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CUENTA CONMIGO

ANYTA SUNDAY

Traducido por
VIRGINIA CAVANILLAS
Índice

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43

Agradecimientos
Sobre la autora
Primera publicación en 2013 por Anyta Sunday
Contacto: Bürogemeinschaft ATP24, Am Treptower Park 24, 12435 Berlín, Alemania.

Una publicación de Anyta Sunday


http://www.anytasunday.es

Copyright 2021 Anyta Sunday

Traducción: Virginia Cavanillas


Corrección: Pilar Medrano

Diseño de portada: Natasha Snow

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida sin previo permiso del propietario del
copyright de este libro.

Todos los personajes de este libro son ficticios y cualquier parecido con otras personas, vivas o muertas, es una
mera coincidencia.

Este libro contiene escenas de sexo explícito.


Para mi familia, que ya sabe cómo es esto...
Capítulo Uno

SAM

M ATEMÁTICAS. Me hundo más en la silla de solo escuchar esa palabra. Una palabra
que ahora me devuelve la mirada desde la nota que me ha dejado Jeremy. «¿Puedes
ayudarme con los deberes de matemáticas?», dice. Y tiene gracia, porque esa frase tan sencilla me
transporta quince años al pasado, a un día en el que yo también pedí ayuda. Bueno, aunque puede
que en aquel entonces yo no preguntara, sino que más bien dijera: «Papá, como no me ayudes, voy
a suspender».
En aquel momento mi padre negó con la cabeza y me dijo que las matemáticas eran
importantes, que entender los números y cómo funcionan me ayudaría a entender el mundo real y
que debería ponerme las pilas de una vez, dejar de vestirme como Marilyn Manson y hacer algo
útil en la vida.
Y yo en plan: «Pero, a ver, o sea, que solo son números y tal».
A lo que él contestó: «Números que te explican el mundo, la vida».
Bueno, pues tenía razón.
Los números nos pueden decir muchas cosas.
Por ejemplo, en 1 semana:
420 dólares, ponle o quítale 10 más o menos, es el número que nos dice lo que gano entre
sueldo fijo y propinas trabajando en el Canon Café.
180 dólares es lo que pago de alquiler.
148.20 dólares lo que me gasto en la compra semanal en Pak ’n Save.
18.75 dólares de teléfono e internet.
18.75 dólares también en electricidad. Bueno, eso en verano.
Los 54.30 dólares que me quedan van destinados a cosas como ropa, gasolina, reparaciones
varias en casa, alguna película que alquilamos de vez en cuando…
Ah, y que no se me olviden los -33.80 dólares de mi descubierto bancario.
Aplasto la nota contra la superficie de la mesa de segunda mano que está ya que se cae a
pedazos. Le quedan tres cenas… Algo más que añadir a mi lista de cosas que hacer.
Pero ahora mismo lo único que veo son matemáticas por todas partes y se me está poniendo la
piel de gallina; noto cómo se me encrespa el vello de los brazos.
Aunque los números semanales no son los que importan. Al fin y al cabo, solo son dinero y el
dinero es efímero y no tiene significado más allá de su utilidad. Pero hay otros números que sí lo
tienen, números que nos dan una macroidea de lo que es mi vida, números que han llegado a
significar mucho para mí.
Como:
30.
Y 15.
Esos números siempre estarán grabados en mi memoria.
Empecemos con el 30. Sí. Ese es el número que hace que mi corazón lata desbocado cada dos
segundos. El número que ha hecho que esté aquí sentado leyendo la nota de Jeremy, no con el café
que me debería estar tomando, sino con un bourbon solo con hielo.
30 son los años que cumplo en tres semanas.
Llámalo crisis de la mediana edad o como te dé la gana, pero lo cierto es que me tiene
acojonado. No llegué a terminar el instituto, vivo en la casa más decrépita y destartalada de la
manzana y llevo sin tener vida amorosa —si es que se le puede llamar así— desde… bueno, ese
sería el siguiente número…
Levanto mi copa, el vaso está resbaladizo por la condensación, y le doy un buen trago. Hace
seis meses, cuando me di cuenta de que la veintena se me había escapado de las manos en un
parpadeo, escribí una lista con veinte cosas que querría haber hecho pero que nunca hice.
Echo un vistazo al escritorio que Jeremy y yo rescatamos antes de que su antiguo propietario
hiciera leña con él. Mi lista tiene que estar en alguno de esos cajones… Creí que con solo
escribirla me quedaría a gusto, que me funcionaría como terapia, que aceptaría que esas eran las
cosas que me había perdido y ya, pero…
Doy otro trago al bourbon. Noto cómo su calor y su sabor ahumado me invaden y me llenan de
una extraña emoción, porque casi nunca bebo.
Suspiro.
La cosa es que no, no lo acepto. Quiero hacer todas las cosas de la lista.
Me río. ¿Y por qué narices no las voy a hacer? Me quedan tres semanas antes de cumplir los
infames 30. Quizá pueda recuperar un poco de mi juventud antes, ¿no?
Un movimiento en el exterior capta mi atención y miro hacia la ventana para ver una camioneta
que conozco bien deslizarse por el camino de entrada de la casa de al lado. Me remuevo en mi
silla y doy una palmada sobre la superficie de la mesa.
—¿Luke?
¿Luke está de vuelta?
Me levanto de un salto. Por un segundo me olvido de todo excepto de que mi vecino y amigo
por fin ha vuelto a casa tras seis meses en Auckland. Sin querer, dejo mi copa sobre la nota de
Jeremy y el cristal del vaso ejerce de lupa, resaltando la palabra «matemáticas» y haciendo que se
vea más grande de lo normal.
Vuelvo a oír la voz de mi padre: «…te explican el mundo, la vida». Y el recuerdo evoca una
imagen clarísima en mi mente, él negando con la cabeza y cerrando la puerta, apenado.
Yo tenía 15 años.
No me echó de casa; es más, me rogó que no me fuera, pero yo no podía quedarme.
Viene a visitarnos de vez en cuando y me envía una tarjeta de cumpleaños cada 15 de
diciembre. Mi cumpleaños. Y en esa felicitación siempre me manda algo de dinero, lo que me
ayuda a mejorar el estado de mi descubierto. Pero, cada vez que toco ese dinero, pienso en lo
acertado de sus palabras, en la razón que tenía, y en cómo desearía haberle hecho caso.
A través de la valla de madera verde que separa nuestras casas, veo cómo Luke vacía el
buzón. Esa era mi misión en su ausencia, pero la verdad es que se me ha olvidado la mitad de los
días.
Quiero que se dé la vuelta para ver esa sonrisa con hoyuelos que siempre me dedica cuando
vuelve a casa del trabajo. Siempre me mira, me sonríe y me saluda con la mano desde el jardín.
Pero hoy parece estar distraído, perdido en sus cosas mientras se dirige con prisa a su casa con
ese enorme montonazo de cartas…
Puede que tenga que pedirle disculpas por eso. De hecho, como seguro que no ha tenido
tiempo de pasarse por el súper, ejerceré de buen vecino y le prepararé unos espaguetis con
albóndigas para cenar.
Miro el reloj. Son las tres y quince minutos. Me río. El maldito número parece perseguirme
allá a donde vaya.
15. Ese es el número que define mi vida, todas las cosas importantes de mi vida.
¿Por qué?
Porque en mi cumpleaños número 15, el día 15 de diciembre, mi novia Carole dio a luz a
nuestro hijo Jeremy.
Jeremy cumplirá 15 años dentro de tres semanas.
Capítulo Dos

JEREMY

E sta es la razón por la que no como plátanos.


Fijo la vista en la mesa y deseo muy fuerte que los próximos cinco minutos pasen
volando. Cada dos semanas desde que cumplí catorce años mi madre me obliga a sentarme aquí
con ella mientras le pongo un condón a un plátano.
Una cosa es hacerlo en clase de sexualidad en el colegio, donde puedes reírte y soltar
chorradas con tus amigos, y otra muy distinta es hacerlo delante de tu madre. ¡De tu madre!
Seguro que estoy mogollón de rojo, más rojo que un camión de bomberos. Quito el papel del
condón y lo deslizo con prisa por la piel amarilla y moteada del plátano.
Es que encima le gusta darme plátanos supermaduros y blandurrios y dice cosas como: «Da
igual lo que te cueste ponértelo, esa no es razón suficiente para no hacerlo. Uno no puede bailar
ese tango, jamás de los jamases, sin cubrirse antes con esto, ¿lo entiendes?».
Pues sí. Lo entendí la primera vez que me lo dijo. El mero hecho de tener esa charla con mi
madre fue más que suficiente para que me entrara en la cabeza. Pero es el cuento de nunca acabar.
Ella necesita recordármelo cada quince días, no vaya a ser que, de repente y por arte de magia, se
me olvide la regla de oro del condón.
Cuando llega el momento de quitarle el preservativo al plátano noto su mirada fija en mí,
cerciorándose de que lo hago bien. Tengo que cogerlo por la punta, ejerciendo un poco de presión,
sacarlo, hacerle un nudo y tirarlo a la papelera.
Así que, sí, hay una razón por la que ya no como plátanos. Mi madre se limita a reírse y a
decirme que ya lo superaré, pero yo estoy casi seguro de que estaré traumatizado de por vida.
Jamás comeré tarta de plátano. Lo tengo clarísimo.
Y si no fuera por la preciosa Suzy, mi medionovia, también renunciaría al sexo para siempre.
Bueno, eso no es verdad. A mi padre le digo que no me gusta nadie porque su versión de
«Cómo evitar dejar embarazada a tu novia a los catorce» consiste básicamente en «Nada de
novias», pero sí que me gusta una chica: Suzy. Me encanta cómo se mueve, cómo se contonea,
cómo su melena castaña se balancea a la altura de los hombros cuando anda y ese labio inferior
que suelo aprisionar entre mis dientes cuando nos escondemos detrás del taller de carpintería del
cole.
El mes pasado me metió la lengua en la oreja y me corrí un poco en los pantalones. Se me
quedaron pegajosos y eso dio un poco de asco, la verdad, porque tuve que quedarme así todo el
día en clase, pero vaya si compensó.
La semana pasada, en el baile del colegio, fue más lejos y me metió mano y, a juzgar por cómo
le brillaban sus ojos azules, puede que en breve vayamos aún más lejos…
Sip. Este verano va a ser la leche.
O lo será cuando acabe esta semana, la última de colegio hasta el año que viene.
Me lavo las manos, dos veces, a ver si por un milagro o algo el agua se lleva también toda la
vergüenza que tengo encima.
—Ay, cielo —dice mi madre, que se acerca y me da un abrazo de medio lado—, estás
monísimo cuando te sonrojas. Eres igualito que tu padre a tu edad.
—Eso no significa que vaya a cometer el mismo error que él —contesto mientras cojo un paño
y me seco las manos con él. A pesar del olor a manzana del jabón, me da la sensación de que todo
huele a látex.
Nunca lo digo, pero estoy feliz de que cometieran ese error —los dos, no solo mi padre—.
Porque sería una mierda no haber nacido. Mi vida mola.
O sea, mis padres pueden amargarme la existencia de vez en cuando. En plan que me hacen
ayudar en casa, me obligan a hacer deberes y a leer al menos un libro al mes o se llevan la
televisión. Real que se la llevan, cada uno de ellos coge la televisión de su casa, la desenchufan y
la guardan. Y luego, claro, está lo de los plátanos… Pero también hay cosas buenas.
Por ejemplo, mi padre me deja quedarme hasta tarde los viernes y los sábados jugando a la
consola, bueno, cualquier noche si no tengo clase al día siguiente. Y mi madre hace las mejores
tartas de queso del mundo y, además, lleva a la mitad de mi equipo de fútbol a los partidos, tanto
cuando jugamos en la ciudad como cuando tenemos que subir más al norte.
Y estar en casa de mi padre mola, porque casi siempre está Luke y yo a Luke lo quiero de la
hostia.
A Luke le encanta llevarnos a sitios y correr aventuras con mi padre y conmigo. Nos vamos de
acampada o hacemos escapadas para hacer kayaking, circuitos en bici, escalada… sip, Luke
mola. Y, a ver, que yo sé que paga por todas estas cosas y finge que no ha costado casi nada para
que papá no se sienta mal. Cuando me enteré de lo que hacía, le prometí que no diría nada y no lo
he hecho. No lo haré. Pero eso hace que Luke me guste aún más.
Pero hay otra razón por la que me encanta tener dos casas, dos habitaciones, dos rutinas… y es
que es más fácil salirme con la mía.
A mi padre le digo que mamá dice que puedo ir a casa de Steven a estudiar los miércoles
después de clase y a mi madre le digo lo mismo: «Que dice papá que…».
El miércoles es el día en el que Suzy y yo tenemos nuestra especie de citas. Básicamente
vamos al KFC y nos enrollamos en una de las mesas de la esquina. A veces vamos al parque y nos
escondemos detrás de unos arbustos…
—¿En qué piensas, Jeremy? —me pregunta mi madre con una sonrisa mientras coge un plátano
del frutero y empieza a pelarlo.
Me encojo de hombros y aparto la mirada antes de que se meta esa cosa en la boca.
—Nada. Tengo que ir a casa de papá, me va a ayudar con los deberes de matemáticas.
Mi madre se ríe.
—Por Dios, ¿Sam? ¿Con las matemáticas? —Me da un beso en la sien—. Buena suerte,
cariño. ¿Quieres que te lleve?
Entonces suena el teléfono de casa.
—Qué va, hace buen día, en veinte minutos estaré allí.
Mi madre me contesta con un asentimiento de cabeza y coge el teléfono.
—Ey, Debbie, qué tal —dice, alejándose.
Corro escaleras arriba a meter mis cosas en la mochila. Cuando bajo para despedirme de mi
madre la escucho susurrando al teléfono. Me paro en el pasillo, alerta, porque desde hace meses
en esta casa pasan cosas raras: una camiseta extragrande en la lavadora que nunca antes había
visto, o ese enjuague bucal a medio usar que apareció de repente en el armarito del baño…
Creo que mi madre me oculta algo. Y me niego a reconocer lo que puede ser. Si lo ignoro
mucho, no será verdad. No estará pasando. No habrá cambios grandes y repentinos en mi vida.
Pero, aunque no quiero saber, pego la oreja para ver qué está diciendo mi madre. No quiero
hacerlo, pero tampoco puedo evitarlo.
Suspiro de puro alivio cuando me doy cuenta de que solo está cotilleando sobre mí.
—Sí, Jeremy está bien, pero ya sabes lo que es tener esa edad. —Se ríe—. Exacto. A veces
me gustaría que fuera gay, ¿sabes? Para dejar de temer que deje a alguna chica embarazada. Estoy
segura de que estaría mucho más relajada.
Al principio, frunzo el ceño.
Pero después mi cabeza empieza a funcionar y esas cosas que parece estar ocultando mi madre
desaparecen de mi mente por completo y dan paso a una enorme sonrisa. Oh, sí. Me recoloco la
mochila al hombro y hago un poco de ruido al doblar la esquina hacia el salón. Mi madre deja de
hablar al instante.
—¿Te vas ya, cariño?
—Sip. —Me despido con la mano y me voy.
Aprovecho el camino a casa de mi padre para hacer varias llamadas. La primera con la que
hablo es con Suzy, que me dice que el último día de clase, el miércoles que viene, Simon va a dar
una fiesta en su garaje. Me lo dice con voz un poco ronca y yo ya ni pienso en cómo lo voy a
lograr, pero prometo acudir.
Luego llamo a mi mejor amigo: Steven.
—Ey, qué tal —responde.
—Necesito tu ayuda con una cosa —le digo y procedo a explicarle mi plan. Me cuelga. Me
río. Sé que al final cederá.
En una semana, tendré mi plan en marcha.
Capítulo Tres

LUKE

P arece una tontería y más viniendo de un tío de treinta y seis años, pero la idea de volver a
ver a mi vecino me tiene nervioso. Solo he estado fuera seis meses, pero parece que ha sido
media vida.
Hay un dicho que más o menos viene a decir que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
Bueno, pues eso es lo que ha sido Auckland para mí. Seis meses de estar en la caja de objetos
perdidos, y la razón por la que ni siquiera he podido mirar hacia la casa de Sam de camino a la
mía.
Se suponía que yo no iba a quedarme a vivir aquí. Cuando me mudé, hace ahora siete años,
daba por hecho que sería temporal, hasta que encontrara algo mejor. Me imaginaba viviendo más
cerca del trabajo, en algún lugar en el centro de Wellington. Pero, entonces, pasó algo.
Bueno, lo que pasó es que conocí a los chicos de al lado.
Llevo un rato sentado en el borde del sofá, con la mirada perdida por encima de la mesita de
café, fija en la pantalla apagada de la televisión. Tengo el correo desperdigado a mi alrededor,
ahora mismo no es más que un mar de palabras que ni entiendo ni me importan. No, no son esas
las palabras que me interesan.
Me echo hacia atrás para meterme la mano en el bolsillo y sacar un trozo de papel. Está
doblado a la mitad, muy manoseado, con los extremos de un color grisáceo de la de veces que lo
he leído. Al principio, cada vez que lo desdoblaba, el papel solía crujir, nuevo y pulcro entre mis
dedos, pero ahora se abre con suavidad y de forma silenciosa, como un pañuelo.
Por esto precisamente es por lo que mi tiempo fuera ha sido como estar en objetos perdidos.
Por esto es por lo que ir a decirle «hola» a Sam me tiene nervioso.
Antes de irme a pasar seis meses a Auckland para ocuparme de un tema familiar, me pasé por
su casa para darle mis llaves. Me gritó desde su habitación que esperara un segundo, que
enseguida estaría conmigo y, mientras lo esperaba en el comedor, dejé caer las llaves en su
escritorio, pero lo hice con demasiada fuerza y se deslizaron por la superficie de madera, cayendo
al suelo y arrastrando una pila de papeles con ellas.
Mientras lo recogía todo, un trozo de papel llamó mi atención, una lista. No sé qué me llevó a
leerla, un exceso de curiosidad, quizá, pero la cogí y le eché un vistazo. Cuando llegué al final me
quedé sin respiración y, con manos temblorosas, me guardé el papel en el bolsillo a toda prisa.
La he llevado conmigo desde entonces.
La llevaba conmigo mientras operaban a mi madre de un cáncer de mama y mientras la
ayudaba a recuperarse.
La llevaba conmigo mientras mi hermana nos contaba que iba a divorciarse.
La llevaba conmigo cuando fuimos a Orewa y recorrimos la playa arriba y abajo.
La llevaba conmigo cada vez que salíamos a tomar café por la mañana y en nuestros paseos a
media tarde.
La llevaba conmigo mientras, por fin, le decía a mi familia que soy gay.
La llevaba conmigo cuando su respuesta fue que había sido bobo por esperar tanto para salir
del armario.
La llevaba conmigo cuando me preguntaron si había alguien especial en mi vida y yo dije que
sí sin dudarlo, sin apenas pensarlo.
La llevaba conmigo cuando me dijeron que lo llevara a casa para que pudieran conocerlo.
La llevaba conmigo cuando no supe cómo decirles que mi alguien especial no sabía que era mi
alguien especial.
La llevaba conmigo cuando me di cuenta de que él y su hijo eran la razón por la que me había
quedado a vivir aquí y nunca me había mudado.
La llevaba conmigo cuando, ante la insistencia de mi madre, terminé cediendo y les dije que
les presentaría a los chicos en Navidad.
La llevo conmigo ahora mientras me pregunto cómo narices voy a poder cumplir esa promesa.
Tengo el papel contra el muslo y le paso la mano por encima antes de leer de nuevo la lista de
Sam, sus veinte cosas pendientes de hacer. Estas sí son palabras que importan, palabras que me
interesan. Se me tiran encima, me presionan, me ruegan que haga caso. Son palabras que me hacen
sonreír, que me ponen triste, que me emocionan y me ponen nervioso.

Leer los libros que tenía que haber leído en el colegio.


Pasar una noche entera bailando.
Tener resaca, ponerme unas gafas de sol y comer pastelitos de carne.
Salir a tomar algo con alguien e irme al baño cuando toque pagar.
Salir con alguien diez años mayor que yo.
Tontear, divertirme, no enamorarme.
Hacerme alguna locura en el pelo.
¿Nadar entre tiburones blancos?
Intentar hacer algún deporte.
Apuntarme a algún curso de algo no relacionado con el trabajo.
Entender a Kanye West. ¿Quién coño es Kanye West? Averiguarlo.
Ponerme en forma, en plan supercachas, ¡hacer pesas cada mañana antes de ir a trabajar!

Tengo los dedos sobre la última línea. Si no la tapo, sé que no podré leer el resto de cosas de
la lista. Porque esta última línea parece llamarme a voces y hace que algo en mi interior se
revuelva y dé vueltas de campana, como si estuviera en un puente a punto de saltar y lanzarme en
caída libre. Esa última línea es la que me tiene maquinando y maquinando… Esa es la línea que
me produce un aguijonazo de nervios y me llena de esperanza.
Quito el dedo de encima y mi vista va directa a ella:

Hacer algo tabú en lo que a sexo se refiere. (O volver a acostarme con alguien, sin más).

Paso el pulgar por encima una y otra vez y me reprendo a mí mismo por pensar lo que estoy
pensando. Por planear al detalle cómo podría convencer a Sam de que haga esa cosa tabú…
conmigo. Podríamos decir que es un juego. O llamarlo «experimento». Y luego referirnos a ello
como aquella locura que Sam hizo antes de cumplir treinta…
Suspiro. Vaya artimaña. Quiero hacerlo. No quiero hacerlo.
Me paso el filo del papel por la frente, como si así pudiera hacer desaparecer mi ceño
fruncido. Es mejor haber tenido algo y perderlo, que no haberlo tenido nunca, ¿no?
Hemos sido vecinos y amigos —no, mejores amigos— durante siete años, pero en tan solo una
semana por mi cuenta en Auckland, echándolo de menos tan a lo bestia como lo he hecho, me he
dado cuenta de lo que tengo. De que lo quiero. A él, a Jeremy, la rutina que tenemos juntos.
Nos quiero a nosotros.
Sé que es ridículo que piense que si Sam prueba su cosa tabú conmigo a lo mejor, por arte de
magia, se enamora de mí. Sé que las cosas no funcionan así en la vida real.
Pero es que esa idea, molesta y exasperante, se cuela en mi mente una y otra vez, porque… ¿y
si lo hace?
Y es esa misma idea la que me anima y me dice que no está mal que siga maquinando, que
tantee la situación… Quiero intentarlo. Quiero asegurarme.
Un alegre golpeteo en la puerta hace que me levante del sofá de un salto. Doblo la lista con
premura, me la meto de nuevo en el bolsillo y abro la puerta.
Y, ahí, con una cazuela, un paño de cocina y un guante de horno está mi alguien especial.
Levanta la vista para mirarme con esos ojos oscuros de pestañas enormes justo cuando la
brisa le alborota el pelo y un mechón le cae sobre la frente.
—¡Luke!
Me quito de encima los nervios y respiro hondo.
—Hola.
Capítulo Cuatro

SAM

—H ola —me dice Luke con una de sus sonrisas marcahoyuelos mientras me hace un
gesto para que pase.
Y, al instante, estamos cómodos el uno con el otro, así de fácil. Es casi como si nunca se
hubiera ido. Casi.
—Siento lo del correo —le digo y señalo la cazuela—. Y como disculpa he hecho espaguetis
con albóndigas. —Me abro camino hasta su cocina y dejo la cazuela en la encimera. Abro el
armario, saco unos platos y le digo sin mirarlo—: Jeremy está en casa, tiene que hacer un trabajo
y… y le he dicho que lo traiga aquí, ¿te parece bien?
En realidad lo que quiero decir y omito es que a mí las matemáticas se me dan fatal.
Oigo pasos a mi espalda y siento la presencia de Luke detrás de mí. Me giro, está apoyado
contra la pared, de brazos cruzados y asintiendo con la cabeza.
—Por supuesto que me parece bien.
—Me alegro, porque te hemos echado mucho de menos, Luke, y estamos deseando pasar
tiempo contigo. Además, son deberes de trigonometría y casi ni sé lo que eso significa.
Se ríe.
—¿Matemáticas? Nos apañaremos. ¿Cuándo viene?
—Está al teléfono con un amigo, cuando acabe. —Me giro hacia la cazuela y sirvo un par de
platos—. ¿Cómo está tu madre? —le pregunto y durante el silencio que se extiende tras mi
pregunta lo único que se escucha es el ruido metálico de la cuchara contra la cazuela.
—Está bien. —Se aclara la garganta—. Le he hablado un montón de… eh, de vosotros.
—¿Ah, sí? —Le paso su plato y nos dirigimos por el pasillo hacia el comedor—. Espero que
cosas buenas.
—Claro, todo cosas buenas —dice mientras se sienta y pincha una albóndiga con el tenedor.
Pero sigue jugueteando con ella un rato, cuando yo ya he devorado la mía casi sin respirar.
—¿Pasa algo?
Luke deja el tenedor en el plato antes de contestar:
—Eh… Esto… Quiere conoceros. A los dos. Le he dicho que a lo mejor podríamos ir en
Navidad, ¿te parece?
—¿Quiere conocernos? A lo mejor le has hablado demasiado bien de nosotros.
Me río, pero Luke vuelve a juguetear con la albóndiga. Me apoyo en el respaldo de la silla y
me fijo en él: lleva una camiseta azul marino de manga larga y su reloj de acero refleja la luz de la
lámpara sobre nosotros; es un poco más alto que yo; más fuerte también, mucho más; es mayor que
yo, algo así como un hermano mayor más sabio, pero ahora mismo parece perdido y… no sé, no sé
qué más parece, pero hay algo en su expresión. Como si estuviera tratando de no sonreír. Y me
resulta adorable y… nuevo. Eso es algo nuevo.
Hay algo que tengo clarísimo: Luke es mi mejor amigo y si su madre quiere conocernos, soy el
primero que se apunta a ello. Quiero ser el número 1 en la lista de amigos de su hijo. Esa es una
operación matemática que puedo hacer sin problema.
—Yo también quiero conocerla —digo—. Pero no creo que pueda coger días en Navidad.
Yo… —Me río. Aún me dura el efecto del bourbon. Me rasco la cabeza—. La cosa es que la
semana pasada le dije a mi jefe que me tomaba lo que quedaba de año de vacaciones, salvo en
Navidad, que sí trabajaría. Mis vacaciones empiezan mañana, de hecho.
Luke levanta la cabeza de golpe.
—¿Y tu jefe ha estado de acuerdo?
—Me dijo que ya era hora, que por él perfecto, siempre y cuando esté para el ajetreo de
Navidad.
Por fin prueba la comida y dice que está buenísima. Parece que quiere decir algo más, pero
duda.
Me acerco a él sobre la mesa y le doy un golpe en el brazo.
—Venga, suéltalo.
Sus hoyuelos hacen su reaparición durante un segundo y desaparecen de nuevo.
—¿Vas a ir a algún sitio? ¿Y Jeremy?
Niego con la cabeza y enrollo unos espaguetis en el tenedor.
—No, es que… —«Quiero aprovechar lo que me queda en la veintena»—. No, no voy a irme
a ningún sitio, me quedaré aquí, pero haciendo… otras cosas.
Alza una ceja y me parece vislumbrar una sonrisa.
—Otras cosas, ¿eh?
—Pues sí. Y, por cierto, no tendrás unas pesas de sobra para mí, ¿no?
—Sí, ahora mismo no sé dónde, pero sí. —Frunce el ceño.
—¿Qué? ¿No crees que pueda ponerme cachas?
—No es eso, para nada. Pero creo que no necesitas ponerte cachas, tienes una constitución
muy buena, atlética.
—Bueno, aun así, quiero unos cuantos consejos, señor entrenador, porque me quiero poner
muy en forma, supercachas.
Luke se apoya en el respaldo de la silla y se balancea sobre sus patas traseras. Los hoyuelos
están de vuelta y parece que esta vez han vuelto para quedarse. Veo otra vez ese algo en su mirada.
Necesito averiguar de qué se trata…
—¿Papá? ¿Luke? —nos llama Jeremy desde la entrada.
Oigo sus pasos acercándose a nosotros, sus pies arrastrándose perezosos por la moqueta.
Quiero decirle que ande bien, que levante los pies, pero sé que estas cosas le entran por un oído y
le salen por el otro. He aprendido qué batallas tengo perdidas de antemano y, aunque el sonidito
chrr-chrr me está poniendo de los nervios, intento ignorarlo.
Aprieto los dientes. Mucho.
—Estamos aquí —le digo, dando unos golpecitos en la mesa.
Aparece con un par de libros de texto y un cuaderno muy usado. Va vestido como yo, con una
camiseta marrón y vaqueros y doy gracias porque haya heredado la nariz pequeñita de Carole
porque, si no, sería como verme a mí mismo a los catorce años. Y, de ser así, creo que no lo
volvería a dejar salir de casa nunca más.
Jeremy nos mira a ambos, sus labios curvándose en una sonrisilla que, tarde o temprano, lo
meterá en líos con las chicas, es que lo sé. Su expresión es de auténtica felicidad, como aquella
vez que marcó el gol de la victoria en la final de fútbol.
—¡Qué de puta madre que hayas vuelto, Luke!
—Esa lengua —lo riño, usando mi mejor voz, la profunda y seria que tuve que aprender a
poner tras los primeros años de paternidad. Como siempre, se yergue y asiente. Pero la boca le
pierde, es un listillo.
—¡Qué de fruta madre que hayas vuelto, Luke!
Intento disimular una sonrisa y me levanto de la mesa, dándole a mi hijo una palmada en el
hombro.
—¿Tanto te cuesta hablar bien? —le pregunto alborotándole el pelo. Es algo que a lo largo de
este año, no sé en qué momento, ha empezado a odiar, pero no puedo evitarlo, es la costumbre.
Se aparta de mí, poniéndose fuera de mi alcance con el ceño fruncido, y deja caer los libros en
el extremo libre de la mesa.
Luke le dirige una sonrisilla cómplice y le dice:
—Tío, cómo has crecido. Llevo demasiado tiempo fuera.
Chocan los cinco de una forma curiosa y enrevesada que acaba en un apretón de manos.
—Ya te digo. Papá ha estado de superbajón sin ti. Ha sido un invierno la hos… —se
interrumpe y me mira— la fruta de largo.
Vuelvo a sentarme. Luke parpadea rápido un par de veces y lo oigo tragar desde donde estoy.
Por la forma en la que se aferra al mantel, sé que él también nos ha echado de menos.
—Sí —dice—. Ha sido larguísimo.
—No he estado tan de bajón —murmuro, aunque no me lo creo ni yo—. He leído un montón.
Por alguna razón que desconozco eso parece despertar un gran interés en Luke. Levanta sus
ojos verdes, me mira y se cruza de brazos.
—¿Qué has leído?
Cojo mi tenedor y le señalo su plato con él.
—Se te están enfriando los espaguetis.
Empieza a engullir su cena y sé que está comiendo a esa velocidad para volver a hacerme la
pregunta. Niego con la cabeza y me concentro en Jeremy, que acaba de sentarse y está abriendo
sus libros. Se muerde el labio mientras echa un vistazo a sus apuntes.
No sé cuál de las dos preguntas tengo más ganas de evitar: la de matemáticas, que me hará
quedar como un padre analfabeto, o la de los libros, cuya respuesta sé que dará la impresión de
que soy un gilipollas pretencioso.
Bueno, a lo mejor se compensan la una con la otra.
Luke se come lo último que le quedaba en el plato y la sonrisa que me dedica hace que me
decida.
—Jeremy, ¿con qué necesitas ayuda exactamente?
Me levanto nada más hacerle la pregunta y me pongo detrás de él, apoyándome en el respaldo
de su silla. Por encima de su hombro veo mucho número y mucho triángulo. La primera palabra
que leo es «seno» y, durante unos segundos, creo que la cosa puede ponerse interesante, pero mi
ilusión muere pronto.
Cuando Luke se levanta, arrastra su silla hacia atrás y se repite ese chrr-chrr sobre la moqueta.
Se acerca y echa un ojo por encima del otro hombro de Jeremy. Después de unos segundos, me
mira con la misma cara de póquer que tengo yo y que en realidad quiere decir: «Qué cojones es
esto». Me río y me encojo de hombros, luego saco una silla y me siento al lado de mi hijo. Luke
hace lo mismo, pero por el otro lado de Jeremy. Le doy un libro y me quedo con el otro.
—Creo que ya lo he pillado —dice Jeremy apuntando algo en el cuaderno—. No, esperad,
esto no está bien.
Luke y yo nos miramos a la vez y sé que estamos pensando lo mismo. Que esta va a ser una
noche larguísima. Abrimos los libros y empezamos.
Acabamos a las once menos cuarto y, salvo que la palabra «seno» se lo curre muchísimo para
enmendarse de la forma más pecaminosa posible, no quiero volver a ver uno en mi vida.
Jeremy lanza el lápiz sobre la mesa y se echa hacia atrás en su silla, estirándose.
—De verdad que no entiendo por qué hay que estudiar matemáticas.
Antes de que sea consciente de ello, me oigo a mí mismo repitiendo las palabras que solía
decir mi padre:
—Las matemáticas son importantes. Entender los números y cómo funcionan te ayudará a
entender el mundo real. Confía en mí.
Murmura algo ininteligible y luego bosteza. Dejando caer los brazos de nuevo, dice más alto:
—Oye, Luke, ¿puedo pedirte algo que de verdad sí es importante?
Gruño y Jeremy sonríe.
—¿Qué? —le contesta Luke frunciendo los labios e intentando contener una sonrisa.
—Pues, a ver, es que los Hutt Penguins nos teníamos que haber enfrentado a los Oriental Lions
el mes pasado en la final de fútbol, pero el partido se canceló y nos quedamos con las ganas. La
cosa es que queremos jugar contra ellos igual. Estamos seguros de que les podemos hacer morder
el polvo.
A Luke se le ilumina la cara, su sonrisa hace su aparición a lo grande.
—No contará para la puntuación oficial…
—Lo sabemos, pero es que entrenan en el campo de al lado y siempre están intentando lucirse.
Créeme cuando te digo que ellos quieren ese partido tanto como nosotros. —Jeremy lanza un puño
al aire—. Les vamos a bajar esos humos.
Niego con la cabeza y digo:
—Hmm, quizá deba animar a los Oriental Lions, porque a ti tampoco te vendría mal que te
bajaran un poco esos humos. O un mucho.
—¡Papá!
Me río. Quiero alborotarle el pelo, pero me contengo.
—Bueno, ¿qué? —Jeremy mira a Luke—. ¿Podrías organizarlo?
Luke finge pensárselo y hace una mueca, como queriendo decir que va a ser difícil de
conseguir, pero cuando Jeremy se echa hacia delante y le da un manotazo en el brazo, deja el
teatro y se ríe.
—Claro que sí. Pediré permiso para usar el campo de fútbol y los vestuarios del colegio.
—¡Toma!
Jeremy está exultante. Baja la vista hacia los libros de matemáticas, pero, a juzgar por cómo
se muerde el labio y luego sonríe, su mente está a años luz de sus deberes de trigonometría. Se
echa de nuevo hacia atrás, apoyándose en el respaldo de la silla, y se cruza de brazos. Cuando
habla no levanta la vista:
—¿Papá?
Conozco ese tono. Es suave, cauto. Quiere algo de mí que no tiene claro que vaya a poder
conseguir.
Luke también conoce ese tono porque está mirando a Jeremy con una ceja alzada.
—¿Sí? —digo.
—Ya sabes que el cole acaba el miércoles, ¿no?
«Venga, vete al grano», pienso.
—Sí.
—Bueno, pues Simon nos ha invitado a dormir a su casa y me gustaría ir, ¿puedo?
Algo en la forma en la que hace la pregunta no me cuadra y me lleva un segundo darme cuenta
de qué es. Me río. Normalmente Jeremy es muy directo cuando pide quedarse en casa de algún
amigo. Lo dice y punto. Pero esta vez ha dado mucho rodeo para hacer la pregunta, así que aquí
hay algo más y eso me hace sospechar de inmediato.
—¿Una fiesta de pijamas para celebrar que acaba el curso? ¿Y habrá chicas?
Empieza a tartamudear y se le pone un tic en el ojo, lo que confirma mis sospechas. Luke
también se da cuenta. Lo sé porque empieza a negar con la cabeza antes de decir:
—No va a poder ser, Jeremy. Tu padre me ha dicho que ese día quiere llevarte al cine para
celebrar contigo el fin de curso.
—Vaya excusa más cutre, Luke —dice Jeremy—. Seguro que mi padre no ha organizado nada.
—Mi hijo me mira con una ceja arqueada, dándome a entender que sabe que Luke se lo ha
inventado. Suspira, coge el lápiz y empieza a garabatear en el cuaderno—. O sea, a ver, chicas
habrá al principio, pero son solo las niñas de mi clase.
«Solo» las niñas de su clase… A las que ve cada día y con las que seguro que luego se pasa
horas fantaseando… Sí, ya, eso de «solo» no tiene nada.
—Lo que ha dicho Luke es verdad —digo, necesitando defenderlo—. Me he cogido
vacaciones y me gustaría que hiciéramos algo. Lo siento, Jeremy, pero la respuesta es no, no
puedes ir.
Jeremy parece dispuesto a discutir, pero, al final, se apoya de nuevo en el respaldo y asiente.
—Vale —dice, levantándose y empezando a recoger sus cosas sin mirarnos ni a Luke ni a mí.
Antes de irse, masculla—: Buenas noches.
Me levanto conteniendo un suspiro e intento pensar en algo que decirle, pero Luke también se
pone en pie y me agarra el brazo para impedir que vaya detrás de Jeremy. Sus dedos me acarician,
poniéndome la piel de gallina allí por donde pasan. Y eso me recuerda la de tiempo que ha pasado
desde la última vez que alguien ha estado tan cerca como para poder tocarme.
Pero eso pronto va a cambiar. Tengo una lista de veinte cosas por hacer y pienso empezar a
hacerlas.
—Entonces, ¿qué has estado leyendo? —me pregunta Luke, divertido.
Niego con la cabeza y empiezo a recoger nuestros platos.
—No sabes cuándo dejarlo, ¿eh?
Me quita los platos de las manos y nuestros dedos se tocan, lo que hace que Luke se retire de
forma inmediata.
—Yo recojo —me dice—. Que tú has cocinado.
Odio fregar, así que el arreglo me parece estupendo. Cuando tira de los platos para llevárselos
me doy cuenta de que no los he soltado. Aparto las manos al instante.
—¿Quieres jugar a algún juego de mesa o algo así? —me pregunta Luke desde la cocina.
Yo sigo donde estaba, frente a la mesa vacía, y niego con la cabeza antes de decir:
—Quizá sea un poco tarde para eso. —Nada más decirlo me reprendo a mí mismo por ser tan
responsable. Se supone que en estas semanas tengo que soltarme un poco—. Bueno, no sé, ¿tenías
algo en mente?
—¿Qué tal… Tabú? —contesta tan cerca de mí que sus palabras aterrizan sobre mi nuca y
hacen que me aparte hacia un lado.
—¿Tabú? —repito y no, no estoy pensando en el juego, sino… en otra cosa.
Y, entonces, Luke se inclina para pasar un paño y limpiar unas manchas de tomate que no sé
cómo han llegado al centro de la mesa.
Me maldigo en silencio por haber hecho espaguetis. ¿Por qué no habré cocinado algo que no
manche? Algo como… como…
A Luke se le marcan los músculos de la espalda por debajo de la camiseta y el culo en los
vaqueros. Parpadeo, me rasco la cabeza y me dirijo a la puerta. De repente, irme a casa y ser muy
responsable me parece la mejor idea del mundo.
—Ay —digo—, pero para el Tabú se necesitan más jugadores, ¿no?
Termina con la mesa y se gira hacia mí, encogiéndose de hombros.
—Seguro que podemos jugar tú y yo solos, dos chicos mano a mano, y ajustar las reglas un
poco según necesitemos.
En ese instante, mi mente se queda completamente en blanco y me escucho soltar una risotada
nerviosa. Mañana voy a ir al trabajo, sí. No a trabajar, sino a pedir salir a Hannah de una vez por
todas.
—Esto… eh… —Bostezo. Espero que no se note mucho que es fingido—. Creo que voy a dar
por terminada la velada.
Luke asiente.
—Entonces, ¿estás libre mañana? —me pregunta.
—Sí.
—He visto que han abierto un restaurante chino en la calle Queen y quiero ir a ver qué tal está
—dice mientras me acompaña a la puerta.
—A lo mejor es un poco caro… —Corto mi excusa y dejo la frase a medias—. Mira, sí, suena
estupendo.
Me dispongo a huir y a llenar mi mente de aburridos conceptos matemáticos que me distraigan
de esos otros pensamientos que… Por Dios, necesito liarme con alguien. Con urgencia.
Justo antes de que pueda escapar, Luke me para. Está sujetando la puerta y, bajo la luz del
porche, veo de nuevo ese algo en su mirada.
—Vale —digo, apoyándome en el marco exterior y cruzando las piernas a la altura del tobillo
—. ¿Qué significa esa mirada?
Luke se pasa las manos por la cara como si así pudiera deshacerse de ese algo, pero no lo
logra, ahora es incluso más intenso, igual que los hoyuelos que se le marcan en las mejillas.
Lo intento de nuevo:
—En serio, ¿qué es lo que no me estás contando? Es como si me estuvieras ocultando
información, ¿has ganado la lotería o algo así?
Su sonrisa se hace aún más profunda.
—A lo mejor te lo cuento mañana durante la comida.
Lo dejo ahí, siguiéndome con la mirada hasta que entro en mi casa. Veo luz en el cuarto de
Jeremy y puedo oír la música al otro lado de la pared. Le doy unos golpecitos en la puerta y le
digo que se acueste, que al día siguiente tiene colegio.
En cuanto la música deja de sonar, todo se queda en silencio y yo no sé qué hacer con mi vida.
Soy incapaz de concentrarme en El molino del Floss, el último libro de mi pila de pendientes.
Me pongo una copa de bourbon y camino de un lado a otro. Estoy tratando de averiguar por
qué Luke está tan contento. Y la cosa es que creo que lo sé y no tengo claro lo que pienso al
respecto.
Debe de haber conocido a una chica en Auckland. Ese algo en su mirada… Joder, ese algo se
parece mucho al brillo que se tiene cuando uno está enamorado.
Me termino la copa y me pongo otra. He estado temiendo esto desde el principio. Sabía que
nuestra amistad no sería eterna. Es más, tengo suerte de que haya durado tanto. Pero, claro, es que
Luke es… Luke es increíble, cómo no iba a encontrar a alguien.
Y mañana me va a hablar de ella.
Bebo.
No creo que sea capaz de escuchar lo que tiene que decirme. Me está dando un bajón de
cojones de solo pensar en la posibilidad de perderlo. Y, sí, sé que seguiremos siendo amigos, pero
ya no será lo mismo. Habrá alguien más a su alrededor. Será ella quien tenga toda su atención.
Luego se mudará, tendrá niños y, aunque al principio puede que nos veamos un par de veces al
año, al final todo quedará relegado a un mail de vez en cuando y, quizá, alguna tarjeta navideña o
para felicitarnos en nuestros cumpleaños. Y luego… Luego solo me quedarán recuerdos.
Me termino el bourbon.
Hasta que me acostumbre a la idea, voy a intentar evitar que me hable de ella. Necesito… un
poco más de tiempo, eso es todo.
Estoy un poco pedo, tengo que distraerme de alguna forma, así que me acerco al escritorio y
busco en sus cajones mi lista de las veinte cosas pendientes de hacer. Llevo meses sin tocarla,
pero juraría que estaba por aquí…
Lo saco todo y nada. No está.
Suspiro. ¿Quizá la tiré sin querer?
Niego con la cabeza, saco un cuaderno y vuelvo a hacer la lista. El tiempo vuela, así que
mañana empiezo a ponerla en práctica…
Capítulo Cinco

LUKE

S on las siete y media de la mañana cuando paso por casa de Sam a dejarle unas pesas. Las
pongo en la mesa, pero al hacerlo cruje un poco, así que las coloco en el suelo, en una
esquina del salón, debajo de las ventanas.
Sam entra en esos momentos por la puerta. Viene de correr, está sudando y tiene la cara
sonrojada. Se quita el sudor de la frente con la mano y se apoya en la encimera de la cocina para
recuperar el aliento.
—¿Y tú haces esto todos los días? —me pregunta en un resuello.
Me río y me dirijo yo también a la cocina para ponerle un vaso de agua. Se lo bebe sin
respirar.
—Pero me siento revitalizado —dice cuando acaba de beber—. Creo que podría
acostumbrarme a esto de no tener que trabajar.
Me río.
—Ahí estoy contigo.
Me mira por encima de su vaso vacío. Estoy en frente de él, no haciendo nada más que estar
apoyado en la encimera, mirándolo.
—¿Cuándo acaba tu excedencia? —me pregunta.
—Ya le he dicho a mi jefa que estoy de vuelta en Wellington y me voy a acercar a verla esta
mañana. Yo creo que podría incorporarme en cuanto empiece el nuevo curso.
—Claro, tiene sentido. —Sam se quita la camiseta sudada y atraviesa el comedor de camino al
baño. Lo sigo hasta la puerta y, tras tirar la camiseta al cesto de la ropa sucia, mira mi reflejo en
el espejo—. ¿Crees que nos vamos a hartar el uno del otro ahora que vamos a pasar mañanas,
tardes y noches juntos?
Suelto el aire que, al parecer, estaba conteniendo. «Ni de coña», pienso. «¡Ni de coñísima!».
—Ya veremos, ¿no? —digo.
Se ríe y se mete los pulgares en la cinturilla de sus pantalones cortos.
—Vale, me voy a duchar, ¿te encargas de sacar de la cama al vago de Jeremy?
Cierro la puerta del baño y me quedo ahí sonriendo como un tonto. Como si fuera a hartarme
de pasar más tiempo con él. Llevo ya un tiempo queriendo esto. Hacer cosas juntos, los dos solos,
sin la interrupción constante de… de la vida, supongo.
Oigo a Sam tarareando en la ducha y me quedo ahí unos segundos más, escuchándolo,
sintiendo cómo vibra su voz a través de la puerta y se me cuela bajo la piel. Me estremezco y, un
poco a regañadientes, me voy de allí y me dirijo al cuarto de Jeremy. El tío vago debería haberse
levantado hace media hora, no va a llegar al colegio.
La puerta está entornada y la abro del todo diciendo:
—Vamos, vamos, arriba que…
¡Me cago en todo!
Agarro el pomo de la puerta y la cierro corriendo.
Oigo a Jeremy soltar una palabrota tras otra al otro lado. Y lo entiendo, ¿eh? Me siento igual.
Me dirijo a toda prisa pasillo abajo hasta llegar a la cocina. Mierda. Hay ciertas cosas que uno no
debería presenciar jamás de los jamases. Y ver al hijo de tu mejor amigo tumbado sobre la cama
haciéndose una paja mañanera es una de ellas.
De la lista de cosas que uno no debería presenciar jamás, esta está casi casi en la cúspide, la
primera de todas.
Abro la nevera. Me da igual que sean las putas —frutas— siete y media de la mañana.
Necesito una cerveza.
Para mi desgracia, en el frigorífico no hay casi nada; apenas medio cartón de leche, queso y
unos huevos. Cojo la leche y me la bebo directamente del cartón.
Dos minutos después aparece Jeremy arrastrando los pies por el pasillo, ya vestido y rojo
como un tomate. No me mira. No lo miro.
El silencio que se hace entre nosotros es tan tenso que incluso puedo oír a Sam tararear. De
repente, me da la sensación de que lleva duchándose horas, aunque no creo que lleve ni cuatro
minutos ahí dentro.
—Eh, mmm, ¿quieres unos huevos revueltos? —pregunto tras un silencio que está durando
demasiado.
—Joder —dice Jeremy, y creo que esta es una de esas ocasiones en las que decir palabrotas
es aceptable. Se hunde más en su silla y levanta la vista en un amago de mirarme—. ¿Podrías… no
sé, en plan… no decírselo a mi padre?
—Marchando unos huevos revueltos —digo, poniendo una sartén en el fuego y echando un
poco de aceite.
Esta situación es muy violenta. Para los dos, además. Y yo no estoy seguro de cuál es mi papel
aquí. Qué puedo o qué debo decir. Yo optaría por no decir nada, pero tampoco quiero que Jeremy
piense que lo que estaba haciendo es algo malo.
—Mira, tío, aquí somos todos chicos y es algo normal, todos lo hacemos, ¿vale? —Echo un
huevo en la sartén, pero aún no está caliente—. Solo… cierra la puerta la próxima vez, ¿de
acuerdo?
Murmura algo y se gira para mirar por la ventana, donde un cielo azul promete que será un día
soleado.
Justo cuando los huevos están listos, aparece Sam. Lleva unos pantalones de vestir marrones y
una camisa oscura con las mangas enrolladas hasta los codos. Está guapo. Muy guapo.
—¿Por qué te has arreglado tanto? —le pregunto sirviendo los huevos en cada uno de los tres
platos.
Se encoge de hombros, pero veo cómo se sonroja.
—Es que a estas horas siempre sueles verme con el uniforme del trabajo. Entonces… eh…
¿estoy bien?
«Estás tan bien que te comería a besos de pies a cabeza y saborearía cada milímetro», pienso.
—Claro, tío.
Sam coge las tostadas que acaban de salir de la tostadora, les unta mantequilla y pone una en
cada plato.
—Ten cuidado —me dice cuando estamos los tres sentados a la mesa que se cae a pedazos—.
Porque podría acostumbrarme a empezar cada mañana así.
Un rayo de sol se cuela por la ventana y noto cómo su calidez me invade. Me pregunto si
hubiera notado esa misma calidez incluso aunque el sol no hubiera salido.
Jeremy engulle su comida y casi ni alza la vista cuando se levanta a toda prisa de la mesa. Se
oye el repiquetear de su plato contra el tenedor cuando deja ambos en el fregadero y vuelve
arrastrando los pies, lo que hace que Sam apriete mucho los dientes.
—Friega tu plato —le dice Sam a Jeremy.
—No te preocupes —le corto yo—. Le he dicho antes que hoy me encargaba yo de fregar.
El alivio de Jeremy es evidente en la forma en la que sus hombros parecen relajarse.
—Gracias, Luke —dice. Y, luego, dirigiéndose a su padre, añade—: Esta tarde llegaré tarde.
Cuando salga de clase voy a pasarme por casa de mamá con… Steven. Estamos haciendo un
trabajo juntos y me lo he dejado allí.
Sam asiente.
—Claro —dice y noto cómo mueve un poco el brazo. Como si quisiera abrazar a su hijo, pero
ya no se atreviera a pedírselo. Me dan ganas de sujetarle la mano, enlazar nuestros dedos y darle
un apretón—. ¿Quieres que te acerque en coche?
—No hace falta —dice Jeremy antes de salir por la puerta.
Miro a Sam con una ceja alzada.
—Así están las cosas —me explica, encogiéndose de hombros—. Prefiere coger el autobús a
que lo lleve yo.
—Desde que me fui se ha convertido en un adolescente total, ¿eh?
Sam se apoya en el respaldo de la silla y alza la vista al techo, suspirando.
—Pues sí. Y la mayor parte del tiempo no tengo ni puta idea de cómo comportarme con él. —
Me mira de reojo y sus labios se curvan en una sonrisa—. Pero tú ya estás de vuelta y vas a
ayudarme, ¿a que sí?
Quiero acercarme a él, agarrarle la cara con ambas manos y besarlo. Quiero que sepa que
puede contar conmigo, que siempre podrá hacerlo. Que me quedaré a su lado todo el tiempo que
me deje y que ojalá sea para siempre.
Me despierto de la fantasía que me he montado, me levanto y llevo nuestros platos a la cocina.
—Haré lo que pueda, pero los adolescentes tampoco son lo mío. Por eso trabajo con pre-
adolescentes.
Sam me observa mientras friego los platos. Me pregunto en qué estará pensando, pero no
quiero preguntar y romper la concentración con la que me mira. Lo hace a veces, mirarme así,
abiertamente, y me encanta.
Al final, aparta la mirada y la dirige a la esquina del salón. Ve las pesas y se levanta de la
silla de un salto.
—¡Genial! —Levanta una pesa y la baja al instante—. Joder, cómo pesa.
Me río.
—Dijiste que querías ponerte supercachas.
Sube y baja las cejas un par de veces.
—Así es.
Me seco las manos en los vaqueros y me acerco a él. Me agacho para coger las pesas y les
quito un par de discos para que sean más asequibles.
—Empieza con esto, ¿vale? —Mientras prueba, le pregunto—: ¿Quieres que hagamos algo
antes de ir a comer? Podríamos ir a darnos un baño. —Oigo el tono nervioso de mi propia voz e
intento calmarme carraspeando y encogiéndome de hombros—. Bueno, o lo que sea.
Baja las pesas y niega con la cabeza antes de contestar:
—No puedo. Tengo que hacer una cosa.
Escondo mi decepción con otro encogimiento de hombros.
—Quedamos a la hora de comer, entonces.
Ambos estamos en cuclillas mirando las pesas.
—Sí, tengo muchas ganas —dice Sam y noto cómo alza la vista para mirarme. No soy capaz
de devolverle la mirada. Cuando está tan cerca es todo tan intenso que si lo mirara me costaría no
dejarme llevar por mis fantasías.
Estoy a punto de levantarme cuando Sam hace algo que nunca había hecho antes: me pone la
mano en la pierna, justo encima de la rodilla, y me utiliza como apoyo para levantarse. Se me
acelera el pulso y sigo sintiendo su roce en el muslo tiempo después de que el contacto
desaparezca.
—Estas vacaciones prometen ser estupendas —dice, ante lo que yo solo asiento, soy incapaz
de hacer nada más.

