Representaciones de la criminalidad
Por comodidad o economía del lenguaje, solemos hablar de la delincuencia y, en algunos casos, adjetivarla como organizada, aun cuando lo que pasa en México se aleja de esta visión

Por comodidad o economía del lenguaje, solemos hablar de la delincuencia y, en algunos casos, adjetivarla como organizada. Esta manera de expresarnos hace suponer que existe un colectivo de delincuentes más o menos unitario, cuyos integrantes son gente armada y violenta; es decir, el tipo de personas que suelen representarse con sombreros, grandes hebillas, botas, cadenas y cuernos de chivo. La comodidad de esas imágenes ha llevado a suponer que el fenómeno delictivo es uno y siempre caracterizable bajo los mismos estándares y personajes. Que es posible extrapolar lo que se sabe o se cree saber de una persona o grupo de personas a la totalidad delictiva del país, aun cuando lo que en México está sucediendo se aleje de lo que esta visión proporciona.
La actual delincuencia mexicana es una compleja red de actividades, personas, relaciones, intereses, territorios, códigos, prácticas y violencias que no caben en una sola visión. Por el contrario, su entendimiento requiere identificar a los distintos grupos participantes, sus operaciones y normatividades o, dicho de manera más general, sus correspondientes particularidades. De lo contrario, seguiremos suponiendo que toda la delincuencia puede representarse mediante la caricaturización de los sicarios cuando estos solo son parte de unos conjuntos más amplios y complejos.
La constante y prácticamente invariable representación y, desde ahí, el entendimiento de que nuestra actual delincuencia como un fenómeno de exclusiva violencia y mera participación de sicarios y matones nos lleva a pensar en sus motivaciones. Deja fuera la cuestión de los motivos para asumir que algo, que de suyo es variado y complejo, insistentemente se nos presenta en las unitarias condiciones acabadas de señalar. El porqué todo lo vinculado con las delincuencias presentes termina reduciéndose a la violencia cuando, si bien este es su aspecto más dramático y doloroso, es solo parte de un todo más grande y abigarrado.
Lo primero que resalta de las representaciones actuales de la delincuencia es su clasismo. Los sujetos de los relatos literarios, ensayísticos, musicales o cinematográficos son personas pertenecientes a estratos socioeconómicos bajos. Personas pobres e ignorantes que, se nos dice, se ven impelidas a participar en la delincuencia aportando su juventud y una especie de innata violencia para cumplir la función de carne de cañón. Al partirse de la idea de que toda la delincuencia se reduce al sicariato y al simplificarse este último a la pobreza y a la marginación, ha terminado por asumirse que toda la delincuencia es un tema y problema de pobres. Que quienes participan en ella, o no, tenían otra opción de vida o, más aún, que su clase es el fundamento mismo de las amenazas y riesgos que le imponen a la sociedad.
La identificación de la delincuencia con los violentos y de estos con una clase social, ha justificado la disponibilidad social, política y jurídica de los propios delincuentes. Considerar que las amenazas y violencias que ejercen no son solo una manifestación contraria al derecho, sino más grave aún, al orden social. Al haberse hecho del sicariato la expresión misma de la totalidad delictiva e identificado a este con la pobreza y marginación, se ha logrado introducir en el imaginario colectivo la idea de una subversión social que va más allá de lo criminal. Y, al hacerlo, ha permitido la tolerancia —cuando no de plano justificación— de los procesos de eliminación de sus integrantes por agentes del Estado o por adversarios criminales o paramilitares.
La asignación al sicariato de la totalidad delictiva ha permitido también el deslinde de actividades que, desde luego, forman parte de la actual criminalidad. Si todo lo delictivo se reduce a balas y matones, nada más puede tener ese carácter. Esta reducción resulta cómoda para todos aquellos que participan en los muchos ámbitos y grados de la delincuencia. Gracias a ella sus quehaceres quedan, si no de plano ocultos, sí al menos difuminados, en tanto no están directamente vinculados con la violencia ejercida por y desde una clase social.
Si la delincuencia termina viéndose como violencia y la violencia como monopolio de un grupo específico, la red de apoyos constituida por funcionarios administrativos, policías, ministerios públicos, juzgadores, políticos, empresarios, banqueros, sociedad civil e iglesias no puede ser vista como tal. La prueba sobre lo que es y no es criminal se constituye binariamente. Todo lo vinculado directa o indirectamente con el sicariato es por definición delictivo; lo no vinculado con él tiene que probarse para ser tenido como criminal.
Esta dualidad ha permitido que sectores completos de la sociedad se presenten a sí mismos —y así sean tenidos— como ajenos a la criminalidad o víctimas de ella. La asignación de prácticamente todo lo que sucede a los matones, sus balas y sus muertes, ha permitido ignorar el lavado de dinero, la porosidad fronteriza, la incapacidad de fiscales y juzgadores, la corrupción pública y privada, las alianzas electorales y tantos otros fenómenos de nuestra cotidianeidad.
Esta narrativa permite que, mientras los sicarios se matan entre sí y amenazan la seguridad pública y el orden social, otros sectores sociales pueden actualizar una amplia gama de actividades delictivas por la cobertura de las balas. Nuevas edificaciones, súbitas muestras de riqueza o curiosos acomodos políticos, quedan ocultos o diluidos por la enorme violencia física y sus consecuentes muertos, desaparecidos, decapitados, desollados y torturados.
La reducción de la criminalidad a la violencia sicaria ha permitido la proliferación de amplias y variadas actividades delictivas junto con la producción de justificaciones ante la eliminación de quienes ocupan los peldaños inferiores de la cadena criminal: por incumplir el orden jurídico mediante sus delitos y por tratar de subvertir el orden social por la clase a la que pertenecen.
@JRCossio
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