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Ensayo Del Libro El Judío Internacional

El libro de Henry Ford "El judío internacional" promueve teorías antisemitas sobre una conspiración judía para dominar el mundo. Ford acusa a los judíos de controlar las finanzas, los gobiernos, los medios de comunicación y la cultura, y los culpa de problemas sociales como las revoluciones, el liberalismo y la decadencia moral. Describe a los judíos de manera despectiva y sugiere que su influencia debe ser combatida para preservar la cultura anglosajona cristiana.

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El libro de Henry Ford "El judío internacional" promueve teorías antisemitas sobre una conspiración judía para dominar el mundo. Ford acusa a los judíos de controlar las finanzas, los gobiernos, los medios de comunicación y la cultura, y los culpa de problemas sociales como las revoluciones, el liberalismo y la decadencia moral. Describe a los judíos de manera despectiva y sugiere que su influencia debe ser combatida para preservar la cultura anglosajona cristiana.

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El judío internacional

Henry Ford
Ensayo del libro el judío internacional
23/05/2017

Kimberly A. Salgado Lara


El judío internacional

El judío internacional reproduce largos pasajes de Los protocolos de los sabios de Sión, libro nazi
que circuló en Rusia y donde se exponían supuestos planes secretos de los judíos para dominar el
mundo entero (véase Los protocolos de los sabios de Sión, Editorial Época, México, 1982).

Además de retomar el mito de la conspiración judía mundial, Ford enfatizaba la influencia que
ejercían los sectores poderosos de la raza judía en el mundo de aquella época, y especialmente en
Estados Unidos.

A su modo de ver, en ese país se libraba una lucha racial entre los judíos y los anglosajones desde
tiempo atrás, por lo que condenaba a sus compatriotas y cito “un retorno a los caminos antiguos de
nuestros antepasados, los anglosajones, que nos condujeron a las alturas, y cuya raza demostró que
hasta nuestros días, salieron de ella los verdaderos maestros de las obras terrenales, los fundadores
de ciudades, los creadores de comercio, industrias y tráfico, y los descubridores y exploradores de
nuevos continentes: ellos, y nunca los judíos, que jamás fueron conquistadores ni exploradores, ni
en despoblado, sino que a lo sumo siguieron las huellas de los conquistadores” (página 384).

A los judíos les negaba incluso el derecho a pedir un trato igualitario y decía: “por el hecho de que
en su vida nunca fueron los primeros en poner el pie en selvas vírgenes no merecen reproche; pero
sí por el cinismo con que exigen para sí igualdad en todos los derechos, como aquellos
conquistadores”.

Ford proclamaba: “El único contraveneno eficaz e infalible contra la influencia del espíritu judío
consiste en volver a hacer nacer en nosotros el orgullo de raza. Nuestros padres fueron hijos de raza
anglosajona-celta; hombres que poseían fuerza cultural inoculada en su sangre y su destino” (página
385).

Con racismo presume que los anglosajones se habían expandido hasta California (arrebatando esos
territorios a nuestro país mediante guerras de expolio), lo mismo que a muchas otras regiones del
planeta.

Aunque en algunas partes el autor claramente intenta crear una impresión de imparcialidad, negaba
promover el odio y la agresión contra los judíos, o caer en prejuicios y falsas generalizaciones
contra ellos, pero en contraste con esas declaraciones, a lo largo de su libro, culpaba a los judíos los
principales problemas del mundo y de su país, e invariablemente los describía de manera
desfavorable, como vividores, tramposos y malhechores.

Así, en su libro hablaba de la “antipática por demás raza judía” (página 263) y de “el espíritu
mezquino y angosto que sólo el hebreo puede alentar” (página 264), y aseguraba que “el judío no
posee facultades creadoras, sino que se apropia de lo que otros crearon, le da cierta apariencia y lo
convierte en negocio” (página 347).
Incluso llega a sugerir una reacción violenta contra los judíos: “la revolución que sería necesaria
para librar al mundo del yugo judío sería tan cruel como lo son los métodos judíos para dominar al
mundo no judío” (página 143).

Por ejemplo, insiste en que, gracias a sus recursos económicos y su solidaridad racial, los judíos
controlan las finanzas y los gobiernos del mundo, la vida cultural, los espectáculos y los medios de
comunicación.