APROVECHO LA MAÑANA PARA ACERCARME A KRESLEY, EL COLEGIO DONDE TRABAJO , Y ME REÚNO


con la directora para decirle que mi intención es reincorporarme en cuanto empiece el nuevo
curso escolar en enero.
Espero hasta el final para hablarle de mi orientación sexual. Lo he estado escondiendo
demasiado tiempo ya y no quiero seguir haciéndolo. Apenas pestañea cuando le doy la noticia y
me asegura que no supone ningún problema. Me comenta que hay más gais y lesbianas en la
plantilla del colegio.
Me consta que uno de ellos es Jack. Lo sé porque fuimos pareja.
Aprovecho la hora del recreo para ir a verlo al taller de carpintería en el que da clase. A
pesar de que me dejó hace siete años porque yo no quería salir del armario con mi familia,
seguimos siendo amigos. A veces, amigos con derecho a roce, aunque cada vez menos.
Jack está agachado apilando unas placas de madera en el otro extremo de la clase cuando
aparezco en la puerta. Está abierta, pero llamo un par de veces para advertirle de que estoy ahí.
Cuando me ve, se incorpora y me dedica una sonrisa enorme.
—¡Pero bueno, benditos los ojos!
Salgo a su encuentro y le doy un abrazo, dándole una palmadita en la cabeza como solía hacer.
Tiene el pelo lleno de serrín.
—Ey, tío.
—Ey —me dice con voz ronca—. Cuánto tiempo Luke, demasiado.
—Lo sé —contesto—. Mi madre ya está estable, así que he vuelto. Me reincorporo el año que
viene, en cuanto empiece el curso. Tengo muchas ganas.
Bueno, ahora que voy a poder compartir con Sam estas vacaciones improvisadas que se ha
cogido, no tengo tantas ganas. Pero hasta saber eso estaba deseando volver a mis clases de
educación física y salud.
—Vale, pues lo organizo para que en enero volvamos a entrenar juntos al equipo —dice
mientras se sienta sobre una de las mesas de trabajo.
Me apoyo en la mesa de enfrente y le cuento cómo me ha ido en Auckland. Cuando le digo que
le he contado a mi madre y a mi hermana que soy gay, se yergue y parpadea varias veces antes de
decir:
—Así que —su sonrisa es cada vez más grande— por fin has conocido a alguien que te
importa lo suficiente como para salir del armario. Tiene que ser un auténtico encantador de
serpientes. —Niega con la cabeza y durante un instante parece dolido, pero se recupera enseguida
—. ¿Lo sabe ya todo el mundo, entonces?
Meto ambas manos en los bolsillos, dejando los pulgares por fuera. Siento la lista de Sam en
la palma de la mano derecha y trago saliva.
Jack coge aire con fuerza.
—A ver, ¿a quién no se lo has contado?
Me río, pero por dentro me estoy echando la bronca.
—Al encantador de serpientes.
—¿El chico por el que has salido del armario no sabe que eres gay? Hmm… Eso puede acabar
mal, lo sabes.
Con un gesto de dolor me aparto de la mesa y empiezo a pasear por la clase.
—Lo sé, lo sé. Pero es que es hetero. Y mi vecino.
—Ay, por Dios. ¿Es ese amigo tuyo del que llevas hablándome diez años? Tenía que
habérmelo imaginado.
—Y yo. Y no llevo hablando de él diez años. Solo siete.
Niega con la cabeza.
—Ah, bueno, entonces...
Miro alrededor para ver si encuentro algo que poder lanzarle, pero no encuentro nada. Así que
suspiro y digo:
—Se lo voy a decir. Solo tengo que encontrar el momento adecuado.
Jack se baja de la mesa de trabajo.
—El momento adecuado no existe. ¿Tienes tiempo de tomar un café?
—Claro. —Lo sigo y salimos del taller. En el tablón de anuncios del pasillo algo llama mi
atención—. ¿Estás haciendo cursos de carpintería para adultos?
Jack me mira por encima del hombro y contesta:
—Sí. Los sábados.
—Eso es nuevo.
—Ya, bueno, es que yo no tengo un vecino barra amigo que me entretenga los fines de semana.
Su risa resuena por el pasillo mientras caminamos hacia la salida.
—¿Ya no te dedicas a restaurar casas y venderlas luego por un pastizal?
—Ja, qué gracioso. Y sí, estoy trabajando en una casita de campo en la calle Rory. Pero lo del
taller para adultos está muy bien, porque mientras lo imparto voy sacando trabajo adelante. La
semana pasada terminé el rodapié de la cocina.
—¿Te has acostumbrado ya a eso de venderlas una vez que acabas con ellas?
Niega con la cabeza.
—Y esta, en concreto, es una preciosidad. Me tienta, pero no, necesito el dinero. Tengo que
seguir ahorrando para poder comprarme la casa de mis sueños.
—¿Y cómo tienes este domingo? ¿Estarás liado arreglando y remodelando cosas?
—Depende. ¿Qué pasa el domingo?
—Pues, si me ayudas a organizarlo, un partido de fútbol.
Jack deja salir de nuevo su enorme sonrisa.
—Seguro que puedo hacer un hueco. Pero solo si antes me presentas a tu encantador de
serpientes.
Capítulo Seis

LUKE

E spero a Sam en una mesa frente a las ventanas y a las doce y diez lo veo cruzar la ajetreada
calle con una sonrisa deslumbrante en los labios. Tiene el pelo revuelto y sus ojos brillan
con risa contenida. Más que andando, va dando saltitos y eso hace que mi corazón lata al ritmo de
sus pasos.
Porque quiero que esté tan emocionado por verme como yo lo estoy por verlo a él.
Me levanto para recibirlo. Estoy nervioso. Me sudan las manos y, cuando voy a sentarme de
nuevo, doy un golpe a mi vaso de agua derramando un poco sobre la mesa.
Sam es rápido y coge unas servilletas para secar el agua. Y, entonces, hace algo que nunca
antes había hecho: me guiña un ojo.
—Mira, por fin mi experiencia como camarero sirve para algo.
Se ríe y yo lo único que logro decir es un «gracias» a media voz.
—¿Qué es lo que te tiene tan contento? —le pregunto abriendo el menú, pero sin ser capaz de
leer ni una sola palabra.
No me contesta, solo se encoge de hombros y sonríe más.
Lo miro con una ceja alzada.
Sigue sonriendo, pero traga saliva y se centra en mi vaso, en el que he tirado de los nervios.
Lo agarra y empieza a moverlo en círculos sobre la mesa.
—Estoy de vacaciones y me siento… libre.
Y mira que se lo merece. Estoy feliz por él. Casi puedo palpar esa libertad de la que habla y
esa sensación como de caída libre me invade de nuevo.
—¿Y qué vas a hacer con tu tiempo?
La camarera se acerca a nuestra mesa y pedimos. Cuando se aleja, Sam se acerca a mí sobre la
mesa como si me fuera a contar un secreto. Yo también me acerco a él.
—Tengo una lista.
Trato de no sonreír, pero sé que fallo, escapa a mi control. Aunque no estoy tocando la lista en
cuestión, la noto en el bolsillo, calentándome a través de la tela de los vaqueros.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Y voy a hacer todo lo que hay en ella. Por cierto, como sigues de excedencia
podríamos… no sé, hacer más cosas juntos. Ponernos al día y eso. Oye, ¿qué piensas de los
tiburones?
¿La verdad? No soy nada fan. De hecho, me acojonan muchísimo. Pero eso no se lo digo. Me
encojo de hombros.
—Bueno, pues no sé, que son… animales.
Animales que pueden despedazarte con sus gigantescas mandíbulas asesinas.
—¿Quieres nadar entre tiburones conmigo?
Si quitamos de esa frase lo de «entre tiburones», la respuesta es un clarísimo sí.
—¡Cuenta conmigo! —termino diciendo.
Sonríe y solo por eso sé que merecerá la pena.
Se apoya en el respaldo de la silla y mira por la ventana antes de decir:
—Por casualidad, no sabrás quién es Kanye West ¿no?
—Sí, sé quién es.
—¿Sí? ¿Por qué sabes estas cosas?
Yo también me echo para atrás en mi asiento, sintiendo un pequeño rayo de esperanza. Digo:
—Soy casi diez años mayor que tú.
Espero que la manera en la que incido en lo de «diez años» cause el efecto buscado. Y parece
que sí, a juzgar por cómo se sonroja y desvía la mirada hacia la cocina.
—¿Por qué tardan tanto? —pregunta él, jugueteando con su individual.
No están tardando. Para nada. Y me encanta saber que simplemente está tan nervioso como yo.
Quiero cogerle la mano y decirle que yo puedo ser esa persona con la que tontear y divertirse este
verano.
Todos los veranos de nuestra vida. Para siempre.
Pero es demasiado para soltar así de golpe. Tengo que intentar una aproximación más suave. Y
lo primero es contarle lo mío.
—Sam —le digo, moviéndome en mi asiento. Fijo la vista en mi individual y paso los dedos
por los dragones dibujados en él antes de continuar—: Tengo que contarte algo…
Oigo cómo coge aire de forma brusca y levanto la mirada. Está tenso, agarrando el borde de la
mesa.
Frunzo el ceño.
—¿Qué pasa?
—Nada. —No me mira, desvía la mirada hacia la pared que tengo detrás de mí y, de ahí, a la
ventana—. Bueno, sí… —Se ríe de forma nerviosa—. ¿Sabes que el viernes por la noche tengo
una cita?
Me río, porque debo de haber escuchado mal. Y si me concentro en mi risa no notaré la mano
que parece estar oprimiéndome el pecho.
—¿Una cita? —La pregunta me sale de forma estrangulada, que es tal y como me estoy
sintiendo ahora mismo—. ¿Era eso lo que tenías que hacer esta mañana?
Quiero que llegue ya la comida para poder pagar y marcharme.
—Sí —dice Sam, que sigue sin mirarme—. Hay una chica en el trabajo que… Bueno, me he
tomado mi tiempo, pero hoy por fin le he dado mi teléfono. Me ha pedido salir al instante. Hemos
quedado el viernes para ir a bailar.
—¿Una chica? —La palabra se me atraganta y hace que se me humedezcan los ojos. Parpadeo
para alejar las lágrimas. Pero ¿en qué estaba pensando? ¿Cómo puedo ser tan tonto? Sam es
heterosexual. No tiene sentido seguir con esto y dejar que todas esas fantasías se apoderen de mí.
Soy un idiota. Que Sam quiera hacer algo tabú no cambia quién es en realidad.
Traga saliva y asiente con la cabeza.
—Eh… Sí, se llama Hannah. —La camarera se acerca con nuestra comida y Sam exhala de
forma audible, dejando salir el aire con intensidad. Espera a que la chica se vaya antes de volver
a hablar y, cuando lo hace, tiene los nudillos blancos de lo fuerte que sigue agarrándose al borde
de la mesa—. Ibas a contarme algo, perdona. A ver, dime, soy todo oídos.
No puedo decírselo. Debería hacerlo, sí, él y Jeremy son las únicas dos personas que no lo
saben. Y quiero que lo sepan. Quiero salir del armario del todo. Pero las palabras no me salen,
atrapadas por las mismas garras que me están oprimiendo el corazón. Porque si le digo a Sam que
me gustan los hombres y a él le parece bien y sube y baja las cejas de forma sugerente antes de
preguntarme si hay alguien especial en mi vida —como hizo mi madre—, creo que me voy a
desmoronar. Creo que podría hasta ponerme a llorar.
Y yo no lloro. La última vez que lloré fue cuando mi madre me dijo que tenían que operarla y,
antes de eso, cuando tenía catorce años y mi padre nos dejó.
Contengo las lágrimas y me llevo una servilleta a la nariz.
—Pica mucho —digo mientras por dentro me animo a sobreponerme. No lo he perdido.
Seguimos siendo amigos.
Me centro en comer.
Sam se centra en comer.
El silencio entre nosotros es tenso y el sonido de los cubiertos contra nuestros platos es
atronador.
Y, entonces, me mira a los ojos largo y tendido, hasta que se convierte en una especie de juego
para ver quién retira antes la mirada y, cuando soy yo quien aparta la vista, él suelta una risita y
me da un golpe en el pie por debajo de la mesa. Y yo lo único que quiero es acercarme a él,
agarrarlo del cuello y besarlo.
Algo que supongo que no podré hacer jamás. Ha sido bonito eso de soñar despierto, pero
también dañino. Tengo que dejar de hacerlo.
Terminamos de comer. No he logrado saborear nada.
—Estaba buenísimo —dice Sam dándose unas palmadas en la tripa. Luego mira hacia el
mostrador donde está la caja registradora y se levanta de golpe—. Voy a… esto… Voy al baño.
Antes de que se gire veo sus ojos brillar con un toque de malicia y agitación.
Y eso solo hace que lo quiera más.
Me descojono. Porque es eso o llorar. Y luego, voy a la caja a pagar.
Capítulo Siete

SAM

C uando Luke y yo salimos del restaurante, yo no puedo parar de sonreír. Sé que debería
sentirme avergonzado por haberle hecho pagar los 18 dólares de mi comida, pero lo que me
siento es… malote. Libre, incluso.
Es como si papá Sam estuviera de vacaciones y el nuevo yo tuviera permitido campar a sus
anchas durante una temporada.
Suelto una pequeña carcajada que hace que Luke me mire y sonría. Saca las llaves y hace un
gesto hacia donde está aparcada su camioneta.
—Bueno, pues aquí está mi coche —dice.
—Yo he aparcado dos calles más abajo. ¿Dónde quedamos para… lo que sea que vayamos a
hacer ahora?
—¿Lo que sea que vayamos a hacer ahora? —me pregunta sin entender mientras dirige la
mirada hacia mis manos, que en estos momentos estoy metiendo en los bolsillos delanteros de los
vaqueros.
—¿No íbamos a pasar el día juntos? Bueno, a no ser que estés ocupado.
Niega con la cabeza.
—Qué va, me parece buen plan. Deja tu coche aquí y vamos en el mío.
Hago lo que me dice y en 15 minutos estamos conduciendo por una de las preciosas carreteras
que bordean la costa. Luke conduce fenomenal; me siento tan seguro cuando voy de copiloto con él
que hasta sería capaz de quedarme dormido. Y eso que la zona en la que estamos es peligrosa,
llena de curvas y ángulos muertos.
Miro sus manos en el volante y luego a través de su ventana, hacia la falda de la montaña
salpicada de casitas. Luego dirijo la vista hacia el mar al otro lado, un manto turquesa bordeando
la carretera.
—Jeremy va a querer sacarse el carné de conducir en breve.
—¿Ya tiene edad? —Luke niega con la cabeza y vuelve a centrarse en la carretera, sus
pulgares frotando el volante—. Está creciendo muy rápido.
Su tono lleva implícito un suspiro y me siento totalmente identificado.
—Lo sé. No me puedo creer que tenga ya la misma edad que tenía yo cuando… fui padre.
Es… inquietante.
Pasan unos segundos sin que nadie hable. Apoyo la cabeza contra la ventana y dejo salir un
suspiro. Siento la repentina necesidad de soltarlo todo, de explicar por qué necesito estas semanas
de liberación. Vuelvo a hablar:
—Lo de ser padre nunca me ha salido de forma natural, ¿sabes? Llevo quince años fingiendo
que sé lo que hago cuando, en realidad, la mitad del tiempo no tengo ni idea. —Me río, pero mi
risa suena tan vacía como yo la siento por dentro—. Y la otra mitad…
Me callo. Lo que quiero decir suena… sensiblero, a pesar de lo cierto que es.
Luke cambia de marcha y me anima a continuar:
—¿La otra mitad…?
Me yergo y lo miro. Cuando hablo, acompaño mis palabras de un encogimiento de hombros,
como si con ese gesto le restara sentimentalismo a lo que voy a decir.
—La otra mitad te tengo a ti para ayudarme.
Luke exhala de forma audible, despacio y, tras echar un vistazo en el espejo retrovisor, sale de
la carretera hacia el área de aparcamiento a nuestra izquierda, una amplia explanada que se utiliza
para poder cambiar de sentido. Pone el freno de mano y se gira para mirarme.
—Todos fingimos que sabemos lo que hacemos. Estoy seguro de que a Carole le pasa lo
mismo. —Su voz tiembla un poco cuando, más bajito, añade—: Yo también estoy perdidísimo.
Asiento, pero la verdad es que Carole y él son mucho mejores fingiendo que yo.
—Me da miedo que un día Jeremy me mire y vea lo que en realidad soy: un farsante. —Luke
va a decir algo, pero levanto la mano para detenerlo—. Me pone nervioso no saber qué esperar.
Sus quince van a ser tan distintos a los míos que me aterroriza no sentirme identificado, no
entenderlo y cagarla. Y… —Me pican los ojos, noto las lágrimas agolpándose en ellos—. ¿Sabes
lo que creo? Creo que soy un mal padre.
—Fingir que sabes lo que haces no te convierte en un mal padre —me dice, acercándose un
poco a mí. Me da la impresión de que quiere consolarme y yo quiero que lo haga, pero me da
miedo que enrarezca aún más la situación. Y además, no creo merecerlo.
Cuando hablo, lo hago en voz baja:
—No es ya solo lo de fingir. Mierda, odio sentirme así, pero, a veces, tengo celos de él. —
Luke se echa un poco hacia atrás en su asiento y parpadea. Me froto la frente con el pulgar y me
encojo de hombros. Sigo hablando—: Yo no tuve los años que él va a vivir ahora. No tuve tiempo
de hacer buenos amigos ni de cometer locuras sin importancia, de esas de las que te ríes tiempo
después al recordarlas; ya sabes, como hacer una fiesta sin permiso de mis padres o algo así. —
Niego con la cabeza pensando en esos días, en que solo tenía 14 años cuando todo pasó—. Solo
salí una vez en mi adolescencia, esa primera vez con Carole. ¡Y ni siquiera éramos pareja! Fue
solo esa noche, una única cita y, para colmo, tampoco fue lo que yo esperaba. Y eso es todo. Esa
fue la última cosa de adolescente que hice en mi vida. Porque entonces llegó Jeremy y, bum, de
repente me convertí en papá. —Me río, pero es una risa nerviosa—. Me gustaría… No sé, me
gustaría haber hecho las cosas de otra forma. Porque ahora lo miro y pienso en qué se sentirá al no
tener que preocuparse tanto por todo. A veces, me gustaría no tener que ser tan responsable. —
Aparto los ojos de Luke, que me mira con gesto amable, sin juzgarme, y dirijo la vista al mar—.
He hecho una lista. Y esa lista es el motivo por el que me he escaqueado antes en el restaurante y
te he dejado pagando…
Miro de reojo a Luke y me sorprende verlo conteniendo una sonrisa. Cuando ve que lo estoy
mirando, dice:
—¿Eso es lo peor que puedes hacer? Venga ya, Sam, considera estas vacaciones como tu
momento de desahogo. Vuélvete loco. —Su voz pierde algo de su tono dulce cuando añade—:
Haber pedido una cita a Hannah está bien, pero es un poco… soso, ¿no? Seguro que puedes hacer
alguna cosa un poco más salvaje. Pero te entiendo —añade, serio—. Y no creo que seas un mal
padre. Pero, para que te quedes tranquilo, me ofrezco a ser yo el responsable durante una
temporada. No sé, quizá pueda ser yo quien vaya a recoger a Jeremy al colegio como solía hacer
antes.
Asiento. El alivio de tener a Luke conmigo, apoyándome, hace que me relaje.
—Últimamente vuelve en autobús, menos los martes, que tiene entrenamiento. Pero no te
preocupes porque, aunque esté de vacaciones, no me voy a ir a ningún sitio, así que no tienes por
qué hacerlo.
—Cuando se trata de hacer cosas por Jeremy no se aplica el «tener que», ¿vale? Quiero
hacerlo —dice poniendo el coche en marcha de nuevo.
Me río y, esta vez, es de verdad.
—Bueno, pues espero que sigas queriendo cuando te toque enseñarle a conducir, porque ya te
digo yo que, como me toque hacerlo a mí, va a terminar dándome un ataque al corazón.
Capítulo Ocho

JEREMY

S teven vuelve a negar con la cabeza por cuarta vez en lo que llevamos de tarde.
—Me debes una muy gorda por esto, ¿eh? —dice, pero puedo ver cierto brillo en sus
ojos, lo que me lleva a pensar que lo que vamos a hacer tampoco le parece tan mal.
Abro la puerta de casa de mi madre. Aún no ha llegado, pero estará aquí en cualquier
momento.
—Entonces —dice Steven yendo directo al frigorífico y sacando el batido de chocolate—, nos
vamos a dar la mano y ya, ¿no?
—Eso es. En el sofá. Y cuando entre mi madre nos separamos corriendo como si tuviéramos
algo que ocultar.
Steven sirve el batido en dos vasos, uno para él y otro para mí, y me pasa el mío empujándolo
sobre la encimera.
—¿Y no sería mejor que nos pillara enrollándonos?
Suelto una carcajada.
—Joder, no. —Veo cómo mi amigo se empieza a poner rojo. Hmm—. ¿Hay algo que quieras
contarme, Steven?
Se pone todavía más rojo, lo que termina por delatarlo del todo.
—¿En serio? —le digo—. ¿De verdad? ¿Te van los tíos?
Él se limita a coger su batido y a beber. No me contesta hasta que deja su vaso en el fregadero.
Se encoge de hombros y me dice:
—¿Nunca has tenido curiosidad?
—Pues la verdad es que no. No te gustaré yo, ¿no?
Steven pone los ojos en blanco.
—Vaya creído eres. Capullo.
Sonrío.
—Pero, si me molaran los tíos…
Necesita que yo diga algo. Lo conozco de toda la vida y sé cuándo está incómodo. Doy un
trago a mi batido antes de hablar:
—Me la pela quién te guste —le digo—. Pero por favor no te enamores de mí, ¿eh? Que esto
es solo un montaje.
—Que te jodan —me contesta, sonriendo de nuevo—. Y que sepas que ni de coña querría
tener algo contigo. Te he visto la polla y es enana.
—Que te den, pervertido. Y no la tengo pequeña.
—Ah, ¿no?
—Tú lo que quieres es que te la enseñe, ¿no?
Se ríe y es como si pudiera ver los engranajes de su cabeza trabajando. Estoy casi seguro de
lo que va a decir a continuación.
—Ni de coña —le digo, y empiezo a retroceder, alejándome de él.
Me sigue fuera de la cocina con una sonrisa maliciosa en los labios.
—Pero es que me debes una muy gorda.
—Mi polla enana es zona vedada. Así que…, que la tuya no salga tampoco de tus pantalones,
¿vale?
Se ríe.
—Te estoy vacilando —me dice cuando entramos en el salón—. Bueno, menos en lo de la
polla pequeñita.
Me dejo caer en el sofá y Steven se sienta a mi lado. Me agarra la mano y le da un ligero
apretón.
—Gracias, tío. Por tomártelo bien —me dice muy serio.
Yo no le devuelvo el apretón, pero asiento y le digo:
—Menos competencia con las chicas, ¿cómo no voy a tomármelo bien?
Oigo la cerradura de la puerta principal. Mi madre ya está en casa. Me pego más a Steven,
pero no sé si ella verá nuestras manos unidas cuando entre, a lo mejor no se da cuenta.
Mierda.
—Vale, a tomar por culo todo —susurro—. Bésame. Pero sin lengua. Y considera pagada mi
deuda.
Oigo a mi madre acercándose por el pasillo. Dirijo una mirada nerviosa en la dirección de los
pasos y luego miro a Steven. Espero que cuando me bese no me dé por poner cara rara o me
delataré.
Pero no me da tiempo a comerme la cabeza con eso porque Steven me agarra de la camiseta y
me pega a su boca mientras se echa hacia atrás, su espalda contra el reposabrazos del sofá, lo que
hace que quedemos tumbados uno encima del otro.
No sé si montarle un pollo o felicitarle por la pedazo de escena a la que acaba de dar pie.
Oigo los pasos de mi madre ralentizarse y es entonces cuando digo en un susurro, que espero
que ella oiga perfectamente:
—Mierda, mi madre.
Nos separamos en el momento exacto en el que ella aparece. Y, entonces, hago como si no
hubiera pasado nada.
—Hola, mamá —digo.
Ella frunce el ceño.
—¿Qué hacéis?
La miro y me encojo de hombros.
—Hmm, nada, aquí, ya sabes.
—Creí que esta semana te quedabas en casa de papá.
—Sí, hemos venido a recoger el trabajo que estamos haciendo. Me lo dejé aquí.
Me mira primero a mí y luego a Steven y casi se me escapa la risa al ver su cara de sorpresa.
Pero no puedo reírme o notará que tramo algo.
Steven parece superincómodo y no sé si es que está muy metido en el papel o si de verdad se
siente raro con todo esto. Y es entonces cuando noto el bulto en sus pantalones y cómo está
intentando ocultárselo a mi madre.
Es perfecto. Bueno, lo es en el sentido de que mi madre parece haberse dado cuenta de lo que
pasa. Pero, por otro lado, me siento mal por Steven, porque mi madre lo conoce de toda la vida y
el pobre está saliendo del armario delante de ella. Y, en su caso, su salida es real. Más o menos.
Me acerco a él, lo agarro por el brazo para levantarlo del sofá y pasamos a mi madre en
nuestro camino hacia la puerta.
—Nos vamos a casa de papá —digo.
—Oye —dice, y me detengo al escucharla—, ¿y el trabajo que veníais a buscar?
La miro, tiene la ceja arqueada, porque sabe que no hay ningún trabajo. Lo que no sabe es que
de eso se trataba, que me he salido con la mía.
—Ah, sí —digo—. Steven, espérame fuera, bajo enseguida.
Tardo un minuto en subir las escaleras, coger algo que podría pasar perfectamente por un
trabajo de clase y volver a bajar. Asomo la cabeza por la puerta de la cocina para despedirme de
mi madre que está ahí de pie, apoyada contra la encimera de la cocina, comiéndose un plátano.
—Adiós —le digo.
Y me voy, rezando para que haya funcionado y esto la relaje un poco.
Con un poco de suerte, quizá hasta el punto de que desaparezcan las clases bisemanales de los
condones y los plátanos.
Capítulo Nueve

SAM

M iro la caja que tengo en la mano y luego vacío su contenido en el lavabo: unos guantes de
plástico, un bote de tinte y las instrucciones. Vale, parece bastante sencillo.
Me paso una mano por mi pelo castaño claro y le hablo a mi reflejo en el espejo:
—Vamos a despedirnos de este color durante una temporada.
Ya estoy con los guantes puestos, preparado para proceder, cuando alguien llama a la puerta.
—¡Un segundo!
Dejo caer el tinte y me pongo una camiseta de camino a la entrada. No me doy cuenta de que
no me he quitado los guantes hasta que no oigo el sonido que hacen al agarrar el pomo para abrir
la puerta.
El sol de la mañana ilumina el pasillo y trae consigo una ola de perfume y a la madre de
Jeremy. Carole me mira las manos y sonríe.
—¿Puedo pasar?
—Jeremy ya se ha ido a clase.
Asiente mientras se dirige a la cocina, sus tacones repiqueteando por el suelo según camina.
—Sí, lo sé, estaba esperando a que se fuera.
—¿Es que pasa algo? —pregunto, preocupado.
Trato de acordarme de si alguna vez Carole ha venido a verme para hablar de Jeremy y ha
esperado a que él no estuviera presente y, no, no lo ha hecho nunca.
—No pasa nada; nada malo, al menos —dice ella sentándose en la silla en la que siempre se
sienta Jeremy.
Me siento enfrente de ella, que hace un gesto hacia mis guantes.
—¿Te vas a teñir el pelo tú mismo? —Me los quito a toda prisa—. Mejor que te lo haga otra
persona. Yo una vez lo intenté y lo hice fatal, tuve manchurrones en el pelo durante meses.
—Bueno, a lo mejor el look manchurrones me favorece.
Se ríe.
—¿De qué color te lo vas a teñir?
—De negro.
Carole gimotea.
—No le des ideas a Jeremy, anda. ¿Y tú no habías dejado atrás el negro? Creí que habías
superado esa fase en el colegio.
—¿Por qué estás aquí, Carole? Me estás poniendo nervioso. ¿Jeremy está bien?
Vuelve a reírse.
—Hmm, sí, Jeremy está estupendo.
—Entonces, ¿qué…?
Suspira cuando se da cuenta de que tengo el ceño fruncido de preocupación.
—Mira, he pensado que debería hablar contigo de algo que he visto. Quiero que estés
preparado en caso de que Jeremy se anime a contártelo.
—¿Preparado para qué?
—Para la posibilidad de que nuestro hijo sea… gay.
Me rasco la cabeza. Lo que dice Carole no tiene sentido.
—¿Gay?
—Y por esto mismo es por lo que quería hablar de ello contigo antes. Tenemos que
asegurarnos de que reaccionamos bien, Sam, no como si nunca hubiéramos oído esa palabra.
Tenemos que demostrarle que lo apoyamos al cien por cien, que le seguimos queriendo igual.
—Carole, vuelve a lo de que es gay… ¿Cómo lo sabes?
—Lo pille enrollándose con Steven en el sofá de casa. No creo que sepan que los vi, se
separaron a la velocidad del rayo.
No sé qué decir. Pero, más que nada, por la sorpresa. Era lo último que esperaba que saliera
de la boca de Carole.
—Sigue con la boca abierta un rato más si es lo que necesitas, pero ya, no puedes hacer eso
delante de Jeremy. No sabrá qué pensar y se preocupará por si no lo aceptas tal y como es.
—¿Qué? ¡Por supuesto que lo acepto! Es mi hijo, lo voy a querer siempre.
Me levanto de la silla y voy a la cocina. En piloto automático cojo 2 tazas y echo 4
cucharaditas de café instantáneo a cada una de ellas.
—Bien —dice Carole—. No creí que fuera a suponerte un problema, pero quería que
estuvieras preparado.
Me quedo mirando los polvos de café en las tazas.
—¿Deberíamos… No sé, decirle algo?
Carole niega con la cabeza.
—Déjale que nos lo cuente cuando esté preparado.
De repente, me da un ataque de risa al pensar en lo preocupado que estaba con la fiesta de fin
de curso a la que Jeremy quería ir. Carole me mira con curiosidad y le cuento lo que me pasa.
—Parece que no es por el tema chicas por el que tenemos que preocuparnos.
Se ríe.
—Creí que el alivio sería más grande, la verdad. Ahora tengo miedo de que alguien le haga
daño por ser quien es. Supongo que siempre estaremos preocupados por algo —me dice.
—Supongo.
—¿Sam?
—¿Carole?
—Quiero contarte otra cosa. Bueno…, ya te había mencionado algo de pasada, pero es que
ahora… —Levanta la vista y me mira, su rostro se ilumina con una enorme sonrisa y le brillan los
ojos—. Ya sabes que he estado saliendo un poco a escondidas con Greg…
—Era un compañero de trabajo, ¿verdad?
Asiente.
—Bueno, pues no creo que lo de «a escondidas» vaya a durar mucho más tiempo. Greg
quiere… A ver, me ha dicho que quiere algo serio conmigo y creo que estoy lista para contárselo a
Jeremy y que se conozcan.
—¿Así que estás haciendo planes de futuro? —le digo acercándome a ella y acariciándole la
mano—. Me alegro por ti, Carole. Si él te hace feliz, te lo mereces mucho.
—Gracias, cielo. —Mira por la ventana, hacia el jardín, y me agarra la mano—. Y estoy
segura de que ahí fuera también hay alguien maravilloso para ti.
Pienso en Hannah, la chica del trabajo. Me gusta y es divertida, pero ¿será ella esa persona?
Me encojo de hombros.
—Eso ya se verá, supongo. ¿Cómo se lo vas a decir a Jeremy?
Carole se muerde el labio.
—No lo sé, pero se lo quiero decir pronto.

CAROLE SE VA 5 MINUTOS DESPUÉS , JUSTO CUANDO LLEGA LUKE.


Lo conduzco a la cocina, aún un poco en una nube por lo de Jeremy. Levanto un dedo para
decirle que no diga nada, luego empiezo a andar de un lado a otro frente a él, ardiendo en la
necesidad de compartir esta revelación con alguien; porque necesito darle sentido al por qué me
ha dejado tan tocado descubrir que mi hijo es gay.
No es porque me moleste. Es algo más, algo que se me remueve por dentro.
Luke se cruza de brazos y me observa con atención.
—¿Estás bien?
Asiento.
—Sí. Bien. De verdad, muy bien —digo.
—Eso ha sonado muy convincente, sí.
Dejo de andar y me río. Luego respiro hondo para intentar calmarme y le ofrezco un café.
Niega con la cabeza y dice:
—No hasta que sepa qué te pasa. ¿Es Carole? ¿Ha conocido a alguien? ¿Se va a casar o algo
así?
Me acerco a la encimera donde Luke está apoyado y hago lo mismo.
—Qué va, no es eso. —Trago saliva y lo miro de reojo—. Puede que a Jeremy le gusten los
chicos. Carole me acaba de contar que lo pilló enrollándose con Steven.
Luke se queda muy quieto de repente y, por un momento, me pregunto si ha sido un error
contárselo.
—Y… —dice muy despacio—, ¿eso te supone algún problema?
Trato de llegar al fondo del asunto, a la raíz de lo que sea que me está revolviendo el
estómago, pero mi elocuencia brilla por su ausencia.
—No. Creo que no… Es solo que… No sé. —Me paso las manos por la cara y suelto una
especie de risa—. A lo mejor es que no lo entiendo, ¿sabes? Quiero decir, lo quiero muchísimo y
le guste quien le guste, me parece bien. Es solo que…
Algo. Es solo que… algo.
Luke se separa de la encimera y enchufa el hervidor. Está de espaldas a mí.
—Creo que sé a qué te refieres. Es algo que nunca habías considerado y te resulta… extraño,
desconocido.
No estoy seguro de que sea exactamente eso, pero por ahora es lo que más se acerca.
—Puede ser.
Observo a Luke mientras abre uno de los armarios y saca un par de tazas. Sus movimientos son
gráciles y cómodos, se conoce mi cocina mejor que yo. Doy gracias por lo bien que ha
reaccionado a mi noticia. Y doy gracias por poder contar con él, por lo abierto que es.
Aunque es algo que nunca hacemos, porque parece que hay una regla no escrita entre nosotros
que dice que somos ese tipo de colegas que no se toca, a veces tengo muchas ganas de abrazarlo y
decirle cuánto significa para mí. Pero nunca lo hago y espero que, de alguna forma, él lo perciba,
que sienta lo que pienso.
—¿Por qué te estás tomando esto con tanta calma? ¿Tus alumnos acuden alguna vez a ti para
contarte este tipo de cosas?
Luke me mira por encima del hombro y me contesta con una voz más ronca de lo habitual:
—Algo parecido.
Termina de hacer el café —mi segundo café en los últimos 30 minutos— y nos sentamos juntos
a la mesa a tomárnoslo. Luke ve mis guantes de plástico y coge uno.
—¿Para qué son?
Se le ilumina la cara a medida que le voy contando mis planes de teñirme el pelo.
—A mí me gusta tu pelo —dice—, pero he de reconocer que tengo mucha curiosidad por ver
cómo te queda.
—¿Y podrías ayudarme? —le pregunto sin más mientras cojo el otro guante—. Puede ser
divertido.
Me mira y, durante unos instantes, se muerde el labio inferior como si no supiera si quiere o
no.
—Venga —le digo levantándome y haciéndole un gesto con la cabeza para que me siga al baño
—. Hagámoslo memorable.
—Bueno, en ese caso…
Luke me sigue de cerca, poniéndose el guante. Al llegar al baño le dedico una sonrisa en el
espejo y le paso el otro.
Lo coge y se lo pone.
—Debería ser yo el que se tiñera el pelo y no tú, que conste.
Me giro para mirarlo. Tiene el pelo bonito y oscuro, y si yo tuviera su pelo no creo que
quisiera teñírmelo.
—Ni de coña.
Se acerca más a mí llevándose la mano a un punto cerca de su sien.
—¿Ves esto?
—¿Que si veo, qué?
—Hay como cinco pelos grises.
Lo miro, pero no veo nada.
—Te lo estás imaginando.
—Bueno, los habrá en breve.
¡Pero si solo tiene 36 años!
—Venga, hombre, no eres tan viejo —digo quitándome la camiseta y mirándome el abdomen
en el espejo. Es demasiado pronto para que el salir a correr y el levantamiento de pesas hayan
dado algún resultado. Aún me veo muy delgado. No le doy más vueltas y me giro para mirar de
nuevo a Luke y a su pelo. Le digo—: Además, seguro que las canas te favorecen, vas a estar
guapísimo.
Luke frunce el ceño y baja la mirada hacia sus manos enguantadas.
—¿En serio piensas eso?
—Lo pienso yo y lo va a pensar todo el mundo. Ahora, al tema, a ver ¿cómo hacemos esto? —
Bajo la tapa del váter y lo uso como taburete. Llevo solo unos pantalones cortos y noto el frío de
la cerámica contra la piel—. Creo que tienes que echarme el tubo de tinte por el pelo. Dejamos
que haga efecto durante media hora y luego me aclaro.
Luke coge el tubo, le quita la tapa y justo cuando está a punto de echarse un poco en la mano,
yo levanto un dedo, advirtiéndole:
—Deberías quitarte la camiseta. No quisiera que el tinte te la manchara.
Duda durante unos segundos y puedo ver cómo traga con dificultad. Luego deja el tubo en el
lavabo y se quita la camiseta.
Lo miro. Luke tiene los músculos abdominales muy definidos, hombros anchos y cintura
estrecha.
—Quiero tu cuerpo —le digo. Luke parece atragantarse y alzo la vista hacia su cara sonrojada
—. ¿Estás bien?
—¿Quieres mi cuerpo? —repite él.
—Pues sí. Y créeme, estoy trabajando en ello.
Luke simplemente me mira, sus ojos oscureciéndose bajo la escasa luz del baño.
Enciendo el interruptor, desde mi posición no tengo casi que moverme para hacerlo, y le
pregunto:
—¿Cuánto tiempo crees que tendré que hacer pesas para que se me marquen los abdominales?
Luke niega con la cabeza y aparta la mirada de golpe centrándose en algún punto por encima
de mi hombro. Luego mira hacia la ventana, que está entreabierta, y una suave brisa le azota el
pelo. Veo cómo se le pone la piel de los brazos de gallina.
—Bastante —me dice y vuelve a coger el tinte. Me sonríe—. Venga, hagámoslo. —Se pone un
poco de la pasta grisácea en la mano y añade—: Por Dios, qué fuerte huele.
Me levanto, abro más la ventana y vuelvo a sentarme en el váter. Le hago un gesto con el dedo.
—Venga, dale, quiero esas manos sobre mí ya.
Deja salir una risa ahogada que me hace querer preguntarle si se encuentra bien, y se cierne
sobre mí.
Duda unos instantes antes de llevar sus manos a mi pelo y me pregunto si él también se da
cuenta de que este contacto físico va en contra de esa regla rara de colegas que no se tocan. Y eso
no quiere decir que nunca en la vida nos hayamos tocado, pero puedo contar las veces que lo
hemos hecho con los dedos de las 2 manos, bueno, y los de 1 pie; pero, la cosa es que… eso, que
puedo contarlas.
Me encojo de hombros como queriéndole decir que no pasa nada, que no es para tanto, al
menos, no para mí. Que no me importa.
Se le escapa una especie de gemido y, al segundo, noto sus dedos en mi pelo.
Su primer toque, extendiéndome el producto por las raíces, hace que me tiemble todo. Y creo
que salta a la vista porque Luke me pregunta si tengo frío.
—No —contesto sin más. Porque es verdad, no lo tengo. El escalofrío se ha debido al gusto
de tener a alguien tocándome el pelo y el cuero cabelludo. Llevo tiempo sin ir a la peluquería y la
parte del masaje al lavarme el pelo siempre ha sido mi favorita.
Luke se echa más tinte en las manos y empieza a peinarme con los dedos. Se me escapa un
gemido. Durante un segundo pienso en si sentirme avergonzado o no, pero entonces Luke vuelve a
hacer el mismo movimiento y ya me da igual si hago ruiditos o no. Además, a él seguro que le da
igual. Me ha oído hacer cosas peores. Como aquella vez que una avispa me picó 3 veces e hice
todo el camino del parque a casa lloriqueando.
—Es un gustazo —le digo a Luke—. Podría hasta quedarme dormido. O empezar a babear.
Se ríe entre dientes y, aunque sé que ya me ha extendido todo el tinte del bote, sigue
masajeándome la cabeza.
—Tienes que dejártelo media hora, ¿no?
Asiento con un «humm» mientras él me pasa las manos por las puntas.
—¿Tienes algún reloj o algo que podamos usar?
—Hay un temporizador de cocina en esa balda —digo, quejándome cuando sus manos
desaparecen de mi cabeza.
Se quita los guantes sucios y los tira en la papelera. Coge el temporizador.
—Mejor no te pregunto por qué tienes esto en el baño.
Me río y me encojo de hombros.
—El agua caliente no es barata. Jeremy y yo ponemos el cronómetro en cinco minutos y así
sabemos cuánto llevamos en la ducha y cuándo tenemos que salirnos.
Luke parpadea, sorprendido.
—¿Solo cinco minutos?
Suspiro y Luke maldice en voz baja mientras abre el grifo para lavarse las manos. Parece
molesto.
—A veces —dice de golpe, no mirándome directamente, sino en el espejo—, me gustaría que
vivierais conmigo y ya está. Ahorraríais el dinero del alquiler y os daríais duchas más largas. Y
tampoco tendrías que trabajar tantísimas horas. Me da igual cómo lo justifiques, porque intentarás
justificarlo, pero hacer turnos dobles las semanas que no tienes a Jeremy y trabajar cada fin de
semana que no está contigo es… Es demasiado.
—Es lo que paga las facturas —contesto—. Y gracias por la oferta, pero no nos quieres como
compañeros de piso, créeme. Ocupamos muchísimo espacio. Además… —Pienso en esa mujer
misteriosa de la que Luke aún no me ha hablado—, no creo que a tu chica le gustara.
Luke se da la vuelta con el ceño fruncido y se cruza de brazos.
—¿Mi chica?
Bajo la mirada a mis manos, apoyadas sobre los muslos. Temía que este momento llegara,
tener que oír a Luke admitir que había conocido a alguien en Auckland. Quería seguir
postergándolo e ignorándolo, pero se me ha escapado.
—Querrás mudarte en algún momento, formar una familia…
Durante unos segundos, Luke no dice nada y no puedo leer la expresión en su rostro. Se acerca
a mí y se agacha de forma que nuestras caras quedan a la misma altura.
—¿De qué leches estás hablando, Sam? —me pregunta.
Entonces me pregunto si puedo haberlo malinterpretado todo y un rayo de esperanza me llena
de calidez por dentro. Dejo salir un suspiro de alivio antes de hablar:
—¿Eso significa que no vas irte? Entonces, ¿qué es lo que querías contarme?
Sus ojos brillan con risa contenida y me pone una mano en la rodilla. Es solo un segundo,
enseguida se aparta.
—No hay ninguna chica. Y no voy a dejarte.
—Me cago en la puta, qué alivio —digo y le agarro el brazo. Quiero apoyar la cabeza en su
hombro, pero me acuerdo del tinte antes de llegar a rozarlo—. Me parece que me he estado
preocupando por nada.
—¿Estabas preocupado?
—Desde que volviste de Auckland. Pensé… No sé, ahora creo que quizá solo estabas feliz de
haber vuelto a casa.
Luke se ríe con nerviosismo.
—No te haces una idea.
Lo miro a los ojos tratando de averiguar por qué está nervioso.
—Pero sí que tienes algo que contarme, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sabía, solo lo suponía. Pero ahora sé que algo pasa.
Luke se pone de pie.
—Creo que ya es la hora, hay que aclararte el pelo.
Yo también me levanto.
—El temporizador nos dirá cuándo es la hora. —Aparta la mirada cuando me acerco más a él
—. Ahora, dime qué pasa.
—Vale. —Traga saliva y luego abre la boca para volver a hablar. La cierra. Vuelve a
intentarlo—: Es que… ¿Recuerdas que te dije que mi madre quería conoceros? ¿Y que había
pensado que quizá podríamos ir a verla en Navidad?
—Sí —digo despacio.
—De hecho, le medio prometí que os llevaría. Se me escapó y ahora está haciendo planes.
Oh.
—Mierda, Luke, me encantaría conocerla, pero no creo que pueda pedir días libres en
Navidad.
Entonces suena el temporizador y Luke se gira de forma abrupta para apagarlo.
—No pasa nada. Para empezar, no debería haberle prometido nada. Fallo mío.
Meto una mano en la ducha y abro el grifo antes de contestar:
—No, no, en serio que tengo muchas ganas de conocerla. Lo que pasa es que cuando ayer me
pasé por el trabajo para pedir una cita a Hannah, aproveché y hablé con mi jefe, para tantear un
poco, ya sabes. Pero no paraba de decir que no veía el momento de tener de vuelta a su mejor
camarero. Lleva un día sin mí y ya está lamentando haberme dado vacaciones.
Me meto los pulgares en las trabillas de los pantalones y empiezo a quitármelos junto con la
ropa interior. Luke y yo nos giramos a la vez, pero él sigue girando hasta que me da la espalda de
nuevo.
—Lo siento —le digo, riéndome y metiéndome bajo el chorro de agua caliente—. No quería
ponerme en plan exhibicionista, pero necesitaba meterme en la ducha cuanto antes. Se me ha
medio dormido la cabeza y busco un cambio de look, pero no tan radical como quedarme calvo.
—No… pasa nada.
El agua arrastra el tinte hasta mi boca y escupo para sacármelo.
—¿Estás bien? —pregunta Luke. A través del cristal empañado puedo verlo sentado en el
váter.
—Espero que esto quede mejor de lo que sabe. —Me paso las manos por el pelo, pero no es
ni la mitad de agradable que cuando lo ha hecho él—. Oye, volviendo al tema de tu madre —le
digo, frotándome el resto del cuerpo—. ¿Y si…? No sé… ¿Y si vamos antes de Navidad? O…
Oye, ¿por qué no viene ella? No he pensado demasiado en cómo celebrar el infame 3-0. —Me da
un escalofrío al decirlo y me enjabono con más fuerza—. Pero estar rodeado de familia me parece
una idea estupenda. Podría invitar también a la mía.
—Hmm, ¿quieres a mi familia en tu fiesta de cumpleaños? —pregunta Luke.
Saco la cabeza de la ducha, dejando caer gotas de agua sobre el suelo.
—Sí, Luke, quiero. Lo estoy deseando. —Arrastro la mano por las baldosas de la pared y
cierro el grifo—. ¿Me pasas una toalla, por favor?
Luke lo hace, pero antes de soltarla me dice:
—¿Estás seguro?
—Claro —contesto, tras quitarle la toalla de un tirón. Me envuelvo en ella y salgo de la
ducha.
—Eso es… Eso estaría bien. —Lleva una mano a mi pelo y me lo revuelve—. Creo que me va
a costar un poco acostumbrarme.
Me seco el pelo y luego me echo un poco de gel para ponérmelo de punta por el centro.
—¿Qué te parece? ¿Un poco locura? —le pregunto girándome hacia él. Me lo encuentro
sonriéndome y haciéndome fotos con el móvil.
Se ríe antes de decir:
—En unos años, cuando veas estas fotos, te morirás de vergüenza. Jeremy se va a mear de la
risa.
Y, entonces, sonrío, porque esa es la reacción que estaba buscando.
Otra cosa que puedo tachar de mi lista de cosas pendientes.
Capítulo Diez

LUKE

A mbivalente. Esa es la palabra. Así es como describiría el estado en el que estoy mientras
doy un paseo por el patio con Jack en su hora de la comida. De hecho, es la palabra que
me describe desde que he estado con Sam esta mañana.
«A lo mejor es que no lo entiendo, ¿sabes? Quiero decir, lo quiero muchísimo y le guste quien
le guste, me parece bien. Es solo que…».
Trago saliva y suspiro al recordar sus palabras exactas, apartándome cuando Jack intercede en
una pelea entre dos alumnos.
Sí, Sam parece tolerante y yo debería estar feliz por eso, pero… la acogida no ha sido tan
cálida como yo hubiera esperado. Claro que lo único que me hubiera hecho feliz cien por cien
hubiera sido Sam saliendo del armario y diciéndome que el que es gay es él.
¿Por qué tiene que ser Jeremy?
Hundo las manos en los bolsillos todo lo que puedo, como si ahí fuera a encontrar la paz
mental que tanto necesito ahora mismo. Pero no hay nada, solo el tacto de una hoja de papel: la
lista de Sam.
Me hace cosquillas en la palma de la mano. Es la misma sensación que he sentido cuando al
acariciar su pelo esta mañana él ha gemido. Excepto que el cosquilleo de antes ha ido directo a mi
polla y he tenido que llenar la mente de imágenes horribles para no empalmarme en su cara.
No ha funcionado demasiado y he estado a punto de perder la cabeza cuando Sam casi apoya
la suya en mi brazo. He estado a punto de cogerle del pelo y tirar de él hacia mí, tinte o no tinte.
Jack le dice algo al más grande de los niños y lo manda en otra dirección. Me mira, poniendo
los ojos en blanco y soltando una risilla. Antes de que se me acerque, una niña le da unos
golpecitos en el brazo y le pregunta algo.
Desde donde estoy, no puedo oírlos, pero, aunque pudiera, sigo pensando en lo que ha pasado
esta mañana. El momento en el que Sam ha dicho que éramos familia. Ha sido una declaración
sencilla, dulce, y sus palabras vienen a mi cabeza una y otra vez. Me hacen sonreír. Me hacen
fruncir el ceño. Somos una familia. Lo hemos sido desde hace siete años. Solo que vivimos en
casas separadas.
—¿A qué se debe ese ceño fruncido? —me pregunta Jack, dándome un golpecito en el brazo.
—A nada.
Pero no es verdad. Sí es por algo. Pensar en que vivimos en casas separadas me lleva al
momento en el que le he dicho a Sam que ojalá viviéramos juntos y él ha salido con lo de mi novia
misteriosa.
Cuando lo ha dicho me he debatido entre reírme o echarme a llorar. Reírme porque Sam no
parecía en absoluto contento con la idea; y llorar porque ha quedado claro que Sam no me ve
como nada más que un íntimo amigo. Buf, como un compañero de piso, incluso. Yo pensando que
casi me había declarado y él tomándoselo por el lado que no era.
—Pues como esa sea tu cara de no pasarte nada —dice Jack riéndose entre dientes y
haciéndome un gesto para que sigamos caminando hacia los jardines traseros, donde los niños se
esconden para besarse o hacer manitas detrás de los arbustos—, no quiero ni imaginarme la de
«sí, me pasa algo».
Andamos en silencio durante un par de minutos. El sonido de las monedas en el bolsillo de
Jack y las risas de los niños en la distancia ponen una banda sonora agradable a nuestro paseo.
Respiro el aroma a césped recién cortado y miro a Jack, que camina con la vista al frente,
esperando pacientemente a que yo diga algo.
Reduzco el paso y él hace lo mismo.
—No he podido decírselo. —Él asiente y sé que ha entendido de qué hablo, que no he podido
decirle a Sam que soy gay. Continúo—: Y no sé por qué, me lo ha puesto en bandeja.
Jack mete los pulgares en los bolsillos.
—Yo sí sé por qué.
—Ah, ¿sí?
—Sí. —Hace un pausa y me dedica una pequeña sonrisa antes de seguir hablando—: Tienes
miedo de saber con certeza qué es lo que él siente por ti porque, una vez lo sepas, si no es lo
mismo que sientes tú por él, ya no habrá excusas a las que agarrarse para mantener la esperanza.
Me tomo unos segundos para asumir lo que me acaba de decir y odio darme cuenta de lo
acertado de sus palabras.
—Es eso, exactamente eso. ¿Cómo lo has sabido?
Se encoge de hombros y creo que no me va a contestar. Me hace un gesto para que sigamos en
otra dirección, pero, entonces, se para y me mira.
—Lo sé porque una vez estuve en esa misma situación —me dice. Por su expresión sé que está
hablando de nosotros. Que reconozca algo así es halagador, pero también un poco incómodo y no
sé qué narices contestar. Por suerte, no tengo que decir nada porque se saca uno de los pulgares
del bolsillo y me da un empujón cariñoso en el brazo—. Pero lo superé. Y tú también lo
superarás, en caso de que tengas que hacerlo.

S ON LAS CUATRO Y MEDIA CUANDO ENTRO EN EL APARCAMIENTO DEL COLEGIO DE J EREMY. HE


pensado que, dado que tiene fútbol, puedo verlo entrenar un rato y luego hablar con el equipo del
partido que he organizado para el domingo.
Me acerco al campo que hay detrás del colegio. Los chicos están en grupo, algunos chocando
los cinco con otros; Jeremy está diciéndole algo a uno de sus compañeros y se ríe antes de
levantar su botella de agua y echársela por la cara; el entrenador está hablando con Steven y
señalándole la portería.
Reduzco el ritmo de mis pasos, mis pies hacen crujir la hierba recién cortada a medida que me
acerco. Alzo una mano para saludar a Jeremy y una sensación enorme de déjà vu me invade. Es
como si nunca me hubiera ido a Auckland y este fuera un día cualquiera, otro más en el que me
paso para ayudar en el entrenamiento o en algún partido.
—¡Luke! —dice Jeremy al verme y una sonrisa enorme le ilumina la cara. Me hace señales
para que me acerque más a ellos—. ¿Crees que al final podrás hacer algo para que juguemos
contra los Oriental Lions?
Asiento.
—¿Qué os parece el domingo a mediodía?
—¡Genial!
Simon y Darryl, ambos defensas en el equipo de Jeremy, hacen sendos ruidos de asentimiento
y se dan un puñetazo en el hombro el uno al otro.
—Los vamos a machacar.
Una pelota de fútbol se escapa de la red y yo la paro con el pie.
—Es un partido amistoso —les digo.
—Ya, ya, lo sabemos —me dice Simon—. Pero es que hemos hecho una apuesta.
Le doy una patada hacia arriba al balón, lo cojo con la mano y me lo meto bajo el brazo.
—¿Una apuesta?
Steven se acerca entonces al grupo pasándole un brazo a Jeremy por el cuello al llegar. Parece
que con el otro va a agarrar a Simon, pero tras un titubeo, decide no hacerlo y deja caer el brazo.
Cosas de amigos. Hay todo un mundo de reglas sobre qué se puede y no se puede hacer.
—El equipo que pierda invita al otro a comer todo lo que quiera en Pizza Hut —contesta
Steven.
—O sea, que nos van a invitar a cenar sí o sí —añade Darryl animado.
Jeremy se encoge de hombros y dice:
—Creo que podemos ganarles. —Mira hacia la cadena que separa ambos campos de fútbol y
añade—: Tengo el número de su capitán, luego lo llamo y se lo cuento.
Le hago un gesto con la cabeza al entrenador y, antes de dirigirme a él, les digo a los chicos:
—A las doce en el colegio Kresley. Esperad un segundo, ahora vuelvo.
Me abro paso entre los jugadores y me acerco a saludarlo. Conozco a todos los profesores de
Jeremy, pero su anterior profesor de educación física, que también hacía las veces de entrenador,
se fue más o menos cuando yo me fui a Auckland.
Me presento al señor Charleson, le estrecho la mano y le digo que estaría encantado de
ayudarlo como hacía con el antiguo entrenador.
—Si quieres también puedo arbitrar, tanto en partidos amistosos como en entrenamientos.
—Toda ayuda es bienvenida —me dice, riéndose, mientras recoge los conos que han usado
para los regates—. ¡Simon! Échame un mano y lleva esto y los balones a los vestuarios, por favor.
Le lanzo a Simon el balón que recogí antes, pero está distraído mirando hacia donde están
Jeremy y Steven, así que le da en el pecho y cae al suelo. Eso parece sacarlo de su
ensimismamiento y lo recoge enseguida.
El entrenador sonríe y, señalando a Jeremy, me dice:
—Ese es tu chico, ¿no? Es muy bueno. Un poco chulo en el campo, pero su juego es
impecable.
Se me hincha el pecho de puro orgullo y asiento. Claro que sí, ese es mi chico.
—Es muy buen centrocampista y un gran extremo izquierdo.
El señor Charleson asiente.
—Cuando juega con Steven hacen maravillas. Se conocen tan bien el uno al otro que juntos en
el campo son imparables.
Estoy sonriendo tanto por dentro que no puedo ni responder. Miro hacia Jeremy, que está
haciendo malabarismos con el balón que le regalé antes de irme a ayudar a cuidar a mi madre.
—Son amigos desde siempre. —Y puede que ahora sean más que eso. Me deshago de ese
pensamiento enseguida. Me sigue resultando extraño no ver a Jeremy como un niño pequeño—. Se
conocen mucho y llevan entrenando juntos toda la vida.
—Oye, Luke —me llama Jeremy—. ¿Comprobamos si aún puedes quitarme el balón?
—Eso suena a reto —le digo al entrenador—. Voy a tener que enseñarle que aún tiene unos
cuantos trucos que aprender. Veamos si le puedo bajar un poco los humos y quitarle algo de esa
chulería.
Él se ríe y me dice:
—Bueno, yo ya me voy. Muchas gracias por organizar el partido del domingo, siento no poder
ir.
—Gracias por el entrenamiento, señor Charleson —dice Steven que, de repente, está a mi lado
—. Estaremos a la altura, se lo prometo.
—Lo sé, chaval, sois muy buenos, pero recordad que al final de lo que se trata es de pasarlo
bien.
Antes de ir hacia donde está Jeremy le doy una palmada en el hombro a Steven y le digo:
—A ti seguro que te veo antes del domingo, ¿verdad?
—Seguro que sí, señor Luke —me contesta él mientras recoge un balón medio oculto entre las
pecheras naranjas que han usado en el entrenamiento. Con él en la mano, corre detrás de Simon,
que ya está casi en el otro extremo del campo.
Me acerco a Jeremy que, equilibrándose con los brazos extendidos, está dando toques al balón
con la cabeza.
—Pásamelo —le digo.
Lo deja caer entre nosotros, pero antes de que yo pueda llegar, se me adelanta y se hace con él,
rodeándome.
—¡Serás chulo! Ahora te ríes, pero ya verás, ya.
Se dirige hacia una de las porterías y yo corro tras él. Este es nuestro juego, llevamos años
haciéndolo. Al principio no era tan difícil quitarle el balón, e incluso me dejaba ganar en alguna
ocasión. Pero ahora me lo tengo que currar mucho más y usar todos mis trucos para mantener y
quitarle la pelota.
—El primero que marque gana —le digo mientras toco el balón con la parte exterior del pie,
lo suficiente para quitárselo y hacerme con él.
Pero él es más rápido y, aunque estoy a punto, no lo consigo. Jeremy pivota con la cadera,
cambia de dirección y se lleva el balón con él. Ha sido un movimiento brillante y quiero
decírselo, de hecho, estoy a punto de decírselo cuando él dice:
—Venga, viejo, ¿eso es todo lo que puedes hacer?
Se acabaron las tonterías. Empieza el juego.
—Te voy a dar yo a ti viejo.
Jugamos durante unos veinte minutos más. Ya solo estamos nosotros en el campo y el sol de la
tarde empieza a esconderse a nuestra espalda.
He logrado robarle el balón dos veces, pero antes de poder marcar un gol, Jeremy me ha
bloqueado. No pasará una tercera vez…
La camiseta de manga larga que llevo se me pega a la espalda por el sudor y levanto los
brazos para despegármela. Jeremy me sonríe con el balón bajo su pie derecho. Está justo fuera del
área de meta.
—Quita esa cara, anda, que aún no has marcado.
—Ya, pero estoy a punto, vas a ver.
Hace una finta con el empeine y termina dándole una patada hacia atrás con la planta del pie.
Pero, esta vez, estoy preparado.
—Eso ha sido pura potra, Luke —me dice, mirándome con el ceño fruncido mientras me alejo
con el balón.
Ahora el que sonríe soy yo.
—¿Ves lo que aún puede hacer este viejo?
Hago un par de regateos en dirección al área de penalti, pero luego salgo corriendo hacia la
portería. Tengo que proteger bien el balón porque Jeremy me marca muy de cerca. Hago una media
chilena esperando quitármelo de encima, pero el cabrón es muy bueno. Aunque eso no pienso
decírselo. Empiezo a ver a lo que se refería su nuevo entrenador con lo de que es un chulo en el
campo.
—Si en los próximos cinco minutos consigo quitártela y meter gol —me dice—, ¿nos invitas a
unos fish and chips para cenar?
—Te ofrezco otro trato —le propongo, acercándome más a la portería—. Si ganas, os invito a
fish and chips, pero si soy yo el que marca, esta noche la cena la haces tú. Enterita. Tengo un saco
de patatas sucias esperando a que lo peles para poder hacer un Shepherd’s pie.
Me consta que Jeremy odia pelar patatas y me río cuando gimotea, pero la chulería le vuelve
enseguida y me contesta:
—Venga, va. Voy a pedir fish and chips, un rollo de primavera y una mazorca de maíz. Ah, y
también una barrita Mars frita.
Le hago un regateo que no se espera y lo pillo por sorpresa.
Lo dejo maldiciendo en voz baja mientras me dirijo a la portería.
Lanzo y marco un gol al grito de «¡sí!».
Luego me acerco corriendo a la portería, doy un salto para dar una palmada en la parte
superior y le digo:
—Así es como se hace, chaval.
Viene hacia mí tirándose del pelo y quejándose.
—Mierda. Eso ha sido… ¿Cómo lo has…? Mierda.
Lo agarro y lo sumerjo en un abrazo, pasándole los nudillos por el pelo. Luego levanto la
cabeza y empiezo a olisquear el aire.
—¿Hueles eso? —le pregunto.
—Por favor, no digas que así es como huele la victoria, que suena supercutre.
Niego con la cabeza y recojo el balón.
—No. A lo que huele es a Shepherd’s pie.
—¿Doble o nada? —sugiere, esperanzado.
Niego con la cabeza. Yo he terminado por hoy. Además, sería una estupidez por mi parte
arriesgar mi victoria cuando Jeremy ha tenido todas las de ganar todo el rato.
—Anda, que solo son patatas. Tienes suerte de que no te haya pedido que me des un masaje en
mis pies viejos y doloridos.
Arruga la nariz.
—Puaj, qué asco.
Me río y me pongo la pelota bajo el otro brazo.
—Venga, vam…
«Vámonos» iba a decir, pero dejo la frase a medias en el momento en el que alzo la vista y
veo a Sam de pie en la banda, con las manos en los bolsillos, sonriéndonos. El sol incide en un
lateral de su cara, bañándolo en un cálido color naranja. Se saca las manos de los vaqueros y nos
empieza a aplaudir.
—Qué buen espectáculo, chicos.
—¡Me cago en la… fruta! —dice Jeremy. Luego, más bajito, añade—: ¿Qué se ha hecho papá
en la cabeza?
—¿Te refieres a su pelo? —le pregunto, incapaz de apartar los ojos de Sam, que se dirige con
pasos largos y gráciles hacia nosotros.
—Sí, a eso, ¿qué le ha pasado a su pelo? —Jeremy se empieza a reír, sus carcajadas cada vez
más altas a medida que nos acercamos a su padre. Tiene hasta lágrimas en los ojos de tanto reírse
—. Madre Santa. Qué fuerte. ¿Una cresta?
Sonrío.
—Tampoco es una cresta-cresta.
—Un poco cresta sí es.
—¡Luke! —dice Sam cogiendo el balón que le tiro—. Me tendría que haber imaginado que lo
recogerías después del entrenamiento. He visto tu camioneta nada más entrar en el aparcamiento.
—Pensé que sería buena idea pasarme y contarle al equipo los planes para el gran partido del
domingo.
Sam lanza el balón y trata de cogerlo con el pie, pero se le cae.
—Hacéis que parezca tan fácil —nos dice con una sonrisa un tanto avergonzada.
Jeremy se ríe, coge el balón y empieza a enseñarle a su padre cómo se hace.
—Estás ridículo, papá.
Sam parece encantado con tal afirmación, pero yo le robo el balón a Jeremy en el aire y se lo
lanzo a la cabeza.
—Está perfecto, chaval.
No estoy cien por cien seguro, porque podría ser por un efecto de la luz, pero creo que Sam se
está sonrojando. Me entran unas ganas tremendas de agarrarlos a ambos y abrazarlos. Mis chicos.
Me entretengo unos instantes soñando despierto con cómo sería no tener nada que ocultar; en
lo que sentiría si pudiera acercarme a Sam y darle un beso en la boca delante de Jeremy.
Me pierdo en mis pensamientos y no me entero de lo que acaba de decir Sam.
—¿Perdona? —pregunto, tratando de que los ojos no se me vayan a sus labios.
—Decía que parece que hoy has ganado tú —dice Sam, enganchando los pulgares en los
bolsillos de sus vaqueros.
Le vuelvo a quitar el balón a Jeremy antes de contestar:
—Pues sí. —Empiezo a caminar al lado de Sam, hombro con hombro hasta el aparcamiento—.
Y, por cierto, la cena hoy nos la hace Jeremy.
Jeremy gimotea a nuestra espalda.
Capítulo Once

