendo mis rodillas
ocultas.

Pero a Kendrick eso parecía no importarle pues lo había pillado en varias


ocasiones mirándome por el rabillo del ojo.

En el momento en el que entramos en el recinto del hotel cerré los ojos y


solté el aire con alivio, estaba a solo unos metros del edificio en el que
entraría y podría meterme en la cama para mortificarme por la vergüenza
que estaba pasando.

—Oye, que te has pasado mi edificio —dije al ver que seguía conduciendo.

—Vamos a mi casa.

—¿Qué? No, no, esa es una mala idea.


—Quiero tomar una última copa contigo —contestó, cogiéndome la mano y
dando un leve apretón en ella.

Condujo bordeando su casa y abrió una puerta en la parte trasera dejando a


la vista el garaje, pues el que imaginé era el coche de Lachlan estaba
aparcado allí.

La puerta se cerró poco después de entrar y, tras parar el motor del coche,
Kendrick me miró y acabó sonriendo antes de salir.

Me abrió la puerta para que bajara, y una vez lo hice, entrelazó nuestras
manos para ir hasta la puerta que daba acceso a una pequeña estancia como
la que vi la mañana anterior en la parte delantera, con una puerta a cada
lado.

Accedimos por la que daba a su casa y me llevó hasta el salón, donde


encendió una lámpara en la mesa que había junto al mueble.

—¿Qué te apetece tomar?

—Algo que no tenga alcohol sería perfecto —contesté, asintió y lo vi abrir


una puerta de madera que mostró el interior de una nevera de la que sacó un
refresco de naranja que me entregó.

Fue hacia la zona de mueble bar y, tras servirse un vaso de whisky, le dio un
trago y volvió a mi lado.
Bebí de mi refresco mientras lo veía observándome y sentí que me recorría
un escalofrío, los ojos de Kendrick eran tan penetrantes que era como si en
ese momento pudiera ver a través de mí, como si supiera lo que pensaba en
ese instante.

Y sí, cuando mis ojos se desviaron hasta sus labios, esos que me habían
besado en dos ocasiones, mi mente pasó de pensar que no debería desear al
hombre que tenía delante, a querer volver a sentir sus carnosos labios sobre
los míos en un beso más profundo y apasionado, a poder ser.

Volví a dar un buen sorbo a mi refresco y lo vi sonreír, sin duda alguna


porque acababa de ver mi rostro enrojecido por la vergüenza.

Kendrick sostenía el vaso con una mano mientras la otra la tenía en el


bolsillo del pantalón. Cuando dio un largo trago y se acabó el whisky, fui yo
quien tragó saliva en el momento en el que nuestros ojos se encontraron de
nuevo.

Dejó el vaso en la mesa, acortó la distancia que nos separaba y tras llevar
una mano a mi cintura y la otra a la nuca, se inclinó para besarme.

Todo mi cuerpo cedió ante aquel beso que, ni podía, ni quería impedir, y la
mano que tenía libre fue hacia el cabello de Kendrick, donde enredé los
dedos comprobando que era tan suave como se veía.

Kendrick me quitó el refresco de la mano sin dejar de besarme, me alzó en


brazos y cuando grité ante la sorpresa mientras me sostenía en sus hombros,
me miró fijamente.
—Dime que pare, y lo haré —dijo con la voz enronquecida por el deseo que
sin duda le invadía en ese momento.

Y debí decirle que parara, debí pedirle que me dejara de nuevo en el suelo y
marcharme, salir de su casa e ir a mi habitación, hacer caso a lo que mi
mente me decía cada vez que tenía ocasión.

Ese mantra que me acompañaba y me aconsejaba que no deseara al hombre


que tenía delante.

Sí, debí hacerme caso, pero no lo hice, en lugar de eso fui yo quien se
inclinó y posó sus labios en los de Kendrick, quien acabó dejando escapar
lo que parecía un leve gruñido antes de comenzar a caminar en dirección a
lo que estaba segura, sería su habitación, el lugar donde aquello que no
debería pasar entre nosotros, iba a pasar pues los dos estábamos deseando
que pasara.
Capítulo 14

Cuando llegamos a la habitación me recostó sobre la cama colocándose


entre mis piernas.

No dejaba de besarme y tampoco de tocarme, sentía sus manos por debajo


de la camisa, acariciándome los costados, bajando y tocando la piel desnuda
de mis piernas.

Se deshizo de mis zapatos y los escuché caer en algún lugar del suelo.
Kendrick llevó su mano izquierda a mi nuca y se aseguró de que no me
apartaba para seguir besándome y mordisqueando mi labio, mientras con la
mano derecha comenzaba a acariciar mi pierna lentamente.

Me estremecí ante ese contacto y cuando noté que se adentraba con los
dedos bajo la tela de mi braguita, se me escapó un leve gemido.

No tardó en deslizar uno de ellos entre mis pliegues, consiguiendo que


arqueara la espalda en ese momento, mientras jugaba con el pulgar sobre mi
clítoris palpitante.
Sentí la humedad comenzando a formarse en esa zona íntima donde nadie
había estado en mucho tiempo, y cuando Kendrick me penetró sin dejar de
hacer fricción en el pequeño botón del centro de mi placer, rompí aquel
beso mientras jadeaba lujuriosa, necesitando más.

Cerré los ojos mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás, dejando la piel del
cuello completamente expuesta. Pasó la punta de su lengua por esa zona,
estremeciéndome de pies a cabeza, y tras un leve roce con los dientes dejó
un breve beso.

Volvió a buscar mis labios y se apoderó de ellos con un beso fiero y rudo,
gemí cuando me penetró con fuerza y de nuevo un leve gruñido salió de lo
más profundo de su ser.

Comencé a moverme de manera instintiva sin poder evitarlo, llevando mis


caderas en busca del placer que me proporcionaba con su manera de
tocarme.

Deslicé la mano por su espalda y enredé los dedos en su cabello.

Kendrick no se detuvo, siguió tocándome en esa zona sensible, húmeda y


excitada, hasta que sentí que me acercaba al orgasmo.

Gemí, arqueando la espalda mientras tiraba de su cabello, y Kendrick sonrió


en mis labios.

—Córrete, pequeña, no te reprimas —murmuró antes de mordisquearme el


cuello.
Jadeé, y cuando sentí que me penetraba más rápido y fuerte con dos dedos,
comencé a gritar y dejé que el orgasmo me alcanzara de lleno.

Cuando liberé el clímax al que él me había llevado, me quedé laxa y con la


respiración entrecortada mientras Kendrick me besaba el cuello.

Retiró la mano de mi zona y comenzó a desabrocharme la camisa mientras


me miraba fijamente. En el momento en el que la apartó y mis pechos
quedaron expuestos, sonrió de medio lado.

—Me encanta tu lencería —dijo inclinándose, y tras retirar la tela del


sujetador que cubría mis pechos, lamió un pezón y después el otro—.
Lástima que vaya a quitártela pronto.

Gemí cuando se llevó el pecho izquierdo a la boca, succionando y lamiendo


el pezón, mordisqueándolo y haciendo que gimiera cuando pellizcaba el
otro al mismo tiempo, tirando de él.

Seguía entre mis piernas y podía notar la dureza de su miembro sobre mi


zona íntima, y cuando este daba un leve brinco bajo su ropa, mi clítoris
palpitaba y los músculos de mi vagina se contraían, anhelando sentirlo
dentro.

Lo vi lamer por última vez mi pezón antes de comenzar a bajar dejando un


camino de breves besos por el torso y el vientre mientras subía la tela de la
falda. Noté sus dedos en la cintura, y tras hacerse con la tela de la braguita
sonrió sin apartar la mirada de la mía.
—Oh, Dios —jadeé cuando deslizó de nuevo el dedo entre mis pliegues, y
me estremecí al contacto de la yema sobre mi clítoris.

No tardó en quitarme la braguita mientas me observaba, y cuando volvió a


separar mis piernas, vi el brillo de la lujuria y el deseo en sus ojos, esos que
observaban expectantes mi sexo desnudo.

Kendrick se inclinó y una sola pasada con la punta de su lengua entre mis
pliegues fue suficiente para que gimiera envuelta en el placer que eso me
había provocado.

Junté las piernas por instinto, pero él pasó los brazos por mis muslos y
volvió a separarlas.

—Te quiero así, pequeña, expuesta ante mí —murmuró antes de lamer de


nuevo toda mi zona.

Jadeé con la espalda arqueada y Kendrick comenzó a deslizar la lengua sin


parar entre mis pliegues, lamiendo el clítoris una y otra vez, aumentando el
ritmo a cada segundo que pasaba y haciendo que todo mi cuerpo se
estremeciera.

Hasta que no pude contenerme por más tiempo y me corrí por segunda vez,
con la lengua de mi jefe entre mis pliegues.

En el momento en el que acabé, Kendrick me besó el interior del muslo


antes de retirarse.
Lo vi desnudarse y por un momento pensé que aquello era un sueño.

Ese hombre no podía ser real, nadie podía ser tan perfecto físicamente.

Sus hombros eran anchos, sus pectorales estaban muy marcados y sus
abdominales, eran del tipo que Luna describía como tableta de chocolate
pecaminosa y perfecta.

Cuando vi su miembro, erecto y grande, tragué con fuerza, temiendo que al


penetrarme pudiera hacerme daño.

Kendrick sonrió al comprobar lo que estaba mirando, y tras regresar a la


cama me quitó la falda, no tardó en deshacerse también de la camisa y el
sujetador, este último en un rápido movimiento de muñeca que me hizo
recordar que tenía casi el doble de edad que yo.

Se colocó de nuevo entre mis piernas y me besó, rodeándome por la cintura


con el brazo para mantenerme pegada a su cuerpo, su fibroso y caliente
cuerpo.

Gemí al notar el roce de su miembro palpitante en mi sexo y él gruñó de


nuevo.

Deslizó la mano despacio por mi vientre hasta llevarla entre nuestros sexos,
separó mis labios vaginales y comenzó a tocarme el clítoris hasta hacer que
me estremeciera aún más excitada de lo que ya estaba.
Me llevó tan, pero tan al límite, que cuando me penetró de una certera
embestida grité por el placer.

Permaneció quieto unos instantes y me besó, hasta que comenzó a moverse,


entrando y saliendo despacio.

Buscó mis manos y las entrelazó con las suyas, llevándolas sobre la
almohada por encima de mi cabeza.

Mis gemidos eran amortiguados por el beso profundo y fiero que


compartíamos en ese momento, mientras Kendrick no dejaba de penetrarme
una y otra vez, aumentando el ritmo poco a poco hasta que sus
penetraciones pasaron a ser fuertes y rudas, llegando a lo más hondo de mi
ser.

Y sentía que iba a llegar al orgasmo una vez más, mi cuerpo se preparaba
para ello y los músculos de mi vagina se contraían alrededor del miembro
duro y erecto de Kendrick que, al notarlo, gruñía y embestía más fuerte.

Llevé mis piernas alrededor de su cintura, apoyando los talones en sus


turgentes nalgas, y comenzó a penetrarme más y más fuerte. Abandonó mis
labios y me miró fijamente, jadeando mientras mis gritos resonaban en la
habitación apenas iluminada por la luz de la Luna que entraba por la
ventana.

Comenzó a moverse más fuerte, mis caderas iban en busca de las suyas y
ambos cuerpos se sacudían en aquella cama, testigo del placer que
sentíamos y del deseo y la lujuria que nos envolvía.
Tras varias embestidas ambos gritamos liberando el clímax, ese al que
habíamos llegado tras dejarnos llevar por lo que sentíamos y necesitábamos
en ese momento.

Kendrick se inclinó para besarme tras los últimos coletazos de nuestro


orgasmo, y lo hizo de un modo suave y tierno mientras me acariciaba la
mejilla.

—Quiero que te quedes a pasar la noche —dijo mientras me colocaba un


mechón de cabello tras la oreja, mirándome fijamente con esos ojos azules
y penetrantes de los que estaba segura no podría olvidarme nunca.

—Debería irme —murmuré.

—No lo hagas, quédate.

Me besó de nuevo y sentí que quedarse después de lo que había pasado era
lo correcto, solo que no era buena idea.

Aunque haberme acostado con mi jefe no era buena idea, para empezar,
pero ya estaba hecho.

—Si me quedo, tendré que irme temprano, nadie debería verme saliendo de
tu casa.

—No tiene por qué verte nadie —me besó antes de retirarse.
Se levantó y fue al cuarto de baño que tenía en la habitación, no tardó en
regresar con una toalla húmeda que deslizó entre mis piernas, y se me
escapó un leve gemido.

—Puede que mañana estés un poco dolorida —dijo tras meternos en la


cama, colocándose a mi espalda y rodeándome con el brazo mientras me
pegaba a su torso—. Sé que soy un poco grande.

—Más que el último novio, desde luego.

—¿Te he hecho daño, pequeña? —preguntó mientras me acariciaba el


brazo, dejando un beso en mi cuello.

—No —sonreí mirándolo por encima del hombro.

—Me alegra escuchar eso —se inclinó para besarme en los labios—. Ahora
descansa. Buenas noches.

—Buenas noches, Kendrick.

Me acomodé en la cama, entre sus fuertes brazos, contemplando el cielo


con aquellas lejanas y brillantes estrellas, y en el momento en el que fui
mucho más consciente de lo que había hecho, me di cuenta de que el mantra
que me acompañaba desde la mañana anterior ya no me valía.

Porque lo de no desear a mi jefe no había funcionado, prueba de ello era


que me dejé llevar y estaba en su cama.
Por lo que a partir de ahora tendría que pensar en cualquier otra cosa que
me mantuviera alejada de mi sexy, atractivo y pecaminoso jefe.

Solo esperaba poder conseguirlo.


Capítulo 15

Desperté apoyada en el pecho de Kendrick, y por el modo en el que se


movía y respiraba, debía seguir dormido.

Tenía el brazo alrededor de mi cintura y su mano, su fuerte y gran mano,


reposaba en mi cadera.

Me quedé allí quieta con la mano sobre su corazón mientras este latía
despacio y relajado, pensando en lo que había hecho.

Y quizás lo mejor sería marcharme en ese momento, aprovechando que aún


no se había despertado, para evitar el momento incómodo de la mañana
después del sexo.

Suspiré, y me disponía a levantarme y salir de su cama, cuando escuché su


voz aún somnolienta.

—Buenos días, pequeña —dijo bajando la mano hasta mi nalga, y me dio


un leve apretón.
—Buenos días. Me iba ya…

—¿Sin desayunar? De eso nada —me cogió por la cintura y sin esperarlo,
me colocó sobre su cuerpo, sosteniendo mi nuca para atraerme hacia él y
besarme.

Cerré los ojos disfrutando de aquel primer beso del día, y rápidamente me
quité de la cabeza el que pudiera haber alguno más, a fin de cuentas, no
éramos pareja, tan solo un par de adultos que habían tenido una noche de
sexo.

Noté su miembro erecto palpitando junto a mi clítoris y cuando gemí,


Kendrick me movió sobre él, de modo que la fricción entre ambos sexos
hizo que me estremeciera.

Siguió moviéndome despacio, y con cada nuevo roce gemía en su boca


provocando que él moviera las caderas hacia arriba.

Estaba excitada, notaba la humedad entre mis piernas que él había


provocado, y no tardó en penetrarme sin apenas esfuerzo.

Ambos nos separamos rompiendo el beso y jadeamos ante el placer de


sentirnos unidos en ese momento.

Kendrick me besó el cuello y comenzó a moverme sobre él, sosteniéndome


por las nalgas.
Acabé apoyándome con las manos en sus hombros y él, lejos de quedarse
quieto y recostado en la cama, se incorporó hasta alcanzar mis pechos, esos
que no dudó en llevarse a la boca para lamer y morder los pezones,
excitándome aún más.

Llegué al orgasmo poco después y en un movimiento rápido, nos hizo rodar


cambiando las posiciones.

Entrelazó nuestras manos sobre la almohada y me penetró una y otra vez,


sin parar ni bajar el ritmo rápido y fuerte, hasta que los dos liberamos el
clímax.

Me besó cuando terminamos y permanecimos abrazados y compartiendo


breves besos durante unos minutos, hasta que se retiró y se puso en pie,
cogiéndome en brazos, para llevarme a la ducha con él.

Aquello era algo aún más íntimo que el sexo, algo que nunca había
experimentado con mi ex, y que él me enjabonara el cuerpo y después me
lavara el pelo con un masaje, fue algo que no esperaba.

Tras ducharse él, me envolvió con una toalla para secarme y se colocó una
en las caderas para regresar a la habitación.

—Tengo que irme antes de que Luna, o mi hermano, se den cuenta de que
no he dormido en mi habitación —dije cogiendo mi ropa para vestirme.

—Primero vamos a desayunar —me abrazó desde atrás y dejó un beso en


mi hombro—. Ten, ponte esto —cogí la camiseta que me daba y me la puse.
Dado que él era más alto y corpulento que yo, su camiseta me quedaba
como uno de esos vestidos deportivos, grande y ancha por todos lados.
Kendrick sonrió al verme y se inclinó para besarme después de ponerse un
bóxer.

Entrelazó nuestras manos y así fuimos hasta la cocina, donde me alzó en


brazos para sentarme en uno de los taburetes altos de la isla, y allí me dejó
mientras preparaba el desayuno.

Hizo café, zumo recién exprimido, huevos revueltos, pan tostado,


salchichas, mantequilla y mermelada. Se me hizo la boca agua al ver aquel
desayuno.

—Veo que el tobillo ya lo tienes mejor —dijo cuando acabamos de comer,


mientras recogíamos todo.

—Sí, ni siquiera me duele. Mañana estaré lista para trabajar —sonreí.

—Sé que no voy a quitarte la idea de la cabeza, pero al menos hazme caso
en algo. Si notas molestias, te vas a tu habitación, da igual que sea antes de
la hora a la que acaba tu turno —me pidió tras rodearme por la cintura con
ambos brazos, mirándome fijamente—. ¿Lo harás?

—Vale, te haré caso —volteé los ojos.

Kendrick sonrió y se inclinó para besarme.


Regresamos a su habitación y tras vestirme, fui hacia la puerta para
marcharme, donde nos despedimos con un último beso. Iba a decirme algo,
pero escuchamos su móvil sonando en la cocina, por lo que me fui sin tan
siquiera mirar atrás.

Hice el camino hasta mi habitación esperando que nadie me viera, no quería


tener que dar explicaciones. Me cambié de ropa y puse la lavadora, incluso
limpié mi pequeño hogar mientras escuchaba música con los earpods en un
intento de no pensar en lo que había pasado con Kendrick, mi jefe.

Tan enfrascada estaba en la tarea, aislada del mundo y con la música


resonando en mis oídos, que cuando noté una mano sobre el hombro acabé
gritando por el susto. Me giré y ahí estaba Luna, con los ojos abiertos.

—Por Dios, ¿quieres matarme? —grité.

—Oye, que he llamado a tu puerta como veinte veces, y cuando he entrado


estabas ahí moviendo el culo mientras limpiabas los cristales.

—¿Por qué llevas la misma ropa de ayer? —pregunté, arqueando la ceja.

—Me he acostado con Lachlan —contestó.

—Que tú, ¿qué?

—Que me he acostado con Lachlan —sonrió—. Y ha sido… Uf —Se dejó


caer sentándose a los pies de mi cama—. Aitana, te confirmo que ese
hombre me gusta más de lo que pensaba.
—Pero, ¿cómo fue? O sea, no sé, os dejamos en el bar, hablando y eso.

—Pues fue justo ahí donde empezamos a tontear, nos acercamos mucho, y
acabamos besándonos. Me invitó a una última copa en su casa, y una cosa
llevó a la otra.

—Madre mía, ¿qué hemos hecho? —Me froté las sienes.

—¿Cómo que qué hemos hecho?

—Me he acostado con Kendrick.

—¡Lo sabía! —exclamó poniéndose en pie y dando una palmada— Sabía


que le gustabas al Capitán Escocia.

—¿Puedes dejar de llamarlo así? —Volteé los ojos.

—Anoche lo vi mirándote como si quisiera comerte, y sí que te ha comido,


sí —sonrió, ignorando mi petición—. Cuéntame, ¿qué tal?

—Teniendo en cuenta que debería no haber deseado a mi jefe, y que no solo


no he podido evitarlo, sino que me acosté con él, en lo que sin duda ha sido
el mayor error de mi vida —suspiré—, admito que estuvo bien, muy bien,
de hecho, mejor que con mi ex.

Llamaron a mi puerta y cuando di paso, Leo abrió y sonrió al vernos.


—Buenos días, chicas.

—Buenos días, hermano.

—Acabo de encontrarme con alguien en el jardín que quiere verte —dijo


haciéndose a un lado, y vi a Brodie.

—¿Qué haces tú aquí? —le pregunte, inclinándome para cogerlo en brazos.

—¿Tienes mejor el tobillo?

—Sí —sonreí, a sabiendas de lo que estaba a punto de pedirme.

—¿Me llevas a la playa? Solo un ratito.

—¿Te deja tu madre?

—Sí, me ha dado esto —me entregó un papel y vi que era una nota de Lily
en la que me decía que podía llevarlo a la playa si no tenía nada que hacer,
pues al parecer su hijo había insistido en querer ir conmigo.

—Pues nos vamos a la playa entonces —le di un beso en la mejilla y sonrió.

Luna me pidió que la esperáramos para venir con nosotros, y Leo dijo que
también nos acompañaba.

Media hora después estábamos en el coche de camino a la zona de playas


donde pasaríamos un rato con el pequeño.
North Berwick contaba con dos bahías principales, la West Bay y la East
Bay, separadas ambas por el puerto. Junto a ellas se extendían grandes
campos de golf que pudimos ver al pasar con el coche.