En muchos de sus alegatos, el famoso empresario automotriz les atribuye a los judíos prácticas que
son propias de cualquier personaje o sector poderoso.

Por ejemplo, habla de reacciones y presiones de los judíos contra sus críticos; sin embargo, muchos
empresarios, políticos y jerarcas religiosos en general suelen reaccionar con intolerancia frente a las
críticas, y en lugar de responder a ellas, tratan de acallarlas mediante amenazas o negociaciones y
presiones sobre los periodistas y los medios. Eso no es ningún invento de los judíos.

Ford describía a los judíos como los más radicales enemigos del cristianismo, al grado de que,
según él, “el mayor misterio histórico de la humanidad” radica en “quién será el dueño del mundo, a
quién ha de pertenecer la monarquía universal, si al genio imperialista de Israel en dispersión o al de
Cristo, que simboliza la paz romana, al Hijo de Dios o a la revolución” (página 187).

Como otros antisemitas, Ford atribuía las revoluciones, desde la francesa de 1789 hasta la rusa de
1917, a una estrategia judía para destruir el orden cristiano.

Sostenía que el “bolchevismo”, encarnado en la Revolución Rusa, era una creación judía, que
formaba parte de sus proyectos de dominación mundial mediante la destrucción de los capitalistas
no judíos exclusivamente: “en esta lucha no se trata realmente de una preponderancia entre el
capital y el trabajo, sino entre el capital judío y el no judío” (página 210).

Según Ford, dentro de los planes judíos de expansión, Estados Unidos ocupaba un lugar estratégico,
por lo que en varias ocasiones los judíos habían apoyado a las naciones que entraban en conflicto
con esa potencia.

Se refería particularmente a México, que según él recibió apoyo judío en sus difíciles relaciones con
Estados Unidos luego del triunfo de la Revolución Mexicana: “el apoyo financiero y los buenos
consejos, que últimamente recibió México durante la extrema tirantez de sus relaciones con Estados
Unidos, procedieron de fuente judía estadunidense” (página 243).

También afirma que financieros judíos apoyaban a México en operaciones de especulación contra
los estadunidenses. Menciona el caso de un banquero que, según Ford, “especuló en títulos
mexicanos en una época en que éstos estaban muy inseguros”, tratando de “colocar una cantidad
extraordinariamente grande de estos títulos a los crédulos estadunidenses” (página 318).

Además de antisemita, Ford era ultraconservador en lo referente a la moral sexual y familiar, a las
modas y espectáculos, e incluso fue obstinado partidario de la llamada Ley Seca en Estados Unidos.
Detrás de toda muestra de liberalismo culpaba siempre a los judíos: “todo cuanto el judío acaudille
económicamente, sea el negocio del alcohol, o el del teatro, se convertirá inmediatamente en un
problema moral, o mejor dicho inmoral” (página 258).

Partidario de una moral sexual conservadora, Ford afirmaba que “toda influencia que hoy conduce a
nuestra juventud a ligerezas y libertinaje procede de fuente judía”; en particular, deploraba la moda
“provocativa” que “procede del mundo confeccionista judío, donde no predomina el arte, ni deciden
ciertamente los escrúpulos morales” (página 128).

Era defensor de la Ley Seca, de la que decía: “mirado desde el punto de vista histórico, todo el
movimiento antialcohólico se presenta como lucha gigantesca del capital no judío contra el capital
judío, en la que la mayoría no judía obtuvo finalmente la victoria” (página 131).

Sostenía que el cine y el teatro estaban en manos de los judíos, que según él, los habían convertido
en espectáculos en eróticos.

Juraba que los judíos habían inventado el jazz, del que dijo: “el jazz es hechura judía. Lo insidioso,
lo viscoso, lo contrahecho, el sensualismo animal: todo es de origen judío. Chillidos de monos,
gruñidos de la selva virgen y voces de bestia en celo se combinan con algunas notas musicales y de
esta forma el espíritu genuinamente judío penetra en las familias” (página 347).

Defendía la presencia del cristianismo en la sociedad y se oponía a la secularización de las


instituciones que, según él, formaba parte de los proyectos judíos de dominación. Según él, el
concepto mismo de secularización “es de origen judío y persigue fines judíos. Su habilidad consiste
en que el niño no debe llegar a saber, de ningún modo, que cultura y patria radican en los
fundamentos de la religión anglosajona”

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