SAM

C uando Luke nos llama para decirnos que ya podemos pasar a su casa a hacer la cena,
Jeremy gimotea y se dirige de mala gana a la puerta, arrastrando los pies con ese chrr-chrr
de siempre que me hace apretar mucho los dientes.
—Levanta los pies —le digo—. Cuesta creer que se te dé tan bien el fútbol cuando no puedes
ni caminar sobre una moqueta como es debido.
Jeremy me mira, parpadeando.
—¿Eh? —Eso es lo único que dice antes de encogerse de hombros y salir de casa.
Luke ha dejado la puerta entreabierta, así que la empujo y pasamos sin llamar.
—¿Luke? —digo desde la entrada.
—En el comedor —llega su voz en la distancia.
La casa huele a algo que conozco muy bien y sigo el aroma hasta la mesa, donde hay 2 bolsas
grandes de fish and chips. Luke no está a la vista, pero lo oigo traquetear en la cocina.
Jeremy grita de alegría y dice:
—¡Qué fuerte! Luke es el mejor. —Luego, para que él lo oiga, añade más alto—: Luke, eres lo
más.
—Lo sé —le oímos decir desde la cocina.
Jeremy se sienta y empieza a desenvolver una de las bolsas de papel. Yo me acerco a mi sitio
habitual, pero, justo cuando voy a sentarme, Luke aparece y me quedo helado a medio movimiento.
Se ha cambiado de ropa y se ha puesto unos vaqueros de tiro bajo, una camiseta de manga corta y
unas sandalias.
Siempre he querido tener un cuerpo como el suyo, prieto, definido, pero sin que parezca
demasiado musculoso. Y ahora lo deseo más que nunca. Es que está tremendo. Y vale que yo no
me atrevería a decir algo así en voz alta a otro tío, pero, joder, cómo está.
Antes de que alguien se empiece a preguntar por qué me he quedado embobado mirando los
músculos de Luke, me concentro en el pescado crujiente y delicioso que hay sobre la mesa. Pero
vuelvo a quedarme en blanco cuando Luke estira el brazo para coger unas patatas fritas… Es que
hasta sus manos son perfectas…
Me desprendo de ese pensamiento a toda prisa y digo lo primero que se me viene a la cabeza:
—¿Cómo es que Jeremy se ha librado de hacer la cena? Estaba deseando verlo sufrir un ratito.
Le guiño el ojo a mi chico, que pone los suyos en blanco en un claro: «Eres lo peor, papá».
Suspiro y cojo unas cuantas patatas fritas.
Luke nos mira a ambos y niega con la cabeza.
—La próxima vez voy a cumplir mi amenaza. Seguro que pelar patatas le hace madurar. —
Moja una patata en la salsa de tomate que acaba de echar sobre uno de los papeles y sigue
hablando antes de llevársela a la boca—: Pero echaba de menos hacer esto con vosotros y cuando
he pasado por el restaurante me he puesto en plan nostálgico y no lo he podido evitar. —Se ríe,
señalando los fish and chips.
Cuando me mira, ya no se ríe, pero sus hoyuelos siguen a la vista. Nuestras miradas se
encuentran y es como tener una conversación silenciosa en la que yo le digo que yo también
echaba mucho de menos esto y que me encanta saber que él siente lo mismo.
Luke asiente y respira hondo, como para cambiar el tono en el que nos hemos sumido y volver
a algo más liviano.
—Así que mañana te dan las vacaciones, Jeremy, qué ganas, ¿no? —Entonces me mira a mí y
me sonríe—. ¿Y tú, qué locuras tienes planeadas?
—No mucho —digo. Pero no es verdad. Mañana voy a volverme muy loco y estoy
deseándolo.
Tengo los dedos grasientos por las patatas y me los limpio en los vaqueros antes de coger un
trozo de pescado rebozado. Le doy un mordisco y es como retroceder en el tiempo a la primera
vez que comimos fish and chips los tres juntos. Fue en Petone, en la playa, y las gaviotas casi nos
comen vivos.
Sonrío al recordarlo. Luke se acojonó y a Jeremy y a mí nos dio un ataque de risa. No paré de
reírme hasta que Luke, frunciendo el ceño a más no poder, me tapó la boca con la palma de su
mano.
Cuando pienso en ello, creo que aún siento la solidez de su mano contra los labios. El gesto
nos tomó a ambos por sorpresa y, si los tíos hicieran cosas de ese tipo, le hubiera lamido la palma
para que se apartara.
Pero seguro que le hubiera parecido raro.
—¿En qué piensas, Sam? —me pregunta Luke mientras pone más salsa de tomate sobre el
papel.
Noto cómo el rubor me empieza a subir por el cuello y me encojo de hombros.
—Nada, cosas. En todas las veces que hemos comido fish and chips los tres juntos.
—Me acuerdo de aquella vez que me dejasteis en el restaurante —interviene Jeremy—. Sigo
sin poderme creer que se os olvidara que había un niño con vosotros.
Ahora sí que me pongo rojo y me alegra ver que Luke también se está ruborizando.
—Lo sentimos mucho —dice Luke—, tu padre y yo estábamos tan metidos en nuestra
conversación…
—Pero nos dimos cuenta antes de doblar la esquina —digo, y al escucharme a mí mismo me
horrorizo. Suena fatal.
Jeremy nos mira divertido.
—La conversación debía de ser la leche.
Pues sí. De hecho, no me acuerdo bien de qué hablábamos, pero sí de que me reí muchísimo,
porque Luke había entendido algo mal e insistía en que tenía razón, pero no la tenía y eso hacía
que yo me riera aún más. Y, aunque la charla debió de durar como unos 20 minutos, a mí me
parecieron 3.
—De todas las cosas estupendas que has vivido en tu infancia —murmuro—, tienes que
acordarte precisamente de esa.
Jeremy me mira y niega con la cabeza, luego, se gira hacia Luke.
—Te toca, ¿cuál es tu historia fish and chips favorita?
Luke se echa para atrás en su silla y se mete una patata frita en la boca. No dice nada, pero sus
labios se curvan en una sonrisa y sus hoyuelos se profundizan. Coge más patatas antes de hablar:
—Me acuerdo de aquella vez que te pusiste malísimo —le dice a Jeremy—. Habías comido
algo en mal estado por la mañana y, cuando llegué a casa con la cena, te bastó un solo vistazo para
salir disparado al baño a vomitar. —Luke se lanza una patata a la boca—. Tu padre y yo hicimos
turnos durante toda la noche, limpiando el baño tras cada una de tus vomitonas. No fue la mejor
noche del mundo.
—Qué asco.
Me río cuando Jeremy lo dice, pero no puedo apartar la vista de Luke. Pensando en aquella
noche, hará un par de años, otro recuerdo me viene a la cabeza: Luke tumbado en nuestro sofá,
dando vueltas, buscando una postura cómoda. Me levanté a por un vaso de agua y lo vi allí,
bañado por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas.
Me quedé en la puerta que da al salón, mirándolo. Quería decirle que se levantara y que se
viniera a la cama conmigo, incluso di un par de pasos en su dirección para decírselo. Pero
entonces Jeremy volvió a vomitar y Luke salió disparado del sofá, supermono, porque estaba
medio dormido y, al verme allí, me dijo: «necesitas ayuda, ¿verdad?», creyendo que era por eso
por lo que yo estaba allí.
Yo me limité a asentir con un movimiento de cabeza y, juntos, cambiamos las sábanas de
Jeremy y limpiamos el baño.
Luke me mira.
—Te toca, Sam, cuéntanos tu historia favorita.
Y soltando una risa que parece liberar algo dentro de mí, algo dulce y cálido, se la cuento.
Pero lo hago mirando a Jeremy, es en él en quien me centro cuando les describo esa imagen de las
gaviotas mordisqueando los dedos a Luke porque él estaba en plan cabezota y se negaba a soltar
su patata frita. Miro a mi hijo porque si levanto la vista y miro a Luke me voy a ruborizar y no
quiero que nadie me pregunte por qué.
Capítulo Doce

JEREMY

P apá está raro. La especie de cresta de pelo negro de ayer me hizo reírme a carcajadas. Lloré
de risa al verlo, lágrimas reales.
Creí que era postiza o que se había teñido con una crema de esas que se van al lavarse el pelo.
Pero luego vi la caja de tinte permanente en la papelera del baño y la gomina con olor a miel que
ponía que le había costado diez dólares. Y eso era mucho para ser una broma.
Pero bueno, vale, lo de teñirse el pelo pase. Papá está probando algo nuevo y me parece bien,
no me afecta para nada.
Pero lo de hoy… lo de hoy ya empieza a preocuparme.
Lo miro, parpadeando un par de veces. Está en la cocina haciendo algo de chocolate.
—La cena estará lista enseguida —me dice.
Pero no es lo del chocolate lo que me llama la atención, a pesar de que tomar algo dulce de
postre en la cena no es algo que solamos hacer. Nunca. Es el aro que tiene en la oreja derecha y
que brilla bajo la luz de la cocina.
—¿Qué cojo…? ¿Qué es eso? —pregunto, dejando caer mis cosas en el suelo y acercándome
a él—. Dime que no es de verdad. Es de clip, ¿no?
Mi padre me guiña un ojo.
—Nop. Me lo he hecho esta tarde. Me apetecía probar algo nuevo.
Quiero decirle que está ridículo, pero entonces se me ocurre algo. ¿Y si esta es su forma de
decirme que le parece bien que sea gay? Que no lo soy… pero puede que mi madre haya hablado
con él, se lo haya contado y ahora él está tratando de demostrar que está bien, en plan que me
acepta y eso. Porque, a ver… ¿un pendiente? Eso es supergay, ¿no?
Y tengo que admitir que, aunque esté rarísimo con el aro en la oreja, es acojonante y me flipa
que haga esto para hacerme sentir aceptado.
Niego con la cabeza:
—Eres como una especie de punki venido a menos —le digo, pero luego sonrío y añado—:
Pero, no sé, mola, te queda bien.
Mi padre deja de remover la masa de chocolate que tiene en un bol amarillo y me mira.
—Perdona —dice—, a lo mejor al ponerme el pendiente he sufrido un daño irreparable en el
oído y he perdido audición… ¿me ha parecido oírte decir que me queda bien? ¿Que mola?
Me pongo rojo y me encojo de hombros.
—A lo mejor tendrías que haber pensado en ese daño irreparable antes de agujerearte la oreja.
—Meto un dedo en la masa de chocolate y me lo chupo. Está pegajoso y rico, con un toque de
caramelo—. Pero mamá va a flipar —le digo, intentando coger más, pero mi padre me da un
manotazo y me aparta—. Va a creer que eres una mala influencia porque, ¿y si ahora yo también
quiero hacerme un par de agujeros en las orejas?
Mi padre pone el chocolate en un molde de horno murmurando algo tipo: «En eso no había
caído».
—Perdona, ¿qué? —le pregunto.
Me mira.
—Tu madre no tiene por qué saberlo todo. Y tú no puedes ponerte ningún pendiente hasta los
dieciséis. Como pronto.
—Buah, no te preocupes. No quiero ponerme ningún pendiente. En la oreja, no, al menos.
Quizá en la ceja. O en el pezón.
Mi padre inhala con fuerza.
—No te lo hagas en el pezón, duele como un hijo de… —Lo deja ahí, pero estoy seguro de
que iba a decir una palabrota de las gordas.
Sonrío.
—¿Cómo lo sabes? —Pero, de repente, me doy cuenta y no quiero oír su respuesta porque en
cuanto se lleva una mano al pecho lo sé—. Ni de puta coña, ¿te has puesto un pendiente ahí?
Justo en esos momentos entra Luke.
Y, entonces, pasan dos cosas al mismo tiempo: mi padre se pone superrojo y empieza a
tartamudear mientras me dice que no diga palabrotas y Luke se para de golpe, pero en plan muy de
golpe, como en los dibujos animados, y pregunta, confundido:
—¿Ahí? —Cuando ve el pendiente de mi padre parpadea mucho y muy rápido y añade—:
Vale, esto sí que me ha pillado por sorpresa. —Me mira. Mira a mi padre de nuevo y, como
dándose cuenta de que hay más, pregunta en un tono más bajo—: ¿Ahí?
Me toco el pezón por encima de la camiseta.
—Se ha vuelto loco, Luke. —Mi padre resplandece como si le hubiera hecho un cumplido—.
En plan, que se le ha pirado del todo.
—Bueno… —dice mi padre sonriendo a Luke y moviéndose por la cocina—. Lo que quiero
que me cuentes —se gira para mirarme— es qué tal tu último día de colegio. Y si te han dado la
nota del examen de matemáticas.
—Notable alto. Y bien, el cole bien, supongo.
De hecho, ha sido la releche. Lo de la buena nota en mates ha sido solo un plus. Lo bueno, lo
realmente bueno, ha sido cuando se me ha caído el lápiz debajo del pupitre de Suzy y, al ir a
recogerlo, ella ha abierto las piernas y me ha enseñado las bragas.
Llevaba unas de esas de algodón blanco con florecitas y se ha pasado la mano por el muslo,
hacia arriba, y casi me pongo a jadear ahí mismo. Cuando he recogido el lápiz le he rozado la
pierna con el lado que tiene la goma, subiendo un poco hacia su ingle y… bueno, luego se ha
enrollado un montón conmigo a la hora de la comida, lo que hace que me pregunte qué hubiera
pasado si la hubiera tocado más arriba…
Quizá lo descubra esta noche en la fiesta de fin de curso de Simon.
—¿Por qué sonríes tanto? —me pregunta Luke, que se acerca a mí y apoya los codos en la
encimera imitando mi postura.
—Hmm, por nada.
Luke mira a mi padre con una ceja alzada como si no me creyera ni un poquito.
Le doy una palmada en la espalda.
—Nada que quieras saber —aclaro y empiezo con mi plan para poder ir a la fiesta—. Papá,
Steven va a venir ahora, ¿se puede quedar a cenar?
Mi padre se sonroja y parece nervioso mientras mete el postre en el horno. Casi se le cae el
recipiente y hasta se quema la mano. La mete corriendo bajo el grifo de agua fría antes de
contestar.
—Sí, claro. Steven… cenar… Estupendo.
Luke está negando con la cabeza y me pregunto si lo de mi supuesta homosexualidad habrá
llegado hasta sus oídos. De repente, noto como un nudo en el estómago, como si lo que estoy
haciendo estuviera mal. Y, bueno, lo está. Pero en realidad no les he mentido abiertamente y no
tengo ninguna intención de hacerlo. Ellos sospechan cosas y al final verán que estaban
equivocados, eso es todo…
Aun así…, no logro quitarme esa sensación de malestar de encima.
Pero ese agobio se suaviza un poco ante la perspectiva de ver las bragas de Suzy una vez más.
Y ese es el único motivo por el que no confieso que no soy gay.
Siento la mirada de Luke fija en mí y me giro para encontrármelo observándome con cautela.
—¿Cómo está Steven? —me pregunta.
—No sé, ¿bien? Pero le puedes preguntar tú mismo en la cena. —Miro hacia el horno—. ¿O
debería decir en el postre?
—Estás dando por hecho que estoy invitado —dice Luke mirando una vez más al punki de mi
padre.
—Pero si tú estás invitado siempre. O sea… ¿cuándo fue la última vez que no comimos los
tres juntos?
Me muevo hacia la entrada cuando oigo cómo Steven llama a la puerta y pregunta tímidamente
si hay alguien en casa.
—Pasa —le digo y lo agarro del brazo para que entre—. Pero no lo flipes cuando veas a mi
padre, ¿vale? —Para lo siguiente que le digo bajo un poco la voz—: Tiene una manera un tanto
rara de demostrarme que le parece bien que sea gay.
—Tío —me dice quitándose los zapatos, algo que yo no me he molestado en hacer—. ¿Tanto a
tu padre como a tu madre les parece bien? Joder, y ni siquiera eres gay. Me parece superinjusto.
—Sí, sí, tú espera a ver a mi padre antes de decidir que quieres adoptarlo.
Steven sube y baja las cejas y me mira esperanzado al decir:
—Entonces, ¿puedo meterte la lengua hasta la tráquea esta vez?
—Anda y que te den. Esta vez no va a haber nada de eso —le digo y lo agarro por el cuello,
arrastrándolo hacia donde están mi padre y Luke.
—Hola, señor Sam. Hola, señor Luke.
Eso es algo que me encanta de Steven, se le dan tan bien los padres… Desde el principio fue
«señor esto» y «señor lo otro» y eso que ellos le insistían en que los llamara por sus nombres de
pila, pero nada, Steven erre que erre con que eso era de mala educación. Así que tras un año de
«señor va, señor viene», llegaron a esta especie de acuerdo: serían el señor Sam y el señor Luke.
Yo a veces también los llamo así para putearlos un poco.
—Señor Steven —le contesta Luke, como siempre.
Steven lo saluda con un asentimiento de cabeza pero está totalmente centrado en mi padre, en
su semicresta y en su pendiente.
—Nuevo look, señor Sam.
Hay algo en su tono que… no sé. Y cuando nos escapamos a mi cuarto y me lo cuenta desearía
haber seguido sin saberlo.
—Me tiraría a tu padre.
Está sentado a los pies de mi cama y le lanzo una almohada cuando lo dice.
—Qué asco. Nunca jamás vuelvas a decir algo así. Me pone los pelos de punta.
Steven se ríe.
—Jo, pues ¿sabes qué? —me dice—. Mola mucho que pueda decirte este tipo de cosas. Nadie
más lo sabe, aunque creo que no tardaré en decírselo a mis padres. Oye... tengo una idea, ¿y si te
enrollas conmigo delante de ellos?
Le tiro mi otra almohada.
—Se me encoge mi minipolla de solo pensar en ello, no te digo más.
—Me rompes el corazón. ¿Y tú qué? ¿Sigues queriendo hacerte a Suzy Livingston?
—Sí, tanto como ella quiere conmigo. —Cojo las almohadas que me lanza de vuelta—. Y
respecto a eso… Te acuerdas de qué decir en la cena, ¿verdad?
Pone los ojos en blanco.
—Sí, me acuerdo. La que estás liando, Jeremy.
Capítulo Trece

LUKE

E n la cena —o en el postre, más bien— no sé en qué centrarme. Mi primer reflejo es mirar la


oreja y el pecho de Sam y preguntarme si el pendiente que no veo me pondrá tan cachondo
como el que está a la vista.
Pero un segundo reflejo me tira mucho y es mirar a Jeremy y a Steven en busca de pistas. No
es que yo tenga el mejor radar gay del mundo, pero me sorprende no haber captado nunca ninguna
señal por parte de Jeremy.
Fijándome un poco, sí noto un par de cosas en Steven. La primera es la forma en la que mira a
Sam y la segunda cómo se ruboriza cada vez que el señor Sam le sonríe.
Pero no veo nada —nada de nada— entre Steven y Jeremy y eso me escama. Hay algo que no
cuadra. ¿No debería Steven comerse con los ojos a su novio y no a su padre?
—Esta noche voy a la fiesta de fin de curso de Simon —dice Steven cuando Sam le pregunta
qué planes tiene para el resto de la semana ahora que ya no tienen colegio—. Aparte de eso, no sé,
salir con… mis amigos, supongo. —Entonces, Steven mira a Jeremy—. Vienes a la fiesta de hoy,
¿no?
Jeremy niega con la cabeza.
—No. Mi padre quiere llevarme al cine, si no recuerdo mal.
Sam da un saltito en su silla. Es evidente que se había olvidado de sus planes ficticios.
—Ah, sí, bueno… —Mira a su hijo y luego a Steven—. Si quieres ir a la fiesta, puedes.
A Jeremy se le ilumina la cara.
—¿En serio?
—Hmm, sí —dice Sam—. Siempre y cuando tomes precauciones. —Me cuesta no reírme al
ver cómo se sonroja al decirlo. Luego añade—: Y no quiero que te quedes a dormir. En casa a las
once.
—ASÍ QUE NO LE DEJAS QUEDARSE A DORMIR, ¿EH? — LE PREGUNTO A S AM CUANDO J EREMY Y
Steven ya se han ido y nosotros nos hemos sentado en el sofá. Hemos encendido la televisión y
hemos dejado la película que estaban poniendo de fondo, una donde una justiciera está volando
cosas por los aires.
Sam mira la pantalla y su cara se ilumina en tonos azules y verdes.
—No es porque tenga un problema con el sexo gay, si eso es lo que crees.
—Ah, ¿que no lo tienes? —le pregunto con una ceja alzada.
Se ruboriza y se encoge de hombros y luego me contesta con el ceño fruncido.
—Es muy joven para cualquier tipo de sexo. Punto.
—Ya. —Entiendo a qué se refiere. Pensar que el niño que he ayudado a criar ya tiene edad
para acostarse con alguien es aterrador—. Le he puesto un par de condones en la mano antes de
que se fuera —digo, centrándome en la pantalla—. No es… No es que quiera que salga y haga
algo. Pero si lo hace, que sea algo seguro, ¿no?
Espero no haberme excedido. Dejo salir un suspiro de alivio cuando Sam me contesta:
—Gracias a Dios. Es que ni se me había ocurrido. —Sam parece tener un escalofrío—. Es
muy raro, ¿sabes? Porque tendría que ser al revés: debería ser yo, que soy el adulto aquí, quien
tuviera vida sexual.
—Bueno… —Noto cómo se me revuelve el estómago al intentar decir lo siguiente con una
sonrisa—: Puede que las cosas con tu cita del viernes vayan bien. —Luego, con una sonrisa un
poco menos falsa, añado—: Puede que a ella le ponga tu pelo nuevo y tu pendiente.
Sam se sonroja y me quita la manta que tengo sobre las piernas.
—Ya sé que no es muy yo. Este look, digo, pero bueno, está bien para una temporadita.
—Yo creo que te favorece.
Sam cierra los ojos y sonríe, apoyando la cabeza contra el respaldo del sofá.
—Me favorece mogollón, ¿a que sí?
Y es esa sonrisa, junto con su postura relajada, con las piernas estiradas, los pies sobre la
mesita de café, la manta de cualquier manera en su regazo y la camiseta ajustándose a su pecho y
resaltando el piercing que se ha hecho en el pezón, lo que manda una señal que va directa a mi
polla. Y, si a eso le añadimos el suspiro que deja salir de entre sus labios… Pues ahora mismo la
tengo tan dura que duele. Y el bulto en mis vaqueros es cada vez más evidente porque por mucho
que piense en cosas feas, ninguno de esos pensamientos puede eclipsar la vista que tengo ante mí.
Agarro una esquina de la manta y la atraigo hacia mí. Cuando ya me la he colocado de forma
estratégica, Sam abre los ojos y con una sonrisilla, vuelve a tirar de ella y me la quita.
El mero roce de la manta sobre mi erección hipersensible me da tal gustazo que me dan ganas
de gemir y arquear las caderas pidiendo más.
No lo hago, por supuesto. Contengo un gemido y cambio de postura, echándome un poco hacia
delante y apoyando los codos en las rodillas.
—Bueno, yo creo que debería irme ya —digo, dando una pequeña palmada y levantándome
despacio, de forma que pueda ocultar el bulto en mis vaqueros.
Sam se ríe.
—A no ser que tengas una cita ineludible de la que yo no sabía nada, vuelve a plantar tu culo
en el sofá. Necesito que me distraigas. —Lo miro, se está mordiendo el labio—. Si te vas ahora,
me vas a dejar aquí sentado sin hacer nada más que preocuparme por Jeremy. Eso es todo lo que
haré hasta que vuelva a casa. Así que me gustaría que te quedaras aquí preocupándote conmigo.
Dejo escapar un suspiro y vuelvo a sentarme. A mí también me preocupa Jeremy. Siempre ha
sido así y siempre lo será.
—Pero solo si me dejas la manta —digo, tirando de ella.
Sam niega con la cabeza.
—¿Qué tal si la compartimos?
Para hacer eso, tengo que sentarme más cerca de él que antes y, aunque aún nos separan unos
centímetros, puedo sentir cómo su calor acaricia mi pierna. Es demasiado y noto cómo me pican
los ojos, porque sé que necesito armarme de valor y decirle la verdad. Y también sé que una vez
que lo haga, tendré que decir adiós a todas mis esperanzas.
Pero, cada vez que abro la boca, soy incapaz de decir nada y vuelvo a cerrarla al instante.
Sam está empezando a ponerse nervioso. Coge el mando, apaga la televisión y nos sumerge en
una oscuridad que lo tiñe todo de color azul marino.
—Esta película es un rollo —dice y se levanta del sofá—. Tengo una idea mejor.
—¿Qué se te ha ocurrido?
Sam me hace gestos para que me levante y lo siga a la cocina y, una vez allí, saca una botella
de bourbon.
—Beber. Y mientras estamos en ello podemos jugar a un juego de mesa o algo así.
Cojo la botella, la abro y la huelo. Es un bourbon malísimo.
—Deja esta mierda aquí y vente conmigo. —Le hago un gesto con la cabeza hacia la puerta—.
Coge las llaves.
Entramos en mi casa, donde tengo un whisky medio bueno, y nos sirvo un par de vasos que nos
llevamos a la mesa de comedor.
—¿A qué quieres jugar? —le pregunto una vez que nos hemos sentado con nuestras bebidas.
Sam parpadea varias veces y se bebe media copa de un trago.
—¿Al Tabú?
No sé qué decir. Lo único que me viene a la cabeza ahora mismo es su lista y me pregunto si
estará pensando lo que creo que está pensando. ¿Por qué el Tabú de entre todos los juegos de
mesa que tengo?
Vuelve a hablar y la duda en su voz es evidente:
—O… no sé, si quieres también podemos jugar a las cartas. —Se encoge de hombros.
Me bebo mi copa de un trago, me levanto y vuelvo con el Tabú en las manos, quitándole un
poco el polvo a la caja.
—Parece que lleva sin tocarse demasiado tiempo —digo.
—No tienes ni idea.
Se queda mirando el juego un rato y noto cómo sus ojos se iluminan. Cuando levanta la vista y
me mira parece ansioso, excitado. Pero luego frunce el ceño y niega con la cabeza, como si él
mismo estuviera desechando lo que fuera que estuviera pensando. Entonces, se bebe el resto de su
whisky y me pregunta:
—¿Alguna vez has… pensado en ello?
—¿En qué? —le pregunto cogiendo la botella y sirviendo otro par de chupitos.
—¿En cómo sería… con otro tío? —dice, bajando su mirada de pestañas enormes a la mesa
que nos separa.
Trago saliva, porque ha llegado el momento, no puedo seguir posponiéndolo.
—Sam —le digo—, tengo que decirte algo, soy…
Pero me corta a mitad de frase, riéndose.
—No tienes que decirme que eres hetero, eso ya lo sé. Solo me preguntaba si alguna vez se te
ha pasado por la cabeza. Aunque solo sea una vez.
No sé qué decir. Es como si el universo no quisiera que le dijera la verdad. Bueno, hay que
reconocer que puede que no sea el universo…, pero esa es la excusa que mejor me viene. Y sé que
soy un puto cobarde, lo sé, pero no puedo evitarlo.
—¿Sabes que soy hetero?
—Hombre, pues claro —dice él riéndose—. Jamás hubiera pensado lo contrario, vamos, ni
por un segundo. Era solo una pregunta.
Me quedo callado. Y luego:
—Sí, sí que he pensado en estar con un tío. —Cada día de mi vida—. ¿Y tú?
Se sonroja. Y eso, junto a lo que dice a continuación, hace que me empalme una vez más.
—No sé. No mucho. Bueno, quizá sí.
—Bueno, pues si quieres probar, podemos probar juntos.
Mierda.
No acabo de decir eso en voz alta. Por favor, que no lo haya dicho. Ha sido el whisky. Tiene
que haber sido el whisky hablando por mí.
Me pellizco el muslo y me digo a mí mismo que tengo que callarme ya, que no puedo dejar que
la polla me controle la boca. Pero mi polla no me escucha y, aunque me hundo un poco en mi
asiento, ella no se hunde nada, sigue creciendo, ansiosa por oír la respuesta de Sam.
—Estás de broma, ¿no? —Se ríe y empieza a beber, mirándome por encima del vaso mientras
lo hace, su mirada vagando de mi cara a mi pecho. No acierta a llevarse el whisky a los labios y
un poco del líquido ámbar se desliza por su barbilla hasta caer sobre la mesa.
—Mierda, lo siento —dice, usando su manga como servilleta y limpiando la superficie de
madera. Cualquier cosa antes que mirarme a mí de nuevo.
Ojalá lo hiciera. Quizá así viera la verdad en mis ojos sin que sea necesario que yo lo diga en
voz alta.
—No pasa nada —digo, levantando mi copa y empezando a beber para así evitar seguir
hablando. Pero no puedo evitarlo, se me escapan las palabras—: Y no, no estaba de broma.
Capítulo Catorce

JEREMY

C uando llegamos a casa de Simon yo sigo muerto de vergüenza con lo de que Luke me haya
dado unos condones. De camino Steven me ha preguntado por qué estoy tan ruborizado,
pero no le he contestado, me he bajado del autobús y, con él detrás de mí, he empezado a caminar
por la calle.
Cuando Simon nos abre la puerta del garaje con una sonrisa, se me pasa todo de golpe y
vuelvo a estar más que listo para un par de horas de fiesta. Y hablo en singular porque yo estoy
listo, Steven lo que está es… nervioso. No parece ser capaz de mirar a Simon a la cara.
Y entonces me doy cuenta. No se atreve a mirar a Simon a la cara. Vaya, vaya…
Cuando nuestro anfitrión desaparece para traernos algo de beber, busco una esquina en la que
poder hablar a solas con Steven un momento. Le doy un codazo en las costillas y le digo:
—¿En serio? ¿Simon? —Steven se encoge de hombros—. Pero es tan grande y tan…
masculino. Podría levantarte con un solo brazo sin ni siquiera romper a sudar.
A juzgar por la forma en la que Steven está casi babeando, me da la sensación de que acabo de
describir su sueño húmedo por excelencia. Y no, por mucho que lo piense, no, la idea no me pone
nada.
¿Qué me pone? Las tetas. Eso es lo mío.
Busco a Suzy con la mirada, pero parece que aún no ha llegado. Espero que venga pronto
porque quiero hacer guarradas con ella, pero sin saltarme mi toque de queda. Y no porque sea el
hijo más superresponsable de la historia, sino porque si llego a casa a la hora que me han dicho,
puede que mi padre sea más flexible en el futuro.
Veo que Simon se dirige de nuevo hacia nosotros, abriéndose paso entre mis otros compañeros
de clase, todos ellos con vasos de ponche en las manos. Me fijo en Steven y se lo está follando
con la mirada de forma nada sutil.
—Oye, puedes decirle que te enseñe su habitación y una vez allí le sugieres haceros una paja
juntos. No sé, a ver a dónde os lleva la cosa…
Steven niega con la cabeza.
—Eso me delataría —dice a toda prisa antes de que Simon llegue con nuestras bebidas.
—Aquí tienes, Jeremy —me dice pasándome un vaso. Luego le da otro a mi amigo que ahora
mismo está con la boca abierta y los ojos como platos—. Steven.
—Gracias —le dice él sin aliento.
Yo, que me acababa de llevar el vaso a los labios en ese mismo momento, me atraganto al
escucharlo.
Steven me fulmina con la mirada y yo articulo un «lo siento» antes de girarme y verla a ella.
La brisa que se cuela por la puerta al abrirse le alborota el pelo sobre la cara y le levanta la
falda, haciendo que enseñe la parte superior de los muslos. Suzy.
Ella me ve enseguida, le dice algo a sus amigas entre risitas y viene hacia mí. Cuando me dice
«hola», su boca se mueve de forma lenta y sensual y sus labios se curvan en una sonrisa que
parece susurrarme que me dé prisa y que la bese ya.
Me quita el vaso de las manos y lo deja en el alféizar de la ventana que hay detrás de ella.
Steven hace una pausa en la conversación que está teniendo con Simon y me mira con una ceja
alzada.
Yo le paso a Suzy el brazo por los hombros y le pregunto si quiere tomar algo.
—Nah —me dice pegándose más a mi cuerpo—. Qué bien que hayas podido venir, Jer.
Luego, se pone de puntillas y me da un beso largo y lento. La forma en la que se frota contra mí
mientras me besa está haciendo que me empalme a lo bestia, así que la separo de mí. No porque
no me guste hacia dónde parece dirigirse esto, sino porque soy consciente de que tenemos público.
Suzy se ruboriza cuando ve a Simon y a Steven mirarnos con los ojos muy abiertos, pero el
sonrojo se le pasa enseguida. Eso es algo que mola mucho de Suzy, que parece que nada la
descoloca. Tarda meros segundos en atraer a ambos a una charla sobre el equipo de rugby del cole
y en contarles que cree que este año son un poco flojos. Ese es un tema con el que Simon se viene
muy arriba y, antes de que nos demos cuenta, ya han pasado dos horas.
En algún momento en ese espacio de tiempo nos hemos sentado en unas sillas: Bueno, Suzy se
ha sentado en mi regazo y no ha parado de moverse ni un momento, asegurándose de que sigo
cachondo.
Y sí, misión cumplida, sigo cachondo.
Cuando se contonea por décima vez, estoy a punto de correrme en los pantalones. La aparto de
mí. Ella se ríe y me hace un puchero que enseguida le quito con un beso.
—Simon, ¿dónde está el baño? —pregunto.
—Arriba, enfrente de mi cuarto.
Steven deja de mirarme y se gira para preguntar a Simon:
—¿Vives encima del garaje? Cómo mola. Ojalá yo tuviera esa privacidad.
Simon sonríe.
—¿Quieres que te lo enseñe?
Así que subimos las escaleras los cuatro juntos, solo que, al llegar arriba, Simon y Steven
giran hacia la izquierda, hacia el dormitorio, y Suzy y yo nos vamos hacia la derecha.
Me sorprende —y me pone aún más cachondo— cuando Suzy se cuela en el baño conmigo.
Por alguna razón, creí que se quedaría fuera esperándome hasta que yo acabara.
Cierra la puerta por dentro y me atrae en otro beso con lengua igual que el que me ha dado al
llegar. Yo deslizo las manos por su espalda hasta llegar a su culo y creo que le gusta, porque
empieza a frotarse contra mí. La tengo tan dura que podría romper la porcelana de este baño a
pollazos.
—¿Crees que tenemos tiempo suficiente para ir un poco más allá? —me pregunta.
—Si no hay tiempo, haremos tiempo —digo subiendo la mano por su cadera y metiéndosela
por dentro de la camiseta. Me lleva una eternidad desabrocharle el sujetador, pero al final lo
logro y se lo quito junto a la camiseta. Mis manos tiemblan a lo bestia mientras las deslizo por su
piel y sobre su pecho.
Cuando me empieza a acariciar la polla por encima de los vaqueros me doy cuenta de dos
cosas. La primera: que este es el mejor momento de mi vida hasta ahora; y, la segunda: no voy a
durar ni un minuto.
Para mi desgracia, no consigo probar la segunda, porque alguien empieza a aporrear la puerta
y a decirnos que nos demos prisa.
Suzy pone los ojos en blanco:
—¡Cortarollos! —dice a quien sea que esté al otro lado a la vez que se agacha para recoger la
camiseta y el sujetador. Mientras ella se viste, yo me echo un poco de agua en la cara—.
Seguiremos en otro momento, ¿vale, Jeremy?
Sale y cierra la puerta tras ella.
Yo cuento hasta diez y la sigo.
Voy a la habitación de Simon y me apoyo en la puerta para esperar a Steven. Estoy deseando
contarle todo de camino a casa. Pero la puerta se abre bajo mi peso y pillo a Simon retirando a
toda prisa la mano que tiene sobre la rodilla de Steven.
Mierda. Quiero hacer una gracia y decirles que tendrían que haber puesto un calcetín en la
puerta, pero al ver lo rápido que Steven se levanta de la cama y viene hacia mí, me callo.
—Ya es hora de irse a casa, ¿no? —me pregunta mi amigo.
—Sí —digo yo mirando a uno y a otro.
Steven dice adiós a Simon con la mano sin ni siquiera girarse a mirarlo. A mí casi ni me da
tiempo a despedirme de Suzy de lo rápido que salimos de allí y, antes de que me dé cuenta,
estamos de camino a la parada del autobús.
—Por lo que he visto en ese cuarto, la cosa pintaba bien, ¿eh? —le digo.
—No era lo que parecía —contesta Steven, y suspira—. Solo me estaba señalando dónde se
había hecho su hermano un tatuaje.
¿Eh?
—¿Entonces por qué has salido tan rápido de allí?
—Porque me estaba poniendo la hostia de cachondo, ¿vale? Y no podía dejar que Simon lo
notara. Me has salvado.
—Pues menos mal que no he dicho lo que tenía pensado decir de poner un calcetín en la
puerta.
Steven se sonroja.
—Pues sí, menos mal.
Capítulo Quince

SAM

«N o estaba de broma».
No puedo parar de pensar en las palabras de Luke. Llevo dos días así, dándole vueltas. Dos
días —jueves y viernes— en los que he estado evitándolo, poniendo excusas, fingiendo comidas
con amigos que en realidad no existen. Las únicas veces que lo he visto ha sido en presencia de
Jeremy.
Creo que… Joder, creo que lo que necesito es acostarme con alguien. Eso es todo.
Y esta noche tengo una cita. Quizá pasar tiempo con una mujer me ayude a desprenderme de
estos pensamientos que se han apoderado de mi mente de repente. Pensamientos indiscretos,
pensamientos tabú.
Después de probarme tres camisetas distintas, me decanto por una que me regaló Jeremy el
año pasado. Es de un color turquesa precioso y si a Hannah y a mí nos va tan mal que no sabemos
ni de qué hablar, siempre puedo contarle la historia de esta camiseta.
Cojo mi gomina nueva con olor a miel y me pongo el pelo de punta. Cuando ya tengo la cresta
lista, me suena el teléfono, pero no llego a cogerlo. Me lavo las manos a toda prisa y mientras me
las seco veo que era Carole.
Voy a la cocina y me encuentro a Jeremy saqueando el frigorífico. Saca el batido de chocolate
que compré ayer y empieza a beber directamente del cartón.
—¡Oye!
Se da un susto y se le cae un poco de batido en la camiseta.
—¡Papá! Mira cómo me he puesto por tu culpa.
—Lo tienes merecido. Yo soy el único que puede beber directamente del tetrabrik.
Hace un gesto de asco mientras mira el batido, que sigue en sus manos.
—Puaj. ¿En serio bebes del cartón directamente?
—Si no dejas de hacerlo tú, voy a empezar yo.
Cojo el teléfono fijo y llamo a casa de Carole. No lo coge, lo intento en el móvil.
—Hola, Sam, gracias por devolverme la llamada.
—Nada, dime. —Oigo voces de fondo—. ¿Dónde estás?
—Por eso te llamaba —dice—. Sigo en el trabajo. Mi jefe ha convocado una reunión de
última hora, está cabreado por algo, no sé. El caso: ¿puede quedarse Jeremy contigo hoy?
Tamborileo los dedos sobre la encimera, frustrado. Siempre he sido muy flexible con Carole
en estas cosas, y ella lo es conmigo también. No debería sentarme mal. La vida es así y todo eso,
pero… es la primera cita que tengo en años. No quiero cancelarla.
—Es que esta noche tenía planes —digo.
Jeremy se acerca a mí y grita al teléfono:
—¡Tiene una cita con una chica!
Carole se ríe.
—¿De verdad? ¿Has quedado con una chica?
Le doy una colleja a Jeremy y él sale de la cocina riéndose.
—Sí, tengo una cita.
—Mierda —dice—. Voy a llamar a Sarah para ver si puede quedarse con Jeremy hasta que yo
llegue.
Niego con la cabeza. Jeremy tiene casi 15 años. Puede estar un rato solo sin problema.
—Por Dios, Carole, que ya es mayorcito. No creo que pase nada porque se quede una noche
solo.
Ella suspira.
—Supongo que no.
Cubro el teléfono con una mano y grito:
—Jeremy, ¿te parece bien quedarte solo esta noche aquí?
Hay movimiento rápido de pies y luego mi hijo asoma la cabeza y me dice:
—Claro, ¿puedo invitar a alguien a ver una película o algo?
Carole debe de haberlo oído porque me pide que le pregunte a Jeremy si está hablando de una
chica o de un chico.
—¿A quién quieres invitar?
Él se encoge de hombros.
—A Steven. Bueno, no, seguro que a Suzy le apetece que veamos una peli juntos.
—¿Suzy? —pregunto a la vez que Carole dice al otro lado: «¿Quién es Suzy?».
—Una amiga.
—¿Una amiga?
—Sí. —Jeremy se ríe—. Y es solo una amiga, papá. Créeme.
—¿Qué te parece? —le pregunto a Carole. Hay una pausa al otro lado y luego se oye a alguien
hablando de fondo. Me responde a toda prisa—: Venga, vale. Siempre y cuando Suzy tenga forma
de volver a su casa después.
Miro por la ventana, hacia la casa de Luke.
—Sí, yo me encargo.
Sé que Luke me dirá que sí. Y me estará salvando la vida, porque de verdad que necesito salir
esta noche.
Con un poco de suerte, una noche fuera me ayudará a quitarme la oferta de Luke de la cabeza.
Capítulo Dieciséis

JEREMY

L levo sin ver a Suzy desde la fiesta de Simon. Estoy más que listo para verla de nuevo.
Que mis padres hayan accedido a que venga a casa, pone de manifiesto lo bien que está
funcionando mi plan.
Me encierro en mi cuarto y la llamo. Le digo que voy a estar solo esta noche y que si quiere
venir.
Su voz es como un ronroneo que se me cuela dentro y va directo de mi oído a mi polla. Es
más, tengo que recolocármela cuando susurra:
—Claro que voy, pero… —hace una pausa— esta noche no podemos follar. Estoy en esos
días.
—Ah, hmm… —¡Demasiada información!—. Está bien. No esperaba… hacerlo.
La palabra «follar» aún resuena alta y clara en mis oídos. Un escalofrío me recorre el cuerpo
y tiene a mi polla en alerta máxima. Me la aprieto y repito mentalmente: «Tranquilita, que esta
noche no es tu noche. Cálmate».
Suzy se ríe.
—Venga, que sé que quieres perder la virginidad antes de cumplir los quince y mi idea era
perder la mía antes de los dieciséis así que… Lo haremos pronto, pero no esta noche.
Creo que no participo demasiado en el resto de la conversación. Hago algún ruidito de
asentimiento y algún «humm» que otro. Poco más. Cuando colgamos choco los cinco contra el
espejo, que se tambalea y está a punto de caerse al suelo hasta que lo paro con la cadera y me
libro por los pelos de siete años de mala suerte.
Engancho el espejo de nuevo a la pared y llamo a Steven.
—Tío, no te vas a creer la conversación que acabo de tener con Suzy…
Capítulo Diecisiete

SAM

L a cita.
Bueno, pues resulta que no es una cita.
Me río de mí mismo mientras me bebo mi whisky con Coca Cola número 4 en un bar del
centro de Wellington. Hannah y las 2 amigas que se ha traído con ella están ahora hablando con el
camarero. Es todo la hostia de raro. Y lo ha sido desde que he aparecido en su casa para recogerla
y 3 chicas —muy arregladas y sonrientes— se han metido en mi viejo Honda de dos puertas.
Hannah me ha dado una palmada en el hombro, me ha dicho que estaba muy guapo y me ha
preguntado si estaba listo para pasar toda la noche bailando. Yo me he limitado a mirarla y,
parpadeando, he contestado un «claro» a media voz.
Durante un rato llegué a pensar que sí que le gustaba y que se había traído a sus amigas como
apoyo moral o algo así, pero ese pensamiento se ha evaporado en el momento en que, señalando al
camarero, me ha susurrado al oído:
—¿No crees que está buenísimo?
No tengo ni idea de cómo se suponía que tenía que responder a eso, así que, al final, me he
encogido de hombros y he decidido empezar a sacar provecho a la noche, lo que incluye, sin duda,
emborracharme.
—Ey, Sam —me dice Hannah dándome un suave codazo en las costillas—. ¿Quieres bailar
con nosotras?
Niego con la cabeza. Sí que quiero bailar, me gustaría probar, pero estoy nervioso y necesito
al menos otra copa más para atreverme a salir a la pista. Miro a mi alrededor para ver si localizo
a alguna chica que parezca estar sola para poder bailar con ella… O cerca de ella, al menos. Pero
según recorro el bar con la mirada, me doy cuenta de que no me apetece demasiado salir a sudar a
la pista de baile.
Da igual, me apetezca o no, está en mi lista y voy a hacerlo. Me bebo la copa de un trago y
pido dos chupitos de tequila.
El primero —el número 1— me quema la garganta. El segundo —el número 2— puede que
también, pero ya no lo noto. Lo que sí noto es cómo me da vueltas la cabeza según me levanto del
taburete y me dirijo a la pista. Pero, a medida que avanzo, empiezo a sentir la música dentro y
empiezo a soltarme. Me río.
Hannah y sus amigas me llaman y yo me abro camino entre los grupos de bailarines hasta
llegar a ellas, que me acercan más a sus cuerpos. Empezamos a bailar y, de repente, soy el centro
de toda su atención. Se pegan mucho a mí, frotándose y riéndose.
Me gusta y mi corazón va a mil. Hago girar a Hannah y ella me dice al oído:
—Eres superdivertido. Y es muy agradable salir a bailar con un chico y que no esté todo el
rato tratando de ligar conmigo.
Y entonces me doy cuenta de que es cierto, que no quiero ligar con ella. Me apetece bailar,
solo eso. Y eso es lo que hago, bailar, mientras echo un vistazo a mi alrededor y no, no me apetece
tener nada con nadie. Quizá sea el alcohol, que ha hecho que pierda el interés en todas estas
mujeres que me rodean. O quizá es que este ambiente no me pone. Bailar es divertido, pero nada
más.
Vuelvo a la barra, donde Hannah me encuentra un poco después.
—A las chicas y a mí nos apetece irnos de bares, ¿te unes?
Doy un trago al agua que acabo de pedir y niego con la cabeza.
—No, no debería.
—Venga, Sam, suéltate un poco más.
«Soltarse, ¿no es ese el fin de todo esto?», dice una voz en mi interior.
«Sí, ya, pero…», le digo yo a esa voz sin mucho éxito, ya que me corta al instante.
«Venga, hombre, que estás a punto de cumplir 30, ¿cómo quieres recordar esos últimos días
antes de tu cumpleaños?».
Así que miro a Hannah y asiento.
Nos vamos de bares.
Capítulo Dieciocho

JEREMY

S uzy está pegada a mi costado, su cuerpo dándome calor. Hemos visto la película casi sin
hablar y yo, personalmente, no me he enterado de nada. Sigo pensando en lo que me ha dicho
por teléfono de que vamos a hacerlo pronto. Le huelo el pelo, huele a champú de frutas.
Cuando la película termina apago la televisión y la miro en la oscuridad. La luz de la entrada
está encendida, así que veo lo suficiente.
Me muerde el lóbulo de la oreja y me pone una mano en el muslo, deslizándola hacia arriba.
Mi cabeza me dice que ahora mismo no es buena idea hacer esto, que Luke puede pasar en
cualquier momento a comprobar si estamos bien, que tengo que pararla.
Pero es muy difícil escuchar a mi cabeza cuando mi polla está gritando que me pegue más a
Suzy, porque aún recuerda la promesa que nos ha hecho antes y parece querer contestarle, decirle
que está muy a favor de esa idea.
Mi boca encuentra la suya y le succiono el labio mientras ella me acaricia por encima de los
pantalones. Ahora que estoy en ello, no puedo apartarme, no puedo parar, y menos cuando ella
sigue y sigue y su mano cada vez ejerce más presión sobre mi polla y, cuanta más presión, más
dura se me pone.
—Cómo me gustaría hacerlo contigo ahora mismo —me dice mientras cuela los dedos por el
elástico de mi bóxer y me acaricia el glande—. Pero creo que tendremos que conformarnos con
que te la chupe.
Con eso, me baja los pantalones, lo justo para dejar mi polla al descubierto. La sobredosis de
hormonas que tengo encima me hace emitir una especie de lloriqueo. Suzy me mira y sonríe. En lo
único que puedo pensar ahora mismo es en lo grande que es su boca y en que estoy a punto de
sentirla a mi alrededor.
Pero, entonces, baja la cabeza hacia mi entrepierna y la palabra «protección» empieza a
repetirse en mi mente una y otra vez mientras imágenes de plátanos lo invaden todo. Y, con un
superpoder que desconocía que poseía, la aparto de mi lado con cuidado.
—¿Qué? —me dice, sorprendida.
Me saco un preservativo del bolsillo del pantalón.
—Solo te voy a hacer una mamada, ¿seguro que necesitamos uno de estos para eso?
Es lo más duro que he hecho en mi vida, pero asiento y saco el condón. Toda mi práctica con
los plátanos ha merecido la pena, porque me lo pongo sin esfuerzo alguno y Suzy parece
impresionada por la rapidez. Cero torpeza por mi parte.
Al final voy a tener que dar gracias a los putos plátanos.
Suzy tiene muchas arcadas mientras me la chupa, pero no importa, porque estoy totalmente
inmerso en el placer que me está dando. Por Dios, si una mamada es así, ¿cómo será hacerlo de
verdad? Suzy me succiona más fuerte y sus mejillas se hunden al hacerlo y ahí es cuando me
pierdo y me corro entre olas y olas de calor.
Suzy se aparta y me sonríe, encantada consigo misma.
—Ha sido increíble —digo y me acerco a darle un beso que no alargo demasiado. Me quito el
condón, le hago un nudo y luego lo envuelvo en una servilleta de papel antes de tirarlo a la basura.
No quiero que nadie encuentre pruebas incriminatorias.
Vuelvo al salón, donde Suzy me está esperando, sintiéndome muy de puta madre.
—La semana que viene lo vamos a pasar muy bien —me dice ella con ojos brillantes.
Trago saliva y me acerco a besarla un poco más, pero ahora que mi polla ha conseguido lo que
quería estoy más atento y mantengo una distancia prudencial entre nuestros cuerpos, no vaya a ser
que Luke nos haga una visita sorpresa.
Capítulo Diecinueve