Decidimos ir a pasear por la West Bay, y una vez allí los cuatro nos
descalzamos para caminar por la orilla, lugar en el que el pequeño Brodie
disfrutó de lo lindo pisando el agua del mar.

—Según esto —dijo Luna con el móvil en la mano—. Aquellas pequeñas


islas que se ven al oeste son Lamb y Frida —Leo y yo miramos y sí, se
veían dos islas a lo lejos—. Esa de ahí es la isla de Craigleith —señaló una
que se veía más cerca de donde estábamos—. Y en el este, donde el fiordo
se encuentra con el Mar del Norte, podéis ver la Bass Rock.

—Cuando nos vayamos de Escocia, a ti te buscamos un trabajo de guía


turístico donde sea que nos instalemos —reí.

Brodie seguía caminando por el agua disfrutando como lo que era, un niño,
y poco después vino corriendo con una pequeña piedra blanca y negra en la
mano.

—Toma, Aitana, un recuerdo —dijo con su preciosa sonrisa.

—Muchas gracias, cariño —la cogí y me la guardé en el bolsillo.

—Ese niño es un amor —comentó Luna.


—Sí. Creo que su padre murió de cáncer —contesté—. Me dijo que se fue
al cielo cuando él tenía dos años, que estuvo muy malito y no pudieron
curarle.

—Pobre crío, no imagino nada peor que crecer sin un padre —dijo mi
hermano, mirándolo.

—Bueno, tiene a su tío, pero según me contó, trabaja mucho y no lo ha


traído nunca a la playa.

—Pues este verano lo traemos nosotros —anunció Luna—, ¿qué os parece?

—Que yo ya lo había pensado —reí, y mi hermano asintió.

Después del largo paseo le sequé los pies a Brodie con una toalla que había
traído en la mochila, y Leo lo alzó en brazos para sentarlo sobre sus
hombros y llevarlo así el camino de vuelta hasta un bar donde decidimos
quedarnos a comer, no sin antes avisar a Lily, que me agradeció que me
llevara al niño fuera del hotel.

Le noté la voz algo enronquecida, e imaginé que había llorado, pero no le


pregunté.

Estábamos llegando al bar cuando recibí un mensaje en el móvil, y mi


sorpresa fue ver que se trataba de Kendrick.

Kendrick: ¿Dónde estás? Vine a invitarte a comer y encontré la habitación


vacía.
Aitana: Pasando el día fuera con mi familia y tu sobrino. Hemos estado en
la playa y vamos a comer. Regresaremos por la tarde. Adiós.

No dije más, puse el móvil en silencio y lo guardé en la mochila. Mi


hermano me miró con la ceja arqueada, y cuando preguntó quién era le dije
que se trataba de uno de esos mensajes de ofertas de la compañía de
teléfono, a fin de cuentas, nadie de Texas iba a escribirme y con Ricky solo
hablábamos desde el teléfono del hotel.

Entramos al bar, pedimos fish and chips, salchichas y alitas de pollo para
todos, y pasamos la siguiente hora y media haciendo que Brodie disfrutara
de un día diferente fuera del hotel.
Capítulo 16

Cuando llegamos al hotel Lily estaba esperando en la puerta de nuestro


edificio, en el momento en el que Brodie bajó del coche, corrió a los brazos
de su madre.

—¿Qué tal lo has pasado, hijo?

—Muy bien, mamá. Leo me ha llevado en los hombros mucho tiempo —


contestó con una sonrisa.

—Y ahora seguro que está cansado —dijo ella, mirando a mi hermano.

—Mamá, es fuerte, como el tío Kendrick y Lachlan —rio Brodie.

—Gracias por llevarlo —Lily sonrió.

—No tienes que darlas, otro día lo volvemos a llevar —respondí.

—Vamos, cariño, hora de darse un baño y cenar —Lily le dio un beso en la


mejilla a Brodie, que no dejaba de sonreír.
—Leo, ¿me llevas a hombros?

—Brodie, por Dios —protestó su madre.

—Claro, campeón —mi hermano se acercó y no dudó en cogerlo para


sentarlo en sus hombros.

—No es necesario, Leo —le dijo Lily, visiblemente apurada.

—No es molestia —mi hermano le hizo un guiño y ella se sonrojó.

—Menos mal que tus abuelos no están, porque dirían que te consentimos
demasiado.

—¿Y vamos a cenar solos en casa?

—Sí, cariño. Y he preparado macarrones, tu plato favorito.

—¿Puede quedarse Leo?

—¿Me estás invitando a cenar macarrones, campeón? —le preguntó mi


hermano.

—Si te gustan, sí.

—¿Llevan queso?
—Mucho queso —sonrió ella.

—Me encantan los macarrones con mucho queso.

—Si queréis venir vosotras, hay macarrones de sobra —nos dijo Lily.

—No, no, gracias. Yo voy a quedarme en la cama reposando un poco el pie,


que mañana vuelvo al trabajo —respondí.

—Y yo le voy a hacer compañía, que luego se aburre —rio Luna.

Mi hermano nos miró con la ceja arqueada, nosotras disimulamos y nos


despedimos de ellos.

—Me da a mí que esos dos, acaban liados —murmuró Luna, mientras se


alejaban y veíamos a mi hermano disfrutar de la charla con el pequeño
Brodie.

—Pues eso creo yo también —reí—. Sobre todo, porque ese niño se va a
convertir en la debilidad de mi hermano. ¿Has visto cómo ha estado
pendiente de él todo el día?

—Sí —sonrió—. Algún día Leo será todo un padrazo.

Cuando los vimos entrar en la casa hicimos lo mismo, subimos hasta


nuestra planta y una vez allí nos despedimos con un abrazo quedando en
vernos al día siguiente para ir al trabajo.
Ella apenas había dormido la noche anterior y quería acostarse temprano.

Acababa de ponerme el pijama y meter una pizza al horno cuando me llegó


un mensaje.

Kendrick: Te invito a cenar.

Sonreí al leerlo, y me senté en la cama con las piernas cruzadas para


contestarle.

Aitana: Gracias, pero acabo de meter una pizza al horno.

Kendrick: ¿Y si llevo una botella de vino?

Aitana: No es buena idea que vengas, pueden verte.

Kendrick: Te recuerdo que soy el dueño de todo esto, y sé por dónde


acceder a ese edificio sin ser visto. Estaré allí en cinco minutos.

Iba a responderle, a decirle que no viniera, pero ya no estaba conectado.

Suspiré, me dejé caer en la cama y me quedé mirando el techo de mi


habitación mientras escuchaba el reloj del horno.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no lo había llamado para decirle que no
viniera?
No sabía si ya habían pasado los cinco minutos que dijo Kendrick cuando
escuché que llamaban a la puerta, miré y me puse en pie para ir a abrir.

—Hola, pequeña —se inclinó y me besó en los labios.

—No deberías estar aquí —negué, cerrando la puerta.

—No me ha visto nadie, de todos modos, ¿qué pasaría si así hubiera sido?
Somos adultos, no adolescentes.

—No quiero que piensen…

—Olvida lo que puedan pensar —dijo cortándome mientras me rodeaba por


la cintura—. Tengo cuarenta años, y sé lo que quiero —volvió a besarme
antes de ir hacia la cocina con la botella de vino que tenía en la mano.

Sacó dos vasos, los llenó y me ofreció uno, que cogí para dar un buen
sorbo.

La pizza estaba casi lista, así que pusimos la mesa y la serví cuando terminó
de hacerse.

—Así que habéis llevado a mi sobrino a la playa —dijo una vez nos
sentamos a cenar.

—Sí, la mañana que me torcí el tobillo me dijo que tú no lo llevabas nunca


porque siempre estás trabajando, así que me ofrecí a llevarlo algún día. Ha
venido hoy a buscarme con una nota de tu hermana en la que decía que
podía llevarlo a la playa —sonreí.

—Ese niño siempre consigue lo que quiere.

—Me contó que su padre había muerto.

—Cáncer —contestó—. Brodie solo tenía dos años. Mi hermana lo pasó


mal, no ha vuelto a estar con nadie desde entonces.

—Yo perdí a mi madre también por un cáncer, de mama, fue poco después
de que mi padre falleciera de un infarto.

—Lo siento.

—Hace cuatro años de eso, pero aún sigo echándolos de menos y


necesitándolos muchas veces.

—Es normal. Pero tienes a tu hermano.

—No lo tenía en ese momento —dije mirando mi plato.

—¿No vivía contigo?

—Estuvo demasiado tiempo fuera de casa —me limité a contestar, sin


entrar en el motivo que lo tuvo lejos.
Terminamos de cenar y pensé que se marcharía, pero después de recoger la
mesa, entrelazó nuestras manos y me llevó a la cama, donde comenzó a
besarme.

—Me gusta este pijama —dijo llevando la mano al cuello de la camiseta y


mirando mis pechos desnudos—. Pero más aun lo que hay debajo —susurró
con esa sonrisa de medio lado.

Se deshizo de la camiseta y comenzó a lamer y mordisquear mis pezones


mientras llevaba una de sus manos por dentro del pantalón y la braguita.
Gemí al sentir sus dedos deslizándose entre mis pliegues, tocándome el
clítoris y penetrándome despacio.

—¿Te gusta, pequeña? —preguntó poco después, cuando comencé a mover


las caderas.

—Sí —jadeé.

—¿Vas a correrte para mí?

—Sí —respondí de nuevo entre jadeos.

—Eso me gusta.

Comenzó a penetrarme más rápido y fuerte, y cuando liberé el clímax, lo


hice gritando con todas mis fuerzas.
Kendrick me quitó el pantalón y la braguita, se desnudó y separó mis
piernas para llevarme a un nuevo orgasmo con esa lengua juguetona que me
hacía gemir sin parar.

Abrió el cajón de la mesita de noche y fruncí el ceño.

—¿Qué buscas?

—Algo con lo que poder vendarte los ojos.

—¿Qué? ¿Para qué?

—Porque quiero que sientas el placer de un modo más intenso —contestó


—. Ah, esto servirá —hizo un guiño y vi que tenía en la mano dos pañuelos
que me regaló para el cuello mi hermano, cuando cumplí quince años.

—No necesitas los dos.

—Con este voy a atarte las manos a la cama.

—No, eso sí que no —me removí, tratando de levantarme, pero no pude.

—Pequeña, no va a pasarte nada —dijo inclinándose para besarme.

Llevó mis manos por encima de mi cabeza y pasando el pañuelo por ambas
muñecas y la madera del cabecero de la cama, lo anudó de modo que mis
manos quedaron inmovilizadas. Me cubrió los ojos y tras comprobar que no
veía nada de nada, noté que se levantaba de la cama.
—¿Dónde vas? No se te estará ocurriendo dejarme así, ¿verdad?

—No —rio—. Voy a por esa nata que he visto en tu nevera al guardar la
botella de vino.

—¿La nata? —Fruncí el ceño a pesar de no poder verlo.

Kendrick no contestó, y cuando regresó, escuché el sonido de la nata de


spray, y noté el frío en uno de mis pezones. Lo siguiente que sentí fue su
lengua lamiéndolo.

—Delicioso.

—Ay, Dios. ¿Para esto querías la nata?

—Ajá —me dio un beso en los labios y noté de nuevo la fría nata en el otro
pezón, ese que también lamió y lo escuché saborearla.

Noté un leve escalofrío cuando la nata tocó mi vientre, pero Kendrick no se


detuvo ahí, sino que dejó un camino de nata hasta mi clítoris, y después
comenzó a pasar la lengua por mi cuerpo, saboreando aquel dulce frío.

Yo gemía y me mordisqueaba el labio al imaginar la cara de Kendrick


mientras comía nata de mi cuerpo, no podía verlo y debía admitir que
imaginarlo, era muy excitante.
Volví a escuchar el sonido de la nata, pero no noté que me la pusiera a mí,
hasta que me levantó la barbilla con dos dedos y me pidió que abriera la
boca.

—Saca la lengua, pequeña —hice lo que me pedía, y no tardé en saborear la


nata.

Se la había puesto en el torso, y lamí de uno de sus pezones al otro, lo que


hizo que mi mente se imaginara la escena y me excitara un poco más.

—Ya te dije que se me ocurrían cosas mejores que hacer con tu boquita —
dijo acariciándome el labio inferior antes de inclinarse para besarme—. Y
me gustaría probarla en otro lugar —susurró.

Tragué al ser consciente de lo que eso significaba, pero no era buena idea.

Solo había acogido en mi boca el miembro de mi ex una vez y no le gustó,


así que no repetí y me dije a mí misma que nunca lo haría. Él dijo que no
era buena en eso, que solo servía para abrirme de piernas y quedarme quieta
mientras me follaban.

—No se me da bien —dije, notando el modo en el que mis mejillas se


sonrojaban por la vergüenza.

—¿No lo has hecho nunca? —preguntó, deslizando aún el pulgar por mis
labios.

—Una vez, pero no le gustó. Dijo que no sabía.


—¿Y te gustaría probar de nuevo?

—No te va a gustar, Kendrick.

—Deja que sea yo quien diga eso.

Abandonó mis labios y volví a escuchar la nata, sentí de nuevo el pulgar en


el labio inferior y tras separarlos, noté el sabor dulce de la nata en la lengua.

—Saboréalo, pequeña.

Había llevado un dedo al interior de mi boca, y mientras saboreaba el dulce,


Kendrick lo deslizaba despacio dentro y fuera. Me pareció escuchar un leve
gruñido por su parte y en mi mente, bajo aquel vendaje que cubría mis ojos
otorgándome la más absoluta oscuridad, me imaginé acogiendo su miembro
erecto en mi boca.

Cuando lo retiró, me pasé la lengua por los labios y en un momento de


valentía, dije lo que quería.

—Kendrick, quiero hacerlo.

—¿Estás segura? No tienes que sentirte obligada.

—No me siento así, quiero… probar.


—Bien —me besó mientras me acariciaba la mejilla—. Abre todo lo que
puedas —dijo con el pulgar en mi labio inferior.

Había pasado mucho tiempo de aquella primera y única vez, me estremecí


por los nervios temiendo no hacerlo bien, y cuando Kendrick acercó el
glande de su miembro a mis labios, deslicé la lengua.

Acabé acogiéndole poco a poco, perdiendo el miedo y la vergüenza cuando


lo escuché jadear.

Me guio con la mano sosteniendo mi cabello del modo que a él le gustaba y


acabé excitándome sabiendo que le estaba dando placer.

—Para pequeña, o esto acabará antes de tiempo —murmuró mientras se


retiraba.

Me quitó el pañuelo de los ojos y, tras acomodarme a la luz de la habitación


de nuevo, lo vi inclinándose para acariciarme la mejilla mientras me miraba
fijamente.

—¿Cómo te sientes?

—Bien. ¿Te ha gustado?

—He parado para no terminar aquí, pequeña —respondió con su media


sonrisa mientras me acariciaba el labio con el pulgar—. Ahora te voy a
hacer gritar mi nombre.
Me liberó las muñecas y, tras pedirme que me arrodillara en la cama
agarrándome al cabecero, colocó una mano sobre las mías y comenzó a
penetrarme desde atrás, rápido y con fuerza, mientras hacía fricción con los
dedos de su mano libre en mi clítoris.

Y grité, grité con cada nueva embestida con la que llegaba a lo más
profundo de mi ser, y me estremecí cuando sentí el orgasmo formándose,
cuando Kendrick fue aún más rápido y su miembro palpitaba entre los
músculos de mi vagina, alcanzando ambos el clímax al unísono.

Se dejó caer sobre mi espalda, me besó el cuello mientras me rodeaba con


el brazo por la cintura y entrelazaba su mano con la mía, y cuando
recobramos el aliento se retiró para cogerme en brazos y llevarme a la
ducha.

Después de quitarnos los restos de nata y sexo, me cargó de nuevo hasta la


cama y nos metimos juntos. Me abrazó con su pecho pegado a mi espalda,
besó mi hombro y con los ojos cerrados por el cansancio lo escuché darme
las buenas noches.

No tardé en quedarme dormida, sintiendo el cálido aliento de Kendrick en


el cuello, mientras su mano me acariciaba el vientre.
Capítulo 17

La semana había pasado apenas sin darnos cuenta.

Tras aquella noche de domingo en mi habitación, desperté el lunes con


Kendrick besándome el cuello antes de levantarse para ir a su casa y
prepararse para salir a correr.

Desde ese momento yo hacía mi trabajo cada mañana, y por las noches
venía a mi habitación o me pedía que yo fuera a la suya.

Luna seguía viéndose con Lachlan, solo que ellos no lo llevaban tan en
secreto como nosotros, a ninguno le importaba lo que pudieran o no decir
los demás, yo me cohibía más no solo por el resto de empleados, sino por la
familia de Kendrick y por mi hermano.

Y esa mañana de lunes se había pasado igual de rápida que el resto,


limpiando la planta que nos había asignado la señora Johansson a Luna y a
mí, y después de comer, echarme a descansar un poco y vestirme, estaba
esperando a mi mejor amiga junto al coche para irnos a pasar la tarde a
Edimburgo.
Miré hacia el hotel, pues me había parecido escuchar un ruido, y lo que vi
me dejó en shock.

Mi hermano mayor y Lily estaban en la parte trasera del hotel, en una zona
donde nadie los vería si mirase. Hasta ahí podría ser algo normal, si no
fuera porque Leo la sostenía a ella por la nuca mientras la besaba, y ella se
agarraba a la camisa de mi hermano con ambas manos.

Cuando se apartaron, Leo apoyó la frente en la de Lily y me pareció que


ella negaba. Estaban lejos y no podía verlos bien ni escuchar lo que decían,
pero que mi hermano levantara la barbilla de Lily y la mirara fijamente
como si le dijera algo importante, de eso no tenía duda.

—Ya estoy aquí —dijo Luna, y me giré para mirarla.

—No grites —murmuré.

—¿Qué pasa?

—Eso pasa —señalé hacia donde estaban ese par de amantes que volvían a
besarse antes de que Lily apoyara la frente en el pecho de mi hermano y él
la abrazara.

—¿Esos dos están juntos? —preguntó.

—Al parecer, sí, o como mínimo se han debido acostar una vez.
—Se veía venir —sonrió—. Bueno, ¿nos vamos?

—Sí —subimos al coche y procuré no pasar cerca de donde estaban Leo y


Lily, no quería que supieran que los habíamos visto.

Durante el camino hablamos de ello, y las dos acordamos no decir nada al


respecto si Leo no nos contaba nada a nosotras.

—Lachlan me ha pedido que lo acompañe el fin de semana fuera del hotel.


Quiere que nos alojemos en Edimburgo y salgamos por la ciudad —dijo
cuando estábamos llegando.

—¿Y qué le has dicho?

—Que me parece una buena idea —sonrió.

Aparcamos y fuimos caminando hasta una cafetería cerca de donde dejamos


el coche, pedimos un par de cafés y uno bollos de coco para acompañarlo, y
Luna echó un vistazo en Internet a ver dónde podíamos ir de compras,
puesto que quería comprarse algo de ropa para su fin de semana con
Lachlan.

—Hay varias tiendas de ropa con muy buena pinta a un par de calles de
aquí —dijo mientras seguía mirando el móvil—. Tenemos que ir a echar un
vistazo. Pero antes, mi querida Aitana, vamos a visitar la Royal Mile, aquí
pone que hay artistas callejeros, tiendas de souvenirs y algunos pubs.
Seguro que otro día podemos entrar en alguno de esos a tomar una cerveza.
—Sabes que no me gusta coger el coche después de beber, y tenemos una
hora de camino desde aquí al hotel.

—Pues le pedimos a Leo que venga con nosotras y listo, conduce él.
Aunque bueno, si tiene un lío con Lily… no creo que salga con nosotras —
suspiró.

—Anda, vamos a dar un paseo por la Royal Mile, y después miramos qué
puedes comprarte.

—Oye, que tú también puedes comprarte ropa. Eso sí, te aconsejaría que no
fueran bragas caras porque Capitán Escocia te las arrancará y acabarán en el
suelo.

—Por Dios, Luna —reí.

Salimos de la cafetería y caminamos hacia la calle más conocida de


Edimburgo, situada en la Old Town, o Ciudad Vieja, que era el barrio más
célebre de la ciudad.

Y mi amiga no mintió mientras me leía ese artículo que encontró en


Internet sobre la famosa calle, pues estaba repleta de museos, pubs, tiendas
de souvenirs y artistas callejeros de todo tipo.

Algunos músicos amenizaban la calle con su música, dando un ambiente de


lo más festivo al lugar.
Entramos en algunas de las tiendas para comprar un recuerdo que llevarnos
de ese rincón de Escocia, y nos hicimos fotos en los conocidos como closes,
que eran estrechos callejones que iban desde el Castillo en el extremo oeste
de la Royal Mile, hasta el palacio de Holyrood en el extremo este.

Decidimos ir al castillo, situado en la zona más alta de una roca volcánica,


donde disfrutamos de la visita y de la historia de Edimburgo contada por el
guía que nos acompañó en todo momento.

Regresamos a la cafetería y fuimos a la zona de tiendas, donde Luna no se


privó de entrar en tantas como pudo.

Al final yo también acabé comprándome algo de ropa, un par de vaqueros,


tres camisetas, un vestido negro con topitos blancos, unas sandalias de
tacón negras y, en un impulso y queriendo sorprender a Kendrick, un
conjunto de lencería negra con lacitos blancos que pensaba ponerme con
ese vestido nuevo.