LUKE

J eremy parece brillar cuando aparece en mi puerta y me dice que ya puedo llevar a Suzy a
casa. Le pregunto por qué está tan feliz, pero no me contesta. Eso sí, me sonríe de oreja a
oreja.
—¿Nos acompañas? —le pregunto mientras me saco las llaves del bolsillo y me dirijo a mi
camioneta.
Niega con la cabeza.
—No, no hace falta. Ahora le digo que salga.
No dice nada más. Se da la vuelta y se mete en casa y, en lo que doy marcha atrás y me pongo
frente a su puerta, una chica muy guapa pero con demasiado maquillaje ya está fuera esperándome.
Parece mayor de los quince años que dice tener cuando le pregunto por su edad. Me da la
sensación de que no le apetece mucho charlar, así que enciendo la radio y nos limitamos a
escucharla durante todo el trayecto a su casa.
En cuanto llegamos, me da las gracias y se baja del coche. Se me encoge un poco el estómago
al ver el estado en el que está la casa. El jardín delantero está lleno de partes de coche oxidadas y
la hierba está tan alta y descuidada que es imposible ver el camino de entrada.
Cuando me aseguro de que está dentro sana y salva, emprendo la marcha de vuelta a casa. A
mitad de camino, me suena el móvil. Es medianoche, hora rara para que alguien me llame, así que
me preocupo al instante. ¿Y si Jeremy se ha puesto malo de repente? ¿Y si le ha pasado algo a mi
madre? ¿Y si…?
El nombre de quien me llama aparece iluminado en la pantalla y lo cojo a toda prisa, saliendo
de la carretera y parando en el arcén.
—¿Sam?
—Luuuuke.
El corazón me va a mil de solo escuchar su voz.
—Ey, qué pasa, ¿estás bien?
—¡Holaaaa! ¡Estoy borracho!
Sonrío.
—Sí, se te nota en la voz. ¿Pasa algo? ¿Sigues en tu cita?
—¿Qué cita? —Sam arrastra las palabras, parece confuso y luego añade—: Ooohhh, no,
resulta que no era una cita. Creo que cree que soy de la otra acera, ¿sabes lo que te quiero decir?
Sí, al principio no me di cuenta, pero tanto ella como sus amigas no paraban de preguntarme si me
parecía que los camareros estaban buenos.
Parece tan perplejo con la idea que me resulta adorable y no puedo evitar la sonrisa que se me
escapa. Me apoyo contra el asiento y, de forma involuntaria, llevo la mano al bolsillo.
—¿Y qué? —le digo, siguiendo la broma—. ¿Estaban buenos o no?
—No si los comparamos contigo, amigo mío.
Sé que es el alcohol hablando por él y sé que probablemente esté de coña, pero el comentario
se me cuela bajo la piel y necesito unos segundos para reponerme y volver a hablar.
—¿Y cómo es que me llamas? ¿Me echabas de menos?
Se ríe y su risa suena alegre, libre.
—Hubiera sido mejor si hubieras estado aquí, igualando un poco el marcador masculino. —Su
voz suena un poco lejana, como si se hubiera apartado el móvil de la boca—. Pero en realidad te
llamo porque tengo un problemilla. —En cuanto escucho la palabra «problemilla» me yergo en mi
asiento. La voz de Sam suena clara de nuevo y oigo coches de fondo; debe de estar en el exterior
—. Estoy demasiado borracho para conducir y no me puedo permitir un taxi. El cajero me acaba
de rechazar la tarjeta, no cobro hasta el lunes y solo me quedan diez dólares. Encima, creo que he
perdido a Hannah y a sus amigas.
—No te preocupes —digo—. Voy a recogerte.
Oigo cómo se le entrecorta la respiración.
—¿De verdad?
—Por supuesto.
Suspira.
—Eres mi salvavidas.
—Luego me lo agradeces, ahora dime dónde estás —le digo, saliendo ya a la carretera.
—Hmm… Estoy cerca de la calle Vivian —dice, y me da el nombre del bar.
No me gusta que me espere fuera con el viento que hace, así que le digo que vuelva al bar y
que ya entraré yo a buscarlo cuando llegue.
Tardo veinte minutos en llegar al centro. Aparco y me paso una mano por el pelo antes de salir
del coche y entrar a buscarlo. El bar está llenísimo y huele a cerveza y a sudor. Me muevo entre la
muchedumbre, buscándolo, y no tardo mucho en dar con él. Está con los codos apoyados en la
barra, con la vista fija en la puerta. Sonrío.
—¡Sam! —lo llamo, pero la música absorbe el sonido de mi voz.
Justo antes de llegar a él, me ve y se separa de la barra encaminándose en mi dirección.
—¡Luke!
Me sorprende el abrazo que me da, pero me dejo llevar y se lo devuelvo. Sus manos presionan
firmes contra mi espalda y sus dedos me hacen cosquillas cuando los retira y se aparta.
Tiene una sonrisa tontorrona, de borrachillo, y los ojos un poco nublados. Niego con la
cabeza.
—¿Cuánto has bebido?
Se encoge de hombros.
—He perdido la cuenta.
—Venga, pues vamos, te llevo a casa.
Asiente, pero duda cuando le hago un gesto para que rodeemos la pista de baile. Acaba de
empezar una canción de ritmo pegadizo que sé que es muy de su estilo.
—Hmm… —dice mirándome primero a mí y luego a la pista—. ¿Quieres que bailemos una
canción antes de irnos?
Miro a la gente bailando, todos veinteañeros, frotándose unos contra otros y de repente me
siento muy mayor. No soy consciente de que haya pasado tanto tiempo desde que yo fuera uno de
esos jóvenes dándolo todo al ritmo de la música, pero ahora los miro y me parecen tan jóvenes.
Es una etapa que tengo más que superada.
Pero, aun así, cuando Sam me tira del brazo, me dejo arrastrar. Encuentra un hueco al lado de
unas chicas que están bailando juntas. Yo intento dejarme llevar, sentir el momento, pero no me
sale y ver a Sam bailando con ellas no ayuda, duele.
Me acerco a él por detrás y le digo:
—Te espero fuera, ¿vale? No tengas prisa.
Sam se da la vuelta y me agarra antes de que me dé tiempo a alejarme.
—No, Luke, no te vayas —me dice mientras me rodea el cuello con los brazos y empieza a
mover las caderas contra mi cuerpo.
Me quedo de piedra, porque esto es nuevo. Sam y yo no solemos tocarnos. Siempre se nos ha
dado fenomenal mantener cierta distancia.
Se me eriza el vello de la nuca y respiro el aroma a miel de su pelo.
—¿Q-qué haces?
—Si esto es lo que se necesita para que te quedes en la pista de baile, considérate mi
prisionero.
Ha bebido tanto que la mitad de esa frase ha sido casi ininteligible. Se ríe.
La canción cambia y la nueva es lenta y melosa. Sam baja las manos hacia mis hombros y creo
que me va a soltar, pero entonces se muerde el labio, se encoge de hombros y vuelve a rodearme
con los brazos. Pero la cosa no se queda ahí, sino que se acerca más a mí, hasta que nuestras
mejillas quedan pegadas la una a la otra. Se ríe y, al hacerlo, sus labios me rozan la oreja.
Tiemblo. Luego mi cuerpo entra en piloto automático y también lo rodeo con los brazos. Sam
suspira y se pega aún más a mí.
—Hmm, interesante —dice.
Y en ese mismo momento siento una relación amor-odio con la palabra «interesante». Porque,
a ver: ¿interesante en el buen sentido, como sinónimo de «esto podría gustarme» o interesante mal,
en plan «lo he intentado y no, esto no es lo mío?».
Espero que sea la primera opción.
No quiero separarme de él, pero tengo que hacerlo, porque me estoy empalmando y lo va a
notar. Y sí, eso le revelaría la verdad, pero no quiero salir del armario con él de esta forma. Y no
mientras está borracho.
A mí me parece una excusa de lo más razonable, pero la verdad es que no deja de ser eso: otra
excusa más.
Cuando empiezo a alejarme, Sam afianza su agarre y se echa un poco hacia atrás para poder
mirarme a los ojos.
—¿Dónde vas?
Por Dios, que yo lo único que quiero es enredar las manos en su pelo y besarlo con tanta
fuerza que lo deje sin aliento, pero tan suave que lo haga gemir.
—Empieza a hacer mucho calor aquí —digo.
Sam me frunce el ceño, decepcionado, y se encoge de hombros antes de dejarme ir. Me sigue
sin decirme nada más hasta que estamos fuera y doblamos la esquina hacia la calle desierta donde
he aparcado.
—Gracias por venir a recogerme —me dice deteniéndose frente a la puerta del copiloto. He
abierto el coche con el mando, pero Sam no entra, se apoya contra la carrocería y me mira.
Me paro frente a él, inseguro sobre si seguir caminando hacia el lado del conductor o no.
—¿Estás bien? —le pregunto.
Aunque está apoyado contra el coche se tambalea un poco, así que lo agarro para estabilizarlo.
Tengo la mano en la manga de su camiseta, parte en la tela, parte en su piel.
Sam traga de forma audible y alzo la vista para ver que tiene los ojos fijos en mí. En mi boca.
—Lo decías en serio, ¿no? Lo de que podemos experimentar juntos.
Antes de que pueda contestar —o apartarme— se acerca y me besa. Sus labios firmes contra
los míos, dulces, con sabor a Coca Cola.
—Sam —le digo con voz estrangulada mientras lucho contra el enorme deseo de besarlo de
vuelta. Pero, entonces, su cuerpo se curva contra el mío lleno de curiosidad y ya no puedo
contenerme. Respiro su calidez, su aroma a miel y tiemblo, tiemblo mientras bajo la cabeza y le
devuelvo el beso. Le rozo los labios con los míos y se los separo con la punta de la lengua.
Sam me agarra la cabeza con ambas manos como temiendo que vaya a apartarme de nuevo de
él. Y me hace gracia, porque no sabe que no tiene nada de lo que preocuparse; ni se me pasa por
la cabeza separarme, aunque sé que debería.
Su lengua toca la mía, insegura e indecisa, y luego se aparta dedicándome una sonrisa lánguida
y soñadora. Sus ojos vagan por mi cara y van de nuevo a mis labios, lo que me pone nervioso y
ansioso, pero también me cabrea. Nervioso porque sé que va a besarme de nuevo; ansioso porque
lo estoy deseando; pero me cabrea porque está borracho y desearía que no lo estuviera.
—¿Esto también te parece interesante? —le pregunto en voz baja contra su mandíbula mientras
le dejo un reguero de besos por el cuello.
Asiente.
—Solo quiero entenderlo. Quiero entender a Jeremy.
Y es como si me tiraran un cubo de agua fría por encima. Bueno, por encima y por abajo,
porque de repente ya no estoy perdido en mi fantasía; la dura realidad está asomando su fea cara y
mirándome de frente.
Mierda.
Pues claro. Lo que está haciendo Sam es aceptando la sexualidad de su hijo. No la suya
propia.
Pero eso yo ya lo sabía.
Y si no fuese por Jeremy, sería para poder tachar otra cosa de su lista.
—¿Luke? —me pregunta—. ¿Estás bien?
Vuelve a tambalearse y yo vuelvo a estabilizarlo.
—Creo que soy yo el que debería hacerte esa pregunta. —Lo ayudo a entrar en el coche y, por
algún motivo que desconozco, él lo encuentra graciosísimo—. Venga, que te llevo a casa —le digo
poniéndome tras el volante. Lo miro. Está apoyado contra su puerta sonriendo. Niego con la
cabeza—. Estás superpedo, ¿no?
—Otra cosa que puedo tachar de las veinte que tengo en mi lista.
Mientras arranco y el motor del coche cobra vida, le pregunto:
—¿Y cómo se te está dando esa lista tuya?
Se encoge de hombros y cambia de postura, apoyándose en el reposacabezas y despeinando su
cresta en el proceso.
—No creo que consiga hacer todo lo que hay en ella. Lo de bañarme con tiburones seguro que
no. —Suspira—. No tengo tiempo suficiente. Ni dinero. ¿Por qué tenemos que hacernos mayores?
Me río.
—Ya, te entiendo. No puedo creerme que yo ya tenga treinta y seis años. Me miro al espejo y
la imagen que me devuelve no coincide con la forma en la que me siento por dentro.
—Pero si tú estás fenomenal. No aparentas más de… —se lo piensa unos segundos— 29+1.
Le doy un golpe cariñoso en el brazo.
—O sea, treinta.
Se ríe y cierra los ojos. Cuando vuelve a hablar lo hace arrastrando las palabras, como lleva
haciéndolo toda la noche, pero esta vez lo entiendo con más claridad. Quizá porque lo que dice
hace que mi corazón se acelere a lo bestia.
—En serio, Luke, estás igual de impresionante que cuando te conocí.
—Soy impresionante, ¿eh?
Sonríe.
—Y lo sabes.
No puedo evitar la sonrisa que se me escapa y la tengo ahí, rondándome los labios, durante
todo el camino a casa. Cuando Sam se queda dormido y su cabeza se mece con el movimiento del
coche, quiero conducir más despacio para grabar cada detalle de este momento en la memoria.
Él no se va a acordar ni de la mitad y yo quiero poder darle cada mínimo detalle de su
borrachera, los buenos momentos y los más vergonzosos. Cosas como esa forma tan mona de
arrastrar las palabras al hablar o cómo se le cae la baba mientras duerme.
Ahora, mientras lo miro, recuerdo todas aquellas veces en las que bebí tanto que no sabía ni
dónde estaba. Me acuerdo de que una vez acabé tirado en una zanja en medio de Wairarapa, donde
me quedé dormido.
A veces, me da muchísima vergüenza pensar en todas las gilipolleces que he hecho en mi vida.
Pero bueno, son historias que forman parte de lo que soy; historias que poder contar y, en
ocasiones, de las que poder reírme.
Aparco frente a la casa de Sam y me quedo un momento allí observando el exterior. Entiendo
por qué Sam necesita hacer esto. Es más, quiero que pueda hacer todo lo que está en su lista. Tuvo
que crecer tan rápido… Y está bien que ahora se suelte, quiero que lo haga, que sea el chico libre
y despreocupado que nunca pudo ser.
—Ya hemos llegado, cielo —le digo en voz baja mientras me quito el cinturón y me inclino
para hacer lo mismo con el suyo.
Se estira, abre y cierra la boca un par de veces y empieza a roncar. Salgo del coche riéndome
y me acerco al lado del copiloto. Abro la puerta y le doy unas palmaditas en la mejilla.
—Despierta. —Aleja la cara, dejando escapar otro ronquido—. Como no te despiertes ahora
mismo voy a tener que llevarte a casa en brazos y te aseguro que no dejaré que lo olvides jamás.
—Deja salir un ruidito, pero sigue con los ojos cerrados—. Vale, tú lo has querido.
Le rodeo los hombros con un brazo y le paso el otro por detrás de las rodillas. Sacarlo de la
camioneta es un poco incómodo, pero enseguida lo tengo seguro contra mi pecho. La cabeza le
cuelga un poco hacia atrás, dejando expuesto su cuello.
Cierro la puerta con el pie y me dirijo a su casa, dando gracias a todo ese levantamiento de
pesas que hago porque el tío pesa lo suyo. Me quejo un poco mientras intento sacarme del bolsillo
delantero de los vaqueros las llaves de su casa. El movimiento hace que la parte de atrás de sus
rodillas choque contra mis muslos.
No logro sacarlas.
—Sam, necesito tu cooperación unos segundos —le digo agarrándole fuerte los brazos y
bajándole las piernas al suelo con suavidad. Se tambalea un poco y balbucea algo, pero parece
sostenerse más o menos.
Saco las llaves y abro la puerta.
Cuando doy al interruptor de la luz, Sam parpadea y gimotea.
—¿Dónde…? Oh. —Apoya la frente contra mi hombro—. Hmm… No me encuentro bien.
Tiene una arcada y se lleva ambas manos al estómago.
—Aguanta un poco —le digo, ayudándolo a caminar por el pasillo. Tiene otra arcada y esta
suena aún peor. Abro la puerta del baño y levanto la tapa del váter—. Ahora, ya puedes vomitar.
Sam no pierde ni un segundo. Se deja caer de rodillas en el suelo, se agarra al inodoro y
empieza a echarlo todo.
Abro la ventana con la esperanza de que el aire frío lo ayude en algo y luego me arrodillo a su
lado y empiezo a acariciarle la espalda. Hay un libro al lado del váter, lo cojo y lo retiro,
poniéndolo contra la pared para alejarlo del radio de posibles salpicaduras. Leo el título: Moby
Dick.
Sam sigue vomitando, maldiciendo entre arcadas y a mí se me escapa una risita.
Oigo pasos en el pasillo y me giro hacia la puerta entreabierta del baño donde está Jeremy con
cara de sueño. Se frota los ojos cuando nos ve.
—¿Qué pasa? —pregunta con el ceño fruncido.
—Nada, no te preocupes. Vuelve a la cama.
—Tengo que mear —me dice—. ¿Qué le pasa a papá?
Jeremy abre la puerta y se le salen los ojos de las órbitas.
—¡Venga ya! ¿En serio? —dice riéndose—. Esto es épico.
—No te rías. Tu padre ha comido algo en mal estado, nada más.
—Déjate de chorradas, Luke. Huelo el alcohol desde aquí. Papá va tajadísimo. —Niega con la
cabeza y los ojos le brillan divertidos—. No voy a dejar que se olvide de esto en siglos.
Dejo a Sam un momento para sacar a Jeremy del baño.
—Haz pis en el jardín y vuelve a la cama, anda.
Se vuelve a reír, pero hace lo que le digo. Esta vez, cuando entro, cierro la puerta del baño.
—¿Cómo vas? —le pregunto a Sam.
Masculla algo y tira de la cadena por cuarta vez. Se pone de pie y se tambalea hasta el lavabo.
—Joder, soy un despojo humano —dice antes de abrir el grifo y lavarse manos, cara y boca.
Después de lavarse los dientes dos veces, se seca la boca y me mira en el espejo. Parece agotado
—. Solo quiero hacerme un ovillo y dormir.
Me aseguro de que llegue a su cuarto sano y salvo y lo observo mientras se sienta en la cama y
se pelea con los zapatos al quitárselos. Le traigo un vaso de agua y un cubo que pongo al lado de
la cama.
—Toma, por si te entran ganas de vomitar otra vez.
Se quita los vaqueros, sin molestarse con el resto de lo que lleva aún puesto y, tumbándose
contra las almohadas, se cubre la cara con el brazo.
—Tengo el extraño presentimiento de que mañana me voy a arrepentir mucho de lo de esta
noche.
Me río y salgo de la habitación.
—Te veo mañana —le digo antes de cerrar la puerta de su casa y dirigirme a la mía.
Capítulo Veinte

SAM

Q ué cosa más desagradable esto de tener resaca, qué horror. Mi cabeza parece estar
recreando la música de anoche: bum, bum, bum.
Tras 3 vasos enormes de agua, me voy a la ducha. Cuando el temporizador de cocina
suena aprieto mucho los dientes de la frustración. No puede ser. Ni de coña pueden haber pasado
ya 5 minutos. Salgo de la ducha calando la alfombrilla, apago el puto cronómetro y me vuelvo a
meter bajo el agua calentita. Hoy me lo voy a permitir. Solo hoy.
Para mi desgracia solo puedo aprovechar 2 minutos más antes de que Jeremy empiece a
aporrear la puerta.
—Papá, date prisa, llevas ahí dentro media vida.
Gimoteo y le digo que se largue.
—Tengo que ducharme, he quedado con Steven —insiste él.
Apoyo la cabeza contra la mampara de plástico esperando que la presión haga desaparecer mi
dolor de cabeza.
—¿No puedes ducharte en casa de tu madre y dejarme en paz?
Se ríe.
—Vale. Pero de esta no te libras, ¿eh? Me pregunto qué pensará mamá.
Oigo sus pasos alejándose por el pasillo y abro la puerta de la ducha para gritarle:
—¡A tu madre ni media palabra de esto! —Cierro el grifo, cojo una toalla y me la pongo
alrededor de la cintura—. ¿Jeremy? —digo, saliendo del baño y dirigiéndome a la entrada. Abro
la puerta principal esperando pillarlo a tiempo, pero me doy de bruces con Luke. Mirando por
encima de su hombro, le pregunto—: No habrás visto a Jeremy, ¿no?
Luke me mira de arriba abajo y sonríe.
—Lo he visto, acaba de salir pitando calle abajo.
—Mierda. Carole me va a putear de por vida.
Una sonrisa malévola aparece en los labios de Luke.
—Y no es la única.
Mirándolo —mirando sus labios, para ser más exactos— fogonazos de la noche anterior me
vienen de repente a la cabeza.
Dejo de mirarlo y me aparto de la puerta, poniendo las manos en las caderas, sobre la toalla
que tengo a la cintura. La piel se me eriza debido a un soplo de brisa que flota entre nosotros
procedente del exterior. O quizá por los recuerdos de Luke de la noche anterior. Me ruborizo,
consciente de estar medio desnudo.
—Hmm… ¿Pasas y haces café mientras me visto?
Luke entra en mi casa y me doy cuenta de que lleva una bolsa de la compra en la mano.
—Venga. Tú deja de alardear de piercing en el pezón y yo preparo algo de comer.
Mi mano va directa al pezón y me ruborizo aún más. Jugueteo con el aro mientras pienso en
algo que decir. Luke se pasa la bolsa de una mano a otra y lo pillo mirándome el pezón perforado
otra vez. Dejo de toquetearme el pendiente y aparto la mano.
—Es que es una sensación increíble, ¿sabes? —le digo. Luke hace un gesto como de dolor y se
muerde el labio—. ¿Demasiada información? —le pregunto riéndome mientras me alejo de él y
me dirijo a mi habitación.
Lo oigo murmurar algo, pero no entiendo lo que dice. Me pongo un pantalón corto y una
camiseta, me echo un poco de gomina para que me quede el pelo de punta y, como toque final, me
pongo las gafas de sol. Me las bajo un poco frente al espejo y guiño un ojo a mi reflejo.
—Estás ridículo, Sam, bien hecho —me digo a mí mismo.
Cuando entro en la cocina, Luke está metiendo una bandeja de algo en el horno. Me mira y me
dice:
—¿Y? ¿Cómo te encuentras hoy?
—Deja de cachondearte. —Me siento en una de las sillas frente a la mesa y cruzo las piernas,
apoyando el tobillo sobre la rodilla—. Pero en respuesta a tu pregunta: podría encontrarme
bastante mejor.
Luke se me acerca con 2 tazas de café y me pasa una de ellas.
—Bueno, cuando te recogí anoche tenías pinta de haber estado pasándolo estupendamente, eso
desde luego.
Me mira y sus ojos van a mi boca. Estoy seguro de que está recordando nuestro pequeño
experimento. No tengo claro si debería de decirle algo —hacer una broma al respecto o algo así
— o fingir que no me acuerdo de nada. ¿Y si él espera justo eso? ¿Que fuera tan pedo que ahora
no me acuerde de nada?
—Lo de bailar fue divertido. Creo. Pero no sé si compensa lo mal que me encuentro ahora. —
Doy un trago al café y gimo de lo delicioso que está. Luke se sienta en frente de mí y se apoya en
el respaldo, en una postura relajada, mirando hacia la ventana—. Hmm… Gracias —añado.
—¿Por qué?
Doy otro trago al café.
—Por ir a buscarme. Por limpiar el baño.
Se encoge de hombros.
—No hay nada que agradecer.
La mesa traquetea cuando dejo mi taza sobre su superficie.
—Hmm… Y ya, para terminar de ser un tocapelotas total, ¿crees que me podrías acercar al
centro para recoger mi coche?
—Entra dentro de los planes que tenía organizados para hoy.
Apoyo los codos en la mesa y me inclino un poco hacia delante.
—¿Qué planes? Cuéntame.
—Vale, a ver… Se sale un poco de lo habitual, pero un amigo mío organiza talleres de
carpintería los fines de semana y había pensado que podríamos ir a una de sus clases.
Me muerdo el labio. Suena estupendo y me apetece, la verdad. Y más si tenemos en cuenta que
después podré tachar otra cosa de mi lista. Pero es que me quedan 10 míseros dólares…
—Me encantaría, Luke, pero…, hmm, no sé ¿Podemos hacerlo el fin de semana que viene? ¿O
cualquier día después de que haya cobrado?
Niega con la cabeza y me dedica su sonrisa de doble hoyuelo.
—No. Y no te preocupes, la primera clase es gratis.
Desde la cocina me llega un olor delicioso y me levanto de la silla para ver de qué se trata.
Miro a través de la puerta del horno y veo que dentro hay 4 pastelitos de carne. Es como si Luke
me hubiera leído el pensamiento.
Lo miro desde donde estoy. El sol que entra por la ventana ilumina su perfil confiriéndole un
aire dorado y cálido. Los mechones más claros de su pelo castaño oscuro parecen brillar y sus
labios…
Trago saliva en el mismo momento en el que él me mira, pero me agacho a toda prisa, fuera de
su vista, y compruebo los pastelitos de carne una vez más.
Oigo el arrastrar de las patas de su silla y unos pasos entrando en la cocina. Me mira, se cruza
de brazos y frunce el ceño.
—Ya sabes el dicho: olla vigilada nunca hierve —me dice, pero se agacha y se pone en
cuclillas a mi lado. Lo que no hace es mirar al horno. Me está mirando a mí—. Te acuerdas de lo
que pasó entre nosotros ayer.
No es una pregunta. Es una afirmación. Y yo entro en pánico. No sé por qué, pero mi primera
reacción es negar con la cabeza.
Luke me mira con la suya ladeada y me observa con atención durante unos instantes.
—No te creo —me dice—. Pero vale. —Echa un vistazo a los pastelitos—. Si no quieres
hablar de ello, vale.
No sé qué contestar a eso. No sé ni qué decir. Me acaba de ofrecer una vía de escape, una
salida fácil y accesible, y yo la cojo.
Pero los pastelitos de carne no están igual de ricos después de eso. Y soy más consciente que
nunca de Luke. Y eso me pone nervioso. Este chico que está aquí conmigo mirando por la ventana
no es solo mi amigo Luke. Es el hombre cuyos labios sentí anoche contra los míos, cuya lengua se
enredó con la mía. Me resulta desconcertante pensar que ayer besé a un tío, pero aún más
desconcertante es que de solo pensarlo se me está poniendo dura.
Supongo que es la parte tabú que conlleva. La emoción de hacer algo que no está bien visto a
ojos de todo el mundo.
Eso y que besarlo me hizo sentir libre. Vivo. Como si no tuviera más de 20 años.
Sí, eso es lo que está haciendo que me empalme. No lo de besar a un tío. Solo la libertad que
eso representa.
«Libertad que no te importaría experimentar un poquito más». Me trago ese anhelo interior
junto con otro mordisco de pastelito de carne. Pero estoy impaciente, sobreexcitado, y no sé
durante cuánto tiempo conseguiré aplacar ese sentimiento.
Dejo un poco del borde hojaldrado en el plato y me echo para atrás en la silla, tratando de
ponerme cómodo o, al menos, de parecer que lo estoy. Pero no hay manera. Estoy demasiado tenso
y que la cabeza me vaya a explotar no ayuda. Y no es solo el dolor, es que está llena de Luke por
todas partes.
El susodicho me mira, sus ojos ensombrecidos por sus propios pensamientos, y me pregunto si
lo que pasó anoche le preocupa lo más mínimo o si, como yo, también encontró nuestro beso
liberador y… ¿excitante?
—¿Estás listo? —me pregunta mientras coge nuestros platos y los lleva a la cocina—. La
clase empieza a la una y es en el centro, así que puedo dejarte en tu coche cuando acabemos.
Me pongo de pie despacio, recolocándome las gafas de sol. Me alegro de llevarlas puestas,
así he podido disimular lo muchísimo que he estado observándolo.
—Sí.—Doy una palmada para mostrar mi entusiasmo, aunque me está costando encontrarlo, la
verdad—. ¡Estoy listo! ¡Vamos a darle a la carpintería!
En cualquier otra ocasión Luke se hubiera reído de lo cutre que ha sonado eso, pero esta vez
no hay ni una pequeña sonrisa en sus labios. Está de nuevo en la mesa, pasándole un paño.
Cuando acaba, lanza la bayeta al fregadero y asiente.
—Venga, pues nos vamos.
Y cuando lo dice, en un alarde de fuerza que me deja impresionado, coge la mesa de comedor
y se la lleva, cargándola en la camioneta.
Capítulo Veintiuno

JEREMY

E stoy con mi madre en la cocina y parece nerviosa. Tiene esa mirada que suele tener justo
antes de pasarme un plátano y recordarme la regla de oro del condón.
Ojalá me hubiera quedado más tiempo por ahí con Steven.
Dejo de escribir el mensaje que estaba a punto de enviar y me preparo para la que se me viene
encima. Bueno, durante unos segundos, contemplo la idea de salir echando leches de ahí. Pero
como sé que estoy acorralado y que si me levantara de la silla ahora mismo mi madre arruinaría
mi huida poniéndose en plan barricada en la puerta, desisto.
Miro mi móvil y me pregunto si podría conseguir que sonara.
Lo que sea para sacarme de esta situación.
Decido mandar un mensaje rápido a Steven. Solo le digo: «Corre, llámame».
Poniéndose un mechón de pelo oscuro tras la oreja, mi madre se acerca a la mesa. Cuando
pasa de largo el frutero, me empiezo a poner nervioso de verdad.
¿Qué es lo que quiere decirme?
¿Sabe la verdad de lo de Steven? Trago con dificultad y la miro con atención. Parece más
nerviosa que enfadada, así que no, creo que no es eso.
Pero yo cada vez estoy más inquieto, porque en el fondo de mi mente hay una voz
susurrándome: «Vamos, Jeremy, sabes que ha llegado el momento. Ahora es cuando por fin te va a
contar ese secreto que lleva tiempo ocultándote».
Niego con la cabeza porque no estoy listo para oírlo.
—Esto… —Me levanto de golpe—. Me estoy meando.
Me mira con la cabeza ladeada, como suele hacer cuando trata de averiguar si le estoy
diciendo la verdad.
—Acabas de ir al baño. Siéntate un segundo que hay algo de lo que quiero hablar contigo. —
Aparta una silla de la mesa para poder sentarse y las patas hacen un ruido espantoso contra el
suelo. Espero que no sea un mal presagio.
Planto el culo de nuevo en mi silla.
—A ver…, ¿qué pasa? —Sigo con el móvil en la mano, agarrándolo con fuerza, porque de
verdad que necesito que Steven me llame ya y me salve.
—¿Te gusta esta mesa? —me pregunta mi madre dando una palmada sobre la superficie de
madera de la mesa.
Frunzo el ceño. Es la forma en la que lo dice… Parece una trampa.
—Es sólida. Mejor que la de papá.
—Bien —me dice—. Eso es bueno.
—¿Vale? —Es que no sé qué se supone que tengo que contestar a eso.
Mi madre respira hondo, despacio, y enlaza sus manos sobre la mesa.
—Estás pasando por un momento de tu vida lleno de cambios.
Está claro que se está refiriendo a mi supuesta sexualidad y trago el nudo que se me ha
formado en la garganta y que no es más que la pura vergüenza de estar mintiéndole.
—Sí, ¿y?
—Yo no quiero hacerte pasar por más cambios de los necesarios, ¿entiendes eso?
—Mamá, estás siendo tan clara como un charco de barro, pero creo que sí te entiendo. —
Aunque no quiera.
Pone los ojos en blanco.
—No quería decirte nada hasta que no supiera que era algo serio. —Me mira a los ojos, su
sonrisa es enorme—. Pero he conocido a alguien.
No sé qué decir. Lo único que veo es el charco de barro de antes. Y la voz en mi cabeza está
de vuelta: «¿Ves? Eso era. Este era el secreto. No te hagas el sorprendido». Le digo a la voz que
se calle la boca y me centro en seguir conmocionado. O quizá lo que estoy es en fase de negación.
Lo que sea.
—¿Eh?
—Greg y yo llevamos un año saliendo.
—Un año —repito. Y, entonces, salgo de la nebulosa en la que he entrado. Oigo lo que me
dice, lo hago, pero me veo a mí mismo levantándome de la silla—. La camiseta. El peine…
No quiero oír nada más. No quiero entender lo que me está queriendo decir.
Pero no me deja irme. Me agarra de la manga cuando intento salir de la cocina.
—Suele venir en las semanas que tú estás con papá.
Esto es demasiado. Se queda aquí. En plan a dormir y a… Me da un escalofrío.
Mi madre agacha la cabeza antes de decir:
—Quizá te lo debería haber contado antes. Es que no quería confundirte.
—¿Y por qué me lo cuentas ahora?
—Porque quiero presentártelo. Quiero que lo conozcas.
Me escapo de su agarre.
—¿Y por qué iba a querer hacerlo?
No me gusta hacia dónde se dirige esta conversación y espero que si grito mucho y me pongo
en plan odioso mi madre lo pille y no siga hablando. También espero que cambie de opinión y que
todo vuelva a ser como antes.
—Porque quiere que nos vayamos a vivir con él.
Es como cuando me quedo sin aliento jugando al fútbol, pero mucho peor. Un gilipollas que ni
conozco llega y pone mi vida patas arriba.
—Ni de coña.
—Oye, habla bien. Y ni siquiera lo conoces. Dale una oportunidad. Vamos a tomárnoslo con
calma, no es como si nos fuéramos a mudar con él mañana mismo. Pero, algún día, en un futuro no
muy lejano… Déjame que te lo presente, solo eso. Creo que te caerá bien.
—Te has vuelto loca si crees que quiero cambiar de colegio por este tal Greg. Perder a mis
amigos, al equipo… No quiero que me caiga bien. No quiero otro padre. ¿Lo pillas? Ya tengo uno
y con uno me vale. Joder.
—Sé que es complicado de asimilar, así, de buenas a primeras, pero Jeremy, por favor, yo
también quiero tener una vida, ¿entiendes eso?
No tengo respuesta para eso. Aunque puede que la entienda; un poquito. Pero no puedo
decírselo, las palabras no me salen del cabreo y la rabia que me oprimen la garganta.
Por suerte, me suena el teléfono. Salvado por la campana.
—Es Steven —digo y me alejo de ella. Pero, antes de contestar la llamada, me paro en la
puerta de la cocina y la miro mal.
—¿Por eso me has preguntado si me gustaba la mesa? ¿Ya estás decidiendo qué nos vamos a
llevar a la nueva casa?
Mi madre se gira para mirarme y se cruza de brazos con aire serio, pero la tristeza que veo en
sus ojos contradice su actitud.
—No, estaba pensando en que la usaras como escritorio.
Niego con la cabeza y contesto al teléfono, dando la espalda a mi madre y enfrentando una
horda de nuevos problemas.
Capítulo Veintidós

LUKE

Y a en el taller de carpintería de Jack, Sam y yo arreglamos la mesa. Bueno, «arreglamos» es


una forma de hablar. Yo arreglo la mesa mientras Sam está ahí con la mirada perdida. Yo le
pido unos clavos, él me pasa un martillo.
Con cuidado, cojo el martillo que me tiende y lo dejo en la mesa de trabajo. Enfrente de
nosotros hay una pareja montando un reloj. Discuten y se contradicen todo el rato, pero cada dos o
tres frases se dan un beso. Me gusta y, a la vez, me dan mucha envidia.
Sam se queda mirando el martillo que acabo de dejar y luego se mira las manos. Me
encantaría saber qué está pensando. Estoy casi seguro de que se trata de nuestro beso de anoche,
porque lleva raro desde que he sacado el tema en su cocina.
Ojalá no se hubiera cerrado. Ojalá yo no le hubiera dado la opción de hacerlo, de fingir que
ese beso no existió.
Encuentro unos clavos y me pongo manos a la obra.
A lo mejor debería sacarle otra vez el tema.
O quizá debería echarle huevos y decirle de una vez que soy gay.
En ese momento, Jack decide acercarse para ver qué progresos hemos hecho. Se pone entre
nosotros y nos da a ambos una palmada en el hombro.
—¿Cómo vais por aquí?
Sam parece volver al presente y entonces mira la mesa y después a mí. No tiene ni idea de qué
contestar y no puedo evitar sonreírle por ello.
—Ahí vamos —le digo a Jack—. Puede que necesitemos lijar un poco los bordes, pero yo
creo que más o menos está. ¿Y tú? ¿Has logrado avanzar algo? ¿O somos tan paquetes que no has
podido hacer nada para tu casa?
Jack me responde con un encogimiento de hombros, pero no me está prestando demasiada
atención, la tiene toda puesta en Sam.
—¿Así que tú eres él? —le dice.
Sam parece perplejo.
—¿Eh?
—El vecino de Luke.
—Sí, ese soy yo.
—Me han hablado maravillas de ti.
Me tenso y Jack debe de notarlo porque me mira y me guiña el ojo, calmándome, como
diciéndome que no me preocupe.
Pero yo me preocupo igual y se nota en lo fuerte que estoy agarrando el martillo, como si me
fuera la vida en ello. Quizá debería soltarlo.
Sam se viene arriba con las palabras de Jack y me sonríe.
—¿Ah, sí? No me digas —dice mirándome a mí. Luego se gira hacia Jack y añade—: Pues, sin
embargo, he de confesar que tú eres un misterio. Te menciona cuando habla de sus amigos del
trabajo, pero no me había enterado hasta hoy de que tienes un taller de carpintería.
Durante unos segundos una sombra de decepción nubla la expresión de Jack, pero enseguida se
ríe y la hace desaparecer.
—Bueno, es que a veces hay que currárselo mucho para que Luke… se abra.
Jack me dedica una mirada mordaz.
Sam se ríe con ganas, cambiando de postura y haciendo que las luces del techo se reflejen en
el pendiente de su oreja.
—Eso es verdad. Pero yo tengo mis trucos. Si hubiera querido, se lo hubiera sacado todo y
más sobre ti.
Me encojo de hombros, el movimiento hace que casi se me caiga el martillo, golpeando la
mesa de trabajo.
—Bueno, pues será que no quería saberlo —digo, mirando a Jack y agarrando el martillo con
más fuerza.
Jack frunce el ceño, pero está conteniendo una sonrisa.
—Ten cuidado, Luke, o alguien podría salir herido —dice Jack señalándome el martillo, pero
con la mirada fija en la mía.
—Ya —le contesto antes de que se vaya.
Jack continúa con la clase, pero yo ya no logro concentrarme en nada.
Cuando terminamos y la mesa está reparada y cargada en el maletero de mi camioneta, Sam se
pone de nuevo sus gafas de sol y se sube al coche. Arranco y cambio de un carril a otro, sorteando
el tráfico, para poder girar en el siguiente cruce.
Apretando el volante con ambas manos, lo miro. Tengo que decírselo ya. Pero, antes de
hacerlo, busco un sitio para aparcar.
Una vez hemos estacionado, me aclaro la garganta.
—Tenemos que hablar.
Al escucharme, Sam se gira de forma abrupta y me mira, tragando saliva con fuerza.
Pero antes de que pueda continuar con mi confesión, me dice:
—Lo sé. —Suspira.
—¿Lo sabes? —le pregunto, frunciendo el ceño.
—Sí que me acuerdo, Luke —me dice sonrojándose y mirando por la ventana hacia el
pequeño parque frente al que hemos aparcado.
Y entonces me doy cuenta de que no estamos hablando de lo mismo. Me ha malinterpretado y,
aunque una parte de mí quiere sacarlo de su error y seguir contándole la verdad mientras aún me
atreva a hacerlo, otra parte —y es una muy grande— quiere dejarlo hablar. Me estaba muriendo
por saber qué estaba pasando en su cabeza desde anoche y al fin se está abriendo a mí.
Así que… asiento.
—¿Estás bien con lo que pasó? —le pregunto.
Me mira y asiente con timidez, tirándose del aro en su oreja.
—Sí. Quiero decir… Un momento, ¿y tú? ¿Qué piensas tú?
Quiero reírme y gritar un: «A mí me parece de putísima madre», pero rebajo el entusiasmo y
contesto:
—A mí también me parece bien.
Su sonrisa llega acompañada de un suspiro de alivio.
—Bien.
Lleva las gafas de sol puestas, pero no son lo suficientemente oscuras como para ocultarme
sus ojos. Sé que ahora mismo me está mirando los labios y, cuando se ruboriza, el estómago me da
un vuelco. Es como esa sensación que uno tiene cuando va conduciendo por un desfiladero lleno
de curvas y puntos ciegos.
Quiero que siga mirándome así, pero, tras unos segundos, desvía la vista hacia el parabrisas.
—Bueno, pues…
Entonces me suena el móvil, interrumpiéndome. Me cago en la leche. Lo he dejado en el
salpicadero y cuando me estiro para cogerlo, Sam se me adelanta y me lo pasa.
Es mi madre.
—Hola, cariño —me dice—, solo llamaba para informarte de que a finales de la semana que
viene estaré allí para la fiesta de cumpleaños. Tengo muchísimas ganas de conocer a tu novio.
Se me seca la boca y miro a Sam. Se ha puesto las gafas sobre la cabeza y está buscando algo
en la guantera. Supongo que caramelos de menta, así que abro un pequeño compartimento a mi
lado y le doy uno.
—¿La semana que viene ya?
—Lo que oyes, cielo. Estoy tan emocionada con tu idea de ser yo quien baje a Wellington que
no veo el momento de salir de esta casa aunque sea para un viaje exprés.
Sam por fin ve el caramelo que llevo un rato ofreciéndole y lo coge de mi mano. Incluso un
roce tan ligero me afecta.
Me lleva unos segundos volver a concentrarme en la llamada.
—… No tienes una idea de lo feliz que me hace y lo tranquila que me quedo sabiendo que hay
alguien especial en tu vida. Ahora, dime —hace una pausa y oigo la puerta corredera que va de la
cocina a la terraza trasera— ¿qué podría comprarles a Sam y a Jeremy? Se llaman así, ¿verdad?
No puedo decirle la verdad ahora. Se preocuparía y la estresaría y necesita toda la calma
posible. Además, está el pequeño inconveniente de que Sam está aquí en el coche conmigo.
—Mamá, sé que elegirás bien. Pero ahora no puedo hablar, ¿te llamo más tarde?
—Vale, luego hablamos. Te quiero.
—Yo también.
Cuando cuelgo Sam me sonríe, su mejilla abultada por el caramelo de menta.
—¿Tu madre viene a la fiesta?
Asiento y arranco.
—Genial. Me muero de ganas de conocerla.
Yo sí que me voy a morir, pero no de ganas.

DEJO A S AM EN SU COCHE Y VUELVO A CASA. LLEGO ANTES QUE ÉL Y, AUNQUE ES PRONTO PARA
cenar, yo ya tengo hambre, así que decido ir a su casa directamente y preparar algo de comer para
ambos.
Saco carne picada del frigorífico. Podría preparar una salsa boloñesa, o quizá chili con
carne…
La puerta delantera se abre y se cierra de un portazo.
Alzo la vista. Jeremy recorre el pasillo hecho una furia y un segundo después la puerta de su
dormitorio se cierra con tanta fuerza que hace temblar las paredes.
Dejo la carne en la encimera y me acerco a su cuarto, donde ya está sonando música heavy
metal a tope. Llamo a su puerta y asomo la cabeza con cautela.
Jeremy está tirado sobre su cama deshecha. Se ha tapado la cara con las sábanas en una pose
un tanto dramática. Le da un puñetazo al colchón.
—¿Jeremy? —Entro, abriéndome camino entre todas las prendas de ropa que hay por el suelo
hasta llegar a su equipo de música. Bajo el volumen y Jeremy se tensa al instante, pero se gira
para mirarme. Tiene los ojos rojos—. Ey —le digo, sentándome a los pies de la cama—. ¿Qué te
pasa? ¿Estás teniendo un mal día?
—Nada —me contesta con la nariz taponada, lo que hace su mentira más evidente—. Que se
me ha olvidado el balón—. Se mueve hacia el borde de la cama—. Lo cojo y me voy.
Se levanta, pero le agarro el brazo con suavidad y hago que se siente de nuevo.
—Lo siento, chaval, pero sé que te pasa algo. Y quiero asegurarme de que estás bien.
Jeremy se sorbe la nariz y asiente, pero luego niega con la cabeza.
—Estoy bien. —Le doy unos segundos y entonces rompe a llorar. Por un momento, veo al
antiguo Jeremy, al crío que conozco tan bien, pero antes incluso de que pueda volver a
familiarizarme con esa sensación, el adolescente está de vuelta—. Es una puta mierda.
—¿El qué?
—Lo de mi madre —dice en voz baja, mirándose la mano que tiene en el regazo—. A ver, que
a papá se le está yendo un poco la olla, pero es que lo de mamá…
—Vale —digo con calma—. ¿Qué ha pasado? Si me lo cuentas, quizá te pueda echar una
mano.
—No, Luke, no puedes.
—Vale. Pero si tú… Quiero decir… —Trato de encontrar las palabras adecuadas, pero estoy
un poco perdido—. Sabes que puedes acudir a mí para lo que quieras, ¿verdad? Lo que sea.
Estaré ahí para ti y lo haré lo mejor que pueda.
Se encoge de hombros y, tras un pequeño silencio, me pregunta:
—¿Y qué debo hacer si mi madre me dice que tiene un puto novio y que quiere que lo conozca
y que sea agradable con él porque puede que un día, en un futuro cercano, nos mudemos y nos
vayamos a vivir con él?
Intento pensar en la mejor respuesta posible. Ojalá tuviera todas las que necesita, pero no las
tengo.
—Es un gran cambio para ti —le digo—. Y necesitarás un tiempo para hacerte a la idea, eso
está claro, pero oye, a lo mejor es un tío estupendo y si hace feliz a tu madre…, ¿no lo hace eso
menos horrible?
Jeremy me escucha con la mirada fija en sus manos. Luego vuelve a sorberse la nariz y se
encoge de hombros.
—No quiero otro padre —me dice.
Suspiro.
—¿Y qué hay de malo en tener a más de un padre y una madre cuidando de ti? Ni siquiera
sabes como es este…
—Greg —aporta Jeremy.
—Ni siquiera sabes cómo es Greg. ¿Y si es la leche? Puede que te lleve por ahí de vacaciones
y vaya a todos tus partidos de fútbol. Quizá te eche una mano con los deberes cuando no te salgan
o te ayude a convencer a tu madre para que te deje hacer algo que te apetece muchísimo. Que
podría estar muy bien, vaya.
—No quiero que me diga qué hacer y qué no hacer; y no quiero que sea más importante para
mi madre que yo.
Me acerco un poco más a él para poder ponerle una mano sobre la cabeza.
—Conozco tanto a tu madre, como a tu padre y puedo decirte con absoluta certeza que te
quieren más que nada en el mundo. Y con razón.
Jeremy se ríe, más o menos, pero sigue con la cabeza gacha.
—Ya, pero… sigo sin quererlo en mi vida. —Se pone de pie y va hacia su escritorio. Coge las
llaves y se las mete en el bolsillo. También coge el balón y se lo pone contra el pecho—. Me voy,
que he quedado otra vez con Steven —me dice casi sin mirarme mientras se dirige a la puerta.
—¿Quieres que te lleve?
Niega con la cabeza.
—No hace falta, voy andando. A lo mejor me ayuda a pensar y esas cosas.
Quiero seguir hablando con él, que se abra más a mí. Me encantaría poder convencerlo de que
tener más de un padre no sería tan malo. Pero sé que no me va a escuchar, así que me levanto y
asiento.
—Vale, está bien. —Me dirijo a la puerta para salir de su cuarto—. Ya sabes dónde
encontrarme si me necesitas.
—Sí, allí donde esté mi padre —le oigo murmurar.
No sé cómo contestar a eso así que me río para quitarle importancia y lo ignoro.
Cuando se va, voy a la cocina y empiezo a hacer un sofrito de cebolla. Pienso en mi
conversación con Jeremy una y otra vez, tratando de averiguar por qué me ha dejado tan vacío.
Y sigo dándole vueltas mientras la carne se va haciendo en la sartén cuando, de repente, veo
que Sam está a mi lado.
—Hola —digo sorprendido—. Lo que has tardado. Has venido conduciendo como una
abuelita, ¿o qué?
Sam deja una bolsa en la encimera y me sonríe.
—No, he parado en un sitio.
Quiero preguntarle, pero antes debo contarle lo que ha pasado con Jeremy.
Cuando termino de hacerlo, deja escapar un suspiro y me dice:
—Así que Carole se lo ha dicho ya. —Vuelve a suspirar—. Es un gran cambio. Ni siquiera yo
me he hecho a la idea del todo.
Sam se apoya contra la encimera con la mirada perdida en la distancia.
—¿A qué te refieres? —le pregunto en voz baja, tanto que es apenas audible con el crepitar de
la carne picada en la sartén.
Se encoge de hombros.
—Me gusta tener a Jeremy a la vuelta de la esquina. Carole y yo llevamos diez años con esta
dinámica y nos va de maravilla. Voy a echar muchísimo de menos el estar tan cerca, lo fácil que es
todo. Me gusta que Jeremy nos tenga a un tiro de piedra y que pueda ir a una u otra casa según le
apetezca. Pero si se muda a Wellington Heights…
Le pongo una mano en el brazo y lo acaricio arriba y abajo. Me da igual la distancia esa que
se supone que siempre mantenemos.
—Le enseñaremos a conducir y le conseguiremos un coche, ¿vale? Y así podrá seguir
haciendo lo mismo.
Durante un instante su sonrisa es deslumbrante, pero al segundo desaparece.
—¿Y se supone que yo voy a quedarme en esta casa de mierda toda mi vida? Quizá ha llegado
el momento de que yo también siga adelante, de que haga algún cambio…
«Pues ven a vivir conmigo», quiero decir. «No tenemos que quedarnos aquí. De hecho, mejor
si nos mudamos a otra zona, pero, por favor, quédate conmigo».
De repente niega con la cabeza.
—O no. Mientras te tenga a ti de vecino no pienso irme a ninguna parte.
Muevo la carne con más fuerza de la necesaria y, haciendo un gesto hacia la bolsa que ha
dejado en la encimera, le pregunto:
—¿Qué tienes ahí?
Sam sonríe, pero hay un toque pícaro en el gesto y, por alguna razón, se está ruborizando.
—¿Te apuntas a una noche entera sin dormir?
Lo miro con una ceja alzada.
—Depende. ¿Implica salir a bailar?
Sam suelta una carcajada y me da una palmada en el hombro. Luego olfatea la cocina, el aroma
de nuestra cena.
—Huele fenomenal. Gracias por cocinar.
Se pone a mi lado para coger un par de vasos del armario y me guiña el ojo por encima del
brazo que tiene estirado, gesto que va directo a mi entrepierna.
—Nada de bailar, prometido. —Saca los vasos y los llena de zumo de naranja—. No tenemos
que salir de casa, solo necesitamos una habitación a oscuras y una cama.
Casi se me cae el zumo según me lo pasa. Se me sale un poco por el borde del vaso,
salpicándome la mano. Me lamo las gotas derramadas y finjo que no estoy pensando en nosotros
dos juntos, uno encima del otro, follando hasta el amanecer.
Me bebo el zumo rápido y vuelvo a remover la carne.
—¿Y qué vamos a hacer?
Va hacia la bolsa y saca unos DVD.
—Maratón de Star Wars.
—¿En tu cama?
¿De verdad me está proponiendo esto? ¿Sin estar borracho?
Me mira. Se está ruborizando, pero trata de restarle importancia encogiéndose de hombros.
—Es mucho más cómoda que el sofá y son muchas horas. —Me mira los labios y aparta la
vista rápidamente—. ¿Te animas?
Que si me animo, dice. Me parece a mí que estoy un poquito demasiado animado.
—Claro.
—Pues está decidido. Cenamos y a la cama.
ESTOY APOYADO CONTRA EL CABECERO DE S AM, CON TODA LA ROPA PUESTA Y CADA VEZ MÁS
arrugada. Los vaqueros me están dejando marcas en la parte trasera de las rodillas y en las
caderas por llevar tres horas sentado en la misma posición.
Miro a Sam, cuya vista está fija en la televisión. Empezamos la primera película cada uno en
una punta, pero él se ha ido acercando hasta quedar en el centro de la cama.
Yo no lo reconoceré en voz alta pero me duele un lado del culo de tan en el borde que estoy, y
si no me caigo de la cama es por puro equilibrio.
Estoy intentando prestar atención a la película, pero no sé a quién pretendo engañar. Soy tan
consciente de Sam y del hecho de que estamos en su cama y… Por Dios, y ahora se quita el jersey.
Lleva una camiseta debajo, pero aun así… ¡Que estamos en la cama y él se está desnudando!
Así que mi imaginación empieza a volar y…
Vuelvo a fijar los ojos en la película. No sé si voy a poder aguantar la noche entera así.
Cuando se me empieza a dormir el culo, cambio un poco de postura.
Sam me mira y su perfil está bañado en los tonos verdes y azules de la pantalla. Se muerde el
labio antes de decir en un tono muy suave y algo vacilante:
—Acércate más, que te vas a caer de la cama.
—Qué va, estoy bien aquí.
No debería haber dicho eso —¿o sí?— porque Sam me agarra del brazo y tira de mí hacia el
centro de la cama.
Él mismo parece sorprendido al hacerlo y, tras coger aire de forma lenta y audible, dice:
—No te voy a morder.
«Ya, pero ¡ojalá lo hicieras!» pienso.
Miro a Sam y veo el reloj en su mesilla. Es casi medianoche.
—Quizá deba irme ya —digo—. No quisiera quedarme dormido aquí.
Sus dedos se deslizan por mi brazo, poniéndome la piel de gallina allí por donde pasan. Se
gira de nuevo hacia la televisión.
—Vale, lo que quieras.
Pero oigo la decepción en su voz. Y no me gusta nada.
—Quiero quedarme toda la noche despierto contigo —digo, tratando de mejorar la situación
—, es solo que… no creo que me quieras babeando tu almohada cuando me quede traspuesto.
Se ríe y me mira de nuevo, mucho más relajado ahora que antes. Se encoge de hombros y dice:
—Me da igual. Es que estas películas, no sé, son aún mejores si las vemos juntos.
—Sí, si tienes razón, es solo que… —Me mira mordiéndose el labio y me pican los dedos de
la necesidad de abrazarlo y besarlo—. Estoy un poco incómodo con los vaqueros y…
—Ya, pues, hmm..., quítatelos y métete bajo las sábanas.
Hay algo en cómo lo dice, en cómo le brillan los ojos al hacerlo, que me tiene tragando saliva
con fuerza. Aquí pasa algo. Pero no estoy seguro de qué es ni de qué papel juego yo.
Un poco inseguro, me bajo de la cama y me quito los pantalones.
Cuando me meto bajo las sábanas al lado de Sam con solo el bóxer y una camiseta estoy
mucho más cómodo, dónde va a parar. Sam no me mira, tiene la vista fija en la televisión, pero
veo lo fuerte que está apretujando la colcha entre los dedos.
—Creo que, hmm… ¿Yo voy a hacer lo mismo? —Su tono se eleva al final y parece más una
pregunta que una afirmación y no puedo evitar reírme.
—Es tu cama, tú mandas.
Asiente y se mueve hacia su lado de la cama. Oigo cómo se baja la cremallera y luego se
tumba de nuevo para bajarse los vaqueros. El movimiento es tan sensual y tan erótico que me
empalmo en menos de tres segundos. Mierda.
Me recoloco la polla y las sábanas para que no se note y fijo la vista en la puerta del armario
como si fuera lo más interesante que hubiera visto en mi vida.
Cada uno de mis cinco sentidos me está gritando que vuelva a mirarlo. Que me acerque más a
él. Pero en algún recóndito lugar de mi mente hay una voz calmada y sosegada diciéndome que
tenga cuidado porque, si no, voy a terminar sufriendo mucho.
Y yo quiero escuchar esa voz. Escucho esa voz, lo hago. Pero… no sé durante cuánto tiempo
seré capaz de hacerlo.
Capítulo Veintitrés

SAM

P or esto es por lo que estoy soltero.


No tengo ni idea de cómo seducir a alguien. Parece que ni siquiera sé hacerlo con mi
mejor amigo. Llevo toda la tarde y toda la noche intentándolo. 5 horas enteras de largas miradas y
toques casuales. Por favor, ¡que le he propuesto un maratón de Star Wars en la cama! Pero parece
que todos mis intentos caen en saco roto.
Bueno, quizá estoy exagerando. Porque no puedo pretender que Luke pille a la primera que un
tío está ligando con él. Aunque esperaba alguna reacción, la verdad.
Yo no puedo dejar de pensar en nuestro beso y me pregunto cómo será… con un tío.
Quiero decirle que quiero experimentar.
Pero las palabras no me salen, están atrapadas tras el nudo que tengo en la garganta. Un nudo
hecho de nervios y excitación, pero, sobre todo, de pánico. Joder, ¡que quiero acostarme con un
tío!
«Para tachar otro punto en mi lista», añade rápidamente mi voz interior.
Bueno, pero aun eso…
Miro a Luke, que está poniéndose una almohada entre la espalda y el cabecero. Miro sus
labios y recuerdo lo que dijo: «Si quieres probar, podemos probar juntos».
Dijo eso: «probar juntos».
No solo «probar», sino hacerlo «juntos».
Y eso tiene que significar que tiene curiosidad, ¿no?
La pregunta es: ¿cómo le digo que acepto su oferta?
NO TENGO EL VALOR DE DECIRLE — O DE MOSTRARLE— LO QUE QUIERO HASTA QUE ME DESPIERTO A
la mañana siguiente.
No recuerdo haberme quedado dormido; tampoco recuerdo haber visto la última película, así
que debí de dormirme mientras la veíamos. Abro los ojos y noto el peso de un brazo alrededor de
la cintura. Se me ha subido la parte de abajo de la camiseta y el brazo de Luke me roza la piel. Me
pego más a él, sintiendo el deslizar de su piel contra la mía y pegando el culo y la espalda contra
su parte delantera con la mayor sutileza de la que soy capaz, como si estuviera aún dormido.
Como no reacciona, me contoneo un poco.
Noto cómo Luke se mueve y siento el ondular de las sábanas cuando levanta la cabeza.
El miedo se apodera entonces de mí y cierro los ojos a toda prisa.
—¿Estás… despierto? —me pregunta.
Cierro los ojos aún más fuerte y siento la mano de Luke en el hombro, dándome la vuelta hasta
dejarme boca arriba sobre la cama.
—Sí que estás despierto —me dice sonando sorprendido y… ¿encantado?
Me delato a mí mismo tragando saliva de forma audible.
—No, qué va —digo—. Sigo dormido. Superdormido.
Se ríe y siento su risa como una vibración que me recorre de pies a cabeza. Antes de que me
dé cuenta, me agarra una pierna, me la aparta hacia un lado y se sube encima de mí. Al sentir el
peso de su cuerpo contra el mío, abro los ojos.
Y ahora soy yo el que está sorprendido. Esto cruza la línea de esa distancia que siempre
hemos mantenido. La cruza mucho.
Luke me está mirando con una expresión dulce y divertida; está contento y hmm… sexi.
—Te estabas frotando contra mí —me dice y me noto arder de vergüenza. Quiero que el
colchón me trague—. ¿Quieres…? ¿Tienes… curiosidad?
Me muerdo el labio.
—Quiero hacer algo, no sé…, algo tabú. Quiero decir… A ver, podríamos… experimentar. No
tienes que… —Sueno patético diciéndolo en voz alta y algo en mi cabeza está gritándome que
quizá todo esto es muy mala idea.
Por desgracia, notar el cuerpo de Luke contra el mío lo único que ha hecho es ponérmela más
dura y por mucho que la cabeza me grite, mi polla me está susurrando que sí, que ella sí está por
la labor de... probar.
Me da tiempo a contar hasta 3 antes de que Luke responda.
Su expresión es precavida. Es una cara que le he visto 1000 veces; cada vez que se siente
inseguro por lo que sea. Pero entonces cierra los ojos y puedo ver un atisbo de ese hoyuelo suyo.
—Dime qué quieres —me dice.
Lo que quiero. Vívidas imágenes de nosotros juntos vienen a mi mente y noto cómo empiezo a
sonrojarme.
—No sé lo que quiero.
Asiente y, poco a poco, se quita de encima de mí. Al instante echo de menos su calor.
—Pero quiero probar —admito.
Se cubre la cara con el brazo y hace un sonido que está entre la risa y un gemido.
—Joder. No. No puedo.
Me pongo de lado en la cama.
—Vale. Lo entiendo. Sé que es demasiado. Y no tienes por qué ser tú quien experimente y haga
esto conmigo —le digo.
Se queda muy quieto. Luego, tras unos segundos, me pregunta:
—¿Quieres decir que si no es conmigo podrías intentarlo con algún otro tío?
Me encojo de hombros, pero sé que no puede verme, así que intento expresarlo con palabras:
—No se me da demasiado bien esto de la seducción, así que dudo mucho que pudiera
conseguir a algún otro tío, la verdad.
—Créeme —me dice quitándose el brazo de la cara y fijando la vista en el techo—, podrías
conseguir a cualquiera.
—Pero si tú, que me conoces, no has pillado ninguno de mis intentos de ligar contigo. Así que
no, yo creo que no, y además…
Se gira para quedar frente a mí y fija sus ojos en los míos. Abre la boca para decir algo. La
vuelve a cerrar.
—No quiero que nadie, que ninguna otra persona que no sea yo… experimente contigo —me
dice.
—¿No quieres?
Parpadea y desvía la mirada hacia la ventana.
—Si eliges a alguien al azar —dice entre dientes—, puede que no te trate como mereces y
si… si lo que quieres es experimentar y probar cosas, mejor que sea con alguien en quien confías.
—Vuelve a mirarme a la cara—. Nos lo tomaremos con calma. Serás tú quien decida hasta dónde
quiere llegar.
—Bueno —digo sonrojándome de solo hablar de ello—, yo había pensado que quizá fuera
mejor hacerlo todo de una vez y cuanto antes. Es que si va a dolerme y eso, pues prefiero ir
rápido, no lento.
Luke vuelve a tumbarse bocarriba y se tapa la cara con ambos brazos pero, esta vez, lo que
sale de su boca es claramente un gemido. También está negando con la cabeza.
—No —dice, por fin—. Ni hablar. Si vamos a… si hago esto contigo, vamos a hacerlo bien y
eso significa: lento.
Me incorporo apoyándome sobre los codos.
—¿Cómo de lento? Porque quiero hacerlo antes de cumplir los 30. Y para eso quedan 2
semanas.
Baja los brazos y me mira.
—Tan lento como yo diga. —Se acerca más a mí y sus siguientes palabras son como una
caricia contra mi cuello y van directas a mis partes bajas—. Y sea un experimento o no, vamos a
asegurarnos de que lo disfrutamos.
Parpadeo durante unos segundos. Mucho.
—Me parece… —Trago saliva—. Me parece bien.
Capítulo Veinticuatro

LUKE

M e cago en la puta. ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo he podido decir que sí a algo así?
Me incorporo y me siento en la cama para ponerme los vaqueros, que están tirados en
el suelo. Oigo cómo Sam cambia de posición en la cama detrás de mí y hago una pausa de unos
segundos antes de girarme y mirarlo por encima del hombro.
Está ahí sentado, con su pelo negro despeinado, la camiseta arrugada y la mirada fija en la
colcha, sobre su regazo. Su expresión está a medio camino entre una sonrisa y un fruncimiento de
ceño. Aunque vaya a cumplir treinta años, parece tan joven para ser padre… A veces desearía que
Sam hubiera tenido la oportunidad de vivir su vida de otra forma, de conocerse, de descubrirse a
sí mismo.
Si hubiera sido así, quizá ya habría experimentado todo lo que necesitaba y yo no estaría aquí
sentado reprendiéndome mentalmente por haber accedido a ser su experiencia tabú. Y tampoco
estaría tan excitadísimo con la idea.
Pero ¿cómo es eso que dicen? Es mejor tener algo y perderlo, que no haberlo tenido nunca,
¿no?
Al menos de esta forma sé que va a estar en buenas manos. Porque yo lo trataré con cariño y
con cuidado y, aunque él no lo sepa, en cada toque le estaré dando mucho más que sexo, le estaré
dando todo mi amor.
«¿Y qué pasará después? ¿Qué pasará cuando él ya haya acabado su experimentación y no te
devuelva ese amor?». Acallo mis miedos de un plumazo.
Sam alza la vista para mirarme y yo sigo poniéndome los vaqueros.
—Hoy es el partido de Jeremy —digo para distraerme de la necesidad de darme la vuelta,
ponerme encima de él y recorrerle todo ese cuerpo maravilloso con la boca—, así que vete
levantando el culo.
Parece un poco decepcionado, pero se levanta de la cama.
Ambos estamos un poco tensos mientras nos preparamos para salir, nuestros nervios están a
flor de piel, a la expectativa de lo que está por venir.
Me cuesta hasta conducir, no estoy centrado. Sam me ha tenido que llamar la atención dos
veces, una para que redujera la velocidad y otra para que fuera más rápido. Trato de relajarme, de
destensar los hombros, pero no parece funcionar.
Por lo menos, Sam parece igual de alterado que yo. No para de juguetear con el cinturón de
seguridad y de murmurar cosas entre dientes.
El tráfico hace que nos detengamos unos instantes, me giro para mirarlo y veo que me está
observando. Parpadea rápido varias veces y luego mira hacia la radio.
—¿Ponemos música?
Asiento y doy unos golpecitos con los pulgares en el volante.
—Claro.
No volvemos a hablar hasta que llegamos a Kresley. Aparco, me bajo y rodeo el coche por la
parte delantera para acercarme a la puerta del copiloto y decirle a Sam que se encargue él de las
pelotas.
Sam se queda como petrificado.
—A ver, sí, quiero hacer esto —me dice entre susurros—, pero no aquí, que estamos en un
colegio.
¿De qué está hablando? Y entonces me doy cuenta y suelto una carcajada tan enorme que hace
que Sam me mire con mala cara. Cuando le señalo con el dedo las pelotas —los balones— en la
parte trasera de la camioneta, Sam se caga en todo y se pone como un tomate.
—Bueno —dice, riéndose él también—, al menos ha quedado claro dónde tengo la cabeza.
Y ahí es cuando pasa.
Cuando no pienso en lo que estoy haciendo.
Me acerco a él y le doy un suave beso en los labios antes de sacar los balones de la parte
trasera.
No es hasta que me he alejado unos pasos del coche que me doy cuenta de lo que acabo de
hacer.
Sí. Ambos hemos estado de acuerdo en lo de experimentar juntos, pero estoy seguro de que
eso no incluye besitos dulces y castos entremedias.
Me trago el nudo de agobio que noto en la garganta y me doy la vuelta para mirarlo.
Sam se está tocando los labios con dos dedos con una expresión confundida en la cara. Parece
tan perdido que lo único que quiero es acercarme y abrazarlo muy fuerte, hasta que vuelva a
sentirse seguro de nuevo.
—Hmm… —dice—. ¿Esto está incluido en el trato?
—No sé… —Me encojo de hombros. Menos mal que como hemos llegado pronto aún no hay
nadie y que no me he puesto más en ridículo de lo necesario—. ¿Quieres que lo esté?
—No… lo sé. ¿Quizá sería mejor si esto quedara entre nosotros? Porque podría, no sé, dar
lugar a muchas preguntas. Aunque… bueno, ¿a lo mejor Jeremy se sentiría más cómodo y le
resultaría más fácil salir del armario si lo supiera? —Él mismo se contesta negando con la cabeza
—. Pero puede que lo vea demasiado raro. Porque eres tú, Luke, ya sabes.
Asiento. Asiento mucho más de lo que debería, pero no puedo parar. Porque si paro puede que
no pueda evitar las lágrimas.
—Ya, claro, lo entiendo.
Un monovolumen entra en el aparcamiento y con un vistazo rápido sé que es Carole con la
mitad del equipo de Jeremy.
Sam sigue la dirección de mi mirada, se gira y saluda con la mano. Quiero acercarme a
saludarlos a todos. Debería hacerlo. Pero necesito un poco de espacio. Solo durante unos
instantes.
Cojo el resto de la equipación, me pongo la bolsa con los balones de fútbol sobre el hombro y
me acerco al campo.
Mierda. Mierda. Mierda.
Soy imbécil. Cómo he accedido a esto. Imbécil, imbécil perdido.
Pienso en una excusa para poder salir de este pacto de experimentar juntos, pero entonces
pienso en que, si no es conmigo, Sam buscará a otro y no puedo aguantar la idea de que esté con
ningún otro tío.
Deshago un nudo en la red de una de las porterías. Ni de coña. Eso sí que no lo aguantaría. Le
echaré huevos e intentaré que mis sentimientos no se apoderen de todo.
—¡Ey, Luke!
Jack se acerca ataviado ya con su camiseta de árbitro de rayas blancas y negras. La mía está
en algún sitio debajo de las pelotas, junto a mi silbato.
—Jack —le digo inclinando la cabeza y volviendo a centrarme en la portería.
Se acerca y me ayuda. Parece darse cuenta de mi estado de ánimo, así que no me dice nada
más. Al menos no hasta que el campo ya está listo y ambos equipos en la banda.
—¿Pregunto o no pregunto? —me dice mirando a Sam que está en el otro lado del campo con
los pulgares en los bolsillos caminando arriba y abajo.
Me río sin ganas.
—Mejor no. Pero soy idiota, eso sí te lo voy a reconocer.
—Sí —me dice acercándose y dándome una palmada en la espalda—. Pero eres un idiota
enamorado. Y eso siempre es perdonable.
Miro a Jack, a sus ojos cariñosos y dulces y pienso que ojalá pudiera quererlo como un día él
quiso que lo hiciera. Sería mucho más fácil si alguien correspondiera mis sentimientos. Me aclaro
la garganta.
—Gracias, tío.
Se saca el silbato del bolsillo y se lo pone alrededor del cuello.
—No hay de qué.
—Y gracias por venir a arbitrar.
—Me debes una comida.
Sonrío mientras busco mi camiseta para ponérmela.
—Dalo por hecho.
—Venga, ahora ponte la camiseta y que empiece el partido.

EL PARTIDO ESTÁ MUY REÑIDO . AMBOS EQUIPOS TIENEN TALENTO Y EGO SUFICIENTE PARA PARAR UN
tren. Jeremy y Steven se lucen en la primera mitad, pero a Steven le hacen una falta un poco fea y
después de eso no juega igual.
En el descanso, me acerco a él y me lo llevo aparte.
—Te duele, ¿no?
Intenta ocultarlo, pero se le nota en la cara que cuando pisa le molesta.
—¿Es un tirón? ¿O te has torcido algo?
Jeremy nos está mirando con el ceño fruncido y creo que él también sabe que su amigo se ha
hecho daño. Me da igual si por esto pierden el partido, voy a sentar a Steven en el banquillo.
Cuando se lo digo a él, protesta un poco, pero lo deja enseguida.
—Mierda, es que menudo empujón me ha dado. Todo el mundo lo ha visto, ¿verdad, señor
Luke?
—Sí, y se ha llevado una tarjeta amarilla por ello. Pero Jack y yo vamos a estar
superpendientes ahora de lo que hagáis ambos equipos, ya sabes que tengo tolerancia cero con el
juego sucio, así que vete diciéndole a Darryl que cuidadito con esa boca suya, que nos
conocemos.
Simon viene hacia nosotros con la mirada en el tobillo de Steven.
—¿Estás bien, tío? La madre de Jeremy tiene hielo, a lo mejor deberías ponerte un poco.
Noto cómo Steven se tensa cuando Simon se nos acerca.
—Esto… Sí —murmura—. Vale.
Steven empieza a cojear hacia Carole que le está sonriendo y haciéndole gestos para que vaya.
Me parece un poco raro que sea Simon quien se ofrece para ayudarlo, a modo de muleta, y que
Jeremy…, no.
¿Es porque Jeremy no quiere que se note que hay algo entre ellos? ¿O es otra cosa?
Jack me llama y eso hace que deje de darle vueltas al asunto.
—¿Seguimos con el partido? —me dice.
Compruebo la hora y asiento. Llevándome el silbato a los labios, pito para dar inicio al
segundo tiempo. Luego, sonrío a Jack y le digo:
—Vamos.
Capítulo Veinticinco

SAM

L a 2ª mitad del partido es bastante intensa. Con Steven en el banquillo, Jeremy vacila en un
par de ocasiones, como cuando tiene el balón listo para un buen pase y se da cuenta de que
no hay nadie ahí para recibirlo. O sí lo hay, pero no es su compañero del alma, no es ese alguien
que parece que puede leer sus pensamientos como nadie más en el campo.
Veo el partido en un estado de nervios y excitación importantes. Y no solo por el partido en sí
mismo. En la 1ª parte he estado distraído mirando a Luke correr de un lado a otro. Lo habré visto
correr unas cien mil veces, pero ahora parece que lo veo a través de una especie de filtro sexual o
algo así porque cada movimiento que hace me pone cachondo.
Lo de hacer algo tabú —o simplemente pensarlo, por lo visto— está resultando ser la fantasía
más erótica y que mejor me ha funcionado hasta la fecha. Observar sus piernas musculosas, cómo
se flexionan a cada paso, cómo se le pega la camiseta al pecho, al abdomen, cómo le brilla el
cuello del sudor…
Me pregunto cómo será verlo desnudo.
Me pregunto si yo le gustaré a él cuando nos desnudemos juntos, si lo pondré cachondo.
Me pregunto por qué coño no puedo pensar en nada más que en sexo. En sexo con otro tío.
Madre mía, a ver si voy a estar teniendo una crisis de la mediana edad de verdad.
Y, entonces, pienso en ese beso que Luke me ha dado en el aparcamiento y un temblor me
recorre el cuerpo. Han sido 2 segundos, algo inesperado, y también algo que no deberíamos
repetir más.
Pero es que… pensar en los labios de Luke, suaves, rozando los míos con delicadeza… La
cosa es que… La cosa es que me ha dejado calentito por dentro. Algo en ese beso, su dulzura, el
cariño que albergaba, se ha quedado ahí, dentro de mí. Y no ha sido algo sexual, no, para nada, ha
sido… relajante, tranquilizador. Como si me diera un abrazo con los labios. ¿Y no he pensado
siempre en lo que me gustaría poder abrazarlo? ¿Mostrarle así que tenerlo en mi vida me hace
feliz?
Mordiéndome el labio, miro cómo Luke se lleva el silbato a la boca y pita un penalti a favor
de los Oriental Lions.
¿Y por qué no incluir besos en el paquete «Vive tu experiencia tabú»? ¿Qué daño podría
hacer? Quiero decir, siempre que se lo ocultemos a Jeremy. Porque antes iba en serio, no quiero
que lo sepa. El pobre está pasando por muchas cosas ahora mismo. Bastante tiene con lo suyo y
con lo de su madre como para encima tener que preocuparse por mis temas. Y, menos aún, si
tenemos en cuenta que lo mío va a durar solo 2 semanas.
Y ni qué decir tiene que a Jeremy le daría algo si se enterara de que su padre también acaba de
descubrir que es gay…
¡Que no, que no, que no soy gay! Solo tengo curiosidad.
Entonces escucho una voz de mujer y me pilla tan por sorpresa que me giro hacia ella de forma
abrupta. Es Carole.
Alza una ceja y niega con la cabeza antes de decir:
—¿Dónde tenías la cabeza? —«No quieres saberlo», pienso—. Te estás ruborizando. Bueno,
bueno y esa cresta… —Se acerca más a mí—. Veo que Jeremy no me estaba vacilando.
Me encojo de hombros y le cambio de tema.
—¿Cómo está Jeremy con lo de Greg? ¿Mejor?
Carole suspira y un soplo de aire le pone un mechón de pelo en la cara. Se lo aparta y se lo
coloca tras la oreja.
—Digamos que no soy su persona favorita ahora mismo. —Suena tensa, pero se ríe de todas
formas—. Entre tu… lo que sea que te esté pasando y mi gran revelación puede que nos den el
premio a los mejores padres del año.
Se cruza de brazos mientras observa cómo los Oriental Lions se dirigen a la portería. El
portero para el balón antes de que marquen y ambos dejamos salir el aliento que estábamos
conteniendo. El marcador sigue 0-0 y espero que siga así hasta que nuestros chicos se pongan por
delante.
Cuando estamos en posesión de la bola y ya no hay riesgo de que nos metan un gol, me giro
hacia Carole.
—¿Cómo llevaste lo de cumplir 30? ¿Y cómo llevas que nuestro hijo vaya a cumplir 15?
Suelta una risotada.
—Pues hice una fiesta de pijamas. Vinieron todas mis amigas y tomamos mojitos hasta el
amanecer. Es algo que siempre había querido hacer…
No hace falta que lo diga, sé que ahí va un «cuando era adolescente».
Le paso un brazo por los hombros y la pego a mí. A pesar de todo por lo que hemos pasado,
Carole sigue siendo una de mis mejores amigas. Y, aunque nunca ha podido haber nada más entre
nosotros —demasiada aflicción y demasiadas emociones a flor de piel— siempre hemos estado
ahí el uno para el otro, hemos sido nuestro mayor apoyo, sobre todo al principio, cuando no
dejábamos que nuestros padres nos ayudaran.
—Y en cuanto a lo de Jeremy cumpliendo quince… —Carole aprieta los labios, pensando
durante unos segundos—, pues creo que, con que no siga nuestros pasos, yo ya estoy feliz.
Le doy un beso en la sien.
—Tenemos un hijo estupendo. Y en nuestro caso no se aplica lo de «de tales palos, tal astilla».
Nos quedamos juntos durante el resto del partido, animando a nuestro equipo hasta que pitan el
final de la prórroga y empiezan con los penaltis. Ahí nos quedamos callados como el resto del
público, todos conteniendo el aliento.
Al final, los Hutt Penguins ganan 3-2.
El campo es una locura. La mitad de los chicos están cabizbajos, pero la otra mitad está
gritando de alegría. Luke y Jack obligan a todos a ponerse en fila y a darse la mano, pero, tan
pronto como lo hacen, Jeremy y Darryl chocan los cinco de forma efusiva; otro de los Hutt
Penguins coge a caballito a un compañero y empieza a correr con él encima por todo el campo,
vitoreando; Simon corre hacia Steven, que se acerca al equipo cojeando, y le da un abrazo tan
enorme que hace que ambos se caigan al césped y se rían a carcajadas mientras los demás cogen
al portero, lo alzan por encima de sus cabezas y lo ovacionan en una especie de desfile de la
victoria.
Busco a Luke entre la multitud y me sorprendo al ver que me está mirando. Le digo «adiós» a
Carole, que me da una palmada en el culo a modo de despedida, y me abro camino entre el caos
hasta llegar a él.
—Gran partido, señor árbitro.
—¡Gracias! —me contesta Jack por encima del hombro de Luke.
Luke pone los ojos en blanco y se pasa el brazo por la frente para secarse el sudor.
Una ráfaga de aire arrastra su olor hasta mis fosas nasales y de repente lo único en lo que
pienso es en cómo sabrá. Me pongo rojo, lo que solo empeora cuando veo la mirada curiosa que
Luke me está dedicando. Está sonriendo, con sus hoyuelos a la vista, y de imaginarme su sabor
paso directamente a visualizar mi lengua contra ellos.
Luke empieza a andar; parece que me va a pasar de largo, pero se para justo a mi lado e,
inclinándose un poco sobre mí, con su boca pegada a mi oreja, me susurra:
—¿Sigues pensando en lo que creo que estás pensando?
Me pongo aún más rojo.
—Sí. Parece que no puedo… evitarlo.
—No lo evites.
Su voz va directa a mi entrepierna y pone a mi polla en alerta. Me meto las manos en los
bolsillos y contesto de la única forma que me sale: con un asentimiento de cabeza.
Luke empieza a recoger sus cosas, riéndose entre dientes.
Me pregunto cómo es que está tan tranquilo, tan seguro de sí mismo. No parece para nada
preocupado por lo que estamos haciendo, bueno, por lo que vamos a hacer. Me gustaría ser más
como él, tener esa misma seguridad.
—Oye, mamá —dice Jeremy en la distancia—. Nos vamos al Pizza Hut y luego quizá vayamos
al cine o algo así.
—Vale, pero ten cuidado —le dice Carole—. Y vuelve a casa a las nueve.
Jeremy asiente y sale corriendo gritando un mero «hasta luego» por encima del hombro.
Niego con la cabeza y digo en voz alta:
—Por Dios, que sea más listo que yo a su edad.
Mi mirada busca de nuevo la de Luke. «Y más listo de lo que parezco ahora mismo», pienso.
Capítulo Veintiséis

JEREMY

P izza Hut es la guerra. Los Oriental Lions no paran de insultarnos, pero nosotros no nos
quedamos atrás.
Steven me coge las aceitunas de mi pizza y yo hago lo mismo con sus jalapeños. De cara a los
demás estoy como si no pasara nada, pero por dentro no puedo dejar de pensar en mi madre y en
lo de mudarnos. Odio la idea, odio la posibilidad de perder… esto. Justo esto que tengo aquí
ahora mismo.
Dejo de comer, no tengo ganas. A Steven se lo conté ayer, así que él sí sabe qué me pasa.
—Creí que ganar te ayudaría a olvidarte un poco del asunto —me dice mientras mastica un
palito de mozzarella.
Me encojo de hombros.
Me vibra el móvil. Me lo saco del bolsillo y veo que es un mensaje de Suzy: «Buen partido.
¿Quieres venir a mi casa y lo celebramos?».
Bueno, bueno, esto sí que me ayudaría a olvidarme de mis preocupaciones.
Me acerco a Steven y le enseño el mensaje.
—Ya sé que los amigos van antes que las chicas, pero dime que puedo, anda.
Niega con la cabeza.
—Tú y tu polla diminuta podéis iros. Estaré bien.
No necesita decírmelo dos veces. Me levanto corriendo y, en cuanto lo hago, Simon se sienta
en el sitio que he dejado libre. Pienso en ello mientras me dirijo a casa de Suzy, me pregunto qué
estará pasando entre esos dos.
Pero en cuanto llego y llamo a la puerta, Simon y Steven desaparecen de mi mente.
Y cuando Suzy me lleva a su habitación, ya me olvido de ellos del todo.
—Qué bien que podamos estar un rato juntos —me dice yendo directa al grano y pegándose
mucho a mí. Cómo me alegro de que Luke nos haya abierto los vestuarios y nos haya dejado
ducharnos después del partido.
—Sí. —Me sale muy ahogado, sin aliento, y ya cuando me coge la mano y la conduce debajo
de su falda, a la piel suave de su pierna…—. No sabes lo que he tenido que hacer para
asegurarme de que podemos pasar tiempo juntos estas vacaciones.
Se ríe.
—Ah, ¿sí?
Le subo la mano por el muslo, despacio, porque aunque estoy cachondo a más no poder,
también estoy nervioso de cojones. No quiero hacerle daño y quiero darle tiempo por si cambia
de opinión y no quiere seguir.
—Pues sí. Steven ha accedido a fingir que somos pareja para quitarme a mis padres de
encima.
—¿Y no le ha dado cosa?
Casi se me escapa. Casi digo: «Qué va, para nada». Pero aún tengo la cabeza lo
suficientemente fría para callarme la boca, así que me limito a asentir y contestar:
—Sí, pero bueno, es mi mejor amigo y quiere ayudarme.
Un temblor recorre su cuerpo, pero no lo pienso demasiado. He dejado de pensar en nada que
no sea el borde de sus bragas rozándome los dedos y en mi amiguito de ahí abajo rogándome que
vaya más allá.
Suzy me agarra la mano y se levanta un lado de las braguitas para que pueda colar los dedos
por dentro.
Está suave y húmeda y, aunque no puedo moverme con total libertad porque sus bragas me
oprimen la mano, el solo sentirla así ya me hace perder la cabeza. Del todo. Tanto, que me corro
en los pantalones al momento. Y aunque la sensación es una pasada, al segundo me estoy muriendo
de vergüenza y balbuceando mis disculpas.
A Suzy parece no importarle. Parece orgullosa de haber conseguido que me corra así. Se ríe y
me besa otra vez.
—Quizá la próxima vez podamos llegar un poco más lejos. Ven, te diré dónde está el baño.
Cuando cierra la puerta y me quedo solo en el baño me miro al espejo y maldigo. Pero lo hago
sonriendo porque… guau. No solo me han hecho una mamada, también he tocado a una chica ahí.
Y ha sido increíble.
Y me va a dejar hacerlo otra vez —¡y a llegar más lejos aún!— y eso es casi suficiente para
que me olvide de mi madre y de Greg.
Casi.
Capítulo Veintisiete

LUKE

L a cosa empieza bien. En teoría. Jeremy está en casa de su madre y Sam y yo tenemos ambas
casas para nosotros solos. Y también tenemos toda la tarde y toda la noche por delante,
tiempo más que suficiente para ponernos cómodos y tomárnoslo con calma.
Pero la cosa se tuerce cuando, conduciendo por Petone Foreshore, pinchamos una rueda.
Tengo una de repuesto y puedo cambiarla sin problema, pero ha empezado a llover y, encima,
estoy casi seguro de que mi gato lo tiene Sam, lo que significa que debe de estar en el maletero de
su Honda, a veinte minutos en coche de donde estamos ahora.
—Bueno, por lo menos has encontrado un sitio para aparcar —dice Sam que, por algún motivo
que desconozco, encuentra la situación graciosísima. Yo, sin embargo, opino que todo esto es una
broma del destino, que Dios me está cortando el rollo descaradamente.
—Puede que sea una señal —digo, estudiando la calle en la que estamos.
Sam deja de reírse y se mueve incómodo en su asiento, mordiéndose el labio.
—¿Cómo que una señal?
—A lo mejor no estamos destinados a ceder a los placeres de la carne así, en frío, sino que
tenemos que tomar algo de carne caliente antes, y hablo de «carne» en su sentido más literal. —
Sam parpadea y me mira como si me hubiera vuelto loco y me encanta cómo se le ilumina la cara
cuando se da cuenta de a qué me refiero. Me quito el cinturón y me inclino sobre él para quitarle
el suyo—. Me acuerdo de que una vez me dijiste que nunca habías tenido una cita de verdad.
Sam desvía la mirada hacia los restaurantes alineados a un lado de la carretera.
—Nunca tuve una cita siendo adolescente. De adulto he tenido varias. Han sido un desastre,
pero las he tenido.
—Lo sé —le digo, incapaz de dejar de sonreír—. Pero como ahora estás tratando de revivir
todo lo que te perdiste en tu adolescencia, parece el momento perfecto para tener esa cita.
—Pero somos dos tíos.
—Minucias.
Se lleva la mano a su entrepierna y no se me escapa el bulto en sus pantalones.
—¿A ti esto te parecen minucias?
—¿Qué más da que seamos dos tíos? ¿Por qué no vamos a tener una cita si ambos estamos de
acuerdo? —Me acerco a él, le pongo una mano en la rodilla y empiezo a subírsela por el muslo
mientras hablo. Se queda sin aliento cuando llego a su erección y se la froto arriba y abajo—. Y
no, esto no es una minucia, es igual de grande que mis ganas de llevarte a cenar.
—¡Luke! —Sam me mira y sus ojos revelan confusión y recelo, pero también puedo ver su
deseo, su excitación. Se sonroja, lo que hace que mi polla palpite en mis pantalones—. Sí que
tienes que tener ganas de esa cita, sí.
Me río, me lamo los labios y llevo la boca a su oído:
—Quiero que esa lista tuya sea memorable.
«Tan memorable», pienso, «que quieras repetir cada punto una y otra vez. Conmigo. Siempre».
Madre mía, soy el tío más tonto sobre la faz de la tierra.
Toda esta estupidez me va a joder vivo y no en el buen sentido.
Pero ya es demasiado tarde, ya está hecho, así que cojo todas esas preocupaciones y las relego
a un oscuro y recóndito rincón de mi mente, centrándome solo en que Sam quiere esto y que, si no
lo hago yo con él, puede que lo haga otro tío y ni de coña. Ni de putísima coña.
—Memorable, sí —dice Sam alzando las caderas y presionando su erección contra mi mano.
Le doy lo que me pide, acariciándole la polla a través de los pantalones. Voy a ir tan lejos como él
quiera, lo que necesite, pero, tras un minuto así, me agarra la mano y me detiene—. Si sigues así,
me voy a correr. Ha pasado demasiado tiempo. —Deja salir un suspiro antes de añadir—: No
quisiera ir a nuestra cita como una ciruela pasa, todo arrugado y pegajoso.
Me río y él redirige mi mano a mi entrepierna, a mi erección, y me guiña un ojo. Me encanta
este Sam juguetón, me encanta lo abierto que parece estar a esto, y eso me llena de calidez y lleva
una sonrisa a mis labios, de esas que se quedan y nunca se desvanecen.
—Venga, pues vamos a cenar, a tomarnos una copa de vino y a coger un taxi de vuelta a casa
—le digo.
Sam mira a través de su ventanilla y duda unos instantes.
—Es que… hmm… No cobro hasta el…
No lo dejo continuar:
—He sido yo quien ha sugerido esta cita, así que yo invito. Si decides que te gusta salir
conmigo y quieres repetir, puedes pagar la siguiente, ¿te parece?
Hace una pausa antes de contestar.
—¿La siguiente? —Tras unos segundos, abre la puerta y asiente—. Hmm…, vale, vamos.
Capítulo Veintiocho

SAM

L a cena ha estado muy bien. Las dos copas de vino, mejor.


¿El beso en el asiento de atrás del taxi de camino a casa?
Lo mejor de lo mejor.
Luke roza sus labios húmedos contra los míos, con suavidad. Trago saliva y lo dejo
profundizar el beso. Me mete la lengua, la enrolla con la mía, jugando, saboreándome con
delicadeza. La emoción del momento es casi comparable a los nervios y a la necesidad que siento.
Soy consciente de la presencia del taxista, no puedo evitarlo, y eso es lo que hace que mi
respuesta no sea todo lo entusiasta que podría ser.
Luke me agarra la cara con ambas manos hasta que una de ellas sube y se enreda en mi pelo,
acariciándome, deslizando los dedos hasta mi nuca, donde me pone la piel de gallina.
Y, ahí, me olvido de la existencia del taxista.
Lo único que veo, huelo y saboreo es este beso y la promesa de libertad que conlleva; la
promesa de hacerme sentir algo que nunca antes he sentido.
Cuando llegamos a casa, Luke paga, me agarra la mano y me saca del taxi.
No hemos hablado casi nada en el camino de vuelta y tampoco lo hacemos ahora. Me limito a
caminar a su lado mientras se dirige hacia su puerta.
Mientras él abre, yo trago saliva, mucho y muy rápido. ¿Qué se supone que vamos a hacer
ahora?
Estoy encantado con que Luke esté tomando las riendas de la situación, me tranquiliza el no
tener que tomar decisiones ahora mismo. Con él siempre es así, tiene la habilidad de hacer que no
me preocupe. A veces, es como si me leyera la mente, sabe lo que quiero y se encarga de que lo
tenga.
Aun así, esto es nuevo para ambos, y me gustaría participar un poco, aunque sea con torpeza.
Miro al jardín delantero sumido en la oscuridad de la noche como si este fuera a darme alguna
pista de qué hacer, pero no hay respuesta.
Y yo no sé cómo comportarme, solo sé que, gracias a los dos vinos que me he tomado, no
estoy dándole demasiadas vueltas a las cosas, así que cuando Luke se deja caer en el sofá, yo me
siento en su regazo.
El siseo que emite me dice que lo he sorprendido poniéndome encima, mis piernas a ambos
lados de las suyas, pero el bulto en sus pantalones revela que quiere esto tanto como yo.
—¿Te gusta? —le pregunto poniéndole las manos en los hombros y frotándome contra él.
Suelta un par de palabrotas antes de agarrarme por la nuca y bajar mi cara hacia la suya
sumergiéndome en un beso profundo. Me encanta lo fácil que es ponerlo cachondo y me río entre
dientes mientras me deleito en su boca con sabor a tiramisú.
—No me puedo creer que te estés riendo, ¿qué es tan gracioso? —me pregunta.
—Tú. Creí que nos costaría más, ya sabes… entrar en faena. Pero ya veo que no, ¿quizá tú
también llevas mucho tiempo sin sexo? —Sé que ha tenido alguna cita que otra y que en varias de
ellas ha triunfado. Y lo sé porque lo he visto irse con su camioneta y volver a la mañana
siguiente. Jugueteo con el dobladillo de su camiseta y deslizo los dedos por sus duros
abdominales—. ¿Sabes de qué me acabo de dar cuenta? De que nunca traes aquí a ninguna de tus
citas, ¿no te gusta montártelo en tu casa?
Apoya la cabeza en el respaldo del sofá y me mira. Es una mirada tímida y eso hace que me dé
un vuelco el estómago.
—Sí, sí que me gusta.
Observo mis dedos mientras los meto por debajo de su camiseta. Cuando mi piel entra en
contacto con la suya, sus músculos se contraen.
—Entonces, ¿por qué…?
—Es que… —Cuando habla, alzo la vista hacia él. Tiene los ojos cerrados y su pecho se
eleva al coger aire y respirar hondo—. Aún no he conocido a nadie que quiera traer a casa.
Le suelto la camiseta, me da la impresión de que mi comentario ha tocado fibra sensible.
—Encontrarás a ese alguien —digo. Y, aunque odio la idea de que eso pase, de tener que
renunciar a él, quiero que sea feliz—. Pero prométeme que yo estaré ahí, que contarás conmigo
para la boda o para lo que sea.
Levanta la cabeza y me mira, el tono de su voz me produce escalofríos.
—Tú siempre estás ahí, Sam. Y siempre cuento contigo para lo que sea.
Sus manos recorren mis costados con delicadeza hasta detenerse en mis caderas. Se acerca
más a mí y, con cierta timidez, roza sus labios con los míos. Se echa un poco hacia atrás y estudia
mi cara. Ahora mismo yo no puedo leer la suya, pero, tras unos segundos, asiente, como
respondiendo de forma silenciosa a una pregunta que solo él conoce.
Vuelve a besarme. Igual de suave, en la comisura de los labios, y va bajando y deslizando su
boca por mi mandíbula hasta llegar a la oreja, a ese punto justo debajo que acabo de descubrir que
es uno de mis puntos más erógenos.
Nadie me había besado ahí y me hace jadear y contonearme, pegarme más a él. Me siento
arder; y muy ligero, como si pudiera echar a volar. Y no… No sé cómo gestionarlo…
Luke vuelve a leerme la mente y acaricia mis caderas hasta llevar las manos hasta mi culo,
apretándome contra su cuerpo, anclándome a él. Mi polla se frota contra la suya e, incluso con
toda la ropa puesta, el placer es tan intenso que jadeo.
Sus labios siguen su camino por mi cuello y yo enredo las manos en su pelo, acariciando cada
mechón como él hizo cuando me puso el tinte.
Ahora mismo soy todo sensaciones y no hay demasiado espacio para pensar en por qué esto es
tan increíble y tan natural o en por qué es mucho más dulce de lo que me había imaginado, mucho
más tierno.
Creí que se nos daría mal. Que nos entraría la risa floja y sería un desastre de experimento.
Pero no, aquí la risa no tiene cabida.
Luke mordisquea un camino de besos hasta llegar al cuello de mi camiseta, dejando un rastro
húmedo tras de sí. Tiemblo y me pego más a él, llevando las manos hasta su pecho.
Cuando encuentro su pezón y lo retuerzo entre mis dedos Luke gime y su aliento cálido se me
cuela por dentro de la camiseta. Me gusta que lo esté disfrutando tanto como yo, así que empiezo a
tontear con su otro pezón, lo que hace que se arquee contra mí y murmure algo ininteligible.
Quiero seguir jugueteando y ver cómo responde a mí, pero se me está pasando el efecto del
vino y estoy empezando a ser más consciente de la situación. Se me debe de notar, me debo haber
quedado muy quieto o algo porque Luke se aparta de mí y me mira a los ojos antes de
preguntarme:
—¿Estás bien? ¿Quieres que paremos?
Niego con la cabeza.
—No…, no. A no ser que tú quieras parar… Es solo que…
—¿Qué?
Bajo la mirada hacia nuestras erecciones, pero aparto la vista de inmediato. Sé que me estoy
ruborizando como un ser puro y virginal y me da tanto palo que hasta me río.
—No tengo ni idea de qué hacer y me estoy empezando a poner un poco nervioso por lo que
viene a continuación.
Luke me agarra la barbilla y me gira la cara para que lo mire de frente. Me sonríe con cariño.
—No tenemos por qué ir más allá. Podemos seguir enrollándonos así y nada más. Dos chicos,
un sofá… Eso ya es bastante atrevido y quizá te parezca suficiente…
Asiento, pero no es eso lo que quiero. No, no es suficiente. Y me encantaría saber por qué.
Pero como no me viene ninguna respuesta a la cabeza, dejo de darle vueltas y digo:
—No te estarás acojonando tú, ¿verdad?
—Pues mira, de hecho, sí, un poco.
Empiezo a quitarme de encima para darle esa distancia que hasta ahora era normal entre
nosotros, pero sus manos en mis hombros me detienen y retienen donde estoy.
—Si te está acojonando estar con otro tío —le digo—, ¿por qué pareces estar tan seguro de ti
mismo?
Suspira, quitándome una mano del hombro y llevándosela a la frente.
—Créeme, no lo estoy. Seguro de mí mismo, digo.
—No quiero que te sientas obligado a hacer esto conmigo, Luke. Es mi lista, tú no tienes por
qué implicarte si no quieres.
—No se me ocurre nadie más indicado que yo para ayudarte con tu lista —me dice mientras
me acaricia los brazos.
Suspiro y me levanto, sentándome a su lado en el sofá. Me duele la polla de lo que necesito
correrme, pero ahora mismo estoy completamente perdido, no sé cómo continuar. Pero quiero
hacerlo. Mucho. Miro hacia la entrepierna de Luke y parece que tiene el mismo problema que yo.
—A ver, salta a la vista que muy a disgusto no estás con la situación…
Y, entonces, no tengo muy claro cómo pasa, pero, de repente, paso de estar sentado en el sofá a
estar tumbado con Luke encima de mí y nuestros pechos e ingles presionados.
Me quedo sin aliento al levantar la vista y mirarlo. Frota su nariz contra la mía y se queda
mirándome unos instantes.
—Quieres más —me dice en tono dulce—. Puedo notarlo, y si quieres que yo me haga cargo y
tome las riendas, lo haré.
Todo lo que puedo hacer en esos momentos es asentir.
Lo que parece ser respuesta suficiente, ya que Luke empieza a besarme de una forma brutal
dejándome sin aliento y ardiendo de necesidad.
—Haré que sea memorable —me dice quitándome la camiseta y deslizando los dedos por mi
abdomen y mi pecho. Levanta la vista y me sonríe, pero solo puedo disfrutar de sus hoyuelos unos
segundos, enseguida baja la cabeza y dirige su boca hacia el piercing de mi pezón, enroscándolo
con la lengua.
Me agarro a su espalda. Ojalá estuviera más cerca para poder hundir la cara en la suavidad de
su pelo y mitigar mis gemidos mientras me succiona y tira del aro con los dientes.
¿A que al final me quedo con el piercing y todo?
Me mordisquea la piel alrededor del pezón, lame, me respira en el rastro húmedo que deja
tras de sí y yo subo las caderas frotándome contra su estómago sin remedio. Luego se dirige a mi
otro pezón sin separar la boca de mi piel, besando su camino hacia él y no sé qué me gusta más, si
la sensación de su lengua endureciéndolo o el frío tan delicioso que siento en el pezón que ha
dejado atrás.
—Me-me gusta. —Sueno tan sorprendido como me siento.
Luke hace una especie de ronroneo.
—¿Cuánto te gusta? —pregunta contra mi piel mientras desliza su boca por mi abdomen.
—Bueno, si tengo que darle una nota, digamos que… un 6. —Bueno, en realidad yo creo que
es más bien un 10, pero eso no me atrevo a decírselo. Cuando me da un mordisquito y me mete la
lengua en el ombligo, cedo—: Vale, vale, un 7.
Echo la cabeza hacia atrás a la vez que subo las caderas, no sé si para acercarme más a su
boca o para apartarme. Luke se ríe y es una risa ronca, muy masculina, cuyo eco va directo a mi
polla.
Mete los dedos en la cinturilla de mis vaqueros y noto su tacto contra mi piel, lo que hace que
me arquee hacia él. A cierto nivel soy consciente de que quizá debería sentirme avergonzado por
lo que estoy haciendo, pero, no, ahora no puedo parar. Sea lo que sea lo que esté a punto de pasar,
creo… No, no lo creo, sé que quiero que pase.
«Porque quiero tachar otra cosa de la lista», pienso. «¡Se trata única y exclusivamente de la
lista!».
—Sabes que soy muy competitivo —me dice Luke mientras recorre con la lengua la cintura de
mi bóxer—. Espero que, al acabar, me des por lo menos un nueve con cinco.
Un 9.5, dice. Por Dios, ¿cómo voy a gestionar yo esa intensidad?
Luke desabrocha el botón de mis vaqueros y me baja la cremallera, haciendo que mi polla
salte libre dentro del bóxer y le dé en la barbilla, pero antes de que me dé tiempo a tensarme, noto
su respiración contra el fino algodón y tiemblo.
Ni de coña voy a ser capaz de gestionar un 8, así que ni hablar de ese 9.5.
Se mete mi erección en la boca por encima de la ropa interior y hace un «humm» de
apreciación que va directo a mi polla haciéndola palpitar. Empieza a chuparme sin bajarme el
bóxer y yo tengo que agarrarme a la primera cosa que pillo: un cojín que me llevo a la cara para
amortiguar mis gemidos. El cojín huele a él, como a nueces tostadas, al calor de su piel.
Respiro hondo en ese aroma y contengo el aliento unos instantes, dejándolo salir en pequeñas
bocanadas al ritmo de cada succión de Luke en mi polla.
Tengo que quitarme el cojín de la cara, demasiado calor.
—Levanta las caderas —me dice, subiendo por mi cuerpo hasta meterse de nuevo un pezón en
la boca. Yo me arqueo ante el placer que eso me da y Luke aprovecha para bajarme de un tirón
tanto los vaqueros como la ropa interior, que me deja a la altura de las rodillas.
Estoy balbuceando algo, pero no sé qué hasta que Luke me mira y me enseña sus hoyuelos.
—Así que un nueve, ¿eh?
Yo diría que es casi un 19, pero qué más da. Ya todo me da igual y lo que menos me importa
de todo es que sea un chico quien me esté dando el mayor placer que me hayan dado en mi vida.
Entonces los labios húmedos de Luke rozan la cabeza de mi polla, deleitándose en el glande
unos segundos, y yo dejo salir el aire que estaba conteniendo y empujo contra él. Sus manos me
agarran el culo, masajeándome los glúteos, mientras me rodea la polla con su boca.
Corcoveo, me contoneo, no puedo controlarme.
—Lo siento —digo como puedo. Pero Luke no parece oírme. Eso, o no le importa. Sigue
chupándome, succionando, subiendo y bajando la boca por mi erección, que yo meto y saco de él
rítmicamente.
Suelto un «jooodeeer» alto y largo, porque es que…, joder, ahora mismo no soy más que un
amasijo de puro nervio y no creo que vaya a durar demasiado. Tengo cero control, soy como el
agua de uno de esos aspersores de jardín, emanando en todas las direcciones posibles, y necesito
que me contengan.
Una vez más, Luke me lee la mente y adivina que necesito que me sostenga, así que me agarra
el culo con fuerza, lo justo para que note las yemas de sus dedos contra la piel, anclándome al
aquí y al ahora.
—Me voy a correr —digo tratando de apartarme de sus labios, pero Luke me clava las uñas en
la piel manteniéndome donde estoy.
—¡Nueve y medio! ¡Nueve y medio!
Dejo caer la cabeza mientras embisto una vez más, tirándole del pelo y corriéndome en 3, 4, 5
espesos chorros dentro de su boca. Se lo bebe todo, ordeñándome, acompañándome en un
orgasmo como nunca antes había sentido.
Se aparta antes de que la sensibilidad sea excesiva y yo me incorporo, sentándome. Su mirada
encuentra la mía, pero yo bajo la vista a sus labios rojos e hinchados.
—¿Estás bien? —le pregunto.
Se ríe entre dientes y se acerca a mí hasta que su cara está a escasos milímetros de la mía.
—Sí, estoy muy bien. ¿Puedo besarte?
Hay algo en su pregunta que me molesta, pero asiento, y nuestro beso es dulce y tierno, más
que nada porque tengo miedo de magullar aún más sus labios.
Por el rabillo del ojo veo cómo Luke se lleva la mano a su erección y, apartándome del beso,
le digo tartamudeando:
—Creo que-que podría… Ya sabes… devolverte el favor.
Me levanto del sofá y me subo los pantalones en el proceso. Luego me arrodillo en el suelo
entre las piernas de Luke, pero me para con una mano en cuanto me acerco a bajarle la cremallera.
—No te sientas obligado a hacerlo. No pasa nada, estoy bien.
Me echo para atrás y me siento sobre los talones. No tengo ni idea de cómo hacer una mamada
y lo que me acaba de decir hace que una parte de mí suspire con alivio.
Pero hay otra parte, una muchísimo más grande, que quiere que mi amigo también tenga su
liberación. Quiero que sepa lo espectacular que es tener a alguien bañándote en el calor de su
boca, lamiéndote con la lengua y chupándote la polla hasta lo más profundo. Aunque ese alguien
sea un hombre.
Lo único que quiero es darle placer.
Luke es siempre tan generoso con Jeremy y conmigo… Siempre está dispuesto a dar y dar y
dar… Siempre todo para nosotros, sin tomar nada a cambio. No espera nada y de verdad que a
veces me gustaría que lo hiciera y que supiera lo muchísimo que me gustaría tener algo que poder
darle de vuelta.
Y ya sé que esto es un rollo pasajero y que se merece que le dé mucho más de lo que tengo
para ofrecerle, pero, aunque solo sea esto, puedo dárselo. Aquí y ahora.
—Quiero hacerlo —digo, levantando mis manos temblorosas y bajándole la cremallera de sus
pantalones—. Por favor.
Meto los dedos en la cintura de sus vaqueros y se los bajo con cuidado.
—¿Estás…?
—Sí, estoy seguro. Levanta el culo.
Se arquea lo suficiente como para que pueda bajárselos y aprovecho y le quito también la ropa
interior, dejándole ambas cosas a la altura de los tobillos.
Trago saliva, mirándolo. Su polla tiene más o menos el mismo tamaño que la mía, pero la suya
es más gorda, con una vena oscura y prominente recorriendo toda su longitud. No tengo ni idea de
cómo me voy a meter sus 21 centímetros en la boca.
Poso mis manos temblorosas sobre sus muslos mientras me hago una idea de cómo hacerlo.
Me acerco poco a poco, todo nervios y excitación. Para mí esto es supersalvaje.
—Si quieres…
Luke vuelve a ofrecerme otra oportunidad de echarme atrás, pero yo rechazo su oferta con mi
cara seria de papá Sam y, oye, funciona de maravilla, porque se calla y me sonríe.
Pero su sonrisa desaparece cuando, en un arrebato de seguridad en mí mismo, me meto su
polla en la boca.
Luke sisea, pero por la forma en la que mueve las caderas sé que es un siseo de los buenos.
Sabe a calor y un poco salado, y noto su piel suave como la seda contra mis labios. Es…
diferente. No malo, para nada; solo… extraño.
Deslizo la boca por su polla, saboreándolo y jugueteando con la lengua justo como él ha hecho
conmigo. Luke lleva las manos a mi pelo, pero, acto seguido, las baja, formando puños con ellas.
Me dan arcadas en dos ocasiones y tengo que sacármela de la boca para respirar, pero
enseguida le cojo el ritmo, usando una mano en la base de su erección, para darle más placer.
Susurra mi nombre y suena tan lascivo en sus labios que yo lo único que quiero es darle más.
Así que, con mi otra mano, me dirijo a su pezón y lo retuerzo entre mis dedos sin parar de
chupársela.
Gime y se tensa.
—Sam, voy a…
Sé lo que va a decir y me planteo quitarme, pero tengo curiosidad por saber cómo sabe un
hombre. Succiono una última vez y Luke empieza a temblar y a correrse en mi boca. Trago por
reflejo y, como él ha hecho antes conmigo, espero a que acabe antes de retirarme.
—Está amargo —le digo. La verdad es que no está tan malo como esperaba—. ¿Te ha
gustado?
Tiene los ojos nublados por la lujuria, pero veo algo más en ellos, algo tierno. Cariño, quizá.
Pero, en lugar de contestarme, se acerca a mí y me besa. Es un beso suave y dulce, uno que me
hace darme cuenta de qué es lo que me molestó antes: dije que no quería esto, los besos, que no
deberíamos hacer lo de los besos.
Pero es que…
Puede que fuera mentira, porque sí que los quiero. Los besos lo hacen mejor, más intenso, y
me gustan. Me gustan mucho.
Demasiado, quizá.
Me gustan porque me hacen cosquillas en el estómago y me aceleran el corazón. Me gustan
porque parece que con ellos soy capaz de darle a Luke el mismo placer físico que él me da a mí.
Pero, sobre todo, me gustan porque me hacen sentir cómodo, satisfecho.
Luke se retira y apoya su frente contra la mía.
—Sí, Sam, me ha gustado muchísimo.
—Hmm… sí. —Me río—. Quizá sea el hecho de que es algo tabú, prohibido, pero ha sido una
experiencia increíble.
Luke se echa hacia atrás y me mira.
—No lo dices en serio, ¿no? No creerás que lo que acabamos de hacer está mal solo porque
seamos dos chicos, ¿verdad?
Me reprendo a mí mismo por lo mal que me he expresado. ¿Cómo puedo decir cosas tan
estúpidas? ¿Cómo voy a lograr que Jeremy confíe en mí si cree que pienso este tipo de cosas?
—No creo que esté mal —digo de forma atropellada—, pero sí creo que es algo un poco tabú,
ya sabes… No suele ser algo de lo que se hable abiertamente, es como muy íntimo, ¿no? Nunca
sabes cómo va a reaccionar la gente y eso hace que a uno le cueste abrirse, hablar de ello o salir
del armario, ¿no crees?
Luke asiente y vuelve a descansar su frente contra la mía. Nuestras respiraciones se funden en
una durante unos instantes antes de que tenga que levantarme porque se me está quedando dormida
una pierna. No sé cómo lo que empieza conmigo dirigiéndome al baño termina en una carrera
entre ambos para ver quién llega primero.
Al final gano yo, pero me da la sensación de que Luke me deja ganar en el último momento.
Capítulo Veintinueve

LUKE

L o dejo ganar.
¿Cómo no hacerlo? Porque, aunque Sam no lo sepa, me acaba de regalar algo muy
valioso, un momento de intimidad en el que me ha dejado darle placer y donde he podido verlo
más abierto que nunca, completamente entregado a mí y a mis caricias.
Dejo salir la respiración de forma temblorosa mientras lo espero apoyado contra la pared
exterior del baño, pensando en que acabo de vivir el momento más erótico de toda mi vida.
Y lo que ha supuesto verlo —sentirlo— devolviéndome ese placer… Ha sido como un sueño
hecho realidad y, durante unos instantes, todo en mi vida ha tenido sentido. Me he imaginado que
ese era nuestro mundo, que vivíamos juntos y que acabábamos de llegar a casa del trabajo, que
estábamos aprovechando que Jeremy no estaba para liarnos un ratito.
Me llevo la mano a los labios. Los tengo irritados y al tocarlos vuelvo a pensar en nuestros
besos.
Sam había dicho que no quería besos salvo que estuviéramos experimentando y, bueno, dado
que eso es lo que estábamos haciendo, los besos de esta noche no entrarían dentro de esa
categoría. Sin embargo, esos besos que hemos compartido no hablaban solo de sexo. Hablaban de
amistad, de cariño, de lo mucho que significamos el uno para el otro.
En esos besos había amor. Y no solo por mi parte, Sam estaba ahí conmigo. Sé que lo estaba.
Cuando sale del baño le sonrío y él se sonroja. Me mira y hace un movimiento de hombros,
como si con ese gesto pudiera deshacerse de la incomodidad de la situación.
—Ya está libre —me dice, su mirada recorriéndome de arriba abajo antes de apartarla y
fijarla en la pared a mi lado.
Me acerco a la puerta del baño y me detengo justo a su lado.
—Espero que haya sido memorable.
Entonces me mira y, tras unos instantes, sus labios se curvan en una sonrisa.
—Bueno, no ha sido un diez, pero… —Le doy un puñetazo juguetón en el brazo y Sam finge
que le ha dolido, aunque es un actor pésimo y le entra la risa al segundo—. Ha sido… interesante.
—Dios, lo que odio esa palabra ahora mismo—. ¿A ti te ha gustado? ¿Se te ha pasado el acojone?
No quiero mentirle, no quiero hacer una gracia al respecto para quitarle hierro, así que lo miro
a los ojos y le digo:
—En cierto modo sigo acojonado. —«Porque eres tú», quiero decirle. «Porque esto es lo que
quiero que seamos y tú no tienes ni idea»—. Pero me ha encantado estar contigo, Sam. Lo he
disfrutado muchísimo.
«Mucho más de lo que te puedas imaginar».
La sonrisa le flaquea y es sustituida por un ceño fruncido. Asiente una sola vez y se mueve
nervioso, cambiando el peso de un pie a otro. De repente, lo que sea que estuviera mirando en mi
pared se vuelve lo más fascinante del universo y no puede dejar de estudiarlo.
No espero a que responda, me da mucho miedo que su respuesta no me guste, así que entro en
el baño y cierro la puerta. Una vez dentro, apoyo la frente contra ella y suspiro. ¿Cómo es posible
estar tan feliz y sentirse tan miserable al mismo tiempo?
Me río de mí mismo y me limpio un poco.
Cuando salgo doy por hecho que Sam ya se habrá ido, así que me sorprende verlo sentado en
el sofá alisando las arrugas del cojín que tiene sobre el regazo.
Cuando me ve, me lanza el cojín y yo lo cojo al vuelo. Lo hago girar en el aire.
—Creo que me voy a ir a casa —dice, poniéndose en pie.
Pero sé que quiere añadir algo más, si no, se hubiera ido a casa mientras yo estaba en el baño.
Espero.
Cruza el salón en mi dirección y se detiene frente a mí, a esa distancia prudencial que siempre
hemos mantenido. Entonces, añade:
—Gracias, Luke. Y no solo por el momentazo en tu sofá. También por la cita. Y, bueno, que…
dijiste que tú eras el indicado para ayudarme con mi lista y… —Hace una pausa, levantando sus
enormes pestañas y mirándome a los ojos—. Es cierto. Y me gusta. —Me mira durante más tiempo
de lo que suele mantenerme la mirada y, aunque quiero verlo como un pequeño rayo de esperanza,
enseguida aparta la vista y da un paso atrás—. Bueno…, pues me voy a la cama, nos vemos
mañana. —Entonces me dedica una sonrisilla y añade—: Oye, quizá puedas ayudarme a decidir
qué me tatúo.
Sale de casa conmigo tras él diciéndole que ni se le ocurra tatuarse, que deje de hacerse cosas
en el cuerpo que luego le van a dejar cicatriz, que como lo haga lo encierro en casa y tiro la llave.
Sé que está de coña y me alegro de que con ese comentario haya hecho desaparecer los restos
de incomodidad entre nosotros.
Vuelvo a casa y me llevo el portátil a la cama conmigo. Tengo que decidir qué podríamos
hacer Sam y yo juntos la semana que viene aprovechando que Jeremy se queda con su madre.
No me lleva demasiado encontrar la opción perfecta, lo que sí me lleva un par de horas es
organizarlo.
Cuando lo tengo todo cerrado, apago el ordenador, lo pongo en la mesilla de noche y llamo a
Sam.
Suena tres veces antes de que lo coja.
—¿Luke? —me dice, sorprendido.
—¿Estás en la cama?
—Sí, leyendo. Estoy terminando un libro.
—Vale, pues en cuanto acabes, a dormir, que tienes que descansar bien.
—¿Descansar bien?
Mi sonrisa es enorme y me pregunto si puede notar el entusiasmo en mi voz cuando digo:
—Sí, porque mañana tienes que madrugar.
—¿Para arreglar tu coche?
Uy, mierda, se me había olvidado lo de mi coche. Bueno, da igual, mi camioneta puede
esperar.
—No, no es eso. Es algo más… espontáneo.
Capítulo Treinta

JEREMY

E stoy sentado en la cocina viendo cómo mi madre se pelea con la masa de las tortitas. Es
gracioso. Me he ofrecido a ayudarla, pero me ha hecho un gesto que me ha dejado claro que
no, que lo suyo con la masa ya es algo personal.
No me quejo, ¿eh? Me encantan las tortitas y, siempre y cuando pueda comérmelas, todo bien
con no ayudar.
Suena el teléfono de casa y me estiro sobre la encimera para cogerlo. Esperaba que fuera
Steven, así que me sorprendo cuando oigo la voz de mi padre. Y su tono. Suena, no sé…
«superanimado» sería una forma de decirlo. Porque no quisiera yo decir que suena como una
ardilla hasta el culo de esteroides…
Mi madre insulta a la batidora cuando esta parece escupir más masa de tortitas. Niego con la
cabeza. Entre ella y el estado actual de mi padre… es como estar a cargo de animales.
Me río entre dientes.
—¿Qué te has tomado, papá?
Hay un silencio al otro lado de la línea. No debería haberme pasado de listo porque ahora
papá Sam está de vuelta y me pregunta más serio:
—¿Está Carole por ahí? Necesito hablar con ella, esta semana voy a estar fuera.
Oigo algo de fondo… ¿alguien hablando por megafonía? Suena igual que…
—¿Dónde estás? —le pregunto acercándome a mi madre, que sigue en plena batalla con la
masa. Le estoy quitando la harina que tiene en el brazo —no los manchurrones pegajosos que tiene
por todas partes— justo cuando la ardilla hasta el culo de esteroides vuelve a hablar:
—¡En el aeropuerto! Luke ha organizado un viaje sorpresa al sur.
—¿Que ha hecho qué? ¿Sin mí?
Luke debe de estar escuchando la conversación porque es él quien responde:
—Saca unas notas aceptables el año que viene y te dejo venir con nosotros al siguiente viaje.
Mi madre me mira y me pregunta muy bajito que quién es.
Le digo que es papá justo cuando me llega la carcajada del susodicho al otro lado de la línea.
—Pásame a tu madre.
—Está ocupada —contesto.
—No, no está ocupada —contesta ella misma limpiándose un pegote de masa de la mejilla y
quitándome el teléfono con una rapidez y una precisión dignas de admiración.
Me dejo caer en una silla. Supongo que debería poner la mesa, pero es que no me apetece
nada.
Mi madre habla y se ríe y, tras decirle a Luke que se asegure de que mi padre vuelve de una
sola pieza, cuelga.
—Nadar con tiburones, por Dios. Tu padre ha perdido la chaveta del todo.
Yo jamás usaría «chaveta», pero coincido cien por cien.
—Se le ha pirado mucho, sí —digo disimulando una sonrisa al acordarme de lo borracho que
estaba el otro día. Pero me lo callo, porque puede que a veces sea el anticristo, pero aún hay bien
en mí.
—Bueno, ¿y tú por qué estás haciendo tortitas un lunes?
—Me he cogido el día libre.
—¿Y eso?
Mi madre está concentrada buscando algo en los cajones. Cuando al fin lo encuentra, dice,
cucharón en mano:
—¡Aquí está! —Entonces, me mira—. Pones la mesa, ¿por favor? —Me levanto de la silla y
cojo la mermelada, la mantequilla de cacahuete y un bote de sirope de arce—. Me hacía ilusión
pasar contigo una mañana ahora que estás de vacaciones. Además hice horas extra el viernes
pasado, así que me lo merezco. —Cuando cojo los platos del armario, añade—: Tres platos,
Jeremy.
Se me eriza el vello de la nuca.
—¿Tres? —digo entre dientes—. ¿Por qué?
Me mira, seria, y sé lo que viene a continuación. Pero es que no quiero oírlo.
—Greg va a hacernos una visita. Le encantaría conocerte. Vendrá en cualquier mo…
Devuelvo los platos al armario.
—No tengo hambre.
—Jeremy —dice mi madre en ese tono suyo que no da lugar a réplica y que normalmente hace
que me siente y le preste atención. Pero, ahora mismo, no le funciona.
—Que tengáis una mañana estupenda juntos, yo voy a salir.
—No, tú te quedas. Y háblame bien, no seas borde.
—Ya te dije que no quiero otro padre, así que a Greg le pueden dar mucho por el culo.
—¡Oye, esa boca!
—¿Sabes lo que no entiendo? ¿Por qué no puedes seguir viéndolo las semanas que estoy con
papá? Si la persona más importante de tu vida puede aguantar verte una semana sí y otra no,
seguro que Greg también puede.
A mi madre le tiembla la voz.
—Ay, Jeremy, cariño…
Pero la ignoro, no quiero oír lo que tenga que decir. Me trago las lágrimas y me voy directo a
mi cuarto. Cojo las llaves de casa de mi padre, el móvil, el cargador y, haciendo caso omiso de
los ruegos de mi madre, me voy. No me molesto ni en cerrar la puerta según salgo.
Capítulo Treinta Y Uno