Entramos a un bar para cenar antes de irnos de vuelta al hotel, y pedimos


scottish hog roast roll, que eran unos panecillos rellenos de carne que
estaban buenísimos, y los acompañamos de unas patatas fritas y refresco.

Regresamos al coche y conduje yo de vuelta, mientras Luna miraba qué


podíamos ver esa noche en Netflix, puesto que Lachlan y Kendrick tenían
una cena esa noche con un amigo que estaba de visita en la ciudad por
negocios.

Cuando llegamos a nuestro edificio encontramos a mi hermano en la puerta,


y por su cara intuía que había pasado algo.
—Tenemos que hablar —dijo cuando bajamos del coche.

Nos ayudó con las bolsas y subimos a mi habitación, no tardó en decirnos


que había estado hablando con Ricky esa tarde.

—Vincenzo y su gente han estado haciendo preguntas —comentó—. Al


parecer nuestro casero llamó a Ricky para decirle que alguien había ido por
allí a buscarnos, pero como él no sabía dónde estábamos, no les dijo nada.

—¿Le han hecho algo? —pregunté asustada.

—No, tranquila.

—No van a parar hasta que te encuentren.

—Por eso debería volver.

—¿Estás loco? Si vuelves, hagas lo que hagas, van a matarte.

—No se te ocurra volver, Leo, aquí estamos bien —le dijo Luna—. No
saben dónde estás y no van a encontrarte.

—¿Lily sabe algo de esto? —cuando acabé de hacer la pregunta, mi


hermano me miró con el ceño fruncido, y Luna volteó los ojos.

—Menos mal que no íbamos a decir nada de ese tema hasta que él nos lo
contara —protestó mi amiga.
—No sé a qué viene esto, Aitana.

—A que os he visto esta tarde.

—Hemos —añadió Luna—, os hemos visto.

—¿Qué habéis visto, exactamente? —Leo arqueó la ceja y se cruzó de


brazos.

—La has besado, eso hemos visto.

—Joder —suspiró.

—¿Desde cuándo estás con ella? —curioseé.

—Desde el domingo de la playa con Brodie.

—Tu primera chica en ocho años y casi seis meses, eso está bien —sonrió
Luna.

—No sabe por qué estamos aquí, y no entra en mis planes contárselo.

—¿Sabe que estuviste en la cárcel?

—No, hermanita, tampoco le he contado esa parte de mi vida.


—Pues si quieres algo serio con ella, deberías contárselo. Más que nada
porque cuando acabe el verano nos iremos de aquí, a saber, dónde, y no
querrá sentirse utilizada.

—¿Lachlan y Kendrick también tienen que saberlo? —preguntó Luna—


Digo, porque cuando me vaya de aquí después del verano, tendré que
decirle que no vamos a volver a vernos.

—¿Y tú con cuál de los dos tienes algo? —interrogó Leo.

—Con Lachlan —respondió con una sonrisa.

—Entonces tú estás con Kendrick —me miró—. Lily me dijo que veía a su
hermano muy pendiente de ti, que parecía que le gustabas, pero no le di
importancia.

—Así que los tres hemos encontrado el amor en Escocia —dijo Luna—. Ay
que ver, lo que es la vida, ¿eh?

—Amor, vosotros, posiblemente lo mío solo sea sexo —contesté.

—Ya estamos —Luna suspiró.

—Por el momento que ninguno de los tres sepa nada de mi pasado, ni del
motivo que nos trajo aquí. Ricky tampoco va a decírselo a su primo.

Luna y yo, asentimos, Leo nos dio un abrazo a ambas antes de irse a su
habitación y cuando nos quedamos solas, me dejé caer en la cama.
—Conozco a mi hermano, y cualquier día es capaz de irse sin decirnos
nada.

—No lo hará, cariño. De sobra sabe que, si vuelve a Texas, no saldrá vivo
de allí. Da igual si es por un combate para que ese tío recupere el dinero que
perdió, o si uno de sus matones lo hace, Leo sabe que acabaría bajo tierra de
un modo u otro.

—No quiero perderlo, Luna, no puedo perderlo a él también.

—Lo sé, cariño, y hasta hace un momento él era consciente de que solo nos
tenías a nosotros, pero ahora que sabe que estás con Kendrick, creo que, si
decidiera marcharse, lo haría sabiendo que no te quedas sola.

—Más le vale no hacerlo, porque te juro que soy capaz de revivir a ese
idiota si lo matan, para estrangularlo con mis propias manos.

Después de aquello decidimos no ver la televisión, yo no tenía mucho


ánimo y preferí dejarlo para otro momento.

Nos despedimos con un abrazo y cuando me quedé sola me puse el pijama y


apagué la luz.

Me acerqué a la ventana y contemplé el cielo, donde un par de estrellas eran


más brillantes que el resto. Sonreí pensando en mis padres y en lo mucho
que se alegrarían de ver a mi hermano Leo, formando una familia.
Brodie no era su hijo, pero sabía que ese niño, había robado el corazón de
mi hermano mayor y que, si él y Lily se lo permitieran, le cuidaría y le
querría como si fuera su hijo.

Cerré los ojos y respiré hondo, esperando que mi hermano no hiciera una
locura y regresara a Texas después de lo que nos había costado dejar todo
atrás.

Me metí en la cama aun contemplando el oscuro cielo de la noche de North


Berwick, ese lugar donde no me importaría quedarme a vivir hasta el último
de mis días.

Ese pequeño pueblo costero con encanto de Edimburgo podría ser el lugar
donde formar una familia, y cuando el sueño me venció por completo lo vi.

Vi a Kendrick en mi vida, con una pequeña igual a mí, correteando por los
jardines del hotel detrás de su hermano mayor, un niño rubio de ojos azules
idéntico a él.

Aquello no era más que un sueño, uno que probablemente nunca podría ver
cumplido, ya no porque me marchara del pueblo para comenzar de nuevo
en otro lugar junto a mi hermano y Luna, sino porque seguramente
Kendrick no me vería como algo más allá de una aventura de verano.

Eso era lo nuestro, uno de esos amores que llegaban a su fin, al mismo
tiempo que se acababa el verano.
Capítulo 18

Era jueves, y Luna se había quedado en la habitación por un poco de fiebre,


por lo que cuando acabé mi turno, le llevé sopa de pollo que le pedí a la
cocinera que me hiciera para ella.

No me dejó quedarme para no contagiarme, así que me fui a mi habitación


y después de comerme una ensalada rápida, decidí coger el coche para ir a
Edimburgo a pasar la tarde, y así se lo hice saber a mi hermano.

Kendrick tenía reunión con el gestor, así que no quería molestarlo.

Cuando llegué a la ciudad fui directa a conocer Princes Street, la avenida


principal de la New Town, y una de las calles más bulliciosas de Edimburgo,
junto con la Royal Mile.

Disfruté de cada rincón de esa avenida, de las fachadas de sus cafeterías,


tiendas y supermercados, donde paré a comprar algo de fruta y algunas
cosas que necesitaba, también hice compra para Luna y mi hermano.
Paré en una cafetería a tomarme un café con un pedazo de tarta de manzana
que estaba buenísimo, y mientras disfrutaba de ese momento me llegó un
mensaje de Kendrick.

Kendrick: ¿Dónde estás, pequeña?

Aitana: Tomando un café en Princes Street.

Kendrick: ¿Has ido sola a la ciudad?

Aitana: Sí, tenía que hacer unas compras. En un rato estaré de vuelta, no
te preocupes. ¿Necesitas algo? Puedo llevarlo.

Kendrick: Sí, a ti toda la noche en mi cama, desnuda, gimiendo y gritando


mientras te corres.

Tragué con fuerza y noté que me sonrojaba. No respondí, no sabía qué


decirle.

Terminé de tomarme el café y fui a dejar las compras al coche para ir hasta
los jardines de esa misma calle donde respiré el aire limpio y puro de ese
hermoso y majestuoso lugar.

Volvía hacia el coche mientras leía un mensaje de Luna que me pedía si


podía llevarle unas pastillas que siempre le bajaban la fiebre, cuando noté
que alguien chocaba conmigo.
—¡Ay! —dije girándome, y vi una niña de unos cuatro años, de cabello
dorado y ojos verdes mirándome con miedo.

—Lo siento —murmuró.

—No te preocupes, preciosa —sonreí—. Yo tampoco iba mirando.

—Estaba buscando a mi mamá.

—Vaya, ¿te has perdido? —pregunté, y ella asintió mientras hacía un


puchero— No, no, no llores —la cogí en brazos—, porque vamos a
encontrarla las dos juntas. ¿Cómo te llamas?

—Mady.

—Hola, Mady, yo soy Aitana. ¿Cómo es tu mamá?

—Rubia, ojos verdes.

—¿Te pareces a ella?

—Eso dice mi papá —sonrió.

—Venga, vamos a buscar a tu mamá.

Recorrimos la zona de los jardines donde estábamos las dos, ella miraba a
las mujeres con las que nos encontrábamos, pero ninguna resultó ser su
madre.
Y cuando a lo lejos vi a una mujer algo nerviosa, buscando de un lado a
otro sin parar, supuse que era la madre de Mady.

—¿Es ella? —le pregunté a la niña, señalando a la mujer, y sonrió.

—¡Mami! —gritó, y la mujer nos miró y vino corriendo hacia nosotras.

—Mady, cariño. ¡Qué susto me has dado! —dijo cogiéndola.

—No te encontraba.

—Ni yo a ti. Muchas gracias —me miró—. Me despisté solo un segundo, y


al girarme, ya no estaba.

—Lo importante es que ya la has encontrado.

—Gracias, de verdad.

—No hay de qué. Adiós, Mady —le dije a la pequeña, dándole un leve
pellizco en la mejilla.

—Adiós, Aitana —sonrió mientras agitaba su manita.

Fui hacia la zona de comercios en busca de la farmacia, compré las pastillas


para Luna y regresé al coche para volver al recinto del hotel.
Pasé el camino cantando a coro con Adele, y cuando llegué subí directa a
dejar la compra en mi habitación y colocarla antes de ir a la habitación de
Leo.

—Toma —dije cuando abrió—. He ido a la ciudad y te he comprado


algunas cosas.

—Gracias, hermanita. ¿Cómo está Luna?

—Seguía con fiebre, me ha pedido esas pastillas que suelen hacer que le
baje, voy a dárselas ahora.

—Te acompaño, no he querido pasar antes por no molestarla y dejar que


durmiera.

Cuando llamé a la puerta y me dio paso, sonreí al entrar, pero la pobre tenía
una mala cara por la fiebre, que daba penita verla.

—¿Cómo estás? —pregunté tocándole la frente, y noté que aún seguía


caliente.

—Como si me hubiera pasado un camión por encima —murmuró—. Me


pesa todo el cuerpo.

—Tómate las pastillas, a ver si te baja un poco —le di un par de ellas con el
vaso de agua que tenía en la mesita, y se las tomó.

—Deberías darte una ducha fría, a ver si así ayuda a que baje —dijo Leo.
—Uf, no tengo fuerzas para levantarme.

En ese momento llamaron a la puerta y cuando mi hermano abrió, vimos a


Lachlan con el rostro preocupado.

—¿Cómo estás, nena? —le preguntó.

—No me ha bajado mucho la fiebre, pero me acabo de tomar dos pastillas


que suelen hacer que me baje.

—Estás muy caliente —comentó.

—Pues no es de verte, que ya sabes que tú me enciendes rápido.

—Vale, hasta aquí puedo escuchar yo —miré a mi hermano y tenía ambas


manos levantadas—. Me voy, buenas noches a todos.

—Yo también me voy, que por lo que veo, te quedas en buenas manos —
sonreí mirando a Lachlan.

—Te voy a llevar a la ducha, ¿vale?

—¿Y me vas a enjabonar tú? —preguntó Luna.

—Sí, pero no pienses en nada más, porque después de la ducha, vamos a


dormir.
—Odio tener fiebre —protestó.

—Procura descansar, Luna —le di un beso en la mejilla y volví a mi


habitación, donde encontré a Kendrick sentado en mi cama—. ¿Qué haces
aquí?

—Asegurarme de que vienes a cenar a mi casa —contestó, cogiéndome la


mano y atrayéndome hacia él para, una vez me retuvo entre sus piernas,
besarme con esas mismas ganas que yo sentía.

—Nos pueden ver juntos.

—No van a vernos, tranquila —me dio un último beso y tras levantarse,
entrelazó nuestras manos y me llevó hacia la puerta—. ¿Quieres coger ropa
para mañana?

—¿No vas a dejarme venir a dormir aquí?

—No tenía pensado, no —sonrió de medio lado.

—No puedo contigo, de verdad que no puedo contigo —volteé los ojos y
acabé cogiendo un pijama y ropa interior limpia para llevar en una mochila.

Salimos de la habitación y me llevó por las escaleras de servicio hasta la


parte trasera del edificio, con razón decía que nadie lo vería entrar, si esas
escaleras no se usaban a no ser que el ascensor estuviera estropeado.
Caminamos hasta su casa y entramos por el garaje. En el momento en el
que lo hicimos, me llegó el olor de la comida y se me hizo la boca agua.

—He pedido carne con salsa a la pimienta —dijo cuando dejó mi mochila
en el sofá del salón.

—Huele muy bien —sonreí.

Fuimos a la cocina, le ayudé a servir todo y cenamos en el salón con música


de fondo. Era una melodía tranquila que me parecía de lo más romántica.

—He hablado con mi primo Ricky esta tarde —dijo cuando terminamos de
comer—. Sigue sin contarme nada, y lo único que siempre me deja claro es
que sois buenas personas.

—Es cierto, de eso puedes estar seguro.

—¿Huyes de algún ex?

—No, mi ex hace mucho que me dejó.

—Pero huyes de alguien.

—No, no huyo de nadie.

Me levanté y comencé a recoger la mesa, él me siguió hasta la cocina y una


vez allí, me rodeó por la cintura desde atrás.
—Aitana, aunque no lo creas, eres alguien que me importa, y mucho. Sea lo
que sea que os trajo aquí, no me importa siempre que me asegures que tú
estás bien.

—Estoy bien, de verdad, Kendrick.

Me sostuvo la barbilla con dos dedos haciendo que lo mirara, y se inclinó


para besarme.

Aquel beso fue solo el principio, el detonante para que todo desapareciera a
nuestro alrededor y diéramos rienda suelta a la pasión que solía envolvernos
cuando estábamos juntos.

Allí mismo, en la cocina, me desnudó con prisas y me recostó en la isla,


donde no dudó en coger un bote de nata que tenía en la nevera y cubrirme
con ella, añadiendo sirope de chocolate.

—Ahora voy a disfrutar de mi postre —dijo mirándome con los ojos


oscurecidos por el deseo.

Comenzó a lamer primero un pezón y después el otro, saboreando cada


porción de nata y sirope que se llevaba a la boca, y fue bajando por el
vientre hasta alcanzar el punto donde más tiempo se detuvo, mi clítoris.

Me llevó al orgasmo con la lengua y sus ágiles y juguetones dedos, y


cuando liberé el clímax, no dudó en bajarme, hacer que me inclinara sobre
la isla con las piernas separadas y las caderas elevadas, y me penetro con
fuerza desde atrás.
Se aferraba a mis caderas mientras entraba y salía una y otra vez, sin parar,
sin bajar el ritmo de aquellas embestidas fuertes y certeras que me llenaban
por completo, alcanzando desde esa posición la parte más profunda de mi
ser.

Mis gemidos resonaban en la cocina mezclándose con sus jadeos, le miré


por encima por el hombro y se inclinó para besarme, aprovechando el
momento para coger mi cabello con una mano y enrollarlo en ella.

Cuando apartó sus labios de los míos tiró levemente de mi cabello mientras
me penetraba una, y otra, y otra vez, hasta hacer que el orgasmo me
golpeara de nuevo y con más fuerza.

Nos corrimos juntos, gritando y jadeando presos del placer y envueltos por
el clímax que estábamos liberando.

Se dejó caer sobre mi espalda y podía notar en ella los fuertes y rápidos
latidos de su corazón, ese que, al igual que el mío, parecía querer salirse del
pecho.

En el momento en el que se retiró, me cargó en brazos y sin dejar de


besarme me llevó así a su habitación, entró en el cuarto de baño y abrió el
grifo de la ducha, donde nos metimos para compartir, una vez más, ese
momento de intimidad que nos ofrecía aquel pequeño rincón.

Nos enjabonamos el uno al otro entre besos y caricias, nos secamos con una
única toalla sin poder dejar de besarnos, y me llevó en brazos a su cama,
donde nos metimos abrazados, y en el momento en el que me dio las buenas
noches y ese beso que solía dejarme en el hombro antes de abrazarme con
fuerza, supe que estaba perdida.

No solo había fracasado en eso de no tener que desear a mi jefe, sino que, el
no enamorarme de él, tampoco había salido bien.

Me había enamorado por completo de Kendrick McCallahan, mi jefe, sin


poder evitarlo.
Capítulo 19

Sábado, y despertaba en mi cama con Kendrick acariciándome la espalda.

Me quedé con los ojos cerrados disfrutando un poco más de ese momento,
pensando en cómo sería poder despertar así cada mañana. Pero teniendo en
cuenta que estábamos ya a primeros de julio, y que los días pasaban rápido,
el verano llegaría pronto a su fin.

Suspiré y Kendrick me dio un beso en el hombro.

—Buenos días, pequeña —murmuró rodeándome por la cintura y


haciéndome girar para que quedara frente a él.

—Buenos días —sonreí.

No había noche que no durmiéramos juntos, ya fuera en mi habitación o en


su casa, ni día que no me enviara algún mensaje mientras estaba trabajando.
Muchos de ellos eran para decirme que me había visto por las cámaras y
que estaba muy sexy moviendo las caderas al ritmo de la música.
En esos momentos me sacaba los colores y me hacía sonreír.

—He pensado que podíamos ir a pasar el día a Edimburgo —dijo mientras


me colocaba un mechón de pelo tras la oreja.

—Suena bien —respondí, y se inclinó para besarme.

—Desayunamos, voy a cambiarme de ropa y volveré a buscarte.

—Perfecto —sonreí.

Salió de la cama y preparó café y tostadas para nuestro desayuno. Si había


algo que me gustaba de él era que se amoldaba a lo que tenía en la nevera
de mi habitación, no necesitaba mucho más para tomar cuando se levantaba,
distinto era cuando dormíamos en su casa, que servía un desayuno al estilo
escocés de lo más abundante.

Tal como dijo se fue después de desayunar conmigo, así que me di una
ducha rápida, me sequé el pelo, lo recogí en una coleta alta y escogí unos
vaqueros cortos con una camiseta de manga corta en color celeste con las
deportivas blancas, cuanto más cómoda para caminar por Edimburgo y
hacer turismo, mucho mejor.

Cogí la mochila que usaba para esas ocasiones y en cuanto me llegó un


mensaje suyo diciendo que estaba en la parte trasera del edificio, bajé.

Tanto Luna, como mi hermano, sabían que tenía algo con Kendrick, al igual
que Lachlan, pero su hermana y sus padres aún no sabían nada, lo mismo
que el resto de empleados, por lo que seguíamos siendo un par de amantes
furtivos que se veían casi a escondidas.

—Estás preciosa —dijo al verme subir.

—Tú también vas muy veraniego —sonreí.

Llevaba unas bermudas azul marino, un polo blanco y las deportivas del
mismo color. Estaba guapísimo tan de sport, y es que estaba muy
acostumbrada a verlo en traje o con vaqueros y camisa.

Fuimos hasta la salida del recinto del hotel y durante el camino hasta
Edimburgo, no me soltó la mano en ningún momento.

Cuando llegamos dejó el coche en una zona de aparcamiento privado, pasó


el brazo por mis hombros y así salimos a la calle como cualquier otra pareja
que pasaba por allí.

—¿Dónde vas a llevarme?

—A conocer algunos sitios que seguro te van a gustar —contestó, dejando


un beso en mi sien.

Y caminamos hasta Victoria Street, un lugar donde las fachadas de colores


formaban una de las imágenes más espectaculares, llamativas y
emblemáticas de la Old Town de Edimburgo.
Kendrick me hizo varias fotos a pesar de que yo me opuse, pero nada, decía
que estaba perfecta para inmortalizarse ese día en bonitas y llamativas fotos.
La verdad es que debía admitir que todas las que me hizo, eran preciosas.

Bajamos por la calle deteniéndonos en las tiendas, muchas de ellas de


temática de la famosa saga de Harry Potter, y es que se decía que la autora
se inspiró en esta calle para crear uno de los callejones más famosos de sus
libros.

Al pasar por delante de una pastelería no pude resistirme a comprar un


pastel de nata y trufa que vi, y que estaba buenísimo.

—Creo que tenemos una especie de adicción a la nata —dijo Kendrick, con
una sonrisa de medio lado.

—Yo venía con ella de Texas, no te preocupes —reí.

—Hay algo que quería preguntarte.

—Miedo me das.

—¿Alguna vez has tenido sexo con juguetes?

—Eh… no —me sonrojé.

—¿Y te gustaría probar?


—Depende. A ver, he leído algunas novelas eróticas, si en los juguetes
entran cosas como látigos, fustas y cosas puntiagudas que den dolor, no
cuentes conmigo.

—Geles, plumas, vibradores, Satisfayer, vendas en los ojos que ya las has
probado. Solo eso, tampoco quiero asustarte —sonrió.

—¿Pero a ti te va eso de los látigos?

—Nunca lo he probado, pero no lo descarto.

—Pues eso será con otra, cuando acabe el verano —me encogí de hombros.

—¿Y por qué debería acabar el verano?