SAM

L uke y yo llegamos a nuestro destino en Stewart Island a media tarde. Es un hotelito familiar
precioso. Bueno, todo en el camino hasta aquí ha sido precioso y me ha dejado sin
palabras. El avión, el recorrido en coche, el ferri…
Lo de «sin palabras» no es del todo literal. Nos hemos dicho alguna cosa y nos hemos reído,
pero ambos hemos evitado hablar de lo que este viaje supone para mí: que voy a ser capaz de
cumplir cada una de las veinte cosas de mi lista antes de cumplir los 30.
La dueña del hotel nos lleva a nuestra habitación en el último piso. Es todo muy hogareño y
tiene un aire muy a casita de campo, con sus vigas de madera en el techo, sus contraventanas
también de madera, los muebles de Kauri y las colchas hechas a mano que cubren dos camas
enormes.
—Es precioso —le dice Luke a la señora regalándole su sonrisa más deslumbrante—. Y
gracias por haber atendido la reserva de forma tan precipitada.
La propietaria del hotel asiente, sonrojada y feliz, y nos deja para que nos instalemos,
cerrando la puerta al salir.
Dejo la maleta que he hecho a toda prisa sobre la cama más cercana a la puerta y me acerco a
comprobar el baño. Es pequeño, con ducha en vez de bañera, pero está muy limpio y la
decoración es muy acorde con la habitación: armarios de madera y cuadritos de punto de cruz en
las paredes.
Siento a Luke acercarse por detrás y me giro un segundo para mirarlo por encima del hombro.
—Esto es una maravilla —digo, mirando su reflejo en el espejo. Está sonriendo y la sonrisa es
tan enorme y tan llena de ternura… No creo que sepa que lo estoy observando, así que aparto la
mirada antes de que me pille.
Cuando me giro hacia él, retrocede un par de pasos. Lleva unos pantalones cortos y una
camiseta de esas de «Keep Calm»; pone: «Mantén la calma y apechuga con lo que te echen» y
mirarlo es como ver el verano hecho persona.
—Sí —contesta metiéndose las manos en los bolsillos y balanceándose sobre los talones—.
Está de puta madre.
Intento no fijarme —y fallo estrepitosamente— en cómo se le ha subido la camiseta por un
lado dejando a la vista su piel. Llevo fijándome en él todo el día, en un montón de detalles que
desconocía, como la pequeña cicatriz que tiene en el cuello y que a la luz del sol adquiere una
tonalidad plateada, que tiene las orejas salpicadas de pequitas y un moratón en una rodilla. Quiero
preguntarle cómo se lo ha hecho, pero no quiero que se dé cuenta de lo muchísimo que me he
estado fijando en él.
De repente, mi mente viaja al pasado, a nosotros en el sofá de Luke. El solo pensar en su boca
envolviéndome la polla hace que me medio ahogue. Ya he perdido la cuenta de la de veces que me
he medioahogado a lo largo del día. ¿5? ¿6? ¿20? El caso es que han sido muchas, pero es que no
puedo parar de pensar en ello, en Luke y yo juntos.
Y cada vez que ese momento invade mis pensamientos yo no paro de repetir el mantra: «Solo
estabas experimentando, tonteando».
Eso es todo.
En serio.
Luke alza las cejas en una pregunta silenciosa y yo vuelvo al presente. Respiro hondo y me
dirijo a la ventana a través de la cual el océano y la arena de la playa me devuelven la mirada.
—Esto debe de costar una fortuna —digo mientras abro la ventana.
—Despreocúpate —me contesta Luke, que está poniendo su maleta sobre la cama y
abriéndola.
Me giro hacia él de forma abrupta, negando con la cabeza.
—Sí que me preocupo, Luke. No puedes pretender que acepte todo esto y no contribuya ni un
poquito.
Luke deja caer la parte superior de la maleta y rodea la cama para dirigirse hacia donde estoy
yo, pero se queda a un par de pasos, a una distancia prudencial que, no sé por qué, pero me
empieza a molestar mucho. Después de lo que hicimos ayer no sé por qué no podemos ser más
cercanos, normalizar el tocarnos un poco más.
Está claro que ambos estamos seguros de nuestra sexualidad y acercarnos un poco el uno al
otro o incluso abrazarnos no debería suponer ningún problema.
—Esto es por ti, no por mí, y no cuesta tanto, así que no te preocupes. —La voz de Luke es
firme y me está mirando de esa forma suya tan cabezota que deja claro que no va a aceptar un no
por respuesta.
—Vale —digo tratando una táctica diferente—. Entonces pagaré nuestras inmersiones de
mañana.
Luke niega con la cabeza:
—No. Este viaje es mi regalo de cumpleaños, así que por favor, disfrútalo y ya está.
—Pero es que es muy… —Trago saliva. No sé por qué me están empezando a sudar las manos
y me las seco en las bermudas antes de seguir explicándome—: Es muy generoso. Demasiado.
Luke le quita importancia:
—Qué va, solo se cumple treinta años una vez en la vida. El año que viene volveré a los
básicos.
—Invitarme a cenar y a ver una película no son regalos básicos. Me encantan.
Luke parece quedarse sin aliento y, tras asentir una sola vez de forma un tanto tensa, se gira y
se centra de nuevo en su maleta.
Yo me dirijo a la mía y empiezo a deshacerla pensando en lo distinto que es este hotelito de mi
casa destartalada, el contraste que supone. Y, mientras coloco mi ropa en el armario al lado de la
de Luke, pienso en que un día me gustaría vivir en un sitio parecido a este; una casa con 3 o
incluso 4 habitaciones, 2 baños, garaje… No tiene que tener todos estos adornos preciosos ni las
colchas hechas a mano, pero… no sé, sería bonito y… maduro.
—No tengo batería —murmura Luke lanzando su móvil sobre la cama—. Mierda, se me ha
olvidado el cargador.
Niega con la cabeza y sigue deshaciendo la maleta.
No puedo evitar que se me vayan los ojos —y la cabeza— de nuevo hacia él. Me muerdo el
labio mientras me armo del valor necesario para preguntarle eso que lleva dándome vueltas en la
cabeza desde hace un tiempo ya.
—¿Por qué haces esto por mí? —le pregunto mientras él termina de sacar todo de la maleta.
Hace una pausa y veo cómo se le tensan los músculos de la espalda. No se gira para mirarme, así
que sigo hablando—: Y no me refiero solo a traerme aquí para nadar con tiburones. —Cierro la
maleta y la meto debajo de mi cama—. Quiero decir… ¿Por qué te estás tomando tan bien todas
las locuras que estoy haciendo? Porque, reconozcámoslo, muchas de ellas son auténticas
estupideces.
Me encojo de dolor solo de pensar en el pedo que me cogí el viernes pasado. Me siento en la
cama, de cara a la puerta.
—Porque lo necesitas —me dice bajito y noto cómo el colchón se hunde un poco cuando se
sienta—. Porque te mereces un descanso.
—Es algo pasajero —digo, dirigiendo la vista a la colcha entre nosotros—. Solo necesito
sacarme estas cosas de dentro.
Y cuando lo haga, espero… Espero ser mejor padre. Ser lo que Jeremy necesita, poder
entenderlo y que desaparezcan esos pequeños pinchazos de envidia.
La mano cálida de Luke en el hombro me sorprende y doy un brinco. Él la quita, volviendo a
la distancia de rigor.
—Mientras no te hagas un tatuaje, tienes todo mi apoyo.
Me quito los zapatos y cambio de postura en la cama, sentándome en frente de él.
—Hay algo que quiero dejar claro y no tiene nada que ver con… bueno, con que nos estemos
enrollando. Es algo que está más allá y por encima de eso.
Luke se tensa.
—Dime.
Me acerco más a él y le doy un puñetazo cariñoso en el brazo.
—Está distancia física que siempre guardamos, bueno…, guardábamos, tiene que acabar. Es
una mierda. A veces quiero rozar tu brazo con el mío o abrazarte sin más.
Me estoy sonrojando, lo sé, pero era algo que tenía que decirse y me alegro de haberlo hecho.
Luke exhala con intensidad, dejando salir una risa llena de alivio y, de repente, me atrae en un
enorme abrazo.
—Lo más cierto y acertado que has dicho en tu vida.
Me relajo contra él y, cuando cambio de postura, le rozo un costado con los dedos de los pies
y termino haciéndole cosquillas hasta que suelta una carcajada.
—¡Suéltame! —le digo, entre risas, cuando me captura el pie.
—Va a ser que no. —Me aprieta más, lo que me recuerda a cómo me clavaba ayer los dedos
en el culo, lo que hace que todo mi cuerpo despierte con interés y mi polla lo acompañe
poniéndose dura como una piedra.
«Es que sigues teniendo curiosidad. Aún no has acabado con todo eso de experimentar».
Ya, claro, experimentar.
Ser salvaje.
Sacarme esta experiencia del sistema.
Eso es todo lo que es.
Libero mi pie de su agarre y me levanto de la cama. Me sonrojo.
—Yo… hmm… ¿nos vamos a dar un baño a la playa?
Luke frunce el ceño, pero se pone en pie y se dirige a uno de los cajones.
—Claro —dice, sacando su bañador—. Aunque a lo mejor el agua está muy fría.
Mira, pues mejor.
Capítulo Treinta Y Dos

LUKE

L a abolición de nuestra regla tácita de no tocarnos es la mejor y, a la vez, la peor idea que
Sam haya tenido jamás.
La mejor, porque llevaba años odiando la dichosa regla y es liberador poder tocarlo sin temer
que vaya a darle un síncope si lo hago.
La peor, porque lleva dándome toques y golpecitos desde que nos hemos tumbado en las
toallas a tomar el sol, y me está poniendo cachondo a más no poder.
Menos mal que desde que hemos salido del agua me he tumbado bocabajo.
Tengo que hacer algo, y rápido, para aprender a controlar mis impulsos.
—Es raro estar tan lejos de casa —dice Sam cambiando de postura y poniéndose de lado—.
Es como si todo lo que he dejado allí: que Jeremy sea gay, que Carole haya encontrado a alguien y
quiera mudarse con él, mi trabajo sin futuro, mi casa destartalada… fueran las preocupaciones de
otra persona, no mías.
Cruzo los brazos bajo la cabeza a modo de almohada.
—A veces, poner un poco de distancia es bueno. Te ayuda a pensar mejor. ¿Qué le dirías al tío
al que le pasa todo eso que acabas de mencionar?
—Hmm… ¿Qué le diría…? —Se queda unos instantes pensándolo, cogiendo arena y dejando
que se le escurra de entre los dedos. La brisa trae parte de esa arena hacia mí y se desliza por mi
espalda—. Le diría que piense en su futuro, en qué quiere hacer de verdad, y que haga algo al
respecto.
—¿Y qué futuro crees que quiere ese chico?
—No sé… Quizá sueña en secreto con acabar el instituto. Quizá quiera estudiar en la escuela
politécnica y hacer periodismo o algo así.
Mis labios se curvan en una sonrisa.
—¿Periodismo, eh?
Sam se sonroja y me da un pellizco en el brazo, sus dedos llenos de arena pican contra mi piel.
—Puede que sí, ¿vale? A lo mejor.
Aún estoy empalmado, pero me pongo de lado de todas formas. Mi bañador es bastante suelto
así que espero que no se me note demasiado.
—Si yo pudiera darle algún consejo a esa persona, le diría que adelante. Que si tiene que
pedir un préstamo o solicitar alguna beca de estudios, que lo haga.
Sam se sienta de forma repentina y se queda mirando el mar antes de decir:
—Pero ¿podrá hacerlo mientras se ocupa y cuida a su hijo adolescente y se asegura de que no
les falte nada?
Lo imito y también me siento.
—Sí, podrá. Porque la madre de su hijo lo ayudará en todo lo que pueda y porque, además,
tiene un vecino estupendo que haría cualquier cosa por ellos.
Sam me mira a los ojos y lo hace con ternura, con… cariño. No me dice nada, solo me dedica
una sonrisa agradecida y se arrastra hasta mi toalla para rodearme con los brazos.
Nos quedamos así más de un minuto, hasta que Sam finalmente se retira.
—Creo… Creo que estoy listo para volver al hotel y darme una ducha. Tengo arena por todas
partes, en serio, hasta en sitios que ni te imaginas.
Se ríe mientras se levanta y coge su toalla.
Yo hago lo mismo y me pongo mi toalla al cuello.
Emprendemos la vuelta por la playa desierta, planeando todo lo que vamos a hacer en la
semana que vamos a estar en la isla.
—Nos podríamos apuntar a lo del senderismo. Son tres días en el bosque, no sé, quizá
podamos hacer solo una parte y… —Dejo de hablar de golpe.
Acabamos de pasar por una roca bastante grande y lo que creí que era el graznido de las
gaviotas resulta que son dos figuras desnudas follando como si no hubiera un mañana. Bueno, no
veo quién está debajo, pero el de arriba es un tío embistiendo y gimiendo, veo hasta cómo se le
contraen los músculos del culo en cada envite.
Sam se ha parado a mi lado y también los mira con ojos muy abiertos. Trago saliva cuando
siento su mano sobre la mía. Mi polla ya estaba feliz con lo que estaba viendo, pero cuando Sam
me coge la mano alcanza otro nivel.
Emprendo el camino hacia nuestro hotel a toda prisa, Sam va justo detrás de mí, muy callado
y, cuando lo miro, no puedo evitar fijarme en el bulto en su bañador. Bueno, también puedo estar
proyectando.
Ninguno de los dos dice nada al respecto y seguimos hablando de nuestros planes. Sin
embargo, sé que mi voz suena más ronca de lo habitual y él está hablando increíblemente rápido.
Una vez en la habitación, Sam coge sus cosas de aseo y se va a la ducha. Yo me tumbo en la
cama a esperar a que salga e intento concentrarme en lo que sea que no tenga que ver con sexo.
No lo consigo. Pero, vamos, que ni un poquito.
En un tiempo récord de dos minutos, Sam sale del baño con una toalla a la cintura y gotas de
agua deslizándose por su pecho. Yo me muevo rápido, tratando de ocultar mi erección, pero por la
forma en la que me está mirando la entrepierna supongo que no he tenido éxito.
—Libre —dice y traga saliva con dificultad.
—No tenías que darte tanta prisa en la ducha, estamos de vacaciones —digo, cogiendo una
toalla limpia.
Sam parpadea y se dirige a la mesilla.
—Ya…, lo sé, pero no quería dejarte sin agua caliente.
—Gracias, pero la próxima que sea, por lo menos, de quince minutos. Consiéntete un poco,
anda.
Sam me sonríe mientras me dirijo al baño.
—¿Que me consienta? Vale, me parece bien. Lo haré.
Lo último que veo antes de cerrar la puerta es el brillo de sus ojos y no puedo dejar de pensar
en ello mientras me enjabono. Me duele la mano derecha de la necesidad de cascármela hasta
correrme, pero, cada vez que me toco, esa última mirada de Sam vuelve a mí y me detiene
porque…, quizá me equivoque, pero tengo el presentimiento de que quiere que nos enrollemos
otra vez.
Cuando vuelvo a la habitación, la vista ante mí me deja sin aliento.
Tenía razón en mi presentimiento.
Sam está tumbado bocabajo en su cama. No hay rastro de la toalla y me está mirando con ese
mismo brillo en los ojos.
—¿Te gustaría saber lo que se siente al estar desnudo, piel con piel, con otro hombre? —me
pregunta en voz baja y ronca.
Me duele la polla de solo verlo ahí extendido, con las piernas medio abiertas, agarrándose al
borde del colchón y…
Necesito estar más cerca de él.
Me quito la toalla de la cintura y la dejo caer al suelo. Sam contiene la respiración y veo cómo
aprieta más los dedos en el colchón.
—¿Te gustaría a ti? ¿Quieres tú sentir a un hombre desnudo contra tu cuerpo?
Traga saliva y asiente con la cabeza.
—Sí —dice. Se aclara la garganta antes de continuar—: Quiero decir que… A ver, que tengo
curiosidad. Quiero experimentar. Hacer algo salvaje. Sacármelo de dentro, ya sabes. Nada más.
Me encantaría que se hubiera callado las excusas. Ya sé que solo tiene curiosidad, pero me
encantaría olvidarlo, aunque solo fuera una vez. Me encantaría pensar que ahora mismo me estoy
acercando a él porque quiere, porque necesita que lo toque, que lo conduzca a una lenta y dulce
liberación.
Me detengo a un lado de la cama y deslizo la vista por su cuerpo, bebiendo de la imagen ante
mí. Sigue húmedo de la ducha y la luz de la tarde que entra por la ventana hace brillar su piel.
Me palpita la polla de estar tan cerca de él y oigo cómo traga de forma audible, lo que me dice
que Sam también quiere esto. Le pongo la mano en el tobillo y trazo una línea por su gemelo hasta
la parte de atrás de la rodilla. Sam respira hondo.
—Me gusta —dice en un suspiro.
Vuelvo a su tobillo y le levanto un poco el pie, masajeándoselo.
—¿Cuándo fue la última vez que te dieron un masaje?
—Nunca.
Me detengo. ¿Cómo que «nunca»?
—Pues debería estar en esa lista tuya. —Dejo caer su pie sobre la cama—. Espera un
segundo.
Su murmullo me sigue hasta el baño. Busco en mi neceser una botellita de aceite de coco que
lleva ahí desde que mi hermana —que hace jabones y lociones para masajes— me la regaló por
mi cumpleaños.
Vuelvo a Sam, cuyos ojos brillan con risa contenida.
—¿Qué? —le pregunto.
—Hmm, nada.
Le pongo el bote, que está superfrío, contra el muslo.
—¿Nada?
Se ríe, profundo y sexi.
—Vale, vale. Es que verte caminar por la habitación desnudo y empalmado me resulta raro a
la par que divertido. Quiero decir… que, en todos estos años, jamás hubiera imaginado verte así.
—Yo tampoco había pensado que te vería así.
Lo que no digo es que sí lo había soñado. Muchas veces.
—Touché. Por Dios, quiero tener tu cuerpo.
Sus palabras me la ponen aún más dura y me dirijo a los pies de la cama donde puedo darme
un par de toques rápidos sin que me vea.
—¿Cómo te va con las pesas? —le pregunto mientras abro el frasco con torpeza. Cuando logro
quitar la tapa, unas gotitas caen en su gemelo y hacen que mueva la pierna.
—Nunca voy a estar tan entregado al deporte como tú, pero voy a seguir intentándolo. ¿Qué
tienes ahí? Huele a coco.
Me echo un poco de aceite en la palma de la mano y dejo el bote en la cómoda que hay detrás
de mí. Vuelvo a coger el pie de Sam y empiezo con el masaje de nuevo. Al segundo, gime y hunde
la cara en la almohada.
—Es un aceite para masajes —le digo—. Y, créeme, cuando acabe contigo no vas a entender
cómo has pasado toda tu vida sin esto. Le toco cada milímetro del pie y, cuando lo suelto para
pasar al otro, Sam deja salir un gimoteo que suena a pura desolación—. No te preocupes, que solo
estoy empezando —le digo levantando su otro pie y dándole el mismo tratamiento.
De ahí, voy subiendo por los gemelos y, cuando ya llevo un cuarto del bote, me pongo entre
sus piernas para continuar por sus muslos. Sam contrae los músculos de los glúteos cada vez que
hago un poco de fuerza y mi polla responde cada una de esas veces como si tuviera vida propia; la
tengo resbaladiza y brillante por los toques que he tenido que ir dándome para no explotar encima
de él.
Me centro en uno de sus muslos llegando casi hasta la raja de su culo y él se curva en mi
dirección.
—Dime si te hago daño —le digo, presionando con firmeza.
—No, me… —Traga de forma audible—. Me gusta cuando haces fuerza. Es… mejor.
Las costuras de la colcha me están raspando un poco las rodillas, que sostienen la mayoría de
mi peso, y es una sensación agradable, aunque nada comparado a la calidez y suavidad de la piel
de las caderas de Sam. Mis huevos descansan justo encima de la curva de su culo y al brillo del
aceite de coco en mi polla se suma el fino hilo de líquido preseminal que perla mi glande.
Cojo el bote que ahora tengo más a mano sobre la cama y le echo una buena cantidad en la
espalda.
El aceite le baja por la columna vertebral y Sam tiembla debajo de mí. Sé que la sensación es
como el deslizar de una pluma sobre la piel y estoy seguro de que quiere que ejerza un poco más
de presión, así que eso es lo que hago. Sam gime, curvándose de nuevo hacia mí.
—Qué bien se te da.
—Hice un curso hace siglos.
Masajeo y le aprieto la nuca, sujetándolo contra la cama, y arrastro la boca hasta su oído,
acariciándolo con mis palabras:
—¿Así de fuerte?
Intenta asentir y luego se aclara la garganta. Cuando habla, su voz suena ronca.
—Sí…, creo que sí.
Cierro los ojos y respiro el dulzor del aceite de coco mezclado con su aroma. Su pelo me hace
cosquillas en la nariz y es entonces cuando no puedo más y me rindo, hundiendo la boca en su
cuello, debajo de la oreja. Le dejo un beso ahí y me retiro, incorporándome y deslizándome sobre
su cuerpo hasta quedar sentado sobre sus piernas de forma que las mías rozan la parte exterior de
sus muslos.
Usando los restos de aceite de su espalda, arrastro las manos hacia su culo y le masajeo los
glúteos. Cuando rozo su hendidura, Sam hace un ruidito de satisfacción y empuja hacia mí.
Quiero más aceite, pero no quiero quitarle las manos de encima ahora que se está abriendo
tanto a mí, retorciéndose de placer sin pudor.
Esta vez lo que hago es verter el aceite entre ambos glúteos. Dejo la botellita a un lado y sigo
el rastro del líquido con un dedo. Sam levanta el culo ante mi toque.
—Diez, diez, diez… —entona mientras mi dedo dibuja una línea hasta sus huevos. La punta de
mi polla roza una de sus nalgas y Sam se contonea una vez más—. Túmbate sobre mí, Luke, por
favor, necesito sentir tu peso sobre mi cuerpo…
Le voy dejando un camino de besos desde la base de su columna vertebral hasta el cuello y es
entonces cuando me tumbo sobre él. Su piel está tan caliente y resbaladiza contra mi pecho que me
cuesta contener el suspiro de alivio que amenaza con salir porque, por fin, estoy sintiéndolo piel
con piel. Reajusto mi postura para poder deslizar la polla entre sus nalgas a la vez que le masajeo
los brazos con firmeza.
La respiración de Sam se vuelve trabajosa bajo mi peso. Entrelazo sus dedos con los míos y le
doy un apretón, lo que hace que suelte un suave gemido lleno de necesidad y contraiga los glúteos,
apretándome la polla y rogándome que me mueva. Y eso es lo que hago, despacio, con
movimientos lánguidos, pasando por su agujero, tanteándolo, pero sin entrar en él, solo
jugueteando.
Tener a Sam tan pegado a mí y respondiendo con tanta pasión a cada uno de mis toques es
maravilloso y tan, tan natural que tengo que acercar la boca a su hombro y darle un pequeño
mordisco para contenerme y no soltarle lo enamoradísimo que estoy de él.
No puedo decir lo que siento en voz alta. Esas palabras han de quedarse donde están, en la
punta de mi lengua. Pero mi cuerpo es incapaz de semejante contención y habla por sí solo. Cada
embestida dice lo mucho que lo quiero, deletrea alto y claro lo que Sam significa para mí.
Gimo contra su pelo y él arquea su cuerpo contra el mío, tratando de capturar mi erección en
su culo. Y es tan tentador… La forma en la que me provoca, cómo sus músculos tratan de
succionar la cabeza de mi polla y que entre por ese pasaje destinado para ella.
Yo me resisto, pero cuando Sam vuelve a curvar el culo y mi glande, resbaladizo por el aceite
de coco, se encuentra con ese anillo de músculos, dejo salir un enorme gemido contra su cuello y
aprieto, solo un poco, sintiendo cómo cede esa primera pared de resistencia.
Sam gira la cabeza hacia un lado, intentando besarme, y su mano suelta la mía para agarrarse
la polla mientras embiste hacia mí.
Los músculos de su culo se contraen alrededor de la punta de mi glande y, joder, quiero entrar
en él. Quiero darle lo que me está pidiendo, quiero metérsela hasta el fondo y llenarlo, hacerle el
amor.
—No tengo preservativo —consigo decir, pero sin la fuerza de voluntad suficiente para
apartarme de él. Él gime y sigue presionando su culo contra mí, tan perdido en la lujuria que nada
le importa.
Pero a mí sí me importa. Estoy limpio y sé que puedo confiar en que Sam también, pero es que
ese no es el problema. La cosa es que nunca lo he hecho sin condón y siempre he dicho que
esperaría a estar en una relación estable para hacerlo. Que esperaría a estar con alguien que me
quiera como yo a él, no con alguien que solo tenga curiosidad y esté probando cosas nuevas.
Me trago un suspiro y me separo de él.
—Date la vuelta —le digo.
Se queja, decepcionado, pero se da la vuelta. Tiene los ojos velados por la pasión, le gusta
esto, le gusta lo que le estoy haciendo, y eso hace que mi corazón lata desbocado.
Me mira y parpadea, mordiéndose el labio inferior. Coloco las manos a ambos lados de sus
hombros y dejo caer mi peso sobre el suyo una vez más. Nuestras pollas se frotan la una contra la
otra y su piercing presiona contra mi pezón.
Vuelvo a enlazar nuestros dedos, poniéndole los brazos por encima de la cabeza, y lo miro.
Sus ojos van a mi boca y me lo tomo como la petición que es, juntando nuestros labios. Afianzo el
agarre en sus manos, presionándolo contra la cama, y empiezo a embestir contra él con suavidad.
—Eres tan… —Quiero decir «maravilloso», pero lo dejo ahí, frotándome contra él con más
fuerza.
Cuando le suelto una de sus manos y llevo la mía a nuestras pollas, Sam empieza a jadear. A
diferencia de la mía, su polla no está resbaladiza y eso hace que la fricción sea perfecta. Cada
caricia nos acerca más y más al borde del precipicio, pero lo espero en el filo antes de saltar,
necesito hacer esto con él, que caigamos juntos.
—Luke, voy a… —me dice entre gemidos.
Mi nombre suena tan sensual en sus labios, y eso no hace sino aumentar todas las emociones
que ahora mismo me recorren. Todo mi cuerpo se tensa y acelero el ritmo de mis caricias. Noto a
Sam temblar y contener el aliento debajo de mí.
El primer disparo de su semen contra la parte baja del abdomen me entrecorta la respiración y
acelero el ritmo, una caricia, dos…
Pego mi boca a la suya y lo beso para no gemir su nombre mientras llego a un orgasmo infinito
que dura y dura... y, hasta que no aterrizo, no noto las manos de Sam en mi espalda, atrayéndome
más hacia su cuerpo.
Hundo la cara en su cuello y lo respiro. Sus labios me rozan la oreja y me deja un beso de lo
más suave que hace que se me hinche el corazón y me entren ganas de llorar. ¿Por qué esto tiene
que ser solo un experimento para él?
«Por favor, por favor, que sienta algo más. Quizá haya alguna posibilidad de que para él sea
más que mero placer físico», ruego en mi cabeza.
Me despego de él poco a poco, dándole la espalda en cuanto puedo para evitar que vea la
esperanza que brilla en mis ojos. Me siento en el borde de su cama, con la vista fija en la puerta
del baño, esperando… Esperando que me diga que el momento que acabamos de compartir
también ha significado algo para él.
Noto su mano en la espalda y cómo se hunde el colchón cuando Sam se incorpora y se sienta.
Sin girarme a mirarlo, le pongo una mano en la rodilla. De repente, estoy muy nervioso y me
siento incapaz de oír lo que tenga que decir.
—¿Qué tal si traigo algo para limpiarnos?
Sam se ríe entre dientes.
—Creo que me voy a volver a duchar. Y prometo que esta vez será una ducha más larga. —Me
abraza desde atrás, su pecho contra mi espalda, y añade—. Ha sido… Ha sido… —Se ríe y pega
la cara a mi pelo, su respiración haciéndome cosquillas en la nuca. Estoy a la expectativa,
pendiente de cada palabra que diga a continuación—: No sé ni qué decir. —¿Podría eso
significar…? ¿Podría ser que…? Pero mis esperanzas se ven interrumpidas cuando añade—: Creo
que podría mantenerlo en la lista y tacharlo una y otra vez, una y otra vez…
La lista.
La puta lista.
Se me escapa una lágrima por el rabillo del ojo y me la seco con disimulo.
No puedo seguir con esto.
Con mucho tacto, me quito a Sam de encima y me levanto, cogiendo la toalla que tiré antes al
suelo.
—¿Estás bien? —me pregunta y, aunque no me giro a mirarlo, sé que también se ha puesto de
pie.
Me encojo de hombros, aún de espaldas a él, y contesto:
—Yo… Sí. Es solo que… —Respiro hondo y suelto el aire de golpe—. Creo que no
deberíamos seguir experimentando. Ya hemos probado suficiente.
Sam, que se estaba acercando a mí, se detiene de golpe y un silencio tenso se extiende entre
nosotros. Lo escucho tragar saliva y de verdad que quisiera darme la vuelta y hablar con él, pero
no sé si lograría hacerlo sin derrumbarme.
Cuando habla, suena inseguro, dubitativo:
—¿A ti no te ha gustado tanto como a mí?
Echo la cabeza hacia atrás y alzo la vista al techo, hacia las vigas de madera. Suspiro.
—No es eso. —Por Dios, pero si es todo lo contrario—. Es solo que… me acabo de dar
cuenta de que es muy mala idea.
—¿Mala idea?
—Sí, es mala idea.
—No te entiendo —dice con un puntito de irritación en su voz—. Si no recuerdo mal, fuiste tú
quien sugeriste que probáramos esto juntos. Y ahora le das un poco al coco y sí, va con segundas,
y ya no quieres experimentar más. Te dije que no tenías por qué enrollarte conmigo si no querías,
pero estabas todo dispuesto y abierto a ello. ¿Y ahora me sales con que es mala idea? —Suspira y
creo que ha vuelto a sentarse en la cama—. Podrías haber dicho que no desde el principio. Ahora
me siento como si te hubiera forzado a hacer algo que no querías.
No dejo que siga por ahí:
—¡No! Tú no me has forzado a nada. No he hecho nada que no quisiera hacer, de verdad,
ambas veces he estado más que dispuesto. Por Dios, pero si me ha encantado. Simplemente creo
que no deberíamos hacerlo de nuevo. Eso es todo. Creo que deberíamos volver a ser solo amigos.
—Tras una pausa, añado—: Sin la distancia esa de seguridad, por supuesto.
Me arriesgo y le echo un vistazo. Está sentado en la cama con la cabeza gacha, mirándose los
pies. Noto cómo su espalda se mueve de lo hondo que respira y luego asiente.
—Claro. Claro que sí. Espero que las cosas no se pongan… raras entre nosotros. —Entonces
alza su vista y me mira y no estoy seguro, pero creo que sus pestañas enormes están un poco
húmedas—. Seguro que en un par de años echaremos la vista atrás y nos reiremos de todo esto,
¿verdad? Prométemelo, Luke.
Vuelvo a apartar la mirada. Espero que un día pueda superar el dolor que todo esto me supone
y reírme, sí. Pero, ahora mismo, me resulta difícil imaginarme ese futuro.
—Cuando tengas mi edad —le digo, dirigiéndome al baño y midiendo bien mis palabras—,
estoy seguro de que nos echaremos unas risas cuando hablemos de tu lista.
Y, con una sonrisa temblorosa que espero que pase por sincera, entro en el baño y cierro la
puerta tras de mí.
Capítulo Treinta Y Tres

SAM

M e paso toda la noche dando vueltas y sin poder apenas dormir.


Se trataba de experimentar, nada más. Estábamos tonteando un poco, haciendo algo
salvaje. ¿Qué más da si Luke no quiere seguir enrollándose conmigo? No pasa nada. Nada de
nada… Lo entiendo.
De verdad que lo entiendo.
Y no me importa.
No me importa nada.
Me pongo de lado en la cama, mirando hacia la puerta, pero eso no me ayuda a dejar de pensar
en Luke y en su cuerpo cálido sobre el mío, embistiendo con suavidad contra mí, dejándome un
beso debajo de la oreja…
¡Gr…! Necesito dormir. Dormir y descansar la cabeza. Quizá cuando me levante por la
mañana se me haya olvidado lo mucho que…
Necesito olvidar. Punto.
Cuando veo que antes del amanecer se enciende la luz del baño, me tapo la cara con la
almohada y gimoteo. No será ya la hora de levantarse, ¿no?
Me incorporo y, ya sentado, busco el móvil que he dejado a mano antes de acostarme. Son las
5:30 de la mañana.
¿Qué ha poseído a Luke para levantarse a estas horas y darse una ducha? Me vuelvo a tumbar
y escucho el correr del agua hasta que termina.
Cuando oigo murmullos, la curiosidad me puede y me levanto. Me dirijo de puntillas hasta la
puerta del baño que, aunque está cerrada, es lo suficientemente fina para que pueda escucharlo.
—Respira, tú solo respira —dice, como infundiéndose valentía o algo así—. Puedes hacerlo.
No va a pasar nada malo.
Frunzo el ceño y me pego más contra la puerta. ¿De qué habla?
Lo descubro enseguida y, cuando lo hago, mis labios se curvan en una sonrisa y mi tripa da una
pequeña vuelta de campana.
—Solo son animales. Con dientes afilados y asesinos… Por Dios, Luke, cálmate de una puta
vez y aguántate. Esto es por y para Sam.
Así que… Luke tiene miedo de los tiburones.
Me trago una carcajada.
¿Y cómo se le ocurre al muy loco traerme a bucear con tiburones blancos si le dan tanto
miedo? Niego con la cabeza, cierro los ojos y respiro hondo contra la puerta. Ay, Luke, Luke…,
¿qué estás haciendo conmigo?
Oigo sus pasos y salgo corriendo hacia la cama, acostándome justo cuando se abre la puerta
del baño. Cierro los ojos y finjo estar dormido.
Luke se mueve en la semioscuridad de la habitación y se viste intentando no hacer ruido. Oigo
el deslizar de un bolígrafo sobre papel y luego lo siento acercarse.
Me cuesta horrores no abrir los ojos cuando se inclina sobre mí para dejar la nota a mi lado.
10 segundos después, la puerta de nuestra habitación se abre y se cierra. En cuanto oigo el clic
me levanto como un resorte y enciendo la luz que tengo junto a la cama.
Se me escapa un grito enorme y casi se me sale el corazón por la boca cuando veo a Luke
apoyado contra la puerta de brazos cruzados.
—Pero ¿qué…? —digo en una especie de chillido—. ¡Me acabas de dar un susto de muerte!
—¿De qué iba todo esto? —me pregunta, separándose de la puerta y negando con la cabeza.
—Perdona, ¿de qué iba, qué?
Se para al llegar a mi cama, está sonriendo.
—Te he oído cuando estaba en el baño y, al abrir la puerta, te he pillado metiéndote en la
cama y haciéndote el dormido.
—¿Y me la has jugado fingiendo que te ibas? —le pregunto justo antes de coger la nota y
leerla: «Sí, me dan miedo los tiburones. Sí, sé que me has oído. Sí, vamos a ir igual».
—He fingido que salía de la habitación, sí. Igual que tú has fingido que dormías.
Me tumbo de nuevo en la cama y me río.
—Ni siquiera sé por qué lo he hecho.
Lo miro, me está mirando y, de repente, lo único que quiero es tirar de él y ponerlo encima de
mí. Quiero su peso sobre mi cuerpo, manteniéndome anclado a él mientras descubro a qué se
deben esas cosquillas en la tripa.
«Pero él ya no quiere estar tan cerca de ti», me recuerda una voz en mi cabeza.
Aparto la vista y digo:
—No tenemos que ir a bucear con tiburones, Luke. Estas vacaciones son más que suficiente.
No tengo por qué tachar todo lo que apunté en la lista.
Luke se ríe.
—Por supuesto que tienes que hacerlo. Y sé lo muchísimo que te apetece. No te preocupes. —
Intento interrumpirlo, negarlo, pero Luke me conoce mejor que nadie en el mundo y su siguiente
comentario lo demuestra—: Voy a enfrentar mi miedo a los tiburones de la misma forma que tú, en
algún momento, tendrás que enfrentar tu miedo a cumplir treinta años.

ESTAMOS A BORDO DEL TANIWHA 6, UNA EMBARCACIÓN DESTINADA AL BUCEO CON TIBURONES
blancos. El guía está preparando las jaulas de observación para nosotros y para las otras cuatro
personas que van a hacer la inmersión con Luke y conmigo. Me pregunto si yo tengo la misma
sonrisa que ellos que, enfundados en sus trajes de neopreno, parecen brillar de la emoción.
Me acerco a Luke, que está apoyado en un lateral del barco mirando hacia el agua con el ceño
fruncido.
—Me acojona no poder verlos sabiendo que están ahí abajo —dice. Un pez chapotea en la
superficie y Luke se separa a toda prisa de la barandilla, llegando hasta el centro de la
embarcación de un salto. Cuando se da cuenta de que el resto lo está mirando, se sonroja y se
cruza de brazos de la forma más casual posible, como si no pasara nada, pero le tiembla un poco
la mejilla. Niega con la cabeza y murmura—: Está claro que ninguno de los que está aquí ha visto
la película Tiburón.
Me acerco, lo agarro del codo y lo arrastro hasta un banco que hay en un lateral de la cubierta.
Nos sentamos y me pego mucho a él, dándole un golpecito en el brazo con mi hombro.
—No tenemos que bajar. Podemos verlo desde aquí. —Luego, más bajito, añado—: No quiero
que odies la experiencia.
Quiero rodearlo con los brazos y ofrecerle el consuelo que él siempre me brinda a mí. Pero
las cosas están un poco raras desde anoche. No demasiado, llevamos todo el día interactuando
más o menos con normalidad, pero aún hay una pequeña nube de vergüenza sobre nosotros. Por lo
menos por mi parte. Y quiero deshacerme de esa sensación cuanto antes, pero no sé cómo.
Luke suelta una risa nerviosa.
—A ver, lo voy a odiar, de eso estoy casi seguro, pero lo voy a hacer igualmente.
—Voy a estar a tu lado todo el tiempo que estemos ahí abajo.
—Más te vale.
Se pone de pie y suelta un chillido, sentándose otra vez a toda prisa. Miro hacia donde acaba
de mirar él: 2 aletas de tiburón surcan la superficie del mar. Contengo la risa.
Y eso es todo lo que necesito para evaporar la nube de incomodidad que se cernía sobre
nosotros.
—Casi mejor me pego a ti desde ya —le digo, pasándole un brazo por los hombros.
Me mira a los ojos y baja la mirada, primero a mi nariz y, luego, a mis labios. Durante unos
segundos, la expresión en su rostro se suaviza y quiero que esa calidez se quede ahí, pero no,
desaparece al instante y ni siquiera mi sonrisa la trae de vuelta.
El guía nos pide que nos acerquemos.
—¿Estás listo? —le pregunto.
Él niega con la cabeza, pero se levanta.
—Nop —me contesta, ya camino de las jaulas. Yo lo sigo y, mientras el guía nos explica una
vez más cómo proceder, no me separo de su lado, pegando mi mano enguantada a la suya.
Cuando por fin nos sumergen en el agua, Luke busca mi mano y me la agarra. Él no mira entre
los barrotes de la jaula como está haciendo el resto: él me mira a mí. Sus gafas de buceo hacen
que sus ojos parezcan enormes y el miedo reflejado en ellos es evidente. Le aprieto la mano y
pruebo a respirar por el tubo que tenemos cada uno y que está conectado a una manguera en la
cubierta de la embarcación.
No sé qué me tiene más emocionado, si la anticipación de ver un tiburón blanco o la creciente
sensación de ese algo desconocido y cada vez más intenso que se está formando en mi interior.
Yo creo que la segunda, pero, al igual que el agua que nos rodea, tengo una visión un tanto
brumosa, no del todo cristalina, así que lo que hago es apretar fuerte la mano de Luke y mirar a
través de la jaula de buceo.
A través del tinte verdoso del agua, vemos varios bancos de peces pasar nadando frente a
nosotros. Entonces, abriéndose paso entre la bruma, con su sonrisa llena de dientes, se nos acerca
el gran tiburón blanco. Me quedo sin aliento ante su imponente presencia y su belleza; es la cosa
más emocionante que haya hecho jamás y también la más terrorífica.
El agarre de Luke se intensifica y dejo de mirar al tiburón para echar un vistazo a mi amigo,
que sigue sin apartar los ojos de mí.
Le hago un gesto indicándole que estoy bien, que esta experiencia está siendo alucinante y que
estoy tan agradecido por este momento… por el hecho de que lo esté viviendo conmigo… Creo
que me entiende, porque su agarre se suaviza un poco.
Tiro de él para que se acerque más a mi esquina de la jaula y él se deja arrastrar. Con los
equipos que llevamos no puedo sonreírle, pero, por dentro, es lo que estoy haciendo. Con mucha
calma, cojo la mano de Luke y la llevo a uno de los barrotes. Luego hago lo mismo con la otra y,
una vez que está bien sujeto, me muevo para agarrarlo por detrás, mis brazos alrededor de su
pecho.
Cuando el siguiente tiburón blanco aparece por nuestra derecha, Luke hace un aspaviento y yo
pego más mi cuerpo al suyo. Creo que puedo sentir el latir de su corazón contra la palma de la
mano.
Y es eso —no los tiburones— lo que hace que se me dispare el pulso y que se me forme una
bola de euforia en la tripa.
MIENTRAS SUBIMOS LA CUESTA QUE NOS LLEVA DE VUELTA AL HOTEL, A LUKE LE SIGUE TEMBLANDO
todo.
—Nunca más en la vida —repite una y otra vez en voz baja—. Los muy cabrones dan aún más
miedo de cerca.
—Seguimos vivos —le digo, guiñándole un ojo.
—Tengo mis dudas al respecto —me contesta—. El acojone ha sido tal que yo creo que me he
dejado los huevos en esa jaula. Mordidos y despedazados en trocitos por esos dientes afilados y
asesinos.
—A mí me ha encantado el grito que has dado antes de bajar, cuando has visto las aletas en el
agua. Ojalá te hubiera grabado.
Luke me gruñe y se reajusta el asa de la mochila que lleva a la espalda y en la que llevamos
nuestras cosas.
—Sí, tú ríete, pero veremos qué locura se me ocurre cuando vaya a cumplir los cuarenta.
Pienso arrastrarte a ello y…
Mi teléfono empieza a sonar. Luke abre el bolsillo lateral de la mochila y me lo pasa. El
nombre de Carole brilla en la pantalla.
—Es Carole —digo alzando la vista hacia Luke y apretando el móvil con más fuerza de la
necesaria.
Luke me hace un gesto para que lo coja. Él también aprieta el asa de la mochila, a la espera.
—Hola, Carole —digo al teléfono—. ¿Pasa algo?
La oigo suspirar.
—Madre mía, Sam, no sé qué hacer con él.
—Vale, a ver, dime qué ha pasado.
Luke se acerca más a mí para poder escucharla. Yo muevo el teléfono de forma que ambos
oigamos lo que tiene que decir. Luke me mira y me da las gracias con la mirada.
—Ayer se negó a conocer a Greg y se fue de casa.
Me pongo tenso de inmediato.
—¿Se ha escapado de casa?
—Sí y no. Se ha escapado de mí, pero se fue a tu casa. Intenté hablar con él por teléfono e
incluso fui allí a aporrearle la puerta, pero nada, no me dejó entrar. Y, encima, el muy cabezota se
negó a salir. Así que al final lo dejé allí. Pensé que si le daba el resto del día y le dejaba pasar la
noche allí, recapacitaría un poco y volvería hoy a casa. —Carole habla cada vez más rápido y se
nota que está llorando—. Pero sigue sin querer hablar conmigo. Le he mandado un mensaje
diciéndole que por qué no lo hablábamos, pero ni siquiera me ha contestado.
No sé cuándo ha pasado, pero estoy agarrando el brazo de Luke, usándolo como apoyo.
—Vale, Carole, no pasa nada, no va a pasar nada. —Sueno más calmado y mucho más en
control de lo que en realidad estoy. Pero mi expresión debe delatar cómo me siento, porque Luke
se acerca aún más a mí y me pasa su otro brazo por encima de los hombros—. Voy a llamar a
Jeremy y a intentar hablar con él. Todo se va a arreglar, ¿vale?
—A lo mejor tiene razón —dice ella—. Quizá él no tenga por qué aguantar a otro hombre en
mi vida…
Luke la interrumpe.
—Escúchame bien, Carole. Has encontrado a alguien que te hace feliz y eso es algo estupendo.
Si Jeremy ahora mismo solo piensa en él y en sus necesidades y no ve lo feliz que te hace Greg, es
que aún le queda mucho por madurar. No le dejes ganar esta batalla, esta es una lucha a la que
tienes que hacer frente.
Muevo el móvil para acercármelo más a la boca y digo:
—Estoy de acuerdo en todo lo que ha dicho Luke. Te cuelgo, ¿vale? Pero te llamo en cuanto
hable con Jeremy.
Luke se aparta unos pasos.
—Vamos al hotel y lo llamas desde allí.
Hago el resto del camino pensando en qué decirle, pero, cuando me siento en la cama y marco
el número de casa, sigo sin tenerlo claro.
Jeremy no lo coge, cosa que ya me esperaba. Lo intento en su móvil y, tras un par de tonos,
oigo su voz adormilada.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—Estoy seguro de que sabes bastante bien qué es lo que pasa.
Suspira.
—Has hablado con mamá, ¿no?
El colchón se hunde un poco cuando Luke se sienta a mi lado.
—Venga, Jeremy, ¿por qué estás haciendo esto? Tu madre está preocupadísima.
—Sí, ya —dice, soltando una risotada—. Lo que le preocupa es que no quiera conocer a Greg.
Niego con la cabeza. Esta es la actitud que nunca sé cómo gestionar. No sé encontrar el
término medio entre la empatía que siento por Jeremy, porque me da pena que tenga que
enfrentarse a tantos cambios, y la firmeza que requiere su comportamiento. Cojo aire.
—Jeremy, eso no es verdad. Mira…
—Lo siento, papá, no estoy listo para hablar de ello, ¿vale?
—Vas a tener que enfrentar esta situación tarde o temprano y…
—Vale, elijo «tarde». Lo pospongo hasta muchísimo más tarde. Por ejemplo, cuando tenga
dieciocho años y me vaya a la universidad.
Aprieto mucho los dientes. Me cabrea. No hay quien razone con él. Y, aún menos, por teléfono.
—Me preocupa que estés solo en casa, pasándolo mal.
—Tengo casi quince años, sé cuidarme solo. Y sé cómo abrir una lata de alubias. Además,
ayer vino Steven y estuvimos jugando a la consola. Vamos, que sé cómo distraerme de mis
preocupaciones.
Intento bloquear las imágenes que me vienen a la mente al oírlo. Espero que estén tomando
precauciones. Entro un poco en pánico porque, por Dios, justo ayer comprobé lo difícil que es
mantener la cabeza fría cuando la cosa se calienta. Me empieza a sudar la mano y me cambio el
teléfono a la otra.
—Distraerte no es hacer frente a la situación, hijo.
—Es que no quiero tener que hacer frente a nada, ¡¿vale?!
Me cuelga.
—Joder —digo, lanzando el móvil a la cama, al espacio que hay entre Luke y yo—. La cosa
no ha ido demasiado bien.
Luke exhala con intensidad, se levanta de la cama y saca la maleta de debajo de mi cama.
—Si tuviera batería intentaría llamarlo. Aunque tampoco creo que fuera de mucha ayuda. —
Pone mi maleta sobre la cama y abre la cremallera—. Solo hay una cosa que podamos hacer.
Me levanto de la cama y voy al armario para coger mi ropa.
—Siento que tengamos que renunciar al resto del viaje —le digo, empezando a hacer la maleta
y mirando como él hace lo mismo—. Y quiero darte las gracias. Agradecerte que me entiendas y
que hagas esto por mí. Puedes quedarte, si quieres… Puedo irme yo solo…
La mirada que me dedica es suficiente para hacer que me calle.
—Voy contigo —me dice.
Ay, por Dios, menos mal.
—Vale.
Capítulo Treinta Y Cuatro

JEREMY

E s la segunda noche que me quedo solo en casa de mi padre. Mi madre parece haber
renunciado a llevarme de vuelta a casa con ella. Lo que me parece bien.
Sip. Me parece estupendo.
Claro que sí. Mientras ella se acurruca con Greg, yo aprovecho para estar a solas con Suzy.
Suzy. Que ahora mismo está sentada en mi cama riéndose de las mil cosas que tengo tiradas
por la habitación.
—Y yo creía que mi cuarto era una pocilga —me dice.
No puedo seguirle la broma porque tengo un nudo gigante en el estómago. Esta noche…
Bueno, esta noche puede ser la noche.
Quiero que pase.
Por supuesto que quiero.
Y no solo porque necesito la distracción.
No solo porque sé que mi madre se tiraría de los pelos si supiera lo que voy a hacer.
—Eh, tú, ven aquí —me dice Suzy en tono provocativo, lamiéndose un dedo antes de curvarlo
e indicarme que me acerque a ella.
Me tropiezo con los cómics que he dejado antes en el suelo y casi termino cayendo de bruces
sobre la cama. A ver si me centro un poquito.
—Suzy, Suzy, Suzy… —digo, negando con la cabeza y trepando sobre ella—. Esta noche estás
preciosa.
Ella sonríe, me rodea la cara con ambas manos y me besa.
—Lo sé —me contesta—. Tú tampoco estás nada mal. —Sus dedos se deslizan hasta el
dobladillo de mi camiseta y añade—: Quizá deberías quitarte esto.
Fuera camiseta. Y, tras ella, van mis vaqueros. Pero no pienso quitarme el bóxer hasta que ella
se quite algo y las cosas estén más igualadas. Además, aún estoy muy nervioso para empalmarme.
Necesito un poco más de inspiración.
Oigo cómo me vibra el móvil en la mesita de noche; echo un vistazo y veo que es mi madre.
Trago saliva e ignoro la llamada.
Cuando me giro de nuevo hacia Suzy veo que se ha quedado solo con la falda y un sujetador
morado.
En un día normal, estaría perdido de solo verla así, pero hoy no logro quitarme esa cosa que
se me ha anudado en el estómago. Quizá si la toco… Seguro que eso logra distraerme…
Empezamos a besarnos y, meros instantes después, Suzy se me sube encima y me presiona con
su cuerpo contra la cama, frotándose contra mí. Sip. Tocar era justo lo que necesitaba. Todas las
preocupaciones que tenía en la cabeza han desaparecido, más que nada, porque he pasado a
pensar con la otra cabeza.
Me alegro de haber metido los condones debajo de la almohada donde tengo fácil acceso a
ellos.
Subo las manos por los muslos de Suzy, subiéndole la falda.
—¿No estás asustada? ¿Aunque sea solo un poco? —le pregunto.
Parpadea y se encoge de hombros.
—Un poco sí.
Le quito las manos de las piernas y las llevo a su cara, agarrándola para darle un beso.
—Yo también. Un poco. Y, oye, no tenemos que…
Noto una corriente de aire repentina y me tenso. No veo nada desde donde estoy, pero creo
que alguien ha abierto la puerta de mi habitación. Y nuestra postura y situación no deja nada a la
imaginación.
—Mierda —dice ella—. Ni tenemos, ni podemos, según parece.
Y justo en esos momentos la voz de Luke se extiende por mi habitación, provocándome un
escalofrío de culpa que me recorre todo el cuerpo y me hace apartar a Suzy a toda prisa. Aunque
tampoco es que necesite mucha ayuda, Suzy está quitándose de encima de mí a la velocidad del
rayo.
—Con que eras gay, ¿eh?
Me cago en todo.
Capítulo Treinta Y Cinco

LUKE

E n solo un segundo todo hace clic: entiendo por qué lo de Jeremy y Steven no me cuadraba y
por qué nunca había notado nada en Jeremy que me hiciera pensar que era gay. Joder, es que
ahora ya tiene sentido por qué el chaval resplandecía cuando su amiga vino a ver una película el
viernes pasado.
—Así que todo esto no ha sido más que una artimaña.
Hablo alto y Sam debe notar el tono de mala leche, porque se apresura por el pasillo en mi
dirección. Le acababa de sugerir que me dejara intentar hablar con Jeremy antes de hacerlo él, que
quizá se abriera un poco más al vecino supermajo que a su padre. Pero me da a mí que la charla
sobre Greg va a tener que posponerse un poco.
Sam llega hasta donde estoy. Yo sigo con la vista fija en Jeremy. Suzy se está poniendo la
camiseta y esa es la estampa que Sam se encuentra.
—¿Jeremy? —dice en esa voz tan de padre que pone a veces.
—Cuéntale, Jeremy —digo, cruzándome de brazos y haciéndome a un lado cuando Suzy hace
una rápida retirada—. Háblanos de esa venda con las que nos has estado tapando los ojos.
Jeremy se agacha a coger su camiseta del suelo.
—No sé a qué te refieres.
—¡Por supuesto que lo sabes! Ahora no tengas el valor de negarlo, que no nací ayer. Querías
que pensáramos que eres gay, supongo que para lograr pasar más tiempo a solas con chicas.
Puedo oír el «joder» que se le escapa a Sam, aunque lo dice muy bajito. Sé que ahora mismo
se está maldiciendo a sí mismo por no haberse dado cuenta antes.
—¿Es verdad? —le pregunta a su hijo.
—Yo nunca dije que fuera gay —masculla Jeremy, pero está rojo como un tomate y no se
atreve a mirarnos. Está mintiendo.
Niego con la cabeza y digo:
—No, no lo hiciste. Pero lo insinuaste. Nos dejaste que lo creyéramos.
—¡No puedes probarlo! —suelta él.
Entro de dos zancadas en su cuarto. La cama nos separa. Lo miro.
—Tu madre te pilló besando a Steven y no creo que vuestras bocas chocaran por accidente.
Nos la has jugado, chaval, reconócelo y ya está.
Jeremy empieza a tartamudear y Sam suspira antes de decir:
—Por Dios, Jeremy, ¿por qué?
Jeremy mira a su padre un segundo y luego baja la vista al suelo.
—Contéstanos —le pido yo en tono firme.
Jeremy levanta la cabeza de repente y me fulmina con la mirada, sus manos forman puños a
cada lado de su cuerpo.
—Yo a ti no tengo por qué explicarte nada.
Sam rodea la cama a toda prisa y lo agarra del brazo para que se gire a mirarlo.
—A Luke no le hablas así, ¿eh? ¿Me has entendido?
—¿Y por qué voy a tener que explicarle a él nada? —Más bajito, dirigiéndose a mí, añade—:
No eres mi puto padre.
La fuerza de sus palabras me da de lleno, me golpea y me estruja algo por dentro. Ni siquiera
me doy cuenta de lo que estoy gritando hasta que me oigo a mí mismo diciendo:
—No tenemos la misma sangre, ¿y qué? ¿Qué más da? También eres mi hijo. Mi hijo. Y no se
te ocurra decir que no lo entiendes.
De repente me doy cuenta de lo que he dicho, de lo que implica mi confesión. Jeremy ha
apartado la mirada y está mirando a los pies de su cama, el subir y bajar de su nuez evidenciando
lo fuerte que está tragando saliva.
Doy un paso atrás, tropezándome, mi cabreo con Jeremy por menospreciar nuestra relación
transformándose en otra cosa. Mis ojos van a Sam, que me está mirando como si lo hubiera dejado
sin aire. Parpadea y su mirada va de mí a su hijo, dejando caer la mano que aún tenía en el brazo
de Jeremy.
Eso es lo último que veo antes de dar media vuelta y salir de la habitación.
Salgo de su casa y cruzo el jardín hasta mi camino de entrada. Abro el maletero y saco mi
maleta, que llevo a mi habitación antes de dirigirme a la cocina. Lleno un vaso de agua y me lo
bebo.
Cuando me lo termino, me apoyo en la encimera y me quedo mirando el cristal, que aprieto
cada vez con más fuerza. Respiro hondo.
Dejo caer el vaso en el fregadero y pongo la palma de la mano en el armario que hay por
encima de mi cabeza. Lo golpeo una y otra vez hasta que dejo de sentir la mano.
Capítulo Treinta Y Seis