—Hombre, a ver si ahora me vas a decir que tienes mano con el responsable
de las estaciones, y vamos a tener un verano eterno en North Berwick —
volteé los ojos.

—Me refería, a por qué tenemos que aceptar que esto —nos señaló a ambos
—, va a acabar.

—Porque cuando llegue septiembre, se acabó el contrato de trabajo de


verano en tu hotel y los tres nos marcharemos.

No dijo nada más, se quedó en silencio y continuamos caminando hasta


llegar a Grassmarket, una zona de paseo de la ciudad llena de pubs y
restaurantes que, según me contó Kendrick, en otra época fue un mercado
de ganado y de artesanos.

Llegamos hasta Cockburn Street, otra de las calles de la ciudad llena de


tiendas, cafeterías y restaurantes, y allí paramos a comer en uno de ellos con
decoración de lo más típica, paisajes escoceses de prados y montañas
verdes, así como viejas fotos de castillos en blanco y negro que le daban un
aire vintage de lo más agradable.

Había probado muchos de los platos típicos que los cocineros del hotel
preparaban, pues Kendrick los pedía para llevar a su casa y cenar, pero
algunos aún no los había comido y dejé que él escogiera por los dos.

Pidió scotch broth, que resultó ser un delicioso guiso a base de carne de
cordero con cebada, col y puerros. Según dijo era un plato muy típico para
tomar en invierno, pero a él le gustaba en cualquier época.

De segundo tomamos un rico steak pie, un pastel de carne compuesto por


un flete guisado en salsa gravy, y cubierto con hojaldre, servido con patatas
y guisantes, que estaba buenísimo.

Y como no podía faltarnos algo dulce para acompañar el café, pedimos tarta
de manzana que acompañaron con helado de nata.

—Creo que he cogido un par de kilos con esa comida —dije al salir,
mientras Kendrick me pasaba el brazo por la cintura.

—Pues yo no sé dónde los has metido —rio mientras me daba un apretón en


la nalga.
Fuimos paseando hasta Calton Hill, una pequeña colina en el extremo oeste
de Princes Street desde donde hicimos unas fotos preciosas, puesto que las
vistas de la ciudad, con el monumento a Dugald Stewart en primer plano, la
torre del hotel Balmoral detrás, la Old Town y el castillo en el horizonte,
eran dignas de postal.

Seguimos conociendo la zona bordeando la colina, llegando a un montón de


senderos donde se respiraba una tranquilidad y una paz, que daban ganas de
quedarse allí para siempre. Por no hablar de las maravillosas vistas de
Edimburgo, desde todos los ángulos que nos ofrecía aquel lugar.

—Hay otro lugar que te gustará —dijo mientas bajábamos—, por eso de la
paz y la tranquilidad —sonrió.

—Pues llévame.

Y lo hizo. Kendrick me llevó a conocer la colina Blackford Hill, un lugar al


sur de Edimburgo donde disfruté de la tranquilidad que emanaba cada
rincón, y pude hacer unas fotos preciosas de las vistas del castillo y de
Arthur’s Seat, el mirador al que nos dirigimos después.

No era de extrañar que Kendrick dijera que Arthur’s Seat estaba


considerado el mejor mirador de Edimburgo, puesto que desde aquella
colina la vista panorámica de la ciudad era, simplemente, increíble.

La inmortalicé desde varios ángulos, me hice algunas fotos para el


recuerdo, y hasta el propio Kendrick se puso a mi lado varias veces para
salir conmigo en ellas.
Regresamos al final de la tarde a una de las zonas de tiendas y entramos en
un sex shop donde no pude evitar ponerme roja como un tomate.

Kendrick me llevaba de la mano por aquellos pasillos en los que se movía


como pez en el agua, cogió un gel de efecto calor, un aceite para masajes
con aroma de frutos rojos, un pequeño huevo vibrador, un Satisfayer y un
antifaz para los ojos en color negro, así como la pluma.

Me hizo un guiño cuando íbamos hacia la caja con todas esas cosas en una
cesta, y después de pagar y que la chica, con una amplia sonrisa lo metiera
en una bolsa negra sin nombre dando así cierta privacidad y discreción a los
compradores, nos dijo que esperaba que disfrutáramos de nuestra noche de
juegos.

Yo quería morirme de vergüenza. Kendrick me besó la mejilla al salir,


entrelazando nuestras manos, y fuimos a cenar a un bar antes de volver a su
casa, cosa que me ponía nerviosa al saber que todo eso que contenía la
bolsa, lo acabaríamos usando.
Capítulo 20

Cuando bajamos del coche en el garaje de su casa, Kendrick me cogió de la


mano y entramos.

—¿Quieres tomar una copa? —preguntó.

—Sí, por favor. Un whisky a ser posible.

—¿Whisky? —Arqueó la ceja.

—Eso es lo suficientemente fuerte como para que se me quiten los nervios.

—No tienes que estar nerviosa, pequeña, solo tienes que disfrutar de lo que
te hago y lo que sientes en cada momento —susurró, pegado a mi espalda, y
me dio un beso en el cuello.

Entramos en el salón, dejó la bolsa en la mesa y sirvió dos vasos de whisky,


el mío con mucha menos cantidad, y me lo tomé de un solo trago.

—Dios, cómo quema —dije en apenas un susurro.


—Es un whisky de quince años que hay que saborear, no beberse de una
sola vez —sonrió.

—Voy por agua —salí para ir a la cocina y escuché las carcajadas de


Kendrick a mi espalda.

Después de beberme un vaso de agua y quitar esa quemazón por el whisky


en la garganta, regresé al salón donde Kendrick me recibió con una sonrisa
y un beso en los labios.

—¿Mejor? —preguntó, acariciándome la mejilla.

—No te creas. ¿Cómo podéis beber eso sin hielo ni nada?

—Es la costumbre —se encogió de hombros antes de acabarse el whisky de


un trago.

Cogió la bolsa, entrelazó nuestras manos y me llevó a la habitación. Los


nervios no se me iban, y cuando Kendrick me notó temblar, acabó
rodeándome con el brazo por la cintura para tratar de calmarme.

Dejó la bolsa sobre la cama, comenzó a besarme y a acariciarme las mejillas


con los pulgares, lo rodeé con ambos brazos por los hombros y el simple
hecho de sentir su cuerpo junto al mío y el calor que emanaba de él, era lo
que consiguió calmarme un poco.
Fue desnudándome poco a poco, entre besos y caricias que me hacían sentir
no solo deseada, sino que estaba en el lugar correcto.

Cuando me quedé completamente desnuda, se deshizo de su propia ropa


mientras fijaba sus penetrantes ojos azules en los míos.

—Vamos a empezar con un masaje —dijo, haciendo que me recostara


bocabajo en la cama.

Sacó todo lo de la bolsa y poco después noté el aceite de frutos rojos


cayendo en mi espalda.

Kendrick comenzó a masajearla despacio, extendiendo el aceite.

—Voy a parecer una chuchería —dije, haciendo que él soltara una carcajada
—. No me hagas caso, es por los nervios.

—Pues olvídate de los nervios, ¿quieres? —me besó en la nalga.

Siguió masajeando mis piernas, relajando cada músculo tenso de mi cuerpo,


se centró unos minutos más en los tobillos y los pies, y volvió a subir para
destensarme los hombros y el cuello.

—Si sigues así voy a quedarme dormida —murmuré, y me escuché con la


voz casi somnolienta.

—Más te vale que no —rio—. Date la vuelta.


Hice lo que me pedía y dejó caer el aceite desde el torso hasta mi vientre,
comenzó a masajear esto último y fue subiendo poco a poco hacia mis
pechos, que también masajeó.

Cuando lo vi sonreír de un modo pícaro y casi perverso, supe que tenía algo
en mente, algo que no tardé en descubrir.

Lamió un pezón y lo mordisqueó, tirando de él hasta hacerme gemir de


placer al tiempo que notaba una punzada de deseo en mi zona íntima.

Fue hacia el otro pezón para hacer lo mismo, y acabó llevándose el pecho a
la boca y succionándolo.

Cogió el gel efecto calor y, tras ponerse un poco en la mano, la deslizó entre
mis piernas y comenzó a extenderlo por toda mi zona, deleitándose entre los
pliegues, cubriendo bien el clítoris y penetrándome con el dedo.

—Ay, por Dios —murmuré cuando noté calor en esa zona.

—Ya está haciendo efecto —sonrió al tiempo que se inclinaba para


besarme.

—Esto no debe ser normal.

—Es muy normal, pequeña, te lo aseguro. Ahora, solo disfruta.

Me cubrió los ojos con el antifaz y tras darme un beso suave en los labios,
noté que se movía por la cama.
No tardé en sentir la suavidad de la pluma subiendo desde mi tobillo hacia
el muslo, y como tenía las piernas ligeramente abiertas, la deslizó por mi
sexo haciendo que gimiera ante aquel placer que me producía.

Continuó acariciándome con la pluma por el vientre, despacio, subiendo


hacia uno de mis pechos donde se detuvo a dibujar círculos sobre el pezón
antes de ir hacia el otro pecho.

Mis jadeos y gemidos resonaban en el silencio de la habitación, y cuando


Kendrick lamió y mordisqueó uno de mis pezones, al mismo tiempo que me
penetraba con el dedo cubierto de un poco más de ese gel efecto calor, grité
con todas mis fuerzas al sentir que sí estaba haciendo efecto.

Protesté cuando retiró el dedo, lo que hizo que él dejara escapar una risilla,
pero no tardé en notar que me introducía el huevo vibrador en la vagina y
cuando lo activó, gemí y me estremecí mientras me agarraba con fuerza a
las sábanas.

Mientras ese pequeño vibrador me llevaba a la locura, Kendrick seguía


pasando la suave pluma por todo mi cuerpo, haciendo así que la excitación
fuera aún mayor de lo que ya estaba siendo.

Gemía y gritaba, sintiendo todo de un modo mucho más intenso al no poder


ver nada, tal como él dijo aquella primera vez que me privó de la vista en
mi habitación.

Noté la ausencia de la pluma unos instantes, solo para sentir el Satisfayer en


mi clítoris, lo que provocó que un grito aún más fuerte saliera de mí, presa
del placer enfervorecido que me estaba ocasionando tener aquellos juguetes
vibradores en mi sexo.

—Dios mío —jadeé arqueando la espalda y agarrando con tanta fuerza las
sábanas que creí que las acabaría desgarrando con las uñas.

—Quieres correrte, ¿verdad? —preguntó.

—Sí —respondí con un jadeo.

—Pues hazlo, pequeña, córrete.

Como si mi cuerpo esperara esa sencilla petición, sentí el orgasmo


liberándose y me corrí a chillidos, moviendo las caderas sin poder
detenerme mientras Kendrick seguía manteniendo el huevo vibrador y el
Satisfayer en mi zona íntima.

Cuando acabé y el tsunami de placer que me arrolló por completo dio paso
a la calma, sentí las manos de Kendrick sosteniendo mis piernas por la parte
trasera de las rodillas, se acercó a mí, y tras colocar mis piernas sobre sus
muslos, me penetró con fuerza y llegando así a lo más hondo de mi ser.

Comenzó a moverse rápido y fuerte, sin parar, sin detenerse un solo


segundo, haciendo que el gel que aún permanecía en el interior de mi
vagina nos hiciera a los dos sentir todo mucho más intensamente y con ese
efecto calor arrasando con ambos.
Entraba y salía sin parar, penetrándome con fuerza una, y otra, y otra vez,
haciendo que el sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclara con sus
jadeos y mis gemidos, esos gemidos que dieron paso a los gritos del placer
que sentía.

Kendrick no tardó en sentir que mi cuerpo se preparaba para una nueva


oleada de placer intenso y brutal mientras me atravesaba el orgasmo, fue en
ese momento cuando aumentó el ritmo y él mismo se preparó para alcanzar
el clímax al unísono conmigo.

Nos corrimos con tanta intensidad que con cada nuevo grito que salía de mi
garganta sentía que acabaría afónica.

Cuando ambos liberamos el clímax, llegando al orgasmo más intenso que


había experimentado en mi vida, se dejó caer sobre mi vientre, jadeante y
exhausto al igual que yo.

Dejó un beso justo ahí antes de retirarse, y una vez lo hizo, me quitó el
antifaz dejando que pudiera volver a ver.

Tras varios minutos en los que acomodé la vista a la tenue luz que había en
la habitación, Kendrick se inclinó para besarme con esa mezcla de dulzura y
pasión que empleaba después del sexo.

Estaba agotada, tanto que no tenía fuerzas para moverme, por lo que él fue
por una toalla con la que limpiarme un poco antes de acurrucarse a mi
espalda en la cama.

—¿A que no ha sido tan malo? —preguntó tras besarme el hombro.


—No —murmuré, somnolienta.

—¿Eso quiere decir que podemos volver a usar esos juguetes otro día?

—Sí —sonreí.

—Bien, e iremos añadiendo otros muchos a nuestras noches de juegos y


sexo. Ahora descansa, pequeña, te lo has ganado.

Tras un último beso en el cuello, me abrazó con fuerza y comencé a sentir


su cálido aliento y como cada noche, me dejé vencer por el sueño mientras
él, el hombre del que me había enamorado irremediablemente, me
acariciaba el vientre, algo que parecía relajarlo.
Capítulo 21

Era martes y Luna y yo estábamos terminando de limpiar la última suite,


mientras canturreábamos cada una con uno de sus earpods, al tiempo que
movíamos las caderas.

Hasta que la canción llegó a su fin y ella apagó la música del móvil.

—Lachlan me ha pedido que no me vaya cuando acabe el verano —dijo de


pronto seguido de un suspiro.

—Vaya, eso está bien, ¿no? Significa que va en serio contigo —sonreí.

—Pero no puedo quedarme y que vosotros os marchéis, ¿y si no vuelvo a


veros? Sois mi familia, Aitana.

—¿Y para qué están las videollamadas? —Le pasé el brazo por los hombros
— Además, si te soy sincera, no creo que Leo quiera marcharse de este
pueblo. Se ha quedado muy pillado por Lily, y ese niño es toda su vida.

—¿Crees que se lo contarán a Kendrick y sus padres?


—Mi hermano parece ir en serio, así que, imagino que sí.

En ese momento me llegó un mensaje al móvil y al ver que era de Kendrick,


sonreí.

Kendrick: Ven a mi despacho cuando acabes el turno.

No decía nada más, y eso era lo extraño pues normalmente acababa sus
mensajes con una frase de esas que me sacaban los colores, o enviándome
un beso.

—¿Qué pasa? —preguntó Luna.

—Kendrick quiere que vaya a su despacho.

—Oh, el jefe quiere jugar a las oficinas —dijo con una sonrisilla al tiempo
que elevaba ambas cejas.

—No lo creo, es un mensaje un poco escueto.

Terminamos de arreglar la suite, fuimos a dejar los carritos y entregar el


listado de cada una a la señora Johansson, y me despedí de Luna en la
entrada del hotel antes de ir a ver a Kendrick.

Cuando llegué a su despacho llamé a la puerta y esperé a que me diera paso.

—¿Querías verme? —pregunté al entrar.


—Sí. Siéntate, tenemos que hablar —dijo, y esas palabras me hicieron
estremecer.

—Ahora es cuando me dices que te has cansado de mí, que fue bonito
mientras duró y todo eso, ¿no? —dije mientras me sentaba.

—¿Qué? No, claro que no. ¿Por qué crees que es para romper lo que hay
entre nosotros, pequeña? —contestó poniéndose de pie para sentarse en la
silla que había a mi lado.

—Es lo que sigue al famoso: “tenemos que hablar” —me encogí de


hombros.

—Aitana, ya te dije una vez que tengo cuarenta años y sé lo que quiero, y
no es acabar con lo nuestro —se acercó para besarme—. Pero también te
dije que acabaría descubriendo lo que fuera que os trajo desde Texas hasta
aquí.

En ese momento el miedo me invadió, al punto que consiguió que me


quedara paralizada en la silla, mirándolo, sin poder decir una sola palabra.

—No lo he descubierto, pero sí otras cosas que os conciernen a ti y a tu


hermano. ¿Sabes que a veces hablas en sueños? —preguntó.

—No, no hablo en sueños —fruncí el ceño.


—Sí lo haces. Y han sido varias veces las que te he escuchado murmurar
que no querías que mataran a Leo. Tengo algunos conocidos que tienen
contactos en la policía, y han averiguado que tu hermano estuvo en la
cárcel.

—Eso es parte de su pasado, ya está en libertad y no pueden encerrarlo de


nuevo, no ha hecho nada malo.

—Lo que ocurrió aquella noche fue un accidente, solo te estaba


defendiendo.

—Sí, pero es algo que nos perseguirá siempre. Sus antecedentes estarán ahí
el resto de su vida.

—¿Por qué dejasteis Texas? Conozco a Ricky, sé que no es mal tipo y el bar
lo lleva bien, pero tiene algunos conocidos de dudosa reputación, y no es
vuestro caso. Tu hermano, Luna y tú, trabajasteis como camareros para
Ricky, pero admite que dejar el trabajo que teníais Luna y tú así, de la
noche a la mañana, al igual que el apartamento y venir a la otra parte del
mapa, no es muy normal.

—Cuando Leo salió de la cárcel le dijo a Ricky que necesitaba un trabajo


donde ganar dinero rápido, hacía cuatro años que habían muerto mis padres
y él quería ocuparse de mí, puesto que hasta ese momento era yo la que se
ocupaba de cuidar de él. No fui a la universidad porque ayudé a mis padres
a pagar un buen abogado, a fin de cuentas, ese hombre murió porque Leo
me estaba defendiendo.
—No puedes culparte por lo que pasó, Aitana —murmuró cogiéndome la
mano—. Sé que esos hombres querían divertirse contigo, y no en buenos
términos —lo vi apretar la mandíbula—. Leo te defendió y la cosa acabó
mal, pero mejor ellos, que tú o tu hermano.

—Lo sé —suspiré.

—¿Qué trabajo le consiguió mi primo?

—No es que fuera un trabajo. Ricky le habló de unos combates nocturnos


los viernes por la noche, fue a participar en uno, ganó, se hizo con algo de
dinero y lo cogieron para los combates de los viernes. Le dije que no era
buena idea, pero según Leo, solo sería un par de meses, en marzo lo habría
dejado.

—Pero no lo hizo —contestó, y negué.

—No, no lo hizo. Siguió peleando cada viernes por la noche hasta que ese
viernes, sábado por la mañana aquí —le aclaré—, ganó un combate que
habían amañado y él tenía que perder. El hombre reclamaba el dinero y si
no le pagaba, mi hermano acabaría muerto. Fue cuando a Ricky se le
ocurrió que dejáramos Texas, y vinimos aquí —miré mis manos, esas que
no podía dejar de mover sobre mi regazo, nerviosa—. Si nos despides hoy
mismo, lo entenderé y nos iremos mañana. Al menos tenemos algo de
dinero ahorrado los tres para aguantar un tiempo hasta que encontremos
otro empleo.

—No voy a despediros —dijo sosteniendo mi barbilla para que lo mirara—.


No os vais a ir a ningún lado, Aitana, aquí estáis a salvo, no podrán
encontraros.

—Siguen buscando a Leo. Ricky dice que no hacen más que preguntar por
los lugares donde mi hermano solía ir, pero nadie a excepción de tu primo
sabe dónde estamos, y él nunca nos delataría.

—Es un McCallahan —sonrió—, somos hombres de palabra. Ahora ve a


descansar un poco, esta tarde iremos tú y yo a Edimburgo —me acompañó
a la puerta y antes de abrir me dio un beso en los labios.

Cuando salí del despacho de Kendrick sentía un nudo en la garganta, pero a


la vez un gran alivio por haberle contado el motivo que nos llevó hasta ese
pequeño pueblecito de Escocia.

—Aitana, ¿ya has acabado el turno? —preguntó Lily cuando me encontré


con ella en la recepción del hotel.

—Sí, vengo de hablar con tu hermano. Me voy ya para la habitación.

—Te acompaño, voy a recoger a Brodie para llevarlo a la playa —dijo con
una sonrisa mientras salíamos del hotel—. Bueno, en realidad vamos a
esperar a que Leo acabe para que nos lleve él. Mi hijo adora a tu hermano,
con eso de que le sienta en sus hombros, se ve más alto que nadie y no deja
de pedirle que lo suba cuando lo ve.

—Congeniaron muy bien el día que lo llevamos nosotros a la playa.


—Oh, sí, lo sé, lo vi con mis propios ojos. Y no es el único —se sonrojó y
yo sonreí—. ¿Puedo hablar contigo en confianza?

—Claro.

—Me he enamorado de tu hermano como no pensé que me podría pasar


después de perder al padre de Brodie. Lo quería con todo mi corazón, por
eso me pilló tan de sorpresa congeniar con tu hermano de ese modo y más
aún, el enamorarme de él. Sé que solo estaréis aquí hasta que acabe el
verano, y no quería enamorarme, pero no he podido evitarlo.

—¿Sabes lo gracioso de esto, Lily? —pregunté cuando llegamos al edificio


donde estaba mi habitación.

—¿Qué?

—Que a mí me ha pasado exactamente lo mismo con Kendrick —sonreí—.


No debería haberme enamorado, pero lo he hecho, y sé que es solo algo
temporal, por eso duele, duele y mucho.

—Si de algo estoy segura, Aitana, es de que tú para mi hermano, no eres


algo temporal. Ya sabía que estabais juntos, no hay más que ver el modo en
el que os miráis cuando estáis en una misma habitación. Creo que hasta mis
padres se han dado cuenta de ello —sonrió, y yo abrí tanto los ojos que creí
que acabarían por salirse—. No te asustes, que por lo que he visto, estarían
encantados de saber que eres la novia de mi hermano.

—No soy su novia, y no creo que eso llegue a pasar.


—Eso solo el tiempo lo sabe, Aitana —se encogió de hombros y sin decir
nada más, se fue hacia su casa.

Subí a mi habitación, me preparé una ensalada para comer, me recosté en la


cama y acabé quedándome dormida viendo la televisión.
Capítulo 22

Esa noche de viernes Luna y yo habíamos decidido salir a cenar y tomar


una cerveza al pueblo, por lo que después de ponerme unos vaqueros
ajustados y un jersey fino con el hombro caído y los zapatos, estaba lista
para irme.

Llamé a su puerta y me abrió llevando unos pantalones de cuero negro y


una camiseta roja a juego con los zapatos.

—Esta noche, ligamos —dijo con una sonrisa.

—Que no te oiga Lachlan decir eso —reí.

—Era broma, cariño —me abrazó—. Desde luego que yo con mi highlander
tengo más que de sobra. ¿Qué tal tú con Capitán Escocia?

—Bien —sonreí cuando salimos del edificio para ir a coger el coche.

Escuché una risita y al mirar hacia la casa de Kendrick, lo vi con una mujer
de cabello cobrizo. Estaban muy cerca el uno del otro, se abrazaron y se
dieron un beso.

Se me escapó un leve grito de sorpresa y cuando Luna me escuchó, se


acercó a mí.

—¿Quién es esa, y qué hace tu chico con ella? —preguntó.

—No lo sé, y a la vista está que no es mi chico.

Hice por entrar de nuevo en el edificio, pero no me dejó. Luna me cogió de


la mano y me llevó hasta el coche, donde se aseguró de que me sentaba para
irnos a tener esa noche de chicas tal como teníamos planeado.

No dije nada durante el camino hasta el centro del pueblo, pero tampoco
lloré, estaba tan en shock que no me salían ni las lágrimas, a pesar de lo que
acababa de ver.

¿Quién era esa mujer que estaba con Kendrick? ¿Acaso tenía pareja y no
me lo había dicho? Y Lily, ¿por qué ella no me lo dijo tampoco, sino que
insinuó que sus padres estarían encantados de que yo fuera la novia de su
hermano?

—Deja de darle vueltas, cariño —me pidió Luna cuando paró el coche—.
Vamos a cenar y después nos tomamos unas cervezas, ¿sí?

Asentí, bajamos del coche y caminamos por el pueblo hasta el bar donde
íbamos a cenar. Pedimos fish and chips con un par de refrescos y charlamos
de los planes que tenía ella con Lachlan para el próximo fin de semana.
Iban a pasarlo en un pueblecito no muy lejos de North Berwick y estaba
deseando que llegara el siguiente viernes.

Después de la cena fuimos directas al bar donde estuvimos aquella primera


noche, con la banda tocando en directo y pedimos un par de cervezas.

Esas primeras dieron paso a las segundas, y a las terceras, y para cuando
llegó mi cuarta cerveza estaba llorando y maldiciendo a Kendrick
McCallahan, mi atractivo y sexy jefe, por usarme durante semanas para
acostarse conmigo en ausencia de la que, estaba convencida, era su novia.

—Es un idiota —dije tras dejar la cerveza en el enorme barril que hacía las
veces de mesa—. Un mentiroso. ¿Por qué no me dijo que tenía novia?

—No sabemos si es su…

—¡Sí! —grité señalando a mi mejor amiga con el dedo— Sí lo sé, que los
he visto besándose con estos ojos —me llevé los dedos a las mejillas para
señalar mis ojos.

—Aitana, estás muy borracha, deberías dejar de beber.

—No estoy borracha —negué moviendo la cabeza, y en qué hora lo hice,


porque acabé un poco mareada.

—Voy por un par de refrescos, no te muevas de aquí —me pidió.


En ese momento me llegó un mensaje y era de Kendrick.

Kendrick: ¿Cómo estás, pequeña? ¿Me echas de menos? Sé que hoy es


noche de chicas, pero me muero por verte. Deja que vaya a buscarte y
terminamos la noche en mi casa.

Aitana: ¿Ya te ha dejado solo tu novia? Pues vete a buscar a otra idiota
que quiera calentar tu cama en su ausencia, porque yo no voy a seguir
siendo un juego para ti.

Kendrick: ¿Qué novia? ¿Qué estás diciendo, Aitana? ¿Has bebido?

Aitana: Tres, no, en realidad han sido cuatro cervezas, pero no estoy
borracha. Y no me mientas, que te he visto con ella en la puerta de tu casa
cuando salía con Luna. Eres un mentiroso, y yo también puedo encontrar
otro hombre que me satisfaga.

Kendrick: Aitana, dime ahora mismo dónde estás, voy a buscarte. Y no se


te ocurra irte con otro, ¿me oyes?

Aitana: Pues el camarero guapo del bar lleva haciéndome guiños toda la
noche. Creo que lo tengo en el bote. Voy a preguntarle.

—¿Con quién hablas? —preguntó Luna, cuando llegó con un par de


refrescos en las manos.

—Con Kendrick el mentiroso —respondí—. Quería venir a buscarme —


volteé los ojos—. ¿Te puedes creer que fingía no saber de qué novia le
estaba hablando? ¡Eres un mentiroso! —grité acercándome el móvil a los
labios.

—Vale, se acabó. Dame el móvil que yo te lo guardo.

—¡Oye! —protesté cuando me lo quitó de la mano.

Pero fue imposible recuperarlo, mi amiga estaba de pie y sabía que yo, con
cuatro cervezas en el cuerpo, no estaba en condiciones de levantarme sin
acabar cayéndome.

Resoplé resignada, cogí el refresco y le di un buen sorbo, aunque yo lo que


quería era otra cerveza.

—Voy al cuarto de baño, no se te ocurra moverte de aquí —me advirtió, y


asentí como una chica obediente.

Solo que en el momento en el que la perdí de vista, llamé al camarero que


pasaba por allí y le pedí otra cerveza.

—Ahora te la traigo, preciosa.

Sonreí cuando se fue y me quedé vigilándolo, comprobando que iba a la


barra, pedía una cerveza y me la traía.

—Muchas gracias, guapo —dije sonriente y batiendo las pestañas,


ocasionando que él sonriera de medio lado.
Levanté mi cerveza y antes de dar un trago, pensé que ese sería a la salud
del mentiroso de Kendrick McCallahan, el hombre que había tenido la
desgracia de conocer y que me había engañado como a una idiota.

¿Cómo pude pensar que un hombre como él, estaría con una chica como yo,
que no era más que una niña a su lado?

Me sentía tan mal…

—¿Se puede saber de dónde has sacado esa cerveza? —gritó Luna a mi
lado— Por Dios, Aitana, deja ya de beber —me la quitó.

—Oye, que no eres mi madre —protesté.

—Si tu madre estuviera viva y viéndote en este momento, no te reconocería


—dijo con un suspiro.

Dejó la jarra de cerveza en el barril y se quedó mirándome con esos ojos


inquisidores que solo le había visto una vez, hacía ya más de cuatro años.

La noche que murió mi madre, me miró de ese modo, después de que me


emborrachara y llorara mientras decía que todos me habían dejado. Esa
noche maldije al maldito cáncer y al universo por empeñarse en quitarme a
las personas más importantes de mi vida.

Cogí el refresco que aún me quedaba y tras enseñarle el vaso a Luna, le di


un buen sorbo.
Miré hacia la puerta, como si algo me llamara desde allí, pero no era algo,
sino alguien, a quien encontré.

—Esto es cosa tuya —le dije a Luna entrecerrando los ojos—. Tú le has
dicho dónde encontrarme.

No contestó, pero no hizo falta que lo hiciera, sabía que había sido ella
quien le había avisado, y por eso Kendrick estaba allí, con Lachlan,
acercándose a nuestra mesa.

—Aitana.

—¡Hombre, Capitán Escocia, el mentiroso! —grité— Vete de aquí, no


quiero verte —dije girándome, mientras me cruzaba de brazos.

—Vamos, pequeña, habla conmigo.

—No. Vete con tu novia del pelo cobrizo que te abrazaba como si quisiera
fundirse contigo.

—Ava, no es mi novia.

—No me importa ni su nombre, fíjate. Corre, vete con ella.

—Pequeña —me cogió por la cintura y me hizo girar hasta quedar cara a
cara con él—. Ava es solo una amiga a quien quiero que conozcas, créeme
—dijo mirándome fijamente—. No hay nadie más que tú para mí, Aitana,
nadie.
Se inclinó y cuando me besó, lo sentí tan sincero, tan real, que me relajé y
dejé que me siguiera besando.

—Vámonos —murmuró—, ya has bebido suficiente por hoy.

Asentí, me ayudó a levantarme, y tras disculparme con Luna, mi amiga me


dio un abrazo y ella y Lachlan, nos siguieron hacia la calle.

—Kendrick.

—Dime, pequeña.

—Creo que voy a… —no me dio tiempo a acabar la frase, pues empecé a
vomitar justo al lado de su coche.

Él se quedó allí conmigo, sosteniéndome el pelo hasta que acabé, y cuando


me quedé sin fuerzas y sin nada en el estómago, me metió en el coche para
volver al hotel.

De lo que pasó después de que él se subiera a su asiento no podría hablar,


puesto que noté los párpados tan pesados que acabé quedándome dormida.
Capítulo 23

Sentía un pinchazo en las sienes que me estaba matando. ¿Por qué me dolía
tanto la cabeza?

De manera instintiva me llevé las manos a las sienes para masajearlas, pero
hasta los brazos los tenía pesados en ese momento.

—Dios mío —murmuré mientras me giraba, pues la luz del sol que entraba
por la ventana me molestaba incluso con los ojos cerrados—. Me quiero
morir.

—Cinco cervezas tienen la culpa —abrí los ojos de golpe al escuchar la voz
de Kendrick, y ahí estaba él, recostado en la cama con el codo apoyado en
el ella y la mano en la cabeza.

—No grites.

—No estoy gritando —sonrió—. Es producto de la resaca.

—Madre mía, ¿en serio me bebí anoche cinco cervezas?


—Sí, eso me dijo Luna.

—¿Me trajo ella?

—No, pequeña, fui yo mismo a buscarte después de que me dijeras que me


olvidara de ti y me quedara con mi novia.

—Es verdad, la del pelo cobrizo. ¿Está aquí?

—¿Es que no recuerdas que te dije que Ava no es mi novia? Es solo una
amiga. Tú eres la única mujer que quiero en mi vida —se acercó y me dio
un breve y suave beso en los labios—. Vamos, date una ducha que voy a
prepararte un café.

—¿Qué hora es?

—Casi la una, y hemos quedado para comer —contestó levantándose de la


cama, y fue cuando me di cuenta de que estaba vestido.

—¿Por qué me has dejado dormir tanto?

—Lo necesitabas.

Salió de la habitación y cuando me levanté para ir a ducharme, vi que había


ropa mía en el sillón que tenía junto a la ventana. Seguro que eso era cosa
de Luna, puesto que yo había salido con otra ropa la noche anterior.
En menos de quince minutos estaba duchada y vestida y fui a la cocina,
donde me recibió el olor del café recién hecho.

Kendrick me dio una taza y dos pastillas para el dolor de cabeza y cuando
me lo tomé, me rodeó por la cintura para mirarme a los ojos.

—Ava es amiga mía de y Lachlan desde que íbamos al colegio —dijo—. Se


marchó a París hace años, vive allí y es una de las mejores periodistas
deportivas del mundo. Y no soy su tipo —sonrió—. Le gustan más las
morenas.

Abrí los ojos ante aquellas palabras y acabé apoyando la frente en el pecho
de Kendrick, muerta de vergüenza.

—Lo siento, debería…

—Sí —me cortó—, deberías haber hablado conmigo primero, pero no lo


hiciste. Vamos, Ava nos espera en el restaurante del hotel para comer.

—¿En el restaurante del hotel? —Lo miré de nuevo, con los ojos muy
abiertos.

—Sí, Lachlan y Luna también están allí. Quiere conocer a las dos mujeres
capaces de habernos hecho caer rendidos a vuestros pies. A ella siempre le
dijimos que seríamos los eternos solteros —rio.

—Bueno, seguís solteros.


—Tenemos pareja, eso cuenta.

Me dio un beso en la frente y salimos de su casa cogidos de la mano para ir


al restaurante, yo intenté que me soltara, pero no lo hizo, lo que me dejaba
más que claro que a él no le importaba lo que pudieran decir al vernos.

Cuando entramos en el hotel los empleados con los que nos cruzábamos
sonreían saludándonos, como si vernos cogidos de la mano fuera lo más
normal.

Llegamos al restaurante y vi a Luna y Lachlan sentados en una de las mesas


frente a la mujer de pelo cobrizo que estaba de espaldas a la puerta.

—Aitana, ¿cómo estás, cariño? —me preguntó Luna, cuando nos acercamos
a la mesa.

—Me duele la cabeza.

—Normal, te dije que dejaras de beber y tú, nada, ni caso me hacías —


volteó los ojos.

—Así que ella es la famosa Aitana —miré a la amiga de Kendrick, que


sonreía, y se acercó para darme dos besos—. Soy Ava, encantada. Chicos,
no me extraña que estéis locos por ellas, vaya dos bellezas habéis
encontrado.

Me sonrojé, nos sentamos y Ava, que tenía unos preciosos ojos verdes,
parecía mucho más joven de lo que era, pues era de la misma edad que
Lachlan y Kendrick.

Cuando me preguntó por qué había bebido tanto la noche anterior, me sentí
una idiota mientras le contaba lo ocurrido, ella se echó a reír y me cogió la
mano por encima de la mesa dándome un apretón de lo más maternal.

—Deja que te diga algo, preciosa. Conozco a estos dos desde que tenían la
cara llena de acné —Luna y yo sonreímos— y siempre me decían que
serían solteros de por vida. Desde luego como adivinos no tienen precio —
volteó los ojos—. Pero ahora me dan la razón cuando les dije que algún día
llegaría una mujer capaz de mover todo su mundo, y que querrían ponerlo a
sus pies. Si no lo crees a él, créeme a mí. Está enamorado de ti hasta la
médula.

Miró a Kendrick y cuando yo lo miré, vi que estaba sonriendo. Tenía su


mano entrelazada con la mía y se la llevó a los labios para besarla.

—Yo tengo una pregunta —dijo Lachlan—. ¿Por qué lo llamaste anoche
Capitán Escocia, cuando lo viste?

—Ay, Dios mío —me llevé ambas manos a la cabeza—. ¿En serio dije eso?

—Sí —rio Kendrick.

—La culpa es suya —señalé a Luna—. Cuando os conoció dijo que tú te


pareces al actor que interpreta al Capitán América, y te llamó Capitán
Escocia. En mi momento de borrachera poco lúcida, metí la pata al llamarte
así —resoplé.
—Oye, pues ahora que lo dice… —Ava entrecerró los ojos al tiempo que se
llevaba el dedo a la barbilla, dándose algunos golpecitos— Sí que te
pareces, sí.

—Pequeña, solo dime que no me has imaginado con unas mallas azules
ajustadas —me pidió.

—Luna me dijo que lo hiciera.

—Te verías muy sexy, Kendrick —le dijo Ava—. Quién sabe, igual te
cogen como doble de acción del Capitán América.

—Con lo incómodas que deben ser esas mallas ajustadas —comentó


Lachlan.

—Pues a ti te sentarían muy bien, que tienes un culito así, respingón, de lo


más pellizcable —contestó Luna.

—Olvida lo que estás viendo en tu mente, no voy a ponerme unas mallas.

—¿Y la faldita escocesa? —Mi amiga arqueó la ceja.

—Eso es trampa, usas las mallas para que acceda a ponerme un kilt, que es
como se llama esa prenda, no, faldita escocesa —Lachlan volteó los ojos.

—Al final vamos a tener que hacer alguna apuesta para que la pierdas, y te
pongas la faldita escocesa para mí —dijo ella.
—Oh, por Dios —Lachlan se pasó la mano por la frente, Luna nos hizo un
guiño a los demás a tiempo que sonreía, y lo siguiente que hizo el
highlander de mi mejor amiga, fue llamar a la camarera para que nos tomara
nota de lo que queríamos comer.

Decir que en el tiempo que pasamos allí los cinco se me olvidó que todos
los empleados podían vernos a Kendrick y a mí en actitud cariñosa, era
mentir, porque los nervios no me abandonaban.

Lo que sí debía admitir era que Ava era una mujer encantadora, simpática y
de lo más divertida, que dijo que para su próxima visita al pueblo quería
que tanto Luna, como yo, estuviéramos aún allí.

Aquello iba a ser difícil, pero no imposible, porque si algo me había


quedado claro cuando nos despedimos de ella, era que Kendrick y Lachlan
estaban tan enamorados de nosotras, que lucharían con todas sus fuerzas
para que no nos marcháramos al acabar el verano.

En el fondo yo no quería irme, pero si mi hermano decidía que eso era lo


que quería hacer, y empezar de cero en otro lugar, una nueva vida lejos de
todo, yo lo seguiría porque él era mi familia, era todo lo que tenía.
Capítulo 24

Esa tarde de miércoles íbamos a salir Luna y yo con Lily y Brodie, quien
estaba deseando ir a la playa.

En cuanto terminé de comer me puse unos pantalones cortos y una camiseta


de tirantes con las deportivas, cogí la mochila y salí para encontrarme con
Luna, que me esperaba ya en su puerta.

—Playita, allá vamos —dijo pasándome el brazo por los hombros—. ¿Tu
hermano tiene que doblar turno al final? —preguntó.

—No, no dobla turno, solo se queda a cubrir el puesto hasta las siete que
llega otro compañero, por lo que me ha dicho.

—A ver si no es uno de esos virus que se contagian rápido, porque bastante


tengo yo con mis días de fiebre.

Cuando salimos a la calle, Brodie gritó mi nombre y lo vi correr hacia mí


con los brazos abiertos. En el momento en el que me alcanzó, no me tiró al
suelo porque Luna me sujetó por la espalda, de lo contrario habríamos
acabado los dos rodando cuesta abajo.

—Hola, cariño. ¿Listo para ir a la playa?

—Sí —sonrió.

—Hijo, de verdad, cualquier día tiras a la pobre Aitana al suelo —dijo Lily,
cuando se unió a nosotros.

—No te preocupes, mientras siempre tenga a alguien cerca que la sujete, no


hará la croqueta —rio Luna.

—¿Nos vamos ya? —preguntó Brodie.

—Sí, ya nos vamos —le di un beso en la mejilla y lo dejé en el suelo.

Nos subimos los cuatro a nuestro coche y pusimos rumbo a la playa donde
habíamos estado la otra vez.

Lily dijo que llevaba unos sándwiches y refrescos en la bolsa nevera,


además de un par de toallas.

Cuando llegamos a la playa dimos un paseo por la orilla mojándonos los


pies, sintiendo el agua entre los dedos, hasta que a Brodie le dio por correr
gritando que no le pillaba, y salí tras él.
Y no, no alcancé a ese pequeño angelito de cabello pelirrojo porque era
mucho más rápido que yo, que estaba floja de fuerzas últimamente.

Lily lo llamó, le dio un sándwich y extendimos las toallas en una zona cerca
de la orilla para sentarnos.

Acabamos las tres tomándonos un refresco mientras Brodie merendaba, y


cuando terminó, cogió el cubo y las palas que había llevado su madre, y se
fue a jugar en la orilla con la arena para hacer un castillo, el Castillo
McCallahan lo llamó.

—Leo me dijo anoche que no quiere irse cuando acabe el verano —dijo
Lily, y tanto Luna, como yo, la miramos sorprendidas.

—¿Mi hermano dijo eso?

—Sí —sonrió—. Estábamos en los jardines y me dijo que, si yo le pedía


que se quedara en North Berwick con Brodie y conmigo, se quedaría. Pero
no sé si hablaba en serio —contestó mirándome—. Sé que he sido la
primera mujer en más de ocho años, pero cuando empezamos con esto me
prometí no hacerme ilusiones. El padre de Brodie dijo que me quería, que
nos casaríamos, pero al final ese día nunca llegó. Él trabajaba mucho fuera
de Edimburgo, llegó el bebé, después le diagnosticaron el cáncer, y nunca
nos casamos. Decía que no quería que me casara con él por sentir lástima,
no me creía cuando le decía que lo quería de verdad. Y a tu hermano no
solo lo quiero, sino que me he enamorado de él. Y mi hijo, es pasión lo que
siente por Leo.
—Pues ya son dos, porque cuando estamos juntos no deja de hablar de
Brodie —le aseguré.

—Me contó por qué vinisteis aquí y cuando fue a hablar con mi hermano, él
le dijo que tú se lo habías dicho después de que él averiguara que estuvo en
la cárcel —asentí—. Sé que tiene miedo por ti, al igual que tú por él —me
cogió de la mano—. Y soy consciente de que lo mejor para vosotros sería
empezar en otro lugar, pero no me imagino mi vida y la de Brodie sin tu
hermano.

—Yo tampoco me imagino su vida sin vosotros. Si quieres que se quede,


díselo —sonreí.

Las tres miramos hacia donde Brodie construía su castillo y fue Luna quien
rompió el silencio poco después. Dijo que si nos quedábamos en North
Berwick Lachlan se iba a alegrar y Kendrick también, pues al menos su
highlander le había dicho que le gustaría que no se marchara al acabar el
verano.

Lily nos aseguró que ambos hombres estaban enamorados de nosotras y que
nunca antes los había visto así, y que si nos íbamos no iban a parar hasta
conseguir que regresáramos a su lado.