SAM

E stoy dividido entre quedarme donde estoy y lidiar con Jeremy, y mi necesidad de ir tras
Luke. Me balanceo sobre los talones y termino sentándome a los pies de la cama de mi hijo
con las manos juntas y los codos sobre las rodillas.
—Vale, Jeremy, a no ser que quieras estar castigado durante el resto de tu vida adolescente, te
sugiero que me cuentes la verdad ahora mismo.
Jeremy se echa hacia atrás y se apoya en el alféizar de la ventana, contra las cortinas.
—¿Quiere eso decir que si lo suelto todo ahora no me vas a castigar?
Niego con la cabeza.
—Sabes que la cosa no funciona así, pero cuanto más tardes en contarme la verdad, peor será
el castigo. —Lo miro, está jugueteando con el borde de las cortinas—. ¿Por qué mentir sobre tu
sexualidad?
Le lleva un momento, pero, al final, habla:
—Me gusta Suzy y quería pasar tiempo con ella este verano.
—¿Y por qué no nos dijiste eso y punto?
—Venga, hombre, papá. Mamá y tú estáis tan preocupados por la posibilidad de que cometa el
mismo error que vosotros y arruine mi vida, que jamás me hubierais dejado tener una novia.
—Hubiéramos puesto alguna regla, pero…
—¿Alguna regla? ¿Es que no conoces a mamá? Si le hubiera dicho que tengo novia, estoy
seguro de que me hubiera encerrado bajo llave. No me hubiera dejado salir de casa sin carabina.
—Mira, tu madre y yo sabemos lo que es. Hemos estado en la misma situación. Nuestros
padres no querían que saliéramos con nadie, que si éramos muy jóvenes y todo eso. ¿Y qué pasó?
Que nos escapamos una noche, nos enrollamos y resumiendo: nueve meses después naciste tú. —
Separo las manos y me froto las palmas contra las rodillas—. No somos tontos, sabemos que si
quieres salir y acostarte con alguien vas a hacerlo. Así que ni tu madre ni yo te prohibiríamos
jamás salir con Suzy. De hecho, preferimos saber con quién estás, apoyarte y asegurarnos de que
tomas precauciones. Por eso somos tan pesados con las charlas sobre sexo y con… la regla de oro
del condón. —Cambio de posición en la cama, deseando poder agarrarlo y abrazarlo como hacía
cuando era más pequeño. Continúo—: Queremos lo mejor para ti, eso es todo; y nos preocupamos
muchísimo, porque sí, porque ese es nuestro trabajo. Ninguno de nosotros, y eso incluye a Luke,
quiere que hagas alguna estupidez que luego limite tu vida. —Cierro los ojos y suspiro antes de
seguir—: Necesitamos que nos digas la verdad, ¿vale? Que confíes en nosotros. Y nosotros
queremos poder confiar en ti.
Jeremy tiene la cabeza gacha y los hombros caídos.
—¿Y qué va a pasar ahora?
—Creo que el primer paso sería volver a casa de tu madre y decirle la verdad.
Se tensa de inmediato.
—No quiero volver —murmura.
Me paso la mano por la frente y, luego, por el pelo.
—¿Por Greg? —Se encoge de hombros. Me levanto de la cama y me acerco a él, poniéndole
una mano en el hombro—. Siento que esto te esté resultando duro, pero vas a tener que aceptarlo y
aprender a vivir con ello. Tu madre ha conocido a alguien que la hace feliz y tú quieres que sea
feliz, ¿no? —Aparta la cara, pero no antes de que vea sus ojos brillantes por las lágrimas. Suspiro
y le paso una mano por el pelo—. Te queremos mucho, Jeremy. Eres lo primero en nuestras vidas,
nuestra prioridad número 1. Pero tienes que dejar que tu madre tenga a su segundo, ¿vale? Su
prioridad número 2. ¿Por favor?
Se le rompe la voz cuando me contesta:
—Pero eso ya lo hago con Luke y contigo, ¿por qué no es suficiente?
Me deja helado.
—Perdona, ¿qué?
—Ya me has oído, papá. Yo soy lo primero en tu vida, sí, pero Luke está ahí, a la par conmigo.
Es un primer puesto muy reñido y a veces me pregunto si de verdad soy tu prioridad número
uno…
—¿Qué estás diciendo?
—Estabas tan triste cuando se tuvo que ir a Auckland… Te oí llorar la noche que se fue. —
Trago saliva. ¿Me oyó?—. Y también veo otras cosas.
No puedo moverme, me he quedado paralizado con la mano en el hombro de Jeremy.
—¿A qué te refieres con que ves «otras cosas»?
Jeremy me mira, le tiembla el labio inferior. Parpadea y, encogiéndose de hombros, como
restándole importancia, dice:
—Lo feliz que eres cuando estás con él.
—Claro que estoy feliz —digo con cuidado—. Es mi amigo.
—Vale, déjame que lo diga de otra forma: cada vez que lo ves se te ilumina la cara como un
puñetero faro en medio de la noche. —Ambos nos quedamos callados durante unos instantes, el
silencio instalándose entre nosotros. Luego, añade—: A Luke le pasa lo mismo. —Jeremy cambia
de postura, con lo que mi mano se resbala y deja su hombro. Sigue hablando—: Y sabes que paga
cosas y te dice que no le han costado nada o que le han costado muy poco, ¿no? ¿El campamento
de fútbol al que fui el año pasado? No era gratis. Y yo sabía que ni mamá ni tú os lo podíais
permitir. Tenía un disgustazo enorme. Luke se enteró y, al día siguiente, como quien no quiere la
cosa, mi entrenador me dijo que tenía plaza y que no tenía que pagar nada.
—¿Hi-hizo eso?
—Pero vamos, que eso es solo la punta del iceberg, papá. Cada vez que llamaba cuando
estaba en Auckland me preguntaba cómo lo llevabas y parecía tan triste por no estar aquí contigo...
—Con nosotros —le digo con un hilo de voz—. Estaba triste por no estar con nosotros.
Jeremy se encoge de hombros.
—Ya, pero tú eres su número uno.
—Jeremy, te acaba de decir que eres su hijo —le digo a través del nudo que se me ha formado
en la garganta.
Se sorbe la nariz y se pasa la manga de la camiseta por la cara.
—Lo sé. Y dime: si yo soy como un hijo para él, ¿en qué te convierte eso a ti?
—Yo… Yo… —tartamudeo, no encuentro las palabras, pero veo que a Jeremy le tiembla otra
vez el labio—. Ey, ven aquí, anda. —Lo sumerjo en un abrazo. Al principio está tenso, pero luego
él también me rodea con los brazos y se pega a mi pecho. Sus lágrimas me empapan la camiseta.
Le doy un beso en la cabeza—. Eres mi número 1 y Luke lo sabe. Es más, él no querría que fuera
de otra forma. Y lo mismo con respecto a tu madre.
—No quiero mudarme. No quiero cambiar de colegio. No quiero perder a mis amigos ni a mi
equipo.
—¿Ves? De eso es de lo que tienes que hablar con tu madre. Ella no quiere quitarte todo eso,
¿entiendes? Pero sí quiere que aceptes su felicidad, que cedas.
Se aleja de mí, quitándose las lágrimas que ahora corren libres por sus mejillas.
—Supongo que… no sé, creo que tendré que volver a su casa.
—Pues sí. —Se separa del alféizar y empieza a recoger sus cosas—. Oye —le digo cuando
está cerrando su mochila.
—¿Qué?
—Dame tu móvil, por favor.
A regañadientes lo saca de uno de los bolsillos y me lo pasa.
—Estar castigado va a ser el horror, ¿verdad?
«Y SI YO SOY COMO UN HIJO PARA ÉL, ¿EN QUÉ TE CONVIERTE ESO A TI ?».
Sé que tengo que hablar con Luke, pero no estoy seguro de poder formar una frase coherente.
Camino arriba y abajo por mi comedor y, cada vez que paso frente a la mesa que arreglamos
en el taller de carpintería, deslizo las manos por su superficie. Miro por la ventana, hacia su casa,
ya es de noche y no veo mucho, salvo que tiene las luces delanteras encendidas.
—Venga, ve para allá y ya está —me digo a mí mismo mientras me acerco a la estantería
donde tengo las llaves de su casa.
Además, ¿por qué estoy nervioso? ¿Porque Jeremy ve lo unidos que estamos Luke y yo?
Llevamos siete años siendo amigos, no es algo nuevo.
Mi estómago me da una vuelta de campana y me invade una sensación como de aturdimiento.
Trago saliva para quitármela de encima, pero no funciona.
No me molesto en ponerme los zapatos, pero el frío del suelo me ayuda a mantenerme centrado
mientras me dirijo a casa de Luke.
Llamo a la puerta con suavidad antes de meter la llave en la cerradura y abrirla, tal y como he
hecho mil veces. Pero… no sé, esta vez parece diferente. Ahora mismo lo único en lo que pienso
es en la confianza que Luke ha depositado en nosotros, en Jeremy y en mí, dejándonos entrar en su
casa con toda la libertad del mundo siempre que hemos querido.
Bueno, ambos hemos tenido siempre las puertas de nuestras casas abiertas. Como los amigos
que somos.
Antes de girar a la derecha, hacia el salón, donde sé que estará Luke tirado en el sofá mirando
al techo, echo un vistazo a la cocina y, de repente, me vienen a la mente las miles de cenas que
hemos hecho juntos y las miles de risas y dramas que hemos compartido en ella. Y es que conozco
su cocina tan bien como la mía y viceversa. Comer y cenar juntos siempre ha sido lo más natural
del mundo.
Voy al salón, deteniéndome en la entrada, desde donde veo la parte de atrás del sofá. Sé que
Luke está tumbado en él porque sus pies asoman por uno de los laterales.
También lo sé porque lo oigo murmurar al teléfono. Suena serio y muy cansado:
—No, mamá, no he leído tus mensajes. Estaba en el sur y me quedé sin batería.
En el sur, sí, llevándome a mí a ver tiburones blancos.
De repente, necesito saber cuánto ha pagado exactamente por el viaje. Sé que no ha sido
barato. Ya los vuelos por sí solos deben de haber costado una pasta…
Voy de puntillas por el pasillo hasta llegar al baño. Me saco el móvil del bolsillo y busco el
nombre de la compañía de buceo.
Cuando veo el precio me quedo helado. ¿600 dólares por persona?
No puedo dejar de mirar el número, pensando en una explicación, intentando darle sentido…
Bueno, los amigos pueden ser muy generosos…
«No, no es eso», pienso mientras niego con la cabeza. Tengo la garganta en carne viva.
Me guardo el móvil y vuelvo al salón. Luke aún no me ha oído, centrado como está en la
conversación con su madre.
—La he cagado, mamá. —Me quedo muy quieto. Hay tanto dolor en su tono… Suspira y sigue
hablando—: Debería haberte dicho la verdad y debería haberle contado lo mío a Sam desde el
principio. En cuanto nos conocimos.
¿Lo suyo?
Se me acelera el pulso y la madera bajo mis pies cruje, traicionándome y revelando mi
presencia.
Luke se sienta de golpe y me mira. Se lame los labios y traga saliva. Luego, cierra los ojos y
le dice a su madre:
—Mamá, lo siento, tengo que dejarte. —Lanza el teléfono en el sofá—. Sam —me dice
manteniéndome la mirada, buscando mis ojos.
—¿Qué es eso que deberías haberme dicho desde el principio?
Contengo la respiración porque no sé si quiero que diga lo que sé que va a decir o si, por el
contrario, quiero y espero estar equivocado.
Se levanta del sofá y lo rodea para acercarse a mí.
—Sam, yo…
Le pido que se detenga levantando una mano.
—¿Qué es lo que deberías haberme dicho?
Exhala con fuerza, mira al suelo, al espacio entre nosotros, y luego alza la vista hacia mí.
—Que soy gay.
Asiento. Y vuelvo a asentir. Porque sí, porque tiene sentido y, a la vez, no tiene ninguno.
No me doy cuenta de que he dejado de respirar hasta que inhalo una enorme bocanada de aire
para no ahogarme.
—¿Todo este tiempo y…? ¿Por qué no…? —Cierro los ojos y trato de que no me tiemble la
voz—. ¿Por qué no me dijiste nada? —Luke abre la boca y vuelve a cerrarla. Niega con la cabeza
—. ¿Cuántas cosas has estado pagando para Jeremy y para mí? ¿Cuántas cosas de las que no me he
enterado?
—No lo sé.
—El taller de carpintería al que me llevaste. Dijiste que la primera vez era gratis, ¿es verdad?
No me contesta y eso es respuesta suficiente. Me da vueltas la cabeza mientras trato de hacer
cálculos… ¿Cuántas cosas nos ha estado dando Luke?
Oigo las palabras de mi padre con claridad: «Entender los números y cómo funcionan te ayuda
a entender el mundo real».
Pero ahora no creo que eso sea del todo cierto.
Hago un cálculo rápido: 300 dólares del campamento de fútbol de Jeremy. Unos 22 dólares
cada vez que nos invita a cenar cuando Jeremy está conmigo. Los vuelos al sur: 200 dólares. El
hotel: 100 dólares. La inmersión para ver los tiburones: 600 dólares. El taller de carpintería…
¿50 dólares?
Y esos números son solo el principio. ¿Qué pasa con todas esas otras formas en las que ha
sumado a nuestras vidas? Las veces que ha llevado a Jeremy a urgencias: 3. La distancia que
recorre para recoger a Jeremy del colegio: 25 kilómetros en cada sentido. Las veces que se ha
quedado con Jeremy y le ha dado de cenar cuando yo he tenido que trabajar hasta tarde: ¿20? ¿30?
¿Más? Las veces que nos ha llevado de acampada: 12. Las veces que me ha cambiado las ruedas
del coche: 4. Las veces que me ha recogido borracho en un bar y ha limpiado el baño tras mi
vomitona: 1. Las veces que me ha apoyado la semana pasada: 23. Las veces que me ha hecho
daño: 0. ¿Las veces que me ha decepcionado? Solo esta vez.
Los números pueden decirnos mucho, sí. Pero no todo. No pueden calcular lo mucho que Luke
significa para nosotros. Para mí.
No pueden calcular lo mucho que yo quiero significar para él…
Esto es demasiado. No puedo absorber todas estas matemáticas sin volverme loco. Noto cómo
me tiembla el cuerpo y me agarro al marco de la puerta.
Luke da un paso hacia mí, pero le hago un gesto con la mano que tengo libre para que se
detenga.
—Yo… —He perdido la voz y tengo que aclararme la garganta—. Luke, ahora mismo no
puedo pensar. Tengo que… —Miro hacia la puerta.
—Sam, no, por favor. Lo siento muchísimo. Quería decírtelo, pero no me atrevía. No podía
soportar la idea de que me dijeras que no.
El filo del marco de madera al que me estoy aferrando se me está clavando en la palma de la
mano. Mi cabeza me está pidiendo que me escape, que huya con todos mis pensamientos para ver
si puedo darles forma y ordenarlos en algo que tenga sentido, pero mi cuerpo no quiere moverse,
quiere que me quede justo donde estoy.
Me centro en Luke. Está llorando, algo que nunca antes he presenciado y siento cómo sus
lágrimas hacen eco en mis propios ojos.
—¿Que te dijera que no? ¿A qué?
—Que me dijeras que no me querías como yo a ti.
—Yo… Yo siempre te he querido, Luke. Eres mi segundo, mi prioridad número dos y Jeremy
tiene razón… —Bajo la cabeza cuando los números empiezan a cobrar sentido y se me escapan de
los ojos, empapándome las pestañas—. A veces eres incluso mi primero.
Sé que Luke quiere acercarse, pero se está conteniendo, haciendo lo que le he pedido.
—Quiero decir —dice en voz baja—, que no podía soportar la idea de que tú no estuvieras
enamorado de mí como yo lo estoy de ti.
Me rompo en 1000 pedazos que se disparan en todas las direcciones hasta que no tengo ni idea
de dónde me encuentro. No sé qué decir ni qué hacer y mi primer instinto es hacerme un ovillo
hasta recomponerme del todo.
—Sujétame —digo casi sin aliento.
Y él viene a mí, en 1 segundo lo tengo a mi lado, sus manos firmes frotándome la espalda,
acariciando todo mi contorno, mostrándome que sigo ahí y entero.
Cojo aire contra su hombro, respirando a través de su camisa.
—Estoy enfadado —le digo mientras lo atraigo aún más cerca de mí—. No sabes lo enfadado
que estoy. —Le clavo los dedos en la piel como para probárselo.
—Tienes derecho a estarlo. Te lo debería haber contado.
Cierro los ojos y apoyo la frente contra su cuello.
—Nunca… Nunca me hubiera enrollado contigo si lo hubiera sabido. Me lo tendrías que haber
contado. Por eso a veces parecía que querías y otras veces te echabas atrás, ¿no? Te he hecho
daño. No sabía que te lo hacía, pero te estaba haciendo daño.
—No es tu culpa, Sam. Tuve muchas oportunidades para decirte la verdad y no lo hice.
—Pero porque no podías.
Nos quedamos ahí juntos. Luke no deja de sostenerme, firme, hasta que lo siento temblar y,
cuando me aparto un poco para poder mirarlo, tiene los ojos húmedos y rojos. No me mira, parece
que no se atreve, concentrándose en un punto a nuestro lado.
—Aunque no pueda haber nada más —me dice con voz tensa, a punto de romperse—, necesito
al menos poder quererte como amigo.
—Haría lo que fuera por volver al pasado y decir que no. Solo de pensar… Nunca he querido
hacerte daño —le digo apartándome de él, despacio. No quiero ponérselo más difícil, necesita un
poco de espacio—. Y yo también necesito nuestra amistad.
Parece desplomarse al oírme, deja caer los hombros y hunde más la cabeza contra su pecho.
Le cuesta hablar, y yo vuelvo a disculparme otra vez.
—Dame un poco de tiempo —me dice, sin mirarme. Y lo agradezco, porque así no ve mis
lágrimas. Creo que eso solo se lo pondría aún más difícil.
—Por supuesto, Luke. Lo que necesites.
Capítulo Treinta Y Siete

LUKE

L levo dos días sin ver a Sam. Salgo a correr tres veces al día y, después, hago estiramientos.
Y así es como se me va el día: corro, estiro, hablo conmigo mismo, corro, hablo conmigo
mismo, estiro.
Necesito agotarme físicamente para soltar un poco ese nudo que se me ha formado en el
estómago.
Pero no funciona.
Así que corro más deprisa, estiro durante más tiempo.
El nudo, ya de por sí doloroso, parece apretarse más y soltar ondas expansivas de ese dolor
por todo mi interior.
Es como si me hubieran operado y me hubieran extirpado la esperanza de la que me
alimentaba, poniendo en su lugar una especie de tumor que duele de la hostia.
Tampoco ayuda que mire donde mire solo vea las mil razones por las que estoy enamorado de
él.
Veo a Sam en la mesa de comedor, sentado frente a mí, frunciendo el ceño mientras trata de
comprender los apuntes de Jeremy.
Lo veo en el sofá la primera vez que vino a casa: estaba más delgado que ahora y muy
cansado, tenía algo que me hacía querer ayudarlo. «Eres muy amable, Luke», me dijo mientras
apoyaba la cabeza contra sus manos enlazadas en el respaldo del sofá y cerraba los ojos. «Creo
que me va a gustar tenerte de vecino».
Lo veo fuera, cuando atraviesa su jardín con esa forma de andar tan suya, como dando
saltitos, y apoya los codos en la valla que separa nuestras casas.
Lo veo en todas partes y, mire donde mire, lo único que consigo es quererlo un poco más.
Me gustaría poder tener acceso a esos recuerdos, plantarme en ellos y besarlo, sostenerlo, hacerle
el amor…
Pero este tipo de pensamientos me hacen daño. Necesito aprender a quererlo como a un amigo
y nada más.
El viernes, tras tres días sin ver ni hablar con Sam, me saco del bolsillo su lista de las veinte
cosas que hacer antes de cumplir los treinta. No puedo tirarla. Aún no, no estoy listo. Pero pasaré
el día sin ella…
No la llevo conmigo cuando desayuno.
No la llevo conmigo cuando cojo mi camioneta y conduzco hacia el centro.
No la llevo conmigo cuando compro el regalo de Jeremy.
No la llevo conmigo cuando quedo con Jack para comer.
No la llevo conmigo cuando le cuento lo que ha pasado.
No la llevo conmigo cuando le pregunto cómo superó lo mío.
No la llevo conmigo cuando no me contesta.
Dejo mi cerveza de jengibre en el posavasos y lo miro. Tiene puesta su sonrisa de siempre,
pero esta vez puedo ver a través de ella y me doy cuenta del dolor que oculta.
—Joder, Jack, lo siento.
Él sonríe aún más.
—No lo sientas. El paso de los años lo ha hecho más llevadero. A veces, como ahora, por
ejemplo, me acuerdo de… bueno, de lo que duele. Pero la mayoría del tiempo estoy bien.
Además, tengo muchísimas cosas para mantenerme ocupado, como restaurar mi casita de la calle
Rory y todo eso.
—¿Y cómo van los arreglos?
—Lentos, tortuosos, caros. —Se ríe y le da un trago a su Coca Cola—. Pero he contratado a
alguien para que me ayude y empieza a finales de esta semana, así que espero haber terminado
antes de que acabe el verano.
Suspiro.
—Quizá yo también pueda ayudarte. Tengo muchísima energía que quemar.
—Tal y como estás terminarías atravesando las paredes nuevas a puñetazos. Mejor déjalo.
Yo también doy un trago a mi bebida.
—Ya. —Respiro hondo y expulso el aire en una especie de risa—. ¿Quieres que te cuente lo
más gracioso y ridículo de todo?
—Por supuesto.
Niego con la cabeza. El nudo en mi interior está apretándome de lo lindo.
—Los últimos días, cuando me estaba enrollando con Sam, no paraba de repetirme a mí
mismo que no me emocionara, que para él era solo un experimento.
—Ya me imagino.
—Pero, al mismo tiempo, estaba planeando el resto de nuestra vida juntos.
—También me lo imagino. —Cuando lo miro, se encoge de hombros—. Lo sé por experiencia.
—Estoy a punto de disculparme con él otra vez, pero me para con una mano y añade—: Vuelve a
lo gracioso y ridículo, que me muero por oírlo.
Me río.
—Bueno, pues como te decía, soñaba con un futuro juntos. Pensaba que podría comprar esa
casita en la que estás trabajando y que nos mudaríamos allí. Había hasta planeado el trayecto para
llevar a Jeremy al colegio y dejarlo a un par de manzanas, a la distancia justa para que pudiera ir
caminando, pero lo suficientemente lejos para no avergonzarlo. Tenía imágenes superclaras de
Sam volviendo a casa después de clase y poniéndose a estudiar en la mesa de comedor,
mandándonos callar a Jeremy y a mí mientras hacíamos felices la cena. —También tenía imágenes
muy claras de cómo me lo follaría en cada habitación de la casa, haciendo que sus gemidos
impregnaran suelos y paredes. Pero eso no se lo digo—. Es que hasta me lo había imaginado
estando con gripe en la cama y yo llevándole sopa y haciéndole un masaje en los pies para que se
sintiera mejor.
Voy a dar un trago a mi cerveza de jengibre, pero el vaso está vacío, lo que evidencia que
llevo demasiado rato parloteando y desnudando mi alma ante Jack. Dentro de unos años me voy a
avergonzar mucho cuando recuerde este momento.
Joder.
Pero Jack está bien con todo esto. Me pide otra cerveza y me dice que me lo saque todo de
dentro.
—¿Para qué están los amigos? —comenta.
Así que eso hago. Me lo saco todo de dentro.
Y no hace que el dolor desaparezca, pero me cansa lo suficiente para no seguir pensando en
ello. Puede que esta noche logre dormir algo.

CUANDO LLEGO A CASA ME ENCUENTRO A J EREMY EN EL COMEDOR. ESTÁ SENTADO A LA MESA, EN


pantalón corto y camiseta y tiene unas ojeras enormes. Él tampoco parece estar teniendo el mejor
de los días.
Jeremy pasa la mano por un trozo de papel —uno que conozco muy bien— y me mira,
encogiéndose de hombros antes de hablar:
—Estoy tan aburrido con eso de estar castigado que he pensado en pasarme por aquí porque,
¿cómo es ese dicho? ¿Desgracia compartida, menos sentida? Claro, que para eso podría haberme
quedado con papá, pero el constante ceño fruncido que pasea por la casa me está dando dolor de
cabeza. Eso y que tiene un gusto musical espantoso.
Quiero preguntar más por Sam, pero me muerdo la lengua. En su lugar, saco una silla de la
mesa y me dejo caer en ella.
—Aparte de lo de estar castigado, ¿cómo lo llevas?
Se encoge de hombros y niega con la cabeza.
—He hablado con mi madre y eso, pero… aún no quiero ver a Greg. Ya sé que tengo que
aprender a vivir con ello y todas esas cosas que me decís, pero es que ya lo odio y ni siquiera lo
conozco.
Apoyo ambos codos en la mesa y me cruzo de brazos.
—Vamos a hacer una cosa, Jeremy: cuando estés en casa de tu padre, puedes venir aquí a
despotricar todo lo que quieras. Este puede ser tu espacio seguro para desahogarte. Yo no te voy a
juzgar, vienes, te cagas en todo y a otra cosa, mariposa.
—¿A otra cosa, mariposa? Eso es lo más gay que has dicho en tu vida. —Le doy una colleja.
Él se ríe y me pasa el papel que sigue teniendo frente a él—. Esa es la letra de papá.
Lo miro.
—Sí. Es la lista de las veinte cosas que quiere hacer antes de cumplir los treinta.
—Está supermanoseada —me dice manteniéndome la mirada. Sé lo que me está preguntando y
creo que ya sabe la respuesta.
—¿Y por qué crees que es?
—Porque te has estado encargando tú. Te has estado asegurando de que papá hace todo lo que
pone ahí. —De repente, se sonroja—. No necesito saber si lo ha hecho todo-todo, ¿eh? Pero tengo
razón en lo de que te has estado ocupando de que mi padre cumple cada cosa ahí escrita, ¿a que
sí?
—Ya sabes la respuesta.
Asiente.
—¿Desde cuándo estás enamorado de él?
Dejo que sus palabras calen y que el dolor de pensar en ello pase antes de contestar:
—Desde hace bastante tiempo, supongo. Pero no me di cuenta hasta que me fui a Auckland y
tuve que separarme de vosotros.
—¿Eso significa que yo sabía que estabas enamorado de él antes de que lo supieras tú? —
Niega con la cabeza—. Porque yo lo sabía antes de lo de Auckland. Me di cuenta un día que
hiciste tortitas y papá estaba enfadado porque alguien de su trabajo se había puesto enfermo y lo
habían llamado a él para que cubriera su turno. Cogiste una tortita, le hiciste una carita sonriente y
se la pusiste en el plato. —Jeremy se mueve en la silla y da unos golpecitos en la mesa con los
dedos—. Fue cursi que te cagas, pero os hizo reír a ambos y… Bueno, el caso es que vi algo en la
forma en la que mirabas a mi padre que me hizo darme cuenta. Lo supe, sin más.
—Parece que te diste cuenta antes que yo, sí.
Jeremy se echa para atrás en la silla. No para con las manos, repiqueteando los dedos en el
borde la mesa y, aunque no lo veo, noto que también está moviendo la pierna por debajo. Antes de
hablar, sus labios se curvan en una media sonrisa.
—Con que… eres gay, ¿eh?
Suelto la primera carcajada de verdad desde que le dije esa misma frase a él hace unos días.
—Pues sí.
Me mira y asiente. El típico asentimiento de cabeza que me dice que le parece bien, que
estamos bien.
—Vale. Es bueno dejar las cosas claras. Así podré pedirte consejo. —Alzo las cejas ante su
comentario y se corrige al instante—. No para mí. Para alguien que conozco.
—Voy a jugármela y a aventurar que ese alguien es Steven. No sé, tengo un pálpito. Puedes
decirle que si necesita a alguien con quien hablar, aquí me tiene. E intentaré ser el señor Luke más
enrollado del mundo. —Jeremy empuja la silla y se levanta. Tiene la misma costumbre que su
padre de cambiar el peso de un pie a otro cuando tiene algo que decir, pero no sabe cómo hacerlo
—. ¿Qué pasa, Jeremy?
Aunque no era mi intención, la pregunta suena un poco brusca y Jeremy se pone rojo.
—Entendí perfectamente lo que me dijiste el otro día… O sea…, que sé lo que querías decir
y…, bueno, no quiero empezar a llamarte… —traga saliva— papá ni nada de eso… pero quiero
que sepas que sí, que lo sé.
Se me forma un nudo en la garganta. Nunca en la vida me había costado tanto tragar y no
consigo decir ni media palabra, solo me sale una especie de gorjeo. Parpadeo y me levanto de la
silla a toda prisa, atrayéndolo en un abrazo de oso. Él también me abraza, de forma un tanto torpe,
pero lo hace. Le paso los nudillos por la cabeza y me aparto.
—Gracias —logro decir.
Se encoge de hombros como si lo que acaba de decirme no fuera nada del otro mundo, pero sí
que lo es y ambos lo sabemos.
—Quizá podamos jugar al fútbol algún día de estos. Esta vez pienso darte una buena paliza.
—No cuentes con ello, chaval, mis huesos viejos y decrépitos tienen aún mucha guerra que
dar.
Lo acompaño a la puerta y, justo cuando tiene un pie ya en el porche, se gira de nuevo hacia
mí. Se muerde el labio inferior mientras mete las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos.
—Una cosa más.
—Dime.
—Puede que él aún no lo sepa, pero papá también está totalmente enamorado de ti.
Aprieto la mandíbula y dirijo la mirada hacia la verja que separa nuestras casas.
—No me digas esas cosas. No ayudan a que lo supere.
—¿Superarlo? ¿Qué cojones dices?
—Esa lengua.
—¿Esa lengua? ¿Eso es con lo que me sales? Superarlo, dice… ¿Qué mierda de actitud es
esa? Tienes que luchar, hacer que se dé cuenta.
—Las cosas no funcionan así.
—¿Cómo que no? Vaya pu… fruta mierda. ¿Qué vas a hacer? ¿Esperar años a que se dé
cuenta por sí mismo?
—Es que no hay nada de lo que darse cuenta. Si lo hubiera, ya lo habría hecho.
—Sí, claro, porque a ti solo te llevó siete años. ¿Y es por eso por lo que no duerme? ¿Por lo
que no come? Claro, claro, tiene todo el sentido del mundo.
Y, soltando una risotada, Jeremy se gira sobre sus talones y se va.
Capítulo Treinta Y Ocho

SAM

M iércoles. Hoy hace una 1 semana.


Una semana desde que Luke me dijo que me quiere, que está enamorado de mí.
Cada vez que revivo ese momento es como si alguien me cogiera, me levantara del suelo y me
lanzara por los aires: siento esas cosquillas en la tripa que me avisan de que estoy cayendo y,
luego, el miedo a darme de bruces contra el suelo.
Me encanta la sensación, pero también me aterroriza.
Aun así, no paro de revivir el momento. Y hay algo que me molesta. Algo que está tirando de
mí, de cada músculo de mi cuerpo, y robándome el sueño por la noche.
Estoy tratando de averiguar de qué se trata.
Sé que no soy gay. Lo he comprobado. Varias veces en la última semana. He estado viendo
fotos de chicos online y ninguno de ellos me ha gustado. Reconozco que alguno era atractivo, pero
a mí no me ponían nada.
«Las chicas tampoco te ponen nada», me recuerda una voz en mi cabeza.
Gimoteo y dejo caer la frente sobre la mesa de comedor. Respiro el aroma de la madera y en
lo único que puedo pensar es en Luke levantando la mesa, llevándola al taller de carpintería y
arreglándola para mí.
Pensamientos de este tipo son los que hacen que aparezca esa sensación de mareo, la
impresión de que el suelo bajo mis pies se está derrumbando. Y estoy teniendo tantos de estos
momentos que temo que, una de esas veces, el suelo se abra de verdad y termine cayendo. Y no
habrá nada para impedirlo, nada que me sujete y me mantenga de una pieza.
Me froto la frente contra la superficie de madera, la presión me ayuda a desprenderme de la
sensación de caída libre.
Me giro para mirar por la ventana, y fijo la vista en la valla que separa nuestras casas.
Me cuesta creer que Luke está justo ahí y que no puedo ir a verlo. Es como revivir Auckland
una y otra vez, pero peor. Porque esta vez no es una enfermedad lo que nos obliga a estar
separados. Somos nosotros mismos. Soy yo.
Y sé que Luke dice que él va a estar bien, que seguiremos siendo amigos, pero…
Pero…
Nunca será lo mismo.
Por Dios, qué jodido es todo… Y la culpa es de mi mierda de lista. Todo esto se debe a que
no puedo aceptar el hecho de que voy a cumplir 30.
¿Por qué soy tan idiota? ¿Por qué me tuve que empeñar en hacer locuras antes de mi
cumpleaños?
¿Por qué tuvo que ser Luke con quien experimentara la cosa tabú?
Es culpa de la lista. La lista es la que me obligó a hacerlo.
«¿Y también fue la lista la que te obligó a que te gustara?».
La sensación de caída libre vuelve y tengo que agarrarme a la mesa, tan fuerte que hasta me
hago daño en las palmas de las manos.
Sí, me gustó estar con Luke, me gustó mucho. Pero fue porque era algo tabú.
Fue por eso.
Los chicos no me ponen. Mis experimentos en internet me lo han dejado claro.
Suena el teléfono y el sonido disipa por unos instantes esa sensación tan molesta que sigue ahí,
pinchándome. Lo cojo, es mi jefe:
—¿Sabes lo que tengo en la mano? —me pregunta.
Estoy bastante seguro de que lo sé, sí.
—Has recibido mi carta de dimisión.
—¿Y no podías haber venido a dármela en mano? ¿Hablar conmigo de ello?
Con el desastre que soy ahora mismo, no, no quería pasarme por el trabajo. Hubiera espantado
a los clientes.
—Lo siento, no, no podía.
Lo oigo suspirar.
—Eras demasiado bueno para ser verdad, sabía que no duraría para siempre. ¿Qué tienes
pensado hacer?
—Quiero volver a estudiar. Tengo que pensar en mi futuro.
Tengo que pensar en lo que quiero hacer con mi vida, cómo quiero ser a los 40, qué tipo de
ejemplo quiero ser para Jeremy. Necesito mucho este cambio. Ha estado cociéndose dentro de mí
durante mucho tiempo y es algo que me quedó claro tras la conversación que tuve con Luke en la
playa.
—Por eso es por lo que tendrías que haber hablado conmigo antes, Sam. Esta es una situación
de la que podemos beneficiarnos ambos. Puedo buscarte algo que cuadre con tus horarios y que te
dé para vivir mientras estudias. Piénsatelo y ven a verme cuando tomes una decisión.
Después de colgar, me apoyo contra la encimera de la cocina y me quedo mirando los rayos de
sol que entran por la ventana y van directos a la mesa de comedor. Permanezco con la vista fija en
la luz hasta que empiezo a ver puntitos negros y tengo que cerrar los ojos.
Tengo que salir de casa. Tengo que alejarme de aquí, porque veo a Luke dondequiera que mire.
Me paso las manos por la cara y rozo el pendiente de la oreja con el pulgar. Sin pensármelo
dos veces, me lo arranco de un tirón y lo dejo caer sobre la encimera. Me meto una mano por
debajo de la camiseta y me quito también el del pezón.
Cojo las llaves, la cartera y me subo a mi Honda. Voy a la peluquería. Vuelvo a ponerme mi
color de pelo natural y me lo corto, volviendo a mi look habitual. Pero hacerlo no me tranquiliza
como creí que lo haría, lo único que hace es recordarme el día en que me lo teñí de negro. Con
Luke.
Y encima la experiencia no ha sido, ni de lejos, tan satisfactoria.
De vuelta en el coche, muevo un poco el espejo retrovisor para echarme un vistazo y la
persona que me devuelve la mirada no es el loco aspirante a punki de hace unos días, sino el
padre de un adolescente; un tío que cumplirá 30 en tres días.
—Menos mal que no te hiciste un tatuaje —le digo a mi reflejo—. Quizá ahora las cosas
puedan volver a ser como eran antes. A ser como deberían ser.
En cuanto llegue a casa, voy a buscar esa lista mía, la voy a romper y la voy a quemar.
Pero no voy a casa. No sé por qué, pero algo me tira hacia la de Carole.
«¿Qué estoy haciendo aquí?», me pregunto mientras aparco frente a su puerta.
¿Y por qué necesito tanto entrar y hablar con ella?
Aprieto el volante y miro a mi alrededor. El sol se está poniendo y las luces de las farolas
acaban de encenderse.
Jeremy.
Eso es. Por eso estoy aquí. Para que Jeremy vea que he vuelto a la normalidad, que soy otra
vez un tío cabal, que puedo ser el padre que necesita.
Eso es.
Llamo a la puerta. Carole me abre enseguida, pero está al teléfono, con lo que se limita a
mirarme con sorpresa y a hacerse a un lado mientras me hace un gesto para que pase.
—Oye, Greg, tengo visita. ¿Te llamo luego? Sí, yo también te quiero. Hasta luego. —Cuelga y
me mira de arriba abajo, estudiándome—. Nunca creí que diría esto, pero: echo de menos la
cresta. Ya está, lo he dicho.
Carole me indica que la siga a la cocina, pero, una vez allí, en vez de sentarme en la silla que
me ofrece, me quedo de pie frente a la isla de la cocina con los pulgares en los bolsillos de los
pantalones.
—¿Qué te trae por aquí? —me pregunta mientras pone agua a hervir y coge el bote de café
instantáneo. Hace una pausa y añade—: ¿O necesitamos algo más fuerte?
Niego la cabeza.
—Café está bien. Solo he venido porque estaba por la zona y… ¿Dónde está Jeremy?
—Fuera, con Steven —dice Carole echando un vistazo al reloj con forma de vaca que hay en
la pared detrás de mí—. Tiene que estar aquí a la hora de la cena, así que llegará en una media
hora, más o menos.
—¿Cómo están las cosas entre vosotros?
—Tensas, pero… yo creo que cada vez mejor.
—¿Ha conocido ya a Greg? —Carole coge la jarra con más fuerza de la necesaria—. Me voy
a tomar eso como un no.
—Greg ha sido tan comprensivo… Es muy buen hombre, Sam. Si Jeremy le diera una
oportunidad… —me dice ella con la mano aún en la jarra.
Rodeo la isla de la cocina y me acerco a ella, dándole un golpecito en un costado.
—Lo hará. Ahora mismo tiene muchas cosas que procesar, pero es buen niño. Lo superará y se
aguantará.
Carole asiente y se pone un mechón de pelo tras la oreja.
—Tienes razón. ¿Me pasas la leche, por favor? —La saco del frigorífico y se la doy—.
Bueno, y ahora dime la verdad, ¿por qué estás aquí? —me pregunta echando un par de cucharadas
de café en cada taza.
—Por Jeremy.
Me mira otra vez de arriba abajo y niega con la cabeza.
—Hay algo más. Tienes el pelo recién cortado, pero el resto de ti… Parece que llevas días sin
dormir. ¿Me lo vas a contar o tengo que cambiarte tu café normal por uno irlandés y sacarte la
respuesta?
Me encojo de hombros y me siento en una silla. Cojo un bolígrafo que hay sobre la mesa y
presiono el pulsador un par de veces: clic, clic.
Carole tiene razón, por supuesto. La verdadera razón por la que estoy aquí es que necesito
alguien con quien hablar, una amiga que me escuche… No sé, para que me dé su opinión sobre
todo esto. Quizá su perspectiva arroje algo de luz sobre el asunto.
—Luke es gay. Y puede que me haya enrollado un poco con él.
Carole levanta la vista de golpe y la fija en mí, cosa que me esperaba. Lo que no me esperaba
es la enorme sonrisa con la que me está mirando. De hecho, echa la cabeza hacia atrás y suelta una
carcajada.
—¡Por fin! ¡Gracias a Dios! Lleváis años mareando la perdiz.
¿Qué dice?
—¿Perdona?
—No tienes ni idea de la de tiempo que llevo esperando oírte decir eso. Estaba empezando a
pensar que estabas tan ciego que eras incapaz de ver lo que tenías frente a tus narices.
—No debería haberme enrollado con él, Carole.
Los restos de su risa se desvanecen en un segundo.
—Vale, es mi turno de preguntar: ¿perdona?
—Tenía una lista de cosas que hacer antes de mi cumpleaños. Una de esas cosas era hacer
algo tabú… sexualmente, ya sabes. No tenía que ser más que un experimento. Pero, la semana
pasada, descubrí que Luke… que él…
—¿Está enamorado de ti?
Me sonrojo y empiezo a toquetear el bolígrafo: clic, clic, clic.
—Sí.
—Ay, Sam, cielo. Pareces tan confundido…
Me paso el boli por la frente, como intentando deshacerme de mi ceño fruncido.
—Lo estoy.
Carole coge nuestros cafés y los trae a la mesa, sentándose frente a mí.
—Cuéntame.
Dejo el bolígrafo y cojo mi café. Huele fenomenal y noto la taza caliente entre las manos.
—No soy gay. De eso estoy bastante seguro. Los chicos que he visto en internet no… No me
han puesto nada. Pero no puedo dejar de pensar en mis momentos con él y… Y esos momentos me
gustaron mucho.
Carole se apoya en el respaldo de la silla y se lleva el café con ella. Le da un trago antes de
decir:
—Quizá no te sientes atraído por los hombres en general. Solo por Luke.
Al ir a beber, se me cae un poco de café.
—N-no —digo levantándome y cogiendo un paño para limpiar el desastre—. Me gustó porque
era algo tabú. Salvaje. Prohibido, en cierto modo. Lo que me seducía era eso. Y, bueno, que quería
hacer todo lo que había anotado en la lista.
«¿Y no crees que esa lista al final se ha convertido en una excusa?», me pregunta una voz.
—Ya, porque es algo prohibido… Vale. —Carole se queda pensando unos segundos. Deja la
taza en la mesa y se pone de pie. Le brillan mucho los ojos—. Si eso es lo que te pone… —me
dice con voz ronca, mordiéndose el labio inferior y acercándose a mí.
Dejo caer el paño empapado de café y doy un paso atrás.
—¿Qué haces? —pregunto.
Se acerca aún más y yo retrocedo hasta que me doy con los cajones de los cubiertos.
—Greg no tiene por qué enterarse —me dice pegándose a mí.
Intento escaparme por un lado, pero Carole me agarra del brazo y sus dedos se deslizan hasta
mi mano.
La aparto.
—Carole, contrólate.
Jamás de los jamases estaría con una mujer que tiene una relación con otra persona.
Ella retrocede, batiendo las pestañas de forma exagerada y sonriendo.
—Pero es tan salvaje... Y prohibido. ¿No te sientes seducido por esas cosas?
No. Para nada. Ni un poquito.
Y eso es precisamente lo que ella trataba de demostrar, ¿no?
Carole vuelve a la mesa y, cuando tiene la taza de nuevo entre las manos, me dice:
—La idea de experimentar se basa en querer comprobar algo, llegar a alguna conclusión. Con
el experimento que acabo de hacer contigo también hemos probado algo, ¿verdad? Pero la
pregunta que tienes que hacerte es: ¿a qué conclusión has llegado después de tus experimentos con
Luke?
El suelo se abre bajo mis pies.
Y, esta vez, caigo. Y no paro de caer.

ESTOY EN CASA, EN LA CAMA, TELÉFONO EN MANO .


Marco su número. Ese número que me sé de memoria. Me lo sé hasta al revés.
Suena 2 veces. Es tarde. Estará en la cama. Sé que sabrá que soy yo.
Suena 1 vez más.
Descuelga.
—¿Sam?
—Yo… Es que… necesitaba… —«Escuchar tu voz», quiero decir—. Necesitaba asegurarme
de que aún estabas ahí.
—Estoy aquí.
Me duele la garganta al tragar.
—Te echo de menos. He… He estado pensando mucho esta semana. Yo… —El resto de lo que
quiero decir se me queda dentro, atascado, no me sale—. Lo he hecho, Luke, he dejado el trabajo
y he solicitado una beca para ver si puedo estudiar en la escuela politécnica.
—Eso es estupendo. Tendremos que celebrarlo. Pronto.
Cojo el teléfono y lo aprieto con fuerza contra la oreja.
—Y…
—¿Sí?
Cierro los ojos, dejando salir el aire lentamente. Lo que no me salen son las palabras.
—Y… Hmm… Espero que duermas bien.
Capítulo Treinta Y Nueve

JEREMY

E star castigado es una mierda.


Odio no poder quedarme a dormir en casa de amigos, no poder jugar a la consola ni ver
la televisión. Odio tener que volver todos los días a casa a la hora de cenar.
Lo peor de todo, de lejos, es no tener el móvil.
Esta tarde, cuando he vuelto a casa, he intentado convencer a mi padre de que me lo devuelva,
pero se ha reído en mi cara.
Eso significa que tengo que hacer mis llamadas nocturnas a Suzy desde el teléfono fijo y eso
complica mucho el sexo telefónico.
No es que lo hayamos hecho alguna vez, pero bueno, si no me hubieran pillado con los
pantalones bajados, podría ser una posibilidad. Ahora casi ni nos vemos. Creo que ella se ha
acojonado por lo de tener que conocer a mis padres y no la culpo; que mi madre empiece con la
regla de oro del condón en cuanto la tenga delante es una posibilidad bastante real.
Sí, no me extrañaría nada que mi madre empezara a sacar plátanos y preservativos según viera
aparecer a Suzy por la puerta.
Miro mi reloj despertador, son las once de la noche y mi padre ya se ha ido a la cama. Es el
momento perfecto para ir a hurtadillas al salón y coger el teléfono fijo.
Con él en mano, me vuelvo a la cama y me meto de nuevo entre las sábanas. Lo enciendo y…
Me sorprende oír la voz de mi padre.
—Me gustan estas llamadas.
—A mí también.
—Pero quiero volver a verte.
Hay un pequeño silencio, pero, al final, Luke contesta con la voz estrangulada:
—Yo también.
—¿Cuándo?
—No lo sé.
Pongo los ojos en blanco. Estos dos necesitan espabilar. ¿Por qué no están juntos ya?
Cuelgo y espero diez minutos para ver si han dejado la línea libre. Y sí, todo despejado.
Pero no llamo a Suzy, llamo a Steven.
Suena adormilado, pero se despierta a toda leche cuando le digo que el señor Sam y el señor
Luke están enamorados.
—¿En serio?
—Sí, en serio, pero se están comportando como adolescentes.
—¿Y eso qué significa?
—Que están dándole demasiadas vueltas. Mira, he tenido una idea, pero necesito tu ayuda
para llevar el plan a cabo.
Steven se queja:
—La última vez que dijiste eso tuve que besarte delante de tu madre.
—No te hagas el ofendido ahora, que te encantó.
—Bueno, dime solo una cosa: ¿este nuevo plan implica besos?
—Espero que sí, pero no entre tú y yo, así que no te vengas demasiado arriba.
Se ríe.
—Qué pena.
—De pena, nada, es algo bueno. Simon me mataría si se enterara de que te he obligado a
besarme.
Steven se queda muy callado. Me pongo de lado, las sábanas enrollándose entre mis piernas.
—¿Y qué tiene Simon que ver con todo esto?
—Por Dios, pero es que estáis todos ciegos, ¿o qué? No puedo ser la celestina de todo el
mundo.
—Solo la de tu padre y Luke, ¿no?
—Déjame, anda. Mira, Luke es buenísimo conmigo y yo el otro día me porté de puta pena con
él. Creo que le debo una. —Y, además, creo que yo también quiero que mi padre haga todo lo que
tiene en su lista—. Ahora céntrate y deja que te cuente mi plan…

MI PADRE ESTÁ CON LA MIRADA FIJA EN LAS PESAS QUE HAY EN EL SUELO DEL COMEDOR, AL LADO
del escritorio que tenemos allí. Está ahí de pie, sin hacer nada más, solo mirándolas.
Contengo una carcajada. No hay forma humana de que mi padre hubiera conseguido ponerse
«supercachas» como había puesto en su lista.
Mientras me sirvo un poco de batido de chocolate, pienso en cómo dar el primer paso de mi
plan maestro. Me he pasado toda la mañana y parte de la tarde planeando detalles y ha llegado la
hora de poner la genialidad de mi idea en marcha…
Miro a mi padre y le digo:
—¿Te lo ha contado ya?
Mi padre se sobresalta y se gira para mirarme.
—¿A qué te refieres? ¿Quién me tiene que contar qué?
—Luke, quién va a ser. —Niego con la cabeza antes de añadir, en tono amargado, por supuesto
—: No puedo creer que se vaya a mudar justo ahora que acaba de volver.
—¿Mudarse? —Mi padre dirige la vista hacia la ventana—. ¿De qué hablas?
—Me lo dijo de pasada. Creí que ya te lo habría contado. —Ahora, el siguiente paso en mi
plan—: Papá, necesito que me ayudes con una cosa, es importante.
Dirige sus ojos dolidos hacia mí. Perfecto.
—¿Con qué? —me pregunta.
—Necesito que me ayudes a convencerlo de que se quede, de que no se vaya. No quiero que
se mude. —Mi padre traga saliva con fuerza. No le doy tiempo de pensar en nada, continúo—:
Ponte unas zapatillas y llévame al parque.
Capítulo Cuarenta

LUKE

M e sorprende que Steven llame a mi puerta un sábado por la tarde.

instante.
—Señor Luke —me dice cruzándose de brazos y dejándolos caer de nuevo al

—Señor Steven. Si estás buscando a Jeremy, lo siento, no está aquí.


—No, no estoy buscando a Jeremy.
Veo cómo se mueve, nervioso, y entonces me doy cuenta de que quizá haya venido para hablar
conmigo de ciertas cosas. Abro más la puerta.
—¿Quieres pasar?
Niega con la cabeza y creo que se da cuenta de lo que estoy pensando, para lo que creo que ha
venido, porque se sonroja y me dice:
—No, no, gracias. Jeremy me ha pedido que venga. Y que nos demos prisa.
Agarro el pomo de la puerta con fuerza.
—¿Qué ha pasado?
—Nada malo —se apresura a decir Steven—. Solo me ha dicho que venga a buscarte y que te
lleve conmigo al parque.
—La próxima vez empieza por ahí, ¿vale? Por lo de «nada malo».
Entro en casa para coger mis llaves.
—Me ha dicho que traigas un balón de fútbol —oigo decir a Steven a mi espalda—. Y tus
viejos y decrépitos huesos.
Hago una pausa al escucharlo y, por primera vez en una semana, sonrío.
—Mis huesos están más que preparados.
HAY UNA COSA QUE VOY A TENER QUE ACEPTAR CUANTO ANTES : NO VOY A SUPERAR LO DE S AM
jamás.
Y eso es algo que se hace evidente en el momento que me bajo de mi camioneta y veo su
Honda ahí aparcado. Se me ha acelerado el pulso solo con eso y empiezo a recorrer el parque con
la mirada, los jardines más cercanos al aparcamiento, para ver si lo veo.
Joder, estoy perdido.
Steven también se baja del coche y se acerca a mí con la pelota. Me está diciendo algo, pero
ahora mismo su voz es como un ruido de fondo ensordecido por completo por la voz en mi cabeza
que me está diciendo que ver a Sam tan pronto es muy mala idea y, al mismo tiempo, me pide que
me apresure y lo encuentre de una vez.
Al primero que veo es a Jeremy. Está hablando con Simon, que se está quitando la chaqueta.
Con ellos hay una chica con coleta, pantalón corto y camiseta. Lleva unos calcetines hasta la
rodilla y, aunque está de espaldas, creo que sé de quién se trata.
Mientras corro hacia donde están, el aire me trae fragmentos de su conversación:
—Termina de poner los conos y empezamos.
Bajo el ritmo y me acerco a ellos caminando.
—Ey, Jeremy…
Y es entonces cuando lo veo.
Está a unos cincuenta metros. El sol de media tarde se refleja en su pelo, que es castaño claro
otra vez, y una ráfaga de aire hace que se le pegue la camiseta a la espalda.
Está señalando hacia el campo de fútbol improvisado y hablando con… ¿Es esa Carole?
¿Qué está pasando aquí?
Vuelvo a mirar a Jeremy que, por cierto, está evitando mi mirada. Estoy a punto de sacar mi
tono de profesor y exigir una explicación cuando, por el rabillo del ojo, veo que Sam se da la
vuelta.
Me ha visto. Lo sé. Su cuerpo se tensa y deja de atender a lo que sea que Carole le esté
diciendo.
Lo miro de nuevo, pero esta vez no puedo apartar los ojos de él.
Y él tampoco puede apartarlos de mí.
Miro hacia abajo y veo la camiseta que lleva puesta. La reconozco de inmediato. Mi camiseta
de «Mantén la calma y apechuga con lo que te echen».
Tengo un nudo en la garganta del tamaño de un balón de fútbol. Ver a Sam es… Verlo con algo
mío… me alivia un poco el dolor, pero, a la vez, lo hace aún peor; ahora los pinchazos son
constantes, pero menos intensos.
—¡Ey, venid aquí! —grita Jeremy a sus padres rompiendo mi conexión con Sam.
Steven llega a mi lado y le lanza la pelota a Jeremy.
—Qué mal, ojalá pudiera jugar —le dice.
Jeremy pone los ojos en blanco.
—Hoy te toca ser árbitro.
Simon se acerca a Steven y le da un ligero puñetazo en el brazo.
—Nada de pelotas hasta que tu pie esté mejor. —Un silencio sepulcral se extiende en el grupo
y tengo que tragarme una carcajada. Simon niega con la cabeza antes de añadir—: Esto… lo que
quería decir… Eso no era lo que quería decir.
—¡Eso espero! —susurra Steven, pero creo que todos lo oyen y la risotada que suelta Jeremy
es prueba de ello.
Simon se queda mirando a Steven, que se ha puesto rojo como un tomate, antes de agarrarlo
del brazo y apartarse un poco con él.
—Creo que tú y yo tenemos que hablar un segundo —le dice Simon con voz temblorosa.
Carole y Sam se ponen cada uno a un lado de Jeremy, que empieza a lanzar el balón hacia
arriba y a cogerlo al vuelo con un brillo malévolo en los ojos. Tengo que averiguar qué se trae
entre manos.
Pero no ahora mismo, porque justo ahora Suzy se acaba de aclarar la garganta, dirigiéndole a
Jeremy una mirada muy significativa mientras inclina la cabeza hacia Carole.
Jeremy se pone la pelota bajo el brazo.
—Ah, sí, mamá, papá, Luke: os presento a Suzy.
Suzy nos dedica una gran sonrisa y extiende la mano para que se la estrechemos.
Carole está seria, pero es amable con ella, y me pregunto si esa es la reacción que tendrá
Jeremy cuando por fin conozca a Greg. Sam es más cercano y le dedica una cálida sonrisa, y yo le
digo que es un placer volver a verla y conocerla de forma oficial. Luego, hago una nota mental
para asegurarme de que Jeremy tiene acceso libre e ilimitado a preservativos.
—Venga, vamos a jugar —nos dice Jeremy. Luego, por encima de mi hombro, le da un grito a
Simon—: ¡Cuando acabéis de hablar, poned los conos!
—Vale —le digo haciéndome con el balón cuando, de un rodillazo, lo chuta al aire—.
Cuéntame de qué va todo esto.
Jeremy se encoge de hombros con una expresión inocente que no se cree ni él.
—El aburrimiento es el padre de la creatividad.
—La madre de la creatividad —lo corrijo.
Se lo piensa unos segundos y niega con la cabeza.
—No en este caso.
—A lo mejor hay que castigarte más a menudo —dice Sam.
Jeremy hace como que no lo ha oído, pero yo sonrío ante el comentario.
—Vamos a jugar un pequeño partido de fútbol —dice Jeremy—. Tres contra tres, en dos
tiempos de veinte minutos. —Me mira a mí cuando añade—: El equipo que pierda hace la cena al
otro. Espero que tus viejos y decrépitos huesos estén preparados, Luke.
Lo miro desafiante.
—Oh, sí, lo están. Para ti y para diez más como tú.
Tras unos segundos, me dedica un asentimiento de cabeza y dice:
—Tú, mi padre y mi madre contra mí, Suzy y Simon. La edad contra la belleza. —Señala a
Sam con el dedo—. Él es un paquete. —Entonces, mira a Suzy y le guiña un ojo antes de añadir—:
Pero ella también.
Suzy suelta una carcajada y dice:
—Eso es verdad.
Jeremy le sonríe.
—Tú solo recuerda que no puedes usar las manos.
—Vale, como en la danza irlandesa.
—No, no como en… —Jeremy niega con la cabeza y me mira—. Como ves, estamos igualados
en aptitudes. Mamá es bastante buena, pero papá…
—Oye, dame un voto de confianza, ¿no? —murmura Sam con cara de querer estamparle el
balón a su hijo en la cara—. Por lo menos me sé las reglas.
—Bueno, y tienes a Luke, así que estarás bien. —Jeremy hace una pausa antes de continuar,
como dejando que absorbamos lo que acaba de decir y me pregunto si está intentando perfeccionar
el complicado arte del subtexto. Porque, si es así, le doy un notable alto solo por el esfuerzo—.
¿Tenemos todos claras las reglas?
Miro a Sam y lo pillo mirándome. Aparta la vista deprisa, volviendo a centrarse en su hijo
mientras cambia el peso de un pie a otro.
—Sí, clarísimas —murmura muy bajito.
—Perfecto. ¡Steven! ¡Simon!
Los susodichos se acercan a nosotros corriendo. Están sonrojados y sonrientes, pero parece
que además de hablar han estado siendo productivos y delimitando la zona del parque en la que
vamos a jugar. Hay conos a cada lado señalizando el campo de juego.
Jeremy le quita una moneda a su madre y la lanza al aire.
—Cara —digo antes de que caiga en su palma abierta.
Echa un vistazo y hace un gesto de desagrado.
—Sacáis vosotros.
—Pásame el balón. Y que sepas que la edad siempre vencerá a la belleza.
Me sonríe con suficiencia.
—Dos minutos para establecer estrategias y empezamos —dice agarrando a Suzy y haciéndole
un gesto a Simon para que se una a ellos.
Quiero decirle tantas cosas a Sam… Pero no con Carole delante y no en este momento. Así
que lo que digo es:
—Venga, pues vamos a enseñarle a la chavalada que los treintañeros podemos darles aún
mucha guerra.
—Yo aún no tengo treinta. Todavía me quedan unas horas —contesta, raudo, Sam.
CAROLE SE QUEDA ATRÁS , PROTEGIENDO NUESTRA PORTERÍA.
Jeremy —tan chulo en el campo como de costumbre— se dedica a hacer elaborados juegos de
pies cada vez que alguien se le acerca.
Por suerte, ahora soy yo quien está en posesión del balón. Se lo paso a Sam, que de inmediato
me lo devuelve. Me aguanto la risa y lo chuto de nuevo en su dirección.
—Tranquilo, avanza por el campo sin prisa, dándole pequeños toques.
Da una minipatada a la pelota antes de decirme:
—Cada vez que tengo el balón, Jeremy se me pega como una lapa. Es increíble.
—No te preocupes por él —le digo, aunque esta vez sí se me escapa un poco la risa—. Tú
sigue chutando la pelota. Puedes esquivar a Suzy sin problemas y, cuando la dejes atrás, si
quieres, me la pasas.
Llega a Suzy, pero antes de poder hacer un regateo y esquivarla, Jeremy está ahí, sonriendo. Y
su sonrisa se parece muchísimo a la de uno de esos tiburones blancos de Stewart Island.
—Jo, mierda —dice Sam—. No sé si sería mejor que te pasara el balón y punto.
—Buf, no, eso nos llevaría demasiado tiempo.
Y, dicho eso, Jeremy le roba la pelota y le hace un caño, escapándose con ella hacia nuestra
portería.
Pero ¡tendrá valor el niño!
Salgo corriendo detrás de él y lo marco de cerca. Este tiburón en concreto no me da ningún
miedo.
—Vas a pagar por lo que acabas de hacer.
—Oh, mira quién ha venido al rescate. ¿Has venido a quitarme el balón para devolvérselo a
él?
—Pues mira, sí.
Sé cómo va a fintar, así que me adelanto a sus movimientos y le quito la pelota. Con una
patada de talón se la paso a Carole. Ella se la pasa a Sam, pero, por desgracia, Suzy llega antes.
Entonces, Jeremy me dice bajito:
—Me alegro de ver que, al menos aquí, luchas por él. —Me mira durante unos instantes y
luego sale corriendo hacia Suzy mientras le grita—: ¡Por ahí no! ¡Por ahí no!
Y es que Suzy va disparada y directa a su propia portería.
Simon, que está mirando hacia la banda, casi deja que Suzy le pase por delante sin darse
cuenta.
—¡Ojos en la pelota, Simon! —grita Jeremy—. ¡En la de fútbol!
Sam y yo nos detenemos al oírlo y sé que ve la risa en mis ojos igual que yo la veo en los
suyos. Luego, me mira de arriba abajo y se sonroja.
Y no sé cómo tomármelo, la verdad. ¿Tendría Jeremy razón en lo que me dijo? ¿Podría ser que
Sam simplemente aún no se haya dado cuenta? ¿Podría él…? ¿Podría…?
Pensar así me puede llevar a otro desengaño.
Steven pita el final del primer tiempo y todos nos acercamos a la banda a descansar cinco
minutos. Carole nos sorprende con una mininevera con agua y algunos aperitivos.
Cojo una botella de agua y me la bebo y, aunque su frescor me despeja la garganta, la cabeza
no me la despeja ni un poquito.
Sam coge a Jeremy y lo separa del grupo. Como tengo muchísima curiosidad por saber qué se
traen entre manos, me acerco con disimulo para ver si puedo escuchar algo.
—No sé cómo se supone que esto va ayudar a que no se mu…
Jeremy lo corta a mitad de frase:
—Ya lo verás. Tengo que salvar a Suzy de mamá.
—Pero…
Jeremy ya se está yendo hacia Suzy, pero le dice por encima del hombro:
—Tú solo disfruta del partido, papá. Querías practicar algún deporte antes de cumplir los
treinta, ¿no?
—¿Qué? ¿Cómo sabes…?
Pero entonces Steven hace sonar el silbato, anunciándonos que va a empezar el segundo
tiempo, y Sam empieza a caminar hacia el centro del campo. Cuando me ve, me dice:
—Mi hijo está maquinando algo. Y cuando acabe el partido, tú y yo tenemos que hablar.
Jeremy está enseñándole a Suzy cómo marcar un gol y cuando ella logra colar la pelota entre
los conos, la levanta en el aire y la felicita.
Cuando ya casi estamos acabando esta segunda parte, le robo el balón a Jeremy y hago una
carrera hasta la portería, marcando gol. Sam da un salto de alegría y, durante unos segundos,
parece que me va a pasar los brazos por el cuello y a darme un abrazo, pero, me termina chocando
los cinco.
—¡Sí! ¡Los treintañeros sí teníamos mucha guerra que dar!
Le guiño un ojo y le digo:
—¿Qué ha sido de lo de que aún no tienes treinta?
Se sonroja.
—Me queda muy poco.
Volvemos a nuestras posiciones en el campo. Jeremy tiene el balón, pero un mal pase hace que
nos hagamos con él de nuevo. Sam se la pasa a Carole que la coge murmurando algo tipo: «Te voy
a dar yo a ti edad». Y, nada más decirlo, sale corriendo hacia el centro del campo. Regatea un par
de veces y finta hacia Sam, como si fuera a pasarle la pelota, pero lanza a portería y marca un gol.
Todo pasa tan rápido que durante unos segundos todos nos quedamos en silencio, alucinados.
Y, entonces, se oye a Jeremy decir:
—¡Pero bueno, mamá! Ahora sé de dónde me viene el talento.
—¡Oye! —se queja Sam, pero su ceño fruncido desaparece enseguida y da paso a una sonrisa
—. Bien jugado, Carole.
Estamos en los últimos cinco minutos de juego y Jeremy no para de mirarse el reloj. Está tan
poco concentrado en el partido, que es fácil robarle el balón.
—Me parece a mí que la próxima vez seré yo quien te pida que prepares tus viejos y
decrépitos huesos —le digo.
Eso consigue picarlo y lo siguiente que ven mis ojos es a él tirado en el suelo con la pierna
estirada y quitándome la pelota.
Simon logra llegar a tan arriesgado pase y va hacia la portería, pasándole el balón a Jeremy
justo antes de entrar en la zona de meta.
Sé lo que va a pasar, lo veo con total claridad: Jeremy marcará un gol con una facilidad
asombrosa y empataremos a dos. Me preparo.
Pero no es eso lo que pasa.
Jeremy falla. Un gol sencillísimo. Uno que hubieran marcado hasta Suzy o Sam.
Steven pita el final del partido.
Hemos ganado.
Y esta vez Sam sí que me rodea con sus brazos para celebrar nuestra victoria. No seré yo
quien le diga que creo que el partido puede que haya sido amañado. Cuando Carole se nos acerca
la incluimos en nuestro abrazo de equipo y soy consciente de cómo el contacto lleno de intensidad
de Sam se vuelve impersonal y distante en cuestión de segundos.
—Oh, Dios mío —dice Jeremy gesticulando con los brazos—. ¡Hemos perdido! —Su
decepción es tan fingida que parece hecha con Photoshop—. Supongo que eso significa que
Simon, Suzy y yo tendremos que cocinar. —Me mira—. La cena estará lista en una hora. No vale
ir a tu casa hasta entonces. —Luego, para su padre, añade—: Quédate con Luke y asegúrate de que
llegue a tiempo. —Hace una pausa de unos segundos—. No querréis que se os quede frío el
Shepherd’s pie, ¿verdad?
Sam asiente y se separa del abrazo grupal.
—¿Te quedas con nosotros? —le pregunta a Carole. Hay algo en su tono… No sé, puede que
esté equivocado, pero me da la impresión de que no quiere que se quede.
—No, no —dice Carole sonriendo—. Yo… eh… Le prometí a Greg que lo llamaría. Sí, eso,
Greg. Os veo luego allí. En una hora, ¿no, Jeremy?
Jeremy me mira primero a mí y luego a su padre.
—Sí, una hora. Yo creo que será tiempo suficiente.

—NO HA SIDO NADA SUTIL — DICE S AM ENTRANDO EN MI CAMIONETA Y SENTÁNDOSE EN EL ASIENTO


del copiloto—. Se le ha notado que quería que estuviéramos juntos. —Suspira—. Sé que odia que
tú y yo estemos mal, que llevemos una semana sin quedar. —Tiro de mi cinturón y lo engancho con
un clic. Me apoyo en el reposacabezas y miro hacia el campo, reviviendo el juego. Sam añade
muy bajito—: Y yo también.
Lo miro. Tiene el ceño fruncido y las manos formando puños sobre su regazo. Le tiembla un
poco el labio inferior, como si quisiera añadir algo más.
Joder. Quiero acercarme a él, agarrarle la barbilla, levantarle la cara y besarlo.
Luchar. Sí. Quiero luchar por nosotros.
Pero, al segundo, me lo replanteo, porque creo que no me atrevo, que no estoy preparado para
que me rechace de nuevo.
—Bonita camiseta —le digo agarrando con fuerza el volante con la mano izquierda mientras
giro la llave en el contacto con la derecha, arrancando—. ¿Qué tal si damos una vuelta en coche?
—La metí sin querer en mi maleta antes de irnos de Stewart Island. Me gusta. —Ladea la
cabeza y creo ver, aunque puedo estar equivocado, que huele la camiseta antes de añadir—: Un
paseo en coche me parece estupendo. ¿Vamos a la bahía?
Estamos callados hasta que llegamos a la carretera de la costa. Sam se frota las palmas de las
manos contra los muslos.
—¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos aquí?
—Sí. —Me aclaro la garganta—. Me dijiste que querías que enseñara a Jeremy a conducir.
Sam deja de pasarse las manos por los pantalones y cambia de postura.
—¿Cómo puedes decirlo así, como si nada, cuando estás planeando mudarte?
—¡¿Qué?!
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—Perdona, pero ¿qué? ¿Quién te ha dicho que voy a mudarme?
—Jeremy. Me lo ha dicho esta tarde y me ha pedido que lo ayude a evitarlo. De alguna forma,
jugar contigo al fútbol ayudaba a la causa. Lo que no sé es cómo, así que ni me preguntes.
Frunzo el ceño. Pero ¡será metomentodo el niño! ¿Por qué haría…?
Salgo de la carretera y, como la otra vez, me detengo en una de las áreas de cambio de sentido.
Apago el motor y empiezo a reírme, negando con la cabeza. Pero cada carcajada me deja más en
carne viva por dentro.
«Como tú decidiste no pelear, lo está haciendo él por ti».
No sé si quiero abrazarlo o darle una buena patada en el culo.
—Es bueno oírte reír —me dice Sam abriendo la guantera, más por costumbre que por otra
cosa; me da la impresión de que lo hace porque está nervioso, no porque quiera un caramelo de
menta—. Si me lo cuentas, a lo mejor me río contigo…
—Es una artimaña suya —le digo girándome hacia él y abriendo el compartimento donde
tengo los caramelos. Cojo uno y le quito el papel—. No me voy a mudar. —Le doy unos segundos
para que procese lo que le acabo de decir y le paso el caramelo. Lo coge, pero no sé si es
consciente de hacerlo. Sigo hablando—: Sabe lo que siento por ti, Sam. Parece que lo sabía
incluso antes que yo. Vino a verme el otro día y le conté que cuando estuve en Auckland fue
cuando… cuando me di cuenta.
Espero unos instantes. Sam suspira.
—Así que, ¿no te vas a mudar?
—No.
—No te mudas —repite para sí mismo—. No te mudas. —Deja el caramelo en el salpicadero
y, con dedos temblorosos, se quita el cinturón y abre la puerta.
—¿Sam?
Por la ventana veo cómo rodea el coche y va hacia la parte de atrás.
Vuelvo a llamarlo, quitándome yo también el cinturón y saliendo del coche.
—¿Sam? —Me lo encuentro agarrado a la barra metálica del maletero, medio agachado. Está
temblando y una especie de llanto, o una fuerte necesidad de vomitar, parece recorrerle el cuerpo
de pies a cabeza—. Joder, Sam, ¿estás bien? —Lo atraigo a mis brazos y lo pego contra mí. Él me
agarra como si yo fuera el único motivo por el que está anclado al suelo.
—Es como… si estuviera cayéndome. Y no puedo parar.
No sé qué quiere decir. Le acaricio el pelo y odio no poder decirle más que las típicas
palabras de consuelo:
—Ey, venga, todo va a estar bien.
—Es que eres tú. Solo tú —dice una y otra vez—. Lo supe en cuanto Carole me lo dijo. Solo
tú.
Me muevo para que una de sus piernas quede entre las mías, para atraerlo más contra mi
cuerpo, para que sepa que lo tengo bien sujeto. Su respiración se ralentiza, pero no suelta su
férreo agarre sobre mí. Nos giro a ambos de tal manera que su espalda quede contra la parte
trasera de mi camioneta y la brisa que trae consigo el mar deje de golpearle de forma tan directa.
Echa la cabeza un poco hacia atrás, lo justo para poder mirarme.
—Lo he entendido.
—¿Qué has entendido, Sam?
—He entendido lo que está haciendo Jeremy. —Dirige la vista hacia un lado, hacia el mar—.
Está intentando darme mi propio Auckland. —Niega con la cabeza y me tenso, porque ahora
mismo estoy haciendo equilibrismos en el doloroso pero muy ansiado acantilado de la esperanza
—. Pero… Pero... —Traga saliva y deja caer sus manos por mi espalda. Cierro los ojos mientras
espero a que continúe. Mientras espero oírle decir que, aunque Jeremy lo haya intentado, no hay
un Auckland para él. Y que nunca lo habrá. Noto cómo se le atasca la respiración contra mi
barbilla—. Pero no era necesario. —Al sentir sus dedos en las mejillas, abro los ojos. ¿De qué
está hablando? ¿Qué es lo que acaba de decir? Se acerca y pega su boca a la mía. Un beso suave,
su labio superior deleitándose en el mío inferior—. No era para nada necesario.
Mi mano se pasea firme entre sus omóplatos, subiendo hacia su cuello, donde le doy un
apretón y lo pego más a mí. Absorbo sus palabras en un beso intenso que no quiero que acabe y,
según parece, Sam tampoco.
De hecho, lo que parece es todo lo contrario. Me mete la lengua y la enrosca con la mía.
Busca, lame, succiona…
Ese dolor en forma de nudo en mi interior cambia y se transforma en otra cosa: en miedo. Me
retiro y le acaricio los labios con suavidad. Espero. Espero a que me aparte, a que diga algo que
ponga fin a esto. Le estoy dando una última oportunidad para hacerlo.
Sam también se retira, pero desliza la mano que tiene en mi espalda y me la pasa por los
hombros hasta llegar a mi pecho. Respira hondo y, manteniéndome la mirada, me agarra de la
camiseta y tira de ella atrayéndome hacia él.
—No me sueltes —me dice.
Capítulo Cuarenta Y Uno

SAM

E n algún momento me tenía que soltar, claro.


Y durante todo el camino de vuelta a su casa echo de menos sus manos en mí. No sé
cómo vamos a aguantar toda la cena. Me encanta que Jeremy tenga que cocinar, eso sí, pero es
que, ahora mismo, hasta le levantaría el castigo con tal de que desaparezca, llevándose con él a
sus colegas futbolistas y a su madre.
Luke está como obnubilado. Cierra el coche y nos dirigimos juntos a la puerta principal. No
encuentra la llave entre las varias que tiene y casi se le caen al suelo.
—Joder, cómo resbalan las muy perras.
Al otro lado se oyen voces, risas y pies correteando de un lado a otro.
—Suena a que se lo están pasando demasiado bien ahí dentro, ¿no? —digo—. Mejor entramos
y les aguamos la fiesta.
—O —dice Luke dedicándome una mirada oscura y cargada de deseo que hace que se me
encojan hasta los dedos de los pies—, pueden seguir pasándoselo igual de bien, pero en tu casa.
Cuando se oye el clic de la cerradura y la puerta empieza a abrirse, pongo mi mano sobre la
suya, impidiendo que se abra del todo. Pego los labios a su oído al hablar:
—¿Cómo lo haces que siempre logras leerme la mente? —Llevo mi otra mano a su cintura y la
subo hasta su pecho—. Yo finjo estar enfermo y tú te deshaces de ellos.
Quito mi mano de encima de la suya y la puerta se abre. Entramos y dirijo esa misma mano a
mi tripa, para intentar parar esa sensación como de cosquillas que de repente me invade. Oímos
ruido de pasos en la parte de atrás de la casa.
—Ya estamos en… —se oye, entonces, el portazo de la puerta trasera y, después, silencio—
casa. Eso ha sido un poco raro.
Voy a la cocina, sorprendido al verla limpia y recogida. Es como si nadie hubiera cocinado en
ella. Si no fuera por el rico aroma que flota en el aire, creería que así ha sido.
Luke asiente con un «humm» y se acerca al comedor. 1 segundo después, 2 quizá, le oigo
decir:
—¿Sam? Madre mía, ven a ver esto.
Y eso hago, parándome en seco en la puerta justo detrás de él. La mesa está puesta para 2, con
3 grandes velas en el centro. Sobre una tabla de madera hay una fuente con un Shepherd’s pie que
los chicos deben de haber sacado del horno hace unos instantes, porque aún está humeante. A su
lado: una botella de vino tinto y una tarjeta.
Me cruzo de brazos sin saber si debería negar con la cabeza o sonreír, así que hago ambas.
—Era una artimaña. El partido y todo.
Luke respira hondo y se dirige a la mesa para coger la tarjeta. Me pongo detrás de él para
poder echarle yo también un vistazo. Me mira y, con un asomo de sonrisa, empieza a leer en voz
alta:
—Me quedo en casa de mamá. Sí, ella también estaba en el ajo, ¿cómo creéis, si no, que he
conseguido el vino? Hasta luego. Jeremy.
Luke vuelve a poner la tarjeta en la mesa y, girándose, me coge la mano y enlaza nuestros
dedos. Me da un apretón y tira de mí hacia él.
—Oye, Sam, ¿te apetecería cenar conmigo alguna vez?
—Sí, mucho, me encantaría.
Hace un gesto con la cabeza hacia la mesa, que brilla bajo la luz de las velas.
—¿Qué te parece ahora?
—Bueno, la verdad es que no querría desaprovechar todo ese pelado de patatas que ha
requerido esta receta.
—Vale, pues no hay más que hablar. —Me pasa el pulgar por la palma de la mano—. Espero
que esta sea la primera de muchas citas. —Sus ojos van a mis labios.
—Pero…
—No. —Lleva dos dedos a mi boca, para que no siga hablando—. No me digas que ya hemos
tenido una cita antes. Aquella vez lo único que querías era pasarlo bien y eso era lo que yo quería
darte. Pero, esto… —me dice apretándome más contra él, su olor a nueces tostadas haciéndome
cosquillas en la lengua como si pudiera saborearlo—, esto es de verdad.
Deja caer los dedos de mi boca y se acerca a besarme, pero yo sacudo la cabeza ligeramente
antes de que pegue sus labios a los míos.
—Estás equivocado, Luke. Todo ha sido de verdad. Siete años de verdad, siete años de
nosotros. Me conoces mejor que nadie, confío en ti más que en nadie y eso no es algo sencillo que
pueda pasar de la noche a la mañana. Eso viene de todo el tiempo que hemos pasado juntos, de
todas esas cenas, de todos nuestros viajes… Si una «cita», por definición, significa salir con
alguien para llegar a conocerlo mejor, para ver si dos personas son compatibles entre sí, me
atrevería a afirmar que llevamos unas cien. La única diferencia entre nuestras citas y, digamos, las
citas tradicionales es que he necesitado una centena de ellas para llegar a la parte en la que nos
enrollamos. —Le sonrío—. Hay que ver la paciencia que tienes, Luke. —Entonces sí, acerco mis
labios a los suyos y le rozo con la lengua, presionando un poquito para que abra más la boca. Su
lengua toca la mía y ambos estallamos en llamas. Es demasiado. Ya ni sé si quiero tener esa parte
de la cita donde se cena antes—. Y creo que tengo que empezar a compensarte por ello cuanto
antes.
Mete la cabeza en el hueco de mi cuello.
—Dime que esto es verdad —me dice—. Dime que no lo estoy soñando.
Yo también bajo un poco la cabeza y le dejo un beso en el cuello. El suelo vuelve a abrirse
bajo mis pies y esa sensación de caída libre se apodera de mí. Me agarro más a Luke y él me
aprieta más fuerte. Y, esta vez, no tengo miedo de caerme y romperme. No, esta vez, no.
Contra su piel, en un susurro, le digo:
—Te quiero, Luke. Estoy enamorado de ti.

CENAMOS CON NUESTROS PIES ENLAZADOS BAJO LA MESA. Y, SALVO POR UNAS CUANTAS CARICIAS
aquí y allí, nuestra cena transcurre como cualquier otra: bromeamos, nos reímos, ponemos los ojos
en blanco…
No es hasta que terminamos de recoger y nos sentamos en el sofá, que noto esas cosquillas
descontroladas en mi interior. Es una sensación que lo invade todo, que tira de mí en cada
dirección posible. Y necesito que pare.
Miro a Luke, sentado cómodamente a mi lado, con los pies en la mesita de café, cubierta de
revistas y periódicos. No para de mover las manos a ambos lados de su regazo y yo me quedo
mirándolas unos instantes.
«Esas manos estarían mejor sobre tu cuerpo», dice una voz en mi cabeza.
Cuando levanto la vista me encuentro a Luke mirándome.
—Quiero… Quiero… —Me falla la voz y me muerdo el labio inferior. Luke baja los pies al
suelo y se gira para quedar sentado frente a mí. Lleva el pulgar a mi boca y me libera el labio. Se
acerca y lo succiona con suavidad, cerrando los ojos. Siento esas cosquillas en el cuello, en los
brazos, en las piernas… en todas partes—. Luke —susurro hundiendo las manos en su pelo—.
¿Podríamos darnos una ducha e irnos a la cama?
Luke se pone de pie y me levanta a mí con él.
Cuando llegamos al baño, abre el grifo y yo lo observo desde la puerta, apoyado contra ella,
muriéndome de ganas de acercarme a él y tocarlo de nuevo.
—Vas a ducharte, pero con una condición —me dice mientras el baño empieza a llenarse de
vapor.
—¿Cuál?
—Tienes que estar ahí dentro más de cinco minutos.
Me separo de la puerta y me pongo en frente de él, al lado del lavabo. Nuestros pantalones
cortos y nuestras camisetas se están rozando y, como a cámara lenta, levanto la vista para
encontrarme con su mirada. Unos milímetros más y estaríamos pegados del todo. Su brazo se
curva alrededor mi cintura, atrayéndome hacia él, lo que hace que nuestras piernas, caderas e
ingles se unan. Está empalmado, puedo sentir el contorno de su polla contra la parte baja de mi
abdomen. Yo también lo estoy. Llevo estándolo toda la noche.
—¿Y qué pasa si no puedo esperar tanto tiempo?
Algo brilla en sus ojos antes de contestar:
—Sí puedes esperar tanto tiempo. No me voy a ir a ninguna parte.
Levanto los brazos por encima de la cabeza.
—Desnúdame.
Noto sus dedos cálidos contra la piel mientras me quita la camiseta. Ya estaba descalzo, así
que lo único que tiene que quitarme son los pantalones y el bóxer. Me acaricia la zona de la
cinturilla, provocándome.
—Qué pena que te hayas quitado el piercing del pezón.
Me estremezco ante su toque.
—Puedo volver a ponérmelo.
Baja la boca hasta mi pezón y lo muerde. Sus caricias son suaves como una pluma y, al mismo
tiempo, muy firmes. Entonces, mete los pulgares en el elástico de mis pantalones y me los baja
hasta los tobillos junto con el bóxer. Salgo de ellos, muy nervioso de repente, porque me siento
muy expuesto. Quiero cubrirme, pero Luke me agarra las muñecas y las mantiene a cada lado de
mi cuerpo, dejando un beso en mi mandíbula y unos cuantos más en el cuello.
—Eres una preciosidad, Sam.
Un poco a regañadientes, se separa de mí y da un paso atrás.
—A la ducha —me dice—. Voy a traerte una toalla.
Me meto en la ducha. El agua está caliente, a la temperatura perfecta, y cae con fuerza sobre
mi espalda y mis hombros. Cojo el gel, el champú y, luego, el acondicionador. Termino todo el
proceso en pocos minutos. Me muero de ganas de estar con Luke. Y no es solo mi polla, soy todo
yo, es algo más profundo.
Cierro el grifo y empiezo a salir…
Luke está ahí, sentado sobre la tapa del váter, con varias toallas en el regazo. Niega con la
cabeza y se levanta, dejando las toallas a un lado.
—Te dije que no me iba a ir a ningún lado.
—Es que… no podía aguantar tanto, de verdad. ¿Me pasas una toalla?
Luke se quita la camiseta.
—No —me contesta quitándose los pantalones y la ropa interior.
Mi polla se sacude ante semejante vista. Ante los músculos de su pecho, su abdomen, sus
piernas, su culo… Trago saliva y mi mente vuela a aquel momento en su sofá, después de aquella
cita. «Te llenó la boca, te metió la polla en ella y se la chupaste».
¿Qué se sentirá cuando me llene en otros sentidos? Los músculos de mi culo se contraen de
solo pensarlo.
Me agarra por los hombros y me empuja de nuevo hacia la ducha diciendo que no ha sido lo
suficientemente larga. Mi espalda choca contra la pared, el cuerpo de Luke presionándome contra
ella. Abre el grifo con una mano y ni se inmuta cuando un chorro de agua fría le cae encima.
Yo sí hago un aspaviento y eso hace que nuestros pectorales se peguen más y nuestras pollas se
froten juntas. Lleva una mano a mi mejilla y me acaricia.
—Quiero dártelo todo —me dice—. Todo lo que siempre has querido y no has podido tener.
El agua cae ahora como lluvia por encima de nuestras cabezas y, al parpadear, las gotas se
deslizan por mis pestañas.
—Llevas todo este tiempo haciéndolo. —Levanto las caderas, despacio, acercando más mi
polla a la suya. Cuando hablo, mi voz es un susurro—: Ahora mismo, lo único que quiero es a ti.
—Lo miro a él, luego miro la alcachofa de la ducha y, después, bajo la vista para mirar cómo las
gotas de agua caen sobre su culo—. ¿Puedes enseñarme cómo?
Tiembla y deja caer las manos, cogiéndome las mías y llevándolas contra los fríos azulejos de
la pared. Me besa y, mientras su lengua me explora la boca, con nuestros dedos enlazados, me
levanta las manos hasta dejarlas por encima de mi cabeza. Me da un apretón antes de cruzarme las
muñecas y agarrármelas con una sola mano.
Su otra mano sube por mi brazo, llega al codo, al hombro y la lleva hasta mi pecho, haciendo
una pausa en el pezón. Luego, sigue acariciándome con suavidad, recorriendo toda mi piel.
Extiende el brazo para llegar a la repisa que hay en una esquina de la ducha y coge una pastilla
de jabón. La rompe en dos contra la pared; una mitad cae al suelo de la ducha y Luke la aparta con
un pie.
Con lo que le queda en la mano, recorre mi piel haciendo círculos. La punta del jabón es dura
pero lisa y se desliza con suavidad por mi cuerpo. Luke la mueve por mi pecho dibujando ochos
cada vez más pequeños hasta que el único movimiento es una fricción deliciosa contra mis
pezones.
Jadeo y me contoneo, tratando de liberar mis muñecas, pero Luke no me deja, afianzando su
agarre. Y creo que lo hace porque sabe que si me suelta me voy a deshacer y no seré más que un
enorme charco en el plato de ducha.
Acerca su nariz a la mía y la acaricia y, tan pronto como lo hace, dejo de forcejear y vuelvo a
apoyar los brazos contra la pared, rogándole en silencio que siga. Que siga tocándome.
Pero lo que me hace es una pregunta, un susurro sobre mi boca y mi barbilla:
—¿Qué quieres?
Dejo salir el aire de forma temblorosa.
—Te quiero dentro de mí. Y así te tendré «dentro» de todas las formas posibles, porque solo
te queda esa. —Se le escapa un gemido. Añado—: Pero ¿qué es lo que tú quieres?
Me mantiene la mirada.
—Quiero mudarme. —En un momento de pánico, tiro para liberarme de su agarre. Pero Luke
me tiene bien sujeto y me presiona con su fuerte cuerpo—. Sam, escúchame.
—Pero yo creía que…
—Quiero mudarme contigo. Los tres juntos. Quiero que compremos una casa. Quiero que
compartamos una cocina, un baño, un salón… una cama. Quiero hacerme cargo de las facturas
mientras estudias y que la semana que le toca a Jeremy estar contigo, se quede con ambos, en
nuestro hogar. —Un temblor me recorre el cuerpo y él es la fuente—. Quiero que seamos una
familia. —La sensación de caída libre se intensifica y me pierdo en todas las emociones que me
invaden. No soy consciente de estar llorando hasta que oigo la voz de Luke—: Ey, cielo, ¿estás
bien? ¿Esto está yendo demasiado deprisa para ti?
El término cariñoso hace que algo haga clic en mi interior. Niego con la cabeza con
vehemencia y le digo:
—No, no está yendo deprisa. Es que necesito más de ti.
Su beso tiene un punto dominante que llama y despierta todos mis sentidos. La polla se me
endurece aún más y todo me parece más intenso.
Luego, jabón en mano, Luke empieza a acariciarme el pecho y sigue bajando por mi abdomen,
siguiendo el rastro de vello que lo lleva hasta mi polla. Me sacudo ante el contacto y me sacudo
aún más cuando noto el jabón acariciándome la punta.
Colocando la pastilla de jabón en el centro de la palma de su mano, me agarra la polla.
Contengo la respiración y cuando empieza a masturbarme a un ritmo lento y tortuoso, pego la
cabeza contra la pared y gimo. Miro mis manos, esposadas dentro de la suya, y un escalofrío me
recorre de pies a cabeza; escalofrío que se multiplica cuando, con el pulgar, empieza a
acariciarme el interior de la muñeca al mismo ritmo que me acaricia la polla.
Y, cuando creo que ya no puedo más, que voy a explotar, Luke se detiene. Me aprieta la
muñeca con el pulgar y yo bajo la vista para mirarlo.
—Eres tan, tan sexi —me dice. Su deseo es tan evidente que le traspasa la piel y lo veo de
forma tan clara como las gotas de agua que se deslizan por su cuerpo.
Me estremezco al oír sus palabras. Nadie me ha dicho algo así antes y es un subidón
escuchárselo decir a Luke. Él, que tiene el cuerpo perfecto.
—Nada comparado contigo. Siempre he querido tu cuerpo. —Me sonrojo porque, mirando
atrás con ese comentario en mente, es cierto que mi atracción por él era obvia. Pero parece que no
me permitía a mí mismo ver más allá de esa distancia física que nos habíamos impuesto —. Y
puede que cada vez que te he dicho eso en estos años, quisiera decir otra cosa.
Luke se acerca para darme otro beso y, agarrándose la polla con la mano, la arrastra contra
mis huevos. Aprieto los músculos del culo y me arqueo contra él.
Noto cómo la punta de la pastilla de jabón hace círculos contra mi muslo, subiendo cada vez
más y acercándose a mi culo. Luke finaliza el beso y me desliza el jabón más allá, sobre uno de
mis glúteos, dibujando una línea recta con él que va desde la base de mi espalda hasta la parte
más alta del muslo.
Luke me tantea con la mirada, haciéndome una pregunta silenciosa. Suaviza el agarre en mis
muñecas y yo le respondo dándome la vuelta. Apoyo los antebrazos contra los azulejos, dejando
un hueco entre la pared de la ducha y mi cuerpo. Quiero que Luke me sujete de nuevo, así que
cruzo las muñecas por encima de mi cabeza, esperando que entienda lo que necesito.
Lo entiende, porque tan pronto como tengo las manos en posición, me las agarra. Me deja
suaves besos por la espalda, por la nuca, por el cuello. Y el jabón sigue el rastro de esos besos
hasta que empieza a bajar con dolorosa lentitud hacia mi culo.
Noto los dedos de sus pies contra el talón, noto cómo los encoge y relaja mientras gotas de
agua caliente resbalan desde su cuerpo hasta la parte trasera de mis muslos.
—¿Tienes frío? —me pregunta.
No, no tengo frío.
—Todo lo contrario —le digo.
Su suave risa hace que se me erice el vello de la nuca.
—Dime si hay algo que no te gusta. Dime si quieres que pare.
—Créeme cuando te digo que parar es lo último que tengo en mente ahora mismo. Y no soy
ninguna florecilla, puedo soportar un poco de dolor… —El jabón se desliza entonces por la raja
de mi culo y Luke acaricia con él mi entrada y baja hasta los huevos. Me palpita la polla y me
empujo hacia él—. Sí, quiero más de eso.
Vuelve a subir el jabón, creando un camino resbaladizo entre mis nalgas. Hace una parada en
mi entrada y cuando me oye gemir, gira con delicadeza la pastilla de jabón haciendo que la punta
se cuele en mi interior. Me está provocando y es una gozada. Necesito mucho más.
Luke apoya un muslo contra la parte trasera del mío y siento su erección contra el lateral de
una de mis nalgas. Me besa el hombro, mordisqueándome, y deja caer el jabón para meter un dedo
en mi interior. Mi polla da una enorme sacudida, ojalá estuviera más cerca de la pared para poder
frotarme contra ella.
Arriba y abajo, arriba y abajo, Luke me trabaja con su dedo.
Después del siguiente «arriba», sale del todo. Pero solo para abrirme con dos de sus dedos.
Doy un grito de lo profundo que los siento, pero no es un grito de dolor, es porque me siento bien,
porque sentir a Luke tocándome de esta forma parece lo más correcto y natural del mundo. Es un
grito que significa «gracias», pero multiplicado por cien. Es un «gracias» muy grande, un
«gracias, Luke, por hacerme sentir tanto y de forma tan intensa, por hacerme sentir como nunca
antes me había sentido».
Me pierdo cada vez que entra en mí y mi mente se ve inundada de imágenes de nuestro futuro
juntos; de volver a nuestra casa, a él, y encontrarlo haciendo la cena; imágenes de él
preguntándome cómo me ha ido el día; de nosotros, como una familia; de levantarme cada mañana
y que lo primero que vean mis ojos sea la sonrisa de doble hoyuelo de Luke.
—No hay números —me oigo murmurar—. No hay números que describan lo bien que me
siento ahora mismo. Lo bien que podemos estar juntos.
Luke deja de mover los dedos y embiste contra mí, presionando su polla contra mi nalga. Se
aleja y la cascada de agua sobre nosotros pasa a ser un goteo.
Pegando su torso a mí, me susurra al oído:
—Ahora sí que estamos listos para salir de aquí.
Me saca con él de la ducha y nos seca a ambos con una toalla. Agarrándome de la mano, me
conduce fuera del baño. Aún puede olerse nuestra cena y la sensación de «hogar» hace que se me
acelere el corazón.
Me lleva hasta su cama y yo me siento en ella mientras él coge un preservativo de la mesilla
de noche y lo lanza sobre el colchón. Miro el condón y, luego, la enorme cama que, hasta ahora,
solo había sido una simple cama, la cama de Luke. Con su cabecero de latón, la lámpara haciendo
juego en la esquina junto a una silla en los mismos tonos. Todo muy bonito y cómodo…
Pero ahora…
Trago saliva al imaginarme agarrándome a los barrotes del cabecero mientras Luke me toma
con todo su ser.
Me llevo la mano a la polla, pero Luke me agarra y me arrastra hacia el centro de la cama con
él. Me pongo bocabajo, asegurándome de que estoy cerca de esos barrotes.
—Cuando nos mudemos —le digo mientras él se sienta a horcajadas sobre mis muslos y se
pone el preservativo—, nos llevamos esta cama.
Oigo un suspiro y siento algo frío entre mis nalgas. Luke desliza los dedos por lo que supongo
que es lubricante, haciendo círculos en mi entrada. Luego, se coloca encima de mí como hizo en
Stewart Island, sus manos firmes acariciándome la espalda y los brazos mientras baja todo el peso
de su cuerpo sobre el mío. Mueve las caderas de modo que su polla quede entre mis glúteos y
puedo notar que él también se ha embadurnado de lubricante. Unimos las manos, enlazando
nuestros dedos y Luke me da un apretón.
—¿Eso es un sí? —me pregunta.
—Sí, por supuesto que sí.
Se estira para darme un beso en la boca y su polla se sumerge más en mi pasaje. Se empieza a
frotar contra mí, cada vez más y más cerca…
Su erección acaricia mi entrada y yo contraigo los músculos para retenerlo ahí. Presiono
contra él, haciendo que suelte un gemido largo e intenso mientras se desliza por mi piel.
Libero mis manos de las suyas, las meto por debajo de la almohada para llegar al cabecero y
abro más las piernas, lo que hace que Luke agarre las sábanas con fuerza.
Aparto las almohadas a un lado para poder agarrarme mejor y que mi cuerpo dibuje una
especie de equis sobre la cama y, al hacerlo, mis dedos rozan algo de papel.
Me aferro a los barrotes y miro lo que sea que he tocado. En cuanto lo veo, sé lo que es y el
nudo en mi garganta se aprieta más, tanto que casi no puedo ni tragar.
La punta de la polla de Luke roza mi entrada de nuevo y me arqueo contra él, necesitando que
entre en mí, necesitándolo… ya.
Con urgencia.
Entonces me penetra. Lo noto grande, noto que me llena y la forma en la que me estira quema,
pero… no es del todo desagradable. Luke respira con dificultad, tratando de no moverse.
—Estoy bien —le digo mirando el papel otra vez—. Quiero hacer esto. Contigo.
—Yo también quiero. No sabes cuánto.
Empieza a moverse con cuidado, entrando en mí poco a poco. Me deja un beso en la base de
la nuca y empieza a entrar en mí en cortas estocadas, para que me vaya acostumbrando a su
tamaño.
Con cada embestida, mi polla se frota contra la cama y tengo que agarrarme más fuerte al
cabecero para poder hacer frente a las olas de placer y dolor que se entremezclan entre sí.
Pronto el dolor disminuye y mi polla empieza a gotear líquido preseminal, mojando las
sábanas.
—Usa la fuerza, Luke.
—Qué ocurrente.
Entonces, acelera sus envites, entrando en mí en estocadas cada vez más largas, sujetando todo
su peso sobre los brazos, que tiene apoyados a ambos lados de mi cabeza, y dejando que la
suavidad de sus movimientos poco a poco se convierta en algo más carnal, más… posesivo.
Sus huevos golpean contra mi culo cada vez que entra en mí y cada una de sus embestidas es
una mezcla de dolor y de intensidad abrumadora, que se multiplica cada vez que me roza la
próstata.
Apoyo mis pies contra los suyos, haciendo fuerza contra ellos, al ritmo de sus envites. Es
como si cada parte de mi cuerpo, cada una de mis terminaciones nerviosas, estuviera a punto de
explotar, y no creo que pueda aguantar mucho más tiempo. Aparto la vista del papel y entierro la
cara en el colchón, porque estoy a punto de colapsar, porque estoy tan envuelto en esta fusión de
sexo y amor, tan al límite, que estoy a dos embestidas de acabar.
—Luke, voy a…
—Joder, yo también.
Me la mete hasta el fondo, haciendo un movimiento circular de caderas y empezando a
moverse con fuerza, con estocadas cortas y aceleradas que hacen eco por todo mi cuerpo.
Dejo salir un jadeo y Luke me acompaña con uno suyo. Se tensa y su polla palpita en mi
interior haciendo que yo también empiece a correrme, amortiguando mis gritos contra las sábanas
y notando el filo del papel contra la frente mientras hundo la cara contra el colchón.
Luke cae sobre mi espalda, su cuerpo resbaladizo por el sudor, su respiración acariciándome
el pelo y la nuca. Me da un dulce beso poniendo fin a la última ola de placer que ambos estamos
montando. Luke sigue dentro de mí y, en parte, me encantaría que se quedara así. Si no fuera por el
desastre de las sábanas mojadas que tengo debajo, esta postura sería perfecta. Luke encima de mí.
Dentro de mí.
—Eres precioso y sexi y por fin estás conmigo —me dice antes de mordisquearme el hombro
y quitarse de encima.
Me trago un suspiro de decepción al notar cómo se aparta de mí.
Oigo cómo se quita el condón y luego siento su mano en la espalda.
—No te muevas. Ahora traigo algo para limpiarte.
Aunque ya no tiene sus dedos en mi piel, yo noto su fantasma, los restos de sus caricias sobre
la espalda. Me quedo en la misma postura hasta que lo oigo volver y, entonces, me pongo de lado.
El charco en las sábanas es grande y pegajoso.
Él rodea la cama, se sienta en el borde y me da un golpecito en el hombro para que me ponga
bocarriba. Obedezco y él me limpia con suavidad con un paño caliente y húmedo.
—La cama se ha llevado la peor parte.
—No pasa nada. ¿Te puedes levantar un momento?
Cuando lo hago, Luke quita la colcha y la tira a nuestros pies. Va a decir algo, pero se calla.
Algo ha llamado su atención. Sigo la dirección de su mirada y veo el papel junto al cabecero.
Noto cómo traga saliva. Me mira.
—Yo… Yo solo quería… —Trata de darme una explicación, pero yo no la necesito.
Doy un paso adelante, pisando la colcha, para ponerme frente a él. Levanto una mano para
agarrarle la cara y niego con la cabeza.
—Lo entiendo. Me preguntaba dónde había puesto la lista, creí que la había perdido, pero…
La has tenido tú todo este tiempo, ¿verdad? Antes incluso de que te hablara de ella, ¿no?
Ladea la cara para darme un beso en la palma de la mano y con la boca aún contra mi piel, me
dice:
—La tengo desde antes de irme a Auckland. La he llevado conmigo casi cada día desde
entonces.
Asiento y, luego, dudo.
—¿Jeremy lo sabía? —pregunto.
—Se enteró hace poco. Encontró la lista un día que vino a verme. Cuando yo estaba intentando
superarlo. Y, bueno, como puedes ver, fracasé en mi propósito.
—Y no sabes cuánto me alegro. Esta lista…, ¿es el motivo por el que no parabas de
preguntarme si quería jugar al Tabú?
Luke se sonroja.
—Llegó un momento en el que estaba tan esperanzado que pensé que si hacíamos algo juntos te
darías cuenta de lo que podríamos tener. Y por eso sugerí que experimentaras conmigo. Pero, al
mismo tiempo, sabía que era muy mala idea, sabía que podía acabar hecho polvo.
—Y eso fue lo que pasó. Te hice daño. Mucho. Y lo siento. —Hago una pausa—. Pero si te
sirve de consuelo, parece que tu plan funcionó. No paraba de repetirme que todo se debía a la
emoción de que era algo tabú, pero lo que pasaba en realidad es que me encantaba estar contigo.
Así de cerca de ti… Tan cerca como ahora.
Luke me quita la mano de su cara, la baja y enlaza nuestros dedos. Me acaricia el dorso con el
pulgar.
—No quiero que lo que hacemos juntos te parezca algo tabú. No quiero que vuelvas a pensar
algo así. Quiero que cada vez que te lleve a nuestra cama y exploremos nuestros cuerpos, hagamos
el amor o simplemente follemos, lo veas como lo que es. Como que siempre has podido contar
conmigo y siempre podrás. No es, ni lo ha sido nunca, algo tabú o prohibido. Esto somos nosotros.
Esto es lo más natural del mundo.
Le doy un apretón en la mano y asiento, demasiado afectado para poder hablar.
Me acerco a él y lo beso. Luego me aparto y me subo a la cama para coger la lista. De
rodillas, me muevo hacia él, las sábanas enredándose entre mis piernas según avanzo. Leo la lista
en voz alta:
—Leer los libros que tenía que haber leído en el colegio: hecho. Pasar una noche entera
bailando: hecho. Tener resaca, ponerme gafas de sol y comer pastelitos de carne: hecho.
Ahora sé por qué ese día supo qué era lo que necesitaba exactamente. «Hizo que tuvieras lo
que querías. Consiguió que hicieras todo lo que había en la lista».
Bueno, casi todo.
Hago una pausa a mitad de la lista. En una línea que tiene un tic que no debería tener.
Lanzo el papel a la cama.
—Da igual lo muchísimo que te esforzaras para que consiguiera todo lo de esa lista, porque no
puede ser, ahora hay algo que es imposible que pueda pasar.
—¿Qué es lo que no…? —Su mirada busca el reloj. Son las diez de la noche—. Nos quedan
dos horas, puede que…
Me acerco a él, le paso una mano por el cuello y lo atraigo hacia mí para besarlo.
—Es imposible. Lee la sexta línea. Sabrás por qué.
Lo hace y veo otra vez ese algo en su mirada. Eso que me llamó la atención el día que Luke
volvió de Auckland.

«Tontear, divertirme, no enamorarme».


Capítulo Cuarenta Y Dos

JEREMY

E stamos en casa de mi padre. Y con «estamos» me refiero a mi madre, a Steven y a mí.


Bueno, y Luke, pero eso no hace falta ni decirlo. Hemos celebrado un brunch de
cumpleaños y ahora estoy abriendo los regalos. Mi padre está sentado en una butaca y Luke a su
lado, sobre el brazo de esta. Están en plan tortolitos, mirándose todo el rato, con corazoncitos
saliéndoles de los ojos… Puaj, empalagosos hasta decir basta.
Steven, espatarrado en la butaca detrás de mí, está hojeando uno de los cómics edición
coleccionista que me ha regalado Luke mientras yo, sentado en el suelo, miro fijamente el regalo
de mis padres, el papel en el que está envuelto, para ser más exactos. Flipan mucho si se creen
que esto es gracioso. Ni puta gracia me hace.
Es evidente que a mi madre sí se lo parece, porque se ríe entre dientes mientras se lleva la
copa de vino a los labios.
Yo sigo mirando el papel de regalo con dibujitos de plátanos y negando con la cabeza.
—Me habéis traumatizado de por vida, que lo sepáis.
—¿Por qué? —me dice ella con una ceja arqueada.
—No sé ni si quiero abrir el regalo.
Mi madre coge el papel de uno de los regalos que ya he desenvuelto, hace una bola con él y
me lo lanza.
Lo cojo y se lo tiro de vuelta. Ella se intenta apartar y se le cae un poco de vino en la
camiseta. Mi padre y Luke no se están enterando de nada, sea lo que sea de lo que están hablando
entre susurros, debe de ser superinteresante.
Niego con la cabeza, mirándolos, y luego sonrío a mi madre.
—Eso te pasa por beber vino tan temprano.
—Oye, oye, a ver si voy a tener que recordarte que un día como hoy, hace quince años —echa
un vistazo a su reloj— y a esta misma hora, además, estaba empujando y sacándote de mi cuerpo.
Puaj. Qué imagen.
Ahí sí, mi padre alza la vista y gimotea.
—Mira, ni me lo recuerdes.
La bola de papel sale disparada hacia él, dándole de lleno en la cabeza.
—Por toda aquella sangre, vísceras y dolor —dice mi madre recalcando cada palabra, lo que
hace que hasta Steven se estremezca—, creo que me merezco esta copa de vino tanto como tú esos
regalos.
—Vale, de acuerdo, puedes emborracharte a lo bestia en todas mis futuras fiestas de
cumpleaños —le digo, agitando en el aire el regalo con papel de plátanos—. Pero ¿estamos
seguros de que quiero abrir este?
Mi madre suspira, deja la copa en la mesita donde están todos mis regalos y junta ambas
manos.
—Tienes quince años, estás haciéndote mayor y voy a tener que… Voy a tener que aprender a
no ser tan controladora y a confiar más en ti.
—¿Significa eso que estoy… descastigado? —pregunto batiendo las pestañas y regalándole
mi mejor sonrisa. Steven me tiende el puño y yo levanto el mío y se lo choco por encima del
hombro.
Ella se ríe.
—Buen intento. No. Lo que significa es que no voy a agobiarte tanto con lo de la regla de oro
del condón. —Escucho cómo Steven murmura algo y, por el rabillo del ojo, veo que se cubre la
cara con el cómic. Mi madre sigue hablando—: A partir de ahora, los plátanos no serán más que
algo que llevarte a la boca.
Steven se atraganta con una carcajada y me dice muy bajito:
—Qué calladito te tenías todo esto, Jer.
Lo miro, fulminándolo con la mirada, bueno, fulminando el cómic que aún le cubre la cara.
—Mira, mejor que no lo sepas —le digo. Luego, a mi madre—: Pues dado que estamos en
temporada de plátanos solo puedo decir: ¡aleluya!
Luke suelta una carcajada y me alegro de haber captado su atención por fin. Mi padre no es el
único que está de cumpleaños hoy... Aunque estoy siendo un poco injusto, dado que papá le ha
pedido a todo el mundo que hiciéramos como si no fuera su cumple y así él podía mantener la
ilusión de que seguía teniendo veintinueve.
Decido abrir el regalo de una vez: es una hucha de cerdito de color azul. La misma hucha que
lleva años en el armario de la habitación de mi madre.
—Todas las semanas de este último año tu padre y yo hemos ido metiendo cinco dólares cada
uno.
—¿En serio? Eso son como quinientos veinte dólares.
—Qué bien, me alegro de ver que en matemáticas sales a mí. —Mi padre la mira fatal, lo que
hace que mi madre sonría de oreja a oreja—. Venga, Sam, sabes que es verdad. De hecho, Jeremy
no estaría hoy aquí si tú hubieras sido un poco mejor con las matemáticas.
Mamá se ríe y mi padre se pone de un tono rojo reservado solo para los servicios de
emergencias.
—Yo quiero saber esa historia, señora Carole —interviene Steven todo risueño, con el cómic
ya en su regazo.
—La noche que… Aquella fatídica noche de pasión, intentamos comprar preservativos en el
súper. Sam contó el dinero que tenía en la cartera: dos dólares y veinte centavos. Costaban tres
dólares, así que se encogió de hombros y me dijo: «Bueno, pues parece que no podremos hacer
nada hoy». Pero claro, al final, las hormonas tomaron el control y pasó lo que no tenía que pasar.
Después, cuando nos subimos al autobús, Sam se dio cuenta de que lo que tenía en realidad eran
cuatro dólares.
Mi padre gimotea y se pasa las manos por la cara.
—Tenía la esperanza de que se te hubiera olvidado ese pequeño error de cálculo.
Mi madre ladea la cabeza en mi dirección.
—Ese pequeño error de cálculo nos dio a nuestro hijo, ese que come como una lima.
—No como tanto, los plátanos ni los toco.
Mis padres se ríen tanto que siento las cosquillas de sus carcajadas en el estómago. Levanto la
hucha del cerdito y pego la nariz del animal a la mía. Suspiro.
—Muchas gracias, pero… O sea, es demasiado. Vosotros lo necesitáis más que yo.
Mi padre se ríe.
—No, créeme que lo vas a necesitar. Sabemos que ahora que puedes sacarte el carné de
conducir querrás un coche. El resto tendrás que ponerlo tú, claro, pero lo que consigas ahorrar, tu
madre y yo te lo duplicaremos.
—Estoy flipando.
Y de verdad que lo estoy. Muchísimo. Creo que voy a necesitar que Steven me dé una patada
en la espalda o algo así, a ver si del golpe me deshace el nudo que se me ha formado en la
garganta.
Le doy un beso a la hucha. Joder, si es que estoy tan emocionado que ahora mismo daría un
beso hasta al papel de regalo de platanitos.
—Sabemos que no se trata de algo inmediato —me dice mi madre—. Pero queríamos
motivarte para que empezaras a ahorrar.
—Tus padres molan mogollón —me dice Steven—. Si pudiera elegir, elegiría a los tuyos sin
dudar. A la señora Carole, al señor Sam y al señor Luke.
—Pero —dice Luke—, si te pillamos usando ese coche para algo que no sea conducir…
Entonces, Steven sí que me da una patada y me dice en un susurro:
—Tío, se refiere a ti y a Suzy.
Anda, el listo.
Ahora tengo una imagen clara en mi cabeza: Suzy y yo en el asiento trasero de un coche…
—… puedes estar seguro de que te quitaremos las llaves del coche y las tiraremos a un mar
repleto de tiburones. —Luke se estremece al decir esto último. Mi padre levanta la mano y le da
unas palmaditas en la rodilla, sonriendo.
Luke pone la mano sobre la de mi padre y enlaza sus dedos. Steven se ha debido de dar cuenta
porque deja salir una especie de suspiro.
—No me pillaréis en ninguna situación comprometida con Suzy en el coche.
Porque pienso ser muy, muy cuidadoso y no nos descubriréis.
En esos momentos suena el teléfono de mi madre. Acababa de coger otra vez su vino y, de la
sorpresa, se lo tira otra vez por encima.
—Mecachis en la mar —murmura antes de beberse lo que le queda de un trago y contestar—:
¿Hola? —Se levanta, sonriendo—. Ey, hola. —Me imagino que será Greg. Mientras habla, mi
madre va andando por el salón medio de puntillas, evitando el papel de regalo tirado por el suelo.
Me mira un segundo—. Sí, lo felicitaré de tu parte.
De repente me siento fatal… una sensación de agobio que no me gusta nada asentándose en la
boca del estómago.
Luke se aclara la garganta y, con la mano aún en la de mi padre, coge algo del suelo. Me lanza
otro regalo.
—Creo que es el momento perfecto para darte este.
No pesa. Lo abro rápido y veo que es algo de ropa. Una camiseta.
La desdoblo y… sí, Luke tiene razón: es el momento perfecto para dármela y yo haría bien en
reaccionar de una puta vez y seguir su consejo.
Es una versión más pequeña y en rojo de una de las camisetas de Luke:
«Mantén la calma y apechuga con lo que te echen».
Capítulo Cuarenta Y Tres

LUKE

S i Jeremy se cree que aquí el único embaucador es él, va listo. Y el teatro que hemos
organizado para que la llamada de Greg coincidiera con la entrega de la camiseta lo prueba.
Lo tenía planeado desde aquella conversación que tuvimos, esa en la que ambos nos
sinceramos y yo luego salí a comer con Jack. Cuando vi la camiseta, la compré y llamé a Carole
para organizarlo todo.
La fiesta de cumpleaños está pasando tan deprisa, que en breve voy a tener que salir hacia el
aeropuerto para recoger a mi madre. Miro a Sam, que aprieta los labios en una línea recta cuando
les recuerdo a todos que también es su cumpleaños y saco la tarta con treinta velas al ritmo del
«cumpleaños feliz».
—Pide un deseo —le digo.
—Es que mi deseo ya se ha hecho realidad —dice él.
Lo miro, apretando la fuente donde tengo la tarta con más fuerza de la necesaria. Pero al oír la
risotada que suelta Jeremy me giro hacia él y lo fulmino con la mirada.
Se está metiendo un dedo en la boca como si su padre y yo le estuviéramos dando ganas de
vomitar. Steven, que es más bueno que el pan, empieza a negar con la cabeza.
Cuando vuelvo a mirar a Sam veo que él también está mirando mal a su hijo.
—¿Sabes qué? Que he cambiado de opinión, sí tengo un deseo que pedir. —Sopla las velas y
me dice a mí—: Eso le enseñará.
Sam se levanta de la butaca sujetando el otro lado de la fuente, nuestras manos se tocan en el
centro.
—Vamos a cortarla en la cocina —dice.
Y ahí es cuando pasa.
Cuando no pienso en lo que estoy haciendo.
Me acerco a él y le doy un suave beso en los labios. Es corto y dulce y, al instante, me doy
media vuelta para llevarme la fuente y encargarme yo de cortar la tarta.
No es hasta que he dado un par de pasos hacia la cocina que me doy cuenta de lo que acabo de
hacer.
Esta vez, cuando me giro a mirarlo, el agobio no es tan grande como aquella primera vez.
Sam tiene una sonrisa preciosa y soñadora iluminándole la cara y se está tocando los labios
con dos dedos. Parece tan conmovido que pongo la tarta en los brazos de Jeremy, me acerco a
Sam y lo sumerjo en un abrazo.
—¿Esto está incluido en el trato? —le pregunto.
Él mira a Carole, a Steven y a Jeremy por encima de mi hombro y, entonces, me hace el
hombre más feliz del mundo.
¿Cómo? Llevando una mano a mi mejilla y besándome de nuevo.

~FIN~
Agradecimientos

En primer lugar, gracias a mi marido. Tu apoyo es lo que me motiva a escribir y te adoro por ello.
Gracias a Teresa Crawford por ayudarme a estructurar esta historia. Aquella charla que tuvimos
por Skype no tiene precio.
A mi editora, Lynda Lamb, por trabajar en el texto y embellecerlo, y por hacerlo con tan poco
tiempo antes de la entrega.
Gracias a HJS Editing por las correcciones y por responder a todas mis preguntas. Espero poder
seguir trabajando con vosotros.
Natasha Snow, qué trabajo más estupendo hiciste con la portada.
Muchas gracias a mis lectoras beta, por leer y ofrecerme unas opiniones tan útiles.
Y, por último, gracias a todas mis amigas y amigos. Vosotros sabéis quienes sois, y sois
maravillosos.
Sobre la autora
AMOR TAN A FUEGO LENTO QUE TE PARARÁ EL CORAZÓN

Soy una grandísima fan de los romances que se cuecen a fuego lento y es que me encanta leer y escribir sobre
personajes que se van enamorando poco a poco.
Algunos de mis temas favoritos son: historias cuyos protagonistas van de amigos —o enemigos— a amantes;
chicos despistados que no se enteran de nada y en sus romances todo el mundo es consciente de lo que pasa menos
ellos; libros con personajes bisexuales, pansexuales, demisexuales; romances a fuego lento y amores que no
conocen fronteras.
Escribo historias de diversa índole, desde romance contemporáneo gay con tintes tristes, a romances totalmente
desenfadados e, incluso, algunos con un toque de fantasía.
Mis libros se han traducido al alemán, italiano, francés, tailandés y español.

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