Brodie acabó su castillo y le hicimos varias fotos antes de que el agua lo


arrasara, y dimos otro paseo de regreso al coche para ir a comprar algunas
cosas que necesitábamos en la tienda del señor Grayson.

Regresamos al hotel y al bajar del coche nos encontramos allí a mi


hermano, a Lachlan y Kendrick, que nos recibieron con una sonrisa. Brodie
fue directo a los brazos de mi hermano, a quien se le caía la baba cuando
tenía a ese pequeño angelito en brazos.

—Mis padres quieren que cenemos todos con ellos en casa —dijo Kendrick.

—¿Qué? —Aquello sí que no me lo esperaba.

—Pues que no son tontos y saben que entre vosotros pasa algo, al igual que
sospechan de lo que tienen Lily y tu hermano —contestó Lachlan.

—Yo…

—No se te ocurra decir que no, pequeña —Kendrick arqueó la ceja al


tiempo que me rodeaba con el brazo por la cintura—. Es solo una cena.

—Con los suegros —rio Luna.

—Dios —resoplé.

—Aitana, me parece que no nos libramos —dijo Leo.

Y no, no me iba a librar de una cena en casa de los padres de Kendrick.

Subimos las compras a nuestras habitaciones y tras colocarlas, fuimos a la


casa donde Lily vivía con su hijo y sus padres, quienes nos recibieron
sonrientes y con los brazos abiertos.
—Espero que tengáis hambre, porque hemos pedido un poco de marisco y
carne estofada —dijo Grace.

—Eso suena fantástico para mí —contestó Luna.

—Vamos, vamos al salón —Lewis hizo un gesto con la cabeza para que lo
siguiéramos, y fue lo que hicimos.

Al entrar en el salón la mesa estaba puesta con un gusto exquisito, y la


comida olía de maravilla.

Nos sentamos y la sonrisa de los padres de Kendrick era más que evidente.

—Antes de que os preguntéis por qué os hemos invitado —comenzó a


hablar Grace—, quiero deciros que, si mi sobrino os considera familia,
nosotros también. Pero de un tiempo a esta parte hemos visto a los chicos y
a Lily un tanto diferentes, y eso, sin duda es por vosotros. Así que, mi
marido y yo queríamos daros las gracias, por devolverle a nuestra hija la
sonrisa, por hacer que Brodie encuentre el bar del hotel su escondite
favorito —sonrió, y al pequeño se le escapó una risilla—, y porque
Kendrick y Lachlan, se tomen un poco más de tiempo libre del trabajo.

—Mamá —Lily estaba emocionada, y le cogió la mano a Grace para darle


un apretón.

—Y ahora, ¿vais a contarnos por fin que sois pareja, o tenemos que seguir
fingiendo que no lo sabemos? —preguntó Lewis.
—Pues nada, ya lo digo yo —contestó Lachlan—. Kendrick está con
Aitana, Lily con Leo y yo, con Luna. Ya está, todo resuelto. ¿Alguien quiere
vino?

Nos echamos todos a reír porque Lachlan tenía un sentido del humor que
aparecía en cualquier ocasión.

Cenamos mientras nos contaban que querían hacer un viaje por Europa
antes de que acabara el año, y tanto Kendrick, como Lily, los animaron a
hacerlo.

Cuando terminamos con el postre, Brodie, estaba casi dormido por


completo, y quiso que fuera mi hermano quien lo llevara a la cama, por lo
que no dudó en ir a acostarlo.

En el momento en el que regresó, nos despedimos de Lewis y Grace y nos


marchamos.

Mi hermano llevó a Lily a su habitación, y Luna y yo nos fuimos a casa de


los chicos.

Sobraba decir que en el momento en el que entramos por la puerta,


Kendrick me cogió en brazos para llevarme a la cama, donde entre besos y
caricias me despojó de la ropa, para llevarme al clímax como solo él sabía.
Capítulo 25

Había pasado una semana desde que Lewis y Grace, finalmente


confirmaron lo que sospechaban desde hacía un tiempo, y en esos días cada
vez que nos cruzábamos, me daban un abrazo y un beso, al igual que a
Luna.

Esa tarde tenía que ir al pueblo a comprar algunas cosas y Brodie quería
acompañarme, pues decía que necesitaba unas pinturas que se le habían
acabado para poder seguir dibujando.

Y ahí estábamos los dos, aparcando el coche frente a la tienda del señor
Grayson para hacer las compras.

—¿Vendrás esta noche a cenar a casa? La abuela va a preparar pastel de


chocolate de postre —dijo cogiéndome de la mano cuando lo bajé del
coche.

—Si hay pastel de chocolate, allí estoy esta noche —le hice un guiño y se le
escapó una risita.
—Aitana, ¿es verdad que mi mamá y Leo, son novios?

—Eh…

—El otro día los vi darse un beso.

—Sí, son novios —contesté.

—Me gusta Leo, es muy bueno conmigo. Deja que me esconda en el bar y
no se lo dice a nadie.

—Es cómplice de todas tus travesuras, ¿eh?

—Sí —rio.

—Buenas tardes, señor Grayson —saludé cuando entramos.

—Buenas tardes, Aitana —contestó con su amable sonrisa de siempre.

Brodie no se separaba de mí, así que lo primero cogimos fueron sus pinturas
para que no se nos olvidaran, y después fui por todo lo que tenía apuntado
en la lista, que no era poco, ya que tenía que comprar algunas cosas también
para Luna y mi hermano.

Cuando acabamos, el señor Grayson me ayudó a meter las cajas y bolsas en


el maletero y antes de irnos le dio una piruleta a Brodie, que le dio las
gracias con su preciosa e inocente sonrisa infantil.
—¿No te la comes? —le pregunté cuando íbamos a subirnos al coche y vi
que se la guardaba en el bolsillo del pantalón.

—No, la dejo para mañana. Ahora me apetece un helado.

—Me has leído el pensamiento —sonreí haciéndole cosquillas cuando lo


senté en su sillita.

Fuimos hacia uno de los bares cerca de la playa donde servían unos helados
buenísimos, aparqué no muy lejos de la puerta y nos sentamos en una de las
mesas con vistas a la playa.

Pedimos un helado con tres bolas de diferentes sabores cada una, con
toppins y barquillos, y nos hicimos unas fotos antes de tomarlo. Se las envié
a Lily, a mi hermano y a Kendrick, y no tardaron en responder.

—¿Qué dicen? —me preguntó tras coger una buena cucharada de su helado.

—Tu madre, dice que le hemos dado envidia y que la próxima vez viene
con nosotros —dije, y él se tapó la boca riendo—. Leo, que somos un par de
golosos. Y tu tío, que como después no quieras cenar, te castiga sin postre
una semana.

—Es un mandón —dijo poniendo morritos.

—Sí que lo es, sí —reí.


Nos comimos el helado, no sin dejar de probar el del otro, y volvimos al
coche para regresar al hotel y guardar las compras antes de que fuera la hora
de cenar.

Íbamos cantando por el camino, riendo cuando alguno de los dos se


equivocaba, cuando escuché un ruido fuerte y noté que el coche se movía.

—¿Qué pasa, Aitana? —me preguntó Brodie, asustado.

—Creo que hemos pinchado una rueda —dije, y cuando bajé la ventana
mientras llevaba el coche fuera de la carretera, escuché el sonido de la goma
de la rueda que me confirmó que sí, que acabábamos de tener un pinchazo.

Comprobé que no venía nadie antes de bajarme del coche, fui hacia la parte
trasera que era donde había escuchado el ruido y comprobé que sí, que tenía
la rueda derecha pinchada.

Aquello era una faena, porque la grúa desde Edimburgo tardaría una hora en
llegar para recoger el coche y remolcarlo al taller, así que tendría que llamar
a mi hermano para que viniera con Kendrick a recogernos y que se quedara
aquí esperando la grúa.

—¿Es un pinchazo? —preguntó cuando abrí la puerta del copiloto para


buscar el móvil en mi bolso.

—Sí, cariño, la rueda trasera se ha pinchado —contesté con un suspiro.


Cogí el móvil y tuve la mala suerte de que no pude ni pulsar el botón de
llamada porque se apagó quedándose sin batería antes de que lo hiciera. Ni
siquiera me había dado cuenta de que apenas tenía cuando envié los
mensajes, así que saqué el cargador y lo conecté para al menos que cargara
un poco, lo justo para poder hacer una llamada rápida.

No estábamos muy lejos del hotel y tampoco del pueblo, justo en mitad de
la carretera que nos llevaba a ambos sitios, pero no iba a dejar el coche allí
para ir andando a ninguno de los dos. Si estuviera sola, no me habría
importado, pero llevaba a Brodie y no quería hacerlo caminar de manera
innecesaria.

Si estuviéramos más cerca de alguno de los dos sitios, pues igual sí, pero a
tanta distancia no, que iba a ser cansado para un niño tan pequeño.

Estaba sentada esperando que el móvil cogiera algo de carga cuando me


pareció escuchar el motor de un coche.

Me levanté y, al mirar hacia el camino por el que veníamos nosotros, vi que


se acercaba alguien.

—¿Podrán ayudarnos? —quiso saber Brodie, que también había visto el


coche acercándose.

—Pues con que tengan un móvil y me dejen llamar a mi hermano, me vale


—sonreí.

Brodie bajó del coche y me cogió de la mano, quedándose a mi lado


mientras veíamos cómo se acercaban hasta nosotros y paraban a unos pocos
metros.

Del coche se bajaron dos hombres, vestían de negro y llevaban gafas de sol,
podrían ser policías, pero había algo en ellos que decía: “peligro”, eso, o
que yo tenía un poco de miedo al estar tirada en esa carretera con un niño
pequeño.

—¿Todo bien, señorita? —preguntó uno de ellos, y su acento no era inglés,


y tampoco escocés.

—Brodie —murmuré.

—¿Qué pasa? —susurró.

—Cariño, cuando yo te lo diga, quiero que corras.

—¿Son hombres malos? —noté el miedo en su voz, y tragué con fuerza.

—Sí, lo son.

—¿Señorita? —repitió aquel hombre, acercándose a nosotros junto a su


compañero, con un característico acento italiano.

—Hemos tenido un pinchazo, pero ya vienen a buscarnos —mentí,


forzando una sonrisa.

—Podemos ayudarla, o llevarlos donde necesiten.


—No, gracias, de verdad, ya vienen.

—Bueno, no encontrarán a nadie cuando lleguen —dijo el otro.

—Brodie, ¡corre! —grité, le solté la mano y empezó a correr.

Uno de los hombres salió detrás de él y yo me lancé al coche en busca de


algo con lo que poder defenderme.

Pero no tuve suerte, y no porque no encontrara nada, sino porque no tardé


en notar un pañuelo sobre mi nariz y mi boca mientras escuchaba a Brodie
gritar mi nombre con todas sus fuerzas.

—Tu hermano ahora no tendrá más remedio que dejarse ver —dijo el
italiano en mi oído, y fue lo último que escuché antes de que todo a mi
alrededor se volviera negro.
Capítulo 26

No sabía qué hora, ni cuánto tiempo había pasado desde que esos dos
hombres nos cogieron a Brodie y a mí, pero a juzgar por la oscuridad del
lugar en el que estábamos, y que por la pequeña ventana se veía el cielo de
la noche, debían haber pasado horas.

El olor a humedad de aquel lugar era palpable, por no hablar del sonido de
una gota cayendo de un grifo que, tras fijar mejor la vista, vi que estaba a
mi izquierda, junto a un váter.

Me notaba el cuerpo entumecido, y eso seguro que era por el colchón en el


que estaba, si es que a esa aglomeración de bultos en mi costado se le podía
llamar colchón.

Brodie estaba acurrucado a mi lado, tranquilo aún por el efecto del


cloroformo con el que nos habían dormido esos matones, porque eso es lo
que eran, un par de matones enviados, sin duda alguna, por Vincenzo. Pero,
¿cómo habían dado con nosotros?
Escuché pasos, miré hacia la derecha que era de donde venían, y vi luz
entrando por una pequeña rendija de la parte de abajo de la puerta.

Los pasos se acercaron más y más, hasta que vi una sombra detrás de la
puerta y escuché unas llaves.

No tardé en ver la puerta abrirse y entrar a los dos matones.

—Os habéis equivocado de persona —dije mientras me incorporaba—.


Tenéis que dejar que nos vayamos.

—Eres la persona correcta —contestó uno de ellos con una sonrisa de


medio lado—. Y él, también —señaló a Brodie.

—Si le hacéis daño, os juro que…

—No vamos a haceros daño —me cortó el otro—, a no ser que tu hermano
no quiera colaborar. Y tú vas a hacer que colabore —dijo mientras me daba
un móvil—. Llámalo.

Cogí el móvil y comprobé que era el mío, lo encendí y vi que apenas tenía
batería, lo poco que se había cargado mientras lo dejé en el coche.

No tardaron en saltarme un montón de notificaciones de llamadas perdidas


de mi hermano, de Luna y de Kendrick, así como algunos mensajes.

Llamé a mi hermano y respondió al primer tono.


—Aitana, por fin. ¿Dónde estás? Nos han encontrado —dijo, y suspiré.

—Lo sé, nos tienen ellos.

—¿Qué? Me cago en la puta —gritó, y escuché que daba un golpe, supuse


que en una mesa—. Cogieron a Tamy y a Ricky, les hicieron hablar, Aitana
—no necesité preguntar cómo lo consiguieron, pues sabiendo qué clase de
gente eran Vincenzo y sus matones, podía imaginármelo—. Dime que
vosotros estáis bien.

—Sí, el pequeño aún duerme —miré a Brodie y le acaricié la mejilla.

—Voy a traeros de vuelta, ¿vale?

—Lo sé.

—Dame el teléfono —me pidió uno de los matones, y se lo entregué—.


Escúchame con atención —le dijo a mi hermano, con ese acento italiano
que bien sabía Dios que estaba empezando a odiar—. Vuelve a Texas, gana
un combate para Vincenzo, y tu deuda queda saldada. O no lo hagas, y tu
hermana y el mocoso mueren. Pero antes nos divertiremos con ella.

—No, ¡Leo, no lo hagas! —grité, y noté una bofetada en la mejilla que me


hizo gemir de dolor.

—El jefe te quiere para un combate el viernes por la noche, tú decides si


viven o mueren —ni siquiera le tembló el pulso al decirle aquello antes de
colgar.
Apagó mi móvil y lo guardó en el bolsillo de su pantalón mientras me
miraba.

—Si tu hermano sabe lo que le conviene, irá a Texas. Si no lo hace, nos lo


vamos a pasar muy bien los tres aquí juntos.

—Si me tocáis un solo pelo, juro que os sacaré los ojos y os mataré
mientras dormís —dije apretando los dientes.

—Así que eres de las que pelean —contestó el otro con una media sonrisa
—. En ese caso tendré que atarte para divertirme mucho más contigo.

—Aitana —la vocecita de Brodie hizo que me estremeciera.

Si estuviera sola ahí con esos dos matones, sin duda me estaría revelando,
pero el pequeño angelito de cabello pelirrojo dependía de mí para
mantenerse a salvo.

—¿Dónde estamos? —me preguntó cuando lo miré.

—Estáis en la antesala al Infierno, pequeño —contestó uno de ellos,


haciendo que Brodie se abrazara a mí, como si la vida le fuera en ello.

—No podéis retenernos aquí —dije.

—¿No es de tu agrado? Una pena que no dispongamos de habitaciones más


acogedoras.
Se giraron y fueron hacia la puerta, mientras les pedía que nos dejaran
marchar sin que me hicieran el menor caso.

Cuando Brodie y yo nos quedamos solos, el pequeño se sentó a mi lado y lo


abracé con todas mis fuerzas.

—Vamos a irnos pronto, cariño —le dije.

—¿Por qué estamos aquí? ¿Quiénes son esos hombres?

—Quieren algo de mi hermano, pero no tardaremos en volver a casa. ¿Me


crees?

—Sí —me abrazó aún más fuerte—. Leo no va a dejar que nos quedemos
aquí mucho tiempo, vendrá a buscarnos.

Eso mismo me quería decir yo, pero no podía. Sabía que Leo no vendría a
buscarnos, sino que iría a Texas, pelearía con, a saber, quién, y haría cuanto
estuviera en sus manos para ganar ese combate y que nos dejaran libres a
Brodie y a mí.

Solo esperaba que después de eso Vincenzo lo dejara en paz, que aquello no
fuera una trampa con la que hacerle volver para que se convirtiera en su
nuevo pupilo, en ese luchador nocturno al que obligarlo a quedarse en Texas
ganando o perdiendo combates para él con tal de hacer dinero fácil cada
semana.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que esos dos hombres se fueron
hasta que abrieron la puerta y me dieron un par de botellas de agua, al
menos no querían matarnos de deshidratación.

Teníamos una manta fina que no parecía estar demasiado asquerosa y con
eso nos arropamos cuando Brodie se acurrucó en mis brazos.

Le canté una vieja canción con la que mi madre solía dormirme cuando
tenía su edad, y cuando noté que su respiración era más pausada, lo miré
comprobando que estaba dormido.

Me quedé mirando hacia la pared que tenía en frente, rodeada de toda esa
oscuridad y del sonido de la gota de agua cayendo aún del grifo, acariciando
la espalda del niño que dormía entre mis brazos, deseando que mi hermano,
no muriera en ese combate que el italiano había organizado.

Pensé en Tamy y en Ricky, en la clase de cosas que pudieron hacerle a ella


para conseguir que él les dijera dónde estábamos. Sin duda el italiano tenía
vigilado a Ricky y sabía cuál era su punto más débil, y eso mismo habían
estado haciendo durante a saber, cuántos días, para saber que yo era
importante para Leo por ser su hermana, y el niño era su punto débil pues se
había encariñado con él como si de su propio hijo se tratara.

Cerré los ojos y pensé en mis padres, pidiéndoles que cuidaran de mi


hermano en ese maldito combate al que sabía que iba a acudir.

No, mi hermano mayor no permitiría que nos pasara nada ni a Brodie ni a


mí, eso lo tenía claro. Sabía que antes de dejar que eso ocurriera, se
ofrecería a sí mismo en bandeja de plata como sacrificio para salvarnos.
Capítulo 27

Desde que nos cogieron el miércoles por la tarde estábamos en aquel lugar,
a base de botellas de agua y pan que era todo lo que nos daban.

Como anfitriones los italianos eran pésimos, de eso no tenía duda.

Mantuve el jueves entretenido a Brodie jugando a las adivinanzas en los


ratos en los que estaba despierto, incluso me enseñó algunas de esas
canciones que tanto le gustaban y se sabía de memoria.

El viernes lo pasamos deletreando palabras de todo tipo y haciendo sumas,


cualquier cosa era buena para distraerlo.

Apenas había dormido esa noche sabiendo que Leo ya podría estar en Texas
a punto de enfrentarse a un nuevo combate, solo esperaba que fuera el
último, ese que debería haber disputado meses atrás.

Si me hubiera hecho caso, si hubiera cumplido con su palabra de que solo


disputaría peleas durante dos meses para hacerse con algo de dinero, no
estaríamos en esa situación, en este momento.
Pero tampoco habríamos viajado a Escocia para empezar de cero, como
tampoco habríamos conocido a Kendrick, Lachlan y Lily.

Ahora yo no estaría enamorada de ese hombre al que no debería haber


deseado, pero fue inevitable hacerlo, ese que me miraba como si fuera el
mayor de los tesoros.

Kendrick sabía el pasado de mi hermano, le conté por qué habíamos ido a


su hotel huyendo de un hombre que ahora tenía la vida de su sobrino en sus
manos, y solo por esto último estaba segura de que no querría volver a
verme, que nos echaría a los tres del trabajo y de su vida sin cajas
destempladas, y que me moriría de pena al perder al que, sin lugar a dudas,
era el hombre de mi vida.

Había visto el amanecer y sabía que era sábado, un nuevo sábado como otro
cualquiera en la vida de los habitantes de North Berwick, pero no en la mía.

En Texas aún era viernes por la noche y sentía los nervios agarrados a mi
estómago sabiendo que Leo estaría a punto de afrontar un nuevo combate.

Suspiré abrazando a Brodie, que seguía dormido, y cerré los ojos notando
las lágrimas cayendo por mis mejillas ante el miedo de que a Leo le
ocurriera algo.

Escuché pasos acercándose y cuando se abrió la puerta, uno de los matones


se acercó para entregarme una Tablet.
—Imágenes de Texas en directo, preciosa —dijo con esa sonrisa de medio
lado tan sádica que a veces me mostraba.

Cogí la Tablet con las manos temblorosas, miré la pantalla y reconocí a


Luna y Lachlan junto a Ricky en el ring.

Ricky tenía un brazo escayolado y aún se le veían algunos moratones en el


rostro. Si él estaba así, no quería ni pensar en cómo estaría Tamy.

El italiano salió de la habitación dejándome con la Tablet, Brodie seguía


dormido y me apoyé con la espalda en la pared para ver el combate, algo
que nunca, salvo aquella primera noche cuando Leo salió de la cárcel, había
hecho.

Según mi reloj eran las ocho de la mañana del sábado allí en North
Berwick, por lo que en Texas aún eran las dos de la madrugada del viernes.

Cuando Leo subió al ring lo hizo tranquilo, girando el cuello de un lado a


otro varias veces, destensando los hombros y moviendo las piernas con
leves saltos.

En ese momento lo único en lo que yo pensaba era que por favor saliera
vivo de allí.

No tenía sonido, pero no era necesario, vi que el combate comenzaba


cuando el encargado de presentar a ambos contrincantes salía del ring.
Leo permaneció quieto en su lugar unos instantes esperando a que el otro se
acercara.

Era un poco más alto que mi hermano, y sus brazos bastante más grandes y
fuertes. Lanzó el primer golpe, y Leo lo esquivó sin problemas.

Mi hermano metió el brazo con el puño cerrado por el costado de su


adversario y golpeó, haciendo que se doblara un poco por el golpe.

Leo se hacía con la ventaja del combate, pero no podía confiarse demasiado
puesto que solo era el principio y que, cuando menos lo esperase, el otro
podía hacer que se le diera la vuelta a la tortilla en cuestión de segundos.

Me quedé allí mirando la pantalla mientras un asalto tras otro, mi hermano


y su contrincante se lanzaban golpes, algunos que impactaron donde
querían y otros que eran esquivados con destreza.

Leo estaba lleno de golpes, sangraba por una ceja y tenía el ojo hinchado.
Habían lanzado golpes durante once asaltos y eso parecía no tener fin. Mi
hermano, apenas se mantenía en pie, al igual que el otro, que tenía la cara
también llena de golpes.

Y tras un combate en el que lloré, recé y sufrí lo indecible al ver a mi


hermano ser golpeado como si de un muñeco de trapo se tratara en más de
una ocasión, llegó el último golpe.

Leo llevó el brazo con el puño cerrado hacia atrás, lo movió rápido a pesar
de mostrarse exhausto y cansado después de doce asaltos, y golpeó dos
veces a su adversario.
El primer golpe fue con el puño derecho en la mejilla izquierda haciendo
que este girara con fuerza y sorprendido por el golpe. El segundo impactó
con el puño izquierdo en el mentón, la cabeza del hombre giró de nuevo y
acabó perdiendo el equilibrio.

Cayó al suelo con un golpe seco y el cuerpo rígido. No se movió, todos se


quedaron mirando la escena, yo apreté la Tablet con fuerza entre mis manos
con los ojos fijos en el hombre tirado en el suelo.

Durante unos segundos mi mente se fue a otra noche, más de ocho años
atrás, cuando vi a mi hermano parado de pie ante el cuerpo inerte de otro
hombre, uno que quería abusar de mí, y por el que acabó en la cárcel.

Tras contar y proclamar campeón a mi hermano, el hombre que acababa de


caer se movió ligeramente sobre la lona del ring y solté el aire aliviada.

Leo se dejó caer de rodillas apoyando ambas manos en los muslos, Ricky,
Luna y Lachlan, subieron junto a él y vi a mi mejor amiga abrazarlo.

Lloré de felicidad porque mi hermano había ganado y con eso conseguía


dejar atrás una etapa de su vida.

Un hombre con traje negro y las manos en los bolsillos se acercó a él


cuando estaba en pie, apoyándose en Lachlan y Luna para poder caminar.
Ambos se miraron, el hombre le dijo algo, después señaló hacia donde
imaginaba que estaba la cámara por la que yo había visto el combate y poco
después, con un leve asentimiento, el hombre se alejó.
La imagen se cortó en ese momento y maldije, hasta que se abrió la puerta y
vi entrar a los dos matones.

—Podéis iros —dijo uno de ellos, con las manos en los bolsillos.

Ni me lo pensé ni pregunté si aquello era una broma o una trampa. Dejé la


Tablet, desperté a Brodie y lo cogí en brazos para ir hacia la puerta.

—Ve por el pasillo de la izquierda hasta el final, encontrarás la puerta para


salir. Sigue el camino hasta la valla de madera, luego gira a la derecha y
acabarás llegando al pueblo —me indicó el otro, entregándome el móvil,
que cogí antes de salir corriendo de la habitación.

—Es una pena que no hayamos podido divertirnos contigo, preciosa —


escuché decir al primero, y se me revolvieron las tripas.

Salí de aquel lugar sin mirar atrás, respirando al fin el aire limpio de
Escocia después de casi tres días allí encerrada.

Brodie me preguntaba si de verdad volvíamos a la casa y le dije que sí.

Intenté encender mi móvil, pero debió quedarse sin batería por completo y
no pude.

Caminé hasta encontrar la valla de madera, giré a la derecha y continué


hasta ver el pueblo. No sabía cuánto tiempo había estado caminando, pero
me encontraba agotada por llevar a Brodie en brazos.
Por suerte llegué a la tienda del señor Grayson quien, al verme, gritó mi
nombre y se acercó para abrazarme.

—Teníais a todo el pueblo preocupados —dijo.

—Necesito llamar al hotel, por favor.

—Yo llamaré, tú ve dentro con el niño y comed y bebed algo, que falta os
hace —respondió mientras nos acercaba a su casa, donde la señora Grayson
nos recibió con un cálido abrazo y nos puso algo para desayunar.

Se me cayeron las lágrimas, al saber que estábamos libres, sobre todo por el
pequeño Brodie, que no merecía haber pasado por aquello.

Él me miraba con su preciosa sonrisa, me acariciaba la mejilla y me cogía


de la mano como diciendo que estaba ahí para mí.

—Aitana —cuando escuché la voz de Kendrick miré hacia la puerta y lo vi


allí, parado, con unos vaqueros, una camiseta negra y unas leves ojeras,
señal de que apenas había descansado.

—¡Tío Kendrick! —Brodie salió corriendo y él lo cogió en brazos.

—¿Cómo estás, pequeñajo?

—Bien, he cuidado de la tía Aitana estos días —contestó, y que me llamara


tía hizo que volvieran a aflorar las lágrimas.
—No esperaba menos de ti, colega —le dijo Kendrick.

Me levanté, fui hacia él y murmuré un, lo siento entre lágrimas.

Kendrick no dijo nada, se limitó a rodearme por la cintura con el brazo,


besarme la frente y mantenerme durante unos segundos cerca de su grande
y cálido cuerpo.

—Volvamos a casa, pequeña —susurró.


Capítulo 28

Estaba nerviosa, esa mañana de martes me había levantado muy nerviosa.


Lo cierto era que casi ni había dormido.

Leo regresaba a Escocia después de haber pasado unos días en Texas,


recuperándose un poco tras el combate, y tenía ganas de volver a verlo.

Necesitaba saber que mi hermano estaba bien, que realmente estaba bien,
tal como me había dicho por teléfono, puesto que yo había visto el combate
y cómo quedó después de doce asaltos.

Desde que Kendrick fue a recogernos a Brodie y a mí a la tienda del señor


Grayson no se había apartado de mí, y, aun teniendo su casa, trajo ropa y
sus enseres personales a mi habitación para instalarse conmigo.

Eran las siete y cuarto cuando decidí levantarme y preparar café, él había
salido a correr como cada mañana y yo, aun habiendo fingido que estaba
dormida cuando me besó en la frente antes de irse, sabía que no podría
dormir.
Acababa de hacer las tostadas cuando abrió la puerta de mi habitación y lo
vi allí, con la camiseta cubierta de sudor y mirándome con esos ojos azules
que tantas cosas provocaban en mí.

—Buenos días, pequeña —dijo acercándose, y me dio un beso en los labios.

—Buenos días.

—Ese café huele de maravilla. Dame cinco minutos que me ducho y


vuelvo.

Asentí, y mientras él se duchaba corté algo de fruta para acompañar el café


con las tostadas.

En el momento en el que regresó nos sentamos a la mesa y desayunamos.


Kendrick no dejaba de mirarme y cuando me acarició la mejilla y colocó un
mechón de cabello tras mi oreja, sonreí.

—No has dormido mucho esta noche —dijo.

—No he podido —suspiré.

—Tu hermano está bien, ya lo sabes.

—No me quedaré tranquila hasta que lo vea con mis propios ojos.

—Ven aquí —me cogió de la mano, haciendo que me levantara y acabó


sentándome en su regazo—. Leo está bien, se ha recuperado de los golpes y
no tiene que preocuparse por ese tipo nunca más.

—Sigo sin saber por qué no nos has despedido —negué—. Secuestraron y
retuvieron a tu sobrino por culpa de lo que hizo mi hermano, por eso a lo
que se dedicaba en Texas.

—No le pasó nada, ni a ti tampoco, y eso es lo que me importa —me cogió


ambas mejillas para mirarme fijamente y volvió a besarme.

—Voy a darme una ducha —dije y él asintió.

Lloré, dejé que las lágrimas salieran como si nunca antes hubiera llorado,
mientras el agua de la ducha se las llevaba. Lloré porque Brodie no debería
haber pasado por lo que pasó, y sintiendo que, de algún modo, aunque él no
lo dijera, Kendrick podría estar defraudado conmigo.

Me sequé el pelo, lo recogí en una coleta alta y regresé a la habitación para


vestirme ante la mirada de un Kendrick que no dejaba de recorrer mi cuerpo
con los ojos, consiguiendo que me pusiera nerviosa.

Se acercó a la cómoda y, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, me quitó
la toalla que envolvía mi cuerpo y me besó el hombro.

—Sé lo que necesitas para relajarte —murmuró mientras nos mirábamos en


el reflejo del espejo.

Me estremecí de anticipación y no tardé en notar sus dedos entre mis


pliegues. Jadeé cerrando los ojos unos breves instantes y cuando volví a
abrirlos, lo vi lamiendo la estremecida piel de mi cuello antes de sostenerme
la barbilla con dos dedos y besarme con fiereza.

Allí mismo, con su torso pegado a mi espalda y su más que evidente


erección palpitando en la parte baja de mi espalda, me llevó al orgasmo con
sus dedos haciendo que me olvidara de todo por unos minutos.

Cuando liberé el clímax, apoyó la frente en la mía y nos miramos fijamente.

—Me encanta tu rostro, sonrojado tras el orgasmo, con esos ojos brillantes
—murmuró y me dio un breve beso en los labios—. Vístete, tenemos que ir
a recibir a tu hermano.

Quince minutos después estábamos saliendo del edificio y vimos llegar a


sus padres, Lily y Brodie, este último corriendo para que yo lo cogiera en
brazos.

—¡Llega hoy, tía Aitana! —gritó, y a nadie parecía sorprenderle que me


llamara tía— Leo, llega hoy.

—Sí, cariño —sonreí abrazándolo y le di un sonoro beso en la mejilla—.


Mi hermano, llega hoy.

—¿Cómo estás, hija? —me preguntó Grace.

—Bien, más tranquila por fin.


Fuimos juntos al hotel y esperamos en el bar tomando un café. Kirk había
ido al aeropuerto a buscarlos y no tardarían en llegar. Estaba deseando ver a
mi hermano y darle una colleja, no me había hecho caso cuando le pedí que
no fuera a Texas, pero lo conocía, y sabía que no nos dejaría a Brodie y a mí
a nuestra suerte en manos de esa gente.

Y entonces el pequeño Brodie miró hacia la entrada al bar y con esos


pulmones que tenía, gritó.

—¡¡Leo!! —Nos giramos todos a mirar y ahí estaba mi hermano.

Tenía el rostro un poco magullado aún, se le veían los puntos en la ceja y el


ojo un poco hinchado.

Sonrió al ver al niño corriendo hacia él, dejó caer su bolsa y lo cogió en
brazos sin dudarlo.

Cuando ambos se fundieron en un abrazo y mi hermano cerró los ojos


disfrutando de ese momento con su pequeño, no pude evitar que se me
cayeran algunas lágrimas.

Luna venía abrazada a Lachlan, sonrió al verme y cuando se acercaron a la


mesa, mi hermano me tendió el brazo libre.

Me puse en pie y dejé que me abrazara, momento en el que mis lágrimas


pasaron a ser mucho más evidentes.

—Se acabó —murmuró en mi oído—. Se acabó, hermanita.


—No debiste ir. Si te hubiera pasado algo…

—No me pasó nada, y sabes que no iba a dejaros en manos de Vincenzo y


su gente.

Cuando estuve más tranquila Luna me abrazó mientras Lewis y Grace,


daban la bienvenida a mi hermano, Kendrick también lo abrazó dándole las
gracias por lo que había hecho, y la última en recibirlo fue Lily, a quien
besó con esa necesidad que vi en mi hermano.

—Ya estoy aquí, preciosa —le dijo, y ella lo abrazó.

—No quiero que vuelvas a irte —murmuró antes de mirarlo—. No quiero


que nos dejes a Brodie a mí.

—Pues me alegro de escuchar eso, porque he vuelto con toda la intención


de quedarme aquí —contestó mi hermano con una sonrisa, antes de darle un
beso rápido en los labios y mirarnos a Luna y a mí—. Espero que lo
entendáis.

—Sí, sí —rio Luna—. Mi highlander me ha pedido que no me vaya.

—Tú tampoco vas a ir a ningún sitio —escuché la voz de Kendrick a mi


espalda y cuando me giré, me quedé en shock al ver que se acercaba con
una cajita abierta y un anillo dentro—. Cuando supe que te habían
secuestrado, me volví loco, y en esos días entendí que no quería perderte.
Te parecerá una locura, pero sé que, si no lo hago ahora, corro el riesgo de
que te vayas y no quiero. Así que, Aitana, ¿quieres casarte conmigo?
—Claro que quiere —dijo Luna, y todos la miramos sonriendo—. Vamos, y
si no quiere la obligamos, tú tranquilo.

—No sabía que este fuera a ser un matrimonio concertado —reí.

—Si le dices que no —me señaló mi mejor amiga—, me encargo de


emborracharte y hacer que os casen, que, una vez unidos en sagrado y santo
matrimonio, eso es para toda la vida, como decía tu madre. Así que no
hagas esperar a Capitán Escocia y dile que sí, que me vengo comiendo las
uñas desde Texas.

—¿Lo sabías? —Fruncí el ceño.

—Y tu hermano también, que este hombre es de los caballeros de antes, y le


pidió tu mano a Leo —rio.

Miré a mi hermano, que sonreía al tiempo que asentía.

—Sé que te hace feliz, y que tampoco quieres irte de este lugar, hermanita
—dijo, y se me escapó una lagrimilla.

Noté la mano de Kendrick cogiendo la mía y, cuando lo miré, estaba


colocándome el anillo en el dedo.

—No puedes decirme que no, ya te lo he puesto —sonrió.


—Sí, sí, y mil veces sí —dije entre lágrimas—, me caso contigo, Kendrick
McCallahan.
Capítulo 29

Había pasado todo tan deprisa, que no podía creerme que ese fuera el día de
mi boda.

El verano había llegado a su fin y con él, lo que en principio debería haber
sido un nuevo comienzo en otro lugar lejos de North Berwick se convirtió
en el día más importante de mi vida.

Me casaba, me casaba con Kendrick, el jefe al que no debería desear, pero


me fue terriblemente imposible no hacerlo.

Y todo tendría lugar allí mismo, en los jardines donde nos vimos por
primera vez apenas unos meses atrás.

Había escogido un vestido sencillo, pero precioso. Era entallado, de raso y


con el corpiño con forma de corazón en la parte del pecho. Estaba cubierto
de encaje por completo, incluida la pequeña cola que tenía, así como los
brazos.
Luna se encargó de peinarme con un recogido lateral que adornó con
pequeñas horquillas con florecitas blancas incrustadas, y me maquilló de un
modo natural y elegante.

—Estás preciosa —dijo cuando acabó.

—Gracias a ti, que, si dependiera de mí, habría ido con una coleta y listo.

—Desde luego —volteó los ojos—. ¿Sigues nerviosa?

—No, tu té, me ha sentado bien —sonreí.

—Te lo dije, y no querías creerme.

—¿Se puede? —miramos hacia la puerta y vimos a mi hermano con un traje


azul marino, la camisa blanca y la corbata del mismo azul cielo que el
vestido que iba a llevar Lily.

—Toda tuya, yo me voy a vestir —le dijo Luna, dándole un beso en la


mejilla.

—Estás preciosa, hermanita.

—Gracias —lo abracé.

—A papá y mamá, les habría gustado estar aquí.

—Lo sé. Aún los echo de menos. Les gustaría vernos así de felices.
—Seguro que sí. Quién iba a imaginarse que mi hermanita pequeña se
casaría antes que yo, ¿eh?

—Deberías haber tenido ya tu propia familia hace años, Leo. Si no fuera


por…

—Lo que pasó, pasó —me cortó—. Y tal vez ese era el plan desde que nací,
ya sabes lo que decía mamá, todos nacemos con un destino escrito. Quizás
esa noche debía ocurrir lo que ocurrió para que pasaran años hasta que
encontrara a la verdadera mujer de mi vida. Ahora vamos a centrarnos en ti,
que es tu día —sonrió y me dio un beso en la frente—. ¿Estás lista? Hay un
novio esperando impaciente en el altar porque su mejor amiga le ha dicho
que habías cogido un vuelo para irte.

—¿Ava le ha dicho eso a Kendrick? —pregunté con los ojos muy abiertos.

—Sí, y dice que no va a quedarse tranquilo hasta que te vea aparecer, así
que, si no quieres que el novio acabe con un ataque de ansiedad, será mejor
que bajemos.

Leo me ofreció su brazo, ese que rodeé con una sonrisa antes de coger mi
ramo de novia.

Salimos de la habitación de casa de Kendrick, donde me había mudado


cuando nos prometimos, y fuimos hasta la zona de los jardines donde iba a
tener lugar la ceremonia.
Y no podía ser otro que, en la zona de la fuente, esa que tanto me gustaba y
que quería que fuera parte de ese día.

Habían puesto una alfombra roja a modo de camino hasta ella, y cuando
Leo y yo llegamos y vi a Kendrick, él soltó el aire aliviado.

Estaba guapísimo con aquel traje negro y una rosa roja en el bolsillo, al
igual que eran las de mi ramo.

Caminamos acompañados por la música hacia la fuente donde nos


esperaban él, y el oficiante, mi hermano le dio mi mano a Kendrick y este la
cogió para acercarla a sus labios y besarla.

—Sé que está en buenas manos contigo, solo espero que la hagas feliz —le
dijo Leo.

—Puedes estar seguro de ello —sonrió.

Mi hermano me dio un beso en la mejilla y fue a sentarse junto a Lily y


Brodie, que estaban al lado de los padres de ella.

El oficiante comenzó con la ceremonia y para cuando quise darme cuenta,


estaba escuchando a Kendrick decir sus votos.

—Yo, Kendrick, te tomo a ti, Aitana, por esposa, y prometo amarte y


respetarte, serte fiel, acompañarte cada día y cuidar de ti y de la familia que
formemos, hasta que la muerte nos separe.
—Aitana, tu turno —me dijo el oficiante.

—Yo, Aitana, te tomo a ti, Kendrick, por esposo, y prometo amarte y


respetarte, serte fiel, acompañarte cada día y cuidar de ti y de la familia que
formemos, hasta que la muerte nos separe —dije colocándole el anillo, al
igual que él me lo había puesto a mí.

—Por el poder que el Reino Unido me ha otorgado, yo os declaro, marido y


mujer.

Kendrick me rodeó por la cintura y se inclinó para besarme, haciendo que


todo mi cuerpo se estremeciera en respuesta.

Cuando nos separamos, los vítores y aplausos de nuestra familia y amigos


no se hicieron esperar, por suerte éramos pocos los que estábamos
celebrando nuestro enlace, pues tanto Kendrick, como yo, quisimos una
boda íntima.

Pasamos a recibir los abrazos y felicitaciones de todos ellos, y Ricky nos


miró con esos ojos de la familia McCallahan que eran inconfundibles.

—Primo, acabas de casarte con una mujer increíble, no la dejes escapar


nunca —le dijo Ricky.

—Puedes apostar tu bar, a que eso no pasará nunca. La amo más de lo que
podrías imaginar.

—De eso no tengo duda —sonrió.


Tomamos una copa de champán allí con todos, brindamos y picoteamos los
canapés que habían preparado los cocineros del hotel.

Los jardines estaban tan, pero tan bonitos, que no dejaron de hacernos fotos
en cada rincón, donde no faltaban telas de gasa blanca ni flores en ningún
lado.

Nos sentamos en las mesas que habíamos dispuesto para comer, y sirvieron
el cóctel de marisco como entrante, después el asado y por último el pastel
de los novios.

Kendrick y yo salimos al centro para abrir el baile, y lo hicimos con una


melodía antigua de lo más bonita y romántica.

—Sabes que esto es para toda la vida, ¿verdad, pequeña? —dijo mientras
me miraba fijamente.

—Eso suena a amenaza, señor McCallahan.

—Si vuelve a llamarme señor, no respondo —se le oscurecieron los ojos.

—¿Y qué va a hacer al respecto, señor?

—Espera y verás.

Grité ante la sorpresa cuando me alzó en brazos mientras los demás nos
miraban y se reían.
—Bájame, Kendrick, bájame que te estoy viendo las intenciones —reí.

—¿Qué intenciones?

—Ya sabes a qué intenciones me refiero —resoplé.

—No, no tengo ni la más mínima idea.

—Pues el camino que llevas es el de nuestra casa.

—Ah, ¿sí? Ni me había fijado.

—Kendrick… —protesté.

—Tú me has provocado, ahora no protestes, pequeña.

—Pero, los invitados.

—Los invitados son nuestra familia, y no les importará que les dejemos allí
solos divirtiéndose, para empezar nuestra noche de bodas.

—Aún es de día —reí apoyando la cabeza en su hombro.

—Y se va a hacer de noche con todo lo que tengo planeado, no te


preocupes.

—No tiene remedio, señor McCallahan.


—Usted tampoco, señora McCallahan —respondió antes de besarme y
entrar en la casa.

Sonaba bien, y se sentía aún mejor el hecho de ser la señora McCallahan,


Aitana McCallahan.
Capítulo 30

Sobraba decir que no me esperaba para nada aquel viaje para nuestra luna
de miel, pues ni en mis mejores sueños habría imaginado que mi marido me
llevaría a conocer una de las islas de Grecia que más ilusión me hacía, la
bella Santorini.

Llegamos allí después de un viaje largo y agotador, pero el simple hecho de


ver todas esas casas de un blanco impoluto y las cúpulas azules que las
coronaban, fue como una inyección de energía para mí.

Dejamos las cosas en la habitación del hotel donde nos alojaríamos los
próximos cuatro días, y fuimos a tener una primera toma de contacto con
aquel idílico lugar.

Kendrick había contratado servicio de chofer en el hotel para que nos


llevara donde deseáramos en cualquier momento, y en esa ocasión le pidió
que nos llevara a recorrer las callejuelas de Oia.

—Esto es precioso, Kendrick —dije después un rato paseando por allí,


mientras disfrutaba de un rico helado de yogur con frutos del bosque.
—Y solo es el primer destino —contestó sonriendo.

—¿No vas a decirme dónde más vas a llevarme de luna de miel?

—No, quiero que sea una sorpresa.

—Tú dímelo, yo prometo sorprenderme, de verdad que sí —sonreí,


poniendo carita de niña buena y todo.

—No —me dio un beso en los labios y se echó a reír al ver mi puchero.

Disfrutamos de la espectacular puesta de sol en Oia desde el Castillo, ese


momento que inmortalizamos en algunas fotos y donde mi marido me hizo
varias que dijo que quería enmarcar para decorar su despacho.

Estaba loco y enamorado, pero a mí me encantaba y lo quería igual.

Tras aquel fenómeno de la naturaleza, nos adentramos en Oia para verla


completamente iluminada y acabé entrando en algunas de las tiendas de
artesanía y souvenirs que había por allí, donde no dudé en comprar
recuerdos para todos.

Regresamos al hotel, cenamos en el restaurante y nos fuimos a la cama a


dormir y descansar, pues al día siguiente Kendrick tenía previsto llevarme a
varios sitios que según decía, no podía perderme por nada del mundo.
Y la mañana llegó, y con ella, una sesión de besos y caricias que nos
llevaron a una gran dosis de sexo en la ducha antes del desayuno.

—Ponte el bikini, y ropa cómoda —me dijo cuando iba a empezar a


vestirme.

—¿Me llevas a pasar el día en el mar?

—Algo así —sonrió antes de darme un leve azote en la nalga.

Me puse el bikini blanco, unos shorts vaqueros con camiseta y las


deportivas, y metí una toalla y el protector solar en la mochila antes de salir
del hotel.

El chofer nos llevó hasta el Puerto de Amoudi, un lugar que nos contó que
había sido devastado por el volcán años atrás, y donde encontramos varias
barcas y casetas de pescadores.

Kendrick me llevó hasta un puesto en el que había todo tipo de enseres para
hacer submarinismo, pero resultó que no era eso, sino snorkel, lo que
íbamos a hacer en ese rincón de Santorini.

—¿Y no será que tú quieres que me ahogue para quedarte viudo ya y


casarte con otra? —dije mientras me quitaba la ropa antes de que me
ayudaran a prepararme para aquella actividad acuática que, siendo sincera,
me apetecía muchísimo.
—Me llevó veinte años encontrar a la correcta, no voy a perderte, así como
así —contestó, y a mí se me derritió el alma y otras partes empezaron a
palpitar.

En fin, que me preparé para aquella hora haciendo snorkel y lo pasamos de


lujo, después nos quedamos por allí tomando el sol hasta que me llevó a
comer a uno de los restaurantes del puerto antes de regresar al hotel, darnos
una ducha y salir a seguir conociendo el lugar.

Acabamos en la pequeña aldea de Imerovigli, construida sobre un


acantilado en uno de los puntos más altos de la isla, desde donde había unas
vistas al Mar Egeo, realmente increíbles y que no dudé en usar como fondo
para varias fotos.

Caminamos cogidos de la mano hasta llegar a Firostefani, otra pequeña y


famosa aldea desde la que se contemplaban unas vistas espectaculares al
volcán.

Pero no solo esas vistas eran un buen reclamo turístico para la aldea, sino
que contaba con la iglesia de la Virgen María, conocida como la iglesia de
las tres campanas, cuyas vistas eran digna de cualquier postal.

Nos hicimos varias fotos y fuimos caminando hasta Fira, la capital de


Santorini, disfrutando en el paseo de las vistas del Mar Egeo, así como de
todas las casas de fachadas blancas que se veían en el acantilado.

En Fira paseamos por sus maravillosas calles y entramos en casi todas las
tiendas que encontrábamos a nuestro paso, donde volví a comprar cositas y
recuerdos para todos.
Mi sorpresa fue cuando Kendrick me hizo entrar en una tienda de una
conocida firma y me regaló un bolso, un monedero, un conjunto de pantalón
y camiseta y unas sandalias que dijo que quería que luciera al día siguiente
para nuestra ruta turística.

—Te has gastado demasiado, y no era necesario —dije cuando salimos de la


tienda.

—Nunca nada es ni será demasiado para mi mujer —contestó inclinándose


para besarme.

Regresamos al coche donde nos esperaba el chofer y nos llevó al Puerto


Viejo, lugar en el que Kendrick y yo cenamos un delicioso marisco y
pescado fresco acompañado de una fría y artesanal cerveza típica de
Santorini.

Volvimos al hotel y nos dimos un baño relajado y tranquilo en la gran


bañera que teníamos en la habitación.

—¿Te está gustando Santorini? —preguntó mientras me frotaba los brazos,


yo estaba recostada en su pecho y con los ojos cerrados, la mar de relajada.

—Sí. ¿Cuál es nuestro próximo destino?

—Es una sorpresa.

—¿Y si te convenzo para que me lo digas?


—¿Cómo lo harías, pequeña?

—Bueno… Tengo algunas ideas que tienen mi boca como protagonista —


contesté de un modo sensual mientras lo miraba y acariciaba su torso con la
uña.

—Cuéntame más, soy todo oídos —dijo con la voz algo enronquecida.

—Mejor que contártelo, puedo demostrártelo —sonreí.

—Vale, pues muéstramelo.

Lo besé lentamente, acariciando su labio inferior con la punta de la lengua y


llevé mi mano por su torso, despacio y notando cómo se estremecía ante mi
contacto.

Kendrick tragó con fuerza cuando mi mano envolvió su miembro y lo besé


de nuevo, esta vez con más contundencia.

—Aitana —murmuró mi nombre entre jadeos cuando comencé a besar su


pecho.

—¿Qué pasa?

—Estás jugando con fuego, pequeña.

—Pues deja que me queme —sonreí con malicia.


—Tú lo has querido.

Me cogió por la cintura y tras salir de la bañera, me llevó hasta la cama


donde no dudó ni por un segundo en hacer que me quemase mientras me
llevaba al orgasmo una, y otra vez.
Capítulo 31

Esa mañana después del desayuno, subimos al coche para que el chofer nos
llevara a recoger varios de los pueblos del interior de Santorini, que
Kendrick decía que merecía la pena conocer.

Empezamos por Pyrgos, antigua capital de Santorini situada en uno de los


puntos más altos.

Cuando llegamos allí, Kendrick y yo paseamos por las callejuelas


empedradas de esa pequeña aldea hasta llegar a las ruinas del castillo, desde
donde contemplamos unas vistas increíbles de toda la isla que no quise
perder la ocasión de fotografiar.

Tomamos café en una de las terrazas y continuamos con la ruta en coche


hasta llegar a Megalochori, el siguiente pueblo, a solo un par de kilómetros
de donde estábamos.

Al igual que en Pyros, callejeamos por aquel bonito pueblo y llegamos a la


iglesia Agii Anargiri para contemplar la torre del campanario en forma de
arco.
Cogidos de la mano, Kendrick me llevó hasta la zona de restauración y
tomamos un pequeño tentempié antes de marcharnos.

Siguiente parada, Emporio, otro de los pueblos con encanto de la isla donde
paseamos y disfrutamos de cada rincón, y en el que nos quedamos a comer.

—Vamos a tener que incorporar algunos de estos platos en la carta del hotel
—dije mientras comía un buen bocado de musaka.

—No es mala idea, podemos coger las recetas de los platos que más nos
gusten de este viaje, y hacer un apartado en la carta llamado: “platos del
mundo”.

—Me gusta como suena eso —sonreí.

Después de comer fuimos a Akrotori, conocido como la Pompeya Griega,


dado que hacía más de tres mil años aquella ciudad quedó destruida por una
erupción volcánica y permaneció oculta bajo las cenizas hasta que fue
descubierta en mil novecientos sesenta y siete.

A diferencia de Pompeya, en Akrotori no se encontraron restos humanos,


por lo que se decía que era muy probable que hubieran podido abandonar la
ciudad antes del fatal desenlace.

Caminamos por unas pasarelas de madera en el yacimiento y pudimos ver


las estructuras de las casas, así como cerámicas y mosaicos de aquella
época que permanecían allí a pesar del tiempo.
—Es impresionante —dije contemplando unas enormes vasijas de cerámica
perfectamente colocadas unas junto a otras frente a lo que debía ser la
fachada de una casa—. Están conservadas como si no hubiera pasado el
tiempo por ellas. Y los senderos, esos caminos por donde pasarían a diario
cientos de personas con toda una vida por delante, es como volver atrás en
el tiempo.

—Sí que lo es.

—Se me pone la piel de gallina de solo pensar en lo que esta gente tuvo que
pasar en aquel entonces. Recoger sus pertenencias y recuerdos para salir a
toda prisa y dejar sus casas, su vida, hasta empezar de cero en otro lugar. Y
mírame, más de tres mil años después mi hermano, Luna y yo, hemos hecho
lo mismo. Salvo por el volcán, claro —sonreí.

—¿Te arrepientes de haberlo hecho? —preguntó mientras me abrazaba


desde atrás— ¿Te arrepientes de algo de lo que ha pasado desde que te besé
por primera vez?

—No. Bueno, sí. De no haber salido corriendo con Brodie aquella tarde que
nos encontraron los italianos.

—Pequeña, os habrían encontrado y lo sabes. El pinchazo fue provocado


por ellos para ese cometido, no fue un simple accidente.

—Aun así, debí haber hecho algo.

—Lo hiciste, os mantuvisteis con vida, cuidaste de nuestro sobrino.


—No fue suficiente, Kendrick.

—Lo fue —me sostuvo la barbilla con dos dedos haciendo que lo besara—.
Para mí lo fue porque pude volver a verte y ahora estamos aquí, casados,
disfrutando de nuestra luna de miel.

—¿Dónde vamos después?

—No te lo voy a decir —sonrió.

—Vaya por Dios —suspiré—. Tenía que intentarlo.

Fuimos a tomar un café y después el chofer nos llevó con el coche hasta el
Faro de Akrotori, el que decían que era un lugar perfecto para disfrutar del
atardecer.

Y no se equivocaban ante aquella afirmación, pues desde luego que las


vistas eran impresionantes.

Acabamos esa visita por los pueblos del interior y regresamos a Santorini,
donde nos llevó hasta el puerto.

—¿Vamos a cenar en un restaurante? —pregunté cuando Kendrick me


cogió de la mano para comenzar a caminar.

—Mucho mejor aún —sonrió con un guiño.


Decir que me llevé una sorpresa enorme cuando llegamos a un barco donde
nos esperaba la tripulación, era quedarme corta.

Subimos a él y tras presentarse, nos acompañaron a la zona de cubierta


donde nos esperaba una mesa llena de comida típica griega, vino y una
botella de champán en una cubitera con hielo.

—¿Una cena en barco?

—No, pequeña, una cena en el mar.

—Espera, ¿el barco va a salir del puerto a estas horas?

—Sí, de lo contrario no sería una cena en el mar —rio.

—Estás loco, Kendrick —negué.

—Tú haces que sea un loco, pero un loco completamente enamorado —


respondió besándome en los labios antes de sentarnos.

Llenó las copas de vino y tras brindar, dimos un sorbo y fue el momento en
el que el barco se puso en movimiento.

Poco después el puerto no era más que un lugar que ver en la distancia
mientras mi marido y yo disfrutábamos de aquella cena a la luz de la Luna
en medio del mar.
—Ya no queda nada para que nos vayamos —dije con un suspiro—. Voy a
echar de menos todo esto.

—Podemos volver cuando queramos, no solo aquí, sino a otras islas de


Grecia.

—¿De verdad?

—Claro —sonrió—. Es más, te prometo una cosa —dijo cogiéndome la


mano por encima de la mesa—. Cada aniversario de bodas haremos un
viaje, y en esos lugares donde vayamos, escogeremos dos platos que incluir
en la carta del restaurante del hotel.

—“Platos del mundo”, qué locura —reí.

—Pero una locura maravillosa si puedo vivirla contigo —contestó.

—¿Qué hice para merecer un marido como tú? —pregunté poniéndome en


pie para sentarme en su regazo.

—No, pequeña, qué hice yo para que el destino te pusiera en mi vida —me
dio un beso rápido en los labios y cuando se apartó, lo abracé rodeándolo
con mis brazos por los hombros.

—¿Sabes que desde que me torcí el tobillo, no dejé de repetirme que no


tenía que desear a mi jefe?

—Yo me decía lo mismo, pero fue imposible no hacerlo.


—Así que éramos como dos imanes que se atraían constantemente mientras
luchaban por repelerse —arqueé la ceja.

—Yo no lo habría dicho mejor, cariño —rio.

—Pues menos mal que me diste aquel beso, porque de no haberlo hecho,
ahora mismo estaría en cualquier otra parte del mundo, empezando de
nuevo mi vida y maldiciéndome por no haber sido yo quien te besara y te
echara el lazo.

—¿Te confieso algo? —preguntó.

—Miedo me das.

—Sin saberlo, me echaste el lazo la primera vez que nos vimos, cuando te
encontré con Brodie. Al igual que para Lily siempre fue importante que
quien quisiera estar con ella amara a su hijo, para mí también lo era. Y
cuando os vi juntos, el modo en el que él te miraba, simplemente lo supe, tú
eras la indicada —volvió a besarme.

—Me vas a hacer llorar, ya verás —le di un leve golpecito en el pecho.

—Mientras tus lágrimas sean de felicidad, no me importa que llores,


pequeña.

—Lo son —sonreí abrazándole—. Puedes creerme que lo son. Te amo,


Kendrick.
Epílogo

Cinco años después…

A veces solo es necesario un poco de equipaje y un destino para empezar de


cero, pero nadie sabría decir hacia dónde nos llevaría ese viaje.

El mío, el de mi hermano y mi mejor amiga comenzó poco más de cinco


años atrás, después de una noche que marcaría nuestras vidas para siempre.

Y en el caso de Leo y mío, aquella fue la segunda vez que nuestras vidas
dieron un giro de esos que el destino tenía previstos para nosotros.

¿Quién nos iba a decir a los tres que sería en ese pequeño pueblo costero y
con encanto de Edimburgo, donde encontraríamos mucho más que refugio?

El amor llamó a nuestra puerta, y no solo el que llegaba de la mano de una


persona que hacía que nuestro corazón latiera acelerado cuando la veíamos,
sino de muchas otras que nos querían de mil maneras distintas.
Dejamos de ser tres simples empleados para tener cada uno un cometido
dentro del hotel familiar.

Luna y yo, nos encargábamos de las bodas que celebrábamos allí, pues les
dijimos a todos que con el terreno que había, aquel sería un buen reclamo,
mientras que Leo, tomó las riendas del bar como encargado.

Habían pasado cinco años desde que me casé con Kendrick al final de aquel
verano que me llevó a North Berwick, cinco años donde no había un solo
día en el que no me dijera cuánto me quería, y no solo a mí, sino también a
nuestros dos hijos.

Cuando regresamos de nuestra luna de miel descubrimos que estaba


embarazada, algo que había ocurrido sin planearlo solo unas semanas antes
de la boda, y ninguno lo supimos hasta ese momento.

Nuestro hijo Benjamín tenía cuatro años y tal como siempre imaginé, era el
vivo retrato de Kendrick.

La niña, a quien quise llamar Julia como mi madre, era igualita que yo y ya
contaba con dos años.

Verlos correteando por los jardines era lo que me daba la vida.

Ava y mi hermano, fueron los padrinos de Benjamín, mientras que Lachlan


y Lily, fueron los de Julia.
Luna decía que, aunque no fuera la madrina de ninguno de los dos, era la tía
favorita de ambos y eso nadie se lo iba a poder quitar.

Kendrick se desvivía por nuestros hijos, los adoraba y amaba a ambos por
igual, y cuando nacieron les prometió que nunca dejaría que les pasara
nada.

Mi hermano y Lily también se casaron, solo que lo hicieron un año después


que nosotros. Brodie estaba encantado, quería a mi hermano con locura y
cuando lo llamaba papá, a Leo se le dibujaba una sonrisilla en los labios que
no dejaba lugar a dudas de que ese niño era su mayor debilidad.

Y nos hicieron tíos de nuevo, un niño guapísimo que había heredado el


cabello de mi hermano y los ojos azules de su madre y su hermano mayor.

Kevin era un amor, tenía la edad de mi hija y, al igual que ella y Benjamín,
solían corretear huyendo de Brodie que les perseguía fingiendo ser un
monstruo que quería comerles.

Luna y Lachlan, también formaron una bonita familia. Se casaron el verano


siguiente al que llegáramos a North Berwick, una ceremonia también muy
bonita, y con una novia preciosa.

Su hija Erika era una preciosa niña de cabello negro y ojos verdes, como
sus padres.

Ava era parte importante en nuestras vidas al ser la madrina de mi hijo, y a


pesar de que seguía viviendo fuera de Edimburgo, no perdía oportunidad de
visitarnos unos días todos los meses para pasarlos con nosotros.
Ella esperó la llegada de ese gran amor que la hiciera sentir que el mundo se
paraba en torno a esa persona especial, y finalmente lo conoció hacía dos
años, en el hotel, cuando Ricky y su mujer, Tamy, puesto que finalmente
nuestro amigo dio el paso y le pidió que se casara con él, vinieron a pasar el
verano junto a la mejor amiga de ella, Cintia.

A día de hoy, ambas estaban felices a punto de casarse y esperando que les
concedieran la adopción de una niña de tres años.

Vivíamos en los terrenos del hotel, tal como habían hecho ellos siempre.
Lewis y Grace seguían en su casa, donde también vivían Lily, mi hermano y
los niños.

Kendrick mandó construir una nueva casa para nosotros y cuando estuvo
terminada, nos mudamos, dejando aquella para Lachlan y Luna, quienes
hicieron una buena reforma para integrar las dos casas y convertirlas en una
sola.

Ricky seguía llevando junto a Tamy el bar en Texas, nuestro amigo decía
que de allí no lo movían y eso no había manera de quitárselo de la cabeza,
al menos viajaba en verano y en Navidad para estar con la familia y
dejarnos disfrutar de sus mellizos de dos años, Liam y Kendal.

Estaba en mirando por el ventanal del salón hacia el jardín, observando a


mis hijos correteando junto al cachorro de labrador que Kendrick había
llevado esa misma mañana, jugando y riendo, cuando noté los brazos de mi
marido rodeándome desde atrás.
—No lo dejan quieto —dije sonriendo.

—Ya lo veo —me besó en el cuello—. Ava me ha llamado, quería saber si


estaba todo listo para mañana.

—Le habrás dicho que sí, que nos conocemos —arqueé la ceja.

En el momento en el que mi móvil empezó a sonar, y vi el nombre de Ava


en la pantalla, supe que mi marido había hecho una de las suyas.

—Dime, Ava.

—Por favor, Aitana, júrame que mañana me puedo casar sin problemas, o
me muero.

—¿Qué te ha dicho mi marido?

—Que no hay flores, el oficiante está enfermo y no tenemos tarta. Tengo a


Cintia al borde de un ataque de nervios.

—Pues dile que se calme, y tú también, porque mi marido es un gracioso


que va a quedarse sin sexo una semana —dije mirándolo, y abrió los ojos en
respuesta.

—Y que duerma en el sofá, por capullo —me pidió Cintia, pues al parecer
Ava tenía el manos libres activado.
—No, mi marido va a dormir en el suelo con el cachorro que les ha
regalado a mis hijos.

—Eres mala, Aitana —rio Ava—. Nos vemos mañana, preciosa.

—Adiós, guapas —me despedí y colgué.

—Aún recuerdo el día de nuestra boda, cuando Ava me dijo que habías
cogido un avión esa mañana para irte.

—¿Y por eso tenías que decirle lo de las flores, el oficiante y la tarta? Eres
un mal amigo, cariño.

—Solo le gastaba una broma.

—A las novias no se les gastan bromas un día antes de su boda —lo señalé
antes de que me besara.

—Así que me toca dormir con el cachorro.

—Una semana —respondí mirando de nuevo al jardín.

—No me vas a hacer eso, y lo sabes —murmuró, besándome el cuello—.


Echas de menos mis juegos antes de dormir cuando no estoy, no aguantarás
una semana.

—¿Quieres hacer la prueba? —Arqueé la ceja.


—Mejor no, prometo no volver a gastar bromas antes de la boda de uno de
nuestros amigos.

—Pues vaya promesa me haces, si están ya todos casados —resoplé.

—Te amo, pequeña —volvió a decirme, como cada día, apoyando la


barbilla en mi hombro mientras veíamos a nuestros—. Os amo a todos.

—Y nosotros a ti, Kendrick. Te amamos con todo nuestro corazón.


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[1]
Traducción: Están lloviendo hombres, ¡aleluya! Están lloviendo hombres, todos los ejemplares.
Alto, rubio, moreno y delgado. Bruto y duro y fuerte y malo…

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